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Los riesgos de una mayor nominalidad

¿Controlar el dólar implicará menos inflación?

El BCRA comunicó, al inicio de la semana pasada, el virtual abandono de la zona de no intervención (ZNI) del mercado cambiario, lo que implica la posibilidad de intervenir en él aun cuando la cotización de la divisa se encuentre por debajo de 51,45 ARS/USD (el techo de la ZNI establecido para el resto del año). Esta medida tiende a fortalecer el poder de fuego de la autoridad monetaria en caso de una elevada demanda de divisas, lo cual luce altamente probable dada la actual incertidumbre electoral. Sin embargo, incluso en el escenario en el que las presiones cambiarias logren ser domadas por el BCRA, no esperamos que se observe durante los próximos meses una significativa desaceleración de la inflación. Si bien controlar el mercado cambiario reduce la probabilidad de una nueva aceleración en el avance de los precios, no es condición suficiente para que la inflación se encuentre en un nivel significativamente más bajo.
Esto se debe a que por el momento no se percibe la existencia de un plan integral que logre coordinar expectativas. Por caso, en las últimas semanas comenzó a tomar fuerza el visto bueno del gobierno en relación al ajuste trimestral de las paritarias, siendo incluso el costo laboral un driver más importante que el dólar a la hora de analizar el proceso inflacionario y al que no se le suele dar tanta importancia.

¿Cuál es el factor de propagación?

El acortamiento de la vigencia de las paritarias constituye un intento de proteger los ingresos reales de los trabajadores en un contexto de inflación elevada e incierta y frenar la caída del consumo de cara a las elecciones. Sin embargo, la mayor nominalidad que provoca esta dinámica, así como la incorporación de cierto grado de indexación (en lugar de las cláusulas de renegociación generalizadas en las paritarias pasadas) puede ser nociva en lo que refiere al proceso inflacionario.
Pongamos el ejemplo de los trabajadores de la construcción. En los últimos días, UOCRA acordó subas trimestrales hasta marzo del 2020 que se caracterizan por tener un ajuste automático al cierre del tercer mes en caso de que el aumento sea finalmente menor a la inflación del período. Vale destacar que el monto del aumento sólo se fijó para el primer tramo, en tanto que los próximos serán establecidos en función de la dinámica que tome la inflación de acá en adelante. Si bien la cantidad de empleados formales del sector –quienes se benefician con este acuerdo- es acotada, todo parece indicar que otros gremios importantes –comercio, metalúrgicos- cerrarán sus negociaciones en esta tónica, generalizándose entonces esta modalidad, e imponiendo, cada tres meses, el costo adicional que implica sentarse a negociar, aumentando el riesgo de una mayor conflictividad.
De esto se desprende que el aumento en los costos salariales será una constante durante el año. En la medida que los márgenes de las empresas no se achiquen, el aumento en la estructura de costos de las mismas será trasladado a los precios de sus productos. Por lo tanto, en un contexto como el actual, en el cual la inercia que posee la inflación es elevada, la incorporación de un esquema de paritarias que propague rápidamente la misma puede contrarrestar –parcial o totalmente- el efecto positivo de la política cambiaria.

¿Cuáles son los riesgos?

Una mayor nominalidad es el riesgo al que se expone el gobierno al respaldar este tipo de acuerdos, lo que parece ser la última carta para afrontar las elecciones. Sin embargo, supeditar los acuerdos salariales a la inflación pasada, en un intento de fijar el salario real bajo condiciones macroeconómicas muy inestables, puede ser peligroso al menos por dos motivos.
En principio, el siguiente gráfico refleja que las recomposiciones nominales no muestran una relación clara con las mejoras reales (de hecho esperamos aumentos nominales elevados y caída de salario real durante prácticamente todo el año). Por este motivo, en los meses que faltan para las elecciones, los incrementos salariales pueden no ser suficientes para apuntalar el consumo –vía un mayor salario real- y en consecuencia, los mayores costos a los que las empresas se enfrentan difícilmente sean saldados con más ventas.

Este escenario de alta nominalidad se da junto a una política monetaria más restrictiva, lo que implicaría una mayor tasa de interés y agrega más dificultades a la delicada situación en la que muchas empresas se encuentran. En este escenario, el tiro podría salir por la culata ya que se habría intercambiado, en la previa electoral, el riesgo de una caída el salario real por el riesgo de perder el empleo.
Por otro lado, esta suerte de indexación deja activo un mecanismo de transmisión que, si bien puede desacelerar rápidamente la inflación ante shocks positivos (apreciación cambiaria), también puede acelerarla producto de presiones en el frente externo o de incapacidad de coordinar expectativas. En este escenario de marcada inestabilidad, esto puede llevar a una espiral precios-salarios en pocos meses. Después de todo, no hay nada como un plan de estabilización fallido para acelerar la inflación.

 



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