Entre 2011 y 2018, la economía argentina creció en los años impares y la inflación se desaceleró. En sentido opuesto, la actividad se contrajo en los años pares y se aceleró la suba de precios. Por este motivo, empezó a hablarse de una “maldición de los años pares”. Sin embargo, la misma no tenía un origen místico: en los años impares, los distintos gobiernos atrasaron al tipo de cambio -a fuerza de cepo en un momento y de deuda en dólares en otro- y pospusieron ajustes tarifarios en pos de reducir la inflación y recomponer el poder adquisitivo y el consumo. Por el contrario, en los años pares -ya pasadas las elecciones- se realizaron correcciones cambiarias y tarifarias pendientes, en virtud de relajar los atrasos/desequilibrios acumulados en los años electorales.
2021 es impar y, por lo tanto, estamos otra vez en un año con elecciones. ¿Volverá entonces la bendición de los años impares? ¿la actividad se recuperará y la inflación seguirá bajando? Comparar la dinámica actual con lo que pasó en los últimos años impares, especialmente 2013 y 2015 cuando gran parte del Frente de Todos estaba en el gobierno, nos ayudará a entender qué podría advenir en los próximos meses.
Antes de empezar, hay que marcar una diferencia fundamental: la situación actual es mucho más compleja y débil que la de entonces. En consecuencia, los grados de libertad para hacer política económica expansiva, y por tanto para forzar desequilibrios, son mucho menores. Como resultado, los atrasos que se acumulen serán mucho más light que antes o, lo que es lo mismo, estarán edulcorados.
De la misma forma que en 2013 y en 2015, el mercado cambiario entró al año electoral con cepo: un férreo control a la compra de dólares que es una tentación constante para abaratar a la divisa. Sin embargo, la situación de las Reservas netas es muy diferente. Mientras que al comienzo de 2013 y 2015 las mismas superaban ampliamente los USD 10.000 millones, al momento están en la zona de USD 5.000 millones. En consecuencia, la capacidad que tiene el Banco Central para enfrentar una corrida cambiaria también es menor.
En sentido contrario, luego de los sucesivos saltos de 2018 y 2019 y de un 2020 donde el dólar oficial subió en línea con la inflación, el tipo de cambio no está atrasado al comienzo del 2021. Por lo tanto, las necesidades de una corrección por este lado son menores. No obstante, mientras haya expectativas de devaluación y presiones cambiarias, será difícil sostener la paridad oficial.
Por otro lado, la brecha cambiaria arrancó 2013 y 2015 en niveles elevados: 50% y 60%, respectivamente. Sin embargo, en la actualidad se ubica en torno al 70%, un valor que complica el normal funcionamiento del aparato productivo. Además, no afecta solo a las operaciones financieras y de ahorro, sino también a algunas operaciones comerciales, de modo que su impacto sobre la actividad económica es mayor. Una brecha más alta implica mayores presiones cambiarias, en tanto vuelve más rentable la subfacturación de exportaciones y la sobrefacturación de importaciones. En consecuencia, las posibilidades de atrasar -con éxito- al tipo de cambio son menores que en 2013 y 2015.
En otro orden aparece la cuestión salarial. En los años impares, los gobiernos intentan apuntalar el poder adquisitivo, especialmente cerca del proceso electoral, en su búsqueda por mejorar el humor social y su intención de voto. En 2013 y 2015, este objetivo se cumplió a rajatabla: el poder adquisitivo creció 1,1% entre enero y octubre de 2013 y 4,4% en 2015 -luego, producto de las sucesivas correcciones cambiarias la mejora se atenuó, para cerrar el año con subas más moderadas-.
No obstante, es probable que este año la situación sea diferente. Por un lado, porque la dinámica del Coronavirus complica la recuperación del salario real, especialmente en un contexto donde muchas ramas de actividad producen debajo de su plena capacidad, limitando las posibilidades de convalidar aumentos salariales. Además, porque el desempleo actual es mucho más elevado que entonces, lo que atenúa las chances de recomposición. Por lo tanto, será más complejo lograr una recuperación significativa del poder adquisitivo en 2021 que en 2013 o 2015.
Más allá de esta diferencia, la masa salarial crecería este año: la mejora no vendría por el lado del salario real, sino por la cantidad de empleados. La pandemia destruyó muchos puestos de trabajo, especialmente informales, que podrían recuperarse este año, al menos parcialmente, si las restricciones operativas se relajan. Por ende, habría un impacto positivo en materia de consumo, pero más impulsado por la recuperación del empleo que por una mejora del salario real.
Por el lado fiscal, sobresale que en los años impares suele descuidarse el resultado primario, en virtud de usar al gasto público como un motor para reactivar la demanda en el corto plazo. Sin embargo, este año la situación es muy diferente.
Por un lado, porque venimos de un déficit récord en 2020 (casi 7% del PBI) forzado por la pandemia, que desplomó la recaudación del Estado Nacional, y obligó a expandir el gasto mediante algunos programas novedosos (IFE, ATP, etc.). Incrementarlo, entonces, podría tener muy malos resultados en materia inflacionaria. Por otra parte, porque la Argentina sigue (casi) sin financiamiento en el mercado, algo similar a lo que pasaba en 2013 y 2015, pero producto del mayor rojo primario, el volumen a emitir es mucho mayor. A la vez, las Reservas netas son menos de la mitad, de modo que un exceso de oferta de pesos se podría trasladar mucho más rápidamente al mercado cambiario. En este sentido, subsidiar el consumo en cuotas de algunos bienes importados -tal como hace Ahora 12 y 18- es más riesgoso en la actualidad, producto de la escasez de divisas. Por último, porque hay un acuerdo con el FMI pendiente de negociación que restringe las posibilidades de que el sector público expanda su déficit.
El resultado de estas tres dinámicas serán mayores presiones inflacionarias en 2021 que en 2013 y 2015. En primer lugar, porque la inercia es mayor: la velocidad crucero de entonces, 2,5% mensual, permitía durante ciertos meses planchar al tipo de cambio. Por el contrario, 2020 terminó con una inflación mensual del 4%, de modo que no actualizar el precio del dólar durante algunos meses atrasaría más rápidamente al tipo de cambio. Además, está pendiente el ajuste de tarifas: los subsidios económicos superaron 2,5% del PBI el año pasado (+1,0 p.p. en relación con 2019) y este ritmo de crecimiento obligará a realizar algún ajuste en la materia. Más allá de cuál sea el número y el momento de la corrección -existieron varias marchas y contramarchas-, lo cierto es que habrá una presión latente que casi no estuvo en 2013 y 2015. Por lo tanto, también habrá menores posibilidades de atrasar precios relativos este año.
En resumen, la economía se moverá en 2021 al ritmo de la política; sin embargo, lo hará con mayores condicionantes que en 2013 y 2015. La posibilidad de forzar desequilibrios será menor que en los años impares anteriores: la política también deberá moverse al ritmo de una economía que llega tan golpeada como debilitada y deberá, inevitablemente, contemplar sus limitaciones. De lo contrario, la dinámica se parecerá a un vuelo de gallina: una levantada efímera y acotada, que termina en un golpe más temprano que tarde. La bendición de los años impares parecería llegar más por el lado del viento de cola externo que por la política económica: corresponderá esperar para saber si los crecientes contagios de la segunda ola de COVID frenarán la recuperación.