2 de cada 5 pesos del déficit total son del Banco Central
Luego de la importante expansión fiscal que generó la pandemia, que llevó al déficit financiero del Sector Público Nacional (SPNF) a superar los 8 puntos del producto, en 2021 las cuentas públicas nacionales muestran una mejora significativa. De este modo, con la ayuda de muchos factores extraordinarios (la llegada de los DEGs, el aporte de las grandes fortunas y el alza de retenciones por suba de los commodities, entre otros), esperamos que el déficit fiscal financiero nacional se ubique en torno al 4% del PBI. Excluyendo a los DEG, el cierre del año rondaría los 5 puntos del producto, similar al año 2018 (4,9%).
Este desbalance se acota aún más si se añaden al análisis las cuentas públicas subnacionales: las Administraciones Públicas Provinciales serían superavitarias en casi medio punto del Producto este año, por lo que el déficit del Sector Público Argentino No Financiero (Nación + Provincias) alcanzaría 3,5% del PBI en 2021 (y 4,5% sin DEG).
Sin embargo, el panorama cambia cuando se incorpora el resultado del Banco Central: producto de la abultada expansión realizada el año pasado, que llevó a la autoridad monetaria a emitir primero para cubrir las necesidades del Tesoro y a esterilizar después vía la colocación de LELIQs y pases, el pago de intereses que realiza el BCRA llevaría al déficit cuasifiscal a la zona del 3% del PBI. Peor aún: mientras que el año pasado el rojo del Banco Central explicaba menos un cuarto del déficit financiero “ampliado” (fiscal consolidado + cuasifiscal), en el 2021 representaría 4 de cada 10 pesos de este. Además, esta suba en el pago de intereses motivaría que en 2022 la autoridad monetaria no pueda remitir utilidades al Tesoro, tal cual lo plasma el reciente Proyecto de Presupuesto.
¿Es sostenible esta dinámica? ¿qué consecuencias puede tener? ¿y con qué herramientas cuenta la autoridad monetaria para resolverlo? Veamos.
Esterilización … ¿sin límites?
En un contexto de renegociación de la deuda (tanto con acreedores privados como con organismos), la expansión del déficit fiscal fue financiada el año pasado con emisión monetaria. El Banco Central asistió al Tesoro creando más de ARS 2 billones (7,3% del producto, un monto muy similar al total del paquete Covid). Este año, como mencionamos, las necesidades del Tesoro nacional se redujeron. Sin embargo, los giros de la autoridad monetaria al fisco superaron el 2% del PBI, por lo que la emisión sigue siendo la principal fuente de financiamiento del déficit.
Aunque asistir al Tesoro como prestamista de última instancia es una de las funciones del Banco Central, su mandato también lo lleva a preservar la estabilidad financiera. Incrementar bruscamente la cantidad de dinero atenta contra este objetivo. A su vez, el aumento de la oferta de dinero no es inocuo: los pesos excedentes presionan en el mercado cambiario y en los precios. Por este motivo, el Banco Central actúa “por dos ventanillas”, apuntando a cumplir con su doble rol. Por un lado, emite para financiar al Tesoro, mientras que por otro retira esos pesos de la economía para contener el crecimiento de los agregados monetarios colocando LELIQs y pases a los bancos comerciales. Dicho proceso se conoce como esterilización y su contracara es la factura de intereses que el BCRA paga por los instrumentos colocados (y que cobran mayormente los depositantes).
Si la emisión no es inocua, la esterilización tampoco lo es. El stock de deuda en pasivos no remunerados del Banco Central crece licitación tras licitación, y ya representa el 140% de la base monetaria. Con ello, aumenta la carga de intereses, que treparía más de 70% en 2021, deteriorando el balance público consolidado “ampliado”.
Para verlo de forma sencilla, con cada punto del PBI que se incrementa el déficit fiscal (equivalente, por ejemplo, a un mes de jubilaciones, pensiones y asignaciones o, alternativamente, a los subsidios pagados en todo el invierno) y el Banco Central esteriliza, debe pagar más de ARS 14.000 M en intereses mensuales. Aunque el alza del gasto fuera solo transitoria y el primero de los desbalances se corrigiera, el incremento de los pasivos del BCRA no se desandaría, generando un aumento del déficit cuasifiscal de forma permanente. Así, aunque este organismo no debiera emitir nuevamente para financiar al Tesoro, la esterilización previa ya es una fuente de emisión monetaria independiente.
Un desagradable dilema
En los últimos doce meses, el pago de intereses de LELIQs y pases fue equivalente al 90% de la asistencia del BCRA al Tesoro. Esta proporción nos da una pauta de la magnitud en que la esterilización se convirtió en una fuente de emisión monetaria con dinámica propia. De hecho, estos intereses representaron, en el mismo lapso, más del doble del aumento total de la base monetaria (que se vio compensada con otras cuentas en signo inverso, por ejemplo, más esterilización). A su vez, en este período, la inflación superó el 50%, y la tasa de interés se ubicó por debajo de la inflación mensual el 91% del tiempo, desincentivando la tenencia de pesos y alentando la compra de divisas oficiales y financieras.
Mirando una ventana de tiempo más corta, los problemas se agravan: el Tesoro aceleró en el segundo semestre la ejecución del gasto, lo cual requerirá un mayor monto de emisión. A su vez, la cercanía del proceso electoral aumenta la demanda por divisas y esto se ve reflejado en la brecha entre el tipo de cambio oficial y los alternativos, que ya se ubica en torno al 90%. Ante esta situación, la autoridad monetaria enfrenta un importante dilema, que vincula a la emisión y la tasa de interés.
Poniendo el foco en los intereses de los pasivos remunerados, el BCRA podría achicar el monto de LELIQs: esto implicaría largar una gran cantidad de pesos a la economía de forma inmediata. En este caso, el remedio sería peor que la enfermedad, ya que generaría una importante presión en el dólar y los precios que difícilmente podría contener. Alternativamente, podría disminuir la tasa que paga por estos instrumentos: mientras que esto moderaría el ritmo del pago de intereses, al mismo tiempo volvería menos atractivos a los instrumentos de ahorro en pesos en favor de aquellos en dólares, acelerando el ritmo de aumento de precios.
Si, en cambio, se focalizara en la inflación y la demanda por divisas, la receta más adecuada sería un aumento de la tasa, que favorece las inversiones financieras en moneda local. Pero, nuevamente enfrenta un dilema: esta política disiparía parte de la tensión en el dólar y los precios, pero sus costos serían un encarecimiento del crédito al sector privado y un mayor pago de intereses cuasifiscales, con lo que solo lograría postergar -e incrementar- el problema. De este modo, vemos que una política monetaria más laxa aliviaría el balance del BCRA al precio de una mayor inflación, mientras que un aumento de la tasa de interés colaboraría en el plano inflacionario, pero agudizaría la dinámica cuasifiscal.
La solución estructural a este dilema requiere acotar la asistencia del BCRA al Tesoro (aliviando el “doble rol” que tiene actualmente, para enfocarse mayormente en la estabilidad monetaria y financiera) y generar las condiciones para que se incremente la demanda de moneda local, reduciendo consistentemente las expectativas de devaluación e inflación. Esto aumentaría los depósitos en el sistema bancario, reduciendo la tasa de interés y canalizando ahorros a créditos, en lugar de aplicarse a instrumentos de regulación monetaria. Sin embargo, es una salida que no se logra de la noche a la mañana, y en el corto plazo la autoridad monetaria seguirá atrapada en la disyuntiva mencionada. De este modo, para lo que viene, la atención en el déficit cuasifiscal seguirá cobrando importancia.