En junio de 2020, el Estimador Mensual de Actividad Económica (EMAE) mostró una contracción de 12,3% respecto a igual mes del año pasado. De esta manera, la actividad se desplomó casi 13% i.a. en la primera mitad del año y 19,6% i.a. en el fatídico segundo trimestre de pandemia y cuarentena (que arrojó una caída de 16,6% en términos desestacionalizados).
Más allá de estos números, muy negativos por donde se los mire, podemos afirmar que la economía habría encontrado un piso en abril y, desde entonces, comenzó a recuperarse. En este sentido, resalta el crecimiento desestacionalizado de 7,4% en junio respecto de mayo, acumulando un avance de 17,7% en relación con el cuarto mes del año, piso de la actual crisis. Sin embargo, y pese a esta “suba”, la actividad cerró junio 13,5% por debajo del nivel de diciembre de 2019, marcando que todavía queda mucho terreno por recorrer.
Descripto el escenario actual y explicado que lo peor de la crisis ya pasó, tiene sentido entonces empezar a pensar en la recuperación. En primer lugar, lamentablemente, hay que decir que 2020 será un año perdido en materia de actividad económica: aun cuando la reestructuración de la deuda con acreedores privados sea exitosa y se reduzca la incertidumbre en el corto plazo, la economía no avanzará significativamente. Por el contrario, salvo algunas ramas que podrían mejorar impulsadas por los pedidos de pre-cuarentena atrasados, las caídas interanuales seguirán siendo de dos dígitos en el corto plazo.
La segunda mitad del año será mejor que la primera -o, en realidad, “menos peor”-, pero claramente estará por debajo de la segunda parte de 2019. A las restricciones productivas que impuso la pandemia y la cuarentena, corresponde sumarle los golpes a la demanda que está provocando. En este punto, resaltan la pérdida de puestos de trabajo en el sector formal y especialmente informal -donde una porción importante de los trabajadores se quedó sin ingresos-, su ajuste sobre el poder adquisitivo y la elevada volatilidad que arrastra nuestra economía. Además, el ahorro precautorio al que induce el Coronavirus y la crisis será un ancla de plomo para la recuperación del consumo privado y las inversiones, las dos variables más golpeadas por la crisis.
Por otra parte, si bien algunas exportaciones podrían arrojar buenos desempeños, especialmente aquellas vinculadas a los sectores esenciales y dirigidas a China -oleaginosas-, no alcanzarían a motorizar la reactivación económica. Por último, el gasto público servirá para atenuar la crisis, adoptando un carácter contracíclico, pero en este contexto de acotado financiamiento genuino y mucha emisión un incremento significativo de esta variable podría acarrear más problemas que soluciones. Con todos estos números, proyectamos una caída del PBI entre 12,5 y 13% i.a. en el promedio anual de 2020, que provocaría que la actividad vuelva a los niveles de 2009 y, más preocupante aún, que retroceda casi 18% i.a. en términos per cápita, acercándose a los niveles de 2005.
De cara a 2021, la recuperación estaría liderada por un sector público con una política expansiva y un consumo privado que mejoraría impulsado por el crecimiento del salario real y las bajas bases de comparación que dejará este año. Por su parte, la inversión también se recuperaría, pero más por el desplome de este año que por un avance genuino. Como resultado, la economía podría crecer cerca de 7% en el año electoral. Si bien esto marcaría un importante avance respecto de 2020, el PBI cerraría 2021 cerca de 7% por debajo del nivel de 2019. Quedará la entonces segunda mitad del mandato de Alberto Fernández para, con buena suerte, retornar al punto de partida.