Si bien el calendario indica que sucede el 1° de enero, en la Argentina la evidencia empírica demuestra que, salvo excepciones, “el año real” comienza después de Semana Santa. La tradicional celebración religiosa oficia como el último respiro, para algunos espiritual, para otros recreativo o turístico, antes de quedar cara a cara con la realidad. Este año el efecto promete potenciarse. El próximo lunes 5 de abril no quedará más remedio que juntar fuerzas, temple y coraje para adentrarse en la frondosa niebla.
En el último relevamiento cualitativo que hicimos en Consultora W para medir el humor social de los argentinos nos encontramos con una figura que opera como una extraña y novedosa síntesis conceptual del sentir colectivo: “la mamushka de incertidumbres”. Una incertidumbre contiene otra incertidumbre, que a la vez tiene otra incertidumbre adentro y así hasta cubrir prácticamente todos los aspectos relevantes para la sociedad.
La pandemia, las vacunas, la temida nueva cuarentena –que podría ocurrir o no, pero solo que exista la posibilidad, sumado al traumático recuerdo del año pasado, es más que suficiente–, la salud, el trabajo, la escuela, los precios, el consumo, la calidad de vida, las tensiones emocionales, los padecimientos físicos, la inseguridad, las disputas políticas, las elecciones, el presente, el futuro.
La reciente medición cuantitativa del Observatorio de Psicología Social de la UBA –3078 entrevistas a nivel nacional, del 3 al 10 de marzo– convalida nuestros registros. Al pedirle a la gente que definiera con una palabra lo que les dejó 2020, por abrumadora mayoría la dominante fue incertidumbre. Luego tristeza, miedo, angustia, soledad, pérdida, desastre, terror. La única positiva, aprendizaje.
Comparando con la prepandemia, el 41% dijo que sus relaciones en el ámbito laboral están peor, el 30% señaló lo mismo en la relación con sus amigos y el 26% afirma que empeoró la situación con su pareja. Entre los jóvenes se dio el peor indicador: el 47% ve un deterioro en las relaciones con su ámbito de estudios. Los vínculos sociales se deterioraron, los lazos están más débiles.
Al indagar cuáles son las tres palabras que mejor describen su sentimiento actual, una vez más domina incertidumbre: 42% de los entrevistados la mencionan. Cansancio, reflexión y agotamiento, cada una, 26%. Paciencia, 23%. Angustia, temor al futuro y bronca, 19% en los tres casos.
Fragilidad emocional
Como se puede apreciar, el capital emocional con el que la sociedad ingresa al año real es de una fragilidad extrema. Los argentinos tenemos la piel curtida. Estamos acostumbrados al vértigo y a los cambios repentinos. Sabemos girar en el aire. Esta vez es diferente. Tantas variables con una dinámica prácticamente aleatoria en simultáneo “es un montón”, como dirían los centennials.
Nos autopercibimos arriba de un trompo que da vueltas con velocidad creciente y que puede terminar en cualquier parte. Es lógico que estemos mareados, descolocados, desconcertados. La toma de decisiones se dificulta. Tanto en lo trascendental como en lo nimio. El día a día está “trabado” y resulta engorroso lograr que las cosas sucedan.
Concluido “el veranito” del verano, los gestos se vuelven más adustos. Por una cosa o por la otra, “todos” están incómodos. La calle “raspa”. En términos del lenguaje popular, “la mecha está corta”.
El mundo es una gran mamushka adicional. Allí conviven la esperanza, el agobio y la tragedia. El premier británico, Boris Johnson, anunció el 22 de febrero un plan de reapertura en etapas que concluirá el 21 de junio abriendo desde entonces todo “para siempre”. Los británicos esperan con ansias el 12 de abril: ese día vuelve la vida a la calle. Reabren los pubs, los restaurantes y el resto de los comercios no esenciales. El plan es creíble. Gran Bretaña ya vacunó con al menos una dosis al 43% de su población. Es decir, más de 28 millones de personas.
El nuevo presidente de los Estados Unidos, Joe Biden, anunció que el próximo 4 de julio, cuando se celebre el Día de la Independencia de su país, no será un aniversario más. Le prometió a su población que esta vez quedarán libres del virus y podrán regresar a una vida relativamente normal. También es verosímil. A una velocidad récord, ya les aplicaron al menos una dosis de la vacuna a 84 millones de personas, el 25% de la población.
Y sin lugar a dudas “el caso” de donde brota la esperanza global es Israel. Lidera el ranking mundial de eficiencia en la inmunización. El 60% de la población ya recibió una dosis por lo menos y el 53%, ambas. Tanto los contagios como los fallecimientos se redujeron drásticamente. Las vacunas funcionan.
La otra cara de la moneda es la Unión Europea. Allí los niveles de vacunación son mucho más bajos y la pandemia sigue teniendo altísimos niveles de complejidad. Tanto Italia como España, Francia e incluso Alemania todavía no llegaron a vacunar al 10% de su población. Todos sufren fuertes restricciones desde hace meses. Tuvieron segunda ola y segunda cuarentena.
Las ventas de los comercios que crecieron prácticamente durante todo el año pasado en Alemania, con una gran gestión de la primera ola, y que concluyeron el fatídico 2020 con un +4%, en enero cayeron un 9% (último dato oficial disponible). Si los que venden no pueden abrir y los que compran no pueden salir, es muy difícil que el resultado sea bueno. Ese mismo mes las ventas cayeron en Italia el 7%, en España el 9,5% y en Francia 4,5%. La cercanía afectiva hace que sean países a los que los argentinos miran mucho. La mamushka global de incertidumbre incrementa la ansiedad: casi “no hay escape”.
Fenómeno global
En un artículo que publicó el 21 de marzo en el diario El País de España, el filósofo coreano Byun Chul Han plantea que así como la pandemia aceleró tendencias que ya existían en la tecnología, como el comercio electrónico, el home office y las videoconferencias, hizo lo mismo con los trastornos sociales. “El SARS -CoV-2 es un espejo que refleja las crisis de nuestra sociedad. Hace que resalten aun con más fuerza los síntomas de las enfermedades que ya se padecían antes de la pandemia. Uno de estos síntomas es el cansancio. De un modo u otro, todos nos sentimos hoy muy fatigados y extenuados. Se trata de un cansancio fundamental, que permanentemente y en todas partes acompaña nuestra vida como si fuera nuestra propia sombra. Durante la pandemia nos sentimos incluso más agotados que de costumbre. Hasta la inactividad a la que fuerza el confinamiento nos fatiga”.
El fenómeno de una sociedad agotada, como todo lo que se vincula con la pandemia, es global y sincrónico. Para comprenderlo en toda su dimensión es un error abordarlo de un modo parcial. El único eje ordenador posible es partir de la condición humana. Porque es justamente lo humano aquello que está amenazado. Peligran tanto la vida en sí misma como el estilo de vida que teníamos, disfrutábamos y queríamos. Abruman los pesares, desapareció la alegría. Es lógico entonces que estemos “a flor de piel”.
En la Argentina, las dificultades extras, tanto estructurales como coyunturales, hacen las cosas aún más difíciles. Ahora que comienza el año real habrá que calibrar muy bien la toma de decisiones. Tanto las políticas como las económicas, así como las empresariales y comunicacionales, requerirán mucha precisión.
Estamos patinando sobre hielo. Delgado y quebradizo.
La presente nota fue publicada en el diario La Nación el 28/3/2021.