Las canastas básicas siguen subiendo por encima de la inflación

Tanto la Canasta Básica Alimentaria (CBA) como la Canasta Básica Total (CBT) crecieron 7,2% mensual en  GBA durante enero, mostrando una variación de 109,8% i.a. y 108,0% i.a., respectivamente y alcanzando las variaciones interanuales más altas desde el inicio de la serie.

De esta manera, la evolución de las canastas se ubicó 1,2 p.p. por encima de la inflación de enero (+6,0% tanto para GBA como Nacional), manteniendo la misma tendencia que en 2022 -donde la suba de las canastas había cerrado 9 p.p. y 5 p.p. por encima de la inflación acumulada anual-. De esta forma, la tendencia al alza de la pobreza que se observa desde la segunda mitad de 2022 encuentra obstáculos para revertirse.

Por el lado de los alimentos, en enero tuvieron una especial incidencia los incrementos de productos empaquetados como harinas (+9,0%), arroz (+7,9%) y fideos (+8,4%), dado que todos son alimentos básicos que tienen un peso importante en el armado de las canastas y se ubicaron por encima de la evolución de la inflación. Cabe destacar que este desempeño se dio pese a la vigencia del programa Precios Justos, un acuerdo de precios que tiene como objetivo moderar la suba de precios de un grupo de bienes y servicios de carácter esencial, principalmente de bienes de consumo masivo. A su vez, algunos productos estacionales como las frutas (+11,6% para GBA) y verduras (+16,7%) también tuvieron subas marcadas.

La Canasta Básica Total, que además de alimentos tiene en cuenta otros bienes y servicios básicos, se vio especialmente dinamizada por el incremento de electricidad, gas y otros combustibles (+15,8%) y transporte público (+43,5%), tras el marco de actualización de precios regulados.

La prevalencia de esta tendencia hizo que se mantenga lo que venimos viendo en los meses previos: los ingresos básicos (salario mínimo y programas de asignaciones) no llegan a cubrir las necesidades básicas medidas por las canastas. La Asignación Universal por Hijo (AUH) no llegó a cubrir la canasta básica alimentaria: en enero llegó a cubrir solo el 60% de las necesidades calóricas de un niño, comportamiento similar a lo observado en los últimos meses del 2022. Por otro lado, al igual que en los meses anteriores, un ingreso familiar compuesto por dos salarios mínimos y dos AUH no llegan a cubrir la canasta básica total familiar, lo que ubicaría a un hogar con estas características dentro de la pobreza.

¿Qué esperamos para los próximos meses?

En gran medida, lo que determinará si las canastas continuarán evolucionando por encima de la inflación será como se mantenga la dinámica de los precios de alimentos.

Por un lado, los productos empaquetados de consumo masivo seguirán bajo el programa de Precios Justos, al menos hasta mitad de año (la continuidad del programa está confirmada hasta junio), por lo que esto puede ponerle un techo a la evolución de este grupo de bienes, al menos en el corto plazo.

Sin embargo, se abren dos interrogantes: (i) por un lado, la evolución reciente (determinados alimentos básicos creciendo por encima de la inflación) deja en claro que los controles de precios tienen límites marcados, hasta ahora con un efecto reducido, y no pueden contener la inflación de este grupo por tiempo indeterminado; por otro lado, (ii) parte del acuerdo incluye otorgar acceso al dólar oficial (MULC) para importar a las empresas del sector, lo cual también puede poner en riesgo el cumplimiento del programa en caso de no cumplirse este requerimiento en un contexto de fuerte escasez de divisas.

Además, este programa puede tener cierta efectividad para controlar los precios de alimentos empaquetados, pero tiene limitada eficacia para controlar a los precios de los alimentos frescos. En este sentido, otros dos factores para tener en cuenta son: (i) la sequía, que impactará al menos en el primer trimestre del año, ejerciendo presión al alza sobre la evolución del precio de determinados productos frescos, como frutas y verduras; (ii) el precio de la hacienda en pie subió 40% desde la segunda quincena de enero, y ya hemos comenzado a observar su correlato en la suba de precios minoristas de carne: según el IPC GBA Ecolatina, la carne vacuna trepó 22,2% m/m en la primera quincena de febrero. En este sentido, tanto la carne como las frutas y verduras tienen un peso importante en las canastas, y esperamos que tengan una dinámica por encima de la evolución de la inflación en el corto plazo.

Por el lado de los ingresos, no prevemos un cambio de tendencia significativo respecto a lo observado en los últimos meses: mientras que los ingresos formales se encuentran resguardados en mayor medida por las negociaciones paritarias, los ingresos informales, que tienen una mayor importancia en los deciles cercanos a la línea de pobreza, crecieron casi 30 p.p. menos que la inflación en 2022, dinámica que difícilmente se revierta este año. A su vez, tampoco habrá un margen fiscal holgado para otorgar bonos a beneficiarios de asignaciones y jubilaciones, incluso siendo un año electoral. En este marco, prevemos que la dinámica se mantenga igual que los meses previos: los ingresos básicos serán insuficientes para cubrir una mayor proporción de las canastas, lo cual deja en evidencia que la pobreza e indigencia difícilmente muestren una baja significativa en 2023.

Retroceso de la industria en el final de 2022, ¿qué esperar para 2023?

La industria terminó con un crecimiento en el promedio de 2022

El Índice de Producción Industrial Manufacturero (IPI) creció 4,3% i.a. en el promedio de 2022, exhibiendo los niveles más altos desde 2017.

Al interior, todos los sectores mostraron crecimiento en el promedio anual. En este sentido, un posible análisis surge al dividir al indicador en tres grandes grupos: (i) Bienes de capital; (ii) Bienes de uso intermedio y durables; y, por último, (iii) Bienes de consumo no durables.

Los bienes de capital exhibieron un crecimiento promedio de 8% i.a. en 2022, lo cual explicó 1,5 p.p. de la variación total anual (aproximadamente un 36% de la suba) y operaron en niveles máximos de la serie que inicia en 2016. Este grupo es el que exhibió la variación más alta, en un contexto en el cual (i) la profundización del cepo cambiario da incentivos a la inversión en bienes de capital como alternativa de ahorro; (ii) la prevalencia de tasas de interés real negativas durante la primera parte del año haciendo más atractiva a la inversión en este tipo de bienes y (iii) la existencia de créditos subsidiados a PyMEs (la participación sobre el total del financiamiento a empresas rozó máximos históricos) en la mayor parte del año también fueron un factor que incentivaron a esta industria.

Le siguieron los bienes de uso intermedio/durables, con un crecimiento de 3,5% i.a., lo cual explicó 1,1 p.p. de la suba del nivel general (25%).

Por último, los bienes de consumo no durables treparon 3,2% i.a. en 2022, y por su mayor peso dentro del nivel general, tuvieron una incidencia de 1,7 p.p. sobre la variación del IPI (40%). Aquí no sólo entran los alimentos y bebidas, sino también se encuentran, por ejemplo, indumentaria, productos farmacéuticos, entre otros. En este sentido, la cifra positiva puede estar vinculada a un incentivo a “adelantar consumo” (estimamos que el consumo privado haya crecido en torno al 10% i.a. en el promedio de 2022) en un contexto de fuerte aceleración inflacionaria y la necesidad de desprenderse rápidamente de los pesos.

¿Cambio de tendencia en el cierre del año?

Pese al crecimiento en el promedio anual, desde septiembre se advierte un enfriamiento de la producción industrial. El indicador exhibió una caída interanual de 2,7% en diciembre (la primera en once meses). Esto significó un estancamiento en el último trimestre del año (+0,0% i.a. en el 4T). Asimismo, la industria mostró una caída desestacionalizada de 1,2% m/m en el mes, consolidando el desempeño con vaivenes del sector a lo largo de todo el año, ya que no pudo acumular dos meses consecutivos de mejoras mensuales. Esto significó que en el crecimiento punta a punta (es decir, diciembre 2022 vs diciembre 2021) haya habido un retroceso (-1,5%).

Otra manera de observar las señales de enfriamiento en el sector es con la tendencia-ciclo: tras acumular 26 meses en terreno positivo, cambió la tendencia en julio y ya acumula seis meses consecutivos en terreno negativo (-0,4% fue el último dato de diciembre).

¿Qué esperamos para este año?

Un primer factor a tener en cuenta es la sequía que impactará este año y disminuirá la cosecha de los principales tres cultivos (ya se estima una merma de al menos el 20% para el tándem trigo-maíz-soja, según las entidades especializadas). Esto impactará negativamente no sólo sobre las industrias directas (como molienda de oleaginosas), sino también sobre las indirectas (transporte, maquinaria agrícola, industrias alimenticias), que en conjunto tienen un peso importante sobre el PIB industrial (representan aproximadamente un cuarto del nivel general).

Además, en un contexto de menores volúmenes de exportaciones producto de la mencionada sequía, no hay que descartar que el Gobierno deba implementar nuevas restricciones a las importaciones para administrar la escasez de divisas, pudiendo complicar el abastecimiento de insumos para determinados sectores industriales y complicando el normal funcionamiento del sector.

Por otro lado, hay que tener en cuenta que el sesgo contractivo de la política económica que se observó a partir de la segunda mitad del año pasado seguirá prevaleciendo en 2023, incluso siendo un año electoral. Se intentará mantener las tasas de interés  en terreno positivo, lo cual encarece el acceso al crédito para la inversión en bienes de capital o durables, mientras que también se vería reducido el gasto de capital. Respecto a este último punto, la incertidumbre propia que trae el proceso electoral también podría incentivar a posponer compras relacionadas a este tipo de industrias.

También implica que exista un escaso margen fiscal para incentivar a determinados sectores industriales (créditos subsidiados a PyMEs, o incluso bonos/transferencias para incrementar el consumo, entre otros). A su vez, la corrección de las tarifas de servicios públicos no sólo reduce el ingreso disponible de los hogares (con posible impacto sobre la demanda interna), sino que también encarece el costo de electricidad y gas de las empresas del sector.

Todos estos factores que operarán este año implicarán que la industria exhibirá un desempeño más acotado que en 2022, más en línea a la performance del último trimestre del año pasado.

Freno a la construcción en el cierre del 2022, ¿seguirá así en 2023?

Construcción: cierre del año en rojo

El sector de la construcción cerró el 2022 en terreno negativo. El Indicador Sintético de la Actividad de la Construcción (ISAC) exhibió una caída de 10,6% i.a. en diciembre de 2022, representando la contracción más alta en 29 meses y acumulando tres caídas interanuales consecutivas. A su vez, mostró un retroceso de 3,5% mensual (sin estacionalidad), hilvanando cinco meses en terreno negativo, lo que significó que el sector cayera 9,8% en el segundo semestre del año respecto a la primera mitad del año.

Pese al deterioro de la segunda parte del año, la construcción creció 3,5% en el promedio anual de 2022, marcando el mayor nivel desde al menos 2012. Esto se dio gracias a un desempeño más favorable en la primera parte del año, donde el sector acumuló un alza del 6,5% i.a. en el primer semestre y, producto de un desempeño con vaivenes en términos mensuales, en junio aumentó 1,5% desestacionalizado en contraste a diciembre de 2021.

Dos semestres disimiles para el sector

En el inicio de 2022, la construcción había ingresado en una etapa de expansión tras el rebote de 2021, aunque mostrando una desaceleración en la mejora respecto a lo observado en 2021. En este sentido, venía de haber mostrado 26 meses consecutivos de caídas interanuales entre finales de 2018 (producto de las crisis cambiarias) y 2020 (como consecuencia de la pandemia/cuarentena). En este sentido, cabe destacar que la actividad de este sector suele tener un componente procíclico, en el que se contrae más que proporcionalmente que el PIB en épocas de crisis y, por el contrario, se recupera más rápido en época de expansión.

Además de este factor, existieron otros que también actuaron como drivers para que prevaleciera el desempeño positivo (aunque no exento de vaivenes) de la primera parte del año: (i) la elevada brecha cambiaria y la existencia del cepo cambiario generaron incentivos a volcar los pesos sobrantes al sector como alternativa de ahorro; (ii) las tasas reales se mantuvieron fuertemente negativas en todo el periodo, haciendo más atractiva a la inversión en construcción; y (iii) la obra pública se mantuvo en terreno positivo: por caso, los gastos de capital del Sector Público Nacional No Financiero (SPNNF) se expandieron 16% en términos reales en el primer semestre.

A diferencia, con la crisis política y la marcada aceleración inflacionaria de julio, el panorama se complejizó para la obra pública y también privada en la segunda parte del año. En términos de obra pública, se observó un recorte de los gastos de capital (-3,8% i.a. en términos reales en el 4T) y en los despachos de asfalto (-13% i.a. en el periodo julio-diciembre), en línea con el sesgo contractivo de la política económica en general. A esto se le sumaron subas en las tasas de interés, ubicándolas en terreno positivo, mientras que la superficie autorizada para edificar cayó 16% i.a. para el periodo julio-noviembre (último dato). Este cambio de tendencia en el sector también se puede observar con la tendencia-ciclo del ISAC, ya que desde junio del año anterior acumula seis meses de cifras negativas.

Otro dato interesante para explicar el deterioro en el desempeño se observa con la rentabilidad de los desarrolladores y el poder del salario para construir. En este sentido, desde 2021 que el Ratio precio inmueble/ICC se viene deteriorando considerablemente (cayó 45% en los últimos dos años), en un contexto en el cual el precio promedio de un inmueble en CABA en USD blue disminuyó (cayó 15% en los últimos dos años), a la par que el costo de la construcción seguía aumentando (+55% medido en USD blue). Por otro lado, el Ratio Salario/ICC cayó 14% en los últimos dos años, llevando al poder del salario para construir a niveles mínimos históricos. Con estos datos, podemos observar que no sólo la rentabilidad para las empresas del sector privado fue disminuyendo en el último tiempo, sino que también la demanda para construir principalmente obras de menor magnitud también se vio deteriorada.

¿Qué esperamos para 2023?

La tendencia observada en la última parte del 2022 podría mantenerse a lo largo de este año. En este sentido, según la encuesta de expectativas realizada por el INDEC, un 60% de los encuestados de empresas de obras privadas piensa que la actividad de la construcción no cambiará en el 1T de 2023, mientras que otro 16% piensa que disminuirá (vs 10% el año pasado). Por su parte, el Índice Construya muestra un panorama algo más similar a un estancamiento para el primer mes del año: creció 0,4% i.a. en enero y 4,9% desestacionalizado (pero tras haber caído 11,5% en diciembre y 9,0% en noviembre, lo cual muestra una recuperación parcial en contraste a ese mes).

Respecto a los factores que operarán en el año, el incentivo a colocar pesos al sector en un contexto de cepo cambiario seguirá prevaleciendo, pero existen otros que también jugarán como contrapeso: (i) se buscará que las tasas de interés real se mantengan en terreno positivo; (ii) no esperamos un cambio de tendencia en la evolución de los ratios (precio inmueble y salarios vs ICC), por lo que el deterioro en la rentabilidad de los desarrolladores y el salario medido en costo de construcción seguirá prevaleciendo; (iii) pese a que es un año electoral, el gasto de capital seguirá condicionado en un contexto de escaso margen fiscal y metas a cumplir por el acuerdo con el FMI; y (iv) el muy reducido acceso al crédito hipotecario seguiría siendo un factor imperante, poniéndole un techo bajo a la evolución del sector en el mediano plazo.

Inversión productiva en máximos históricos, ¿por cuánto tiempo más?

En nuestro país, la inversión productiva fue el componente de la demanda agregada que más creció a la salida de la pandemia. En 2022, el PIB se habría expandido en torno al 5,7% i.a., en tanto estimamos que la inversión trepó 11% i.a., explicando aproximadamente 1 p.p. del crecimiento de la actividad. Así, la inversión representó 22% del PIB al tercer trimestre (3T, último dato disponible), llegando a niveles máximos desde 2017-18 y siendo un dato sólo superado por 4 trimestres desde el inicio de la serie en 2004.

Dado este panorama, surgen los siguientes interrogantes: ¿por qué la inversión productiva alcanzó niveles históricamente elevados pese a la inestabilidad macroeconómica que prevaleció en 2022? ¿cuáles fueron los drivers que permitieron su crecimiento? ¿constituye esto un “boom” inversor? ¿podrá mantenerse este desempeño favorable en 2023?

Una disección a la inversión

Dentro de Cuentas Nacionales de INDEC, la inversión se conoce como “Formación Bruta de Capital Fijo (IBIF)”. Este capítulo tiene en cuenta cuatro grandes categorías: (i) Construcciones; (ii) Maquinaria y equipo; (iii) Equipo de transporte; y (iv) Otros activos fijos.

(i) Construcciones. Crecieron 6,3% i.a. hasta el 3T de 2022, mientras que la actividad de la construcción (ISAC) trepó 4,8% i.a. hasta el acumulado de noviembre. En este marco, queda en evidencia que, si bien la construcción tuvo un balance de año positivo (estimamos +5,4% i.a.), se ubicó por debajo de la evolución de la inversión general (-7 p.p.).

La construcción expuso dos etapas disímiles: un primer semestre mayormente favorable y un retroceso a partir de la segunda parte del año. Hasta el primer semestre, la actividad mantuvo su tendencia de recuperación y llegó a crecer 5% i.a., volviendo a niveles de inicios de 2018. En este sentido, vale destacar que el sector venía de 26 meses consecutivos de caídas interanuales entre finales de 2018 y 2020, por lo que entre 2021 y mitad de 2022 el sector estaba en pleno proceso de recuperación.

La construcción se vio beneficiada por una elevada brecha cambiaria generando incentivos extras a volcar pesos excedentes al sector, en un contexto de tasas reales negativas y un costo de la construcción medido en USD que, si bien tuvo una tendencia alcista desde 2021, seguía relativamente bajo en términos históricos. Además, los gastos de capital del Sector Público Nacional No Financiero (SPNNF) siguieron creciendo en términos reales (en 2022, +16,5% i.a. hasta junio) y la superficie permitida para edificar venía también en terreno positivo (+3,0% i.a.). Por último, dentro de esta categoría se encuentra el ítem Otras construcciones, que contempla -entre otras- las obras de infraestructura en Vaca Muerta, y fue también un claro dinamizador del sector: crecieron 12,0% i.a. al 3T.

Ahora bien, con las turbulencias de mediados de 2022 el panorama empezó a complejizarse. En noviembre la construcción mostró la cuarta caída mensual consecutiva (desestacionalizada), retrocediendo 8,4% respecto a julio. Por el lado de la obra pública, el sesgo más contractivo de la política fiscal comenzó a verse reflejado en un recorte en obras de infraestructura (el gasto real cayó 3,8% i.a. en el 4T) y una merma en los despachos de asfalto (-12% i.a. en julio-noviembre). En lo que respecta a las obras privadas, mientras que el costo de la construcción medido en USD blue ha venido aumentando (subió 20% en 2022), el precio promedio de un inmueble en USD en CABA siguió retrocediendo (-8%), en un contexto de elevada oferta de propiedades a la venta, lo que redujo aún más la rentabilidad de los desarrolladores (-25% cayó el ratio Precio inmueble/Costo de la construcción medido en USD blue). Por último, un último factor a tener en cuenta es el poder de compra del salario para construir: los últimos datos muestran que esta relación alcanzó niveles mínimos históricos, dejando en evidencia que hoy en día la demanda de obra privada se ve reducida por los elevados costos medidos en poder adquisitivo.

De esta manera, la construcción pasó de representar 44,1% de la inversión en 2021 a explicar un 41,3% promedio hasta el acumulado al 3T de 2022. Del 14,6% i.a. que creció la inversión en el acumulado hasta el 3T, 6,2 p.p. correspondieron a la actividad de este sector.

(ii) Maquinaria y Equipo. El rubro se divide entre bienes de origen nacional e importado: los primeros treparon 15% i.a. hasta el 3T de 2022, mientras que las segundas lo hicieron a un ritmo de 32,2% i.a. (y en conjunto 25,0% i.a.), bien por encima de la evolución de IBIF. En la misma línea, los volúmenes de importación de bienes de capital crecieron 22,3% i.a. en el periodo, alcanzando los niveles más altos desde 2018, mientras que, por el otro, la producción de este segmento medida por el Índice de Producción Industrial Manufacturero (IPI) creció 12,1% i.a. hasta el acumulado a noviembre.

La profundización del cepo cambiario a lo largo del año, reduciendo las escasas alternativas de ahorro, en conjunto a los incentivos que genera importar maquinaria al (atrasado) dólar oficial con los pesos sobrantes impulsaron a este tipo de inversión. Además, hay que tener en cuenta que este incremento también se da en un contexto de marcada recuperación del consumo privado (+10,7% i.a. al 3T), dejando en evidencia que el incremento en la producción y las mayores inversiones encontraron respuesta en un mayor dinamismo de la demanda interna.

No obstante, al cierre del año se observó también un enfriamiento de este tipo de inversiones. En diciembre, los volúmenes importados de bienes de capital cayeron 23,9% i.a., afectados por el endurecimiento en las restricciones a las importaciones en un contexto de enfriamiento de la economía. Como resultado, estimamos que maquinaria y equipo importada creció sólo 3% i.a. en el 4T del año (vs 32,2% i.a. acumulado hasta septiembre), mientras maquinaria y equipo nacional habría trepado a un ritmo del 4,5% i.a. año (vs 15% i.a. acumulado hasta el 3T).

Así, Maquinaria y equipo ganó peso en la inversión general por sobre Construcciones (en conjunto explican el 90% del total) y representó un máximo histórico desde 2004. El rubro pasó a representar un 48,3% en promedio hasta el 3T, en comparación con el 44,3% del mismo lapso de 2021 (+4 p.p.). Además, también existió un incremento de la proporción de importados (58% al 62%) sobre nacionales en el último año. En el acumulado del año, este grupo explicó 7 p.p. del crecimiento de la inversión general.

Por último, se encuentran dos grupos –Equipos de transporte y Otros activos fijos-, que en conjunto representan el 10% de la inversión. El primero creció 6,5% i.a. en el acumulado hasta el 3T, con un desempeño disímil a su interior: equipos de transporte nacionales treparon 9,6% i.a. (en línea con la producción medida por el IPI, que habría subido en torno al 12% i.a. en el año), mientras que los importados cayeron -2,7% i.a. En este sentido, las restricciones a las importaciones terminaron por tener un impacto negativo en la inversión de transporte importado (-10% i.a. en diciembre), en un contexto en el cual la prioridad de divisas se orienta hacia otros sectores (como provisión de insumos, por caso). Por su parte, Otros activos fijos -donde se incluye investigación y desarrollo, recursos biológicos cultivados y exploración minera- subió 11,8% i.a. en los primeros nueve meses, dinamizada principalmente por el desarrollo de Vaca Muerta.

¿Qué esperamos para este año electoral? ¿Y a mediano plazo?

En suma, las distorsiones macroeconómicas, lejos de desalentar la inversión, fueron factores que la impulsaron. El control de cambios, la amplia brecha cambiaria y las tasas de interés reales negativas durante gran parte del año generaron incentivos a invertir pesos excedentes en bienes importados a un tipo de cambio oficial considerado barato, sumado a que la construcción siguió emergiendo como una herramienta defensiva para la preservación de valor.

Asimismo, el salto en las exportaciones, junto con el “dólar soja” y el mayor crédito comercial forzado por la nueva normativa permitieron seguir financiando un elevado nivel de importaciones, evitando que la actividad económica cayera en una recesión severa y permitiendo que la inversión se mantuviera en terreno positivo. En este sentido, vale recordar que la inversión tiene un fuerte carácter procíclico, reaccionando más que proporcionalmente a los ciclos expansivos/contractivos de la actividad económica.

Sin embargo, los indicadores adelantados (ISAC, importaciones de bienes de capital, producción de bienes de capital y transporte, entre otros) auguran que existió una desaceleración marcada de la inversión en el último tramo del año pasado. Según nuestras estimaciones, la inversión habría crecido en torno al 4% i.a. en el 4T, representando una desaceleración de 10 p.p. respecto a los trimestres previos.

En la misma línea, estimamos que esta tendencia se acentúe en 2023. Nuestra proyección actual contempla un crecimiento de la inversión que seguiría levemente por encima del PIB (2,0% y 1,4%, respectivamente), pero que claramente representará una desaceleración respecto a las tasas de crecimiento que se vieron en 2022.

Si bien el incentivo a importar a dólar barato y construir en un contexto de cepo cambiario seguirán prevaleciendo, frente a una demanda que no se derrumba, al mismo tiempo ganan terreno otros factores coyunturales que limitarían su dinámica: (i) Las restricciones a las importaciones continuarán, y los bienes de capital importados son los que tienen más probabilidad de ser los primeros perjudicados -dado que ya crecieron mucho en el último tiempo y perjudicarían menos al proceso de producción- en un escenario donde se seguirá priorizando importar bienes intermedios, piezas y acc.; (ii) El sesgo contractivo de la política fiscal en un contexto de reducción del déficit acordado con el FMI seguirá presente, condicionando la dinámica de la obra pública, junto con tasas de interés reales positivas que, si bien operan por medio de un canal con efectividad limitada, desincentivan al crédito; (iii) La incertidumbre que genera el propio proceso electoral puede, en algunos casos, paralizar y/o posponer a las inversiones productivas hasta los comicios.

En una perspectiva de mediano plazo, será difícil que la inversión productiva sostenga una trayectoria de crecimiento en un contexto de inestabilidad macroeconómica y fuertes restricciones en el mercado de divisas. El cepo cambiario y la elevada brecha pueden generar incentivos transitorios a invertir en maquinaria, equipo y transporte, pero en un contexto de restricciones este efecto se irá diluyendo año a año: es lógico pensar que esta inversión se vea limitada y tenga un techo bajo en la medida que no venga acompañado de una ampliación de los horizontes de planificación en un marco de mayor estabilidad y recuperación de las reservas internacionales. Por el lado de la construcción, un factor que también limita notablemente el crecimiento de mediano plazo del sector es el acceso al crédito hipotecario, que históricamente ha sido muy reducido en el país.

Los efectos nocivos de la profundización del cepo cambiario sobre la inversión se pueden observar mediante otra vía: el magro desempeño de la Inversión Extranjera Directa (IED), la cual tiene un rol esencial para incorporar nueva tecnología y mejorar la productividad y competitividad productiva de la economía. Al analizar los flujos de IED, se observa que en Argentina existió una imposibilidad para incrementar la inversión extranjera en los últimos 15 años (donde en 8 de ellos hubo cepo).

En un contexto de restricciones al acceso al mercado de cambios, la reinversión de utilidades dentro de la IED cobra mayor relevancia. Ante la imposibilidad de girar dólares al exterior, este ítem puede sobreestimar la IED, a la par que limita y desincentiva el ingreso de nuevas inversiones. En este sentido, en los años que prevalecieron las restricciones cambiarias las participaciones de capital distintas a reinversión de utilidades (es decir, dólares que ingresan para nuevas inversiones) alcanzaron niveles mínimos: por caso, en 2015 (último año del cepo anterior) esta participación fue de USD 1.319 M, mientras que trepó a USD 3.716 M en 2016. Esta cifra alcanzó un mínimo en el año 2021 (USD 864 M) y en el acumulado hasta el 3T de 2022 fue sólo USD 604 M.

En síntesis, en el corto plazo pueden seguir existiendo factores que ayuden a que la inversión productiva se mantenga en terreno positivo; sin embargo, será imposible trazar un sendero sostenible de crecimiento de la inversión sin estabilidad macroeconómica y sin una flexibilización, al menos lenta y paulatina, de las restricciones cambiarias que contribuyan a mejorar las expectativas sobre el futuro y permitan aprovechar todo el potencial de ofrece Argentina en diversos sectores productivos.

 

El enfriamiento de la economía continuó al cierre de 2022

Las señales de enfriamiento de la actividad continuaron en noviembre. La economía se contrajo 0,7% mensual en la serie ajustada por estacionalidad, acumulando tres meses consecutivos de caídas (-1,5% vs agosto), algo que no sucedía desde finales de 2020. Con este dato, e incluso estimando -en el mejor de los casos- una suba mensual acotada en diciembre, el PIB habría caído en torno al 1% t/t en el cuarto trimestre de 2022. Además, el arrastre estadístico terminaría siendo considerablemente menor al del año previo: mientras que 2021 había dejado un arrastre que superó los 3 puntos, el arrastre que deja 2022 sería de alrededor de 0,5 puntos.

Además, cinco de los quince sectores exhibieron caídas mensuales desestacionalizadas: las mermas más pronunciadas de noviembre fueron Transporte y comunicaciones (-1,5%), Agricultura y ganadería (-0,9%), Minas y canteras (-0,8%), Industria manufacturera (-0,7%) y Salud (-0,2%). Además, cabe destacar que tanto Hoteles y restaurantes (-12,7%) como Otras actividades de servicios (-13,2%) siguen más de 10 p.p. por debajo de los niveles pre-pandemia.

En términos interanuales, el Estimador Mensual de Actividad Económica (EMAE) creció 2,6% i.a. en noviembre, desacelerando la mejora por tercer mes consecutivo y exhibiendo la variación interanual más baja en 21 meses. De esta manera, acumuló una suba de 5,9% i.a. hasta el onceavo mes del año, logrando que el avance esté en niveles máximos de la serie iniciada en 2004 (pero aún por debajo de 2017 en términos per cápita). Estimando una mejora interanual superior al 2% en el último mes del año, el crecimiento de la economía se habría ubicado levemente por encima del 5,5% i.a. en 2022.

Respecto a los sectores, los Servicios crecieron 3,0% i.a., mientras que los Bienes subieron 1,5% i.a. Dentro de los primeros, los sectores con mejor desempeño siguen siendo Hoteles y restaurantes (+22,1% i.a.) y Otras actividades de servicios (+6,8% i.a.), los dos sectores más golpeados por la pandemia. Por otro lado, Intermediación financiera (-3,3% i.a.) ya acumula cuatro meses consecutivos de caída, en un contexto de tasas de interés real positivas. Dentro de los Bienes, los sectores con mejor performance fueron Explotación de minas y canteras (+9,5% i.a.), Electricidad, gas y agua (+4,6% i.a.) y Construcción (+2,9% i.a.), en contraste al sector agropecuario (-6,3% i.a.) afectado por el impacto de la sequía.

¿Qué esperamos para 2023?

Para este año, proyectamos un crecimiento más acotado que en 2022, que estaría en torno al 1%. Entendemos que de no mediar shocks (exógenos o endógenos) una recesión podría evitarse, pero no la tendencia hacia la moderación del crecimiento.

Detrás de la magra expansión se encuentran los siguientes factores: (i) La caída en la producción agrícola, que impactará, por un lado, sobre el nivel de actividad económica por una menor actividad del sector y sus actividades asociadas, pero a su vez limitará el abastecimiento de divisas a lo largo del año; (ii) El Gobierno mantendrá un sesgo más contractivo de la política económica, en un contexto donde las tasas de interés se intentarán mantener en terreno positivo y donde no habrá margen para expandir el gasto primario en términos reales, incluso siendo un año de elecciones presidenciales; (iii) Ante una exigente meta de acumulación de reservas internacionales y la ya nombrada sequía, continuará el esquema de administración de la escasez de divisas, destacándose la continuidad (y eventualmente fortalecimiento) de las restricciones a las importaciones, que le impondrían un límite a la expansión del mercado interno (y de ciertas exportaciones) vía complicaciones en el abastecimiento de bienes terminados, bienes de capital e insumos. Esto afectaría no sólo los niveles de consumo, sino también de inversión.

Adicionalmente se suman algunos riesgos globales, ya que se prevé una desaceleración del crecimiento mundial que podría limitar el margen de crecimiento de las exportaciones locales, en conjunto con precios de la energía y los fletes que se mantienen elevados.

En síntesis, el principal desafío estará en reducir la tensión entre la necesidad de alcanzar las metas establecidas con el FMI en materia fiscal, monetaria y cambiaria, y, por otro lado, amortiguar las presiones políticas para llevar a cabo una agenda con objetivos sociales (mayor gasto social, menor evolución de tarifas y dólar, entre otros) típica de año con elecciones. Estimamos que esto traiga como resultado un escenario de estanflación en 2023, es decir, una actividad económica con magro crecimiento en conjunto a la persistencia de una elevada inflación.

Las canastas básicas treparon por encima del 100% i.a. en 2022

Las canastas cerraron el año por encima de la inflación

La Canasta Básica Alimentaria (CBA), que muestra el ingreso necesario para que un individuo pueda acceder a una determinada canasta de alimentos y ubicarse por encima de la línea de indigencia, creció 103,8% i.a. en diciembre, lo cual representó una aceleración de 58,5 p.p. respecto a diciembre de 2021. Por su parte, la Canasta Básica Total (CBT), que exhibe el ingreso que debe tener un individuo para comprar una canasta de bienes y servicios y ubicarse por encima de la línea de pobreza, aumentó 100,3% i.a. en diciembre, acelerándose 59,8 p.p. en contraste a un año atrás.

En este marco, las canastas crecieron 8,6 p.p. y 5,1 p.p. por encima de la inflación en el acumulado de 2022 (teniendo en cuenta al IPC GBA de INDEC, dado que las canastas básicas están calculadas en base a esa localidad). Detrás de esto se encuentra el hecho de que la mayor parte de los alimentos que tienen un peso importante en el armado de las canastas crecieron muy por encima del nivel general de inflación. En este sentido, la papa trepó 292,7% i.a., las hortalizas 256,9% i.a. en promedio, la leche 139,6% i.a. y el pan 106% i.a. A diferencia, el rubro Carnes evolucionó por debajo (+42,2% i.a.), lo cual implicó una desaceleración pronunciada respecto al año anterior (casi 25 p.p., incluso en el marco de una fuerte aceleración del resto de los precios), ayudando a que la discrepancia entre las canastas y la inflación en el acumulado del año no sea mayor.

Los ingresos y asignaciones no alcanzaron para cubrir las necesidades básicas

La Asignación Universal por Hijo (AUH) no logró cubrir la canasta básica alimentaria equivalente a un niño durante 2022. Aquí cabe destacar que en el único mes en el que la evolución de la AUH se ubicó por encima del costo de la CBA fue diciembre, donde se anunció un bono para beneficiarios de la asignación.

Si bien este comportamiento fue la norma durante los últimos cinco años (2018-2022), la brecha se fue ampliando producto de la aceleración inflacionaria. Para el periodo 2016-2017 la AUH lograba cubrir la totalidad de la canasta, mientras que a partir de 2018-2019 se logró cubrir únicamente por encima del 80%. Dicha cifra disminuyó a 70% promedio entre 2020-2021 y a lo largo de 2022 el deterioro terminó por consolidarse: empezó el primer trimestre cubriendo por encima del 70% de la canasta de alimentos, pero mes a mes fue disminuyendo hasta llegar a un piso de 58% en noviembre de 2022.

Además, dos Salarios Mínimos Vitales y Móviles y dos AUH tampoco lograron cubrir la canasta total familiar a lo largo del año anterior. Si bien estos ingresos alcanzan para comprar la totalidad de la canasta básica alimentaria, cubrieron un 93% en promedio a la canasta básica total, necesaria para ubicarse por encima de la línea de pobreza.

¿Qué esperamos para 2023?

Con estos datos, las tasas de pobreza e indigencia habrían mostrado una suba en el segundo semestre del año pasado. Tras un primer semestre con una baja en la tasa de pobreza, que llegó a alcanzar 36,5%, el último Nowcast de pobreza publicado por UTDT estima un incremento en torno al 40% para el semestre julio-diciembre 2022, que se realiza en base a estimaciones de proyección de las canastas básicas.

Para 2023, la evolución de los precios de alimentos se verá afectado por dos principales frentes: (i) la sequía, que podría implicar una continuación en la aceleración de los precios de alimentos frescos (como verduras y frutas), en conjunto a una recomposición del precio de la carne vacuna; y, por otro lado, (ii) el programa Precios Justos que limitaría -aunque sea parcialmente- el aumento de precios de bienes de consumo masivo. En este sentido, que efecto predomine será lo que termine por determinar si las canastas continuarán evolucionando por encima de la inflación en este año.

Por el lado de los ingresos, no prevemos una reversión significativa de la dinámica observada en los últimos años: pese a que sea un año electoral, una inflación que se mantendrá en niveles altos será el principal obstáculo para que los ingresos reales de los hogares y, puntualmente, de los deciles más bajos (como son las transferencias monetarias y el salario mínimo, vital y móvil) muestren una recuperación real significativa y logren cubrir una proporción mayor de las canastas básicas.

Balance 2022: fuerte aceleración nominal y giros pragmáticos en la política económica

Primer trimestre: llegada del acuerdo con el FMI

El 2022 inició con la necesidad de efectuar un giro en la política económica producto de los desequilibrios macroeconómicos acumulados. En 2021 el BCRA no pudo sumar reservas a pesar de un fuerte shock positivo en los términos de intercambio y un récord en la liquidación del agro, al tiempo que la inflación se aceleró (de 36% en 2020 a 51% i.a. en 2021) aun atrasando el dólar y las tarifas (inflación reprimida). Además, y faltando todavía dos años de mandato por delante, los abultados vencimientos con el FMI (USD 20.000 M por año en 2022-23) hicieron que la negociación con dicho organismo no pudiera seguir retrasándose.

De hecho, la llegada del acuerdo con el FMI en el primer trimestre funcionó para despejar la incertidumbre financiera en lo inmediato, otorgando una guía de ruta hacia adelante. Detrás del programa se escondieron tres principales finalidades: (i) limitar la acumulación de desequilibrios macroeconómicos; (ii) evitar un escenario de irregularidad financiera; y (iii) dejar para la próxima administración la implementación de reformas estructurales. Así, el principal objetivo era que la economía llegara al 2023 con un menor ajuste fiscal pendiente de corregir, sin un fuerte atraso cambiario y tarifario y con cierta acumulación de reservas internacionales.

Marzo 2022: turbulencias globales y primer shock inflacionario

El acuerdo, que definió la política económica de 2022-23, fue condición necesaria pero no suficiente para evitar disrupciones. De hecho, el programa diseñado es muy sensible a shocks: subas inesperadas de la inflación presionan para un mayor deslizamiento cambiario y alzas en las tasas de interés (dados los objetivos de no apreciación real y rendimientos reales positivos); un shock externo negativo entra en tensión con la meta de acumulación de reservas; y un cumplimiento del programa financiero que descansa excesivamente en el mercado de deuda en pesos.

En este sentido, el estallido de la guerra Rusia-Ucrania a finales de febrero, que generó mayores presiones inflacionaria a nivel global vía un salto en los precios de la energía y los alimentos y más elevados costos de transporte, impulsó la inflación a nivel local a un pico de 6,5% promedio en marzo-abril, alterando el escenario nominal hacia un escalón más alto y poniendo en tensión los objetivos del acuerdo.

Este shock significó el primer desancle de expectativas en las variables nominales. La proyección de inflación del REM-BCRA para 2022 pasó de 55% i.a. en enero a 76% i.a. en junio, mientras que las negociaciones paritarias empezaron a acordarse para periodos más cortos de tiempo. No obstante, persistió la mejora de la economía real: el PIB acumuló un crecimiento de 6,5% i.a. en el primer semestre, con un consumo privado que se vio dinamizado por la aceleración de la inflación (efecto “Pesos queman” operando), paritarias que favorecieron una recomposición del salario real del sector formal y políticas de ingresos que posibilitaron una mejora de los ingresos de la base de la pirámide.

Junio 2022: severa incertidumbre política y segundo shock inflacionario

Al cierre del primer semestre aparecieron nuevas complicaciones. Por un lado, se lesionó el mercado de deuda en pesos, jaqueando el programa financiero y arrojando dudas respecto a la sostenibilidad del mercado de la deuda en moneda local; por el otro, un BCRA que seguía sin poder acumular reservas pese a la renovada liquidación récord de agrodivisas. En respuesta, el Gobierno aceleró la suba de las tasas de interés y aumentó las restricciones a las importaciones, medidas que permitieron una calma transitoria.

Esta serie de sucesos -entre otros- terminaron por desencadenar la renuncia de Martin Guzmán, la cual originó una fuerte crisis política con un nuevo impacto sobre las variables nominales: los dólares paralelos treparon 30% y la brecha cambiaria tocó picos del 150%, generando el segundo shock inflacionario del año (+7,2% promedio en julio-agosto) y un nuevo desancle de expectativas que el breve paso de Silvina Batakis no logró torcer. Mientras que en junio el REM esperaba 76% i.a. de inflación para 2022, las expectativas se dispararon al 100% i.a. en septiembre.

En medio de estas turbulencias económicas es que asume Sergio Massa al frente del Ministerio de Economía a principios de agosto, decidido a profundizar el rumbo previo de la política económica frente al imperante objetivo de apaciguar la inminente crisis y evitar una devaluación desordenada. En el marco de este giro pragmático, se fueron anunciando políticas a lo largo del periodo agosto-diciembre en base a tres principales aristas: fortalecer el mercado de deuda en pesos y reducir el exceso de demanda en el mercado cambiario, y, por otro lado, frenar el shock inflacionario.

Las principales fueron: (i) marcadas subas en la tasa de interés de referencia (2800 p.b. efectivos en sólo un mes), en pos de lograr rendimientos reales positivos; (ii) mayor austeridad fiscal – implementación de la segmentación de tarifas de servicios públicos y contención del crecimiento nominal del gasto-, a la par de dejar de solicitar asistencia monetaria por el resto del año; (iii) despejar el programa financiero del Tesoro (con los canjes por bonos duales); (iv) implementación de dos ediciones del “dólar soja”, permitiendo un récord en la liquidación de divisas del agro y una recaudación fiscal más alta vía derechos de exportación; (v) refuerzo de las restricciones a las importaciones (comunicación A7532 y SIRA) e implementación de nuevos tipos de cambio diferenciales (p. ej. turismo) y (vi) aceleración del crawling peg (+6,2% promedio mensual entre septiembre-noviembre).

De esta manera, se redujo la fragilidad del esquema macroeconómico, poniéndole paños fríos a las expectativas de devaluación en lo inmediato. Asimismo, tras varios meses de desfasajes, la conjunción de estas medidas permitió que la nominalidad de la economía (inflación-devaluación-tasa de interés) convergiera a la zona del 6%.

Por otra parte, pese al sesgo más contractivo de estas políticas la mejora en la economía real se mantuvo a lo largo del tercer trimestre (+1,7% t/t desestacionalizado), recién comenzando a mostrar retrocesos sobre el cierre del año (el EMAE cayó -0,2% mensual promedio en septiembre y octubre, lo que augura una caída desestacionalizada del PIB en torno al -1% para el último trimestre). Al mismo tiempo, la inflación se mantuvo en niveles elevados (+6% promedio en agosto-noviembre), aunque comenzando a dar señales de moderación en noviembre (+4,9%), gracias a factores estacionales y cierto impacto del inicio del acuerdo de Precios Justos.

Síntesis final y herencia para 2023

El año 2022 exigía un giro en la política económica que, en pos de evitar una crisis, hacía prever que la inflación no se desaceleraría y que la actividad gradualmente iría moderando su tasa de expansión. Sin embargo, los shocks ocurridos a lo largo del año tensionaron fuertemente el programa acordado con el FMI, obligando a profundizar el ajuste fiscal-monetario-externo y acelerar la tasa de depreciación del dólar oficial.

Dentro de las variables nominales, la inflación cerrará el año en la zona del 95%, mientras que el tipo de cambio oficial se deslizará cerca del 70%. Este atraso (adicional -aunque menor- al ocurrido en 2021) se concentró especialmente en la primera mitad del año, encontrando un piso desde mediados de octubre y previendo que la búsqueda por una mayor convergencia lo limite hacia adelante.

En términos de la economía real, estimamos que el crecimiento del PIB se ubicará algo por debajo del 6% en el promedio de 2022 (más de 2 p.p. por encima del arrastre estadístico), pese al enfriamiento de la actividad en el último trimestre del año. Detrás de esta suba se encuentra un consumo privado pujante (proyectamos 10% i.a. en 2022), donde primaron los efectos “los Pesos queman” y “ahorrar consumiendo” derivados de la aceleración inflacionaria, junto a un crecimiento de la inversión productiva (+12% i.a.) y cantidades de comercio exterior también en terreno positivo (+3% i.a. de exportaciones y cerca de 20% i.a. de importaciones). Por el lado de la oferta, los Servicios (+7% i.a.) se expandirían por encima de los Bienes (+4% i.a.), y al interior todos los sectores crecerán en términos interanuales, a excepción del agropecuario (con una caída en torno al 2% i.a.).

En lo que respecta al frente externo, las exportaciones de bienes finalizarían 2022 en niveles récord (proyectamos USD 89.000 M) producto de la persistencia en el alza de los precios internacionales y la implementación del “dólar soja”; mientras que las importaciones también serán récord (USD 82.000 M), aunque con efectos negativos de las restricciones más claros en el cierre del año. Como resultado, el balance comercial será superavitario, pero no se traducirá en un saldo positivo en cuenta corriente (-0,5% del PIB) a raíz de un fuerte déficit de servicios por turismo y fletes. La meta de acumulación de reservas pactada con el FMI (+USD 5.000 M) llegaría a ser cumplida, gracias al ingreso de divisas que generó la implementación del “dólar soja”, los últimos desembolsos ya pactados por parte de organismos internacionales y las restricciones a las importaciones.

Sobre el frente fiscal, estimamos que el Sector Público Nacional No Financiero (SPNF) logrará cumplir la meta acordada de 2,5% del PIB de rojo primario para 2022, principalmente gracias a un mayor control del gasto corriente en la última parte del año, los recursos provenientes de las dos ediciones del ya nombrado “dólar soja” y el beneficio de la aceleración inflacionaria para licuar algunas partidas del gasto.

En definitiva, este año deja para 2023:

  • Un menor arrastre en materia de actividad económica (menos de 1 p.p. frente a los 3 p.p. que dejó 2021 para 2022).
  • Un mayor piso inflacionario (en el último trimestre la inflación promediaría más de 5% mensual, frente a poco más de 3% en el último trimestre de 2021).
  • Una trayectoria de consolidación fiscal en marcha (aunque en materia de gasto el 2023 es exigente).
  • Un perfil de vencimientos en pesos desafiante.
  • Un nivel de reservas netas algo más abultado que a fin de 2021.

Con este punto de partida, en el siguiente informe analizaremos en detalle nuestras perspectivas para el año que comienza.

 

La actividad económica se mantuvo estancada en octubre

El desempeño de la economía volvió a mostrar debilidad en octubre. El Estimador Mensual de Actividad Económica (EMAE) cayó 0,3% mensual, acumulando una caída desestacionalizada de 0,5% en los últimos dos meses respecto a agosto.

En términos sectoriales, según nuestras estimaciones la caída desestacionalizada fue explicada enteramente por los Bienes (-1,0%), mientras que los Servicios crecieron 0,3%. Esta discrepancia se explica principalmente por caídas mensuales en la industria y la construcción, posiblemente afectadas por los mayores controles a las importaciones y subas en las tasas de interés.

Sin embargo, la actividad económica mantiene cierta fortaleza: creció 4,5% respecto a octubre de 2021, acumulando una suba de 6,1% i.a. hasta el décimo mes del año. Con este dato, el avance acumulado en el año se ubicó en los niveles máximos de la serie, incluso por encima del acumulado enero-octubre de 2017 (+0,1%). No obstante, aún resulta inferior en términos per cápita (-4,5% por debajo del acumulado del mismo año).

Al concentrarnos en los sectores, vemos que los servicios crecieron 4,4% i.a., mientras que los Bienes treparon 4,0% i.a. (donde la mayor evolución del Nivel General se explica por impuestos netos de subsidios). Dentro de los primeros, los sectores con mejor performance continuaron siendo Hoteles y restaurantes (+27,2% i.a.), Otras actividades de servicios (+12,5% i.a.) y Transporte y comunicaciones (+6,1% i.a.), con todavía terreno por recuperar luego de la pandemia. Por otro lado, intermediación financiera (-1,8% i.a.) exhibió una caída, en un contexto de subas de tasas de interés. Por su parte, en los Bienes los sectores con mejor performance fueron Minas y canteras (+12,5% i.a.), Electricidad, gas y agua (+6,6% i.a.) y la Industria manufacturera (+3,8% i.a.), a diferencia del sector agropecuario (-0,3% i.a.) que se mantuvo afectado por la sequía.

¿Qué esperamos hacia adelante?

Para el cierre de 2022 estimamos que la economía continue mostrando signos de enfriamiento. Como resultado de esta evolución, la economía experimentaría una contracción desestacionalizada en el último trimestre del año, aunque sería menor al 1%.

Sin embargo, en el promedio anual de 2022 esto no se vería reflejado: la economía ya acumula una suba de 6,1% hasta octubre, por lo cual proyectamos que en el promedio anual la cifra de crecimiento termine siendo solo algo menor por la performance más acotada del último trimestre.

Para 2023, las perspectivas se mantienen conservadoras. Un frente internacional con perspectivas magras de crecimiento, impactos negativos sobre la cosecha agrícola de los principales cultivos que generará la sequía, un sesgo más contractivo de la política económica (escaso margen para expandir el gasto primario en el año electoral y tasas de interés que se mantendrían en terreno positivo) en conjunto a mayores restricciones a las importaciones son parte de los principales motivos.

Señales de estancamiento en la industria y construcción

La industria creció 3,5% i.a. en octubre, acumulando una suba de 5,7% i.a. hasta el décimo mes del año.

Respecto a los sectores, todos mostraron un crecimiento en el acumulado del año. Las subas más grandes se observaron en Automotores y otros equipos de transporte (+16,2% i.a. en el acumulado del año) y Textiles, prendas de vestir, cuero y calzado (+15,0% i.a. acumulado), en un contexto de una demanda traccionada por cierto consumo reprimido, escazas alternativas de ahorro y aceleración de la inflación (efecto los “Pesos queman” operando). A diferencia, los crecimientos más moderados se observaron en Muebles y otras industrias manufactureras (+1,9% i.a.) y Alimentos y bebidas (+3,2% i.a.).

De todas maneras, la industria exhibió una caída de 1,1% en términos desestacionalizados, dando señales de estancamiento en el nivel de actividad. Así, el sector mostró un desempeño errático a lo largo de todo el año, logrando acumular solo dos meses consecutivos de crecimiento mensual en agosto-septiembre y creciendo solo 0,7% respecto a diciembre de 2021. Otro dato interesante se puede obtener de la tendencia-ciclo: luego de más de dos años en terreno positivo, la industria acumula cuatro meses en rojo desde julio, dejando en evidencia un declive en la tendencia alcista del sector. En la misma línea, el dato de utilización de capacidad instalada de la industria alcanzó en octubre niveles mínimos desde marzo (66,7%).

La construcción mostró un desempeño aún más acotado: cayó 0,9% i.a., mostrando una contracción en términos interanuales por primera vez en nueve meses. Sin embargo, gracias a una evolución más favorable hasta el tercer trimestre del año, acumuló una suba de 5,5% i.a. hasta octubre.

Al interior del indicador, se observa que solo creció la demanda de 6 de 13 insumos en términos interanuales. Las mejoras más pronunciadas se observaron en placas de yeso (+5,4% i.a.) y artículos sanitarios de cerámica (+5,0% i.a.), mientras que se llegaron a ver caídas de dos dígitos en la demanda de otros insumos, como asfalto (-24,0% i.a.) y pinturas para la construcción (-23,3% i.a.).

En la misma línea, cayó 3,5% respecto al mes anterior, acumulando tres meses consecutivos de contracciones pronunciadas. Más aún, en el acumulado de estos últimos tres meses, el sector se contrajo casi 9% respecto a julio, mes donde ocurrió la crisis política-financiera. En este sentido, el sector en octubre operó por debajo de diciembre de 2021 (-5,3%).

¿Qué esperamos?

Los indicadores adelantados de actividad económica de noviembre son mayormente moderados. En el caso de la construcción, el Índice Construya exhibió una contracción tanto en términos interanuales como desestacionalizados (-5% i.a. y -9% v%m), mientras que la superficie autorizada para edificar cayó en septiembre de 2022 (último dato disponible), ubicándose un 21,9% abajo que hace un año atrás. Las perspectivas empresariales se mantuvieron dispares para los próximos meses: un 13,8% espera que la obra privada aumente y un 12,1% espera que va a disminuir, mientras que algo similar ocurrió con la obra pública (23,2% espera que aumentará y un 15,8% espera que disminuirá). Respecto a la industria, algunos indicadores mayormente relacionados al sector también mostraron datos poco favorables: el consumo masivo medido por Scentia cayó (-1% i.a.) y también las ventas minoristas CAME (-3% i.a.).

Como resultado, esperamos un cuarto trimestre más acotado en términos de actividad económica, y específicamente, de la industria y construcción, donde comenzará a impactar de manera negativa el sesgo más contractivo de la política económica, visualizado en subas de tasas de interés que encarece el costo de apalancamiento y el refuerzo a los controles a las importaciones que complican el abastecimiento de insumos. Sin embargo, en el promedio anual esto no se vería reflejado: gracias a una mejora más pronunciada en los primeros meses del año, la industria podría llegar a crecer levemente por debajo del 5% i.a. en el promedio de 2022, mientras que la construcción en torno al 3,5% i.a.

Actividad: recuperación mayor a la esperada, pero con riesgos en el año electoral

Al alza 2022, a la baja 2023

La recuperación de la economía fue mayor a lo esperado a lo largo del 2022. En este sentido, las proyecciones publicadas por el Relevamiento de Expectativas de Mercado (REM) del BCRA se fueron ajustando al alza con el correr de los meses: mientras que en enero la mediana esperaba un crecimiento del 3,0%, en octubre la misma proyección llegó a alcanzar 4,8% i.a.. Más aún, incorporando el último dato disponible de actividad (EMAE de septiembre), esperamos que el crecimiento logre superar con comodidad el 5% i.a. en el promedio del año, ubicándose a sólo 0,3 p.p. del máximo de la serie en 2017. Sin embargo, en términos per cápita el panorama no es tan favorable: aún se ubicaría 5 p.p. por debajo de aquel año.

Al mismo tiempo que mejoraban los pronósticos de 2022, se recortaban los del crecimiento de 2023. En enero, la mediana del REM esperaba una expansión cercana al 2,2% i.a. el año que viene, estimación que se fue ajustando mes a mes hasta llegar a 0,9% i.a. en octubre. De esta manera, en el acumulado de los dos años el ajuste de perspectivas tendió a compensarse: en enero se esperaba un crecimiento acumulado de 5,2% para 2022-2023, que llegó a 5,8% en octubre.

Explicado este panorama, corresponde preguntarse: ¿qué factores permitieron un crecimiento mayor al esperado este año? y, por el contrario, ¿qué factores y riesgos se encuentran detrás del menor crecimiento previsto en el año electoral? ¿habrá drivers que continuarán encendidos?

Zoom a 2022: drivers que explicaron la mejora mayor a la esperada

Un primer factor que impulsó la demanda en el primer semestre del año estuvo relacionado a los ingresos de los hogares y el empleo. En este sentido, el salario real de los trabajadores registrados logró ubicarse por encima de la inflación en este lapso (+2,9% en términos reales) gracias a paritarias que lograron ajustar rápidamente, y si bien los salarios informales cayeron (-6,1% i.a.), los ingresos totales de los hogares -que contemplan también los ingresos no laborales, como las transferencias del Estado- crecieron en términos reales (+6,3% i.a.). Además, se verificó tanto una baja en el desempleo como una suba en la tasa de empleo a los mejores niveles de los últimos años, donde jugó el efecto del “trabajador adicional”: en un contexto de caída del salario informal, trabajadores que se encuentran fuera del mercado laboral se insertan para paliar el deterioro del ingreso total del hogar.

Junto a esto, persistió el impacto del sesgo pro-consumo en la economía, reflejado en una propensión marginal a consumir en niveles altos. En otras palabras, se observó una tendencia a destinar al consumo una mayor parte de los ingresos, dejando así una menor proporción al ahorro. Dicho esto, teniendo en cuenta que se acumulan cuatro años consecutivos de deterioro del salario real, la leve mejora de los salarios -formales- hace que la sociedad priorice el muy corto plazo (como consumir lo poco que sobra de los ingresos) en vez de volcarlo al ahorro para un proyecto de mediano/largo plazo, en un contexto de un acortamiento de los horizontes de planificación frente a una fuerte falta de previsibilidad.

Por otro lado, se mantuvo la continuidad de un “consumo revancha”, asociado a consumos que se encontraban rezagados luego de las restricciones sanitarias del año anterior. Esto se visualizó en una mayor demanda de servicios asociados al esparcimiento, cultura y recreación.

Por último, esto se vio profundizado por un esquema de incentivos a la demanda de bienes durables y de capital, tanto locales como importados. El mayor impulso vino de una tasa de interés real que se mantuvo negativa a lo largo de todo el periodo, en conjunto con créditos a tasas subsidiadas para PyMEs (el apalancamiento barato actúa como acelerador de la inversión productiva), a la par que la brecha cambiaria elevada generó incentivos en el mismo sentido. Sumado a esto, la implementación de programas oficiales (Ahora 12, PreViaje) también actuaron como aceleradores de la actividad económica.

Ahora bien, esta recuperación pudo concretarse principalmente por dos factores. En primer lugar, en un contexto de elevada incertidumbre y expectativas de crecimiento que se limitaban al arrastre positivo que había dejado 2021, la llegada de un acuerdo con el FMI redujo la probabilidad de un escenario disruptivo en el corto plazo. Por otro lado, exportaciones en niveles récord (+25,5% i.a. en valores en el primer semestre) -producto esencialmente de un salto en los precios- permitieron cubrir las crecientes importaciones (también récord) necesarias para abastecer la elevada demanda de bienes, así como el encarecimiento en las compras de energía, entre otras demandas de divisas.

A la baja 2023: ¿cuáles son los principales riesgos para los próximos meses?

Ahora bien, hacia finales del 2022 comienzan a observarse señales de enfriamiento de la actividad económica. Si bien la marcada recuperación de la primera parte del 2022 generará que en el crecimiento promedio del año esto no se vea reflejado, sumado a que existió un impacto menor al esperado sobre la economía real de la crisis financiera de junio-agosto y las restricciones a las importaciones de finales de junio, prevemos que exista una performance más débil de la economía en lo que resta del año y, principalmente, en 2023.

En esta línea, la actividad económica retrocedió en septiembre (-0,3% m/m) tras cinco meses en expansión, y las estimaciones de octubre auguran un nuevo estancamiento/caída. De todas formas, el PIB habría crecido en el tercer trimestre 1,7% en términos desestacionalizados, por lo que el impacto de la desaceleración en el crecimiento de la economía se vería con mayor fuerza a partir del cuarto trimestre del año.

Detrás de esta dinámica se encuentran dos elementos principales: el cambio de rumbo de la política económica hacia un sesgo más contractivo, que apareció con el giro pragmático del Gobierno luego de la marcada aceleración inflacionaria producto de la crisis financiera de mediados de año; y la aparición de riesgos exógenos, que podrían implicar un escenario de crecimiento más acotado en el año entrante.

En primer lugar, recientemente se reforzó el control a las importaciones, con el imperante objetivo de “cuidar los dólares” luego de la caída de liquidación de divisas que significo el fin del “dólar soja”. Las mayores restricciones pueden visualizarse en la proporción de bienes bajo licencias no automáticas: pasaron de un 15% en septiembre a un 41% en octubre, mientras que en la práctica casi todos los productos tienen un tratamiento no automático para ingresar. En este marco, esto puede impactar de manera negativa en la actividad económica (y en los precios) en la medida que determinados sectores se vean con complicaciones para obtener insumos importados para producir y/o bienes finales o se alarguen los tiempos de espera para poder abastecer la producción.

Esto a su vez vino acompañado por la decisión del BCRA de acelerar el crawling peg a un ritmo superior al 6% mensual en los últimos meses, con el objetivo de que el tipo de cambio oficial no pierda competitividad real, con el principal resultado de contribuir a cristalizar un mayor piso para la inflación.

Además, se está buscando achicar el déficit primario, reflejado principalmente en el ajuste más acelerado de las tarifas de servicios públicos (desde agosto, los subsidios vienen cayendo aproximadamente 16% i.a. en términos reales) y un menor margen para realizar políticas de transferencias o de gastos de capital. En lo que respecta a este punto, las tarifas tenderían a ajustar en línea con el nivel general del IPC en el segundo semestre del año (+44% y +46%, respectivamente), algo que no sucedía desde el primer semestre de 2019, lo cual terminaría por afectar al ingreso disponible de los hogares.

Por último, se está buscando conseguir que la tasa de interés real se encuentre en terreno positivo, como medida para reducir la demanda de dólares, pero encareciendo el costo del crédito al consumo y la inversión.

Existen a su vez algunos frentes “exógenos” que complican el panorama hacia adelante. Aquí el principal se encuentra en las perspectivas relativas a la cosecha agrícola. Por un lado, las últimas estimaciones muestran que la producción de trigo terminaría 50% por debajo que el año anterior, mientras que las inclemencias climáticas han demorado en gran medida la siembra de la cosecha gruesa (soja y maíz), generando asimismo riesgos en nuevos recortes de las estimaciones de producción.

En este marco, faltantes de dólares pueden traer complicaciones cambiarias y nuevos refuerzos en las restricciones a las importaciones, con impacto negativo sobre la actividad. Al igual que en el año anterior, la sequía podría volver a presionar sobre los precios de alimentos en los primeros meses del año, complicando no sólo la desaceleración de la inflación, sino también la mejora del poder adquisitivo de los sectores más postergados.

Por último, otros riesgos que aparecen están asociados al proceso de transición electoral, donde en los meses previos a los comicios la economía suele tener mayores presiones devaluatorias y sobre la brecha cambiaria -caída de la demanda de dinero para dolarizarse previo a las PASO-, la aparición de demandas sociales que pueden traer desvíos en los objetivos de mayor prudencia fiscal y los grandes vencimientos de deuda en pesos que se avecinan en el año entrante. Además, hay que seguir de cerca el avance de la construcción del gasoducto, cuya puesta en marcha previo a la temporada invernal será clave para el ahorro de divisas, mientras que también hay que tener en cuenta que, en el frente internacional, continúan existiendo riesgos de una recesión global.

A contramano, algunos factores podrían seguir jugando a favor de la actividad: el sesgo pro-consumo en un contexto de alta inflación seguiría latente, donde a su vez la brecha cambiaria elevada y el fuerte cepo cambiario son factores que seguirán prevaleciendo.

Todos esto hace esperar un crecimiento acotado de la economía en 2023, levemente por encima del 1%. Ahora bien, de acrecentarse o reducirse los riesgos, también se abren escenarios alternativos: (i) uno más optimista, en el que se mantiene con fuerza el sesgo pro-consumo, el impacto de la sequía no resulta tan nocivo y las expectativas respecto a las elecciones aportan cierta calma financiera; (ii) uno pesimista, donde la falta de divisas se vuelve crítica y el Gobierno no logra evitar un salto abrupto del tipo de cambio a fin de ordenar el frente externo, con fuertes consecuencias negativas en términos de inflación y actividad económica.