De la calma transitoria a la fuerte aceleración
A pesar de que la inflación trepó 50% en 2021, el uso de anclas nominales -como el tipo de cambio oficial y las tarifas de servicios públicos- permitieron una paulatina desaceleración de los precios en la segunda parte del año. Así, pasaron de promediar casi 4% en el primer semestre a 3,1% en los últimos seis meses del año anterior. Además, la implementación de controles de precios impactó principalmente sobre los alimentos, que se mantuvieron relativamente contenidos en el semestre electoral (+2,9% promedio mensual).
De esta manera, no solo el proceso inflacionario cedió transitoriamente, sino que también cobró un carácter más progresivo: la menor evolución de alimentos favoreció relativamente más a los sectores de menores recursos, dado que utilizan una mayor proporción de sus ingresos para consumir bienes de primera necesidad. Como resultado, la inflación en los deciles más bajos fue levemente inferior a la de los deciles de mayores ingresos y permitió una baja de la pobreza en la segunda parte del año anterior.
Esta dinámica se revirtió al comienzo de 2022: la suba de precios fue mayor a 4% mensual en el primer bimestre y superó 6% en marzo y abril, resultando en una inflación interanual no vista desde el fin de la última hiperinflación. Peor aún, el impacto sobre los precios de alimentos fue todavía más pronunciado: subieron cómodamente por encima del 6% en promedio durante los primeros cuatro meses del año. Aquí influyeron factores globales, como el alza de los precios internacionales de alimentos tras el estallido de la guerra, pero en conjunto con algunos factores locales, como la sequía, que afectó a los cultivos y la ganadería en distintas zonas del país, y la recomposición de precios de consumo masivo tras el congelamiento. Puesto en ejemplos, las verduras promediaron subas mayores al 12%, panes y cereales 7% y carnes 6% en el primer cuatrimestre.
Lógicamente, la aceleración traccionada en gran medida por los precios de alimentos volvió nuevamente más regresiva a la dinámica inflacionaria, afectando en mayor medida relativa a los sectores de menores recursos. Así, no solo la inflación acumulada del primer cuatrimestre ya superó a la de los últimos seis meses del año anterior, sino que también la del decil más pobre fue mayor a la del decil más rico en el comienzo del 2022 (+1,3 p.p. de diferencia). A diferencia de lo sucedido en el segundo semestre de 2021, este panorama aumenta la probabilidad de que la disminución de la pobreza se haya visto interrumpida en la primera parte de 2022.
Ingresos reales, ¿nuevamente golpeados?
Con los datos de la Encuesta Permanente de Hogares (EPH) se puede obtener información sobre la estructura del empleo por cada decil de ingresos. Así, se observa que las distintas modalidades de empleo son disímiles en cada decil. En los deciles más pobres hay una mayor proporción de asalariados informales y cuentapropistas, mientras que en los más ricos 7 de cada 10 trabajadores son formales.
Utilizando estos datos, se observó que no solo la inflación por decil se movió de manera dispar, sino que también lo hicieron los ingresos laborales. Si bien en todos los deciles existió una pérdida real del poder adquisitivo en el primer cuatrimestre del 2022, fue bastante heterogénea al interior: mientras que la caída de los ingresos laborales rondó 2% en el 50% más rico, fue de casi 4% en la mitad más pobre. Al comparar entre el decil más pobre (-4,6%) y más rico (-1,3%) la diferencia observada es aún más grande. De esta forma, los sectores de menores ingresos no solo se vieron relativamente más golpeados producto de la aceleración de precios, sino que también fueron los que peor performance tuvieron respecto al salario.
Ante la marcada aceleración inflacionaria, una primera reacción fue la implementación de diversos estímulos por parte del Gobierno Nacional en la primera parte del año, incluso en un marco de acuerdo con el FMI. Entre ellos se encontró el bono a jubilados y perceptores de asignaciones, la implementación de un nuevo ingreso familiar de emergencia (IFE) por un monto de $18.000 y el adelanto en la suba del salario mínimo, que también impacta sobre los montos otorgados en los distintos planes sociales. Teniendo en cuenta que los ingresos no laborales tienen un mayor peso sobre los sectores de menores recursos, estas medidas buscaron paliar el efecto del mayor deterioro relativo del salario de los deciles más bajos.
En lo que respecta a los deciles de mayores ingresos, la recomposición intentará lograrse a través de las negociaciones paritarias, que iniciaron justamente en abril su “temporada alta”. No obstante, este mecanismo alimentaría la inercia inflacionaria y colaboraría en elevar un escalón más la nominalidad de la economía. La aceleración de la inflación hizo que las paritarias cierren con aumentos significativos en los primeros tramos (a diferencia de los últimos años, que tuvieron una dinámica más escalonada), algo asociado a que también, en general, acortaron su plazo de vigencia (mientras que antes se habrían renegociaciones si la inflación era mayor a la esperada). Esto implicará que seguramente existan nuevos aumentos en el cierre del año, como consecuencia de la mayor nominalidad impresa sobre la economía.
Por un lado, esto genera dos “velocidades” de recuperación: los deciles de ingresos más altos, “protegidos” en mayor medida por las paritarias, estarán en ventaja respecto a aquellos que dependen del trabajo informal o el cuentapropismo y eventualmente del complemento no laboral provisto por el Gobierno, poniendo en claro el efecto redistributivo -en este caso regresivo- del actual proceso inflacionario.
Por otro lado, incluso dentro de los trabajadores alcanzados por las paritarias, la dinámica de estas depende de cada sector en particular. Cada rama industrial no presenta las mismas condiciones, y hay una heterogeneidad que se amplía si miramos algunos sectores de servicios, recién asomando la cabeza tras la pandemia. A estas complicaciones se le suma el incierto contexto internacional y el riesgo de una estanflación global.
Esto arroja como resultado que no necesariamente los sectores con mayor pérdida lograrán los mejores aumentos, adicionando disparidades hacia dentro del mundo formal. Estas diferencias “intra-paritarias”, junto a las mencionadas en relación con aquellos que están fuera del circuito formal, son las que materializan el riesgo asociado a un nuevo escalón inflacionario: las demandas para recomponer ingresos se suscitan una detrás de otra, sin que quede claro cuál es la referencia nominal, perjudicando a las expectativas de inflación y atentando contra la sostenibilidad de cualquier intento de estabilización.
Interrogantes hacia adelante, ¿efectos sobre la economía real?
El desempeño asimétrico de los ingresos contribuye a explicar una aparente paradoja: los niveles actuales de consumo no parecen corresponderse con la marcada aceleración nominal. Pese a la aceleración de la inflación, estimamos que el consumo privado creció cerca de 9% i.a. en el primer trimestre del año y se podría mantener en terreno positivo, aunque con una desaceleración en la mejora, en los tres trimestres restantes.
En parte, esto se debe a que los deciles más altos, menos golpeados por la aceleración de la inflación, son los que demandan relativamente más servicios y bienes de segunda necesidad, dando la “percepción” de una mayor demanda general. Además, en un contexto de alta inflación, estos sectores pueden optar por adelantar consumo de bienes intermedios o durables (como indumentaria, electrodomésticos, entre otros), ante el desincentivo que genera ahorrar en un contexto de falta de previsibilidad de mediano plazo. Esto también se combina con que los sectores de servicios vinculados al turismo, esparcimiento y transporte son los que están lidereando la recuperación de los últimos meses, cuando anteriormente habían sido los más rezagados producto de las restricciones sanitarias, posiblemente dejando cierto “consumo reprimido” que está siendo saldado en la actualidad.
A diferencia, los sectores de menores recursos son los que pueden estar recortando consumos esenciales. Los estratos más bajos, con canastas de consumo más acotadas, se encuentran retrayendo su gasto frente a la marcada pérdida del poder adquisitivo ocurrida en el primer cuatrimestre.
Estas distintas tendencias podrán acelerarse en el corto y mediano plazo en tanto la volatilidad nominal de lugar a distintas velocidades en la recuperación del poder adquisitivo. Como mencionamos anteriormente, las demandas de los distintos sectores sociales que puedan surgir de esto deberán ser un componente para seguir constantemente, dado que en ellas se encuentra una de las claves para subir un nuevo escalón nominal o bien, finalmente, iniciar un camino de desaceleración de la inflación.