El mes de Junio cierra un segundo trimestre muy negativo para la economía argentina: el virtual cierre del mercado de capitales para nuestro país desató una corrida cambiaria que afectó la actividad y aceleró la inflación. Más importante aún, derrumbó la confianza de todos los agentes económicos (inversores, consumidores, empresarios, etc.).
El desembolso de USD 15.000 M a mediados de mes tras la firma formal del acuerdo stand by con el FMI, el recambio de autoridades del equipo económico y el upgrade a mercado Emergente otorgado por MSCI fueron las principales medidas aplicadas por el Ejecutivo para tratar de frenar el tobogán de las expectativas.
Pese a que la reacción del Ejecutivo logró algunos avances a la hora de estabilizar la crítica situación económica, estos chocaron con un contexto internacional cada vez más adverso para nuestro país. Varias medidas anunciadas o implementadas por la administración Trump han impactado negativamente sobre el contexto financiero mundial y nuestros términos de intercambio (suba del precio de la energía y baja de las commodities agrícolas).
De hecho, el mes cerró con el Riesgo País superando los 600 puntos básicos y el tipo de cambio minorista rozando 30 ARS/USD, señal de que aún no se vislumbra la luz al final del túnel. Para peor, hay datos concretos que muestran que la actividad se enfrió y que la inflación se recalentó. Esta dinámica nos llevó a recortar aún más nuestras proyecciones.
Una pregunta válida hacia adelante es si el acuerdo firmado con el FMI ayudará a encontrar la salida al laberinto económico en el que nos encontramos. No sería la primera vez que la “asistencia” del Fondo terminase siendo un salvavidas de plomo. Más allá de la afinidad de las autoridades del FMI con sus pares argentinos, el mandato prioritario del organismo internacional es garantizar el repago de la deuda comprada por los inversores financieros.
A priori el programa económico acordado con el FMI (plasmado en la carta de intención argentina) busca reducir velozmente los desequilibrios gemelos hipotecando las posibilidades de crecimiento. En el frente fiscal, el compromiso explícito es alcanzar el equilibrio primario en 2020. Asimismo, pese a que no hubo precisiones sobre cómo va a reducirse el déficit externo, el acuerdo ratifica un “tipo de cambio flexible y determinado por los mercados” y obliga al BCRA a acumular reservas internacionales. Esto implica tener un tipo de cambio real competitivo que induzca el cierre del bache externo.
Las metas plasmadas en la carta de intención de la Argentina al Fondo lucen de difícil cumplimiento e incompatibles con un supuesto de crecimiento del 2,5% para 2019. De todas formas, la letra chica del acuerdo flexibiliza los objetivos planteados (ver sección Precios y Fiscal) por lo que aumentan las chances de acceder a los restantes USD 35.000 M del FMI.
Pese a que el apoyo del Fondo y el aval de la comunidad financiera internacional han sido significativos para nuestro país, no han logrado restaurar la calma en el mercado cambiario ni la confianza de los inversores en un mundo cada vez más averso al riesgo. La pregunta del millón es qué otra carta podrá jugar el Ejecutivo para recomponer la confianza.
En síntesis, producto del agotamiento del financiamiento externo, el gradualismo económico trazado por la administración Macri no llegó a buen puerto. Esto significa que nuestra economía vuelve a sufrir la maldición de los años pares: aceleración de la inflación y recesión. En este contexto, la corrección de los déficits gemelos (fiscal y externo) se está dando con elevados costos sociales, económicos y políticos. Sin crecimiento, bajar el déficit fiscal exigirá un doloroso recorte de gastos, mientras que el desequilibrio externo se cerrará por el brusco freno de las importaciones y no por el ansiado despegue de las exportaciones.