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Fin de la correlación: suba en la pobreza pese a la expansión económica

En la economía argentina del actual siglo, los años donde hubo un crecimiento del PIB per-cápita también vinieron acompañados de una reducción de la tasa de pobreza. Esta correlación negativa responde a que una mejora de la actividad económica suele estar asociada a un incremento de la producción y a mayores necesidades de empleo, lo cual ayuda a que una mayor proporción de hogares pasen a percibir un salario que sea suficiente para ubicarse por fuera de la línea de pobreza.

Por otro lado, hay que tener en cuenta que esta relación no siempre se cumplió a la inversa. En algunos años puntuales donde hubo una recesión económica (por ejemplo 2009 o 2012), la pobreza igual disminuyó. En este sentido, la reducción de la pobreza durante estos años obedeció mayormente a factores que no tienen que ver estrechamente con la mejora en el PIB y el nivel de empleo.

Por caso, en ambos años existieron políticas de ingresos robustas, como la implementación de la Asignación Universal por Hijo (AUH) en 2009, que generó que el gasto en asignaciones familiares trepe como porcentaje del PIB (para ejemplificar, representaba un 0,5% del PIB en promedio entre 2005 y 2008 y alcanzó cerca de 0,85% entre 2009 y 2012).

En 2022, la relación se mantuvo para el promedio del año. El PBI per-cápita creció 4,3% en el año, en conjunto a una reducción de la pobreza de 1,1 p.p. respecto a 2021 (de 39% en 2021 a 37,9% en 2022).

Sin embargo, al realizar un análisis únicamente del segundo semestre, se ve como se rompió la tendencia. Por primera vez en los últimos 20 años, se observó un incremento en la pobreza a pesar de que haya aumentado el PIB per-cápita. En otras palabras, el aumento del nivel de actividad económica (y con ello del nivel de empleo) dejó de ser condición suficiente para que la tasa de pobreza se reduzca.

Concretamente, en el segundo semestre el PIB per cápita creció 2,9% i.a., mientras que la pobreza aumentó 1,9 p.p. frente al segundo semestre de 2021 (del 37,3% al 39,2%). A su vez, en la misma comparación (promedio del semestre) la tasa de ocupación aumentó 1,2 p.p. (43,2% a 44,4%, representando niveles récord para la serie), mientras que el desempleo se redujo del 7% al 6,7% (6,3% en el último trimestre).

Haciendo un zoom a lo mencionado anteriormente, se puede observar como el crecimiento del nivel de ocupación en el segundo semestre fue explicado por informales y cuentapropistas. De los 1,2 p.p. que creció la ocupación respecto al segundo semestre de 2021, 1,4 p.p. correspondió a un incremento de los asalariados informales y 0,2 p.p. al cuentapropismo, mientras que los asalariados formales registraron una caída de 0,3 p.p.

Además, cabe destacar que la tasa de actividad (compuesta por la población que tiene un empleo o está buscando uno) se encontró en niveles récord para la serie, posiblemente escondiendo el efecto de “trabajador adicional”: personas que no se encontraban dentro del mercado laboral se insertan con la intención de tener un ingreso extra para el hogar, en un contexto de fuerte deterioro de los ingresos.

El contexto de aceleración en la inflación, la cual pasó de una suba promedio mensual del 5,3% en el primer semestre al 6,2% en el segundo; junto al deterioro de los ingresos reales, explican por qué hubo un incremento de la pobreza pese a la mejora en el nivel de ocupación. Concentrándonos en el segundo semestre, el salario real formal retrocedió 1,6% i.a., mientras que los informales lo hicieron en un 9% i.a. En este sentido, con el incremento de la nominalidad que hubo en los últimos años, se fue profundizando el hecho de que poseer un empleo -aún uno formal- no es una condición suficiente para no ser pobre.

Con todo, en 2022, el salario real (formal e informal) acumuló cinco años consecutivos de caída. Ahora bien, en el promedio del año pasado los salarios formales lograron ganarle (por poco) a la inflación, respaldados por el acortamiento de las negociaciones paritarias, que permitió que los acuerdos sean menos permeables a la erosión ocasionada por las “sorpresas” inflacionarias. No obstante, los salarios reales informales cayeron 7,6%. Desde el último pico en 2017, el salario informal arrastra una pérdida en términos reales del 35%, mientras que el salario real formal cae 18%.

Para peor, hay que tener en cuenta que la suba de precios de las canastas básica y alimentaria superaron al IPC en el segundo semestre. Con relación a 2022, en la segunda parte del año la canasta básica alimentaria (CBA) -que define la línea de indigencia- y la canasta básica total (CBT) -que establece la línea de pobreza- promediaron incrementos del crecieron 92% y 86% i.a., respectivamente, por encima de la inflación del periodo (+85%).

Con estos niveles de inflación, también existió un deterioro real del gasto público en prestaciones sociales (-7,6% en el segundo semestre). Por caso, la Asignación Universal por Hijo (AUH) siguió perdiendo en términos reales (-9,7% i.a.), representando una menor proporción de la canasta básica alimentaria de un niño, pasando de alcanzar a cubrir un 70% promedio en el segundo semestre de 2021 a un 62% promedio en el segundo semestre de 2022.

Un complejo primer semestre de 2023

El crecimiento que experimentó la economía en 2022 (+5,2% i.a.) y la mejora en las estadísticas de empleo se sustentó sobre bases inestables: la creación de empleo informal y la contracción de los salarios en términos reales -en mayor medida del empleo de baja calidad- en un marco de inflación ascendente.

Esta conjugación de factores repercutió directamente sobre la tasa de pobreza, la cual muestra una preocupante tendencia ascendente en los últimos 7 años: pasó del 30,3% en el segundo semestre de 2016 al 39,2% actual.

Para el primer semestre del 2023, el panorama se complejiza más aún. En la primera mitad del año, los tres principales frentes que determinan la tasa de pobreza (empleo, inflación, ingresos) empeorarían respecto a lo observado en el segundo semestre anterior.

Por un lado, será difícil que la tasa de ocupación siga creciendo. El primer semestre mostrará una caída tanto interanual como desestacionalizada en términos de actividad económica producto de la sequía y los efectos negativos sobre la mayor parte de sectores que componen al PIB. En este marco, si bien el efecto de “trabajador adicional” puede seguir sumando nuevos participantes al mercado laboral, el resultado agregado posiblemente se vea afectado por la recesión general.

Además, el salario continuará comprometido por la aceleración inflacionaria: para el primer trimestre estimamos que el IPC promediará 6,5% mensual, frente al 5,4% del 4T 2022. Para peor, las canastas básicas acumularon aumentos del 19,8% (CBA) y 16,1% (CBT) en el primer bimestre -superando al IPC (13,1%)- afectadas por las marcadas subas en alimentos (carnes y productos frescos). La inercia inflacionaria, alimentada por una creciente indexación y un acortamiento en los plazos de los contratos (formales e informales), continuará ejerciendo presión sobre un ritmo de aumento de precios que seguirá siendo elevado. A esto se le sumará un crawling peg cambiario más alineado con la inflación, ajustes en tarifas de servicios públicos, las potenciales tensiones sobre la brecha cambiaria y las expectativas de devaluación en medio de la transición electoral y un fortalecimiento de las restricciones sobre las importaciones.

Por último, hay que tener en cuenta que el margen fiscal para realizar políticas sociales será muy escaso este año, por lo cual posiblemente no se podrá contar con una herramienta extra para fortalecer los ingresos totales de los deciles más bajos.

En suma, veremos una nueva suba en la pobreza en el primer semestre del 2023, -probablemente por encima del 40%- pero esta vez no sólo explicada por el deterioro de los ingresos reales, sino también por la recesión económica.  Además, la acumulación de años de empeoramiento de los ingresos reales en un contexto de una economía con alta inflación hace pensar que se fue consolidando un piso de pobreza cada vez más alto y difícil de romper en el mediano plazo, aun recuperando el crecimiento económico.

Conclusiones

Hacia adelante, la estabilidad macroeconómica (así como la generación de empleo de calidad, entre otras) será una de las principales condiciones de partida para evitar que la pobreza siga consolidándose. Sin ello, las políticas de ingresos seguirán siendo inefectivas e insuficientes, y la pobreza (crónica) seguirá reproduciéndose de generación en generación, profundizando su impacto en términos con su impacto en términos de capital humano y productividad del país en el futuro.

Esta será una ardua tarea para la próxima administración. A diferencia de finales de 2015, la necesidad de corregir el atraso cambiario y acelerar la consolidación fiscal -mayor incremento de tarifas mediante-, entre otras medidas, se enfrentará a una mayor inflación (+100% vs 30%), un rezagado poder adquisitivo (-20%) y un tejido social (pobreza +40% vs 30%) con un marcado deterioro con relación a ocho años atrás. En este sentido, estas medidas deberán estar enmarcadas en el diseño y correcta implementación un robusto plan de estabilización que deberá ser técnicamente sólido, contar con amplio respaldo político y ser creíble para los agentes económicos (empresas, sindicatos, hogares), a fin de maximizar su éxito y minimizar los impactos sobre los sectores más vulnerables.



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