La economía venezolana culminó el 2018 mostrando una faceta que brinda pocos alicientes a las perspectivas de los meses por venir. Por un lado, se estima que la caída anual en la actividad económica interna puede ubicarse al menos en 25,9%, con una reducción acumulada de 62,8% desde finales de 2013, cuando se inició tal debacle. A su vez, a lo largo del año que termina los precios se incrementaron en promedio 133,2% mensual, con una inflación anual mayor a los 2.000.000%. Tal número supera los registros históricos de los episodios hiperinflacionarios vistos en la región.
En el frente cambiario, las operaciones oficiales mostraron un dinamismo inusitado dentro de las últimas semanas del año. En promedio, el tipo de cambio negociado dentro de las subastas oficiales de diciembre se incrementó 14,0% entre operaciones, lo que redujo el margen entre éste y la cotización no oficial hasta aproximadamente 32,0% del primero a final de año. En Ecoanalítica, suponemos que tales acciones responden en parte al interés de los hacedores de política de mitigar las potenciales presiones inflacionarias derivadas del pass-through de tal brecha hacia los precios. Sin embargo, tales reducciones no bastaron para que, en promedio, los precios en este mes fueran cerca de 1,8 veces los aplicados en noviembre.
En el ámbito petrolero, la cesta petrolera venezolana reportó un nuevo descenso en las últimas semanas del año. En promedio, el crudo venezolano se cotizó a diciembre en 52,2 USD/b, 14,9% por debajo de sus registros a noviembre. En tal sentido, esperamos un inicio de 2019 con complicaciones en el flujo de caja de divisas de la República, tomando en cuenta que este descenso afecta las operaciones futuras a su negociación. Considerando además la elevada deuda externa pendiente de pago para el próximo año (particularmente con acreedores chinos y rusos), la disponibilidad de recursos foráneos en 2019 estará aún más comprometida.
Las secuelas fiscales no se han hecho esperar. Sobretodo en el segundo semestre de 2018, el esquema de subsidios directos por parte del Gobierno sufrió las consecuencias de la baja generación de fondos externos. En términos reales, para final de año tales bonos fueron 96% menor a lo visto en enero aun cuando, tras la instauración del petro y en medio de la reconversión monetaria de agosto, dichos subsidios mostraron un nuevo auge.
Las demoras en el pago de tales subsidios marcaron las acciones del estado en los últimos días de diciembre. Asimismo, a diferencias de años pasados, las noticias sobre el incumplimiento del Gobierno en la entrega de los insumos tradicionales de las fiestas navideñas no se hicieron esperar. Al no anticiparse cambios radicales en la política económica actual, es previsible que tales reducciones (o un mayor rezago en su aplicación) no cesarán a menos en el corto plazo.
Con tal punto de partida, en un contexto donde la gestión política actual no hace más que consolidarse, las previsiones sobre el próximo año muestran un entorno macroeconómico y social complicado. La actividad económica puede descender cerca de un 30% en 2019, en medio de un deterioro del consumo (tanto público y privado), una merma en las importaciones públicas, y un menor alcance de la producción privada. La monetización del déficit seguirá a la orden del día, pudiendo propiciar una inflación mensual cercana a 300% si es que la gestión actual no emprende los ajustes fiscales y monetarios adecuados.
Las migraciones no cesarán, trayendo consigo una mayor afluencia de fondos vía remesas (operaciones que el Gobierno actual parece estar facilitando) aunque con potenciales impactos en el empleo a nivel intensivo y extensivo a mediano plazo. Según nuestros cálculos, el desempleo podría ubicarse en 23,1% de la población activa, con una mayor participación de la informalidad dentro del estrato laboral total.