En 2021 dos características del contexto internacional fueron muy favorables para el sector externo. En primer lugar, el intercambio comercial de bienes se vio beneficiado por unos precios extraordinarios para nuestros productos de exportación. En segunda instancia, las restricciones al turismo cerraron una cuenta históricamente deficitaria del balance de pagos.
Sin embargo, tanto los valores de los productos agrícolas como el movimiento internacional de pasajeros podrían retornar a valores más “típicos” en 2022. La reversión de los primeros no solo fue la norma en los últimos booms de commodities, sino que también es una previsión acorde a lo que se espera de las finanzas internacionales para los próximos tiempos: así como la política monetaria expansiva de Estados Unidos alimentó el crecimiento de estos precios, su contracción ya anunciada podría revertir al menos parcialmente estas subas. Respecto al turismo, la dilución de la pandemia por el avance de la vacunación en el país y el exterior están abriendo paulatinamente la posibilidad de viajar internacionalmente.
Los precios internacionales, en particular el incremento que experimentó la soja y sus derivados, traccionaron el superávit comercial de bienes a lo largo del año. En tanto, un muy acotado déficit de servicios permitió que este saldo fuera acumulado como reservas del Banco Central, a pesar de la elevada brecha, la intervención cambiaria y algunos pagos de deuda. Pero ¿qué podría pasar con condiciones externas no tan favorables? ¿cómo sería el desempeño del comercio agrícola y del resto del sector externo?
Los commodities al ritmo de la política monetaria estadounidense
Frente a la crisis del Covid-19 muchos países respondieron con grandes paquetes de políticas fiscales y monetarias. Estados Unidos no fue la excepción, ya que incrementó su gasto público y realizó una importante inyección de dólares que elevó la liquidez global. Esto redujo las tasas de interés internacionales, suavizando el efecto de la recesión sobre los ingresos de los hogares y las empresas, pero al mismo tiempo impulsando al alza el precio de muchos productos y opciones financieras.
En particular, un hecho que se repite en estos ciclos de política monetaria expansiva es la suba de los precios de los commodities. Este comportamiento explica que el índice del precio de materias primas que elabora el BCRA haya saltado 60% -medido en dólares- entre el comienzo de la pandemia y mediados de este año. Uno de los productos que más trepó fueron los porotos de soja, que alcanzaron valores máximos desde 2012. Por este motivo, nuestras exportaciones en los primeros nueve meses de este año fueron récord desde 2013, debiendo más de la mitad del superávit comercial al avance de los términos de intercambio.
Sin embargo, la crisis del Covid fue pasajera y, a medida que el nivel de empleo se recupera en las principales economías del mundo, las políticas tomadas por dicha crisis van encontrando sus límites. En este sentido, la Reserva Federal estadounidense anunció que pronto moderaría el ritmo de inyección monetaria mensual, acomodando su política a sus objetivos de inflación de largo plazo. A la vez, la mitad de sus miembros espera una suba de tasas en 2022 y prácticamente todos proyectan que el alza llegará antes de 2023, dejando claro que el sesgo de la política, más temprano que tarde, se volverá contractivo.
Este giro de la política monetaria revertiría, al menos parcialmente, las subas de precios generadas, desinflando las cotizaciones de los activos y bienes que había impulsado. Frente a estas previsiones, los precios de los commodities ya comenzaron su sendero descendente: el poroto de soja cayó 14% entre mayo y septiembre, el aceite de soja se redujo 11% en el mismo período y los pellets, cuyo máximo valor había sido alcanzado en enero, ya se ubican 17% por debajo. Peor aún, si tomamos los contratos futuros como referencia de la evolución de los precios para los próximos meses, vemos que los participantes de este mercado esperan que los precios del poroto, aceite y pellets de soja todavía caigan entre un 5% y un 15% adicional en el próximo año.
Considerando que el complejo sojero exportó en los primeros nueve meses del año USD 18.500 millones, estas bajas representarían una pérdida muy sensible para el comercio exterior. Este complejo representa una fracción muy relevante de las exportaciones (32%) pero su relevancia en términos del saldo comercial es todavía mayor: al descontar las importaciones del mismo rubro (principalmente, se compran porotos para industrializar en el complejo de crushing), el superávit de este segmento fue de USD 16.300 M, 32% más que el saldo de todo el comercio de bienes. Si incorporamos también los complejos de compraventa de maíz y trigo, las exportaciones de estos tres granos y sus subproductos representan casi la mitad de las ventas totales.
Por este motivo, la dinámica de estos los precios tiene un impacto significativo tanto en las exportaciones como en el superávit externo. Un matiz a este deterioro lo marca el hecho de que el precio recibido por los embarques locales se encuentra momentáneamente desligado de la cotización internacional y no se redujo en la misma cuantía. Sin embargo, la situación podría empeorar si las cotizaciones locales convergieran a las externas y si se sumara algún problema climático que afectara las cantidades cosechadas (una inundación o sequía que, por ahora, no se estaría previendo).
El intercambio de servicios se deterioraría con la vuelta del turismo
En lo que hace al resto del comercio de bienes, no esperamos grandes movimientos de cara al año próximo. Por el lado de los envíos de manufacturas, la venta de productos industriales está creciendo (en facturación y en volúmenes) impulsada por la recuperación de la actividad económica en Brasil (se estima que su PBI crecería 5,0% en 2021 y 5,4% para la producción industrial) y el resto de nuestros socios comerciales.
Considerando que el año próximo este crecimiento aminoraría, pero no se detendría, la demanda externa seguirá siendo favorable sobre este tipo de productos. Respecto a las importaciones, proyectamos que el módico crecimiento de la actividad económica y el consumo privado doméstico moderen su suba, que además podría verse administrada con mayores controles a las compras del exterior. En este sentido, ni las exportaciones de manufacturas industriales ni las compras perturbarían la evolución de las reservas.
Sin embargo, una cuenta que sí insumirá un mayor monto de divisas en lo que viene será el comercio de servicios. El principal componente de esta partida es el turismo internacional. Luego de casi un año y medio en que este rubro permaneció prácticamente cerrado, la eliminación de restricciones a los vuelos (tanto para salir como para ingresar al país) permite que podamos proyectar una recuperación de los viajes emisivos y receptivos.
Esta apertura fomenta a algunas de las actividades más golpeadas por la crisis (de hecho, son los rubros que se busca favorecer con programas como ‘pre-viaje’ a nivel nacional, ‘super viaje BA’ en CABA y ‘Regreso’ en la Provincia de Buenos Aires). A pesar de ello, aunque el efecto sectorial de esta recuperación sea positivo, el saldo en divisas seguramente será deficitario: el resultado del intercambio turístico fue sistemáticamente negativo desde 2006, cuando comenzó a relevarse con la metodología vigente. Además, la incipiente recuperación está tomando con mayor velocidad por el lado de los turistas que viajan al exterior en comparación con aquellos que ingresan (en los primeros ocho meses del año, recibimos alrededor de 75 mil viajeros del extranjero mientras que salieron del país 332 mil residentes).
Dos sectores que marcarán el ritmo de las divisas
En los próximos meses la economía doméstica difícilmente reciba grandes influjos de capitales. Las restricciones al giro de divisas desalientan la inversión productiva, a la vez que las regulaciones sobre los mercados financieros y el riesgo país alejan las colocaciones financieras. De este modo, la dinámica de los movimientos con el exterior quedará determinada por el intercambio de bienes y servicios y los pagos de deuda.
Aunque el último de estos componentes será relativamente acotado el año próximo (descontando que se están negociando los vencimientos programados con el FMI), el intercambio comercial deberá financiar la mayor parte de las necesidades de divisas de la economía. A lo largo de este año el Banco Central compró reservas internacionales, brindando cierta idea de solidez a las cuentas externas. Sin embargo, la acumulación se debió por completo a los dos factores mencionados y la posición del BCRA en el mercado cambiario no sería tan holgada el año próximo. En este plano, la “normalización” del precio de los commodities agrícolas y los flujos turísticos podrían traer malas noticias, amenazando la disponibilidad actual de divisas.
Dando por hecho que el turismo internacional se recuperará el año entrante, la clave para monitorear en lo que viene será la secuencia de políticas que implemente la reserva federal estadounidense. Aunque una caída en el precio de los productos de exportación nunca es favorable, Argentina podría reducir su incertidumbre si desligara la disponibilidad de dólares de estas volatilidades. En tanto no se resuelvan los desequilibrios que hoy desalientan el ingreso de capitales, la única alternativa para hacerlo es incrementar los volúmenes exportados, una tarea todavía pendiente.