Los precios para arriba, las cantidades para abajo

En el último trimestre del 2020, los precios de exportación de Argentina subieron 1,7% i.a., cortando una racha de dos años a la baja. A su vez, los precios de importación se redujeron 1,3% i.a., acumulando su octavo trimestre en terreno negativo. De esta forma, los términos de intercambio subieron 3,1% i.a.

Aunque esta mejoría representa una buena noticia, el efecto más marcado del último cuarto del año fue un abrupto cambio en la evolución de las cantidades. Por el lado de las exportaciones, los bienes enviados al exterior cayeron 27% i.a. en volúmenes, más que triplicando el ritmo de descenso que exhibieron en los primeros nueve meses del año (-8% i.a.). Así, alcanzaron el mínimo nivel desde el cuarto trimestre de 2015, cuando se habían retenido los envíos al exterior de granos y productos agropecuarios a la espera de una devaluación y baja de retenciones finalmente concretadas. Mientras tanto, las importaciones revirtieron su signo, pasando de caer 18% i.a. en los tres trimestres previos a crecer 14% i.a.

Este repentino cambio de comportamiento estuvo vinculado con la elevada brecha cambiaria, que alimenta unas crecientes expectativas de devaluación. Al término de un año en que el comercio global se vio muy golpeado por la pandemia, las proyecciones de un salto del dólar oficial motivaron a los importadores a incrementar sus stocks para cubrirse, a la vez que alentó a los exportadores a posponer sus ventas a la espera de recibir “más pesos” por la misma cantidad de dólares. Vale destacar que estos últimos también se vieron severamente afectados por el paro de aceiteros y recibidores de granos, que demoró algunas semanas los envíos al exterior. Este efecto fue el responsable de que los volúmenes exportados de semillas y oleaginosas se derrumbaran 79,4% i.a., el aceite de girasol 50,0% i.a. y la harina y pellets de soja 33,5% i.a., entre otros. Sin embargo, los productos que no estuvieron afectados por el conflicto gremial tampoco mostraron buenos desempeños en el trimestre y todos los rubros (con excepción únicamente de bebidas, lácteos y combustibles) se ubicaron en terreno negativo. Por parte de las importaciones, todas las categorías (excepto combustibles) treparon hacia fin de año. En particular, se destacan las compras de autos (+44,2% i.a.), que operan como una vía alternativa de ahorro en un contexto de restricciones cambiarias, bienes intermedios alimenticios (+63,4% i.a.) y químicos (+19,3% i.a.).

Como resultado, el 2020 concluyó con un superávit comercial de USD 12.500 M. Este saldo se contrajo 22% i.a. en un contexto en que la capacidad de compra de nuestras exportaciones mejoró levemente en relación con nuestras importaciones (+0,6%). Por tanto, la reducción debe buscarse por el lado de las cantidades. Aunque nuestro nivel de actividad se vio más golpeado que la media mundial y que el PBI de nuestros socios comerciales (incluso China, el segundo más importante de nuestros compradores, sería uno de los pocos países en lograr sortear la recesión), las cantidades exportadas (-13,2%) tuvieron una caída más profunda que las importadas (-10,7%).

Con la perspectiva de que los precios internacionales seguirán jugando a favor en 2021 (así lo indican los contratos futuros de soja y sus derivados), esperamos que el balance comercial se incremente este año. Sin embargo, difícilmente las cantidades exportadas recuperen el 15% de caída que acumulan desde su pico en 2011. Así, la recuperación de los volúmenes importados a la salida de la pandemia insumirá cada vez una porción mayor de los dólares que ingresen. Una década de estancamiento de los envíos al exterior no es compatible con el crecimiento sostenido y deberá ser un foco a donde apuntar las políticas de los próximos años.

El intercambio bilateral con Brasil arrancó 2021 con el pie derecho

En enero de 2021, la balanza comercial bilateral con Brasil fue levemente superavitaria en USD 22 millones. Si bien el saldo comercial se redujo en la comparación interanual (-68% i.a., ya que en enero de 2020 este excedente había alcanzado USD 68 millones), este balance es el primero en quedar en terreno positivo luego de ocho meses en rojo. La caída del superávit comercial obedeció al crecimiento de las importaciones (+28,2% i.a.), en tanto las exportaciones  avanzaron 18,4% i.a. en relación con el primer del año pasado.

Para mejor, el flujo de comercio con la economía brasileña se incrementó en 23% i.a. Con este dato, se puso fin a una tendencia muy dañina para nuestras cuentas externas: el comercio bilateral total acumulaba más de dos años en rojo. Como resultado, se redujeron las opciones de complementariedad para la producción industrial de ambos países, aprovechando la suma de ambos mercados. Este panorama desolador era consecuencia de la pérdida de participación argentina en el mercado brasileño (nuestras exportaciones al país vecino están en caída desde el 2011) junto con la grave crisis de la economía local (que encadenó más de dos años consecutivos de caída de las importaciones de este origen).

A esta tendencia negativa, en 2020 se sumó la pandemia. La irrupción de la crisis global por el Coronavirus afectó a la actividad, la demanda y el comercio internacional en todas las latitudes. En particular, la economía brasileña habría retrocedido más de 4% el año pasado y sus compras del exterior se redujeron 10%. Sin embargo, hubo un agravante para nuestro país: producto de la elevada brecha cambiaria, que alentó a posponer y/o subfacturar ventas al exterior, y por la composición sectorial de exportaciones a Brasil (en donde se encuentran sectores particularmente afectados, como el automotor), nuestras ventas a este destino cayeron 26% durante el año pasado. Como resultado, la participación de las exportaciones argentinas en las importaciones brasileñas cayó a mínimos históricos, cerrando el año por debajo del 5%. Por este motivo, la tibia recuperación de inicios del 2021 enciende algunas señales de esperanza y optimismo de cara al futuro.

En lo que hace a las importaciones, el quiebre fue previo. Luego del fuerte deterioro observado en los primeros ocho meses del 2020 (-25% i.a., tanto por el arrastre de la crisis, como por la caída de la demanda y las restricciones a la producción), desde septiembre se observa un crecimiento de las compras brasileñas. Esta suba puede leerse como una buena noticia, ya que está vinculada con la recuperación de la industria que demanda cada vez más insumos, pero a la vez como el fruto de las expectativas de devaluación, que incentivan a adelantar importaciones. Con un poco de ambos componentes, el crecimiento ya se ubicaba en el 15% i.a. en el último cuatrimestre del año, haciendo que la caída anual fuera de “apenas” 13% y que sorprenda menos el alza en enero.

El buen inicio del 2021 abriría las puertas para un año “menos peor” que 2020: aunque la pandemia continuará, las restricciones serán menores y ambas economías rebotarán. A pesar de esto, reducir la brecha cambiaria y normalizar el comercio exterior continúan siendo desafíos: sin esto, ninguna recuperación será sostenible. Esperamos que el año cierre con un pequeño superávit comercial con Brasil, que evidencie un crecimiento de las exportaciones mayor al de las importaciones. Sin embargo, todavía quedará camino pendiente en la recuperación de nuestras exportaciones y el saldo positivo quedará lejos del de 2019.

En diciembre volvió el déficit comercial, ¿pero no por mucho tiempo?

En diciembre de 2020, la balanza comercial de bienes arrojó un déficit de USD 360 millones, volviendo a terreno negativo por primera vez desde agosto de 2018. La reversión del superávit de USD 2.200 millones obtenido en el último mes de 2019 se explicó tanto por un desplome de las exportaciones (-34% i.a., orillando USD 3.500 millones), como por un avance de las importaciones (USD +25% i.a., superando USD 3.900 millones).

Una brecha elevada que alimentó las expectativas de devaluación, posponiendo ventas al exterior y adelantando compras, una industria que se recupera luego de la pandemia y el paro de los trabajadores aceiteros y recibidores de granos en los puertos de Rosario y Bahía Blanca (entre otros), que afectó a los envíos de productos oleaginosos, explicaron esta dinámica que no por coyuntural deja de ser preocupante.

Por el lado de las exportaciones, resalta el duro golpe en productos primarios y manufacturas de origen agropecuario (-45% i.a.). A pesar del avance de 3% i.a. y 6% i.a. de los precios, el derrumbe de 47,5% i.a. de las cantidades complicó el resultado. En este caso, algunos conflictos gremiales del sector sumaron problemas a un resultado que ya venía muy golpeado por la brecha cambiaria: sin el paro de los trabajadores aceiteros, estimamos que las exportaciones de diciembre habrían sido alrededor de USD 1.000 millones mayores a lo que efectivamente fueron, de modo que, aunque habrían seguido acusando una caída importante (-16% i.a., en línea con el promedio agosto-diciembre), la balanza comercial habría cerrado en terreno positivo. Sin embargo, y lamentablemente, esto no pasó.

Por el lado importador, una recuperación de la producción industrial cercana al 5% i.a. en diciembre alentó a las compras externas. No obstante, esto sólo no explica semejante salto (+25% i.a.): la brecha y las expectativas de devaluación -no sólo de diciembre, sino también de los meses anteriores, en tanto en un mes suelen “ingresar” las órdenes de compra de algunos meses atrás- también fueron fundamentales para impulsar las compras externas. A nivel de usos económicos, sobresale el avance de bienes de capital (+34% i.a.), piezas y accesorios (+50% i.a.) y bienes intermedios (+32% i.a.).

Con estos números, 2020 cerró con superávit de USD 12.500 millones, marcando una caída de 21,7% en relación con el acumulado 2019 (USD 16.000 millones). Este deterioro obedeció íntegramente a la caída de las exportaciones (-16% i.a., totalizando USD 54.900 millones), en tanto las importaciones se redujeron 14% i.a. a lo largo del año pasado, apenas superando USD 42.350 millones -el valor más bajo desde 2009-.

Más allá del acumulado anual, en 2020 se observaron dos grandes momentos: uno que va de enero a agosto, con mejora del saldo comercial por un desplome importador, y otro que va de septiembre a diciembre, con un deterioro del resultado, producto, esencialmente, de las expectativas de devaluación que genera la brecha. Concretamente, mientras que en los primeros ocho meses del año el superávit comercial mejoró un 40% i.a., entre septiembre y diciembre se desplomó un 85% i.a.

A pesar de que en la última parte del año pasado la economía global comenzó a recuperarse y mejoraron nuestros términos de intercambio, las exportaciones duplicaron su caída interanual al pasar de 12% i.a. entre enero y agosto al 24% i.a. entre septiembre y diciembre. En sentido contrario, las importaciones pasaron de retroceder al 24% i.a. a crecer al 10% i.a. La disparada de la brecha -y la recuperación de la industria local sobre el cierre del año- explican este cambio de tendencia.

De cara a 2021, el resultado comercial volvería a terreno positivo. El déficit de diciembre fue algo coyuntural y puntual, explicado esencialmente por problemas logísticos. Por este motivo, proyectamos que el saldo comercial de este año superaría al de 2020, ubicándose cerca de USD 13.000 millones. A la inversa del año pasado, la recuperación se concentrará en el último cuatrimestre del año, es decir, en los peores meses del 2020. Esperemos que la tentación -electoral- de atrasar al tipo de cambio real no juegue en contra en ese momento, reduciendo la competitividad precio de nuestra economía y alimentando la brecha: los perjuicios serían muy importantes.

Intercambio entre Argentina y Brasil: cada vez menos socios 

En diciembre de 2020, la balanza comercial bilateral con Brasil fue levemente deficitaria en USD 20 millones, revirtiendo el superávit de casi USD 200 millones alcanzado en igual mes del 2019. Este deterioro obedeció una caída de las exportaciones (-15% i.a., ubicándose en USD 770 millones), en tanto las importaciones crecieron 11% en la comparación interanual, rozando USD 790 millones.
De esta forma, el saldo acumulado anual arrojó un déficit de USD 700 millones, esfumando el superávit de USD 760 millones logrado en 2019. La desaparición del resultado positivo obedeció íntegramente al desplome de las exportaciones (-26,1% i.a.), muy golpeadas por la crisis de la economía -y especialmente la industria- brasileña, ya que las importaciones retrocedieron 13% i.a. en el último año. Más allá de esta caída, vale resaltar la aceleración de los últimos meses (+15% i.a. entre septiembre y diciembre), explicada no solo por un menor impacto del Coronavirus en la producción local, sino también por la elevada brecha y expectativas de devaluación que alentaron el adelantamiento de importaciones.
Aunque una parte no menor del mal desempeño exportador se explicó por la pandemia, también hubo factores propios de la economía argentina. En este sentido, sobresale que el resto de las compras de la economía brasileña cayeron “sólo” 9,4% i.a. en 2020, mostrando que el desempeño de nuestro país estuvo por debajo del promedio. Como resultado, la participación argentina en las importaciones brasileñas pasó de 6% en 2019 a menos de 5% el año pasado, el menor valor desde el 2000.
Corresponde notar algunos puntos para explicar esta dinámica. En primer lugar, producto de la pandemia y la división entre ramas de actividad esenciales y no-esenciales, la industria automotriz del gigante sudamericano tuvo un año particularmente malo: las compras al exterior de autos livianos se desplomaron casi 50%, las de autopartes 40% y las de vehículos pesados 35%. Dado que este segmento es uno de los de mayores flujos de comercio bilateral, explica parte importante de la caída.
Además, el abaratamiento del Real brasileño pudo haber traído algunos problemas para nuestro país en materia de competitividad. Aunque no habría sido deseable devaluar de manera más acelerada para seguir a la primera moneda del Mercosur, por el impacto que habría tenido sobre los precios y los salarios, el comportamiento de ambas monedas pudo haber generado sustituciones de producción argentina por brasileña.
Dicho esto, vale resaltar que las causas del desplome de las ventas argentinas a Brasil no fueron solo externas. La cuarentena que se impuso en nuestro país complicó a la oferta durante varios meses, especialmente durante el segundo y tercer trimestre. Asimismo, flexibilizadas las restricciones operativas, las expectativas de devaluación y una brecha en torno al 100% invitaron a posponer las ventas al exterior y alentaron su subfacturación. De esta manera, factores locales y externos se combinaron, golpeando fuertemente nuestras ventas al gigante sudamericano -y al resto del mundo también-.
Por el lado importador, en 2020 se observaron tres períodos claramente marcados. Un primer trimestre pre-pandémico, en donde las compras externas arrastraron el deterioro del cierre de 2019, cayendo poco menos de 7% i.a; una segunda etapa, que va de abril a agosto, muy marcada por la pandemia y las restricciones operativo-sanitarias, que provocaron un desplome inédito del 35% i.a; y, por último, un incremento del 15% i.a. en el acumulado entre septiembre y diciembre, resultado de la recuperación de la industria, pero, también, de las expectativas de devaluación y el stockeo de producción que generan. Como resultado, se observó una caída de 13% en el acumulado interanual, que “esconde” estos períodos.

De cara al 2021, las perspectivas son más alentadoras. Por un lado, porque la pandemia debería ceder y las restricciones operativas ser menores, de modo que las exportaciones crecerán, al menos, por el efecto base de comparación. Además, porque la posposición de ventas y el adelantamiento de compras no pueden durar para siempre. Por el contrario, en algún momento se deben normalizar y, en ese entonces, ayudan al saldo comercial: el déficit “artificial” del último cuatrimestre del 2020 debería transformarse en un superávit, también transitorio, al comienzo de este año. Por último, porque las perspectivas de recuperación de la economía brasileña deberían traccionar parte de las compras a nuestro país. En este marco, proyectamos que 2021 cerrará con una balanza comercial bilateral al menos equilibrada, cerrando una fuente de sangría de dólares, curiosamente, el bien más escaso y necesario de la economía argentina.

Otro trimestre con saldo externo positivo obligado

En el tercer trimestre, la cuenta corriente del balance de pagos mostró un superávit de USD 1.200 millones. Con este dato, dicho saldo -que suma los flujos comerciales de bienes y servicios y las rentas percibidas por inversiones en el exterior- revirtió el déficit de más de USD 1.000 millones observado en el tercer cuarto del 2019 y acumula un año con resultado favorable.

La última vez que nuestra cuenta corriente fue superavitaria a lo largo de cuatro trimestres consecutivos fue en el año 2012. En esa ocasión, se registraron exportaciones por encima de los USD 80.000 millones, debido a unos términos de intercambio muy favorables (por caso, el precio de la tonelada de soja promedió el año por encima de USD 500). Esta vez, por el contrario, la mejoría no provino de un salto exportador, sino del cierre de las fuentes de financiamiento. Este proceso comenzó en el segundo cuarto del 2018, cuando el flujo de capitales hacia nuestro país se interrumpió, llevándonos al FMI. Un año después, ya sin financiamiento privado ni institucional, el saldo de la cuenta corriente cambió de signo, eliminando los requerimientos de financiamiento por la vía comercial. Sin embargo, nuestro balance exterior no terminó equilibrado: la salida de capitales (venta masiva de activos argentinos) causó que el Banco Central perdiera sistemáticamente reservas para morigerar el desplome de nuestra moneda.

Así llegamos al 2020, en que la pandemia resintió el comercio mundial, y nuestras ventas a otros países descendieron 12% (hasta septiembre). En ese contexto, una crisis doméstica más aguda que en el resto del mundo y un control creciente de los productos que ingresan a nuestro país hicieron que las importaciones cayeran 21% en los primeros nueve meses del año. Por esto, el saldo del comercio de bienes permaneció positivo. Además, las restricciones a la movilidad internacional acotaron aún más el déficit de la cuenta de servicios (donde se ubica el turismo internacional), que venía contrayéndose desde el segundo trimestre de 2018. Por último, por efecto de la crisis, la remisión de utilidades y dividendos se vio muy acotada este año, reduciendo en más de 60% el flujo neto hacia el exterior de rentas asociadas a inversiones directas (aquellas que devengan empresas extranjeras o tenencias significativas de acciones por parte de no residentes) y, por efecto de la negociación de la deuda pública, los intereses generados por inversiones financieras también se vieron afectados (el pago estuvo suspendido durante buena parte del año, y aún continúa en ese estado para los bonos subsoberanos de las Provincias que siguen en negociaciones). Estos motivos hicieron que nuestra cuenta corriente permaneciera positiva, acumulando más de USD 4.300 millones.

Pero este saldo no se correspondió con una mayor disponibilidad de dólares para que nuestro país pudiera desendeudarse o acumular reservas. Contrario a esto, la salida de capitales no cesó y más que duplicó al superávit de cuenta corriente a lo largo del año. De esta forma, el BCRA continuó perdiendo Reservas a un ritmo preocupante. En particular, en el tercer trimestre se filtraron casi USD 2.700 millones por la cuenta inversión de cartera. Otro tanto salió por la cuenta otras inversiones, donde se ubica la compra de dólares de particulares.

De cara a fin de año, considerando los datos del intercambio comercial de octubre y noviembre, la elevada brecha cambiaria redujo considerablemente el saldo del comercio de bienes. Por esto, esperamos que la cuenta corriente sea mucho menos favorable en el cuarto trimestre. A este factor, en 2021 se sumará la recuperación de la demanda interna y del turismo emisivo, que podrían erosionar aún más este resultado.

Con un superávit corriente más acotado, Argentina deberá cerrar la sangría financiera del sector privado para -al menos- dejar de perder divisas. Si bien los pagos de deuda pública en moneda externa no serán abultados, las reservas sí serán escasas. Mientras más se calme este frente, menos ajuste deberá exigírsele a la cuenta corriente, en un contexto en que el Banco Central se está quedando sin balas de plata.

Más brecha, menos superávit: ¿costumbres argentinas?

En noviembre de 2020, el superávit comercial de bienes fue menor a USD 300 millones, mostrando una caída de casi 90% i.a. en relación con el saldo positivo logrado en igual mes del año pasado (USD 2.500 millones). De esta forma, la balanza comercial se redujo por tercer mes consecutivo en la comparación interanual, encendiendo algunas señales de alarma. De hecho, el superávit de noviembre fue el menor desde septiembre de 2018, es decir, desde que la balanza comercial volvió a terreno positivo.

Esta dinámica obedeció tanto a un desplome de las exportaciones (-25,6% i.a., perforando USD 4.400 millones) como a un salto de las importaciones, que crecieron 20,7% i.a. en el mes y superaron los USD 4.100 millones. Lamentablemente, esta evolución no se explica únicamente por una recuperación de la actividad doméstica (en forma de “V” para la producción de bienes), sino también por el temor a una devaluación, que alienta el anticipo de compras.

En igual sentido, el desplome de las ventas no obedece a una mayor recesión en el resto del mundo (de hecho, se está recuperando a buen ritmo), sino a que las expectativas de un salto cambiario (elevada brecha) invitan a posponer los envíos al exterior. A la vez, el importante crecimiento de noviembre del año pasado (+10% i.a. contra un +1,2% i.a. de diciembre 2019, por caso) marca que en ese entonces se habían adelantado exportaciones, en búsqueda de evitar la mayor carga impositiva que traería el cambio de gobierno que se materializó en suba de retenciones a las exportaciones (principalmente del complejo sojero).

Teniendo presente esta dinámica, sorprende menos el desplome de 56,6% i.a. en las cantidades exportadas de productos primarios y de 38,6% i.a. en los volúmenes de manufacturas de origen industrial, afectadas también por la pérdida de competitividad cambiaria frente a Brasil. Sí se destacó el crecimiento de 5,2% i.a. en las cantidades exportadas de manufacturas de origen agropecuario, que obedecen a que la economía del sudeste asiático, su principal destino, ya se encuentra casi totalmente operativa.

Por su parte, las importaciones mostraron una dinámica más homogénea: crecimiento en casi todos los usos económicos. El avance estuvo liderado por los vehículos livianos, que escalaron más de 60% i.a. el mes pasado, motivados por las expectativas de devaluación, ya que representan una forma indirecta de comprar dólares al restringido cambio oficial. En tanto, el ingreso de bienes de capital y de bienes intermedios avanzó 39,0% i.a. y 30,2% i.a. en noviembre, marcando que no solo la brecha alienta las compras externas, sino también la incipiente recuperación de la producción de bienes. Por último, el ingreso de piezas y accesorios para bienes de capital y de bienes de consumo escaló 13,5% i.a. en el mes, mostrando que el stockeo de importaciones fue generalizado.

Mientras que en los primeros ocho meses del año el saldo comercial había avanzado más de 40% i.a., en el trimestre septiembre-noviembre se verificó una caída del 75% i.a. Tal como explicamos al principio, esta reducción obedece a una recuperación de la producción de bienes, pero también a la elevada brecha y escasas de reservas netas que alientan las expectativas de un salto cambiario.

De cara a diciembre, esta tendencia no se habría revertido. Aunque es probable que el superávit comercial se recupere en el último mes del año, en parte ayudado por el comienzo de la salida de la cosecha fina, y en parte porque la posposición de exportaciones y el adelantamiento de importaciones no puede durar para siempre. En este sentido, el creciente control a las importaciones podría mejorar el resultado comercial en el corto plazo, pero provocar algunas tensiones cada vez mayores en el frente inflacionario y en la actividad.

En este marco, proyectamos que 2020 cerrará con un superávit comercial menor a los USD 14.000 millones, mostrando un saldo positivo importante, pero bastante menor a los USD 16.000 millones del año pasado. Lamentablemente, una brecha tan alta genera incentivos perversos.

Mucha brecha, poco superávit: ¿la tristeza es solo argentina?

En noviembre de 2020, la balanza comercial bilateral con Brasil arrojó un déficit de USD 275 millones, más que revirtiendo el superávit de USD 160 millones alcanzado en igual mes del año pasado. Esta dinámica obedeció a un retroceso de las exportaciones (-22,6% i.a., rozando USD 665 millones), acompañado de un avance de las importaciones (+34,7% i.a., orillando USD 940 millones).  

Contrariamente a lo que podría pensarse, este desempeño no se explicó por un crecimiento de la economía argentina o un deterioro de la brasileña, sino por la evolución del mercado cambiario paralelo de nuestro país. Aunque la brecha retrocedió levemente durante el mes pasado, permaneció en niveles muy altos, alentando las expectativas de devaluación vis a vis la compra de bienes importados como una manera indirecta de acceder a dólares oficiales.  

En respuesta, se pospusieron algunas ventas externas, a la par que se adelantaron algunas compras y stockeo, en pos de aprovechar los efectos de una devaluación. En este marco, noviembre fue el tercer mes seguido en el que las importaciones crecieron en la comparación interanual, aun cuando la mayoría de las actividades industriales continúan operando por debajo de 2019.  

En sentido opuesto, se agravó la caída de las exportaciones en relación con septiembre y octubre (-14% i.a en el acumulado del bimestre), a pesar de que la economía brasileña siguió recuperándose luego del pico de Coronavirus. Más aún, al comparar con el resto de las importaciones de la primera economía del Mercosur, sobresale que éstas cayeron solo 1,3% i.a. en noviembre, reflejando que el desplome a dos dígitos fue más la excepción argentina que la regla general. 

El principal problema de esta dinámica coyuntural es que puede auto convalidarse: las expectativas de devaluación disminuyen la oferta neta de divisas en el mercado oficial, alimentando las presiones cambiarias y las posibilidades de una depreciación del peso, reforzando así el movimiento inicial. Por lo tanto, aun cuando el nivel de tipo de cambio real no provoque “razones” para devaluar, la brecha cambiaria y la pérdida de Reservas están creándolas.  

Noviembre profundizó la dinámica de septiembre y octubre, encendiendo señales de alarma. En este sentido, resalta que entre enero y agosto el resultado comercial bilateral acumuló un déficit de USD 275 millones (contra un superávit de USD 160 millones en igual período del año pasado), que saltó a USD -400 millones en los últimos tres meses (versus un saldo positivo de USD +400 millones entre septiembre y noviembre del 2019). Se verifica entonces cómo la disparada de la brecha complicó el resultado con nuestro principal socio comercial, reforzando los problemas iniciales de oferta de divisas en el mercado oficial. 

Con estos números, proyectamos un déficit cercano a USD 800 millones en el acumulado anual. Aun cuando este resultado revierta el superávit de USD 750 millones alcanzado en 2019, las principales preocupaciones estarán puestas hacia adelante. De cara al 2021, el deterioro acelerado del resultado comercial podría sumar problemas cambiarios en el verano que está llegando. Los adelantamientos y las posposiciones no pueden durar indefinidamente, pero sí pueden alcanzar para torcer la mano del Banco Central en el corto plazo. En consecuencia, si estos movimientos puntuales no ceden, las tensiones cambiarias tampoco lo harán; y con este nivel de Reservas netas no hay mucho más tiempo para aguantar. 

Brecha y crecimiento de las importaciones: malas noticias para el frente cambiario

En octubre, la balanza comercial bilateral con Brasil arrojó un déficit de USD 20 millones, más que revirtiendo el superávit de USD 250 millones alcanzado en igual mes del año pasado. Esta dinámica obedeció mayormente al avance de las importaciones (+12,5% i.a., alcanzando USD 820 millones), en tanto las exportaciones al país vecino retrocedieron 18,4% i.a. el mes pasado. De esta forma, se acumuló el sexto rojo consecutivo, revirtiendo la dinámica positiva de 2019 y principios de 2020.

Anteriormente, la caída de las exportaciones a Brasil se explicaba por dos factores: la crisis brasileña y la depreciación del Real, que trepó más de 40% en los primeros diez meses del año, alcanzando 5,7 BRL/USD, en una economía casi sin inflación.

Sin embargo, el mes pasado se sumó una causa tan “propia” como novedosa: una brecha mayor al 100% entre el dólar oficial y paralelo, que alentó las expectativas de devaluación y pospuso exportaciones, a la par que impulsó la subfacturación de éstas, en la búsqueda por liquidar la menor cantidad de divisas posibles en el mercado oficial.

Más allá de esta dinámica adversa que agravó el rojo, vale destacar que el resto de las compras de Brasil cayeron todavía más (-27,8% i.a.), de modo que la participación argentina en la canasta importadora de la primera economía del Mercosur creció 0,7 p.p., pasando de 5,7% en octubre de 2019 a 6,4% el décimo mes de 2020.

Por su parte, las importaciones argentinas crecieron 12,5% i.a., mostrando un avance digno de una economía fuerte y en recuperación. Lamentablemente, nada más alejado de la realidad: el salto se explica íntegramente por temores devaluatorios o endurecimiento del cepo que genera una brecha cambiaria tan elevada en un contexto de Reservas netas en mínimos. Estas expectativas incentivan el adelantamiento de las compras, con el objetivo de atenuar los efectos negativos de un dólar más caro.

Este comportamiento, que maximiza el interés individual, pero que claramente va en contra del interés general, es un incentivo erróneo que urge corregir. Si la brecha no cede, el Banco Central deberá sacrificar cada vez más Reservas para controlar al tipo de cambio oficial. En este contexto de nulo ingreso de capitales desde el exterior, las posibilidades de apuntalar el poder de fuego de la autoridad monetaria en el corto plazo son muy bajas, de modo que las expectativas de devaluación se refuerzan vis a vis los comportamientos nocivos. Aunque la brecha se redujo sensiblemente en la última semana y el comienzo de la actual, todavía falta mucho terreno por recorrer.

Con estos números, la balanza comercial bilateral acumuló un déficit de USD 400 millones entre enero y octubre de 2020. De esta manera, se revirtió completamente el superávit de USD 400 millones alcanzado en igual período del año pasado y se encienden algunas señales de alerta, especialmente pensando en la cuestión cambiaria. Aunque es cierto que la depreciación del Real brasileño explica parte de este resultado, el crecimiento de las importaciones de septiembre y octubre producto de la elevada brecha y expectativas de devaluación, agravó la situación.

En este marco, será imposible repetir el superávit del año pasado (USD +760 millones) pero se puede aspirar a cerrar 2020 con un intercambio equilibrado, ya que noviembre y diciembre suelen ser meses superavitarios por la salida de la cosecha fina. La brecha complica todo. Su reciente baja prende alguna luz de esperanza; esperemos que no se apague tan rápido como llegó.

Una brecha tan grande que ya llega al comercio exterior

Una brecha tan grande que ya llega al comercio exterior
En septiembre de 2020, el superávit comercial alcanzó USD 580 millones, reduciéndose más de 66% en relación con igual mes de 2019 (USD +1.750 millones). De esta forma, representó el menor saldo positivo desde febrero del año pasado. Esta dinámica obedeció a un fuerte deterioro de las exportaciones (-18% i.a.), que alcanzaron USD 4.700 millones, y a un crecimiento de las importaciones (+3% i.a.), el primero en más de dos años, que rondaron USD 4.120 millones.

Las ventas externas aceleraron su ritmo de caída: pasaron de un retroceso de 12% i.a. entre enero y agosto de 2020 a -18% i.a. el mes pasado. Esta dinámica no estuvo asociada a un deterioro de los precios, que cayeron “solo” 2% i.a., sino a un desplome de las cantidades (-16% i.a.). La contracción estuvo liderada por los productos primarios (-30% i.a.), seguida por las manufacturas de origen industrial (-20% i.a.). Por su parte, las manufacturas de origen agropecuario retrocedieron “solo” 5% i.a., impulsadas por precios que avanzaron 1% i.a.

Usualmente, solemos atribuir la dinámica de las exportaciones a lo que pasa con nuestros socios comerciales, principalmente Brasil y China. Sin embargo, esta vez la causa estuvo “adentro”: una brecha cercana la 100% -en ese entonces- alentó las expectativas de devaluación y pospuso una parte importante de las exportaciones. En este punto, vale remarcar que menos exportaciones son menos dólares que ingresan al mercado oficial y más presiones cambiarias. Por lo tanto, esta expectativa se refuerza sola.

Por su parte, las importaciones crecieron 3,1% i.a., marcando su primer avance interanual desde agosto de 2018. Lejos de una recuperación sostenida o de un crecimiento generalizado, esta dinámica también obedece a la brecha. Los temores a una devaluación o un endurecimiento del cepo -en parte confirmados con lo que pasó a mediados de septiembre- motivaron el adelantamiento de compras y el stockeo de bienes. En este marco, las compras externas rebotaron motivadas más por el miedo que por las expectativas de recuperación.

Desagregando a nivel de usos económicos, se verifica un crecimiento importante en vehículos livianos (+11,5% i.a.) y bienes de consumo (+11% i.a.). En ambos casos, al incluir muchos bienes no-indispensables, los temores a un endurecimiento del cepo que obligara a importar con dólares propios, conseguidos en los mercados paralelos, forzó a las empresas a adelantar compras. Por su parte, los bienes intermedios treparon 12,5% i.a., en este caso más impulsados por los temores devaluatorios que por un endurecimiento del cepo, ya que todas las partidas comprendidas dentro de este uso son insumos productivos. En un sentido similar, los bienes de capital avanzaron 9,5% i.a.

Tal como sucede con la posposición de las exportaciones, el adelanto de importaciones aumenta las presiones cambiarias, forzando al Banco Central a vender Reservas -en un contexto de Reservas netas en mínimos- y agrava los problemas. Por lo tanto, ambos comportamientos terminan auto convalidándose y reafirmando las probabilidades de un salto cambiario.

Por su parte, en el acumulado anual se repite la tendencia de los últimos meses: un superávit comercial que se agranda, pasando de USD 9.500 millones entre enero y septiembre de 2019, a poco menos de USD 11.600 millones en 2020, producto de importaciones que caen más rápido que las exportaciones (-21,0% i.a. y -12,5% i.a.). Aunque lo sucedido en septiembre -y posiblemente también en la primera mitad de octubre- erosiona el saldo comercial, todavía el acumulado no se refleja mucho en el acumulado. No obstante, podría impactar si no se corrigieran las expectativas de devaluación en el corto plazo.

Con estos números, proyectamos un superávit mayor a USD 17.000 millones en el acumulado anual. El mismo se explicaría íntegramente por la caída de las importaciones (-18% i.a., según nuestras estimaciones), en tanto las exportaciones también retrocederían en la comparación con 2019 (-12% .a.). De cara al cierre del año, la brecha cumplirá un papel fundamental en la posposición de las ventas y el adelanto de las compras, o, si se calmara, en una normalización de estas variables. Dado que esta dinámica tiene un comportamiento decisivo dentro del mercado cambiario oficial, es probable que se auto convalide.

Las importaciones desde Brasil volvieron a crecer: ¿recuperación o temores devaluatorios?

En septiembre, la balanza comercial de bienes con Brasil arrojó un déficit de USD 105 millones. De esta forma, el rojo aumentó sensiblemente en relación con igual mes del año pasado, cuando el saldo había sido deficitario en USD 11 millones. Este retroceso obedeció no solo al deterioro de las exportaciones (-8,6% i.a., rondando USD 710 millones), sino, y más importante aún, al primer avance de las importaciones en el año (+3,4% i.a., alcanzando USD 815 millones).

Aunque nunca es bueno un mayor déficit, el repunte de las compras externas enciende algunas tibias señales de esperanza: representa el mayor incremento interanual desde abril de 2018 y es el segundo mes en más de dos años en donde no se verifica una caída. En consecuencia, podría notar cierta recuperación de la demanda en nuestro país.

No obstante, vale recordar que septiembre de 2019 fue el primer mes posterior a la devaluación pos-PASO y el primero, también, con control de cambios. Por lo tanto, el retroceso de ese mes (-16,9% i.a.) había sido muy significativo. En este sentido, se observa una caída de 14% i.a. al contrastar con septiembre de 2018, mostrando que la situación continúa siendo muy compleja.

En otro orden, los temores constantes a un endurecimiento del cepo que afectara la compra de dólares para importar o de un ajuste del mercado cambiario por precios -devaluación-, también puede haber “inflado” este número. La relevancia de Brasil en la importación de autos, más el riesgo siempre latente de un nuevo impuesto a los vehículos “de lujo”, podría ayudar a explicar parte de este crecimiento. Habrá que esperar entonces a los meses venideros para saber si estamos frente a una tendencia de recuperación o, simplemente, un oasis en medio de un derrotero general.

Por el lado exportador, las noticias fueron menos alentadoras, ya que se continuó con el retroceso de los últimos meses. Sin embargo, al hilar fino los números, resaltan algunas señales positivas. Por caso, la participación argentina en las compras brasileñas trepó 1,1 p.p. en el mes, al pasar de 4,7% en septiembre de 2019 a 5,8% en igual mes de 2019. Asimismo, el retroceso fue el menor desde diciembre del año pasado, ya que en todos los meses -incluidos los pre-pandemia- el rojo había superado el dígito. En consecuencia, “está mal, pero no tan mal” como diría un presentador de televisión.

 

Al analizar los datos acumulados, las buenas señales se esfuman completamente. Entre enero y septiembre, las exportaciones argentinas a Brasil retrocedieron casi 29% i.a., al pasar de USD 7.800 millones en los primeros nueve meses del año pasado a menos de USD 5.600 millones en igual período de este año. Para peor, el resto de las compras externas de la primera economía del Mercosur cayeron “solo” 13,5% en el acumulado a septiembre, de modo que la participación argentina en el mercado brasileño se redujo de 5,8% en 2019 a 4,9% en 2020.

Por el lado importador, la caída acumulada es de 22,4% i.a., al pasar de USD 7.600 millones entre enero y septiembre de 2019 a poco menos de USD 6.000 millones en 2020. Como resultado, el superávit comercial de USD 160 millones acumulado en los primeros nueve meses del año pasado se transformó en un déficit de casi USD 400 millones este año.

Con estos números, proyectamos que la balanza comercial bilateral con Brasil cerraría este año en leve terreno negativo, orillando los USD -100 millones. De esta forma, el saldo positivo de USD 760 millones alcanzando en 2019 más que se revertiría, abriendo un nuevo foco de tensión. Aunque parte de esta dinámica adversa se explicaría por la crisis brasileña (caída del PBI 2020 de 5% según su consenso de mercado) y su menor demanda de productos argentinos, la pérdida de participación en el mercado vecino será un desafío para superar en 2021.