Los datos carentes de contextualización pueden desorientar el pensamiento. La big data fascina y, al mismo tiempo, encandila. ¿Por qué si la economía de la Argentina tuvo un extraordinario e histórico crecimiento del 28% en abril no hay ningún tipo de algarabía en la calle? ¿Cómo se explica que en simultáneo el Índice de Confianza de los Consumidores haya estado desde hace 3 meses con valores de 34/35 puntos en la zona de mínimos históricos (2018/2019, 2014, 2001/2002)? Eso indica claramente retracción y temor a gastar. ¿La sociedad no está viendo lo que ocurre o, por el contrario, lo que sucede no llega a modificar sus percepciones? Para la subjetividad propia de la condición humana, realidad es igual a percepción.
La pregunta que hoy gana agenda es: ¿vamos bien o vamos mal? Y su correlato político: ¿de qué modo impactaría una potencial mejora del consumo, si la hubiera, en el proceso electoral?
Leer e interpretar los números de 2021 es intrincado, engorroso y hasta engañoso. Comparan contra 2020, un año en el que la pandemia más la cuarentena desarticularon por completo la vida y, por ende, “patearon el tablero” del consumo. Todas las conductas se alteraron. La economía cotidiana “enloqueció” como nunca lo había hecho antes. Ni siquiera en 2002.
No se puede entender este año sin comprender profundamente el anterior. Son indisociables. Acorde con la conceptualización de Sil Almada, la directora de Almatrends, nuestro Lab de tendencias, conforman un “unitiempo”. Es decir, un período único que se enmarca en la lógica del “hábitat viral”. En el marco de ese ecosistema se rompió la dimensión temporal. Ahora hay que analizar el devenir dentro de ese gran “todo”, donde el que pone el ritmo es el virus. En consecuencia, la dinámica de los acontecimientos es mutante, una característica saliente del ente que la rige.
Cuando el 14 de junio el gobierno inglés decidió postergar por un mes la etapa final del desconfinamiento –discotecas, recitales, grandes eventos y el fin del teletrabajo– prevista para el 21 de junio y postergada para el 19 de julio, quien fuera entonces el ministro de Salud, Matt Hancock, dijo en conferencia de prensa: “Es que eso estaba escrito en lápiz”. Cosa que nadie sabía, por supuesto. La primera lectura sería que “el lápiz”, como siempre, lo tiene el Estado. La segunda, más preocupante, pero quizá más realista, que ahora ni siquiera eso. El lápiz lo tiene el virus. En este caso, la variante delta. Potencialmente, cualquier otra. Virus es una palabra que proviene del latín, cuyo significado original lo dice todo: “veneno”.
Si el dueño del tiempo ahora es el virus, podemos organizar el año en tres grandes etapas a fin de intentar responder las preguntas que nos inquietan.
La primera etapa fue “la anestesia”. En el marco del “unitiempo”, el calendario tradicional ya no corre, por lo que definimos su extensión desde septiembre de 2020 hasta la Semana Santa de 2021. Fue en ese interregno cuando pudimos “hacernos trampa al solitario” y sanamente olvidarnos un poco de la pandemia. El clima ayudó mucho. Nos tentó para salir de “la caverna digital”. Primero temerosos y luego un poco más audaces, fuimos abriendo la puerta del “hogar búnker”. El verano tuvo un sabor “agridulce”. Mejor que el amargo invierno, lejos de las temporadas que añoramos. El riesgo estaba ahí y lo sabíamos. Decidimos convivir con él para poder vivir. Al menos de a ratos. El efecto anestesia funcionó. Haber llegado hasta ahí después de “la paliza emocional” no era poco.
Restaurantes, bares, cervecerías, gimnasios, shoppings, comercios a la calle, peluquerías, profesionales independientes, trabajadores de oficios varios, líneas aéreas y hoteles, entre tantos otros, tuvieron un respiro. Nadie podía devolverles lo perdido, pero al menos los dejaban “volver a la cancha” y “dar la pelea”.
La ilusión acordada de modo implícito por el inconsciente colectivo se diluyó el lunes 5 de abril. Desde entonces comenzó la segunda etapa. Volvieron las restricciones. Entramos al temido “túnel”. Ahí estamos hoy, caminando como podemos entre el hastío, la decepción y el pesimismo. Con idas y venidas, con cierres y aperturas. En cierto punto desconcertados, mareados, incapaces de planificar algo, sin poder imaginar el futuro. ¿Hasta qué hora se puede lo que se puede y está abierto lo que está abierto?
Las restricciones son sustantivamente menos que las del año pasado. Es obvio que los parámetros epidemiológicos se modificaron de modo abrupto. El aprendizaje del poder, la demanda social y el año electoral confluyeron y provocaron ese giro brusco.
El mundo nos muestra que un día saldremos del túnel. Basta prender la TV y ver los partidos de la Eurocopa con público o la cancha llena de Wimbledon para verificar la presunción de que el deporte de élite sin público es poco más que un videojuego y, en simultáneo, renovar la ilusión.
La tercera etapa existe. Es “la salida”. Esto ya de por sí es un dato que nutre la esperanza. ¿Cuándo llegaremos a ella? Difícil precisarlo hoy. Es de prever que, como está ocurriendo en Europa y en los Estados Unidos, eso dependa de la articulación de dos factores primordiales: el primero es el clima –variable no controlable, pero previsible– y el segundo, la vacunación –variable controlable, pero expuesta a múltiples complejidades y no tan previsible–.
Siendo así, debería suceder en algún momento entre la primavera y el verano. Lo que estamos aprendiendo en tiempo real es que eso no significa “contagios cero”, sino un virus bajo cierto control, lo que, por cierto, es diferente. El riesgo de avances y retrocesos existe. Insisto: la dinámica es mutante porque depende de un agente que muta. Al menos hasta que no esté el grueso de la población global vacunada con dos dosis y, acorde con las últimas investigaciones científicas, quizá tres.
¿Por qué el crecimiento del 28% de la economía en abril no provocó euforia? Porque compara con una caída del 26% en el mismo mes del año pasado. Y además porque la economía no crece desde enero. Conclusión: ese dato tan alentador, en la mirada y en los sentimientos de la gente, no cambió demasiado.
¿Vamos bien o vamos mal? Esa será la disputa semántica mientras transitamos el túnel y nos vamos acercando tanto a la salida como al proceso electoral. Por tomar solo un caso, la venta de autos creció en el primer semestre de 2020 un 37%. Lo que en otras circunstancias sería todo un suceso, en las actuales es apenas una mueca que simula alegría. Las concesionarias lograrían vender en todo el año unos 400.000 vehículos. Eso es más que los 343.000 del año pasado, pero menos que los 460.000 de 2019 y mucho menos que los 955.000 de 2013 o los 900.000 de 2017. Mejor no es lo mismo que bien.
En su libro Sistemas de identidad, el diseñador argentino Carlos Carpintero afirma: “No se puede hablar de comunicación sin hablar de lucha por el sentido. La comunicación tiene por norma, antes que el entendimiento y la reunión, la tensión y la paradoja. Comunicación humana es el nombre de una acción realizada por distintos protagonistas, donde no hay soberanos del sentido. Porque justamente el sentido es lo que estos actores se disputan”.
Mientras avanzan en la oscuridad, las personas estarán expuestas a una torre de Babel de la que brotará una cacofonía de discursos y discusiones, donde los datos serán leídos del derecho y del revés. Todos batallarán por el sentido procurando convencer a los ciudadanos. El modo en que lograrán modificar sus percepciones y, por ende, su “realidad” lo sabremos solo “el día de la verdad”.
Es inútil pretender extrapolar de manera lineal el pasado. Tal vez algunos patrones se repitan. Tal vez no. Esto no se parece a nada.
La presente nota fue publicada en el diario La Nación el 05/07/2021.