Cuando el frente externo ayuda: equilibrio comercial con Brasil

En septiembre de 2019, la balanza comercial bilateral entre Argentina y Brasil volvió a permanecer prácticamente equilibrada (USD +81 millones), manteniéndose casi inalterada en relación con igual mes del año pasado (USD -17 millones).

Más allá de la similitud en el resultado, cabe destacar que sí hubo movimientos hacia el interior de las cuentas: el flujo de comercio (suma de importaciones y exportaciones) cayó más de 20% i.a. Teniendo presente este número se explica que la balanza comercial no haya empeorado pese a la contracción de casi 17% i.a. en las exportaciones, ya que las importaciones desde el país vecino se desplomaron 27% i.a.

Cabe destacar que la caída de los envíos a la primera economía del Mercosur tuvo lugar en un contexto de crecimiento de 19% i.a. del resto de las importaciones de este país, de modo que la participación argentina en dicho mercado se vio resentida, pasando de 6,6% en septiembre de 2018 a 4,7% el mes pasado. En un contexto de crisis de la demanda interna y una recesión que no encuentra la luz al final del túnel la pérdida de mercados externos es una señal de alerta. No obstante, vale destacar que parte de la contracción obedeció al freno de líneas de producción locales por motivos de la coyuntura interna que pospusieron la producción de bienes exportados, de modo que el desenlace negativo queda con un signo de pregunta. Habrá que seguir de cerca estos números en los próximos meses para ver si responden a la dinámica de un mes puntual o marcan un retroceso tendencial.

Por su parte, en el acumulado a los primeros nueve meses del año, la balanza comercial arroja un superávit de USD 375 millones para nuestro país, más que revirtiendo el déficit de USD 450 millones registrado en igual período del 2018. Al igual que para el dato mensual, la mejora obedece íntegramente al deterioro de las importaciones (-40% i.a.) ya que las exportaciones también cayeron en la comparación interanual (-5% i.a.). Por último, si tenemos en cuenta que el resto de las compras brasileñas retrocedió solo 1,1% i.a. en el período, las mejoras se atenúan.

Con estos números, proyectamos que el saldo comercial bilateral terminará arrojando un leve superávit para nuestro país en 2019, cercano a USD 600 millones. El mismo se explicará por un tenue avance exportador (+0,5% i.a.), producto de la mejora cambiaria post PASO y la menor demanda interna, y por un fuerte deterioro de las importaciones (-30% i.a.), consecuencia de una actividad que no logra recuperarse y un poder adquisitivo en moneda dura que no encuentra un piso. Así, pese a que se logrará un significativo ahorro de divisas respecto del año pasado –en un contexto de elevados pagos de deuda-, la alegría no será total: la mejora llegará por razones negativas (menores compras) y no por avances o aspectos positivos (mayores ventas).

Balance de pagos y FMI, ¿una crisis que podría ser peor?

En 2018, el balance de pagos de nuestro país cambió drásticamente su composición: desde que se cortó el ingreso de capitales financieros, la cuenta corriente debió achicar su rojo –ya no financiado por el resto del mundo- y los capitales privados cedieron terreno en la cuenta financiera a los organismos multilaterales de crédito, esencialmente el FMI.

De esta forma, se entiende que el déficit de cuenta corriente haya pasado de USD 8.500 millones en el segundo trimestre de 2018 a USD 2.600 millones en igual período de 2019. Esta baja estuvo explicada por la reversión del saldo de bienes y servicios, que pasó de un rojo de USD 4.300 millones el año pasado a un superávit de USD 2.700 millones este año. Lamentablemente, esta reversión obedeció más a un desplome de las importaciones (-28% i.a. en bienes y -21% i.a. en servicios) ya que las exportaciones avanzaron significativamente menos en el caso de los bienes (+7% i.a.) y se redujeron en el de servicios (-3% i.a.).

A contramano, el apartado rentas profundizó su rojo (+14% i.a., llegando a USD 5.300 millones), producto de una mayor salida de inversiones de cartera (+19% i.a., orillando USD 2.900 millones) a la par que el egreso neto de inversión extranjera directa se atenuó un 12% i.a., rondando USD 1.650 millones. Sin embargo, y como se desprende de la oración anterior, esto no alcanzó para evitar el mayor déficit por inversiones de cartera.

Con estos números, la cuenta corriente acumuló un déficit de casi USD 16.000 millones en los últimos cuatro trimestres (3,3% del PBI), un número sensiblemente menor a los USD 35.500 millones (5,6% del PBI) acumulados entre la segunda parte de 2017 y la primera de 2018, justo antes de que la crisis cambiaria y financiera que azota a la economía comenzara a manifestarse. En consecuencia, el stress sirvió para llevar a nuestra economía a un terreno más ajustado que, entendemos, es también más sostenible.

Por su parte, la cuenta financiera arrojó un ingreso neto de dólares a nuestro país de USD 3.300 millones por parte de no residentes, una caída mayor a 60% i.a. respecto a igual período del año pasado. De los USD 3.300 millones que ingresaron este año, alrededor de USD 10.800 millones los aportó el FMI, de modo que entre el sector privado y otros organismos financieros internacionales salieron capitales por USD 7.500 millones. Esto marca la centralidad del organismo multilateral con sede en Washington y cómo sus dólares permitieron que, ceteris paribus, la crisis cambiaria no se agravara –o materializara más rápido-.

Es importante notar esto ya que, a diferencia de las divisas del sector privado que bajo ciertas condiciones podrían ingresar constantemente –tal como muchos asumieron en 2017-, los desembolsos del FMI tienen una duración pautada. En consecuencia, si no reaparecen los capitales privados, lo que a esta altura parece más que probable, el ajuste del déficit externo continuará en los próximos trimestres, y posiblemente también años. Dicho de otro modo, el ajuste de la cuenta corriente llegó para quedarse. Ojalá lo haga por una vía de mayores ventas, de lo contrario, deberemos restringir –o cambiar- nuestro consumo.

 

El superávit comercial rondará USD 13.000 en 2019

En agosto de 2019, la balanza comercial de bienes arrojó un superávit de casi USD 1.200 millones, más que revirtiendo el déficit de USD 1.100 millones alcanzado en igual mes del año pasado. De la misma forma que en los meses precedentes, la mejora se explicó mayormente por un desplome de las importaciones (-30% i.a., ubicándose en la zona de USD 4.400 millones), mientras que las exportaciones crecieron 7,5% en la comparación interanual, cerrando el mes en USD 5.600 millones.

El fenomenal deterioro de las compras externas respondió a que a una demanda interna en rojo se le sumó, el mes pasado, un salto cambiario cercano al 35% en el mes y una disparada de la incertidumbre, que pospuso una gran cantidad de transacciones, a la espera de tiempos más certeros. Por su parte, las exportaciones continuaron acelerando su marcha de crecimiento, resultado de una cosecha gruesa récord que pondera más en esta época del año, y la baja base de comparación que dejó la sequía de 2018.

En este sentido, resalta el avance de 55% i.a. en las cantidades exportadas de productos primarios, una constante muy positiva de los últimos meses. Por su parte, el salto de las manufacturas de origen agropecuario fue algo menor (+6% i.a.), ya que el año pasado se habían importado porotos de soja para procesar en nuestro país y exportar luego. Por último, las manufacturas industriales siguen acusando recibo de una economía brasileña que no levanta cabeza y retrocedieron casi 9% i.a., golpeadas también por la incertidumbre local que paró una cantidad no menor de líneas de producción.

Por el lado importador la caída fue tan generalizada como espectacular: -60% i.a. en vehículos livianos, -33% i.a. en bienes de consumo y -32% i.a. en bienes de capital. Dado que los números se explican por sí solos, no hay mucho más que agregar en este punto: recesión, menor poder adquisitivo en dólares y mucha incertidumbre.

Con estos números, el superávit comercial acumula USD 7.700 millones en los primeros ocho meses del año, otra vez, más que revirtiendo el déficit de USD 6.800 millones arrojado en igual período del 2018. Asimismo, de la misma manera que en el mes, el avance respondió al sensible deterioro importador (-28% i.a.) acompañado por un avance exportador (+4% i.a.). Por otro lado, en agosto de 2019 se alcanzó el duodécimo mes consecutivo de una balanza comercial de bienes en terreno positivo, algo que no sucedía desde 2012 –cuando los términos de intercambio eran sustancialmente más altos, sobre todo porque el precio de la tonelada de soja rondaba los USD 500 dólares frente a los USD 330 dólares de hoy-.

Se observa entonces cómo el ajuste del sector externo, una de las principales causas de la primera corrida que sufrió la administración Macri, ya está teniendo lugar. En este sentido, proyectamos que el superávit comercial cerraría este año en la zona de los USD 13.000 millones, producto de una caída cercana al 20% i.a. en las importaciones (en el último cuatrimestre del año pasado se experimentaron las principales caídas, de modo que la baja base de comparación atenuará los desplomes en este frente) y un avance exportador en torno al 6% i.a., consecuencia de una demanda interna que generará nuevos saldos exportables y la salida de la cosecha fina, posiblemente acelerada ante el temor al endurecimiento de la política de retenciones por parte de la nueva gestión Ejecutiva.

Por menores importaciones, nuestro país logró otro superávit comercial con Brasil en agosto

En agosto, el intercambio bilateral de bienes con Brasil estuvo virtualmente en equilibrio, arrojando un leve superávit de USD 30 millones, más que revirtiendo el déficit de USD 150 millones alcanzado en igual mes del año pasado. Más allá de esta buena noticia, al desagregar los números las mejoras desaparecen: el desenlace respondió a un desplome del flujo de comercio (-36% i.a.) ya que tanto las exportaciones como las importaciones mostraron importantes caídas en la comparación interanual (-30% i.a. y -40% i.a., respectivamente).

La dinámica negativa da cuenta de que las economías de ambos países están lejos de atravesar sus mejores momentos. Sumado a la consabida crisis de nuestro país, las proyecciones de crecimiento de la economía brasileña vienen sufriendo un recorte sistemático, y ya perforaron el 1% i.a. para 2019, cuando a comienzos de año se ubicaban en la zona de 2,5%.

Más allá del deterioro generalizado de las importaciones brasileñas, vale destacar que la contracción de las ventas desde nuestro país duplicó a la del resto del mundo (-16% i.a.), lo que provocó que nuestra participación en las importaciones de dicha economía pasara de 6,3% en agosto 2018 a 5,3% en igual mes de 2019. Pese a este dato desalentador, vale remarcar que en el acumulado interanual los retrocesos son prácticamente iguales (-3,4% i.a. – 3,3% i.a.), de modo que el mal desempeño de agosto parecería responder más a la crisis interna que a una verdadera pérdida de presencia en el mercado brasileño. Esperamos entonces que el número se regularice en los próximos meses.

Con estos datos, 2019 cerraría con una balanza comercial bilateral prácticamente equilibrada e incluso con un leve superávit, menor a USD 1.000 millones. Si bien la mejora obedecerá a un desplome de las importaciones, cercano a 30% i.a., no deja de ser una buena noticia en un marco donde nuestro país necesita imperiosamente cuidar las divisas.

El superávit comercial de 2019 rondará USD 12.500 millones

En julio de 2019, nuestro país registró un superávit comercial de bienes de USD 950 millones, más que revirtiendo el déficit de casi USD 800 millones mostrado en julio del año pasado. De esta manera, se alcanzó casi un año de resultados positivos, algo que no pasaba desde 2012 y da cuenta de cómo la crisis cambiaria que golpea al resto de la economía estimula al sector externo. Mejor aún, si se hubieran mantenido los precios de julio de 2018, el superávit habría alcanzado USD 1.200 millones, por lo que se observa que la recuperación es efecto de las cantidades y no de los precios lo que permite pensar que la misma es más sólida.

En este sentido, resalta el avance de las exportaciones (+8% i.a.), producto de un salto de las cantidades (+20% i.a.) contrarrestado parcialmente por un deterioro de los precios (-10% i.a.). Al igual que en los meses precedentes, el incremento estuvo liderado por el sector agropecuario, dinamizado por baja base de comparación que estableció la sequía del año pasado más la cosecha récord de este año. A contramano, los envíos de productos de origen industrial retrocedieron otra vez en el mes, consecuencia del deterioro de la demanda brasileña y un mundo que se cierra cada vez más, no permitiéndonos colocar los excedentes que genera un mercado interno deprimido.

Por el lado importador, los resultados fueron más homogéneos: caídas en casi todos los frentes, consecuencia de una demanda local que se achica en comparación al año pasado y bienes en dólares que se encarecieron en términos relativos. Tal como podía esperarse, los mayores retrocesos se observan en los bienes finales (de consumo y vehículos livianos) y los bienes de capital, acompañando al desplome de la inversión.

Con estos números, el acumulado a los primeros siete meses del año pasó de un rojo de USD 5.600 millones en 2018 a un superávit de USD 6.500 millones en 2019. De la misma forma que en el dato mensual, la mejora obedeció fundamentalmente al desplome de las importaciones (-27% i.a., pasando de USD 41.000 millones a poco más de USD 31.000 millones) ya que las exportaciones crecieron tibiamente en los primeros siete meses de 2019 (+3% i.a., trepando de USD 35.500 millones en 2018 a USD 36.600 millones este año).

Por último, para lo que resta del año estimamos que seguiría esta racha positiva. Si antes de la reciente crisis cambiaria y financiera, con su correlato negativo en la actividad, estimábamos que el superávit podría rozar los dos dígitos al cierre del año, al momento descontamos que lo superará ampliamente. En este contexto, proyectamos un resultado positivo cercano a USD 12.500 millones, producto fundamentalmente de la contracción importadora (cercana al 20% i.a.), pero también por un avance exportador (+8% i.a.), algo no menor en este contexto global proteccionista y donde nuestro principal socio comercial sigue anémico. Más allá del resultado electoral, el año que viene presentará rasgos parecidos a 2019 en este frente, de modo que podemos hablar de que se encadenarán dos años de superávit, algo que no sucede desde 2013-2014 (y por un monto mucho mayor a entonces).

 

Las exportaciones agropecuarias en vías de recuperación

Sin lugar a dudas, 2018 fue un duro golpe para la actividad agropecuaria. En concreto, la sequía que afectó a gran parte del sector primario argentino (principalmente a la agricultura extensiva) resultó en una cosecha casi un 20% menor a la de 2017 si tomamos los principales cuatro cultivos – soja, maíz, trigo y girasol – pasando de 126 millones de toneladas en la campaña 2016/2017 a solo 103 millones en 2017/2018, valores comparables a los de 2013/2014. Puntualmente en el caso de la soja, el principal cultivo de nuestro país, la reducción de la cosecha superó incluso el 30%, marcando de esta forma el punto más bajo de la década.

En este sentido, el gráfico debajo es más que elocuente a la hora de entender la profundidad de lo sucedido en 2018. En él se pueden observar las cantidades exportadas de productos primarios (PP) y manufacturas de origen agropecuario (MOA) en relación al promedio 2011-2017 (2018 queda excluido por tratarse de un año climáticamente atípico y, en el caso de 2019, por no ser año completo).

En primer lugar, se puede ver un punto de inflexión en diciembre de 2015 cuando se produce el cambio de gestión. A partir de allí, las colocaciones en el exterior se ubicaron sostenidamente por encima del promedio beneficiadas por la liberación del mercado cambiario, la venta de volúmenes retenidos de la campaña anterior, la reducción de derechos de exportación en 2016 y el posterior aumento de reintegros al año siguiente. Adicionalmente, la firma de acuerdos comerciales permitió abrir nuevos y viejos mercados, posibilitando el aumento en las colocaciones externas de productos como la carne vacuna, carne porcina, cítricos y miel entre otros, aunque con un impacto marginal en el agregado.

No obstante, 2018 marcó un nuevo quiebre. A simple vista se pueden observar los efectos de la sequía durante el segundo y tercer trimestre del año, con exportaciones que cayeron 31% i.a. en cantidades en lo que respecta a PP y 8% i.a. en el caso de MOA, totalizando una caída conjunta de casi 19% i.a. en cantidades entre abril y septiembre de 2018. De esta forma, las cantidades vendidas al exterior a lo largo del año se ubicaron en niveles incluso por debajo de los de 2015.

Sin embargo, los números indican que el sector agropecuario consolidó su recuperación a partir del último trimestre de 2018 dejando atrás la sequía, al menos en lo que a exportaciones respecta. En este sentido, en el acumulado a mayo de este año hubo un aumento de 22% i.a. en las cantidades vendidas al exterior de PP y cerca de 14% i.a. en el caso de MOA, con un avance total de casi 18% i.a., una recuperación que permitió volver a los niveles de 2016 para los primeros cinco meses del año.

De hecho, esta mejora se dio incluso a pesar de la imposición de derechos adicionales ($3 o $4 por dólar exportado dependiendo de la posición) a partir de septiembre de 2018, acompañada de la reducción de reintegros. De todas maneras, este descuento adicional no fue suficiente para compensar el alza del tipo de cambio real, por lo que en términos netos (tipo de cambio real efectivo) los primeros cinco meses de 2019 muestran una mayor competitividad cambiaria (23% i.a. para el complejo sojero y +12% tanto para PP como para MOA, ambos sin incluir soja y sus derivados).

De cara al futuro, el sector agropecuario experimenta sin dudas uno de los mayores niveles de productividad dentro de la economía argentina, por lo que si bien es cierto que el tipo de cambio puede afectar el ingreso de productores y exportadores, difícilmente tiene efecto sobre las cantidades en un mercado donde los precios están fijados internacionalmente. En este sentido, el sector podría ser uno de los más beneficiados ante la implementación del Tratado de Libre Comercio entre el Mercosur y la Unión Europea, aunque esto no implica que los beneficios sean sustanciales. De hecho, a pesar de la relativa falta de precisiones sobre el acuerdo, se sabe que la UE mantendrá estrictos controles fitosanitarios y de trazabilidad para permitir el ingreso de nuestra producción, la eliminación de aranceles será paulatina en algunos casos (productos de la pesca, vinos, cítricos, preparados de carne, miel, aceites vegetales y biodiesel entre otros) y subsistirán las cuotas para para más del 17% de nuestras exportaciones agroindustriales (por ejemplo para la carne vacuna, aviar y maíz). A esto se suma la mirada crítica de La France (no solo por la competencia en el sector agropecuario sino también a raíz de la posición de Bolsonaro, presidente de Brasil, en cuanto al cambio climático y al Acuerdo de París) y el hecho de que los productores europeos seguirán recibiendo subsidios por parte del bloque.

Acuerdo Mercosur-Unión Europea: ¿hacia mayor convergencia o disparidad?

Al cierre de la semana pasada se firmó un histórico tratado de libre comercio (TLC) entre el Mercosur y la Unión Europea. Al momento no hubo grandes precisiones por parte de ninguno de los dos bloques sobre los puntos acordados; sin embargo, tiene sentido analizar qué decisiones harían que el TLC fuese más o menos beneficioso para nuestro país.

Para comenzar, vale remarcar que el promedio ponderado de aranceles del Mercosur (14,8%) es sensiblemente mayor al del viejo continente (3,0%). En consecuencia, los precios de los productos europeos se abaratarían en mayor medida que los sudamericanos. Visto desde la óptica de los consumidores, los habitantes del Mercosur seríamos los principales beneficiados. No obstante, desde una perspectiva productiva, dado que los productos europeos se importarán a un menos precio habrá un riesgo latente para la producción local.

Ahora bien, los efectos lejos están de terminar acá y, menos aún, de estar jugados de antemano. Por caso, la elevada presión tributaria de nuestro país impacta directamente en la competitividad precio de los productos locales: más impuestos que se trasladan a los precios finales, redundando en bienes más caros.

Más aún, mientras que la Argentina cobra derechos a sus exportaciones, la Unión Europea las subsidia a través de la Política Agraria Común (PAC). En este sentido, el presupuesto asignado a esta política ascendería a 408.000 millones de euros para el período 2020-2024, superando de esta forma cualquier proyección de nuestras exportaciones totales para el período.

Dada esta dinámica asimétrica, el acuerdo debería forzar un esquema impositivo más racional en nuestro país, para no sobrepenalizar la producción doméstica. Si este fuera el caso, nuevamente, los consumidores locales ganarían por una doble vía; ahora bien, si no se lograra relajar la carga tributaria, la producción doméstica se vería casi imposibilitada de competir con la europea.

Algo similar sucede con el elevado costo de financiamiento vigente en nuestro país. La tasa de interés se ubica actualmente en niveles prohibitivos para invertir. En pos de adecuar el sistema productivo a las demandas del acuerdo, el costo de financiamiento deberá abaratarse sensiblemente: de lo contrario, será muy difícil competir con la producción de nuestro nuevo socio comercial.

En otro orden, los TLC buscan fomentar los flujos de inversión extranjera directa. Considerando la disparidad entre ambas regiones respecto de las inversiones realizadas en otros países (a modo de ejemplo, según los datos del Banco Mundial, mientras que las salidas IED desde la Unión Europea alcanzaron USD 620.000 millones en 2017, las del Mercosur apenas superaron USD 25.000 millones), nuestro bloque posee mucho para ganar en este frente.

Ahora bien, las direcciones específicas de estos desembolsos no se negocian en los TLC, sino que dependerán de la dinámica de cada país en particular. En este sentido, las rigideces de nuestro mercado laboral y las dificultades que provoca una de las macroeconomías más volátiles del mundo reducen el atractivo de nuestro país. Una vez más, estaremos frente a una oportunidad interesante para generar un esquema en línea con las necesidades actuales y orientar a nuestra economía hacia el crecimiento; de lo contrario el panorama se oscurecerá.

En este punto, los salarios en dólares cumplirán un papel fundamental para competir por estos influjos con nuestros socios del Mercosur. Por lo tanto, la vigencia de un tipo de cambio real competitivo también será un eje a fortalecer: si bien en un escenario optimista lo ideal sería competir por empleos de calidad, lo cierto es que, actualmente, nuestro país está lejos de hacerle frente en este punto a los destinos actuales de la IED de la Unión Europea.

En consecuencia, podemos afirmar que gran parte de que el impacto del TLC sea positivo o negativo para nuestro país dependerá de qué reglamentaciones y excepciones se hagan al mismo y, no menos importante, cómo y a qué velocidad reaccione nuestro país ante la novedad, ajustándose a los standares globales en materia de legislación impositiva y laboral.

Dicho esto, resta hacer un análisis sectorial para saber cómo impactará el acuerdo a nuestra estructura productiva. Para ello, corresponde cotejar la diferencia de productividades relativas entre ambos bloques. En este sentido, podemos separar a las ramas transables afectadas en dos grandes grupos: aquellas que trabajan a un nivel de productividad cercano a la frontera internacional y a las que lo hacen a uno inferior.

En el primer grupo, que sería aquel que podría verse beneficiado a partir de incrementar sus exportaciones a la Unión Europea –no produce con sobrecostos y la rebaja de aranceles le permitiría competir- aparece la agroindustria. Por caso, las exportaciones de trigo y maíz y sus derivados, así como las de carne, podrían verse altamente beneficiadas con el acuerdo.

Más allá de esto, vale resaltar algunas cuestiones. Por un lado, es importante que en el acuerdo se discuta la eliminación de subsidios a los productos agrícolas, que abarata a partir de decisiones de política económica a los bienes europeos. Por el otro, partiendo de las regulaciones internacionales de seguridad alimentaria, suelen ponerse cuotas y reservarse ciertos requisitos de admisión para las importaciones de alimentos (barreras fitosanitarias y de calidad). Será fundamental evitar el abuso de estas posiciones por parte de los países europeos en pos de alcanzar el mayor market share posible. Por último, la oferta agroindustrial es relativamente inelástica (a diferencia de la producción típicamente industrial, no basta con aumentar el ritmo de una máquina). En consecuencia, será fundamental incrementar el valor agregado de los productos exportados –pasar de ser el granero del mundo a ser el supermercado-, ya que de lo contrario será inevitable que el sector se reprimarice. Esto no será un proceso autónomo, sino que dependerá de elaborar un programa de desarrollo con orientación exportadora que cuente también con la voluntad política necesaria para llevarlo a cabo.

En el extremo opuesto, es decir en aquellos sectores que trabajan a un nivel de precios superior al internacional y, por ese motivo, se ven imposibilitados de competir en una situación de libre comercio se ubican la mayoría de las ramas de la industria manufacturera. Producto del perfil exportador de la Unión Europea, podríamos mencionar aquí al sector automotor, autopartista, farmacéutico, metalúrgico y químico. Considerando la elevada tasa de empleo formal que presentan estos sectores, la pérdida de puestos de trabajo implicaría también una precarización del empleo en nuestro país. Algo similar sucedería con los salarios promedio.

Antes de terminar, es importante destacar que no solo se desplazará producción destinada al mercado interno. Casi la mitad de las exportaciones manufactureras argentinas se dirigen a Brasil, mercado en donde nuestro país no paga aranceles y obtiene de esta forma una ventaja relativa respecto de la Unión Europea que tributa el arancel extra-zona. Ahora bien, luego del acuerdo, esta diferencia desaparecería, de modo que estos envíos también estarían en peligro.

En conclusión, podemos afirmar que el acuerdo abre una serie de interrogantes que según cómo se negocien resultarán en mayores riesgos u oportunidades para la región en general y para nuestro país en particular. Considerando el estancamiento secular en el que se halla la economía argentina, y lo errático de la política cambiaria en los últimos años, los puntos de partida no son alentadores. Esperemos que se puedan hacer valer los aspectos estructurales y el TLC puje por achicar las diferencias entre ambos bloques en lugar de intensificarlas; de lo contrario, su resultado será una sociedad cada vez más desigual, con algunos sectores trabajando en la frontera productiva internacional y otros en franco retroceso.

Marcado avance exportador gracias a la cosecha

En mayo de 2019, el intercambio comercial de bienes con el resto del mundo arrojó un superávit cercano a USD 1.400 millones, revirtiendo de esta forma el rojo de mayo del año pasado (casi USD 1.300 millones). Esta dinámica fue el resultado tanto de un nuevo desplome de las importaciones (-28% i.a.) como así de un importante avance exportador (+16,5% i.a.).

Por el lado de las ventas al exterior, estas se beneficiaron en primer lugar de una baja base de comparación ya que mayo de 2018 fue el primer mes de caída (-6% i.a.) como consecuencia de la sequía. Además, la huelga de camioneros brasileños de mayo del año pasado había golpeado a los envíos a ese país, que habían retrocedido cerca de 20% i.a.

Por el lado del sector agropecuario, resaltar que en mayo de este año las cantidades exportadas de productos primarios se duplicaron favorecidas por la excelente cosecha, a la par que las manufacturas de origen agropecuario mostraron un avance de casi 27% i.a., también medidas en volúmenes. Como resultado, las exportaciones totales aumentaron casi un 35% i.a. en cantidades, pero el retroceso de los precios internacionales (-13,6% i.a.) atenuó la mejora en valores (+16,5% i.a.).

En cuanto a las importaciones, la dinámica fuertemente contractiva se sostiene, con todos los usos económicos en terreno negativo, tanto en valores como en cantidades. Entre las principales contracciones se destacan los vehículos de pasajeros afectados por la fuerte caída del poder adquisitivo en dólares, los combustibles y lubricantes a raíz del menor nivel de actividad y, probablemente, cierto grado de sustitución por producción interna y los bienes de capital como consecuencia de la recesión y el desplome de la inversión.

Para lo que resta de 2019 esperamos que la contracción en las compras al exterior persista, aunque la intensidad se iría moderando de manera paulatina. De hecho, las importaciones tuvieron un primer bimestre positivo en términos desestacionalizados y, tras una caída en marzo como consecuencia del alza de tipo de cambio y el deterioro de la economía en general, siguieron dos meses (abril y mayo) de estabilidad. Teniendo presente que la base de comparación se relaja sensiblemente a partir de junio de 2018, producto de la crisis cambiaria que había comenzado el mes anterior, podemos afirmar que las importaciones habrían encontrado un piso (más allá de factores estacionales, es decir, en la comparación interanual). En consecuencia, si bien seguirían en rojo –y posiblemente en caídas de dos dígitos-, la dinámica negativa se aminoraría.

Por el lado de las exportaciones, el avance se consolidará en los próximos meses con los envíos de la cosecha. En contraposición, el recorte en las expectativas de crecimiento de la economía brasilera, nuestro principal socio comercial, que pasaron de 3% hace algunos meses a la zona de 1,5% actualmente, actuará negativamente en este frente. No obstante, no lograrían revertir la recuperación antes mencionada.

De esta forma, estimamos que el intercambio de bienes cerraría 2019 con un superávit en torno a USD 10.000 millones gracias a un incremento en las exportaciones de orden del 6% y a una caída en las importaciones próxima a 16%.

Por la recesión y el menor poder adquisitivo en dólares, el déficit de cuenta corriente rondaría USD 10.000 millones en 2019

El déficit de cuenta corriente alcanzó USD 3.850 millones en el primer trimestre de 2019 y acumula casi USD 22.000 millones en los últimos doce meses (-4,9% del PBI). Con estos números, el saldo negativo del trimestre se redujo a la mitad en comparación al registrado en igual período de 2018 previo a la crisis cambiaria.

Al igual que en las anteriores publicaciones, la dinámica de ajuste obedeció a la recesión que atraviesa la economía argentina y al desplome del poder adquisitivo medido en moneda extranjera. En este sentido, la reversión del saldo de bienes se explica por la disminución de las importaciones (-28% i.a.) ya que las exportaciones también se contrajeron en la comparación interanual (-2% i.a.). Respecto de la balanza de servicios, los resultados también fueron auspiciosos producto del deterioro de la actividad: el rojo acumuló USD 1.700 millones en el primer trimestre de 2019, reduciéndose a la mitad respecto del alcanzado entre enero y marzo de 2018 (USD -3.400 millones). Una vez más, la evolución respondió a la retracción de las compras externas (-27% i.a.) ya que las ventas también se achicaron, pese a la mayor competitividad cambiaria (-9% i.a.)

Por su parte, el rojo de rentas creció poco más de 10% i.a., al pasar de USD 4.500 millones en el primer trimestre de 2018 a USD 5.000 millones en 2019. Esta evolución refleja el mayor pago de intereses a no residentes en moneda dura (+30% i.a.), y va por carriles distintos al curso de la economía. En consecuencia, su dinámica no mejoraría en los próximos meses, más allá de qué pase con el nivel de actividad.

Por otro lado, la cuenta capital y financiera mostró un superávit de menos de USD 5.000 millones, lo que implica un ajuste cercano a USD 11.000 millones frente al primer trimestre de 2018. En este sentido, la inversión productiva se vio reducida en 6% i.a. (retroceso de las ganancias medidas en moneda extranjera), mientras que la inversión financiera prácticamente “se retiró” de la economía argentina (-98% i.a.) en un contexto de elevada inflación, inestabilidad cambiaria, volatilidad de tasas e incertidumbre político-electoral.

Como resultado de esta dinámica, las Reservas Internacionales se mantuvieron prácticamente inalteradas (mostraron una caída de solo USD 45 millones) en el período, cerrando el trimestre en USD 66.805 millones.

Para 2019 la dinámica de ajuste de la economía argentina se hará sentir “positivamente” en las cuentas externas. En este sentido, la cuenta corriente irá recortando su déficit gracias a un fuerte retroceso de las importaciones y, luego de un magro primer trimestre, un avance exportador (entre enero y marzo, la mejora en cantidades se vio contrarrestada por el retroceso de los precios, cosa que no se repetiría en lo que resta del año donde además entraría a jugar la sequía de 2018). Más allá de estas mejoras, el pago de utilidades y dividendos y principalmente el de intereses impedirían que la cuenta corriente pasara a terreno positivo. En consecuencia, la misma seguiría en rojo y acumularía un déficit cercano a USD 10.000 millones este año (poco más de 2% del PBI).

Por su parte, la cuenta capital y financiera mostrará también un ajuste significativo aunque, no obstante, el superávit sería más que suficiente para cubrir el rojo de cuenta corriente, siempre que se destraben los desembolsos del FMI (lo que, efectivamente, descontamos que pasará). Como resultado, las Reservas internacionales brutas volverían a crecer este año.

Se modera la mejora en el comercio con Brasil

En mayo, el comercio bilateral de bienes con Brasil volvió a terreno negativo (USD -127 millones) luego de cinco meses en la zona de equilibrio / leve superávit.

Esto fue producto de importaciones que suavizaron su contracción (-17,6% i.a. en mayo frente a un promedio de -46,5% i.a. en el primer cuatrimestre) tras la estabilidad del tipo de cambio y algo más de claridad en cuanto a la contienda electoral argentina que habrían estimulado el nivel de actividad en mayo. Además, la corrida cambiaria argentina en mayo de 2018 produjo una baja base de comparación que ayudó a moderar la caída este año. Por otro lado, la tendencia alcista del Real durante el mes de mayo (superó 4 BRL/USD) facilitó esta moderación en la caída de las compras al país vecino. De todas formas, los rubros que reforzaron esta retracción fueron vehículos de carga y de pasajeros, maquinaria agrícola, chasis y porotos de soja.

Por otro lado, las exportaciones mantienen un crecimiento de dos dígitos (12,7% i.a.) gracias a una economía brasilera que, a pesar de las perspectivas de desaceleración, aún demanda bienes extranjeros (las importaciones totales del país vecino crecieron cerca de 13% i.a.). A nivel desagregado, el mejor desempeño se dio en los casos de vehículos de carga y ómnibus, autopartes, malta, trigo, aceite de girasol y neumáticos.

De cara a los meses restantes de 2019, se espera que el desempeño favorable de las exportaciones se vea atenuado ante un menor dinamismo en la economía de nuestro principal socio (las perspectivas de crecimiento ya se ubican en 1,3% para este año) por lo que las proyecciones se vieron recortadas a 7%. En el caso de las importaciones, la recesión local continuará afectándolas, aunque mayor estabilidad cambiaria y menor incertidumbre podrían constituir una suerte de estímulo. De todas formas, estas marcarían un contundente retroceso (en torno a 25%) y el intercambio bilateral arrojaría un superávit en la zona de USD 600 millones.