Contra todo lo que podríamos suponer, después de un año devastador –el PBI cayó 9,9% en 2020–, la clase media argentina mantuvo el mismo tamaño que tenía en 2019. A simple vista, no tiene sentido. Especialmente cuando los datos oficiales del Indec muestran que la pobreza subió en el mismo plazo del 35,5% al 42% de la población. Sin embargo, si hurgamos en la profundidad de este fenómeno podemos encontrar un motivo para la esperanza. Algo imprescindible cuando estamos, finalmente, de cara a la adversidad.
A priori, resultaba lógico que en una estructura social donde la clase media representaba el 45% de las familias del país, un golpe tan grande la dañara.
Según el análisis oficial y público realizado por Saimo (Sociedad Argentina de Investigadores de Mercado y Opinión), prestigiosa y rigurosa entidad que agrupa a todos los investigadores de mercado del país, al segundo trimestre de 2020, que fue por lejos el peor, la clase media lograba sostener el nivel de incidencia prepandemia, lo que no quiere decir que el violento cimbronazo no la haya impactado.
Claro que lo hizo, y mucho. La empobreció, le quitó capacidad de consumo, acotó sus sueños y mutiló buena parte de sus expectativas. Los mismos datos del Indec muestran que la caída del poder adquisitivo de un hogar promedio fue del 11% el año pasado, si lo medimos en pesos. Y si lo medimos en dólares blue, fue mucho peor: -43%.
Lo que ocurre es que las clases sociales en nuestro país se definen básicamente por dos variables: el empleo y la educación. El empleo obviamente se vio afectado. La tasa de desempleo creció 2 puntos: pasó del 8,9% en el cuarto trimestre de 2019 al 11% en el cuarto trimestre de 2020. Programas sociales de emergencia como el IFE y el ATP ayudaron a que la catástrofe laboral no fuera aun peor. Pero la educación del principal sostén del hogar no se pierde en un año. Por lo tanto, habría operado como factor de amortiguación.
Pirámide Social Argentina 2020
Encontramos aquí una primera explicación del extraño suceso. Podríamos decir que, a pesar de un violento deterioro en el “flujo”, la clase media logró sostenerse gracias al “stock” acumulado en años anteriores. Perdió capacidad de consumo, mantuvo su cultura. Me resulta un tanto superficial y, sobre todo, peligroso este análisis. Estaría indicando que a la economía argentina puede caerle una especie de bomba atómica y casi que “no pasa nada”. De ningún modo es así. Basta salir a la calle para observarlo.
¿Y entonces?
Clase media no hay una sola
En primer lugar, es crítico comprender que, por un lado, la clase media está muy lejos de ser una sola. En la última década la brecha entre la clase media alta y la clase media baja se venía agrandando. El año pasado, el problema se agudizó. El total se mantiene, hacia el interior crece la fragmentación y las diferencias se consolidan.
En segundo lugar, se tiende a pensar en términos casi binarios: clase media o pobreza. Y no es así. Hay algo en el medio. Ese algo es la clase baja no pobre. Segmento muy poco visibilizado y analizado. Sus valores coinciden en buena medida con los de la clase media. Si hubiera que definir ese puente en un tuit sería: “Lo que nos une es que creemos en la dignidad del trabajo como fuente de nuestro progreso”.
Es que la clase media se define a sí misma como el grupo de la población que no es ni rico ni pobre, que no tiene chofer ni seguridad privada, que puede ocuparse de los gastos de su familia, que no depende de la asistencia estatal, que grande o chico siempre anida en su ser algún proyecto a futuro y, especialmente, que tiene que trabajar para vivir. Debajo de ese paraguas conceptual se cobijan la clase media real y la clase baja no pobre, aun siendo consciente de sus restricciones económicas y su situación laboral más precaria.
Por eso el 85% de la población se autopercibe como de clase media, aunque técnicamente muchos no lo sean. Es una comunión simbólica, un imaginario compartido, más que una igualdad que pueda expresarse en la práctica.
En abril de 2012, el investigador libanés Nassim Taleb publicó Antifrágil, libro que opera como una secuela de su gran best seller El cisne negro (2007). Su tesis resulta bastante contrafáctica: plantea que en realidad las grandes crisis, los fenómenos disruptivos que alteran el orden preexistente, no solo no son malos per se, sino que para quien sabe aprovecharlos pueden ser muy útiles. Al enfrentarse a circunstancias nuevas, límite, desconocidas, los individuos y las organizaciones deben sacar lo mejor de sí para poder superarlas, y aquellos que lo logran quedan luego en un nivel superior. Por lo tanto no habría que temerle a la adversidad como una fuente potencial de fragilidad, sino desarrollar las habilidades para ser “antifrágiles”.
“Hay cosas que se benefician de las crisis; prosperan y crecen al verse expuestas a la volatilidad, al azar, al desorden y a los estresores. No existe una palabra que designe exactamente lo contrario de lo frágil. Lo llamaré antifrágil. La ‘antifragilidad’ es más que resiliencia o robustez. Esta propiedad se encuentra detrás de todo lo que ha cambiado con el tiempo: la evolución, la cultura, las ideas, los sistemas políticos, la innovación tecnológica, el éxito económico. La ‘antifragilidad’ es un antídoto para los cisnes negros, sucesos imprevistos, irregulares y a gran escala que sorprenden y perjudican a quienes no los prevén. Todo lo que salga más beneficiado que perjudicado de sucesos aleatorios (o de ciertas crisis) será ‘antifrágil’; en caso contrario, será frágil”. Así lo definió Taleb.
Detrás de los datos
De acuerdo con el índice de nivel socioeconómico que publica Saimo –diseñado en 2004 junto con la AAM y CEIM–, la clase media tiene el mismo peso en la estructura social argentina desde 2012. En el período 2012-2020, la economía cayó 13%, la inflación acumulada fue del 1438% y la pobreza pasó del 26% de la población al actual 42%. ¿Qué nos dicen estos datos?
Lo que parecerían indicarnos es que hasta ahora la clase media estaría logrando, en términos de Taleb, ser “antifrágil”. A los golpes, y casi como una herencia genética de un país de crisis cíclicas, habría desarrollado los mecanismos para procesar las inclemencias de un contexto económico cruel sin dejar en el camino su identidad.
El año pasado, esas habilidades se vieron sometidas a su prueba más extrema. Restaurantes de alta gama haciendo delivery, boliches que se transformaban en verdulerías, casas de familia que vendían artículos de limpieza, terapias por teléfono, clases de entrenamiento por Zoom, eventos infantiles en parques y plazas. La explosión del e-commerce –su facturación creció 124% en el año– demuestra cómo muchos salieron a hacer lo que fuera para poder sobrevivir. Si todos estaban en la web, se vendería entonces en la web. No más discusión. Los ahorros que hubiera, muchos o pocos, se pusieron en juego. La clase media dejó el alma para seguir trabajando, como fuera, donde fuese. Es decir, para seguir siendo.
En cambio, parecería que la virulencia de los vaivenes económicos argentinos estuviera quebrando la resistencia de una parte de esa clase baja no pobre. Allí está la movilidad social descendente que muchos intuían íbamos a ver en la clase media. En el segundo trimestre de 2016, cuando se retomó la medición del Indec, el porcentaje de hogares pobres era del 23%; hoy es del 31,6%. Si la clase media logró mantenerse igual, es evidente que el deterioro está en ese grupo que era “antifrágil”, pero que no pudo con tanto y se volvió frágil. Los que cayeron son una parte de la clase baja que estaba cerca de la pobreza, pero que hasta ahora lograba eludirla. Un mundo signado en buena parte por la informalidad y que tiene “poco resto”. Gente que no estaba acostumbrada ni quiere depender de la asistencia. Son los grandes perdedores de la última década y, sobre todo, del año pasado.
La “antifragilidad” que demostró tener la clase media en una instancia tan límite es una señal que despierta entusiasmo aun en los aciagos tiempos que vivimos. Sus valores continúan derramando sobre aquellos que no pudieron y se volvieron frágiles. Sueñan con volver allí. Esa vocación por encontrarle la vuelta de alguna manera, ese espíritu emprendedor, esa convicción por salir adelante como sea es probablemente la reserva más valiosa que atesora esta vapuleada sociedad.
En los meses por venir volverá a ser puesta a prueba. Cargando en sus espaldas el costo de 2020, quizá sea ahora aún más difícil. Una vez más, la pregunta es: ¿qué tan “antifrágil” será la clase media argentina? De su respuesta depende en buena parte nuestro futuro.