El virus agravó la recesión
La pandemia desatada por el Covid-19 afectó el normal desarrollo de muchas actividades de consumo y productivas. Para peor, la cuarentena aplicada para ralentizar el ritmo de contagios terminó de trastocar todos los aspectos de nuestra vida económica y social. Así, la imposibilidad de realizar actividades turísticas, recreativas y comerciales se combinó con las restricciones a la circulación, alterando nuestros hábitos y perjudicando nuestras posibilidades laborales. Este patrón se repitió a lo largo y ancho del mundo, sin embargo, fue particularmente marcado en Argentina: según los datos de la Universidad de Oxford, el ASPO aplicado en nuestro país fue de los más estrictos a nivel global. Ahora que el ritmo de contagios y las restricciones se redujeron, vamos obteniendo datos que nos permiten entender lo sucedido.
La pandemia llegó luego de dos años de caída del producto. De esta forma, nuestra economía, que ya se hallaba endeble, se contraerá un 11% adicional este año y, a pesar de las prohibiciones a los despidos, el desempleo crecerá en torno a 2,6 p.p., pasando de 9,8% a 12,4% de la población económicamente activa. En este contexto, la mitad de los hogares vio reducirse sus ingresos a lo largo de la pandemia y cuatro de cada diez sufrieron problemas laborales (despidos, suspensiones o recortes salariales). Esto llevó a que el 34% de las familias redujera su consumo de alimentos. A pesar de la gravedad de estos números, no son suficientes para tener una perspectiva adecuada de los distintos impactos que sufrió este año cada sector social, con posibilidades disímiles de reacción frente al Covid-19. Veamos.
No todas las cuarentenas fueron iguales
El impacto de la cuarentena no fue homogéneo para todos los segmentos de la población. Las restricciones perjudicaron especialmente a aquellos empleados de rubros cuyo trabajo no se puede realizar a distancia y a los trabajadores informales y cuentapropistas, cuyos ingresos dependen de la cantidad de días que trabajen en el mes. Por estos motivos, muchos analistas hipotetizaron que la cuarentena afectó de forma particularmente profunda a los hogares de menor poder adquisitivo.
A partir de una reciente encuesta elaborada por INDEC, podemos conocer estos impactos diferenciales con mayor detalle. De acuerdo con estos datos, en aquellos hogares en los que el jefe de familia tiene un nivel educativo alto (terciario, universitario o superior), tres cuartas partes de los ocupados trabajó en la semana del relevamiento, haciéndolo mayormente desde sus casas. La situación fue significativamente más compleja para aquellos hogares cuyo jefe de hogar tiene un nivel educativo bajo (no logró concluir el secundario), ya que en estos casos menos de la mitad pudo realizar su trabajo, y sólo 1 de cada 10 pudo hacerlo desde su vivienda. Además, entre aquellos con mayor instrucción, el 76% mantuvo el mismo empleo a lo largo de la pandemia, mientras que, de los que no terminaron el secundario, menos del 50% pudo conservar su trabajo. La reducción de ingresos y del consumo de alimentos también fue significativamente mayor en los hogares con un nivel educativo más bajo.
Un análisis similar puede hacerse según la ubicación geográfica. Entre las viviendas relevadas en la CABA, el 60% de los jefes/jefas de hogar ocupados trabajó en la semana de la encuesta, mientras que en el conurbano un porcentaje menor pudo hacerlo. La mitad de los porteños que trabajó lo hizo a distancia, en tanto en el GBA sólo el 23% hizo home-office. Dentro de la Ciudad, dos tercios de los ocupados pudo mantener el mismo empleo, mientras que esta cifra desciende a 56% en el conurbano. Por último, el consumo alimenticio también mostró un mayor deterioro en los hogares que se ubican en los partidos del GBA.
Estas distinciones nos permiten aproximar el nivel de ingresos de cada familia: los trabajos correspondientes a la educación superior, en promedio, son mejor remunerados que aquellos vinculados con menores estudios; y, de acuerdo con nuestros datos georreferenciados, los ingresos son más altos al interior de la Ciudad en comparación con los partidos que la rodean. Por estos motivos, podemos inferir que el impacto de la crisis fue mayor en los hogares de menores recursos, ya que allí es donde hubo mayores problemas laborales, pérdidas de ingresos, exposición al virus y reducción del consumo de alimentos.
A pesar de la amplia ayuda estatal, la pandemia resultó regresiva
En un contexto tan complejo, el Estado se vio obligado a ampliar la red de seguridad social preexistente. Del mismo relevamiento surge que más del 70% de los hogares recibió alguna prestación social (incluyendo jubilaciones, pensiones, asignaciones y nuevas prestaciones). En particular, el 48% fue beneficiario de algún programa diseñado específicamente para paliar los efectos de la pandemia (IFE, ATP y bonos). Estas prestaciones no sólo fueron difundidas, sino que estuvieron concentradas en los segmentos más afectados. Estas ayudas se cobraron en mayor proporción en el conurbano que en CABA, su percepción fue mayor a menores niveles de instrucción y se recibieron en mayor medida en hogares con niños o adultos mayores. De esta forma, contribuyeron a evitar un descomunal aumento de la pobreza (según simulaciones realizadas por el Poder Ejecutivo, la primera ronda de IFE habría evitado la caída por debajo del umbral de pobreza de entre 5% y 6% de la población).
A pesar de estos esfuerzos, la crisis fue más dura en los sectores más vulnerables. Para limitar el fuerte golpe que recibieron, y así evitar un deterioro aún más marcado de los indicadores sociales, no bastará con asistencia estatal en el 2021. Por el contrario, será necesaria una reactivación del mercado laboral en el año entrante. De acuerdo a nuestras proyecciones, la generación de empleo repuntaría próximamente, aunque probablemente no alcance para absorber a toda la población que volverá a buscar trabajo.
A la espera del inicio de la campaña de vacunación, sólo podemos conjeturar sobre el impacto económico que tendrá el Covid-19 el año próximo. Sin embargo, podemos afirmar con certeza que, de la misma forma que la mayoría de las crisis, la continuidad de la pandemia tendría un sesgo regresivo.