El mercado laboral durante el primer semestre

La tasa de desempleo alcanzó 7,6% de la Población Económicamente Activa en el segundo trimestre del 2023, continuando niveles similares a los de la primera parte del año. Pese al incremento respecto al año previo, esta dinámica por el momento no luce tan preocupante teniendo en cuenta la magnitud de la recesión.

Al mismo tiempo, la participación en el mercado de trabajo se mantiene elevada, por lo que es difícil pensar en la existencia de un efecto desaliento. Al contrario, el empleo creció -un acotado 0,4% i.a.- en el primer semestre en los 31 aglomerados urbanos que releva la EPH. La construcción y la administración pública fueron las ramas de actividad que mostraron las contracciones más relevantes durante dicho período.

La principal diferencia con la dinámica vigente hasta 2023 es el incremento en la presión sobre el mercado laboral. Si observamos a los desempleados junto a los ocupados que buscan empleo, creció casi 10% la cantidad de personas que está detrás de un nuevo puesto de trabajo.

¿Qué ocurrió en el mercado de trabajo durante los primeros seis meses de gobierno?

En base a la Encuesta Permanente de Hogares (EPH), el INDEC informó que la tasa de desempleo alcanzó 7,6% de la Población Económicamente Activa (PEA) durante el segundo trimestre del año. De este modo, se mantuvo en niveles similares a los del primer trimestre.

Si bien el aumento respecto a la primera mitad del año pasado es de aproximadamente 1 p.p., la dinámica no luce demasiado grave a la luz de la profunda recesión: la actividad cayó 2% desde a lo largo del primer semestre (casi 4% si contemplamos también noviembre). A modo de comparación, el desempleo había promediado casi 10% de la PEA en 2019, con un nivel de actividad casi 5% superior, teniendo en cuenta también la evolución de la población desde entonces.

Tampoco resulta pensar por el momento que esta dinámica se debe al efecto desaliento, que refleja que las personas dejen de buscar empleo ante la percepción de que será difícil conseguirlo. Al respecto, la participación en el mercado laboral creció 1,5% i.a. en la primera mitad del año, por encima del crecimiento poblacional (en torno a 1%). Como resultado, la participación se mantiene elevada -por encima del 48% de la población-, lo que implica, en estos niveles de desocupación, que el empleo sigue firme pese a la crisis.

Más en detalle, encontramos que el empleo creció un módico 0,4% i.a. en el primer semestre, traccionado por los asalariados formales (+1,6% i.a.) y el cuentapropismo (+0,5% i.a.) en todas sus modalidades. En cambio, los asalariados informales cayeron 2% i.a., evidenciando, tal como había ocurrido el año pasado, que son el grupo que más sufre y absorbe el efecto de la crisis en el mercado laboral.

Sin perjuicio de esto, durante los primeros seis meses de gobierno, las dos ramas de actividad que están siendo más afectadas son la construcción (-10,6% i.a.) y la administración pública (-7,6% i.a.). La primera, caracterizada con una alta tasa de informalidad, está contribuyendo al deterioro del trabajo no registrado, mientras que la segunda posiblemente este limitando el crecimiento del empleo formal. Ambos casos son consecuencia del importante ajuste del gasto que lleva adelante el gobierno, afectando la obra pública y los puestos de trabajo y contrataciones del Estado.

Por otro lado, pese a la mejora de los ingresos laborales desde el comienzo del año, la recuperación todavía es acotada teniendo en cuenta del deterioro previo. En este sentido, los salarios reales de la economía habrían caído casi 20% a lo largo del primer semestre. Una primera consecuencia de esto es que -especialmente en un contexto de caída de los ingresos no laborales- más gente se vuelque al mercado de trabajo para apuntalar los ingresos familiares, lo que se ve con el incremento de la participación laboral.

Con el mismo objetivo, un segundo aspecto a considerar es que quienes estén trabajando también busquen un nuevo empleo. Esta parte de la población, sumada a los desocupados, ocasionaron un incremento de la presión sobre el mercado laboral, que aumentó 9,6% i.a. durante el primer semestre, revirtiendo significativamente la tendencia de los últimos dos años.

En conjunto, esto puede explicar que el crecimiento del desempleo como una de las principales preocupaciones de la población captado en diversas encuestas de opinión pública -y favorecido por la abrupta baja de la inflación- tiene que ver no tanto con la destrucción de puestos de trabajo que está ocurriendo, sino con las consecuencias que podría tener en una familia que un miembro pierda su empleo.

¿Qué esperamos para la segunda mitad del año?

La mejora en los distintos indicadores laborales dependerá de la trayectoria de la actividad. Si la economía acelera la recuperación económica seguramente traccionará el nivel de empleo en todas sus modalidades y evitará que el desempleo continúe creciendo. No obstante, dado que el impacto de la recesión fue relativamente acotado en el mercado de trabajo, es de esperar que la recuperación posterior tampoco tenga un efecto diferencial.

Por otro lado, posiblemente la mencionada presión sobre el mercado de trabajo no ceda tanto, incluso si se percibe una mejora en los ingresos laborales. Esto se debe a que continuará el cambio en el salario relativo de algunos sectores, por lo que los trabajadores que allí se desempeñen buscarán recomponer sus ingresos en otros empleos. El caso del sector público puede ser el más paradigmático pero algunas industrias -textil, por ejemplo- también podrían verse afectadas por este cambio en la tendencia.

El empleo formal comienza a sentir los primeros fríos

La recesión económica comienza a mostrar sus impactos en el mercado laboral: se perdieron 120 mil puestos de trabajo netos entre diciembre y marzo del 2024. A su interior, los asalariados públicos y privados registraron, en conjunto, una pérdida de casi 165 mil puestos de trabajo (-96 mil y -69 mil, respectivamente). Por su parte, el cuentapropismo sumó alrededor de 40 mil empleos, lo cual modero el impacto sobre el empleo agregado.

El desplome de la actividad económica durante el primer trimestre no se tradujo en una caída sustancial del empleo asalariado del sector privado, excepto en el caso de la construcción. En parte, esto responde a que los costos asociados a los cambios en el personal desincentivan a las empresas a reaccionar rápidamente a los vaivenes económicos, recurriendo en primera instancia a medidas como suspensiones, recorte de horas y/o turnos.

No obstante, la magnitud y la extensión de la recesión es un llamado de atención, especialmente considerando que la construcción, la industria y el comercio concentran alrededor del 45% del empleo registrado del sector privado. En la medida que las ventas no se recuperen y la demanda continúe deprimida, es probable que el clima otoñal en el empleo se vuelva más frio.

Un mercado laboral formal de otoño

Recientemente, se publicó la información referida a marzo del Sistema Integrado Previsional Argentino (SIPA) que muestra la evolución del empleo formal en el paísEn marzo, cayó casi 1% en el nivel de empleo, siendo el empleo registrado (el público cayó 2,7% i.a. y el privado 1,1% i.a.) el principal factor que explicó esta contracción. 

Sin embargo, lo más relevante es analizar la dinámica de los últimos meses para echar luz sobre el impacto de la recesión actual en el trabajo formal. En este sentido, desde el último pico de actividad en agosto pasado, se perdieron casi 83 mil puestos de trabajo formales netos (-0,6%).

De todas formas, si acotamos el análisis a lo que va del año, la caída se hace algo más profunda (-0,9% desde diciembre), implicando una destrucción de más de 120 mil puestos de trabajo. A su interior, los asalariados públicos y privados registraron, en conjunto, una pérdida de casi 165 mil puestos de trabajo (-96 mil y -69 mil, respectivamente). Por su parte, el cuentapropismo registrado -principalmente monotributo-  sumó alrededor de 40 mil empleos, lo cual modero el impacto sobre el total del empleo formal.

El ajuste del sector público no solamente impactó en la planta del Estado, sino también en el sector de la construcción producto de la parálisis de la obra pública (tampoco la obra privada siguió un sendero muy diferente en el recesivo primer trimestre). En este sentido, se perdieron más de 42 mil empleos formales en este sector, representando una caída del 10%. Los otros sectores que más se vieron afectados en el comienzo del año fueron actividades empresariales (-11 mil empleos formales) y la industria (-10 mil), principalmente afectada por el freno en la actividad textil, metalmecánica, entre otras industrias ligadas a la construcción.

Por lo tanto, el desplome de la actividad económica durante el primer trimestre no se tradujo en una caída sustancial del empleo asalariado del sector privado, excepto en el caso de la construcción. En parte, esto responde a que los costos asociados a los cambios en el personal desincentivan a las empresas a reaccionar rápidamente a los vaivenes económicos, recurriendo en primera instancia a medidas como suspensiones, recorte de horas y/o turnos, por ejemplo.

No obstante, la magnitud y la extensión de la recesión es un llamado de atención, especialmente considerando que la construcción, la industria y el comercio concentran alrededor del 45% del empleo registrado del sector privado. En la medida que las ventas no se recuperen y la demanda continúe deprimida, es probable que el otoñal clima en el empleo se vuelva más frio.

¿Llegará a tiempo la recuperación de la actividad?

Excluyendo el aporte del sector primario, los indicadores adelantados de abril y mayo sugieren un pequeño rebote en la economía en el inicio del segundo trimestre. Sin embargo, la recuperación de la actividad será lenta y la pregunta es si será suficiente para sostener el nivel de empleo, o bien las empresas adecuarán sus perspectivas a un contexto macroeconómico que, además de recesivo, todavía resulta difuso.

Por el lado del gobierno, las expectativas están puestas en la aprobación de la Ley Bases que, entre otras cosas, impulsará las inversiones. No obstante, todavía no resulta claro qué tan beneficiosas serían las mismas para la industria nacional, dado que la apertura a importaciones podría desplazar del mercado a proveedores nacionales, perjudicando el nivel de empleo en el sector industrial (aunque lógicamente podría compensarse, al menos parcialmente, con un incremento en otros sectores.). Esta tendencia se refuerza con el énfasis en el superávit fiscal que sostiene el gobierno, que asegura que no habrá una expansión del gasto que pueda dinamizar sectores vinculados a la obra pública y la construcción.

De todos modos, buena parte de la demanda interna dependerá de lo que ocurra con el consumo de las familias En este sentido, la fuerte pérdida del salario real (que incluso subestima el impacto sobre el poder adquisitivo de los aumentos de las tarifas de servicios públicos) de los primeros meses del año se recuperará muy lentamente dado que la dinámica salarial se ha plegado a la tendencia de la inflación -lo que evitará que en el corto plazo se recupere del golpe de comienzos de año-. A esto se le suma el impacto que pueda tener la pérdida de empleo en los hogares, variable que seguramente es más relevante dentro del segmento informal de la economía.

De hecho, diversas encuestas de opinión pública marcan que crece sustancialmente la preocupación por el desempleo. Más allá del impacto efectivo que esto pueda tener sobre el indicador, significa que la recesión y la incertidumbre acerca del futuro que sufrieron las empresas en el primer trimestre se esté moviendo hacia las familias en las últimas semanas. En unos y otros, la imposibilidad de ver con claridad el rumbo económico puede afectar sus decisiones de inversión y consumo, con el riesgo de “boicotear” la incipiente recuperación.

Los salarios al ritmo de la inflación

Los salarios de la economía crecieron 10,3% en marzo y acumularon una suba de 45,5% en el primer trimestre. Con una inflación del 51,6% para el mismo periodo, la pérdida acumulada en términos reales se ubica en torno al 4%. Sin embargo, el índice esconde ciertas particularidades.

Incluso en el sector más beneficiado (trabajadores formales del sector privado) por los ajustes salariales prácticamente mensuales durante el verano, la rápida desaceleración de la inflación no fue suficiente para que el poder de compra se recomponga del golpe generado a finales del año pasado.

En este contexto, la fijación de salarios en función de la dinámica descendente de los precios impedirá que a lo largo del año los ingresos recompongan el poder adquisitivo perdido. Así como los shocks inflacionarios se trasladaron rápidamente a la dinámica salarial durante los últimos dos años (producto de paritarias de corta vigencia), ahora ocurre lo contrario tras la súbita desinflación de estos últimos meses.

Los salarios de la economía crecieron 10,3% en marzo y acumularon una suba de 45,5% en el primer trimestre. Con una inflación del 51,6% para el mismo periodo, la pérdida acumulada en términos reales se ubica en torno al 4%. Sin embargo, el índice esconde dos consideraciones.

En primer lugar, una cuestión técnica con los salarios de los trabajadores no registrados: este indicador se calcula utilizando la información de la Encuesta Permanente de Hogares que elabora trimestralmente el INDEC, motivo por el que es un indicador que tiene cierto rezago. Puntualmente, el dato publicado para marzo corresponde a los salarios del cierre del año pasado, por lo cual no tienen incorporado el nuevo piso nominal impuesto tras la devaluación. En este sentido, posiblemente la caída real de los salarios fue levemente menor a lo reflejado por el índice general para los tres primeros meses del año.

Entonces, al tomar únicamente la información de los trabajadores formales, observamos que durante los primeros tres meses del año los del sector privado registrado experimentaron una mejora de 50,5% (muy cerca de la inflación acumulada), mientras fue de apenas 43,2% para los del sector público.

Si bien la diferencia es considerable, no debería ser una sorpresa: las remuneraciones a los trabajadores públicos (incluso pese a ser una línea del gasto no tan significativa) fueron una de las partidas que sufrieron una “licuación” desde el cambio de mandato.

Por su parte, la segunda consideración es más analítica: quedarse con la dinámica del primer trimestre de los trabajadores formales resulta incompleto. Tan sólo con sumar diciembre, el deterioro del poder adquisitivo supera 15% (y alcanza 18% si sumamos noviembre), valores que son incluso más bajos para los trabajadores públicos (pierden más de 20% respecto a diciembre y casi 25% con relación a noviembre).

¿Qué implica esto? Incluso en el sector más beneficiado (trabajadores formales del sector privado) por los ajustes salariales prácticamente mensuales durante el verano, la rápida desaceleración de la inflación no fue suficiente para que el poder de compra se recomponga del golpe generado a finales del año pasado.

En este contexto, la fijación de salarios en función de la dinámica descendente de los precios impedirá que a lo largo del año los ingresos recompongan el poder adquisitivo perdido. Así como los shocks inflacionarios se trasladaron rápidamente a la dinámica salarial durante los últimos dos años (producto de paritarias de corta vigencia), ahora ocurre lo contrario tras la súbita desinflación de estos últimos meses. Esta dinámica se reflejada en nuestro relevamiento de paritarias del sector privado.

En este sentido, resulta difícil pensar que una lenta recuperación del salario real en los próximos meses sea un factor que colabore con una rápida recuperación de la economía. Si bien la baja en las tasas de interés podría parcialmente compensar esta situación, la escasa previsibilidad de los ingresos -a lo que además se podrían sumar problemas en el empleo- pesará más a la hora de las decisiones de gasto en los hogares.

Dentro del programa económico delineado por las autoridades, no parece obvio que al Gobierno le convenga validar una abrupta recuperación del poder adquisitivo. La marcada desaceleración de la inflación y la nominalidad en la economía se debe en buena parte a la profunda recesión. Por ende, una recuperación vía mejora del poder adquisitivo podría operar en sentido contrario.

Por el lado de la oferta, los aumentos salariales comenzarían a impulsar los costos, lo cual se sumaría a los mayores costos operativos asociados al encarecimiento de los servicios públicos. En cuanto a la demanda, la recuperación del poder de adquisitivo podría impulsar el consumo, dando un mayor espacio a las empresas para trasladar la suba de costos a los precios.

¿Ya impacta la recesión en el empleo formal?

Sector público y construcción: los más afectados

Recientemente, se publicó la información referida a enero del Sistema Integrado Previsional Argentino (SIPA) que muestra la evolución del empleo formal en el país. Si bien se observó en el primer mes del año un crecimiento del empleo del 2% i.a., su avance se explica por una suba superior al 5% i.a. del cuentapropismo. Más allá de esa particularidad, lo más relevante es analizar la dinámica de los últimos meses para echar luz sobre el impacto de la recesión en el trabajo formal.

En este sentido, desde el último pico de actividad en octubre pasado, se perdieron apenas 40 mil puestos de trabajo formales netos (-0,3%). Este número esconde algo de heterogeneidad: hay más de 50 mil trabajadores independientes (gracias al aumento observado en enero), un descenso de casi 50 mil asalariados privados, prácticamente explicado en su totalidad por la construcción, y unos 30 mil asalariados públicos menos.

Tal como se podía prever, el mayor impacto del cambio de gobierno fue en los trabajadores públicos, que cayeron 1% en enero, una magnitud que no se veía desde mediados de 2014. Junto a los asalariados privados (-0,5% en el primer mes del año) sumaron una pérdida de 66 mil puestos de trabajo. Descontando la cuarentena, estos números son de los mayores en casi 10 años, ya que en otros episodios de contracción del empleo privado, el sector público permanecía estable.

Volviendo a los asalariados privados, el principal factor que explica la caída del empleo es la construcción, sector que sufrió la pérdida de casi 42 mil puestos desde octubre pasado (la mitad de ellos en enero, una magnitud prácticamente inédita para un mes puntual, como se ve en el gráfico), producto no sólo de la parálisis en la obra pública sino también de la elevada incertidumbre y el fuerte incremento del costo de la construcción, especialmente post-devaluación.

Por su parte, si sumamos la industria, el comercio y otros servicios como la hotelería, restaurantes, transportes y comunicaciones la pérdida del empleo es de menos de 15 mil puestos en enero, evidenciando que el fuerte del costo en términos del empleo en el sector privado fue capturado por la construcción y su lógica dependencia del sector público.

¿Qué esperamos para los próximos meses?

Si bien creemos que en general el ajuste en el mercado laboral se hará por precios (salario real) en vez de cantidades (puestos de trabajo) a lo largo del primer trimestre, la contracción del empleo en el sector público y la construcción seguramente seguirá siendo importante. No tanto la profundidad de la recesión sino su duración será el factor que determine cuales son otros sectores asalariados que comienzan a tener dificultades, que podría afectar a ramas industriales puntuales -más dependientes de importaciones, obra pública o consumo interno- y servicios no esenciales como hotelería y restaurantes, sensibles a los vaivenes del poder adquisitivo.

Sin embargo, tal como anticipábamos, este deterioro será compensado en buena forma por el cuentapropismo: los trabajadores independientes crecieron casi 2% en enero. En lo que respecta al empleo informal, modalidad relevante en el contraído sector de la construcción, veremos si el ajuste a lo largo de la primera parte del año viene por cantidades (despidos) o por precios (caída del salario real). De todos modos, la recuperación del empleo asalariado no dependerá solamente de unas golondrinas sino de que efectivamente se perciba una recuperación de la actividad en el horizonte.

Luces y (más) sombras del mercado laboral

La tasa de desempleo alcanzó 5,7% de la Población Económicamente Activa en el último trimestre del 2023, continuando en los menores registros desde el reinició de la publicación en 2016. En los últimos cuatro años, la tasa de desempleo cayó significativamente.

Al mismo tiempo se observó una participación en el mercado de trabajo récord. Este fenómeno -en combinación con el descenso de la tasa de desempleo- implica que el empleo creció. Sin embargo, esto no fue necesariamente por los buenos motivos: creció significativamente la informalidad y el empleo público, modalidades que se destacaron por encima del magro avance del empleo asalariado formal.

Esperamos que la pobre situación del mercado de trabajo empeore durante 2024, especialmente en los primeros meses del año. Por este motivo, esperamos un aumento del desempleo combinado con un incremento de modalidades de empleo de baja calidad.

¿Qué ocurrió en el mercado de trabajo en el cuarto trimestre?

El INDEC informó las principales tasas del mercado de trabajo del cuarto trimestre de 2023, donde se registró un nuevo récord de participación en el mercado laboral: alcanzó 48,6% de la población. Comparando con el último trimestre del año previo, el aumento fue de 3%, bien por encima del crecimiento vegetativo (debajo de 1%).

Tal como ocurrió a lo largo del 2023, la mayor participación fue absorbida por el empleo: la cantidad de ocupados creció 3,5% i.a. Esta vez, las distintas modalidades exhibieron una expansión relativamente homogénea: los asalariados informales aumentaron 4,4% i.a., los formales 3,3% i.a. y los cuentapropistas 2,6% i.a. Como resultado, la tasa de desempleo se mantuvo en 5,7% de la Población Económicamente Activa, el menor valor desde que se reinició la publicación de la serie a mediados de 2016.

El descenso del desempleo maquilla cuatro años sin demasiados resultados

Tomando el promedio del año, la tasa de desempleo fue de 6,1%, reflejando así una caída de casi 4 p.p. respecto del promedio de 2019. Probablemente, la mejora de este indicador pueda ser el principal dato para rescatar de la gestión del Frente de Todos en lo que refiere al mercado laboral.

La crisis de que tuvo lugar en 2018-19 y afectó sustancialmente el poder adquisitivo, volcó a una masa de trabajadores al mercado laboral con el objetivo de apuntalar los alicaídos ingresos familiares. Luego de cuatro años, la participación continuó en alza (+1,8%, considerando el crecimiento de la población), demostrando que esa necesidad no desapareció y que hay una mayor permanencia en el mercado de trabajo.

Justamente, parte de esta necesidad se observa en la poca creación de empleo de calidad. El crecimiento del 6% (neto del crecimiento poblacional) de los ocupados en los cuatro años fue traccionado por una suba superior al 11% de los trabajadores informales, mientras que los ocupados del sector formal apenas subieron un 5%. Además, dentro del sector registrado el incremento se explicó mayormente por el sector público, que registró un aumento de 13,5%.

Por su parte, esta baja calidad del empleo, basado en la informalidad y la absorción del sector público, se agrava si se analizan los microdatos de la Encuesta Permanente de Hogares (EPH). Dicha información sugiere que, desde la salida de la pandemia, los programas de empleo jugaron un rol importante a la hora de suscitar la mencionada baja del desempleo: hasta el tercer trimestre del año (últimos microdatos disponibles), estimamos que la tasa de desempleo podría haber sido 2 p.p. mayor si excluimos el impacto de los programas, lo cual refleja su relevancia para sostener un bajo nivel de desocupación. Este punto abre un signo de interrogación para 2024 tras el fuerte ajuste fiscal implementado por el gobierno, donde los programas de empleo forman parte de los gastos bajo la mira de las autoridades.

¿Qué esperamos para 2024?

El impacto inicial de la devaluación y la recesión económica tendrá resultados claros sobre el mercado de trabajo. Por el lado de los puestos de trabajo, la parálisis en algunos sectores (como los ligados a la obra pública, por ejemplo) y la caída de la demanda provocará una destrucción de empleo que, por el momento, no sería generalizada. Sin embargo, habrá que esperar para ver con claridad cuál es el efecto final de las medidas del gobierno respecto al empleo público.

Por otro lado, teniendo en cuenta la aceleración de la inflación y su efecto sobre los ingresos, es de esperar que tanto los nuevos desempleados, como personas que estaban inactivas (no trabajaban ni buscaban empleo) vuelvan a insertarse en empleos de baja calidad: la situación socio-económica es lo suficientemente mala como para esperar conseguir un empleo deseable.

Por este motivo, esta nueva potencial masa de desocupados no implicaría necesariamente un sustancial incremento en el desempleo. Incluso en un escenario crítico, es de esperar que parte de la pérdida de empleo formal migre hacia puestos de trabajo informales y cuentapropistas, caracterizados por ser de menor calidad. Este cambio, si bien no es deseable, puede ser un factor que contenga el incremento del desempleo.

A modo de cierre, este abrupto deterioro del mercado de trabajo (tanto desde la óptica del empleo como de los salarios) es la otra cara de la moneda de haber evitado una espiralización nominal y, en todo caso, una condición necesaria para que el gobierno logre, más temprano que tarde, una recesión suficiente para moderar la dinámica inflacionaria.

 

Otro ciclo presidencial con pérdida del poder adquisitivo

Los salarios de la economía crecieron 8,9% mensual en diciembre. Más allá de la performance de los salarios del sector formal (9,0%) e informal (7,6%), los aumentos salariales no tuvieron comparación con la inflación de diciembre, que ascendió al 25,5%, sufriendo una caída de magnitud histórica: en diciembre los salarios sufrieron una pérdida mensual en términos reales del 13,2% en promedio (y -18,9% i.a.).

A lo largo del año la caída promedio del salario de la economía fue de -3,7% i.a, marcando el sexto año consecutivo de pérdida del poder adquisitivo. El deterioro fue común a casi todos: los salarios del sector privado registrado cayeron -2,3% i.a. en promedio, mientras que la caída llegó a -16,4% i.a. en promedio de los no registrados.

Si bien seguramente veremos sindicatos -en algunos casos importantes- que lograrán acuerdos virtualmente indexados a la inflación pasada, no esperamos que esto sea un fenómeno generalizado. El resultado será una continuidad del deterioro del poder adquisitivo a lo largo del verano, que estimamos será de superior a 10% pero que además profundizará la disparidad salarial entre distintos sectores.

¿Cómo cerraron el año los salarios de la economía?

El INDEC informó que los salarios de la economía crecieron 8,9% mensual en diciembre. Más allá de la performance de los salarios del sector formal (9,0%) e informal (7,6%), los aumentos salariales no tuvieron comparación con la inflación de diciembre, que ascendió al 25,5%, sufriendo una caída de magnitud histórica: en diciembre los salarios sufrieron una pérdida mensual en términos reales del 13,2% en promedio (y -18,9% i.a.), retrocediendo 20,5% entre agosto y diciembre. Tomando como base el dato de los salarios privados de trabajadores estables (RIPTE), cuya serie disponible es más extensa, la contracción mensual fue la más importante de la serie que se inicia en 1994, dando cuenta de un salario real que volvió a niveles de septiembre 2003.

De este modo, a lo largo del año la caída promedio del salario de la economía fue de -3,7% i.a, marcando el sexto año consecutivo de pérdida del poder adquisitivo. El deterioro fue común a casi todos: los salarios del sector privado registrado cayeron -2,3% i.a. en promedio, mientras que la caída llegó a -16,4% i.a. en promedio de los no registrados. De todas maneras, los salarios del sector público mostraron una estabilidad en el promedio de 2023 (+1,1% i.a.). Vale decir que, en el caso de los trabajadores informales, el salario publicado tiene un rezago de aproximadamente 5 meses, por lo que la caída resulta más abultada, ya que la mayor nominalidad de la economía en general no se ve plasmada en estos salarios. No obstante, hasta julio, el período comparable, la perdida era en torno a 13%, ya significativamente mayor que la de los trabajadores registrados (una estabilidad de 0,5% en aquel momento).

En suma, no se logró poner plata en el bolsillo de la gente, y tomando como referencia los cuatro años del gobierno del Frente de Todos, el salario real de la economía cayó alrededor de 11%. Si sumamos los cuatro años previos de Cambiemos, el deterioro supera 25%. No será 2024 un año en que esto se revierta.

¿Qué esperamos para 2024?

El shock nominal que significó la devaluación y que continuará con las sucesivas subas de tarifas y precios Regulados se trasladará a la dinámica salarial. Sin embargo, la fuerte recesión actuará moderando las demandas salariales. Si bien seguramente veremos sindicatos -en algunos casos importantes- que lograrán acuerdos virtualmente indexados a la inflación pasada, no esperamos que esto sea un fenómeno generalizado. El resultado será una continuidad del deterioro del poder adquisitivo a lo largo del verano, que estimamos será de superior a 10% pero que además profundizará la disparidad salarial entre distintos sectores.

Una segunda lectura de este fenómeno es que la ausencia de una pauta salarial por parte del Gobierno busca paritarias libres que favorezcan a los trabajadores de sectores más productivos, que pueden seguir pagando salarios relativamente altos. Si la recesión – y la eventual mayor competencia– no permite el traslado a precios en algún sector en particular, la remuneración de dicho sector será menor y se convertirá en una señal para que los trabajadores busquen otros empleos mejores pagos. La liberación de los precios también tiene este aspecto, y busca que los precios -en este caso los salarios- sean informativos acerca de que tan productivo para una sociedad es un determinado sector.

Por este motivo, empezaremos a ver cierta disociación entre el derrotero del salario real hacía dentro de los trabajadores registrados. Los privados continuarán siguiendo de cerca, con vaivenes, a la inflación gracias a que la vigencia de las paritarias seguirá siendo acotada en ausencia de una pauta salarial, máxime considerando un sector sindical que se muestra combativo ante el cambio de aire. Por su parte, los trabajadores públicos sufrirán un deterioro mayor producto del ahorro del gasto que pretenderá hacer el Gobierno en sus diferentes niveles.

Finalmente, no prevemos que haya una recuperación en los trabajadores informales. La ausencia de paritarias y una mayor cantidad de potenciales trabajadores ante la necesidad de apuntalar los ingresos familiares dará espacio para que este grupo absorba la mayor parte del ajuste salarial. En un escenario en donde la ayuda social estará condicionada con los objetivos fiscales del Gobierno, es probable que las dificultades no tarden en aparecer para esta parte de la sociedad.

Sinceramiento de precios: ¿al salario le mintieron?

A través del acortamiento de la vigencia de las paritarias, los salarios lograron seguir de cerca la inflación durante buena parte de 2023 tras los sucesivos shocks que golpearon la economía. No obstante, esto se terminó con la aceleración de la inflación en el último bimestre, que llevó a que casi la totalidad de los sindicatos que monitoreamos llegue en rojo al cierre del año.

La inflación promediará 20% mensual entre diciembre y marzo, periodo para el cual prevemos que el salario real caiga en torno a 10%. En este contexto, ¿los salarios se indexan a la creciente nominalidad o la recesión derivada de la caída del poder adquisitivo contendrá el avance de los precios?

Creemos que se dará una combinación de ambas cosas, en donde la recesión convivirá con acuerdos salariales que harán más lenta la eventual desaceleración de la inflación. Todo este proceso tendrá costos -sociales y políticos- que estos se combinarán con un latente riesgo de espiralización en tanto el oficialismo tenga dificultades en llevar a cabo su plan fiscal-monetario u obtener al menos una parte de las reformas propuestas en el DNU o la Ley “Ómnibus” enviada al Congreso.

¿Cómo terminó el poder adquisitivo en 2023?

Uno de los factores más distintivos del 2023 fue el sostenimiento del consumo privado, que estimamos creció en torno al 1%, en un año en el que la inflación superó el 200%. Resumidamente, dos factores principales explican este fenómeno: el primero es la inexistencia de un vehículo que incentive consumir menos para ahorrar -tasas de interés reales en general negativas, expectativa de inflación creciente y poco acceso a una reserva de valor, como el dólar- en un escenario en el que el nivel de ingresos reales se sostenía de la mano de una dinámica salarial que, hasta octubre, no sufrió, en general, una gran pérdida frente a la inflación.

Esto tuvo lugar a través del acortamiento de la vigencia de las paritarias y sus constantes renegociaciones, que permitieron que los salarios del sector formal sigan de cerca la creciente nominalidad tras los sucesivos shocks que elevaban los pisos de la inflación. El gobierno anterior, ávido de encontrar un andamio para la actividad en la previa electoral vio con buenos ojos este encadenamiento, al costo de imprimir una mayor inercia inflacionaria a lo largo del año.

Así, los salarios formales, con contramarchas, llegaban a octubre con relativas buenas perspectivas. Sin embargo, la aceleración de la inflación del último bimestre llevó a que casi la totalidad de los sindicatos que seguimos -muchos de los cuales se encuentran en el siguiente gráfico- llegue en rojo al cierre del año.

El cambio de gobierno no sólo implicó una fuerte devaluación del tipo de cambio. La corrección de precios relativos también incluye la “liberación” de muchos precios -eliminación de acuerdos, prepagas, combustibles, telecomunicaciones- y el aumento de tarifas de servicios públicos, de las cuales tenemos apenas novedades concretas de los primeros movimientos en el transporte público. Todo este conjunto garantiza varios meses con inflación de dos dígitos. En particular, prevemos que entre diciembre y marzo la inflación promedie 20% mensual.

En este escenario, ¿hay espacio para que vuelva la dinámica del año pasado y las paritarias sigan de cerca la inflación?

¿Estalla el verano?

Dada la inflación esperada -que como mencionamos promediará 20% mensual entre diciembre y marzo-, para que el poder adquisitivo no se erosione en los próximos meses los salarios deberán correr al mismo ritmo. Si bien las ya aceitadas paritarias jugarán su papel en los próximos meses, morigerando el deterioro del poder adquisitivo, salir “empatados” de este proceso parece difícil: solamente el salto de la inflación en diciembre dejará perdidas del orden del 10% en términos reales.

En esta situación, veamos por qué es crucial lo que suceda con los salarios. En un extremo, si los salarios se indexan de facto y logran no perderle pisada a los precios, la inercia inflacionaria no sólo no se cortaría, sino que además, estará latente el riesgo de una pronta espiralización precios-salarios. Este escenario de inestabilidad nominal primero minaría la popularidad del Gobierno -porque la inflación se estacionaría en niveles elevados, por encima del 20%- y también su credibilidad para llevar adelante un plan de estabilización exitoso, en el que eventualmente resultaría más difícil desindexar la economía.

No obstante, bajo el manto de ausencia de regulación e incumbencia del Estado, y con la premisa de que las negociaciones salariales en definitiva son acuerdos entre privados, este es un escenario que podría tener lógica económica para parte del oficialismo. De hecho, voces a favor de la dolarización lo consideran deseable porque prepararía el terreno para sostener el poder adquisitivo -y el humor social- en la transición a un futuro cambio de régimen.

Por el contrario, en el otro extremo está la recesión como contenedor de los precios. La inflación desacelerará como resultado de una demanda agregada débil, que será la consecuencia, principalmente, de un desplome del poder adquisitivo (el consumo privado explica cerca del 70% del PIB). En este sentido, cuanto mayor sea la diferencia en la velocidad a la que corren los precios respecto a los salarios, más grande será el efecto recesivo y posiblemente más rápida la desaceleración de la inflación. Además, la amenaza del desempleo y una eventual apertura comercial podrían ser ingredientes en esta dirección, ya que podrían mantener a raya las demandas de recomposición de algunos sectores.

Si bien el Gobierno podría pensar en el lado positivo de este aspecto -menor pérdida de competitividad cambiaria tras la devaluación de diciembre, pudiendo mostrar una mayor desaceleración terminando el verano-, la otra cara de la moneda será una recesión -mayor en tanto más grande sea la disparidad entre los precios y los salarios- que condicione el humor social a los pocos meses de comenzado el mandato. Por esta razón es que el (ab)uso de los salarios como ancla será un problema para el oficialismo, que ya tiene que lidiar con un tejido social muy deteriorado desde el inicio del mandato.

Consideramos que el camino a desandar contendrá elementos de cada escenario. Pese a que el Gobierno no ha esbozado una pauta salarial -lo cual tiene sentido en tanto el conjunto de medidas aisladas no constituye un programa de estabilización-, las demandas salariales no se hacen esperar: habrá una combinación de paritarias bimestrales/trimestrales que buscarán “ganarle” a los precios, con otras de ajustes mensuales -algunas virtualmente indexadas-, donde seguramente también proliferen las sumas fijas para compensar un alicaído poder de compra.

Sin embargo, todo esto no será suficiente, y el poder adquisitivo de mínima perderá un 10% de su valor durante el verano, por lo que el efecto de la recesión -y el ancla salarial- también jugará su papel en estos meses.

No conocemos cómo saldrá el experimento, pero sí sabemos que tendrá costos -sociales y políticos- y que estos se combinarán con un latente riesgo de espiralización en tanto el oficialismo tenga dificultades en llevar a cabo su plan fiscal-monetario u obtener al menos una parte de las reformas propuestas en el DNU o la Ley “Ómnibus” enviada al Congreso.

Por este motivo, la resistencia de un precio relativo a ajustarse, en este caso los salarios, será uno de los factores que complicará una rápida desaceleración de la inflación y, al mismo tiempo, el costo a pagar por el Gobierno para no profundizar la crisis -con todas las dudas que esto ocasionará sobre los pasos a seguir- y la conflictividad social.

 

El desempleo perforó el 6% en el tercer trimestre

¿Qué viene ocurriendo en el mercado de trabajo?

El INDEC informó que las principales tasas del mercado de trabajo del tercer trimestre de 2023 alcanzaron valores récord nuevamente. En primer lugar, la participación en el mercado volvió a crecer y llegó a 48,2% de la población, aumentando 2,1% en la comparación interanual, por encima del crecimiento poblacional -por debajo de 1%-.

Esta mayor participación fue absorbida por el empleo: la cantidad de ocupados creció 3,7% i.a., impulsada por un fuerte crecimiento de los asalariados formales (rozó el 10% i.a.) y en menor medida por los informales (+2,6% i.a.). Un doble click, sin embargo, refleja que el impulso a los asalariados formales vino dado por el empleo público: aumentaron 8,6% i.a., muy por encima de los puestos de trabajo del sector privado (+2,6% i.a.). De hecho, el empleo en la administración pública y educación -tiende a aumentar durante el tercer trimestre por la formalización de cargos- explicó más de la mitad del aumento de los ocupados totales.

Considerando la fuerte caída del desempleo, que alcanzó 5,7% de la Población Económicamente Activa (PEA) -el menor valor desde que se reinició la publicación de la serie a mediados de 2016- y el orden de magnitud de las variaciones, una hipótesis plausible sería que buena parte de la caída del desempleo -y de la expansión de los ocupados- se debió a un incremento del empleo público.

En cualquier caso, durante el trimestre pasado se observó lo que es la regla en los últimos dos años: cada vez más personas se integran al mercado de trabajo, pero lo hacen en un contexto de mayor precariedad y, en menor medida, dependientes del empleo público.

¿Hacia un nuevo mercado de trabajo?

Si bien durante el último trimestre del año se comenzará a ver el efecto en el mercado de trabajo del enfriamiento de la actividad, esperamos que la dinámica observada no se modifique sustancialmente de lo registrado anteriormente.

En lo que respecta a 2024, consideramos que varios frentes afectarán al mercado laboral. En primer lugar, la fuerte pérdida del poder adquisitivo, sobre todo en los primeros meses del año, propiciará un aumento de la participación en el mercado de trabajo: más gente buscará un empleo para apuntalar los erosionados ingresos familiares.

Al mismo tiempo, la fuerte recesión seguramente acarreará pérdida de empleo formal en algunos sectores, especialmente aquellos más dependientes de la demanda interna -dentro de los cuales estaría la construcción, producto de un creciente costo en dólares y la eventual parálisis en la obra pública-. Además, las perspectivas podrían complicarse en aquellos sectores productivos que dependen en mayor grado de la protección, que podrían sufrir más como consecuencia de una apertura comercial.

Sin embargo, esta nueva potencial masa de desocupados no implicará necesariamente un sustancial incremento en el desempleo. Incluso en un escenario crítico, es de esperar que parte de la pérdida de empleo formal migre hacia puestos de trabajo informales y cuentapropistas, caracterizados por ser de menor calidad. Este cambio, si bien no es deseable, puede ser un factor que contenga el incremento del desempleo, que subiría a la zona del 8%.

Pese a esto, la amenaza del desempleo y esta transición a una menor calidad del empleo puede ser un efecto no menor a la hora de moderar las demandas salariales durante los próximos meses, como destacamos en este informe. Si bien esto ayudaría a evitar una espiralización nominal, el costo sería el de una mayor recesión y caída del poder adquisitivo.

Todo este combo tendrá como resultado que las principales características del mercado laboral no se modificarán con el cambio de gobierno. Habrá más gente trabajando o buscando hacerlo para complementar los magros ingresos y el empleo seguirá bajando su calidad, ya que es posible que trabajadores formales pasen a la informalidad o el cuentapropismo. Las reformas en pos de la flexibilización del mercado de trabajo podrían ser un aliciente que terminen representando una mejora en la formalidad, pero su efecto deberá esperar a que la economía vuelva a crecer.

 

¿Cada cuánto te aumentan el sueldo?

El costoso pan de hoy

Como señalamos en un informe reciente, la actividad económica se ha venido mostrando resiliente. De hecho, descontando el impacto de la sequía sobre el sector agrícola, estimamos que la economía creció 1,1% en el acumulado hasta agosto, un avance consistente con la dinámica del empleo formal: crecía 4,6% i.a. hacia el octavo mes del año, acumulando un avance del 2,5% desde diciembre de 2022.

Parte de la explicación de este crecimiento responde a que, pese al grave faltante de dólares del campo por la sequía (-USD 20.000 M), el Gobierno incrementó el financiamiento con el sector privado (vía un constante aumento de la deuda comercial); y con el resto del mundo (se destacó la activación de dos tramos del swap de monedas con China), al tiempo que siguió utilizando divisas para contener la brecha cambiaria. Todo esto permitió que los volúmenes de importaciones acumularan una merma de sólo 4% i.a. en el año, reflejando la voluntad de priorizar el sostenimiento de la actividad y el empleo por sobre la acumulación de reservas. De hecho, las reservas netas pasaron de cerca de USD 8.000 M en diciembre 2022 a los actuales – USD 10.000 M.

Esta realidad nos llevó a revisar al alza nuestra perspectiva para el PIB de este año (en principio a -1,5%). En este sentido, para que la economía retroceda 2% en 2023 -tal como prevé el REM-BCRA- la caída tendría que ser cercana a 4,5% desestacionalizado en el último trimestre, una magnitud que, si bien podría estar ayudada por una revisión a la baja de los datos del bimestre julio-agosto, es bastante mayor a, por caso, lo observado tras la crisis post-PASO 2019.

Por otro lado, las escasas reservas y la decisión de evitar una devaluación que corrija el desequilibrio externo condujeron a un escenario con crecientes regulaciones cambiarias que potenciaron la brecha cambiaria y dieron lugar a un cada vez más generalizado esquema de múltiples tipos de cambio, haciendo que el tipo de cambio relevante para la economía se alejara del oficial.

Puntualmente, estimamos que actualmente menos del 30% del flujo total de divisas se rige bajo el dólar mayorista (A3500), y que un tipo de cambio más cerca de $500 es en la práctica más relevante para la economía.

Todo esto elevó la incertidumbre sobre los costos de reposición, que, agudizada por las elecciones, fue a uno de los catalizadores de la aceleración de la inflación en el último año y medio.

Esta última cuestión hace que un análisis del sostenimiento de la actividad queda incompleto si no incluimos lo ocurrido con la demanda. Es difícil pensar que una economía como la argentina – con exportaciones estancadas, un gasto de capital lejos de representar un boom e inversión en maquinaria y equipo que es apenas 8% de la oferta global (PIB e importaciones)- exhiba un crecimiento si no fuera por salarios siguiendo de cerca a la inflación.

¿Cada cuánto te aumentan el sueldo?

Dejando de lado la excepcionalidad de la pandemia y su consecuente cuarentena, el Gobierno permitió que la dinámica salarial, al menos en el sector formal vía paritarias, siga de cerca los sucesivos shocks nominales que atravesaba la economía. Poco a poco, estos shocks se mezclaban con la creciente incertidumbre acerca del devenir de la economía, condicionado por los aspectos mencionados en el apartado anterior.

Como resultado, se evidenció una reducción de las vigencias de las negociaciones paritarias -generalización de acuerdos trimestrales y relativa flexibilidad para reforzar reaperturas si fuera necesario- que evitaron que los salarios formales queden rezagados ante la escalada de los precios.

En este sentido, una mirada de mediano plazo muestra que, si bien la nominalidad de la economía aumentó en la última década, la frecuencia de los ajustes salariales se mantuvo relativamente estable hasta 2020. Desde entonces, la aceleración de la inflación sí tuvo un correlato más claro con aumentos salariales cada vez más frecuentes.

Si bien hay un riesgo en “incorporar” cada nuevo shock a la nominalidad existente, poniéndole un nuevo piso a la inflación esperada, este es indudablemente un factor que contribuyó a que se sostenga una parte significativa del consumo de las familias en la salida de la pandemia y en particular en el último año.

Esto fue potenciado por una elevada propensión al consumo en un contexto de escasas opciones de ahorro (los préstamos hipotecarios y prendarios caen 26% i.a. hacia octubre en términos reales) de mediano y largo plazo y complementado por diversas medidas de estímulo. Un ejemplo son los bonos a trabajadores informales, perceptores de asignaciones y jubilaciones, la parte de la sociedad más afectada por la aceleración de la inflación, pero también una importante oferta de créditos a una tasa favorable, la eximición del pago del impuesto a las ganancias de una parte significativa de los trabajadores que antes lo abonaban y la devolución del IVA en algunos consumos para quienes perciben menos de $708.000 mensuales.

En suma, prevemos que el salario formal real en promedio este año se mantendrá prácticamente estable, sosteniendo la capacidad de consumo de esta porción de la masa salarial, que es la que justamente efectúa un mayor gasto.

Sin embargo, vale decir que esta situación es menos benévola para quienes están fuera del circuito formal, ya que si bien tienen algunos beneficios no salariales -como mencionamos más arriba-, la evolución de sus ingresos está bastante por debajo de la inflación e incrementan su dependencia de la asistencia del gobierno.

El próximo gobierno deberá lidiar con el agotamiento de este modelo

La acuciante situación de las reservas, el desalineamiento de los precios relativos existente y la necesidad de reestablecer la credibilidad hace que el próximo gobierno deba atacar una agenda urgente que contenga algún plan de estabilización junto a un sendero fiscal relativamente ambicioso.

Si bien los matices dependerán no sólo de quien gane las elecciones sino también de cómo se llegue hasta el cambio de administración, así como de las eventualidades que puedan ir surgiendo en el camino, estos aspectos ponen en jaque la resiliencia de la actividad económica observada este año.

Por un lado, la corrección de precios relativos acelerará la inflación y será difícil que el salario pueda seguir esa dinámica. Prevemos que recién se pueda observar una mejora en el segundo semestre de 2024. Asimismo, este incremento en la inflación se dará en un contexto en el que la asistencia del Estado -directa o en forma de subsidios- estará condicionada por la necesidad de reducir el déficit fiscal, también afectando el ingreso disponible para consumo de las familias.

Estos efectos que, como dijimos, estarán sujetos a matices en función de quien gane la contienda electoral, impondrán una significativa restricción al crecimiento del consumo privado durante buena parte de 2024. Así, si bien la actividad podría caer menos de lo esperado de la mano del aporte del sector primario –agro y minería-, que redundarían en mayores exportaciones y una mayor disponibilidad de divisas, esta mejora será compensada por un consumo privado que no levantará cabeza hasta entrado el año.

La aceleración de la inflación aumenta la diferencias entre el sector formal e informal

Los salarios de la economía crecieron 11,7% en septiembre, acumulando en el año un avance del 96,5%. De esta manera, quedaron algo por debajo de la inflación acumulada al noveno mes del año (103,2%), alcanzando una pérdida promedio del poder adquisitivo de casi 2% i.a. en lo que va del año.

Esta dinámica, no obstante, esconde bastante el hecho de que los trabajadores informales son lo que peor lo están pasando: registran una caída promedio del salario real del 14% i.a. en el acumulado anual. Este sector, asociado justamente a trabajadores y familias de menores ingresos, es sin dudas el principal perjudicado de la aceleración inflacionaria.

La plena vigencia de las paritarias fue el factor que evitó que el avance de los precios cause el mismo impacto en el sector formal. Los acuerdos ya se caracterizan por tener una vigencia como mucho trimestral, así como constantes reaperturas, y es moneda corriente observar incrementos -aunque no necesariamente de la magnitud de la inflación- casi todos los meses. Esto permite que, a diferencia de los trabajadores informales, los registrados tengan una, aunque leve, recomposición del 0,6% i.a. del salario real en el promedio del año.

Lógicamente, también existen heterogeneidades dentro de este grupo: el siguiente gráfico muestra algunas de las negociaciones que seguimos con el fin de reflejar estas disparidades. Por ejemplo, se observa que desde 2022 los gastronómicos han recompuesto su poder adquisitivo tras el impacto de la pandemia, a la vez que se observan buenos números en ramas asociadas al sector textil, químicos y aceiteros. Por su parte, mecánicos y metalúrgicos, gremios relevantes que marcan la pauta de las paritarias, parecen haber mejorado en el cierre de este año.

Dentro de los sectores más rezagados, los más importantes son los de la construcción, alimentación, camioneros (con una leve mejora en el segundo semestre de este año); sin embargo, cualquiera de estos grupos ha tenido una mejor performance que los trabajadores informales: la persistencia inflacionaria que tiene lugar cuando los salarios siguen de cerca la inflación deja de lado a los trabajadores de menores ingresos y/o con empleos de peor calidad, resultando en un proceso muy regresivo.

Para agregar algo más de incertidumbre al panorama de los ingresos, podemos echar un vistazo a aquellos vinculados a la seguridad social, atados a la fórmula de movilidad. En este sentido, se supo que el último incremento del año -correspondiente a diciembre- será de 20,87%, acumulando durante 2023 una suba de “apenas” 111%. Tomando el promedio del año, esto implica que cualquier jubilación, asignación o beneficio que se calcule por esta fórmula perderá casi 20% este año. En el gráfico de arriba se observa que su perfomance es comparable a la de los trabajadores informales.

Por esto mismo cobra relevancia el rol de los bonos que perciben algunos grupos de beneficiarios. Por caso, considerando los $55 mil que recibirán en diciembre los jubilados que perciben la mínima, su ingreso promedio quedará casi 5% por encima de la inflación. En este sentido, vale decir que para mantenerse esta mejora, el monto de estos bonos viene siendo cada vez un porcentaje mayor del haber mínimo.

Un dilema para el Gobierno entrante: si la inflación tiene una tendencia creciente, tal como consideramos que ocurrirá en los próximos meses, la fórmula de movilidad actual daña el poder adquisitivo. Si en cambio está desacelerando, este mecanismo condicionará la expectativa de un sendero fiscal más austero, ya que más de la mitad del gasto está atado a una inflación pasada que -en este escenario- será mayor. Todo esto arroja interrogantes acerca de la vigencia de la fórmula de movilidad el año próximo tal como está planteada, profundizando la dependencia de algunos sectores del otorgamiento de bonos para apuntalar, al menos parcialmente, el poder adquisitivo.

Estas diferencias son otro aspecto más dentro de la distorsión de precios relativos como consecuencia de una inflación que orillará 200% este año. Si bien la relevancia de los salarios para señalizar los sectores que pagan mejor ha perdido relevancia en nuestro país hace tiempo -quizás con la excepción de las industrias asociadas a la tecnología-, esta tendencia complicará cualquier intento de estabilización que quiera encarar la administración entrante.

Dado que esperamos que este fenómeno se profundice en el corto plazo, las demandas por recomposiciones salariales estarán al pie del cañón, pero algunas no podrán atenderse en un contexto en que se busque coordinar las expectativas, o bien complicarán el éxito de la propia coordinación entre los distintos sectores. Esto deja en claro la necesidad de apoyos -incluso por fuera del Congreso- que precisará el próximo gobierno para llevar a cabo un proceso que, incluso siendo ordenado, implicará sectores ganadores y otros perdedores.