Las exportaciones de nuestro país alcanzaron su máximo histórico en 2011. De allí en adelante, no hicieron sino descender (a modo de ejemplo, el año pasado fueron un 34% inferiores a ese año, y en 2019, sin pandemia, un 22%). Coincidentemente, ese mismo año alcanzamos el pico de PBI per cápita de nuestra historia, del que actualmente nos ubicamos 20% por debajo (y 12% antes de que llegara la pandemia). Entre otras cosas, de estos números se puede desprender que, para crecer de manera sostenida, es necesario exportar más: no sólo por su impacto directo sobre la producción, sino, además, porque son la principal y casi excluyente fuente de generación de dólares genuinos, es decir, aquellos que no necesitan de repago.
La idea de mejorar las ventas es fácil de decir, pero, evidentemente, difícil de realizar. Analizando qué pasará con los volúmenes exportados en 2021, podremos precisar las proyecciones agregadas de crecimiento, tanto de corto como de mediano plazo.
El volumen de envíos al exterior depende, a nivel macroeconómico, de dos grandes factores: el precio de los productos argentinos en relación con el de sus competidores y el nivel de actividad de nuestros compradores, determinante de sus necesidades de insumos y bienes finales. El año pasado, el derrumbe de la economía mundial hundió a nuestras ventas. El PBI global se redujo en promedio 3,3%, pero la actividad de nuestros principales compradores cayó un poco más (-3,6% promedio ponderado) y nuestras ventas se achicaron 13,2% en cantidades y 15,7% en valores respecto a 2019.
En 2021, a pesar de que la pandemia continúa, el PBI mundial se recuperará, ya que muchas de las actividades productivas “aprendieron” a operar aplicando protocolos sanitarios, minimizando los contagios. Sin embargo, mientras que la debacle no fue pareja (por caso, el Producto creció más de 2% en China, pero que se contrajo 7% en Latinoamérica y la Eurozona), el rebote tampoco será homogéneo. Por este motivo, tiene sentido evaluar cómo se desempeñarán nuestros principales “clientes”, en virtud de analizar el impacto de la tracción mundial sobre nuestra demanda.
El año pasado, más del 30% de nuestras ventas se destinaron a América Latina y el Caribe. Se destaca dentro de este aglomerado el Mercosur, que representó el 18% del total agregado y, en particular, Brasil, que fue el comprador de más del 14% de nuestras exportaciones. El segundo país que más nos compró fue China, representando uno de cada diez envíos. Por otra parte, Europa nos demandó un 15% del total de exportaciones, Estados unidos cerca del 6% del total y Vietnam e India un 5% cada uno. Si consideramos que estos mismos países serán quienes más nos compren en 2021 -un supuesto bastante lógico mirando la performance de los últimos años-, deberíamos enforcarnos en ellos para analizar a qué ritmo crecerán a lo largo del año. Afortunadamente, de acuerdo con las proyecciones actuales, todos estos países se recuperarán en 2021 a una tasa promedio ponderada de 5,5%, en línea con el PBI global (+6,0%).
En segundo lugar, como cualquier decisión de compra, la demanda del resto del mundo por nuestros productos está influida por los precios. En este sentido, resulta importante analizar qué tan caros son los productos argentinos respecto a sus sustitutos foráneos. Si consideramos la relación bilateral con Estados Unidos, por ejemplo, hoy nuestros precios son 2% más competitivos que en el promedio desde la salida de la convertibilidad. Al comparar con China, esta diferencia se amplía a 19%. Sin embargo, este índice empeora significativamente al comparar con Brasil: la aguda depreciación del Real durante la pandemia (saltó 50% en relación con diciembre de 2019, con una inflación de apenas 6% en el mismo lapso) hace que la competitividad con nuestro principal socio sea casi 30% menor al promedio histórico. Por lo tanto, en la comparación multilateral, nuestros productos no están particularmente baratos en relación con nuestra historia, pero tampoco caros: es decir, cerca del promedio. Acortando el período de análisis, los resultados mejoran: en materia cambiaria, somos mucho más competitivos en la actualidad que entre 2012 y 2018.
Debido al aumento de la demanda de nuestros socios y a la competitividad de nuestros precios, esperamos que nuestras ventas se vean impulsadas este año por el lado de las cantidades. En paralelo, los precios también jugarán a nuestro favor: las commodities agrícolas se están encareciendo, incrementando el valor de nuestros cultivos y sus derivados (soja, maíz, trigo, pellets y aceite). Este segundo efecto no necesariamente generará empleo adicional, al menos de manera directa, pero sí aportará divisas. Como resultado, las exportaciones crecerán más de 15% en valores este año, recuperando prácticamente todo el terreno cedido en 2020 y aportando importantes divisas a las debilitadas arcas del Banco Central.
La entrada de dólares suele tener efectos benéficos sobre la economía: la mayor oferta abarata al tipo de cambio, mejorando usualmente el salario real. Además, la acumulación de Reservas permite suavizar las crisis y las expectativas de devaluación. Sin embargo, no todos los ingresos son iguales.
Por caso, las inversiones financieras suelen ser más volátiles, en tanto las inversiones productivas necesitan ser rentables y poder girar utilidades a sus casas matrices. En cambio, las exportaciones son divisas genuinas, ya que no necesitan de repago.
Por este motivo, el aumento de las exportaciones es algo tan deseado como festejable. Frente a la baja demanda del mercado local, reorientar las ventas al mercado exterior permite sostener la facturación e incluso aumentar la escala de producción en el mejor de los casos. En un panorama de escasez de Reservas netas como el actual, este ingreso ayuda a cancelar los vencimientos de deuda (de hecho, ya lo hizo en lo que va del año), intervenir en la cotización de los dólares paralelos y fortalecer el poder de fuego del Banco Central. La demanda mundial y el precio de los commodities serán aliados en este propósito. Para no contrarrestar estos efectos positivos, será importante que el tipo de cambio no se retrase sensiblemente, en virtud de no encarecer nuestra producción en relación con la de otros países. Aunque un dólar más barato mejora el poder de compra de los salarios (volviéndose una alternativa atractiva en años electorales), en un horizonte más largo deteriora nuestra inserción internacional y frena el crecimiento.