Acuerdo Mercosur-Unión Europea: ¿hacia mayor convergencia o disparidad?

Al cierre de la semana pasada se firmó un histórico tratado de libre comercio (TLC) entre el Mercosur y la Unión Europea. Al momento no hubo grandes precisiones por parte de ninguno de los dos bloques sobre los puntos acordados; sin embargo, tiene sentido analizar qué decisiones harían que el TLC fuese más o menos beneficioso para nuestro país.

Para comenzar, vale remarcar que el promedio ponderado de aranceles del Mercosur (14,8%) es sensiblemente mayor al del viejo continente (3,0%). En consecuencia, los precios de los productos europeos se abaratarían en mayor medida que los sudamericanos. Visto desde la óptica de los consumidores, los habitantes del Mercosur seríamos los principales beneficiados. No obstante, desde una perspectiva productiva, dado que los productos europeos se importarán a un menos precio habrá un riesgo latente para la producción local.

Ahora bien, los efectos lejos están de terminar acá y, menos aún, de estar jugados de antemano. Por caso, la elevada presión tributaria de nuestro país impacta directamente en la competitividad precio de los productos locales: más impuestos que se trasladan a los precios finales, redundando en bienes más caros.

Más aún, mientras que la Argentina cobra derechos a sus exportaciones, la Unión Europea las subsidia a través de la Política Agraria Común (PAC). En este sentido, el presupuesto asignado a esta política ascendería a 408.000 millones de euros para el período 2020-2024, superando de esta forma cualquier proyección de nuestras exportaciones totales para el período.

Dada esta dinámica asimétrica, el acuerdo debería forzar un esquema impositivo más racional en nuestro país, para no sobrepenalizar la producción doméstica. Si este fuera el caso, nuevamente, los consumidores locales ganarían por una doble vía; ahora bien, si no se lograra relajar la carga tributaria, la producción doméstica se vería casi imposibilitada de competir con la europea.

Algo similar sucede con el elevado costo de financiamiento vigente en nuestro país. La tasa de interés se ubica actualmente en niveles prohibitivos para invertir. En pos de adecuar el sistema productivo a las demandas del acuerdo, el costo de financiamiento deberá abaratarse sensiblemente: de lo contrario, será muy difícil competir con la producción de nuestro nuevo socio comercial.

En otro orden, los TLC buscan fomentar los flujos de inversión extranjera directa. Considerando la disparidad entre ambas regiones respecto de las inversiones realizadas en otros países (a modo de ejemplo, según los datos del Banco Mundial, mientras que las salidas IED desde la Unión Europea alcanzaron USD 620.000 millones en 2017, las del Mercosur apenas superaron USD 25.000 millones), nuestro bloque posee mucho para ganar en este frente.

Ahora bien, las direcciones específicas de estos desembolsos no se negocian en los TLC, sino que dependerán de la dinámica de cada país en particular. En este sentido, las rigideces de nuestro mercado laboral y las dificultades que provoca una de las macroeconomías más volátiles del mundo reducen el atractivo de nuestro país. Una vez más, estaremos frente a una oportunidad interesante para generar un esquema en línea con las necesidades actuales y orientar a nuestra economía hacia el crecimiento; de lo contrario el panorama se oscurecerá.

En este punto, los salarios en dólares cumplirán un papel fundamental para competir por estos influjos con nuestros socios del Mercosur. Por lo tanto, la vigencia de un tipo de cambio real competitivo también será un eje a fortalecer: si bien en un escenario optimista lo ideal sería competir por empleos de calidad, lo cierto es que, actualmente, nuestro país está lejos de hacerle frente en este punto a los destinos actuales de la IED de la Unión Europea.

En consecuencia, podemos afirmar que gran parte de que el impacto del TLC sea positivo o negativo para nuestro país dependerá de qué reglamentaciones y excepciones se hagan al mismo y, no menos importante, cómo y a qué velocidad reaccione nuestro país ante la novedad, ajustándose a los standares globales en materia de legislación impositiva y laboral.

Dicho esto, resta hacer un análisis sectorial para saber cómo impactará el acuerdo a nuestra estructura productiva. Para ello, corresponde cotejar la diferencia de productividades relativas entre ambos bloques. En este sentido, podemos separar a las ramas transables afectadas en dos grandes grupos: aquellas que trabajan a un nivel de productividad cercano a la frontera internacional y a las que lo hacen a uno inferior.

En el primer grupo, que sería aquel que podría verse beneficiado a partir de incrementar sus exportaciones a la Unión Europea –no produce con sobrecostos y la rebaja de aranceles le permitiría competir- aparece la agroindustria. Por caso, las exportaciones de trigo y maíz y sus derivados, así como las de carne, podrían verse altamente beneficiadas con el acuerdo.

Más allá de esto, vale resaltar algunas cuestiones. Por un lado, es importante que en el acuerdo se discuta la eliminación de subsidios a los productos agrícolas, que abarata a partir de decisiones de política económica a los bienes europeos. Por el otro, partiendo de las regulaciones internacionales de seguridad alimentaria, suelen ponerse cuotas y reservarse ciertos requisitos de admisión para las importaciones de alimentos (barreras fitosanitarias y de calidad). Será fundamental evitar el abuso de estas posiciones por parte de los países europeos en pos de alcanzar el mayor market share posible. Por último, la oferta agroindustrial es relativamente inelástica (a diferencia de la producción típicamente industrial, no basta con aumentar el ritmo de una máquina). En consecuencia, será fundamental incrementar el valor agregado de los productos exportados –pasar de ser el granero del mundo a ser el supermercado-, ya que de lo contrario será inevitable que el sector se reprimarice. Esto no será un proceso autónomo, sino que dependerá de elaborar un programa de desarrollo con orientación exportadora que cuente también con la voluntad política necesaria para llevarlo a cabo.

En el extremo opuesto, es decir en aquellos sectores que trabajan a un nivel de precios superior al internacional y, por ese motivo, se ven imposibilitados de competir en una situación de libre comercio se ubican la mayoría de las ramas de la industria manufacturera. Producto del perfil exportador de la Unión Europea, podríamos mencionar aquí al sector automotor, autopartista, farmacéutico, metalúrgico y químico. Considerando la elevada tasa de empleo formal que presentan estos sectores, la pérdida de puestos de trabajo implicaría también una precarización del empleo en nuestro país. Algo similar sucedería con los salarios promedio.

Antes de terminar, es importante destacar que no solo se desplazará producción destinada al mercado interno. Casi la mitad de las exportaciones manufactureras argentinas se dirigen a Brasil, mercado en donde nuestro país no paga aranceles y obtiene de esta forma una ventaja relativa respecto de la Unión Europea que tributa el arancel extra-zona. Ahora bien, luego del acuerdo, esta diferencia desaparecería, de modo que estos envíos también estarían en peligro.

En conclusión, podemos afirmar que el acuerdo abre una serie de interrogantes que según cómo se negocien resultarán en mayores riesgos u oportunidades para la región en general y para nuestro país en particular. Considerando el estancamiento secular en el que se halla la economía argentina, y lo errático de la política cambiaria en los últimos años, los puntos de partida no son alentadores. Esperemos que se puedan hacer valer los aspectos estructurales y el TLC puje por achicar las diferencias entre ambos bloques en lugar de intensificarlas; de lo contrario, su resultado será una sociedad cada vez más desigual, con algunos sectores trabajando en la frontera productiva internacional y otros en franco retroceso.

Marcado avance exportador gracias a la cosecha

En mayo de 2019, el intercambio comercial de bienes con el resto del mundo arrojó un superávit cercano a USD 1.400 millones, revirtiendo de esta forma el rojo de mayo del año pasado (casi USD 1.300 millones). Esta dinámica fue el resultado tanto de un nuevo desplome de las importaciones (-28% i.a.) como así de un importante avance exportador (+16,5% i.a.).

Por el lado de las ventas al exterior, estas se beneficiaron en primer lugar de una baja base de comparación ya que mayo de 2018 fue el primer mes de caída (-6% i.a.) como consecuencia de la sequía. Además, la huelga de camioneros brasileños de mayo del año pasado había golpeado a los envíos a ese país, que habían retrocedido cerca de 20% i.a.

Por el lado del sector agropecuario, resaltar que en mayo de este año las cantidades exportadas de productos primarios se duplicaron favorecidas por la excelente cosecha, a la par que las manufacturas de origen agropecuario mostraron un avance de casi 27% i.a., también medidas en volúmenes. Como resultado, las exportaciones totales aumentaron casi un 35% i.a. en cantidades, pero el retroceso de los precios internacionales (-13,6% i.a.) atenuó la mejora en valores (+16,5% i.a.).

En cuanto a las importaciones, la dinámica fuertemente contractiva se sostiene, con todos los usos económicos en terreno negativo, tanto en valores como en cantidades. Entre las principales contracciones se destacan los vehículos de pasajeros afectados por la fuerte caída del poder adquisitivo en dólares, los combustibles y lubricantes a raíz del menor nivel de actividad y, probablemente, cierto grado de sustitución por producción interna y los bienes de capital como consecuencia de la recesión y el desplome de la inversión.

Para lo que resta de 2019 esperamos que la contracción en las compras al exterior persista, aunque la intensidad se iría moderando de manera paulatina. De hecho, las importaciones tuvieron un primer bimestre positivo en términos desestacionalizados y, tras una caída en marzo como consecuencia del alza de tipo de cambio y el deterioro de la economía en general, siguieron dos meses (abril y mayo) de estabilidad. Teniendo presente que la base de comparación se relaja sensiblemente a partir de junio de 2018, producto de la crisis cambiaria que había comenzado el mes anterior, podemos afirmar que las importaciones habrían encontrado un piso (más allá de factores estacionales, es decir, en la comparación interanual). En consecuencia, si bien seguirían en rojo –y posiblemente en caídas de dos dígitos-, la dinámica negativa se aminoraría.

Por el lado de las exportaciones, el avance se consolidará en los próximos meses con los envíos de la cosecha. En contraposición, el recorte en las expectativas de crecimiento de la economía brasilera, nuestro principal socio comercial, que pasaron de 3% hace algunos meses a la zona de 1,5% actualmente, actuará negativamente en este frente. No obstante, no lograrían revertir la recuperación antes mencionada.

De esta forma, estimamos que el intercambio de bienes cerraría 2019 con un superávit en torno a USD 10.000 millones gracias a un incremento en las exportaciones de orden del 6% y a una caída en las importaciones próxima a 16%.

Por la recesión y el menor poder adquisitivo en dólares, el déficit de cuenta corriente rondaría USD 10.000 millones en 2019

El déficit de cuenta corriente alcanzó USD 3.850 millones en el primer trimestre de 2019 y acumula casi USD 22.000 millones en los últimos doce meses (-4,9% del PBI). Con estos números, el saldo negativo del trimestre se redujo a la mitad en comparación al registrado en igual período de 2018 previo a la crisis cambiaria.

Al igual que en las anteriores publicaciones, la dinámica de ajuste obedeció a la recesión que atraviesa la economía argentina y al desplome del poder adquisitivo medido en moneda extranjera. En este sentido, la reversión del saldo de bienes se explica por la disminución de las importaciones (-28% i.a.) ya que las exportaciones también se contrajeron en la comparación interanual (-2% i.a.). Respecto de la balanza de servicios, los resultados también fueron auspiciosos producto del deterioro de la actividad: el rojo acumuló USD 1.700 millones en el primer trimestre de 2019, reduciéndose a la mitad respecto del alcanzado entre enero y marzo de 2018 (USD -3.400 millones). Una vez más, la evolución respondió a la retracción de las compras externas (-27% i.a.) ya que las ventas también se achicaron, pese a la mayor competitividad cambiaria (-9% i.a.)

Por su parte, el rojo de rentas creció poco más de 10% i.a., al pasar de USD 4.500 millones en el primer trimestre de 2018 a USD 5.000 millones en 2019. Esta evolución refleja el mayor pago de intereses a no residentes en moneda dura (+30% i.a.), y va por carriles distintos al curso de la economía. En consecuencia, su dinámica no mejoraría en los próximos meses, más allá de qué pase con el nivel de actividad.

Por otro lado, la cuenta capital y financiera mostró un superávit de menos de USD 5.000 millones, lo que implica un ajuste cercano a USD 11.000 millones frente al primer trimestre de 2018. En este sentido, la inversión productiva se vio reducida en 6% i.a. (retroceso de las ganancias medidas en moneda extranjera), mientras que la inversión financiera prácticamente “se retiró” de la economía argentina (-98% i.a.) en un contexto de elevada inflación, inestabilidad cambiaria, volatilidad de tasas e incertidumbre político-electoral.

Como resultado de esta dinámica, las Reservas Internacionales se mantuvieron prácticamente inalteradas (mostraron una caída de solo USD 45 millones) en el período, cerrando el trimestre en USD 66.805 millones.

Para 2019 la dinámica de ajuste de la economía argentina se hará sentir “positivamente” en las cuentas externas. En este sentido, la cuenta corriente irá recortando su déficit gracias a un fuerte retroceso de las importaciones y, luego de un magro primer trimestre, un avance exportador (entre enero y marzo, la mejora en cantidades se vio contrarrestada por el retroceso de los precios, cosa que no se repetiría en lo que resta del año donde además entraría a jugar la sequía de 2018). Más allá de estas mejoras, el pago de utilidades y dividendos y principalmente el de intereses impedirían que la cuenta corriente pasara a terreno positivo. En consecuencia, la misma seguiría en rojo y acumularía un déficit cercano a USD 10.000 millones este año (poco más de 2% del PBI).

Por su parte, la cuenta capital y financiera mostrará también un ajuste significativo aunque, no obstante, el superávit sería más que suficiente para cubrir el rojo de cuenta corriente, siempre que se destraben los desembolsos del FMI (lo que, efectivamente, descontamos que pasará). Como resultado, las Reservas internacionales brutas volverían a crecer este año.

Se modera la mejora en el comercio con Brasil

En mayo, el comercio bilateral de bienes con Brasil volvió a terreno negativo (USD -127 millones) luego de cinco meses en la zona de equilibrio / leve superávit.

Esto fue producto de importaciones que suavizaron su contracción (-17,6% i.a. en mayo frente a un promedio de -46,5% i.a. en el primer cuatrimestre) tras la estabilidad del tipo de cambio y algo más de claridad en cuanto a la contienda electoral argentina que habrían estimulado el nivel de actividad en mayo. Además, la corrida cambiaria argentina en mayo de 2018 produjo una baja base de comparación que ayudó a moderar la caída este año. Por otro lado, la tendencia alcista del Real durante el mes de mayo (superó 4 BRL/USD) facilitó esta moderación en la caída de las compras al país vecino. De todas formas, los rubros que reforzaron esta retracción fueron vehículos de carga y de pasajeros, maquinaria agrícola, chasis y porotos de soja.

Por otro lado, las exportaciones mantienen un crecimiento de dos dígitos (12,7% i.a.) gracias a una economía brasilera que, a pesar de las perspectivas de desaceleración, aún demanda bienes extranjeros (las importaciones totales del país vecino crecieron cerca de 13% i.a.). A nivel desagregado, el mejor desempeño se dio en los casos de vehículos de carga y ómnibus, autopartes, malta, trigo, aceite de girasol y neumáticos.

De cara a los meses restantes de 2019, se espera que el desempeño favorable de las exportaciones se vea atenuado ante un menor dinamismo en la economía de nuestro principal socio (las perspectivas de crecimiento ya se ubican en 1,3% para este año) por lo que las proyecciones se vieron recortadas a 7%. En el caso de las importaciones, la recesión local continuará afectándolas, aunque mayor estabilidad cambiaria y menor incertidumbre podrían constituir una suerte de estímulo. De todas formas, estas marcarían un contundente retroceso (en torno a 25%) y el intercambio bilateral arrojaría un superávit en la zona de USD 600 millones.

Frente externo: el lugar donde el salto cambiario y la recesión ayudan

¿Qué pasó con la balanza comercial de bienes en abril?

En abril de 2019, el saldo comercial de bienes fue positivo en USD 1.100 millones, más que revirtiendo el déficit de casi USD 900 millones arrojado en igual mes del año pasado. De manera similar a los meses precedentes, la mejora respondió casi íntegramente al desplome de las importaciones (-31,5% i.a.), ya que las exportaciones crecieron levemente (+1,7% i.a.). En este punto, cabe resaltar que abril fue el octavo mes consecutivo con un resultado comercial positivo, algo que no sucedía desde 2014.

Por su parte, en el primer cuatrimestre del año, el saldo comercial acumuló un superávit de USD 3.150 millones, marcando un notable avance respecto del déficit de casi USD 3.300 millones registrado en igual período del 2018. No obstante, la recuperación se explica por el deterioro de las importaciones (-29% i.a.), dado que las exportaciones también retroceden en la comparación interanual (-1% i.a.).

El frente externo y su vinculación con el contexto internacional

Analizar la evolución del comercio exterior nos permite entrever cómo está repercutiendo la guerra comercial en nuestro país, más allá del frente financiero. Producto de los avances y amenazas de Estados Unidos por sobre China, y la posterior imposición de aranceles a los productos norteamericanos por parte del gigante asiático, sus proyecciones de crecimiento de corto plazo se están derrumbando. Como respuesta, se deteriora su demanda y, con ella, el precio de los productos agropecuarios (es decir, aquellos que nuestro país exporta).

Además, la Argentina es un “país grande” –su oferta mueve el precio internacional- en la producción de algunos productos agropecuarios, principalmente los oleaginosos. Por lo tanto, la cosecha récord también impacta negativamente en los términos de intercambio.

Por su parte, la cerrazón norteamericana genera una menor demanda de productos industriales, que desata un exceso de producción que puja a la baja el precio estos bienes. Sin embargo, esta decisión también retira del mercado a parte importante de la oferta, de modo que el deterioro en los precios de los productos importados es acotado.

En este marco, se comprende que, pese a que las cantidades exportadas treparon 4% i.a. en el primer cuatrimestre (impulsadas, justamente, por los productos primarios y las manufacturas de origen agropecuario), la baja de 5% i.a. en los precios revirtió esta mejora. Por su parte, los volúmenes importados se desplomaron un 28% i.a., de modo que la contracción de 2% i.a. en sus precios si bien agravó la caída de las importaciones, tuvo un efecto menor. En un patrón típico de las recesiones, los retrocesos los lideran los bienes finales: vehículos cae casi 60% i.a. y bienes de consumo 33% i.a.

Por último, vale destacar que si se mantuvieran los precios de 2018, el superávit rondaría USD 3.800 millones, es decir que sería un 22% mayor.

2019 arrojará el mayor superávit comercial desde 2012

Producto de la crisis cambiaria del año pasado, el Poder Ejecutivo podrá mostrar una mejora significativa en el frente externo: el encarecimiento relativo de los bienes externos –avance de la competitividad cambiaria- y el deterioro de la demanda local, que golpea a las importaciones y alienta a las exportaciones (menores ventas internas que obligan a la búsqueda de nuevos mercados), se traduce en una recuperación del superávit comercial que se había perdido en 2017 y 2018.

En este marco, proyectamos que el saldo comercial rondará USD 10.000 millones este año, alcanzando un pico desde 2012. Este avance se explicará tanto por una recuperación de las exportaciones, impulsadas por una cosecha gruesa récord, como por un deterioro de las importaciones, resultado de la recesión y la depreciación del peso. De esta forma, las necesidades de divisas estarán más que cubiertas por esta vía, aportando dólares comerciales en momentos de necesidades financieras.

Exportaciones: la única forma de divisar divisas

El gobierno declaró el 2019 como el año de las exportaciones y no lo hizo por antojo. Frente al significativo incremento de la deuda pública en dólares, existe una necesidad imperiosa de poner las ventas al exterior como protagonistas en la economía argentina.

Desde que asumió Cambiemos, la deuda pública creció 38%, de la cual el 76% es en moneda dura, alcanzando los USD253.696 millones. En 2018, las exportaciones ascendieron a USD75.766 millones, por lo que el ratio deuda en moneda extranjera/exportaciones supera el 330%, el valor más alto desde 2004. En este marco, resulta relevante preguntarse cuáles serán los sectores que mayores aportes harán en términos de divisas los próximos años y de esta forma contribuyan a la sostenibilidad de la deuda.

Históricamente, las actividades que más divisas generaron son aquellas donde Argentina tiene una ventaja comparativa. Particularmente en 2018, pese a la sequía, solo el complejo oleaginoso y cerealero aportó el 33% de las exportaciones. Si a ello  se le suma el resto de los complejos agropecuarios, dicho valor asciende al 44%.

La previsión de una cosecha récord de granos y oleaginosas para la campaña en curso (144 millones de toneladas), auguran un crecimiento significativo de las exportaciones del complejo en 2019. Hacia adelante, teniendo en cuenta que el sector se caracteriza por presentar una importante capacidad instalada y por la continua incorporación de tecnología, mientras el clima acompañe, las ventas al exterior se incrementarán. No obstante, por tratarse de commodities, su suerte está mayoritariamente atada a los precios internacionales. En este sentido, el reciente deterioro del  precio internacional de la soja tras la guerra comercial de Estados Unidos y China, resulta en una amenaza para el sector.

En cuanto al resto de los productos agropecuarios, la situación es mucho más heterogénea, pero es donde Argentina tiene alto potencial de expansión a través del desarrollo de productos diferenciados. Este complejo está liderado por el sector bovino y el vitivinícola, que representan el 76% de las exportaciones del complejo (9% del total). En ambos casos, la creciente demanda de China, la apertura de nuevos mercados y un tipo de cambio más competitivo apuntalan los envíos al exterior. No obstante, encuentran limitaciones para expandir su oferta, ante la baja rentabilidad percibida por la suba de costos, la implementación de derechos de exportación y reducción de reintegros y la falta de previsibilidad en materia cambiaria.

Más allá de ello, la potencialidad de este complejo radica en la posibilidad de desarrollar productos diferenciados que logren sortear la volatilidad de la coyuntura nacional y/o internacional. Este tipo de productos, a diferencia de granos y oleaginosas, no enfrentan precios dados internacionalmente. Por lo que la generación de nuevos productos de distinta variedad o de mayor calidad, pueden incidir en la demanda externa y elevar las exportaciones.

Luego de los dos complejos agropecuarios, en términos de volúmenes de divisas se ubica el complejo automotor, el cual aporta el 10,5% de las exportaciones totales. El segmento estrella son las pick ups, donde la industria se está especializando y donde se concentran más del 60% de las ventas externas del sector. Particularmente en el mercado brasilero, las pick-ups argentinas pasaron de representar el 18% de los patentamientos en 2014 al 24% en 2018.

Con un menor aporte, pero con un alto potencial de crecimiento, se encuentran las exportaciones de servicios basados en conocimiento (8%) y el turismo (7%). En el primer caso, las ventas al exterior experimentaron un significativo crecimiento en la última década impulsadas por la expansión de las exportaciones de software y servicios informáticos. Dicho sector se ve beneficiado desde 2004 con un régimen fiscal especial, que reduce la carga impositiva y otorga beneficios crediticios para su desarrollo. Es en esta línea, que se intenta ampliar los beneficios a otros servicios a través de una nueva ley (de economía del conocimiento) de similares características para el complejo en su conjunto. De concretarse su aprobación, sería esperable un incremento de las exportaciones, dado que contempla la exención a los derechos a la exportación, entre otras cosas.

En el segundo caso, la depreciación del tipo de cambio ocurrida desde la salida del cepo, proporcionó un contexto más propicio para el ingreso de divisas por turismo, las cuales crecen sostenidamente desde 2016. En este sentido, de mantenerse el abaratamiento relativo de los destinos locales, el turismo se configura como uno de los sectores de mayor potencial de crecimiento en el corto plazo.

Por último, los complejos de petróleo y gas y el minero, son otras de las promesas en cuanto a la generación de divisas. Cada uno de ellos concentró en 2018 el 7% de las exportaciones y dado los recursos naturales con los que cuenta Argentina, sus participaciones podrían crecer significativamente. Particularmente en el primer caso, el incremento podría darse con mayor velocidad gracias a las fuertes inversiones que se han hecho en Vaca Muerta y a los subsidios que recibe el sector. Por su parte, el sector minero tardará un poco más en reaccionar, debido a que los proyectos tienen un tiempo mayor de maduración y debido al fin de la vida útil de proyectos históricos.

En resumen, existen diversos caminos donde Argentina puede potencialmente generar mayores divisas para hacer frente a sus obligaciones de deuda. No obstante, en el corto plazo seguirá dependiendo de sus exportaciones tradicionales, las cuales están expuestas en mayor medida a la volatilidad del contexto internacional. Para desarrollar opciones alternativas, en primer lugar es necesario un contexto económico y político más estable y, en segundo lugar,  políticas focalizadas que generen los incentivos necesarios para desarrollar productos diferenciados y de mayor valor agregado.

 

Publicada en Perfil:  https://www.perfil.com/noticias/columnistas/exportaciones-la-unica-forma-de-generar-divisas.phtml

VIDEO | Competitividad cambiaria dispar entre sectores

El 2018 fue un año duro para Argentina debido, principalmente, a un salto cambiario que llevó a nuestra economía a una nueva recesión. Sin embargo, no todo fueron malas noticias. De hecho, el alza del tipo de cambio mejoró la competitividad exportadora, aunque esta se vio atenuada por la inflación y las modificaciones arancelarias. Aquí analizamos cuál fue el resultado final en términos de competitividad cambiaria efectiva para los sectores exportadores.

El saldo comercial con Brasil mejora por menores importaciones

En abril de 2018, el comercio bilateral de bienes con Brasil se ubicó en equilibrio (USD 4 millones) explicado por el desplome de las importaciones (-45,9% i.a.) ya que las exportaciones retrocedieron 6,6% i.a. en el período.

La marcada caída de las compras al país vecino se explica por un lado por la nueva ola de volatilidad vista en el mercado cambiario, a lo que se suma un nivel de actividad deprimido en el plano local que presiona sobre las importaciones de bienes intermedios y de capital. En este sentido, las principales contracciones se dieron en las importaciones de hierros, aluminios, plásticos, papel y cerámicos, todos ellos insumos clave para la industria manufacturera y la construcción, dos de las ramas más afectadas por la recesión en nuestro país.

Por otro lado, el retroceso de las exportaciones dejó ver sus mayores caídas en vehículos de pasajeros y autopartes (industrias cuya rentabilidad se vio afectada por la imposición de derechos de exportación adicionales en septiembre de 2018, medida que dejó ver sus efectos sobre las colocaciones en el exterior durante los últimos meses), combustible, aceite de girasol y trigo. Esta dinámica respondió al constante recorte de perspectivas de crecimiento para el PBI brasileño, que pasaron de más de 2,5% a comienzos de año a menos de 2% en el promedio de abril, sumada a la depreciación del Real (+1,2% el mes pasado, en una economía casi sin inflación) que limita el poder de compra externa de la principal economía del Mercosur.

Para 2019 proyectamos un superávit de la balanza comercial de bienes con Brasil en la zona de USD 900 millones como consecuencia de una dinámica importadora contractiva que mostraría una lenta desaceleración, sumado a exportaciones que, a pesar de experimentar un comportamiento algo más errático y sufrir por la reducción de las expectativas de crecimiento pronosticadas para el Gigante de Sudamérica, cerrarían el año con un avance consolidado. De esta forma, se alcanzaría el primer superávit en el intercambio bilateral de bienes desde 2003, aunque más no sea por un retroceso importador: las exportaciones no llegarían al nivel de 2014.

 

En 2019 retornará el superávit comercial

Marzo arrojó un superávit comercial de bienes de casi USD 1.200 millones. De esta forma, más que revirtió el déficit de USD 550 millones alcanzado en igual mes del año pasado. Lamentablemente, esta dinámica positiva obedeció al desplome de las importaciones (-33,7% i.a.) ya que las exportaciones también se contrajeron en la comparación interanual (-5,0% i.a.).

Si bien en momentos de escasez de oferta de divisas lo más relevante es el valor exportado –la cantidad de dólares genuinos que ingresa al país-, cabe destacar que la caída respondió a la baja de los precios (-5,2% i.a.) ya que las cantidades crecieron levemente respecto de marzo 2018 (+0,3% i.a.). En este punto, vale señalar el deterioro de los envíos a Brasil (-13% i.a.), ya que el resto de los principales destinos mostraron un avance. El retroceso constante de las expectativas de crecimiento de nuestro principal socio comercial es una mala noticia, dado que obliga a fortalecer nuevos destinos y mercados en un contexto interno recesivo; es decir, añade un foco de conflicto más en momentos de demanda interna anémica.

Por su parte, en el acumulado anual, la balanza comercial de bienes muestra un saldo positivo mayor a USD 2.000 millones, dando vuelta el rojo de USD 2.400 millones alcanzado en el período enero-marzo del año pasado. Al igual que en el dato mensual, esta evolución favorable responde íntegramente al retroceso de las importaciones (-28% i.a.), ya que las exportaciones caen 2,3% i.a. en relación al comienzo de 2018.

Para el acumulado anual, proyectamos un superávit comercial de bienes cercano a USD 8.500 millones. Este resultado sería la consecuencia de envíos al exterior que crecerían alrededor de 7% en 2019, impulsados por una cosecha récord y el excedente exportable que está dejando un consumo interno deprimido sumado a un tipo de cambio más competitivo a lo largo del año, y un retroceso de 12% i.a. de las importaciones consecuencia de la recesión que pesa sobre la demanda interna. Considerando la importante necesidad de dólares genuinos que posee nuestro país (fundamentalmente, para el pago de intereses de la deuda), este resultado positivo es una buena e importante noticia.

No obstante, la política errática del gobierno nacional, la falta de previsibilidad sobre la evolución del tipo de cambio real –que una vez más parece ser una variable secundaria en un año electoral- y que parte del objetivo fiscal se intente alcanzar a través de una mayor carga impositiva para los exportadores y un freno a las mejoras en infraestructura (doble golpe a la competitividad no cambiaria) no aportan perspectivas optimistas de cara al corto plazo: en cuanto la actividad económica comience a recuperarse, reaparecerán los viejos problemas y el déficit comercial no tardará en volver a manifestarse.

El stop & go de la política comercial

La crisis cambiaria volvió a poner el foco en la política comercial

A lo largo de la historia argentina, una de las herramientas usuales para promover el desarrollo económico fue la industrialización por sustitución de importaciones: proteger a la producción doméstica para que logre suplantar la producción del exterior. De este modo, se apuntaba a generar puestos de trabajo de calidad, alentar la inversión y promover el ahorro de divisas. Por sus sucesivos fracasos, dicha política cayó en desgracia en los últimos tiempos. A su vez, luego de algunas experiencias exitosas, comenzó a ganar peso la industrialización orientada a la exportación.

En este marco, la crisis cambiaria de 2018 puso en discusión la relevancia de la política comercial como factor de crecimiento: la menor demanda interna redujo de manera forzada a las compras externas a la par que apuntaló los saldos exportables. Por caso, en el último trimestre del año pasado, las cantidades importadas se desplomaron casi 30% i.a. y, durante el primer bimestre de 2019, se redujeron 20% i.a. Por el contrario, los volúmenes exportados treparon más de 10% i.a. en el último cuarto de 2018 y 7% i.a. en enero y febrero de 2019.

Resalta entonces que un diseño adecuado de política comercial puede ser un paliativo para la recesión interna, máxime considerando la magra recuperación de salario real que tendrá lugar en el corto plazo. Dejando de lado el debate sobre cuál es la política adecuada, queda claro que las recientes marchas y contramarchas en la materia no son favorables para alentar un proceso de desarrollo. Veamos.

Cambiemos: la política cambiaria y comercial con un lugar residual

Los últimos años del kirchnerismo estuvieron signados por la restricción externa: la escasez de oferta de divisas condicionó la política económica. En este marco, se adoptaron diversas medidas para sortear la situación con los menores sobresaltos posibles. Entre ellas, resaltan el cepo cambiario (ajuste por cantidades del mercado de divisas) y los controles a las importaciones (ajuste por cantidades de dicho mercado).

Una vez que asumió Cambiemos, y en línea con la teoría económica más tradicional, los ajustes comenzaron a hacerse vía precios: a la liberalización del mercado cambiario le siguió una flexibilización de las compras externas. Como respuesta a ambas políticas, el tipo de cambio real escaló 16% en el promedio de 2016. En consecuencia, las cantidades exportadas treparon 7% en dicho año –impulsadas también por la cosecha retenida de 2015- y, pese a la recesión, los volúmenes importados avanzaron casi 4%.

A contramano, en 2017 esta dinámica positiva se atenuó. Durante ese año, se eliminaron los últimos controles a la cuenta capital, dando lugar a una afluencia masiva de capitales financieros en un primer momento. En este marco, el tipo de cambio se apreció 9% y las cantidades importadas se dispararon 15%. Por su parte, pese a una buena cosecha, las exportaciones se mantuvieron prácticamente inalteradas (+1% en volúmenes).

Por último, en 2018 la reacción favorable de la cuenta capital se revirtió y dio lugar a la crisis cambiaria conocida. En este marco, el tipo de cambio real subió casi 30% en el promedio anual y los volúmenes importados retrocedieron 6,5%. A contramano, las cantidades exportadas también permanecieron estables, producto de la sequía; sin embargo, cabe destacar que las manufacturas de origen industrial escalaron 8,5%. Se observa entonces cómo la dinámica del sector externo fue una variable de segundo orden, quedando supeditada a los resultados de otras áreas de política económica. 

La volatilidad nunca alienta la inversión

A partir de esta “ensalada” de números, se observa una evolución particularmente errática: no hubo una conjunción de política comercial y cambiaria consistente y con horizontes de mediano plazo implícitos ni explícitos. Pese a los discursos oficiales sobre la importancia de estimular las exportaciones, lo cierto es que en los últimos tiempos las novedades en este frente fueron marginales y con demasiadas marchas y contramarchas.

Por caso, las primeras medidas adoptadas luego del endurecimiento de las metas fiscales minaron la rentabilidad de todo el arco exportador: reimposición de retenciones y supresión de la mayoría de los reintegros. En igual sentido, la disparada de la tasa de interés recorta el crédito, impidiendo mejoras de productividad, a la par que se traslada al precio de venta (mayor costo financiero) de modo que también golpea a una competitividad que se había recuperado. Además, los últimos esfuerzos del equipo económico se dirigieron a contener al tipo de cambio, provocando una apreciación de 17% i.a. en el período.

Se observa entonces cómo, pese a que las ventas externas podrían ser una salida de corto plazo para la crisis y una solución de mediano plazo para la escasez crónica de divisas, las mismas quedan relegadas frente a otras exigencias, principalmente las fiscales. En este punto, y a modo de conclusión, vale recordar que más allá de qué política se decida, lo importante es dar un horizonte de certidumbre a mayor plazo plazo; por el contrario, la volatilidad y la imprevisibilidad, siempre desalientan la inversión y el desarrollo.