Como se preveía, las presiones cambiarias y financieras fueron en ascenso a medida que se acercaban las elecciones presidenciales. Por caso, la semana anterior al domingo 27 de octubre, el tipo de cambio oficial trepó casi 3% pese a que el BCRA vendió casi USD 2.700 M de reservas internacionales (más de USD 500 M por día). Vale destacar que, en la previa electoral, la brecha con las cotizaciones paralelas se incrementó significativamente y se intensificó el retiro de depósitos en dólares del sistema financiero local.
Tras la confirmación del triunfo en primera vuelta de Alberto Fernandez, todas las miradas estaban puestas en el día después de las elecciones: el antecedente de lo sucedido tras las PASO no era un buen augurio. Sin embargo, la transición comenzó con el pie derecho: Mauricio Macri, que logró superar el 40% de los votos afirmativos, felicitó al presidente electo y lo convocó a desayunar al día siguiente para coordinar el traspaso de cara al 10 de diciembre. Alberto Fernández aceptó el convite y a última hora del domingo el BCRA restringió la compra de divisas por parte de particulares (de USD 10.000 a USD 200 por mes).
Al cierre de la semana post elecciones, las presiones cambiarias menguaron: el BCRA volvió a comprar divisas en un mercado más pequeño producto de las restricciones, mientras que la brecha con el dólar paralelo se redujo respecto de la previa a los comicios. Esta mejora respondió a: el fin de la incertidumbre electoral; la mayor paridad entre las dos principales fuerzas políticas; y la iliquidez de pesos de los individuos producto de la compulsiva dolarización previa. Pese a que la calma es transitoria, es relevante de cara a una transición ordenada al 10 de diciembre.
Queda claro que las presiones están aún latentes: incluso si se frenan las ventas de divisas para contener al tipo de cambio oficial, la caída de Reservas seguirá (aunque a menor ritmo) producto de los pagos de deuda pública en moneda extranjera. Asimismo, las mayores restricciones cambiarias tenderán a aumentar la brecha y a desincentivar la inversión, muy golpeada en los últimos meses.
Sin embargo, si la colaboración entre el presidente saliente y el entrante persiste, es posible incluso que algunas medidas puedan consensuarse para comenzar a encarar los problemas económicos existentes antes del cambio de administración.
Cuesta creer que esto suceda en nuestro país pero el BCRA modificó su accionar en la semana post elecciones, implementando medidas que se aproximan al libreto de campaña de Alberto Fernández. Por caso, el Central cuidó las Reservas y el tipo de cambio oficial, aumentando las restricciones cambiarias. Asimismo, avanzó en la baja de la tasa y del stock de LELIQ, reduciendo la ganancia de los bancos (ya no pueden integrar encajes de depósitos a la vistas con letras y notas remuneradas) y habilitó la posibilidad de aumentar los adelantos transitorios (emisión) para financiar el bache fiscal del último mes del año.
Una transición cooperativa no nos va a sacar de la crisis económica pero le da tiempo al próximo gobierno de diseñar una hoja de ruta que muestre paso a paso cómo ir resolviendo en forma conjunta los principales problemas de la argentina. Además, evita que el próximo presidente tenga que tomar medidas impopulares como el endurecimiento del cepo o el descongelamiento de los combustibles.
Está claro que el tema más urgente a resolver es la deuda pública nacional en moneda extranjera que no está en manos de otros organismos del sector público. Con escasas Reservas, sin acceso al mercado financiero, ni nuevos desembolsos del FMI, será muy difícil honrar los elevados servicios de deuda que se concentran en la primera mitad del año que viene.
En función de cómo se decida descomprimir dichos servicios (reperfilamiento, quita, cesación de pago) quedará definido el esfuerzo fiscal necesario para despejar dudas sobre el sendero de sostenibilidad de la deuda. Asimismo, dicha política fiscal tiene que ser al menos compatible con una trayectoria de magro crecimiento y contención de las tensiones sociales. Por último, las políticas monetaria, cambiaria y de ingresos, tienen que acompañar el plan tratando de minimizar cambios de precios relativos y atacar la inercia inflacionaria.
Pese a que trazar un plan económico consistente es clave, no es condición suficiente para salir de la crisis. Los funcionarios designados para implementar la hoja de ruta tienen que tener la pericia para solucionar los imprevistos que surjan en el camino.