Abril no logra repuntar y el saldo comercial se deteriora

Aun siendo un mes típicamente superavitario -comienza a exportarse parte de la cosecha gruesa- en abril el saldo comercial exhibió un déficit comercial por segundo mes consecutivo, rozando los USD 130 M. De hecho, desde inicios de siglo sólo en dos oportunidades se observó un rojo comercial para un mes de abril (en 2017 y 2018).

Las exportaciones llevan cinco meses de caída. Sumaron USD 5.900 M (-29% i.a.). Los volúmenes volvieron a desmoronarse (-23% i.a.), al tiempo que los precios promedio, lejos de compensar, retrocedieron por 3° mes al hilo (-9% i.a.).

Las importaciones retrocedieron nuevamente. Las compras externas alcanzaron aproximadamente los USD 6.000 M (-13% i.a.). Asimismo, los volúmenes siguen en baja (-8% i.a.), con precios anotando un retroceso luego de un cuatrimestre previo al alza (-4% i.a.).

Los términos de intercambio (relación entre precios de exportación e importación) vienen soplando en contra. En abril descendieron nuevamente (-4,7% i.a.), redondeando un primer cuatrimestre a la baja. En este sentido, cabe señalar que, si se hubiesen mantenido los TDI de abril 2022, el saldo comercial habría anotado un superávit en torno a los USD 170 M. No obstante, los TDI del primer cuatrimestre de 2023 fueron 14% superiores al promedio histórico (2004-22).

¿Qué productos explican la caída en las exportaciones? ¿cuáles permitieron un mayor dinamismo de las importaciones? ¿qué esperamos hacia adelante?

Además de la sequía, la demora en la siembra perjudica al frente externo

Exportaciones: entre la demora en la cosecha y el impacto de la sequía 

La demora en la siembra para sortear las inclemencias climáticas durante finales de 2022 generó en abril un comportamiento atípico de las exportaciones, generando un desplazamiento en los tiempos de la cosecha. En este sentido, a finales de abril el avance de cosecha de soja y maíz sumaba el 72% y 37%, respectivamente, por debajo del 84% y 45% del ciclo pasado. No obstante, el derrumbe productivo fruto de la sequía constituye el factor principal.

Dentro del complejo sojero, las exportaciones de Harina y pellets de soja (-33% i.a., -USD 430 M) y Aceite de soja (-48% i.a., -USD 366 M) sufrieron fuertes caídas en abril. Asimismo, los precios internacionales de la soja en el mercado de Chicago registran una tendencia a la baja desde mediados de abril, perforando ya los USD 500 por tonelada (-10% respecto a un mes atrás) como consecuencia de la cosecha récord de Brasil y los buenos resultados presentados por Estados Unidos, retornando a los valores de finales de 2021. Por otro lado, volvió a destacarse la caída de Trigo (-87% i,a,,  USD 534 M) y Maíz (-52% i.a., -USD 536 M).

Como resultado, las colocaciones externas de Productos Primarios (PP) se desmoronaron (55,6% i.a.), arrastradas por una violenta caída en los volúmenes (-56% i.a.), con precios manteniéndose en línea con los de 2022 (+0,5% i.a.). En tanto las Manufacturas de Origen Agropecuario (MOA) se comportaron de forma similar (-30% i.a.), muy afectadas por las menores cantidades (-21% i.a.) y con precios que no acompañaron (-11% i.a.).

Por último, las Manufacturas de Origen Industrial (MOI) continúan siendo el único rubro cuyas cantidades crecen (+3% i.a.), aunque no así el valor de las ventas externas (-4,5% i.a.), producto de los menores precios (-7,3% i.a.), que retrocedieron durante todo el primer cuatrimestre.

La caída de las importaciones no compensa las menores exportaciones

Los volúmenes importados de usos vinculados a la producción, como Bienes de Capital (-19% i.a.) y Bienes Intermedios (-9% i.a.) continúan a la baja, alcanzando cinco y ocho meses ininterrumpidos de retroceso interanual, respectivamente. En tanto, Piezas y Accesorios de Bienes de Capital sigue levemente al alza (+1,2% i.a.), ubicándose como el rubro de mayor dinamismo en lo que va de 2023.

La importación de porotos de soja siguió empujando las importaciones no energéticas. Las compras treparon a USD 700 M (+USD 400 M i.a.), llegando a representar el 12% de las compras externas durante el mes y redondeando un primer cuatrimestre récord representando el 8% de las importaciones realizadas (ver gráfico debajo). Esta dinámica se explica por las necesidades de la industria del crushing de soja local, afectada por el desplome en la cosecha y enseñando una elevada capacidad ociosa. Las compras de poroto son utilizadas para su transformación y posterior comercialización como aceite y harina y pellets.

Asimismo, las compras externas del complejo automotriz cerraron un cuatrimestre al alza (+13% i.a.). Las importaciones de autopartes crecieron un 22% i.a., contribuyendo al buen desempeño de las exportaciones en lo que va de 2023 (+24% i.a.). Sin embargo, las compras de vehículos finales se desplomaron, con un retroceso del 9% i.a. en vehículos para pasajeros y 29% i.a. para mercancías.  Como resultado, el complejo presentó un abultado déficit comercial en torno a los USD 1.100 M, representando 7 de cada 10 dólares del rojo comercial acumulado en 2023.

Balanza energética

Por último, la balanza energética marcó un superávit en el primer cuatrimestre (+USD 116 M). En abril, el sector arrojó un resultado positivo en torno a los USD 100 M, con importaciones retrocediendo 40% i.a., arrastradas principalmente por el descenso en los precios (-30% i.a.); y exportaciones cayendo (-16% i.a.), aunque exhibiendo un crecimiento de los volúmenes (+4% i.a.) que fue contrarrestado por la abrupta reducción en los precios (-19% i.a.).

De este modo, luego de un primer cuatrimestre en 2022 de marcado déficit energético (-USD 368 M), en el lapso Enero-Abril de 2023 se retornó al habitual superávit del trienio 2019-21, aunque levemente por debajo del promedio (-USD 70 M).

¿Qué esperamos hacia adelante?

Para este año esperamos una importante merma en las exportaciones. Los estragos de la severa sequía que atraviesa Argentina significarán pérdidas en las exportaciones agrícolas próximas a los USD 20.000 M (equivalentes a más de 3 meses de importaciones). Asimismo, las proyecciones de cosecha gruesa aún no encuentran piso: en la semana la Bolsa de Cereales de Buenos Aires volvió a ajustar a la baja su proyección de cosecha de soja a 21 M/Ton (vs 43,3 M/Ton en 2022), en línea con lo que estima la Bolsa de Comercio de Rosario.

En este sentido, al ser el complejo sojero y maicero los dos principales complejos exportadores de la economía -en 2022 explicaron casi 4 de cada 10 USD exportados- las principales caídas en las colocaciones externas tendrán lugar en los meses siguientes, en el marco del cómputo de la mayor parte de la cosecha gruesa.

Por otra parte, más allá de la efectividad del “dólar agro” para adelantar (no aumentar) la liquidación de divisas, la producción de las economías regionales se encuentra también muy golpeada por las inclemencias climáticas. Para ejemplificar, el Instituto Nacional de Vitivinicultura (INV) estima que la producción total de uva caería un 21% anual en 2023 (la recolección acumulada al 14 de mayo muestra una merma del 25% i.a.), siendo la peor campaña desde 2011 e hilvanando dos años de caída consecutiva. En situación similar se encuentra la campaña 2022/23 de maní, con una producción que descendería 39% i.a., según la Bolsa de Cereales de Córdoba (BCCA). En tanto según el Instituto Nacional de la Yerba Mate (INYM), el sector registra en marzo una caída acumulada del 13% en el ingreso de hoja verde para los secaderos.

Irremediablemente, la aguda escasez de divisas agudizará la caída de los volúmenes importados no-energéticos en los próximos meses, limitando la expansión potencial del mercado interno producto de un menor abastecimiento de insumos y bienes finales.

En ese marco, el Gobierno seguirá apelando a distintas medidas con el fin de evitar una caída mayor en las importaciones: (1) alterar la naturaleza de la estrategia cambiaria: para acotar el exceso de demanda de divisas, se amplían y extienden los desdoblamientos sectoriales ad-hoc (devaluaciones parciales), tanto para las exportaciones (aumentar la oferta neta de divisas en el corto plazo, a costa de comprometer futuras liquidaciones y generar impactos en los precios) como para las importaciones, haciendo que el dólar oficial sea cada vez menos relevante en el comercio exterior; (2) Obtener recursos adicionales a través de la cuenta financiera (OFIs, Fondo Saudí, activación del swap con China, negociaciones con Brasil); (3) Negociar con el FMI para flexibilizar la meta de reservas, adelantar desembolsos y/o reducir el monto de los pagos netos de este año; (4) seguir forzando postergaciones en el pago de importaciones, con un margen escaso (deuda por importaciones es la más alta desde 2003); (5) importar más porotos de soja para mejorar las exportaciones netas del sector.

Déficit comercial: el peor arranque en 5 años

En marzo, el saldo comercial exhibió un fuerte deterioro, rozando los -USD 1.100 M, el valor más elevado desde agosto de 2018. De esta manera, el 1T del año acumuló un déficit de USD 1.300 M, constituyendo el peor arranque en 5 años.

Las exportaciones cayeron por 4° mes consecutivo. Sumaron USD 5.700 M (-22% i.a.), con volúmenes que volvieron a desmoronarse (-17% i.a.) y precios internacionales que, lejos de compensar, retrocedieron por 2° mes al hilo (-6,5% i.a.).

Las importaciones mostraron un mayor dinamismo al de los meses recientes. Las compras externas alcanzaron aproximadamente los USD 6.800 M (-4% i.a.) y se colocaron muy por encima del promedio de los últimos cinco meses (+USD 1.300 M). No obstante, los volúmenes siguen en baja (-6,5% i.a.), parcialmente compensado por precios anotando un leve repunte (+2,3% i.a.)

A los males de la sequía se le añaden términos de intercambio (relación entre precios de exportación e importación) que retroceden por tercer mes (-8,6% i.a.). Al compararse con los precios vigentes en marzo 2022, el déficit comercial habría sido 50% menor (-USD 500 M). No obstante, los términos de intercambio del 1T 2023 fueron 15% superiores al promedio histórico (2004 22).

¿Qué productos explican la caída en las exportaciones? ¿cuáles permitieron un mayor dinamismo de las importaciones? ¿qué esperamos hacia adelante?

El doble impacto de la sequía

Dentro de los productos de peor performance en su comparación interanual, destacaron, por un lado, Harina y pellets de soja (-39% i.a., -USD 390 M) y Aceite de soja (-69% i.a., -USD 350 M), mermas influenciadas por el adelantamiento producido por las diferentes ediciones del “dólar soja”. Como resultado, e influidas principalmente por los menores volúmenes, las Manufacturas de Origen Agropecuario (MOA) totalizaron USD 1.800 M (-29% i.a.), siendo el peor marzo en 3 años.

Por otro lado, el desplome de las ventas externas de Trigo (-76% i.a., -USD 460 M) siguió reflejando el impacto de la sequía, al que se le añadió la caída en Maíz (-20% i.a., -USD 158 M). De esta forma, el rubro Productos Primarios (PP) rozó los USD 1.400 M (-33,5% i.a.), una caída explicada exclusivamente por un marcado retroceso de las cantidades (-37% i.a.), con precios que compensaron ligeramente la merma (+5% i.a.).

Por último, las Manufacturas de Origen Industrial (MOI) alcanzaron los USD 1.800 M (-5% i.a.). Los volúmenes externos crecieron levemente (+4% i.a.), impulsados por las ventas de Vehículos para transporte de mercancías (+47% i.a.), aunque los precios volvieron a reducirse por segundo mes consecutivo (-9,4% i.a.).

A raíz de la sequía, la mayor importación de porotos de soja impulsó a las importaciones no-energéticas. Las importaciones de porotos de soja marcaron un récord histórico para un marzo (USD 840 M, +USD 580 M i.a.), llegando a explicar el 12% de las importaciones, otro récord. Esta dinámica se explica por las necesidades de la industria del crushing de soja local, afectada por el desplome en la cosecha y enseñando una elevada capacidad ociosa. Las compras de poroto son utilizadas para su transformación y posterior comercialización como aceite y harina y pellets.

No obstante, los volúmenes importados de usos vinculados a la producción, como Bienes de Capital (-14% i.a.) y Bienes Intermedios (-1% i.a.) continúan retrocediendo. En tanto, Piezas y Accesorios de Bienes de Capital anotó un leve repunte en sus cantidades (+5% i.a.).

Por último, la balanza energética registró un equilibrio en el 1T (+USD 25 M). De este modo, si bien se revirtió el déficit energético del 1T de 2022 (-USD 230 M), el resultado se encuentra muy por debajo del superávit promedio para un 1T de los últimos años (+USD 208 M, 2019-21). En marzo, el sector marcó un superávit de USD 150 M (segundo mes al hilo en positivo), con importaciones retrocediendo 45% i.a., arrastradas principalmente por un marcado descenso en los volúmenes (-34,2% i.a.); y exportaciones cayendo en menor medida (-6,6% i.a.), aunque exhibiendo un importante crecimiento de los volúmenes (+19% i.a.), contrarrestado por la abrupta reducción en los precios (-22,2% i.a.).

Los costos de los fletes siguen cayendo

El costo de los fletes se ubicó en USD 85,5 por tonelada en marzo, el valor más reducido desde mediados de 2021. Luego del pico de USD 170 de noviembre 2022 -el más elevado desde que el INDEC comenzó a publicar su medición- los fletes retrocedieron por cuarto mes consecutivo, acumulando un descenso del 50%.

¿Qué esperamos hacia adelante?

Los estragos de la sequía significarán pérdidas de exportaciones agrícolas próximas a los USD 20.000 M. Ante una sequía de magnitud histórica, las proyecciones de cosecha gruesa aún no encuentran piso: la Bolsa de Cereales de Buenos Aires (BCBA) volvió a recortar esta semana su estimación de producción de soja a 22,5 M/Ton, el peor registro desde al menos la campaña 2000/01.

Por otra parte, más allá de la efectividad del “dólar agro” para adelantar (no aumentar) la liquidación de divisas, las economías regionales se encuentran también muy golpeadas por las inclemencias climáticas. Para ejemplificar, el Instituto Nacional de Vitivinicultura (INV) estima que la producción total de uva caería un 21% anual en 2023, siendo la peor campaña desde 2011 e hilvanando dos años de caída consecutiva -la campaña 2022 es la segunda más baja desde 2011-. Situación similar se encuentra la campaña 2022/23 de maní, con una producción que descendería 33% i.a., según Bolsa de Cereales de Córdoba (BCCA).

Irremediablemente, la escasez de divisas agudizará la caída de los volúmenes importados no-energéticos, que limitarán la expansión potencial del mercado interno producto de un menor abastecimiento de insumos y bienes finales.

En ese marco, el Gobierno seguirá apelando a distintas medidas con el fin de evitar una caída mayor en las importaciones: (1) alterar la naturaleza de la estrategia cambiaria: para acotar el exceso de demanda de divisas, se amplían y extienden los desdoblamientos sectoriales ad-hoc (devaluaciones parciales), tanto para las exportaciones (aumentar la oferta neta de divisas en el corto plazo, a costa de comprometer futuras liquidaciones y generar impactos en los precios) como para las importaciones, haciendo que el dólar oficial sea cada vez menos relevante en el comercio exterior; (2) Obtener recursos adicionales a través de la cuenta financiera (OFIs, Fondo Saudí); (3) Negociar con el FMI para flexibilizar la meta de reservas y/o reducir el monto de los pagos netos de este año; (4) seguir forzando postergaciones en el pago de importaciones, con un margen escaso (deuda por importaciones es la más alta desde 2003); (5) importar más porotos de soja para mejorar las exportaciones netas del sector.

Importaciones en caída sin amortiguadores a la vista

Durante el primer semestre de 2022, la actividad económica desplegó un gran crecimiento. El consumo privado creció 6,3% sin estacionalidad (s.e.), mientras que la inversión trepó 9,7% s.e., alcanzando niveles récords bajo una mayor presencia de bienes importados (ver informe). Así, la actividad acumuló un crecimiento de 3,4% s.e. hasta julio.

Esta veloz recuperación de la economía post-pandemia -en un marco de recomposición y mejora de los márgenes empresariales- impulsó a los volúmenes de las importaciones no-energéticas a alcanzar niveles próximos al récord histórico: hasta abril de 2022 acumularon una mejora del 5% s.e., acercándose al nivel máximo registrado en marzo de 2018 y marcando el pico de una fase de dos años de crecimiento sostenido. Esta expansión fue factible -en buena medida – gracias al crecimiento en las exportaciones (+1,3% s.e.) que, con el impulso esencial de los mayores precios, alcanzaron un récord histórico en sus valores.

Crónica de restricciones anunciadas: las importaciones como variable de ajuste

Sin embargo, la acumulación de desequilibrios impuso un límite. La combinación de un persistente atraso del tipo de cambio -el ITCRM acumuló una apreciación del 23% en junio 2022 respecto a diciembre 2019-, una elevada brecha cambiaria -las diferentes brechas pegaron un salto mensual hacia fines de junio de 15 p.p.- y la necesidad de mayores importaciones energéticas en un contexto de precios en máximos históricos pusieron en jaque la meta de acumulación de reservas durante junio.

El agravado cuadro de las reservas a mediados de año se resolvió reforzando las restricciones a las importaciones. Hacia finales de junio salieron a luz las primeras medidas, que -Comunicación “A” 7532 mediante- restringieron el acceso al MULC para el pago de importaciones, sumado a la ampliación del universo de bienes bajo Licencias No Automáticas (LNA). De todas formas, luego de una breve demora para su instrumentación, vendría la medida más fuerte bajo la implementación del SIRA desde octubre.

En respuesta, los volúmenes no-energéticos importados se desplomaron. Luego del pico histórico alcanzado en abril, entre mayo y septiembre las importaciones registraron una caída mensual promedio del 2% s.e., acelerando su deterioro – SIRA mediante – durante el último trimestre de 2022 (-3% s.e.). Si bien en enero se registró una mejora mensual no menor (+5,7% s.e.) no fue suficiente para torcer la tendencia y febrero anotó una nueva contracción mensual (-2,3% s.e.).

En el corto plazo, las restricciones a las importaciones limitan la expansión potencial del mercado interno vía una menor disponibilidad de insumos y bienes (en cantidad y variedad), presionando sobre los precios y/o postergando la decisión de compra de los consumidores. Como correlato, entre agosto 2022 y enero 2023 la actividad cayó un -2,2% s.e.

Llegado este punto, cabe preguntarse: ¿qué tan brusca viene siendo la caída en las importaciones con relación a otros episodios? ¿a qué responde la diferencia respecto al periodo de restricciones 2011-15? ¿qué esperar hacia adelante?

Diferencias respecto a episodios pasados

Cabe distinguir entre periodos en los que las importaciones disminuyeron producto de factores “naturales/shocks (devaluación contractiva, crisis internacional, sequía), como los de 2008-09 o 2018-19, o “artificiales/inducidos” (restricciones comerciales, cepo), más asociados al lapso 2011-15 o el iniciado a mediados de 2022.

En tal sentido, si bien la fase contractiva actual resulta más leve que la de 2018-19, es más aguda que la ocurrida durante 2011-15, signada por la instauración del cepo y las restricciones a las importaciones y, por estos motivos, más asemejable a la actual. En esta comparación, sobresalen dos hechos:

(i) El ritmo de la caída actual es muy superior al de aquel entonces. Entre octubre 2011 y diciembre 2015 el descenso acumulado fue de casi 20% (0,4% promedio mensual), mientras que la etapa actual cayó a un ritmo del 1,9% mensual y acumuló una caída de 17% en tal sólo 9 meses (abril 2022 – febrero 2023). En este sentido, la vulnerabilidad cambiaria de mediados de 2022 fue mucho más grave que la vigente a finales del 2011, explicando en parte la necesidad de inducir un mayor freno en las compras externas: en noviembre 2011, la Reservas netas (sin DEG) equivalían a 5,2 meses de importaciones no energéticas, mientras que en mayo 2022 esta relación fue de menos de 8 días.

(ii) Durante 2011-15 la actividad económica dio muestras de resiliencia y logró amesetarse en niveles elevados. A pesar de una marcada volatilidad que contrajo la economía 5% (s.e.) durante septiembre 2011 y mayo 2012 y 4,4% (s.e.) entre septiembre 2013 y septiembre 2014 -salto cambiario de enero 2014 mediante-, la economía repuntó hacia julio del 2015 (+7,4%) y se situó en los valores más elevados desde 2004. No obstante, el estancamiento de la actividad redundó en una contracción de PIB per-cápita del 2% respecto a 2010.

¿Qué elementos permitieron sostener la actividad en aquel entonces? ¿existen actualmente? 

La principal diferencia respecto a 2011-15 es que la etapa actual no dispone de los amortiguadores que permitieron evitar una caída sostenida de la actividad: durante 2011-15 existió mayor espacio para acumular desequilibrios y estimular la economía, mientras que la política económica no se encontraba auditada por el FMI.

Destacamos 7 principales diferencias:

1) Mayor espacio fiscal-monetario. En 2010, el resultado fiscal primario (Sector Público Nacional No Financiero) era un leve superávit del 0,5% del PIB. Esta posición permitió abordar los siguientes años con grados de libertad suficientes para alentar la actividad y los ingresos mediante un fuerte aumento del gasto público: el gasto corriente primario representó en 2015 el 21% del PIB, 4 p.p. por encima de 2010. Más de la mitad de esta expansión respondió al crecimiento en las prestaciones de la seguridad social, mientras que sumadas a los subsidios y al resto del gasto social (asignaciones, bonos) explicaron un 75% del mayor gasto público. Así, en 2011 se registró un déficit fiscal primario de 1,5% del PIB, trepando en 2015 al 4,5%.

Asimismo, sin acceso al financiamiento externo (pese a tasas de interés internacionales en mínimos históricos), la asistencia monetaria del BCRA al Tesoro pegaría un salto, pasando de 1,8% en 2010 al 2,7% del PBI en 2015 (+0,9 p.p.), siendo la principal fuente de financiamiento del creciente déficit.

2) Tasas de interés sostenidamente negativas. Entre 2011 y 2015, las tasas desincentivaron el ahorro en moneda nacional (contracara de incentivar al consumo, el crédito barato y la demanda de dólares): en los 60 meses que duró ese periodo, sólo en 9 meses (15% de los meses) se registró un rendimiento mensual positivo respecto a la inflación.

3) Inflación creciente, pero más de un tercio menor a la actual. Según el IPC GBA Ecolatina, el ritmo mensual pasó de un 1,3% en el segundo semestre de 2011 a situarse cómodamente en torno al 2%, pasando de cerca del 18% i.a. en diciembre 2011 a 25% a finales de 2015 (saltaría al 30% i.a. en diciembre). La inflación no fue mayor producto del marcado atraso que sufrieron las tarifas de los servicios públicos, los cuales aumentaron 183% en el periodo, muy por debajo de la inflación general y de la inflación de los bienes (260%), a lo que se le sumó el fuerte atraso del tipo de cambio oficial.

4) Reservas internacionales elevadas. Hacia diciembre de 2011 las reservas netas (sin DEGs) rozaban los USD 28.000 M. Estos recursos disponibles en las arcas del BCRA permitieron sostener un grado de restricciones más laxo que el actual y extenderlas por un período prolongado. Asimismo, fue un factor fundamental para convalidar una sostenida apreciación cambiaria. El stock de reservas netas cerraría 2015 en apenas USD 1.300 M.

5) Apreciación cambiaria. El año 2011 se inició con un tipo de cambio real relativamente elevado, el cual otorgó un colchón para continuar atrasando el tipo de cambio en los años venideros. Si bien hacia noviembre de 2011 el ITCRM se encontraba apreciado en un 25% respecto al promedio enero 2002 octubre 2011, el nivel de partida, los elevados precios internacionales hasta mediados de 2014 y un BCRA con reservas para defender el tipo de cambio brindaban margen para seguir apreciando. Hacia noviembre 2015 el atraso llegaría al 45%. La pérdida de competitividad externa y divisas tendrían como contracara un mayor salario en dólares que contribuiría a sostener el consumo privado.

6) Salarios “adelantados”. A pesar del salto en los niveles y el ritmo inflacionario, los salarios reales (formales e informales) alcanzaron a mediados de 2013 el valor más alto desde 2004. Asimismo, a pesar del impacto de la devaluación producida en enero 2014, que desplomó las remuneraciones reales en un 4% durante ese año, el salario real promediaría en 2015 un nivel 5% mayor al de 2010.

7) Reducido stock de deuda comercial. El acotado nivel de deuda comercial por bienes y servicios -rondaba los USD 22.000 M en 2010- le permitió al Gobierno en aquel entonces postergar los pagos “al contado” de las importaciones. De este modo, entre el 4T 2010 y el 4T 2015 el stock trepó USD 11.500 M, pasando de representar el 30% de las importaciones de bienes y servicios en 2010 al 45% a finales de 2015.

En contraste, en 2023:

(a) No existen márgenes para apuntalar la actividad y los ingresos impulsando un aumento real del gasto público o un nuevo congelamiento de tarifas: el límite tangible del financiamiento del Tesoro (BCRA y mercado local) fuerza al Gobierno a alinearse a las metas acordadas con el FMI;

(b) No hay espacio para atrasar aún más el tipo de cambio oficial como ancla inflacionaria o volver a tasas de interés reales negativas, dadas las exiguas reservas y el grave impacto de la sequía;

(c) Los salarios reales (formales e informales) vienen de hilvanar 5 años de caída consecutiva y se encuentran en niveles muy por debajo de aquel entonces (por caso, respecto a diciembre 2017 la caída acumulada es de un 22%). Los elevados niveles de inflación dificultan una recuperación sostenida de las remuneraciones;

(d) La deuda por importaciones de bienes y servicios es la más elevada desde el 2003. El stock de deuda hasta el 3T 2022 creció USD 10.200 M frente al 4T 2021, superando los USD 40.000 M, y estimamos que finalizó el 2022 por encima de los USD 42.000 M. Como resultado, en sólo un año la deuda acumulada fue similar a la generada en 2011-15. Esta dinámica difícilmente pueda continuar a lo largo de 2023, limitando una herramienta para aliviar el impacto de las restricciones a las importaciones.

(e) Sobre esta base se monta el agudo impacto del derrumbe en la cosecha agrícola frente a un exiguo stock de reservas netas con el que se parte. En lo que va del año, el BCRA lleva vendidos casi USD 3.000 M en el MULC, mientras que las reservas netas -criterio del FMI- acumulan una merma de casi USD 7.000 M. Este deterioro se produjo frente a un desplome en la oferta de divisas del sector agrícola en el 1T (-65% i.a.) a mínimos históricos, producto del impacto de la sequía sobre el trigo, el adelanto de liquidación que produjo el “dólar soja 2.0” y el incentivo del sector a retener a la espera de una nueva edición de este programa.

Conclusiones y perspectivas

En este escenario, los avances en la negociación con el FMI para relajar la meta de reservas del 1T en USD 3.600 M y la del 4T en USD 1.800 M, constituyen leves paliativos frente a una caída en las exportaciones agrícolas que rozaría los USD 20.000 M esta campaña (4 meses de importaciones). Además, este año el financiamiento neto (pagos menos desembolsos) con el FMI será negativo (por primera vez desde 2018) en cerca de USD 4.900 M (1 mes más de importaciones).

Frente a este panorama, y sin acceso a los mercados internacionales de crédito para intentar suavizar este shock transitorio, el ahorro en importaciones energéticas y los ingresos adicionales que se consigan por la cuenta financiera (mayores préstamos de OFIs, swaps, inversiones desde China, etc.) estarán lejos de neutralizar este impacto. Asimismo, si bien un próximo “dólar soja” y su ampliación a otros sectores podría traer algo de alivio de corto plazo en el frente externo, no habrá margen para flexibilizar sostenidamente las restricciones a las importaciones, sino más bien lo contrario.

Con todo, la probable profundización de las restricciones a las importaciones -junto al impacto directo del derrumbe de la producción agrícola- será uno de los principales drivers de la recesión que experimentará la economía argentina en 2023. 

Sequía y restricciones: el saldo comercial se reduce

En febrero, el saldo comercial fue levemente positivo (+USD 180 M), aunque retrocediendo casi 80% frente a los +USD 820 M del mismo mes de 2022 y acumulando en el primer bimestre un déficit de USD 300 M, el peor resultado desde 2018.

Las exportaciones -impactadas por la sequía- volvieron a deteriorarse. Durante febrero las ventas externas sumaron USD 5.200 M (-18,9% i.a.), hilvanando su tercer mes consecutivo de caída interanual. El deterioro obedeció principalmente a una abrupta caída en la colocación de volúmenes externos (-16% i.a.), al tiempo que los precios disminuyeron -3,5% i.a., cortando una racha de dos años de crecimiento ininterrumpido.

Por otro lado, las importaciones se contrajeron al calor de las restricciones. Las compras externas alcanzaron los USD 5.000 M (-10% i.a.), y su desmejora estuvo explicada exclusivamente por una violenta caída en los volúmenes importados (-12% i.a.), dado que los precios treparon (+1,6% i.a.) por tercer mes consecutivo.

Así, el flujo comercial (exportaciones + importaciones) totalizó USD 10.300 M en febrero (-15% i.a), acusando principalmente el impacto conjunto de la sequía y las restricciones sobre los volúmenes, con una menor influencia de las variaciones en los precios.

En este marco, los términos de intercambio retrocedieron por segundo mes consecutivo (-5% i.a.), pero se sostiene en niveles históricamente elevados -7 p.p. por encima de los últimos 10 años-. No obstante, este retroceso aún no es suficiente para explicar el deterioro comercial: si los precios de exportaciones e importaciones hubiesen permanecido en los mismo niveles que en el primer bimestre del 2022 el saldo comercial aun así mostraría una caída de USD 37 M.

Exportaciones, sufriendo la sequía

Afectados por la sequía, los rubros relacionados a la actividad agrícola retrocedieron nuevamente. Trigo destacó como el producto de mayor caída en su comparación interanual, desplomándose 90% i.a.  (- USD 685 M), exportando apenas USD 75 M. En el primer bimestre, las exportaciones sumaron sólo USD 225 M, 85% menos que los USD 1.600 M exportados en 2022. Así, Productos Primarios (PP) totalizó ventas por USD 1.200 M (-33% i.a.), explicada esencialmente por una caída en los volúmenes del 35% i.a.

Por su parte, las Manufacturas de Origen Agropecuario (MOA) exhibieron el peor febrero desde el 2020. Las exportaciones del rubro rondaron los USD 1.800 M (-16% i.a.), arrastradas a la baja por una merma en las cantidades de similar magnitud. Aquí se destacó el derrumbe en las ventas de Harina y Pellets de Soja (-40% i.a., -USD 352 M), segundo detrás de Trigo, aportando de esta forma unos USD 500 M.

Por último, las Manufacturas de Origen Industrial (MOI) registraron un retroceso. Las colocaciones externas cayeron 10% i.a. hacia los USD 1.500 M, influenciadas de forma negativa por los precios (-10% i.a.) y un leve retroceso de los volúmenes (-5% i.a.).

Importaciones, impactadas por las restricciones

A su vez, fruto del torniquete externo, las importaciones no-energéticas siguen en caída libre. Los volúmenes importados retrocedieron 2,3% mensual (sin estacionalidad), acumulando una caída de 17% desde abril del 2022. De esta manera, rozaron los USD 4.400 M, ubicándose USD 200 M por debajo de los últimos dos meses y retrocediendo 7 p.p. en su comparación anual.

Los usos más afectados en sus cantidades fueron Bienes de Capital (-22% i.a.) y Bienes Intermedios (-7% i.a.). En tanto, Piezas y Accesorios de Bienes de Capital retrocedió levemente (-1% i.a.), compensado por un aumento en los precios (4% i.a.) e implicando un egreso – en línea con el último bimestre – de USD 1.100 M.

Por último, la balanza energética marcó un leve superávit de USD 82 M en febrero. Las importaciones energéticas retrocedieron 30% i.a. a USD 634 M, arrastradas principalmente por un marcado descenso en los volúmenes (-37% i.a.). Por otro lado, se registró un repunte de los volúmenes exportados (+11% i.a.), que fue compensado por la reducción en los precios (-10% i.a.), resultando en exportaciones similares a febrero del 2022 (USD 716 M). Con todo, el resultado no fue suficiente para compensar el déficit de enero y la balanza para el primer bimestre acumuló un rojo de -USD 123 M, el más elevado desde el 2016.

Los costos de los fletes siguen cayendo

El costo de los fletes se ubicó en USD 113 por tonelada en febrero, el valor más reducido desde mediados de 2022. Luego del pico de USD 170 de noviembre de 2022 -el más elevado desde que el INDEC comenzó a publicar su medición- los fletes retrocedieron por tercer mes consecutivo, acumulando un descenso del 33%.

¿Qué esperamos hacia adelante?

Los estragos de la sequía y las heladas (tardías y tempranas) significarán este año pérdidas de exportaciones agrícolas próximas a los USD 20.000 M. Como consecuencia de la menor liquidación, las ventas del BCRA en el mercado cambiario ya superan los USD 2.200 M en lo que va del año, colocando a la autoridad monetaria en una frágil situación al reducir su poder de fuego para seguir sosteniendo la estrategia cambiaria del crawling peg, frente a un reducido stock de reservas netas – en torno a los USD 1.000 M, siguiendo la metodología FMI-.

En este marco, los avances en la negociación con el FMI para “relajar” las metas de reservas constituyen un paliativo sin significatividad de cara al shock por la sequía que sufrirá la economía. Cabe lo mismo para el potencial ahorro de divisas que permitiría la puesta en marcha del Gasoducto NK, con las licitaciones anticipadas para las importaciones de GNL que generarían, hasta el momento, un ahorro de al menos USD 1.500 M-. En este sentido, aprovechando el descenso del precio internacional del GNL, próximamente volverían a licitarse nuevos buques en reemplazo de importaciones de gasoil y fueloil, por lo cual en ese momento sabremos con mayor certeza el ahorro que podría generase.

Como corolario, las restricciones a las importaciones se profundizarán a lo largo de 2023. Así, a los 2 p.p. de caída del PBI que significa de forma directa la caída en la cosecha de soja y maíz, se adicionará la agudización de las restricciones a los volúmenes importados no-energéticos, que limitarán la expansión potencial del mercado interno producto de un menor abastecimiento de insumos y bienes finales.

 

 

 

La sequía ya se hace sentir en la balanza comercial: el peor enero en cinco años

Durante enero, el saldo comercial fue negativo y orilló los USD 500 M, colocándose como el peor arranque en cinco años. En su composición, el valor de las importaciones detuvo su caída (+2,5% i.a.) luego de hilvanar dos reducciones interanuales, arrojando un resultado próximo a los USD 5.400 M, manteniéndose, de este modo, en los valores promedios del último bimestre del 2022, cuando comenzaron a visualizarse los efectos de las restricciones.

Por lo tanto, el rojo comercial se explicó en mayor medida por el deslucido desempeño de las exportaciones (-12% i.a., USD 4.900 M), cuyo desplome respondió exclusivamente a los menores volúmenes remitidos al exterior (-13% i.a.). Las ventas externas estuvieron afectadas principalmente por el impacto de la sequía sobre la producción de trigo, la cual tiene su temporada alta de exportaciones durante el verano.

Traccionada por estos factores, las cantidades vendidas al exterior del rubro Productos Primarios (PP) cayeron 45% i.a., registrando el descenso interanual más agudo para un enero desde el 2005. Por caso, destacaron que las exportaciones en valores de trigo se redujeron aproximadamente USD 700 M respecto al año previo y, en menor medida, de maíz (USD -170 M). De esta manera, PP generó un ingreso de USD 1.100 M, valor similar al del mismo período de 2021, cuando los precios se ubicaban un 30% por debajo de los actuales.

Respecto a los demás rubros, destacó el aporte de las Manufacturas de Origen Industrial (MOI) con USD 1.500 M, motorizado fundamentalmente por un aumento en las cantidades (12,5% i.a.) y consiguiendo el mejor arranque desde el 2018. En tanto que las Manufacturas de Origen Agropecuario (MOA), registraron una colocación externa de USD 1.800 M, similar al año previo, debido al sostenimiento de las ventas externas del complejo sojero.

Por el lado de las importaciones, las compras de energía colocaron a enero como el más elevado desde los años 90’ y pusieron un piso a la caída de las compras externas. De esta manera, el gasto por dicho concepto trepó a USD 700 M (+USD 350 M i.a.), impulsado por un aumento en volúmenes del 67% i.a. en un escenario de descenso en los precios (-18% respecto a diciembre), aunque aún muy por encima respecto al promedio histórico.

Sin embargo, las importaciones no energéticas continúan cayendo. Las cantidades de los usos no energéticos mostraron una contracción interanual durante enero, destacando Bienes Intermedios (-11% i.a.) y Bienes de Capital (-12% i.a.). Piezas y accesorios para Bienes de Capital fue el único rubro en registrar un crecimiento en cantidades (+25% i.a.), implicando una salida de USD 1.200 M (+USD 200 M i.a.).

¿Qué esperamos hacia adelante?

La sequía y las consecuencias de las últimas heladas tempranas podrían derivar en una reducción adicional del intercambio comercial. Si se tiene en cuenta sólo la sequía, las entidades especializadas convergen en una reducción de las exportaciones en torno al USD 10.000 M respecto al ciclo pasado. En este marco, las heladas tempranas sufridas durante la pasada semana arrojan una nueva incógnita a una campaña golpeada por los efectos de la falta de lluvias y humedad de los suelos.

Asimismo, el gasoducto NK se torna cada vez más fundamental. Los acuerdos energéticos con Brasil – un potencial pago en monedas locales, liberalización de gas boliviano – y las estrategias por adelantar importaciones– se licitaron treinta buques de GNL, cuyos efectos en el ICA comenzarían a verse en febrero- no serán suficientes si no se llegan a resultados concretos antes de la temporada invernal.

Estas dos variables definirán el espacio para la profundización de las restricciones. Si la sequía y las heladas golpean más de los previsto a las exportaciones agrícolas y el gasoducto NK no logra ponerse en marcha en tiempo y forma, las importaciones no energéticas podrían verse más castigadas durante el año y sufrir restricciones que las coloquen aún más por debajo de 2022.

La relación comercial de Argentina con Brasil: ¿un amor no correspondido?

Desde los albores del Tratado de Asunción a inicios de la última década del siglo XX, hecho que tiempo después diera a luz al Mercado Común del Sur (MERCOSUR), las relaciones comerciales[1] entre Argentina y Brasil han transitado un largo recorrido de profundización y, con sus luces y sombras, de integración comercial. Dicho impulso generó que el intercambio comercial (medido en moneda constante) pegara un salto entre 1993 y 1997 (previo al contagio de la crisis asiática en Brasil en 1998-99 y la crisis argentina de inicios de los 2000), acumulando un crecimiento del 75%.

Desde un punto de vista local, la relevancia de Brasil es incuestionable. Es nuestro principal socio comercial y primer destino de nuestras exportaciones desde hace no menos de veinte años. Además, es al país al que mayor colocación de Manufacturas de Origen Industrial (MOI) logramos realizar, concentrando en promedio cerca del 40% del total exportado por este rubro durante la última década.

No obstante, como veremos más adelante, la profundización de las relaciones comerciales ha instaurado una dinámica deficitaria para la balanza comercial argentina: desde inicios del presente siglo, en sólo seis años hemos logrado un superávit comercial con el Gigante Sudamericano.

Esta realidad “perversa” (déficit comercial crónico con el principal destino de nuestras exportaciones y mayor socio comercial) tiene lugar actualmente en un escenario signado por la escasez de reservas, con un año que involucrará pagos netos al FMI y una aguda merma del ingreso de divisas comerciales producto de la sequía. En este marco, el Gobierno -al calor de la afinidad con la nueva gestión de Lula- y la opinión pública desempolvaron en los últimos meses el antiguo proyecto de una moneda común entre ambos países, a lo que se sumaron entendimientos entre los países asociados a la posibilidad de un swap, la provisión de energía eléctrica y medidas para utilizar las monedas locales en el intercambio comercial bilateral, entre otros, buscando obtener aire en el frente de las divisas y financiamiento para el segundo tramo del Gasoducto NK.

En este marco, cabe realizarse las siguientes preguntas: ¿qué explica el déficit comercial crónico de Argentina con Brasil? ¿cuáles son los incentivos de Brasil de compartir instrumentos que beneficien a Argentina? ¿qué impacto esperamos para 2023?

Sobre incentivos y dinámicas de intercambio: el punto de vista de Brasil

El sector externo brasileño ha sido uno de los más dinámicos de la región. En promedio, durante el período 2010-2021, las exportaciones del país vecino crecieron al ritmo del 6,5% promedio anual, ubicándose por encima del crecimiento mundial (5,5%) y del flojo desempeño de la economía nacional (4,1%).

Sin embargo, este buen desempeño no tuvo como aliado a la Argentina, que fue el país que mayor participación perdió entre los años 2010 y 2022. Al observar el flujo comercial (importaciones + exportaciones) brasileño, la abrupta caída del peso de la economía nacional se encuentra explicada por la irrupción de China y su profundización como principal socio comercial. Como resultado, mientras perdimos 4 p.p. – la mayor caída entre los más de 200 países – la ganancia del gigante asiático fue de 10 p.p., siendo así la de mayor crecimiento. Resultado similar ocurre si se observa la participación nacional en las exportaciones brasileras, que durante el mismo período se redujeron 4,6 p.p., pasando de 9,2% a 4,6%.

De hecho, luego del mencionado impulso de las relaciones en la década de los 90´, se registran dos etapas posteriores bien diferenciadas en el vínculo. Durante el período 2003-11 se verificó una notable expansión, con un crecimiento promedio anual del 17%, para luego registrar un quiebre y caer durante la etapa 2012-21 a un ritmo anual promedio del 5%. De todas maneras, la alicaída relación entre ambos aún no es suficiente para sacarnos de la terna de los principales aliados comerciales, ubicándonos en el tercer lugar detrás de China y Estados Unidos, denotando la relevancia que aún prevalece en el vínculo.

Asimismo, un factor a señalar es la matriz en la que se desenvuelven dichas relaciones. Tomando como referencia el año 2022, mientras las colocaciones brasileñas hacia Argentina fueron en más de un 80% explicadas por las MOI, la proporción de MOI exportadas por Brasil al resto del mundo (excluyendo Arg.) fue de menos del 25%. Todo esto en un escenario de pérdida de dinamismo de la actividad industrial brasilera (-0,7% en 2022), registrando un descenso del 16% desde el último pico en 2013, sin lograr aún retornar a los niveles de actividad de la prepandemia (-1,3% vs 2019). Como correlato, la participación de las MOI en las exportaciones del país durante 2022 (27%) se encontró en los niveles más bajos desde 2009 (38%).

Por otra parte, la balanza comercial superavitaria de Brasil con Argentina se explica por las exportaciones de MOI. Los resultados comerciales por grandes rubros (exportaciones – importaciones) en 2022 arrojaron que Productos Primarios, Combustibles y MOA implicaron un déficit comercial para Brasil de cerca de USD 3.400 M. Por su parte, el superávit de las MOI contribuyó a un ingreso de aproximadamente USD 5.000 M y, muy por detrás, minerales aportó USD 725 M netos.

En concreto, el intercambio comercial con Argentina es motivado por las MOI y la relación con el resto del mundo es explicada por las materias primas. De este modo, durante 2022 Argentina se ubicó en el segundo lugar de destino de las MOI, quedando detrás de Estados Unidos, destino que nos desplazó del primer lugar desde 2014.

La Industria Automotriz es el factor principal a la hora de explicar la composición de las MOI. Como es de esperarse, los primeros cuatro productos brasileños exportados hacia Argentina durante el 2022 estuvieron relacionados a dicha industria[2], en la cual se registra una complementariedad productiva e integración vertical, con un Brasil más especializado en las fases iniciales de la producción -las autopartes explicaron el 57% de esta industria en las exportaciones hacia nuestro mercado durante 2022- y Argentina en las etapas finales de la misma, lo que explica el déficit comercial crónico de la Argentina. A pesar de ello, el sector no ha estado exento de las transformaciones del comercio regional derivados del emergente chino. En particular, las exportaciones nacionales de autopartes se han visto postergadas: durante los últimos doce años, las ventas nacionales de las mismas hacia Brasil representaron un 17% del total de la industria, mientras que en la primera década del presente siglo rozaron el 34%, alcanzando picos de más de la mitad durante el 2004.

No obstante, debe destacarse la trascendencia de los insumos intermedios que Brasil exporta hacia Argentina, fruto a su vez del segmento automotriz, los cuales involucran sectores de la industria relacionados a la metalmecánica (productos laminados de hierro) y productos químicos, caucho y plástico (derivados del caucho como neumáticos, polímeros de etileno, entre otros) y bienes de capital asociados al sector agropecuario (tractores, principalmente).

Como corolario, el mercado nacional es el destino de una industria brasileña con problemas de competitividad para exportar hacia el resto del mundo. Durante 2022, mientras son 18 los principales productos MOI de exportación hacia Argentina que concentran el 50% del total, señalando la heterogeneidad de estas, tan sólo 8 productos explican más del 50% de las MOI colocadas a Estados Unidos, y la mitad de dicho 50% se explica en productos minerales con reducido valor agregado (productos intermedios de hierro o acero sin alear y fundición en bruto en lingotes).

Concretamente, los incentivos de Brasil para cooperar se anclan en la predominancia de los bienes manufacturados en el intercambio bilateral. Los intereses del país vecino se fueron gestando a lo largo del tiempo, con un estrechamiento en las relaciones que ha derivado en una vinculación económica con diferentes grados de integración vertical y complementariedad que excedieron la reconocida industria automotriz, alcanzando a segmentos como los productos químicos, caucho, plástico y metalmecánica.

¿Qué esperamos hacia adelante?

En un año de escasez de oferta de divisas comerciales, los acuerdos buscarán evitar un freno en las importaciones desde Brasil y el daño que eso podría causarle a la actividad. Por caso, dentro de las medidas en danza, la ampliación de entidades financieras que ofrezcan herramientas de prefinanciamiento para las importaciones y exportaciones y la ampliación de los plazos resulta ser la más factible de entrar en funcionamiento en el corto plazo. Este esfuerzo de cooperación y coordinación entre el Banco Nación y el Banco do Brasil permitiría a los importadores locales extender el plazo de pago a 366 días y representaría un alivio para las menguadas arcas del BCRA. De realizarse, podría ser un vehículo que permita sostener los niveles de importaciones en uno de los frentes que tendremos a lo largo de 2023.

Otro de los aspectos a destacar se concentra en el sector energético. En concreto, el Memorando firmado durante noviembre de 2022 entre ambos países habilitó que la compra-venta de energía eléctrica se realice a través de monedas locales. A su vez, existen negociaciones para que Brasil reduzca la importación de gas boliviano, lo que abriría las puertas para que Argentina inicie negociaciones para su compra previo a la temporada invernal. Por último, seguimos en la búsqueda para obtener financiamiento por parte del Banco Nacional de Desarrollo Económico y Social (BNDES) para el segundo tramo del Gasoducto NK (con efectos hacia 2024), el cual permitiría exportar gas de Vaca Muerta hacia Brasil. El mismo sería para financiar caños y materiales necesarios para la construcción, lo que trae a escena la relevancia del sector manufacturero brasilero para el mercado local.

Con todo, existen incentivos para la instrumentación de herramientas de cooperación por el lado de Brasil. Como vimos a lo largo de este informe, somos el tercer socio comercial en orden de importancia, 2° destino de las colocaciones de MOI y compartimos una interdependencia industrial en una variedad de sectores. Dicho esto, no esperamos grandes cambios en el intercambio bilateral en el corto plazo, donde la efectividad de dichas medidas determinará si se pueden contener los niveles de intercambio y aislarlos de los coletazos de la economía nacional.

[1] En este informe nos concentraremos en las relaciones comerciales entre ambos países, omitiendo, entre otras cuestiones, las implicancias geopolíticas y/o de agendas conjuntas de coordinación y desarrollo regional.

[2] La misma se encuentra motorizada por el acceso preferencial que concede el Acuerdo de Complementación Económica (ACE-14) entre ambos países, el cual data desde 1990 (prorrogado y modificado hasta la actualidad), bajo el paraguas del MERCOSUR (protección arancelaria mediante). El ACE-14 estableció derechos de importación para vehículos finales del 50% y un 2% para autopartes, sumado a diferentes medidas como los requisitos de componentes nacionales en el valor agregado total.

El 2022 cerró con el menor saldo comercial desde 2018

En diciembre el saldo comercial orilló los USD 1.100 millones. Concretamente, las exportaciones alcanzaron los USD 6.100 millones (-7% i.a., tercera reducción interanual en 2022), mientras que las importaciones registraron una marcada caída del 19% en su comparación interanual, registrando apenas USD 5.000 millones en el último mes en el marco de la continuidad de las restricciones.

Centrando la mirada en los rubros, por el lado de las ventas externas, se destacó el descenso de Productos Primarios (-26% i.a.) y las Manufacturas de Origen Industrial (-9% i.a.). En cuanto a las compras, los principales rubros que explicaron la caída fueron Bienes de Capital (-24% i.a.) y Bienes Intermedios (-19% i.a.).

Con estos números, el saldo comercial acumulado en 2022 trepó a USD 6.800 millones, el más bajo desde el 2018, pese a unos términos de intercambio históricamente elevados. Tanto las exportaciones (USD 88.300 millones aproximadamente) como las importaciones (cerca de USD 81.500 millones) alcanzaron valores inéditos, donde influyó la elevada inflación global. Como resultado, respecto al promedio histórico el precio de los productos vendidos al exterior creció un 78%, mientras que el de las compras externas lo hizo en un 31%.

Con todo, ¿qué explicó la reducción en el saldo comercial ante términos de intercambio en máximos históricos? ¿qué esperamos para 2023?

Pasando revista a 2022

Durante el 2022, el intercambio comercial reflejó limitantes estructurales. Esto es, los beneficios de la suba en el precio de las commodities, desatado por la guerra entre Rusia y Ucrania, no impulsaron un aumento de las cantidades exportadas, que, lejos de esto, retrocedieron respecto al año anterior (-2%), afectadas en parte por la sequía. En este sentido, una economía doméstica dependiente de las exportaciones agropecuarias y que no logra aumentar los volúmenes exportados (estancados desde 2008) no pudo más que ser un sujeto pasivo con relación a los vaivenes del mercado internacional. Para dimensionar, si los precios se hubieran mantenido constantes con relación al promedio de 2021, las exportaciones hubieran totalizado cerca de USD 76.000 millones (USD 12.300 menos que este año).

Asimismo, las inconsistencias macroeconómicas impactaron en las cuentas externas. La apreciación del tipo de cambio real (25% acumulada desde finales de 2019) y la elevada brecha cambiaria generaron persistentes expectativas de devaluación, configurando un año de incentivos a la demora de las exportaciones y el adelantamiento de las importaciones. En efecto, el aumento de las compras externas (+11% i.a.) contribuyó al deterioro del saldo comercial.

A esto se le sumaron las ya conocidas consecuencias del desmanejo de la política energética que se arrastran de los últimos años que, lejos de mejorar, continuó agravándose. De este modo, durante 2022 las importaciones del sector crecieron USD 7.000 millones con relación a 2021 (pasaron de USD 5.900 M a USD 12.900 M). Más allá de que este salto estuvo propiciado principalmente por el marcado incremento en los precios de la energía (+72% i.a.), si las cotizaciones se hubieran mantenido constantes respecto a 2021 el salto en los volúmenes importados (+26% i.a.) hubiese explicado por si sólo un crecimiento en las importaciones por USD 1.700 millones.

En este marco, las restricciones a las importaciones surgieron para quebrar la dinámica del frente externo y facilitar la acumulación de reservas. La combinación de limitantes estructurales, inconsistencias macroeconómicas y las obligaciones en el cumplimiento de las metas con el FMI “obligaron” al Gobierno a tomar medidas que torcieran el rumbo, imponiendo restricciones que posibilitaran el ingreso de divisas en las arcas del BCRA.

Concretamente, durante el último mes de 2022 los volúmenes de las importaciones no energéticas (medidas de forma desestacionalizada) sufrieron la primera variación interanual negativa del año (-12%).

¿Qué esperamos para 2023?

Durante el primer trimestre, es probable que las restricciones a las importaciones se intensifiquen, en línea con lo ocurrido en diciembre. La instrumentación del Programa de Incremento Exportador (PIE, también conocido como “dólar soja”), en sus diferentes versiones, logró las metas de liquidación que buscaba el Gobierno, pero a la vez resultó inconsistente temporalmente: redujo el producto a vender a lo largo del 1T de 2023 y generó incentivos para retener a la espera de una nueva edición.

A esto se le suma el estrés sobre las cuentas externas que impone la sequía, lo que constituye un panorama aún más delicado. Los diferentes informes de las entidades especializadas del sector estiman, bajo un escenario base, una caída en las exportaciones agrícolas del orden de los USD 8.000 a los USD 10.000 millones con relación a 2022. A su vez, a diferencia de lo ocurrido el año pasado, los precios internacionales no compensarán los menores volúmenes de la cosecha.

El set de políticas macroeconómicas seguirá vigente durante 2023. En el año electoral, el Gobierno evitará una corrección abrupta en el tipo de cambio oficial y, en pos de evitar una apreciación que profundicé aún más el drenaje de divisas, se buscará sostener un ritmo de devaluación en línea con la inflación.

Por ende, en un contexto de menor influjo de divisas comerciales, la persistencia de un atraso cambiario seguirá teniendo como correlato un exceso de demanda de divisas que deberá ser administrado. Como consecuencia, este desbalance será compensado a través de una continuidad en las restricciones a las importaciones, probables nuevas ediciones del “dólar soja” e ingresos adicionales que puedan conseguirse vía la cuenta financiera.

En este escenario, cobra un rol fundamental la puesta en marcha del Gasoducto NK previo al inicio de la temporada invernal. Como ya mencionamos, el año pasado el aumento de las cantidades energéticas importadas erosionó buena parte del resultado del saldo comercial. En este sentido, no sólo su inauguración es relevante per se, sino también las expectativas del cumplimiento de los plazos que, de no validarse, derivarían en la necesidad de prever mayores licitaciones para la compra y posterior importación de energía previo a la temporada invernal.

Cerrando el frente externo: las importaciones como variable de ajuste

En los últimos años el intercambio comercial de bienes representó el principal flujo entrante de divisas a nuestro país. Concretamente, entre 2019 y 2021 el saldo comercial del ICA promedió un superávit de USD 14.400 millones. Tanto en 2019 como en 2020 tales resultados positivos se lograron en gran medida debido a una fuerte contracción de las importaciones frente al encarecimiento que generó el mayor tipo de cambio y al magro desempeño de una economía que se vio perjudicada en primera instancia por una abrupta devaluación (2018-19) y posteriormente por el impacto de una pandemia (2020).

Distinta fue la historia en 2021, donde la rápida recuperación de la economía impulsó un crecimiento del 50% i.a. en las importaciones, acercándolas a su promedio entre 2014 y 2018. Sin embargo, la recuperación de la economía mundial y los elevados precios internacionales les permitieron a las exportaciones alcanzar su mayor nivel de los últimos 9 años, camuflando el incremento en las compras externas.

Ya en 2022, el Gobierno se veía obligado a mantener un resultado comercial positivo, no sólo para poder cumplir con la meta de acumulación de reservas internacionales acordada con el FMI, sino también para incrementar el poder de fuego del BCRA para intervenir en el mercado cambiario y aplacar las expectativas de devaluación. Sin embargo, el atraso cambiario que comenzó a gestarse en 2021, un desempeño mayor al esperado en materia de actividad económica, un salto en los precios de la energía producto de la guerra en Europa y una brecha cambiaria persistiendo en niveles elevados le complejizaron aún más al Gobierno el desafío de acumular reservas, pese a contar con unas exportaciones en niveles récord (principalmente por efecto precio).

En este contexto, las autoridades decidieron restringir las importaciones en distintos momentos del año, utilizándolas como variable de ajuste para poder cerrar el frente externo sin la necesidad de convalidar una devaluación abrupta. Ahora bien, ¿se observa un impacto concreto en el nivel de importaciones? ¿hay rubros más afectados que otros? ¿continuarán las restricciones en 2023?

Las restricciones a las importaciones, ¿iguales para todos?

Durante el primer semestre de 2022 el crecimiento interanual de las importaciones de bienes prácticamente duplicó al de las exportaciones. Más allá del efecto precio generado por las repercusiones del conflicto bélico en Ucrania (se elevaron cerca de un 22% tanto los precios de las exportaciones como de las importaciones), fue la divergencia en cuanto a las cantidades lo que diferenció el desempeño de las compras y ventas con el exterior. Concretamente, mientras que el volumen de exportación creció menos de un 3% i.a. en la primera mitad del año, las cantidades importadas se incrementaron casi un 20% i.a.

Dentro de las compras al exterior se destacó el nivel de las importaciones energéticas, que casi se triplicaron durante la primera parte del año, no sólo por un notable incremento en los precios (+78% i.a.), sino también en las cantidades (+63% i.a.). No obstante, incluso si excluimos las compras de energía y combustible el crecimiento de las importaciones no energéticas en el acumulado hasta junio (+32% i.a.) fue superior al de las exportaciones (+26% i.a.).

Frente a este escenario, y ante el cumplimiento de una meta de reservas que lucía poco probable, las autoridades lanzaron una batería de medidas (entraron en vigor durante la última semana de junio) que apuntaron a postergar los pagos de las importaciones para reducir la demanda de divisas, lo cual ensanchó otra brecha menos difundida: la diferencia entre las importaciones devengadas (ICA-INDEC) y las efectivamente pagadas (MULC). Por consiguiente, según nuestras estimaciones, sólo durante el mes de junio la postergación de pagos trepó en USD 1.700 millones, representando la mitad del stock de deuda acumulado durante el primer semestre.

Como resultado, las importaciones comenzaron a evidenciar una desaceleración en su crecimiento interanual. Del mismo modo, las importaciones no energéticas, medidas de forma desestacionalizadas (s.e.), pasaron de promediar más de USD 5.900 millones durante los primeros nueve meses del año a menos de USD 5.300 millones entre octubre y noviembre.

Ahora bien, la caída en los valores de las importaciones no energéticas no tuvo como correlato una reducción en las cantidades importadas, sino que respondió en mayor medida a una disminución en los precios. Entre julio y octubre los volúmenes se ubicaron un 2% s.e. por encima de su promedio durante el primer semestre, y recién en noviembre mostraron una caída de apenas el 2% s.e. mensual.

Esta mayor estabilidad a la prevista fue clave para que el enfriamiento de la actividad económica en los últimos meses haya sido inferior al esperado al comienzo de las medidas: aún con la merma del 0,5% acumulada en septiembre y octubre (s.e.), en el décimo mes del año la economía se mantuvo 0,6% por encima del nivel de junio.

Al observar la dinámica de los distintos rubros, el comportamiento muestra cierta heterogeneidad: mientras algunos usos detienen su marcha, otros comienzan a presentar una caída en las cantidades importadas. En concreto, mientras las cantidades de los Bienes Intermedios se redujeron en un 5% i.a. en lo que va desde julio (luego de crecer un 6% i.a. en el primer semestre), el volumen de Bienes de Capital junto con sus Piezas y Accesorios sólo mostró una leve desaceleración en su evolución, mostrando subas en torno al 20% i.a.

En este marco, los próximos meses serán relevantes a la hora de analizar si la reducción observada durante el último bimestre constituye un cambio de tendencia hacia una contracción de las cantidades, explicado por la instrumentación del SIRA y la marcada ampliación de licencias no automáticas implementada en octubre, o si se continua bajo una dinámica de contención y recortes “quirúrgicos” en las importaciones.

¿Qué esperamos para 2023?

El frente externo presentará mayores dificultades este año, especialmente durante el verano. Por un lado, las perspectivas de la economía mundial para 2023 no son auspiciosas: se pronostica una desaceleración en el crecimiento y una moderación respecto a este año en los precios de las commodities. La lucha por bajar la inflación en los principales países mediante una política de tasas elevadas genera una incógnita de cara al próximo año. En tanto la tasa de inflación no ceda, se espera que se mantenga el tightening de la política monetaria y se desacelere el crecimiento mundial.

El escenario local tampoco viene acompañado de buenas noticias: 1) a diferencia de los últimos dos años los precios internacionales no compensarán los menores volúmenes esperados para la cosecha producto de la sequía, la cual alargó asimismo el puente hasta la próxima cosecha gruesa; 2) el “dólar soja 2.0” dejaría menos producto para vender en 2023 y generaría incentivos a retener hacia adelante ante la expectativa de que se vuelvan a repetir los beneficios concedidos; 3) la brecha persistirá en niveles incompatibles con un escenario de estabilidad económica y el nivel de tipo de cambio real no jugará a favor; 4) el financiamiento neto del FMI será negativo cuando desde 2018 viene siendo positivo. En este contexto, será clave la puesta en marcha del Gasoducto NK para reducir las importaciones energéticas previo a la temporada invernal.

Al margen de esto, ante la necesidad de acumular reservas para evitar una devaluación brusca y cumplir con lo acordado con el FMI, estimamos que el grado de restricciones a las importaciones continuará siendo elevado en 2023, e incluso podría endurecerse en caso de ser necesario. A su vez, surgen interrogantes sobre cuánto podrán seguir postergándose los pagos pendientes de importaciones (deuda comercial).

El déficit comercial con Brasil en 2022 fue el mayor de los últimos 4 años

El comercio bilateral con nuestro principal socio comercial mostró un resultado prácticamente equilibrado en diciembre, pero concluyó el año con el déficit más elevado desde 2019. Luego de diez meses en terreno negativo, la balanza bilateral se tornó superavitaria en noviembre y evidenció un saldo prácticamente nulo en el último mes del año (apenas +USD 4 millones).

Las restricciones a las importaciones también se evidenciaron en el intercambio bilateral. Luego de un año con un volumen de importaciones ubicado por encima en su comparación con 2021, en diciembre las compras externas de Argentina provenientes de Brasil rozaron los USD 1.000 (-14% i.a.), erigiéndose como el segundo mes de menor valor detrás de enero y como el único mes del año con una caída interanual. Situación similar se evidenció en el flujo comercial, en el cual se produjo la primera variación interanual negativa de 2022 (-17% i.a.).

Como resultado, la balanza comercial acumuló un déficit de USD 2.300 millones en el año, en línea con el promedio de los últimos 20 años. Las exportaciones acumuladas fueron de USD 13.100 millones (+10% i.a.), la marca más elevada desde el 2014, mientras las importaciones finalizaron en USD 15.400 millones (+29% i.a.).

De este modo, finaliza un año sin grandes cambios en el intercambio comercial, con una participación de Argentina en las importaciones brasileñas gravitando en torno a los registros de los últimos 5 años (4,6%), muy por debajo del promedio de 7% del presente siglo. Dicha participación se produjo a pesar de que el flujo comercial acumulado trepó 19% i.a. (USD 28.500 millones), siendo el más elevado desde 2013 y evidenciando el efecto precio prevaleciente en el comercio internacional.

En cuanto a la composición de las ventas externas, las ventas de Vehículos de Transporte y Pasajeros alcanzaron los USD 2.500 millones (+45% i.a.) en 2022, representando el 36% de las exportaciones. Detrás de ellos se encontró Trigo y Centeno, totalizando USD 1.600 millones (+10% i.a.) y representando el 13% de las colocaciones de bienes en el mercado brasileño.

Por el lado de las importaciones, los grupos de Vehículos para Pasajeros y Partes y Accesorios para Vehículos totalizaron USD 3.200 millones (+62% i.a.), el valor más elevado desde 2018, representando el 22% de las compras externas, aunque 8 p.p. por debajo del promedio de los últimos 10 años. Esta pérdida de participación se encuentra parcialmente compensada por los rubros de Energía Eléctrica y Aceites de Petróleo, cuyas importaciones registraron en conjunto un crecimiento de 3 p.p..

¿Qué esperamos para 2023?

De cara al nuevo año, la principal incógnita gravitará en torno a dos factores: el nivel de actividad en Brasil y el fortalecimiento de la relación bilateral entre el nuevo gobierno brasileño y el local.

Respecto al primer punto, la marcada desaceleración de la actividad que espera el mercado brasileño (del 3% en 2022 al 0,8% en 2023) podría significar una menor demanda a las exportaciones nacionales, principalmente de manufacturas industriales (principal país de destino). Por otra parte, el intercambio comercial se vería afectado por menores ventas de trigo por parte de Argentina (producto de la sequía y las heladas tardías) y una continuidad en las restricciones a las importaciones aplicadas por nuestro país.

Además, la novedad que trajo el cambio de gestión es una expectativa de mayor persistencia de la inflación para el 2023, que podría poner un freno o al menos moderar al sendero de reducción de la tasa SELIC del Banco Central de Brasil, complejizando los caminos hacia un repunte de la actividad. Asimismo, aún existe incertidumbre en torno al frente fiscal y la decisión del Congreso de aumentar el límite del gasto público.

Por otro lado, la cercanía política entre ambas administraciones nacionales abre las puertas a una relación bilateral más estrecha en 2023, donde probablemente se estudien mecanismo para fortalecer el comercio bilateral y una agenda de cooperación con perspectiva global. En este sentido, continuarán los acuerdos estratégicos en materia energética alcanzados con la administración saliente y podría acelerarse el acuerdo para el financiamiento del Banco Nacional de Desarrollo de Brasil (BNDES) en la segunda etapa del Gasoducto NK. Sin embargo, se abre un interrogante con relación a qué postura tomará Lula en materia del acuerdo entre el Mercosur y la Unión Europea, con sus respectivas rispideces al interior del bloque regional.

Las restricciones a las importaciones comienzan a evidenciarse en el frente externo

La balanza comercial registró un saldo positivo de USD 1.340 millones durante noviembre, alcanzando tres meses consecutivos de saldo positivo y el mayor desde 2019. El resultado se explica en torno a dos variables: por el lado de las importaciones, comienzan a verse con mayor claridad los efectos de las restricciones impuestas en el marco del SIRA, mostrando la primera contracción interanual en lo que va del año (-0,3% i.a.); por el lado de las exportaciones, como observamos en informes anteriores, el rezago del impacto del “dólar soja” volvió a incidir en la performance, siendo el mejor noviembre desde la década del 90’.

Con este resultado, el saldo comercial acumula un superávit de USD 5.700 millones hasta noviembre, cifra 60% inferior al año 2021 (USD 14.400 millones) y la menor para el periodo desde 2019. En este marco, en lo que va del año las exportaciones totalizan USD 82.200 millones (+15% i.a.), mientras que las importaciones suman USD 76.500 millones (+34% i.a.).

Continua el rezago del “dólar soja” y se consolidan las restricciones

Al igual que octubre, las exportaciones volvieron a crecer (+15% i.a.) en su comparación interanual, con crecimientos en todos los rubros. El histórico nivel (casi USD 7.100 millones) respecto a noviembres previos se continúa explicando por el rezago en los embarques de las exportaciones en el marco del “dólar soja”. De esta manera, los Productos Primarios y las Manufacturas de Origen Agropecuario destacaron en su aporte y registraron una variación interanual del 14% y 18%, respectivamente. Por último, las Manufacturas de Origen Industrial, si bien se ubicaron en los valores promedio de los primeros 10 meses del año (aproximadamente USD 2.100 millones), en su comparación interanual tuvieron un crecimiento del 12%, traccionado por un alza en los precios que más que compensó la merma en las cantidades exportadas.

Por su parte, las importaciones ascendieron a USD 5.700 millones y consolidaron su merma, ubicándose como el segundo mes de menor valor del año y representando un cuarto de las importaciones promedio de los últimos 6 meses (USD 7.700 millones). La contracción estuvo explicada principalmente por lo sucedido con las importaciones de Bienes Intermedios (-11,4% i.a.), que se ubicaron 22% debajo del promedio de los últimos cuatro meses (julio-octubre). En segundo orden de importancia destacó el rubro de Energía que, a pesar de que su precio sigue 25% por encima de 2021, registró un retroceso interanual del -9%, arrastrado por una reducción de las cantidades de casi 30% i.a..

Costo récord en los fletes

El costo de los fletes alcanzó un récord de USD 170 por tonelada, el mayor de la serie desde que el INDEC comenzó a publicar su medición. De esta manera, el valor unitario aumentó un 20% respecto a octubre y se encontró un 8% por encima del pico de USD 157 de enero 2022.

¿Qué esperamos para el cierre del año y el 2023?

Para el último mes del año estimamos que el saldo comercial continuará siendo superavitario, principalmente debido a la consolidación de las restricciones a las importaciones. Si bien no descartamos algún rezago en el impacto del devengamiento de las exportaciones efectuadas en el marco del “dólar soja”, su caída estacional estará más que compensada por la dinámica observada en el control de las importaciones.

Sin embargo, de cara a 2023 las consecuencias de la sequía -entre otros factores- ubican en una delicada situación al frente externo. Se espera que el fenómeno de La Niña se extienda hasta el primer trimestre del próximo año y comience a darse paso a una fase neutral con un 71% de probabilidad durante el trimestre Febrero-Abril.

En un año signado por el financiamiento neto negativo del Fondo -en claro contraste con este año-, un menor dinamismos en el crecimiento mundial y un tipo de cambio apreciado, el estrés sobre las cuentas externas en el primer tramo de 2023 colocará a la finalización del Gasoducto Néstor Kirchner como una variable fundamental de cara a la necesidad de obtener un saldo superavitario. Por estas razones, es de esperarse que se continúen intensificando las restricciones a las importaciones en un primer semestre de elevada incertidumbre en la performance de las exportaciones.