El salario real promedio no rompió la racha y volvió a caer en 2022

¿Cómo cerraron el año los salarios de la economía?

El INDEC informó que los salarios de la economía crecieron 5,3% mensual en diciembre. Este número fue traccionado por una suba de 9,2% de los salarios públicos (cerrando el año con un crecimiento de casi 100%). Por su parte, los salarios del sector privado registrado avanzaron 4,5% en el último mes del año (casi 94% “punta a punta”), mientras que los de los asalariados informales subieron apenas 0,5%. Como consecuencia, sólo crecieron 65% a lo largo del 2022, 30 p.p. por debajo de la inflación del período (94,8%).

De este modo, los salarios registrados reales crecieron 0,7% durante 2022, cortando una racha de cuatro años consecutivos de caídas iniciada en 2018. La mejora fue impulsada por el avance de 2,1% de los trabajadores públicos, ya que los asalariados privados lograron apenas evitar la pérdida del poder adquisitivo (0%).

El principal factor que dio lugar a este fenómeno fue el acortamiento de las negociaciones paritarias, que permitió que los acuerdos sean menos permeables a la erosión ocasionada por las “sorpresas” inflacionarias (shock de precios internacionales y post renuncia del exministro Martín Guzmán). Todo esto tuvo lugar sobre un piso alto, dado por las renegociaciones paritarias correspondientes a 2021, que a comienzos de año imprimieron subas significativas en el primer trimestre (5% mensual promedio).

Sin embargo, la performance es más preocupante si incluimos a los trabajadores informales. Al no estar alcanzados por las paritarias, las recomposiciones no fueron ni tan grandes ni tan frecuentes, condenando a este grupo a ser la variable de “ajuste” del mercado laboral ante la aceleración de la inflación, sufriendo una pérdida promedio de 7,6% del poder adquisitivo a lo largo del año pasado. En este sentido, considerando que estos trabajadores se concentran en los deciles de ingresos más bajos, no es casualidad que, junto a esta dinámica, el año pasado se haya dado también una fuerte expansión de los ingresos familiares per cápita de esta parte de la población, evidenciando el ingreso al mercado laboral de nuevos miembros para apuntalar los ingresos familiares.

Conjuntamente, los salarios reales de la economía cedieron 0,8% en promedio el año pasado, continuando el deterioro acumulado desde 2018, que ya roza el 22%.

¿Qué esperamos para 2023?

La naturaleza del plan económico del Gobierno para el último tramo de su mandato no permite pensar en que la dinámica sea muy diferente en los próximos meses.

Por un lado, pese a la intención oficial de ordenar las paritarias en torno al objetivo de 60% anual, la inflación que tendrá lugar en los primeros meses del año (más cerca del 5-6% que del 3-4% mensual) complicará esta estrategia tras la premisa de evitar, en lo posible, la continuidad del deterioro del salario real.

El principal vehículo para ello será validar paritarias que, independientemente de la magnitud de los aumentos, se caractericen por ser de corta vigencia, permitiendo cierta adaptabilidad a la nominalidad a lo largo del año. De este modo, prevemos que, en general, los trabajadores formales continuarán siguiendo de cerca la inflación nacional. Particularmente, esperamos que el salario real registrado vuelva a exhibir un crecimiento levemente por debajo del 1% en el promedio anual, arrojando como resultado una caída del orden de 4,5% a lo largo de los cuatro años del Frente de Todos.

En cambio, la dinámica de los ingresos de los trabajadores informales continuará rezagada. No lograrán recomponer lo cedido este año y tampoco esperamos que estén cerca del avance de los precios en el corriente, totalizando una merma cercana a 20% de su poder adquisitivo en comparación a 2019 . En un escenario en el que no hay espacio fiscal para una generosa política social, las perspectivas para los ingresos reales de los sectores más vulnerables no resultan muy auspiciosas tampoco durante 2023.

Las canastas básicas treparon por encima del 100% i.a. en 2022

Las canastas cerraron el año por encima de la inflación

La Canasta Básica Alimentaria (CBA), que muestra el ingreso necesario para que un individuo pueda acceder a una determinada canasta de alimentos y ubicarse por encima de la línea de indigencia, creció 103,8% i.a. en diciembre, lo cual representó una aceleración de 58,5 p.p. respecto a diciembre de 2021. Por su parte, la Canasta Básica Total (CBT), que exhibe el ingreso que debe tener un individuo para comprar una canasta de bienes y servicios y ubicarse por encima de la línea de pobreza, aumentó 100,3% i.a. en diciembre, acelerándose 59,8 p.p. en contraste a un año atrás.

En este marco, las canastas crecieron 8,6 p.p. y 5,1 p.p. por encima de la inflación en el acumulado de 2022 (teniendo en cuenta al IPC GBA de INDEC, dado que las canastas básicas están calculadas en base a esa localidad). Detrás de esto se encuentra el hecho de que la mayor parte de los alimentos que tienen un peso importante en el armado de las canastas crecieron muy por encima del nivel general de inflación. En este sentido, la papa trepó 292,7% i.a., las hortalizas 256,9% i.a. en promedio, la leche 139,6% i.a. y el pan 106% i.a. A diferencia, el rubro Carnes evolucionó por debajo (+42,2% i.a.), lo cual implicó una desaceleración pronunciada respecto al año anterior (casi 25 p.p., incluso en el marco de una fuerte aceleración del resto de los precios), ayudando a que la discrepancia entre las canastas y la inflación en el acumulado del año no sea mayor.

Los ingresos y asignaciones no alcanzaron para cubrir las necesidades básicas

La Asignación Universal por Hijo (AUH) no logró cubrir la canasta básica alimentaria equivalente a un niño durante 2022. Aquí cabe destacar que en el único mes en el que la evolución de la AUH se ubicó por encima del costo de la CBA fue diciembre, donde se anunció un bono para beneficiarios de la asignación.

Si bien este comportamiento fue la norma durante los últimos cinco años (2018-2022), la brecha se fue ampliando producto de la aceleración inflacionaria. Para el periodo 2016-2017 la AUH lograba cubrir la totalidad de la canasta, mientras que a partir de 2018-2019 se logró cubrir únicamente por encima del 80%. Dicha cifra disminuyó a 70% promedio entre 2020-2021 y a lo largo de 2022 el deterioro terminó por consolidarse: empezó el primer trimestre cubriendo por encima del 70% de la canasta de alimentos, pero mes a mes fue disminuyendo hasta llegar a un piso de 58% en noviembre de 2022.

Además, dos Salarios Mínimos Vitales y Móviles y dos AUH tampoco lograron cubrir la canasta total familiar a lo largo del año anterior. Si bien estos ingresos alcanzan para comprar la totalidad de la canasta básica alimentaria, cubrieron un 93% en promedio a la canasta básica total, necesaria para ubicarse por encima de la línea de pobreza.

¿Qué esperamos para 2023?

Con estos datos, las tasas de pobreza e indigencia habrían mostrado una suba en el segundo semestre del año pasado. Tras un primer semestre con una baja en la tasa de pobreza, que llegó a alcanzar 36,5%, el último Nowcast de pobreza publicado por UTDT estima un incremento en torno al 40% para el semestre julio-diciembre 2022, que se realiza en base a estimaciones de proyección de las canastas básicas.

Para 2023, la evolución de los precios de alimentos se verá afectado por dos principales frentes: (i) la sequía, que podría implicar una continuación en la aceleración de los precios de alimentos frescos (como verduras y frutas), en conjunto a una recomposición del precio de la carne vacuna; y, por otro lado, (ii) el programa Precios Justos que limitaría -aunque sea parcialmente- el aumento de precios de bienes de consumo masivo. En este sentido, que efecto predomine será lo que termine por determinar si las canastas continuarán evolucionando por encima de la inflación en este año.

Por el lado de los ingresos, no prevemos una reversión significativa de la dinámica observada en los últimos años: pese a que sea un año electoral, una inflación que se mantendrá en niveles altos será el principal obstáculo para que los ingresos reales de los hogares y, puntualmente, de los deciles más bajos (como son las transferencias monetarias y el salario mínimo, vital y móvil) muestren una recuperación real significativa y logren cubrir una proporción mayor de las canastas básicas.

¿Qué ocurrió en el mercado de trabajo durante el tercer trimestre?

Se ratifica la tendencia: más gente se vuelca al mercado de trabajo

¿El desempleo encuentra un piso? Durante el tercer trimestre del año, la tasa de desempleo fue de 7,1% de la Población Económicamente Activa (PEA), interrumpiendo la tendencia bajista iniciada en la salida de la pandemia. Por su parte, la PEA fue de 47,6% de la población de referencia (31 aglomerados urbanos, cerca de dos tercios del total del país) y la tasa de empleo 44,2%, dos registros levemente inferiores a lo del trimestre pasado.

Sin embargo, lo relevante es destacar que la población continúa volcándose al mercado laboral. En el tercer trimestre se incrementó casi 3% i.a. la cantidad de personas que trabajan o lo buscan -si miramos el promedio del año el avance es de 3,2% i.a.-, bien por encima del crecimiento poblacional -en torno a 1%-.

Los dos principales destinos para estos nuevos “participantes” fueron el cuentapropismo y el empleo asalariado informal. Para el primer caso, el crecimiento de 2,6% i.a. en el trimestre -levemente superior al promedio anual- implica que el 12,2% de la población pertenece a esta categoría, alcanzando el máximo desde al menos 2016. Respecto a lo segundo, se debe decir que aumentaron casi 20% i.a. -23% i.a. como promedio anual-.

Puesto en el contexto de la situación económica general, y recordando que el tercer trimestre estuvo caracterizado por una nueva aceleración nominal tras la salida del entonces ministro Martín Guzmán, ambas dinámicas reflejan la continuidad de lo que hemos remarcado en otros momentos: el efecto trabajador adicional sigue siendo importante para explicar la dinámica de las principales variables del mercado de trabajo, producto de la necesidad de sumar ingresos en familias cuyo poder adquisitivo tambalea. Más aún, la imperiosa voluntad de obtener estos ingresos y el lugar de la pirámide social donde la crisis se siente más vuelca a las personas a autoemplearse o bien aceptar empleos de baja calidad, reduciendo la probabilidad que esto se traduzca en un mayor desempleo.

Por otro lado, los asalariados formales cedieron 2% i.a., exhibiendo un estancamiento a lo largo del año. Si bien esto contrasta significativamente con los datos del Sistema Integrado Provisional Argentino (SIPA), que muestra un aumento de 4,2% en el acumulado del 2022, se trata de una discrepancia habitual debido a que este último capta toda la población del país y no una muestra del área urbana.

¿Qué esperamos para 2023?

No esperamos que la tendencia observada en la calidad del empleo se modifique, en donde el empleo informal y el cuentapropismo traccionaran el crecimiento. Asimismo, la magnitud de esta expansión dependerá de la evolución de la PEA, que si bien ya se ubica en máximos, podría seguir creciendo si el efecto trabajador adicional deja de ser un fenómeno que afecta a las familias de menores ingresos y se extiende a sectores medios.

Creemos como más probable que el resultado será un sostenimiento de los valores actuales del desempleo: los nuevos participantes del mercado de trabajo tenderán a seguir insertándose en trabajos de no tanta calidad. Un eventual avance del desempleo estará atado a una profundización de la crisis, que reduzca la demanda de trabajo y al mismo tiempo deprima los salarios reales, alimentando el efecto trabajador adicional.

Ampliando el horizonte: el desempleo en perspectiva

Tal como lo hicimos cuando se publicó el último informe de INDEC, realizaremos una comparación respecto al 2018, en este caso respecto al acumulado hasta el tercer trimestre. Seleccionamos este momento para poner en perspectiva esta tendencia, evitar el “ruido” generado por la pandemia y comparar con el punto inicial de la crisis en la que está inmerso el país desde entonces.

Las preguntas a responder son las siguientes: ¿cuánto creció la participación de la población en el mercado de trabajo? ¿respondió el empleo a esta dinámica? Si es así, ¿por qué?

Este análisis arroja un avance de 6,7% de la PEA en estos cuatro años, evidenciando un crecimiento de casi 3 p.p. superior al que hubiera correspondido al crecimiento poblacional. Esta mayor cantidad de personas fue absorbida por puestos de trabajo (el empleo total creció más de 9% en el período), pero concentrados en los asalariados informales (+16,5%) y el cuentapropismo (+15%).

La expansión de estas dos modalidades ratifica que el mercado laboral no se enfrenta a un problema de cantidades: en general, quien lo desea mayormente encuentra ocupación. El inconveniente es que la calidad de los puestos de trabajo generados no es la deseable.

El evidente desafío pasa entonces por revertir esta tendencia, pero también debe ser comprender las implicancias de esta “descomposición” del mercado de trabajo. En este sentido, el ejemplo más claro tiene que ver con que los patrones e intensidad del consumo de personas que poseen ingresos no garantizados y volátiles no son iguales a aquellos que están bajo el paraguas de un empleo formal. Estos dos grupos también tendrán demandas y necesidades diferentes, además de un uso subóptimo de parte de los recursos de un país (las personas pueden decidir dejar de estudiar para trabajar, reducir su tiempo de descanso, ocupar tiempo en obtener ingresos para poder subsistir, etc).

La otra brecha: la incompatibilidad entre lo que se quiere y lo que se puede

En las últimas semanas se comenzó a plantear como exagerado el retroceso de la participación de los salarios en el PIB desde el máximo alcanzado en 2017. Con la misma preocupación acerca de la trayectoria del poder adquisitivo aparecieron las preguntas sobre cómo puede ocurrir que el salario real de la economía sea tan bajo si su principal determinante en el mediano y largo plazo, la productividad, no ha caído tanto.

En los próximos párrafos intentaremos dar respuesta a los siguientes interrogantes: ¿Están efectivamente los salarios perdiendo respecto al capital? ¿por qué ocurre esto? ¿Tiene alguna relación con la economía real y la acumulación de desequilibrios, o es una cuestión anecdótica? ¿Qué impacto genera en las expectativas de la sociedad y la política? ¿Qué implicancias tiene para la dinámica al interior de la coalición gobernante?

¿Cómo evolucionó el reparto de la torta?

La Cuenta de Generación del Ingreso que confecciona el INDEC trimestralmente nos brinda información de cuánto fue el ingreso de los distintos factores de producción que intervinieron en la generación del valor agregado (antes de su redistribución).

Uno de ellos son las remuneraciones a los trabajadores asalariados (RTA) -incluyen los pagos a la seguridad social-. La trayectoria de este factor refleja un deterioro en los últimos 5 años, resultando en una menor participación de los asalariados en el valor agregado. En particular, la misma pasó de 51,8% en 2017 a 43,9% en 2021.

 

Para que la parte que corresponde a los trabajadores asalariados haya caído, la porción que se llevan los otros factores (“el capital”) tiene que haber aumentado. Para ello, en primer lugar observamos lo que sucedió con el Ingreso Mixto Bruto (IMB): pasó de 11,5% a 13,3%. Este componente registra las utilidades de las empresas no constituidas en sociedades o que son propiedad de hogares que trabajan en la misma. Esto implica que no puede medirse cuánto de los ingresos de una persona es el resultado de su trabajo y cuánto se debe a que posee el medio de producción, en su rol de “capitalista”.

Por definición, entonces, aquí entra el heterogéneo grupo de cuentapropistas, una modalidad que desarrolló un crecimiento importante (en torno al 4% anual) justamente desde 2017. Dado que parte del avance del ingreso mixto debe coincidir con este fenómeno, resulta apresurado atribuir esto a un incremento en la distribución en favor del capital.

Ahora bien, prácticamente la totalidad de la diferencia en la participación es explicada por el aumento de 39% a 46,5% del Excedente de Explotación Bruto (EEB), que capta las utilidades de las empresas constituidas en sociedades. El esquema se completa con lo que pone el Estado en materia de subsidios, menos lo que se lleva vía impuestos, que no representa una cantidad considerable (a excepción del caso de Electricidad, gas y agua).

Por lo tanto, la menor porción de la torta que se llevan los trabajadores es, en buena parte, pero no en su totalidad, explicada por el aumento de lo que se lleva el capital. Sin embargo, el último dato disponible previo a la intervención del INDEC, en 2007, mostraba que la RTA representaba el 42,9% del valor agregado, un número similar al actual.

¿Entonces? Fue el desacople entre la productividad del trabajo y los salarios reales -que veremos en la siguiente sección- iniciado unos años después y la crisis resultante de este proceso el principal factor que explicó lo extraordinario de la participación de la RTA vigente en 2016-17, abriendo una brecha entre el salario real al que se aspira y el que la economía está en condiciones de ofrecer.

La productividad laboral y los salarios reales

El análisis de la relación entre los salarios y la productividad laboral* requiere de una mirada un poco más amplia. En este sentido, observamos que entre 2004 y 2011 tanto la productividad como los salarios reales del sector privado -contemplando tanto los formales como los informales- crecieron en torno de 30%, indicando en parte que las ganancias de productividad se podían canalizar -tal como lo hicieron- en un mejor poder adquisitivo. Sin embargo, a partir de ese año este crecimiento equilibrado comenzó a disociarse.

Desde entonces, la productividad mostró una paulatina reducción, al tiempo que las favorables condiciones internacionales para el país, si bien no empeoraron, dejaron de representar el impulso adicional que habían ejercido en años previos (los términos del intercambio mejoraron, en promedio, 5,5% en 2004-11 y cayeron casi 1% anual en promedio en 2012-17). Esta dinámica dio lugar a políticas de fuerte estímulo al consumo y a los salarios reales de la economía, a costa de la acumulación de desequilibrios macroeconómicos.

En ese marco, el gasto primario trepó de 19,6% del PBI en 2010 a 24% en 2015-16 (se pasó de superávit a déficit primario), motorizado por la expansión del gasto social, una fuerte suba de subsidios (se profundizó el atraso tarifario) y un incremento en el empleo público. En paralelo, el tipo de cambio real ya registraba al cierre de 2015 los niveles del 1 a 1 y el excedente externo mutó a un desbalance (alcanzando 5% del PIB en 2017), erosionando en el camino las reservas del BCRA (entre 2011 y 2015 las reservas cayeron a la mitad).

Estas fueron las principales fuentes de financiamiento de un consumo privado per-cápita que creció casi 9% entre 2010 y 2017, permitiendo que a lo largo de este período los salarios reales se encontraran, en promedio, 6% por encima de la productividad de la economía.

El punto álgido de este esquema fue en 2017, cuando la gradual corrección iniciada con el cambio de gobierno no pudo evitar una crisis cambiaria que deprimió fuertemente el poder adquisitivo, el cual -desequilibrios macroeconómicos mediante- todavía no pudo recuperarse. Esto no sólo constituyó un cambio de tendencia, sino que condicionó las expectativas a futuro.

Conclusiones

Por lo tanto, cuando se compara el poder adquisitivo actual con aquel vigente en 2017 tiende a dejarse de lado que las condiciones que propiciaron ese nivel -que en parte fue cimentado por la acumulación de desequilibrios- no pueden replicarse actualmente: la escasez de reservas y el acuerdo con el FMI impiden retomar la estrategia de atrasar el tipo de cambio, al mismo tiempo que limitan a la emisión monetaria y el gasto público -estableciendo metas para el déficit primario-. Así, un margen de maniobra más acotado deja al descubierto la imposibilidad de dar una rápida solución que cierre la brecha entre la voluntad y la realidad.

De este modo, la disonancia entre las expectativas acerca del salario real por el que la sociedad puja y aquel que la economía puede ofrecer en lo inmediato no sólo no responde a una anomalía económica ni a una exagerada apropiación del ingreso por parte de capital: obedece en gran medida a desequilibrios macroeconómicos, con límites en la realidad y, por lo tanto, en las posibilidades de revertirlas en el corto plazo.

La divergencia entre la agenda de la política y las posibilidades materiales también puede interpretarse en torno a las disputas dentro del oficialismo y, en definitiva, en la ausencia de coordinación dentro de la coalición: una parte se ve tentada de utilizar recetas que, si bien funcionaron en un contexto diferente, podrían acelerar la separación entre la productividad y el poder adquisitivo, mientras que la otra pugna por un ordenamiento que reduzca ese riesgo pero sin satisfacer el cierre de la brecha antes descripta en los tiempos que el ciclo político demanda.

Esto será una norma durante el 2023, no sólo en torno a la contienda electoral sino también en función del gobierno entrante, independientemente de su signo político: en tanto la sociedad no reconozca que en el corto plazo el país no se encuentra en condiciones de proveer un nivel de salarios como el que se pretende, posiblemente la política continuará fallando con el mandato que obtenga de la misma.

 

 

*En este trabajo definimos a la productividad laboral de la economía como el valor agregado bruto dividido por la cantidad de puestos de trabajo. Un análisis más preciso debería contemplar las horas trabajadas, pero no se pierde generalidad en el mediano plazo con esta distinción metodológica.

Inflación, salarios e ingresos de los hogares: ¿qué sectores se ven más afectados en 2022?

Introducción

La inflación se aceleró notablemente en 2022: acumuló cerca de 80% hasta octubre, número no visto en treinta años. Una economía con alta inflación tiende a ser más nociva para los sectores de menores ingresos, a diferencia de los deciles más altos, que pueden ahorrar una mayor proporción y cubrirse, al menos en parte, del avance en los precios.

De todas formas, existen algunos rasgos de la coyuntura que pueden alterar esta dinámica. Por un lado, dado que la composición de la canasta de consumo difiere entre los hogares de mayor y menor ingreso, la inflación puede tornarse más o menos regresiva de lo que ya es. Los sectores de menores recursos se ven más afectados por la dinámica de los precios de alimentos, bebidas, vestimenta y servicios públicos que el resto de la sociedad, en tanto destinan una mayor porción de su ingreso a satisfacer estos consumos básicos. En cambio, las familias de los deciles más altos de la distribución del ingreso gastan más en artículos para el hogar, educación, salud y esparcimiento.

El hecho que la inflación afecte de forma dispar a distintos grupos de la sociedad no sería un problema si los ingresos de cada uno de ellos se movieran en concordancia con la misma. Ahora bien, los ingresos laborales y no laborales tampoco tienden a evolucionar de igual manera entre sí, ya que las modalidades de empleo son heterogéneas para cada decil de ingresos de la población, al tiempo que las transferencias por parte del Estado pueden variar en el tiempo.

En suma, tanto la dinámica de la suba de precios como las variaciones en los ingresos reales totales (laborales y no laborales) suele ser disímil a lo largo de la pirámide de ingresos, impactando en distinta medida sobre los distintos estratos socioeconómicos.

Explicitados estos factores que pueden alterar la magnitud de la regresividad de la dinámica inflacionaria y de ingresos, cabe preguntarse: ¿quiénes se vieron más perjudicados por la evolución de los precios y salarios en lo que va del 2022? ¿qué rol jugó el Estado? ¿qué perspectivas se abren de cara a 2023?

Para responder a estas preguntas utilizaremos dos bases de datos: la Encuesta Permanente de Hogares (EPH), que brinda información sobre la estructura del empleo según el nivel de ingresos a lo largo del periodo comprendido entre el 3T de 2021 y el 2T de 2022, y la Encuesta Nacional de Gastos de los Hogares (ENGHo) publicada por INDEC. En ambos, se divide a las familias en deciles de ingreso per-cápita familiar, siendo el decil 1 (10) aquel correspondiente a las familias con menores (mayores) ingresos.

El salario real de los deciles más bajos fue el más golpeado

Si bien en todos los deciles existió una pérdida real del poder adquisitivo, la dinámica no fue homogénea. Hasta septiembre, la caída real de los ingresos laborales rondó 1% en la mitad más rica de la población, pero fue de 3% en promedio en la mitad más vulnerable. Estas diferencias se agudizan al comparar los extremos entre los más pobres dentro de los pobres y los más ricos dentro de los ricos.

La marcada diferencia entre la evolución de los ingresos laborales puede explicarse porque la estructura del empleo varía notablemente por decil: los sectores de ingresos más altos, protegidos en mayor medida por las paritarias (en tanto cuentan con más empleos formales), están en ventaja respecto a aquellos que dependen del trabajo informal y el cuentapropismo -9 de cada 10 empleos para el 10% de menores ingresos tienen lugar bajo estas modalidades- potenciando el efecto redistributivo regresivo del proceso inflacionario actual.

En este sentido, la aceleración inflacionaria de comienzos de año fue seguida rápidamente por las paritarias -con heterogeneidad a su interior- que, dada la estructura del empleo mencionada, terminó favoreciendo en mayor medida a los sectores más pudientes. El costo fue alimentar uno de los mecanismos de propagación de la inflación más relevante, sosteniendo elevada la inercia del proceso y colaborando a erosionar las condiciones de aquellos que están fuera de la formalidad.

Alimentos con subas por encima del promedio y mayor impacto en los más pobres

En el mismo periodo, los precios de los alimentos subieron por encima del nivel general. Entre enero y septiembre, el rubro de alimentos y bebidas trepó 69,5%, superando por en 3,4 p.p. al promedio (66,1%). Esta dinámica tuvo su correlato asimismo en el valor de las canastas básicas, que en idéntico lapso crecieron 72% (CBA) y 68% (CBT).

Esta evolución se vio reflejada -levemente- en la distribución de la inflación por decil de ingreso: mientras que en el 10% más rico de la población el avance de los precios promedió el 65,8%, en el 10% más pobre fue 1,6 puntos mayor (67,4%).

En síntesis, los sectores de menores ingresos estuvieron relativamente más golpeados producto de la dinámica que adoptó la aceleración de precios, y también fueron los que peor performance tuvieron respecto a la evolución de sus salarios.

Sin embargo, el ingreso total real por hogar creció en los deciles más bajos

En términos de ingresos totales reales el panorama es distinto: los déciles más bajos mostraron mejor performance en relación al resto de los deciles en el primer semestre, tendencia que estimamos se mantiene. ¿Cómo se explica esta aparente paradoja? Fundamentalmente por dos factores: (i) la evolución de los ingresos no laborales; (ii) el efecto “trabajador adicional”.

(i) Ante la marcada aceleración inflacionaria, se implementaron diversos estímulos por parte del Gobierno. Teniendo en cuenta que los ingresos no laborales tienen una mayor relevancia en los ingresos de los sectores de menores recursos (30% del total en estos hogares), estas medidas buscaron paliar el efecto del mayor deterioro del salario de los deciles más bajos.

Entre ellos, se encontró el bono a jubilados y perceptores de asignaciones, la implementación de un nuevo ingreso familiares de emergencia (IFE 4 de $18.000 en mayo) y el adelanto en la suba del salario mínimo, que impacta sobre los montos otorgados en los distintos planes sociales. A estas medidas se le han ido sumando otras más recientemente. En este sentido, es probable que la información que recabó el Estado durante la experiencia de la pandemia haya contribuido a una mejor focalización de la asistencia social.

(ii) En contextos en los que el salario pierde poder adquisitivo, suele tener lugar un efecto conocido como “trabajador adicional”: más miembros del hogar que anteriormente no se encontraban dentro del mercado laboral se vuelcan a la búsqueda de trabajo con intenciones de suplir el deterioro de los ingresos. En consecuencia, los ingresos totales por hogar tienden a aumentar.

Este efecto se vio reflejado en las cifras que arroja el mercado laboral. Durante el segundo trimestre, la tasa de desempleo se redujo al 6,9% de la Población Económicamente Activa (PEA)[1], viéndose acompañada por una mejora en la tasa de empleo. El dato de desocupación no sólo representó un mínimo en los últimos años, sino que tuvo lugar junto a una intensa participación en el mercado de trabajo: la PEA subió 5,3%. Ahora bien, la expansión del empleo del 2T se vio impulsada principalmente trabajadores que se insertaron mayormente en la informalidad (+31,4% i.a.), mientras que los cuentapropistas también crecieron, aunque en menor medida (+4,5% i.a.).

Ahora bien, esta dinámica no está cerca de ser una situación deseable. En primer lugar, porque cada vez presiona más las arcas públicas frente a la necesidad de propender a un mayor equilibrio fiscal en el marco del acuerdo con el FMI. En segundo lugar, porque una potencial caída en términos reales de la asistencia por parte del Gobierno en un contexto de pérdida del poder adquisitivo del salario potencia dos efectos en los hogares más bajos: más personas volcándose al mercado de trabajo y una mayor tendencia al pluriempleo.

Conclusiones y perspectivas

De cara a 2023 prevemos que se profundice la tendencia que se viene observando este año, en la cual los sectores formales amparados por paritarias seguirían encontrándose en una mejor posición salarial que los trabajadores informales ante la posibilidad de ir ajustando sus ingresos más en línea con la inflación. Asimismo, producto de la sequía y de un precio de la carne vacuna que podría comenzar a revertir su rezago en los primeros meses del año que viene, los riesgos para los hogares de menores ingresos sobre un aumento de los alimentos por encima del promedio siguen latentes.

Si bien esta tendencia podría verse morigerada parcialmente por la puesta en marcha del programa “Precios Justos”-con mayor incidencia en el consumo masivo, y especialmente en alimentos procesados-, esperamos que se mantengan las demandas sociales por ingresos que el mercado laboral no llega a solventar y que persista el efecto “trabajador adicional” frente a una inflación que continuará en registros elevados.

En este marco, el principal desafío para el Gobierno en el año electoral pasará por administrar las presiones para otorgar seguir otorgando transferencias a los sectores más vulnerables frente al compromiso de reducción del déficit fiscal primario en el marco del acuerdo con el FMI. Sumado a esto, el efecto “trabajador adicional” tiene un límite: la cantidad de integrantes del núcleo familiar que pueden incorporarse al mercado de trabajo se va reduciendo.

 

[1] La PEA se compone de las personas con una ocupación o que, sin tenerla, la buscan activamente y están disponibles para trabajar.

Cae el desempleo y aumenta la participación en el mercado de trabajo: luces y sombras

Durante el segundo trimestre del año, la tasa de desempleo fue de 6,9% de la Población Económicamente Activa (PEA). Este dato no solamente implica un mínimo de los últimos años, sino que tiene lugar junto a una intensa participación en el mercado de trabajo: la PEA subió 5,3% i.a. y alcanzó 47,9% de la población de referencia (31 aglomerados urbanos, cerca de dos tercios del total del país), valor que representa el máximo desde que retomó la publicación del indicador.

El hecho que más personas formen parte del mercado de trabajo y que la tasa de desempleo haya sido baja tiene como resultado necesario un incremento del nivel de empleo, que subió 8,4% i.a.. Sin embargo, un zoom sobre esta variable refleja que los asalariados formales permanecieron estables en la comparación interanual (-0,1% i.a.) y que la expansión se debió fundamentalmente a los asalariados informales (+31,4% i.a.), mientras que los cuentapropistas también crecieron, pero en menor medida (+4,5% i.a.).

La primera lectura sugiere que la expansión del empleo tuvo lugar al mismo tiempo que se incorporaron a la PEA trabajadores que se insertaron mayormente en la informalidad. Parte de este efecto responde a que a lo largo del segundo trimestre del año pasado todavía quedaban vigentes algunas restricciones -fundamentalmente en servicios, más intensivos en trabajo informal- que podría sesgar el análisis producto de una baja base de comparación. Esta idea es sostenida al observar la expansión de más de 15% i.a. del empleo no calificado.

También resulta relevante notar que la mayor masa de trabajadores informales son los que más rezagados vienen en materia salarial. Esto podría haber devenido en que, para apuntalar los ingresos familiares, nuevos miembros de estos hogares se hayan integrado al mercado de trabajo a través de actividades por cuentapropia o en un contexto informal, alimentando este fenómeno.

Ampliando el horizonte

Para poner en perspectiva esta tendencia y evitar el “ruido” generado por la pandemia, realizaremos una comparación respecto al segundo trimestre de 2018, momento en el que el gobierno de Cambiemos comenzó a tener dificultades en el frente cambiario y que podemos identificar como el punto inicial de la crisis de balanza de pagos en la que está inmerso el país desde entonces.

Esencialmente, las preguntas a responder son las siguientes: ¿cuánto creció la participación de la población en el mercado de trabajo? ¿respondió el empleo a esta dinámica? Si es así, ¿por qué?

En primer lugar, la PEA avanzó 7,4% en estos cuatro años, evidenciando un crecimiento 4% superior al que hubiera correspondido al crecimiento poblacional. Esta mayor cantidad de gente fue absorbida por los puestos de trabajo: el empleo creció casi 10% en el período, más de 7% por encima del avance vegetativo de la población.

Sin embargo, el zoom en estos últimos nos muestra lo mismo que observamos para este año: el empleo formal apenas creció 1% si tenemos en cuenta el incremento de la población, por lo que la expansión estuvo asociada a los trabajadores informales y cuentapropistas, que crecieron casi 18% y 9% respectivamente por encima del crecimiento vegetativo.

Esta tendencia no nos debe sorprender. Pero no por la dinámica de la actividad económica, que se encuentra -ajustado por el crecimiento poblacional- levemente por debajo del nivel alcanzado en el segundo trimestre de 2018. El hecho que explica el masivo ingreso al mercado de trabajo tiene que ver con el constante y sostenido deterioro de los ingresos reales, que según la métrica utilizada se encuentran 15-20% por debajo.

El mercado laboral no se enfrenta a un problema de cantidades: en general, quien lo desea mayormente encuentra ocupación. El inconveniente es que muchos de ellos se ven con la necesidad de trabajar para sostener los ingresos de las familias, premisa bajo la cual dejan de lado la calidad de la ocupación. Esta decisión los vuelve doblemente vulnerables en tanto el contexto inflacionario continúa deteriorando el poder adquisitivo.

Es en este escenario que la mayor nominalidad de la economía profundizará en lo que queda del año -y el próximo- este fenómeno. Más aún, aquellos hogares que ya no puedan sostener sus ingresos con todos sus miembros trabajando tenderán al pluriempleo -en el último año las personas que declararon estar sobre ocupadas aumentaron casi 11%- y/o a depender más de la asistencia del Gobierno, que luce sin mucho margen en su objetivo en el marco del acuerdo con el FMI y la necesidad de controlar las expectativas.

Empleo público y cuentapropismo, los líderes de la recuperación del empleo formal

¿Qué aspectos del mercado laboral se destacan en la recuperación de la economía?

La recuperación de la actividad económica en la salida de la pandemia también tuvo su correlato en la dinámica del empleo. Sin embargo, así como dentro de la primera las heterogeneidades al interior están todavía asociadas a la rama sectorial, en el caso del trabajo las distintas modalidades dieron más matices al panorama del mercado laboral.

En este sentido, se debe destacar lo ocurrido con el sector registrado. Según el Sistema Integrado Previsional Argentino (SIPA) los puestos de trabajo formales vienen creciendo al 4,6% i.a. durante los primeros cinco meses del 2022 -último dato a mayo-, habiendo superado el nivel alcanzado en 2019, incluso levemente en términos poblacionales (+0,4%). Respecto a esto último, cabe recordar que anualmente la oferta de trabajo (individuos que salen al mercado en búsqueda de ingresos) tiende a expandirse en cerca de un 1%.

En cualquier caso, las heterogeneidades comienzan al desagregar a este conjunto. Esta tendencia es impulsada por dos modalidades: asalariados públicos y cuentapropistas -monotributistas, autónomos y monotributistas sociales-. En el caso de los primeros, el crecimiento interanual es de casi 3%, pero se destaca por no haber exhibido números en rojo durante la pandemia. Tal es así que el crecimiento respecto a 2019 es de 2,3% por encima del crecimiento poblacional.

Si bien los cuentapropistas sí sintieron el impacto de la pandemia, la recuperación -apuntalada también por la regularización de la asistencia social vía monotributo- muestra un avance de casi 10,2% considerando también el aumento de la población desde 2019.

Sin embargo, el empleo de calidad continúa golpeado

De todo esto se desprende que, incluso pese a los buenos números del empleo asalariado formal del sector privado durante los últimos meses (promedia una suba de 3,8% i.a. en 2022), esta modalidad -típicamente asociada con el empleo deseable, de calidad y mayor productividad- es la que más ha sufrido en los últimos años. En este sentido, si contemplamos también el avance poblacional, el deterioro es de casi 4% respecto a 2019 en los primeros cinco meses del año. Vale destacar que las medidas tendientes a proteger el empleo durante los meses de restricciones más severas han ayudado a que este desplome no sea mayor, aunque pagando un costo en términos de ingresos laborales: el salario real del sector privado cayó 1,5% en promedio en 2020.

Bienes vs Servicios

Dentro de esta modalidad también se puede observar parte del camino de la post-pandemia. Hasta el relajamiento de la gran mayoría de las restricciones a mediados del año pasado, el empleo en Bienes (4,7% i.a) había crecido más que aquel asociado a los Servicios (recién en mayo arrojó una variación interanual positiva). Sin embargo, mientras que en términos de actividad se revirtió esta tendencia, esto no ocurrió en términos del empleo: hacia mayo los Bienes experimentaron una suba de 4,7% i.a., contra la expansión de 3,3% i.a. de los segundos. Esta dinámica responde a la Construcción -un sector que estuvo fuertemente afectado por las restricciones a la movilidad-, que incrementó 16% i.a. su nómina de trabajadores formales. No obstante, si comparamos la dinámica respecto a 2019, el deterioro per-cápita del empleo formal es más pronunciado en los sectores productores de Bienes (-4,5% vs -3,4%).

Dado el peso específico de la Industria y del Comercio en nuestra economía y el rol que jugaron en la recuperación de la actividad durante 2021, vale la pena echar un vistazo hacia dentro de los mismos. El empleo industrial crece este año a un ritmo de 3,1% i.a., por debajo del comercio, que lo hace al 3,7% i.a. Sin embargo, la mejor performance relativa durante todo 2021 de estos sectores los ubica mejor que el promedio a la hora de realizar la comparación con la pre-pandemia: están 1,4% y 2,6% por debajo si tenemos en cuenta el crecimiento de la población. De este modo, no solamente la economía en general fue traccionada por el entramado industrial y los diversos incentivos al consumo -que también estimulan al comercio-, sino que también tuvo un impacto positivo en el empleo formal.

Este análisis del mundo laboral formal refleja ciertos matices que los números agregados esconden: desde 2020, el empleo público y el cuentapropismo han sido los baluartes del crecimiento del empleo. Si bien el empleo asalariado del sector privado muestra cierto vigor en los últimos meses, una mirada de mediano plazo lo muestra todavía muy por debajo de sus capacidades. Sin embargo, esto no debería sorprender: la economía se encuentra 0,2% por debajo del nivel per-cápita de 2019 y la incertidumbre actual, desencadenada en la esfera financiera, pero trasladándose a la economía real afectando las decisiones de consumo e inversión, impone un techo al crecimiento del empleo de calidad.

 

¿Y qué sucede con el empleo informal?

Indudablemente, los trabajadores no formales han sufrido el mayor golpe de la pandemia. Esencialmente, las rigideces del mercado laboral favorecen a los trabajadores registrados y hace pagar el costo del ajuste a quienes están fuera del circuito formal y, en general, tienen menos recursos económicos.

Si bien aún no se disponen de datos para el total del país, la Encuesta Permanente de Hogares (EPH) -que cubre aproximadamente dos tercios de la población con foco en la población urbana- resulta una referencia ineludible. Una inspección de los últimos datos arroja lo previsto: este sector fue el más afectado en términos de ingresos, pero al mismo tiempo lideraron la recuperación en términos de empleo. En este sentido, por la necesidad de no quedar inactivos ante la fuerte aceleración inflacionaria, se reincorporan al mercado laboral bajo esta modalidad. Con los últimos datos disponibles, se puede observar que con relación al primer trimestre de 2019 subieron 3,2% teniendo en cuenta el crecimiento poblacional, y 6,4% en términos absolutos.

Conclusiones finales

Si bien todavía solamente tenemos datos para los primeros tres meses de 2022, la tendencia no parece haberse modificado en la actualidad. De verificarse esta hipótesis, observaríamos que en los últimos tres años el empleo asalariado en el sector privado -tanto formal como informal- migró al cuentapropismo y al sector público.

Sin embargo, la absorción de estas modalidades podría no haber sido suficiente y estar incubando un efecto desaliento. Una pista de esta dinámica es que la Población Económicamente Activa (compuesta por la población que se encuentra buscando un empleo o posee uno) creció solo 0,5% entre 2021 y 2019, por debajo del crecimiento poblacional, una tendencia que se mantuvo en el primer trimestre de este año. La debilidad del sector privado para crear empleo puede estar detrás de este comportamiento, teniendo en cuenta que en el mundo formal queda escaso margen para que el empleo público y cuentapropista se mantenga en aumento.

Los de adentro y los de afuera: ¿una asimetría creciente?

Un primer semestre no tan rojo para el salario real formal

A comienzos de año la economía sufrió turbulencias nominales: la inflación pasó de promediar 4,3% en el primer bimestre a 6,4% en el segundo producto de varios factores. El principal fue la suba del precio internacional de commodities, que se dio justo cuando el país estaba sintiendo el efecto de la sequía, que redujo la oferta de frutas, verduras y carnes y hasta generó incendios, que también redundó en complicaciones en tramos de la cadena aviar (pollos y huevos aumentaron 35% y 65% respectivamente en el primer cuatrimestre del año); y también en simultáneo con los incrementos estacionales de Indumentaria (acumuló 22% entre marzo y abril) y Educación (28% entre el tercer y cuarto mes del año).

Esto no solamente aceleró la inflación, sino que desancló las expectativas de la inflación futura, siendo las negociaciones paritarias el termómetro más claro de esto. En este sentido, con rapidez el Gobierno abandonó su voluntad por ordenarlas en torno al 40-50%, y ante la falta de referencia adquirió una gran dispersión, pudiéndose encontrar aumentos que, anualizados, alcanzaron el 70%. De la mano de los grandes gremios, en mayo y junio esta dinámica se terminó ordenando en torno al 60%.

A diferencia de otros años, las paritarias se caracterizaron por dos rasgos: incrementos más elevados en los primeros meses de vigencia -para paliar la pronta aceleración de la inflación- y acortamiento de contratos -como resultado de una expectativa de inflación para 2022 cada vez más incierta-. Esto resultó en subas que -en términos generales- evitaron una vuelta a “rojos” del salario real a lo largo del primer semestre.

Dualidad en el mercado laboral: los de afuera y los de adentro

La dinámica de las paritarias provocó que la sorpresa inflacionaria -y su muy lenta desaceleración tras el pico de marzo- haya sido no tan nociva para los trabajadores formales. Este es uno de los factores clave -no el único- que explican el sostenimiento del consumo privado a lo largo del primer semestre, que estimamos trepando cerca del 8,7% i.a., más de 2 p.p. por encima del PIB. El costo fue el estímulo a uno de los mecanismos de propagación de la inflación más relevante, sosteniendo la inercia por encima de la del año previo: muy pronto ya se vislumbraba una inflación que no iba a descender de los niveles del año previo.

Sin embargo, se debe destacar que esta tendencia fundamentalmente favoreció a los puestos de trabajo formales. En la parte inferior del gráfico a continuación se observa la dinámica para asignaciones, jubilaciones y salarios informales. En los dos primeros, la menor intensidad de los colores refleja que la recuperación del poder adquisitivo fue mucho menos intensa, dado que los aumentos de la fórmula de movilidad -que dependen de los salarios y parte de la recaudación nominal pasada- reaccionan con un rezago a la inflación. En el caso de los últimos, se observa en cambio un deterioro constante del ingreso real, producto de la ausencia de un mecanismo que lo sostenga ante el avance de los precios.

En particular, esto puede también encontrar un correlato en la mayor debilidad de los indicadores de consumo masivo durante la primera mitad del año en contraste con la mayor demanda de bienes durables: según Scentia, el volumen de ventas de Alimentación sube 1,6% i.a. en el primer semestre (y se contrae desde mayo), frente a ventas de electrodomésticos que suben casi 24% i.a. en el periodo Enero-Mayo, según GfK.

¿Qué esperamos para la segunda mitad del año?

Las nuevas restricciones a las importaciones al cierre de junio y la renuncia de Guzmán -con la incertidumbre política desatada la semana posterior- impactaron de lleno en la inflación de julio, que se encamina a ser la mayor del año. Esta dinámica, junto con un mayor crawling peg para reducir la apreciación del peso en un contexto de falta de dólares, elevará la inercia en los próximos meses y la inflación esperada para el 2022, que ya era de 76% según la mediana del Relevamiento de Expectativas de Mercado (REM) hacia el cierre de junio. Con la misma lógica de hace unos meses, durante el tercer trimestre comenzaremos a ver una reapertura de paritarias que trate de aminorar la erosión del salario -registrado- real.

Asumir una mayor nominalidad -y la perspectiva que esta se acelere- tiene como contrapartida que se continuará incentivando el consumo de estos sectores, incluso en un contexto de fuertes y crecientes restricciones cambiarias. Los apuntados serán los bienes “que tienen dólares dentro”, incluso en un contexto de suba de tasas en los programas de financiamiento o de un elevado precio relativo -como el caso de indumentaria- y los servicios, especialmente vinculados al esparcimiento, todavía con terreno por ganar tras la pandemia.

Si bien los problemas para acceder y/o reponer insumos o bienes finales importados podrían generar problemas de oferta en no pocos sectores durante los próximos meses, retroalimentando la inflación, la apuesta del oficialismo será mantener al menos una parte de la economía en movimiento en un segundo semestre.

De hecho, los jubilados y perceptores de asignaciones y programas sociales no tendrán perspectivas tan alentadoras. Los ajustes por movilidad correrán de atrás a la inflación y cerrarán el año registrando una pérdida real, aun con la existencia de bonos como compensación. Definitivamente será mala la performance de los trabajadores informales, quienes ya entran con fuerte deterioro del poder adquisitivo a la segunda mitad del año y quedarán expuestos no sólo a la mayor inflación sino a la merma del nivel de actividad.

¿Tiene límites esta estrategia?

Más allá de lo expuesto anteriormente, profundizar esta tendencia deja entrever aún más cierta dualidad dentro de la economía, que tiene como epicentro al mercado de trabajo.

En este sentido, por más que el poder adquisitivo promedio de los trabajadores formales se encamine a cerrar por quinto año consecutivo en rojo -esta vez entre 0,5 y 1% i.a.- según estimaciones preliminares (asumiendo una inflación del orden del 7% en julio que logra perforar el 5% mensual en el último trimestre del año y aumentos salariales por encima de 5% en promedio)- la trayectoria de los ingresos reales de los trabajadores formales se continúa separando de la del resto de los actores de la sociedad y presenta un significativo y creciente conflicto en un contexto de disputas dentro de la coalición gobernante.

La validación de una mayor nominalidad vía la reapertura de paritarias con el objeto de sostener el poder adquisitivo del mundo “formal” y cierto nivel de consumo en la economía, erosiona las condiciones de aquellos que están fuera. Esto no sólo se agrava en tanto la nominalidad es mayor -porque el poder adquisitivo se pierde más rápido- sino que está condicionado por el escaso margen para realizar políticas de ingresos que beneficien a este último grupo.

Detrás de esto radica la necesidad de encaminar la meta fiscal acordada con el FMI y es el motivo por el cual esta dualidad que surge del mercado laboral tiene un impacto en la conflictividad hacia dentro del oficialismo, afectando la toma de decisiones y elevando la incertidumbre, factores que en definitiva terminan haciendo eclosión en la demanda de dólares y el nivel de precios, retroalimentando el proceso.

Tres caminos posibles

La primera alternativa es una combinación entre reaperturas masivas y elevadas de paritarias con un sesgo decididamente expansivo de la política fiscal, lo que -además de tensionar fuertemente la relación con el FMI- conllevaría con el riesgo de escalar la nominalidad al rango de los tres dígitos, exacerbar fuertemente las presiones cambiarias y conducir -vía un salto cambiario discreto- a una recesión. En función de los anuncios recientes y de cara a un año electoral, este escenario pesimista parecería poder evitarse.

La segunda constituye un giro en relación con la dinámica reciente. Con el objetivo de reducir la nominalidad en un contexto de ausencia de anclas, el Gobierno no valida paritarias en línea con la inflación esperada ni otorga transferencias a los que están fuera de la formalidad. Este escenario reduce sus probabilidades en tanto nos acerquemos a las elecciones presidenciales, ya que implica pagar un costo significativo en materia de actividad y en términos políticos en el corto plazo.

La tercera alternativa, en línea con nuestro escenario base, es mantener la lógica del primer semestre, con paritarias que busquen seguir la inflación y ralentizar la merma del consumo privado. Sin embargo, esto necesariamente implica profundizar la dualidad descripta, por lo que vendrá asociado de una continuidad del resquebrajamiento del oficialismo que impedirá tomar decisiones de giro significativas teniendo que -para terminar el mandato- profundizar distorsiones (precios relativos, regulaciones cambiarias, etc.) al costo de un menor resultado en términos de actividad y una leve desaceleración de la inflación, gracias a la ausencia de un nuevo shock en los precios internacionales.

 

La recuperación de los niveles de actividad y empleo aún no alcanza a las condiciones socioeconómicas

Las estadísticas del mercado laboral y de la actividad económica indican que actualmente estaríamos tendiendo a volver a los niveles de 2017, año previo a la tormenta (o mejor dicho, las tormentas), que significaron las crisis cambiarias y la pandemia del COVID-19 en 2018-2020. Al tercer trimestre de 2021, tanto la tasa de actividad laboral entre los mayores de 18 años como la de empleo ya se ubicaban por encima de los valores vistos cuatro años atrás, al mismo tiempo que el desempleo exhibió el mismo 8,2% registrado en 2017. El PBI, por su parte, en el tercer trimestre de 2021 fue sólo 4,7% inferior al de igual período de 2017, cuando llegó a estar más de 23% por debajo en el peor período de la pandemia.

Sin embargo, las condiciones socioeconómicas actuales no han hecho eco de dicha recuperación, algo que se observa primera y principalmente en el marcado aumento en la pobreza. Mientras que al tercer trimestre de 2017 un cuarto de los argentinos se encontraba sumido en ella, en 2021 dicha cifra se acercaba al 40%. Es decir, cuatro de cada diez habitantes cuyos ingresos familiares no logran cubrir una canasta básica de consumo.

Desafortunadamente, este incremento de la pobreza ha sido un fenómeno generalizado. Por un lado, se evidenció un aumento a lo largo de todas las regiones de nuestro país. Por otro lado, el aumento de la pobreza se observó a través de todas las categorías de trabajadores y sus familias: los cuentapropistas (profesionales y no profesionales), desocupados e inactivos, y asalariados formales e informales vieron su situación empeorada. De hecho, en 2021 contar con un empleo asalariado y registrado ya no garantiza escaparle a la misma, dado que casi el 15% de esta clase de trabajadores está sumido en ella, el doble que en 2017 (7%).

Más aún, esta suba de la pobreza no trajo consigo una disminución de la brecha (es decir, la diferencia promedio entre los ingresos del hogar y el costo de la canasta básica total o CBT), sino que esta se mantuvo virtualmente estable en torno al 37%. Esto implica que el hogar pobre promedio debería ver sus ingresos incrementados en más de un 60% para dejar de ser catalogado como tal. En resumidas palabras, la pobreza no solo aumentó, sino que también se sostiene en elevados niveles de gravedad.

Incluso aquellos hogares que aún logran escaparle a la pobreza también evidenciaron un deterioro. Lo esperable sería que, ante un aumento de la incidencia, los hogares que logran mantenerse fuera de ella se ubiquen, en promedio, con un margen mayor ya que son los que disponían de un punto de partida más ventajoso (dicho de otra forma, los primeros en “caer” son los hogares cuyos ingresos se encuentran más cercanos a la CBT). Sin embargo, ha sucedido lo contrario: las familias que logran mantenerse por encima de la línea no solo son menos, sino que el margen también es menor. Mientras que en 2017 tenían ingresos que en promedio eran 230% mayores a la CBT, actualmente esa diferencia se redujo al 180%. Esto indica que todos los niveles socioeconómicos se encuentran en una posición desfavorable en la comparación frente a cuatro años atrás.

No obstante, cabe señalar que no todo el deterioro acontecido es atribuible a la pandemia. De hecho, en el tercer trimestre de 2019 la pobreza ya alcanzaba el 33%, con una brecha media que rozaba incluso el 40%. Un año y medio de crisis de balanza de pagos, depreciación del tipo de cambio, aceleración inflacionaria, contracción de la actividad y fuerte pérdida de poder adquisitivo ya habían producido para ese entonces una marcada erosión sobre los hogares.

Cabe preguntarse entonces cómo es posible que en 2021, con un PBI que ya estaba volviendo a los niveles absolutos de 2017 (en el tercer trimestre de 2021 fue sólo 4,7% menor), el deterioro socioeconómico haya alcanzado semejante escala respecto del punto de partida. Y la respuesta a este interrogante tiene varias aristas.

En primer lugar, más allá de los niveles absolutos, el PBI per cápita en 2021 mostró un deterioro superior al 8% respecto del valor alcanzado en 2017. Es decir, Argentina en su totalidad está tendiendo a volver a generar el mismo valor absoluto de PBI, pero una parte de esa mejora se explica por el crecimiento poblacional, por lo que en términos de producto por habitante la brecha es mayor y todavía queda camino por recorrer.

Por otro lado, aún cuando en cantidad de ocupados y nivel absoluto de actividad se vuelva al punto de partida, los ingresos de los hogares aún acumulan un deterioro marcado, siendo este uno de los principales factores que explican el empeoramiento de la situación socioeconómica.

Esto puede verse claramente con el cambio que se observó en la retribución de los factores: la remuneración al trabajo asalariado participó con 43% del valor agregado bruto en el tercer trimestre de 2021, cuando esta fracción alcanzó el 50% en igual período de 2017. Este deterioro es significativo considerando que los ingresos provenientes del mercado de trabajo son tres cuartas partes del presupuesto de los hogares y que 7 de cada 10 trabajos son en relación de dependencia (formales e informales).

Además, esta pérdida de participación se evidencia aun cuando la cantidad de puestos asalariados totales entre esos dos lapsos es similar, por lo que el gran factor explicativo fue la dinámica de los ingresos reales. Si los salarios estuvieron lejos de empatar a la inflación, aún más lejos estuvieron de alinearse con la CBT, que aumentó 8 puntos porcentuales más que el IPC entre los terceros trimestres de 2017 y 2021 (con una diferencia que se extiende a 28 puntos porcentuales si hacemos la comparación con la canasta básica alimentaria).

En resumen, los sucesivos shocks de 2018-2020 golpearon la dinámica de la economía argentina, deprimiendo los niveles de actividad e impulsando la inflación, generando un impacto sobre el mercado laboral tanto por el lado de los precios (pérdida de salario real) como de cantidades (caída en la cantidad de ocupados), y redundando en un deterioro de las condiciones socioeconómicas que fue transversal en todas las dimensiones analizadas.

La rápida recuperación evidenciada en 2021, que se plasma tanto en el nivel absoluto de PBI como en la cantidad de ocupados, aún resulta insuficiente para revertir dicha erosión debido a que los ingresos aún se encuentran muy deprimidos respecto del punto de partida. La buena noticia es que hacia adelante se prevé que las tasas de crecimiento del PBI continuarían este año y en 2023, lo que permite continuar afianzando el proceso de recuperación iniciado tras el trienio de crisis. Sin embargo, la persistencia de la inflación elevada constituye el principal riesgo en materia del factor primordial que hoy explica el deterioro de las condiciones socioeconómicas, que es el deprimido nivel de los ingresos reales de los hogares.

El empleo formal y la recuperación post-pandemia

El empleo formal también recuperó lo perdido en 2020

El empleo registrado creció 2% i.a. en promedio durante el año pasado a nivel nacional, según informó el Sistema Integrado Previsional Argentino (SIPA). De este modo, recuperó el terreno perdido por la pandemia y se ubica 1% por debajo del promedio de 2018.

Impulsados por los monotributistas, el cuentapropismo fue la modalidad que exhibió un mayor avance a lo largo del año pasado (+3,6% en el promedio anual). Estos fueron seguidos por los asalariados públicos (+2,4% i.a.) y finalmente por los asalariados privados, que crecieron por debajo 1% i.a. en 2021. De este modo, mientras que los dos primeros grupos reflejan un incremento superior al 3% respecto al promedio de 2019, este último muestra una caída de 3,1% en relación al año previo a la pandemia.

Si bien esta dinámica del mercado de trabajo viene reflejándose desde la crisis cambiaria en 2018, y se profundizó durante la pandemia, esta tendencia, en la que el empleo público y el cuentapropismo son los principales motores en la creación de puestos de trabajo registrados, tiene larga data. Por caso, si comparamos con el pico de actividad económica en 2017, observamos que la caída en los asalariados privados supera 5%, en tanto el incremento alcanza 4,5% para el caso de las otras dos modalidades mencionadas. Yendo mas atrás en el tiempo, los asalariados privados cerraron 2021 un 2,6% por debajo del promedio de 2012, período en el cual tanto los trabajadores públicos como los cuentapropistas crecieron más de 25%.

Un recorrido por los sectores

Volviendo a la actualidad, también hay que mencionar que existieron distintas dinámicas a lo largo del 2021. La primera es que frente a un estancamiento del empleo en los servicios -siempre ciñéndonos a los trabajadores formales-, el nivel de empleo en los sectores productores de bienes creció más de 3% en promedio. No obstante, estos son todavía los más afectados si comparamos con el nivel medio de 2019, ya que exhiben una caída de 3,6%, contra el retroceso de 2,8% de empleo en los servicios.

La performance de los sectores asociados a los bienes se explica fundamentalmente por la recuperación de la construcción (+8,9%) y de la industria (+2,5%); mientras que dentro del estancamiento de los servicios se destacó el avance de las actividades informáticas (+8,5%) y servicios a empresas (+3,7%).

A nivel geográfico también se observaron heterogeneidades. Mientras solo Mendoza y la Ciudad de Buenos Aires exhibieron una -ligera- contracción, el empleo asalariado privado creció de forma significativa en varias provincias, pero que conjuntamente explican apenas alrededor del 5% del total del país: catamarca (5,6% en promedio), Tierra del Fuego (4,9%), San Juan (+3,8%), San Luis y Misiones (+2,7% en estos últimos dos casos) fueron las más destacadas en 2021.

¿Qué esperamos para este año?

Prevemos que la dinámica del empleo formal mantendrá su tendencia durante el 2022. Los cuentapropistas continuarán ganando terreno. Por el lado de los empleados públicos, cabe señalar que el acuerdo con el FMI contempla una estabilidad del gasto en términos del producto para la Nación (lo cual podría ralentizar su dinámica). Pero también cabe señalar que la mayor parte del mismo corresponde a las Provincias.

Por su parte, en lo que respecta al empleo asalariado privado, la tendencia del año pasado podría revertirse: el mayor terreno por recuperar de los servicios en la post-pandemia hará que estos sean los que traccionen los puestos de trabajo en el promedio anual. Asimismo, las dificultades que se avizoran en la industria en los primeros meses del año y que posiblemente se prolonguen debido al conflicto entre Rusia y Ucrania pudiendo escalar ante una eventual merma del crecimiento global -o incluso peor, en el caso de una recesión en las principales economías del mundo- aminorarán la marcha del sector, que no podrá ser compensado con el agro o petróleo y gas, dado que la eventual mejora de estos sectores por los precios internacionales no tendrán correlato significativo en el nivel de empleo.