El salario real volverá a caer en 2021
Entre 2018 y 2020, el salario real de los trabajadores formales retrocedió casi 17%. Esto fue el resultado, en primer lugar, de paritarias que no anticiparon aceleraciones inflacionarias y corrieron detrás del avance de los precios. En segundo lugar, la irrupción de la pandemia y su consecuente impacto en el mercado laboral también condicionó la recuperación del salario real: la inédita caída de actividad entre abril y agosto del año pasado, junto a un elevado nivel de incertidumbre, implicó que muchos gremios prioricen la preservación de los puestos de trabajo y posterguen las negociaciones paritarias. Pero como los precios no desaceleraron su dinámica de forma tan abrupta, la consecuencia en 2020 fue la profundización la pérdida del poder adquisitivo de los salarios.
De esta forma fue que entramos a 2021. Si bien durante los primeros cuatro meses los precios (+17,6%) crecieron levemente por debajo de los salarios formales (+18,1%), esta ganancia fue claramente insuficiente para revertir el deterioro acumulado en el cierre del año pasado. La dificultad para encauzar la inflación -que promedió 4% en los primeros 5 meses del año, condicionando la nominalidad del Presupuesto- motivó que, llegada la mitad del año, la pauta salarial del 30% propuesta por el oficialismo resulte exigua para recomponer el poder adquisitivo. De hecho, el salario formal real cerró la primera mitad del año con una caída promedio de casi 7% i.a.
Considerando esta situación y con vistas a las elecciones, el gobierno, a través de paritarias de trabajadores públicos, validó aumentos del orden del 40-45%, suscitando también la revisión de las paritarias ya firmadas. Sin embargo, este piso salarial más alto escondía -como es habitual en los últimos años- incrementos escalonados distribuidos a lo largo del segundo semestre del año y comienzos del próximo. Esta dinámica, junto a una lenta desaceleración de la inflación -solo en agosto fue menor al 3%- implicará una magra recuperación, cercana a 1% i.a. del poder adquisitivo en el segundo semestre, pero que no compensará el deterioro acumulado en la primera parte del año.
Como se observa en el gráfico, tanto sectorial como temporalmente el proceso fue bastante heterogéneo durante el año pasado y el actual. Las “esencialidad” de algunos sectores durante 2020, así como las diferentes velocidades de reaperturas de los mismos durante 2021, incidieron en la capacidad de negociación de los sindicatos a lo largo del período.
A modo de ejemplo, la mejora en Comercio comenzó a fines del año pasado y se espera que la de gastronómicos recién se materialice en el último trimestre del año. Por el contrario, rubros como el metalúrigco, mecánicos, madereros o trabajadores rurales tendrán una trayectoria más “suave” a lo largo de los dos años.
Un ejercicio simple que consiste en tomar el promedio simple de la evolución real del poder adquisitivo por convenio agrupado por bienes y servicios -en donde incluimos a la Construcción, que estuvo con restricciones operativas buena parte del 2020-. De este ejercicio se desprende que entre 2018 y 2019 el desempeño del poder adquisitivo de los trabajadores tendió a ser homogéneo, pero esta dinámica que se rompió con la irrupción de la pandemia: la recuperación del salario real de los gremios asociados a los bienes a finales del año pasado y principios del 2021 estuvo en línea con la vuelta a los niveles pre-pandemia de la actividad económica de estos sectores, pero esto no se replicó en los gremios asociados a los Servicios, que parecen mejorar en el cierre de este año, también en el momento que la actividad de estos rubros se recupera más fuertemente gracias a las reaperturas.
Esta tendencia se observa también en los precios: entre inicios de 2020 y junio 2021 los bienes crecieron más de 80% y los servicios privados “apenas” 60% pero, desde el pasado julio, estos últimos se vienen recuperando y esperamos acumulen una suba cercana a 25% en el semestre, 5 p.p. más que los bienes.
Este año el salario real formal cerrará el año con una caída promedio del orden del 3%, encadenando el cuarto rojo consecutivo, pero con una dinámica que habrá sido de menor a mayor. De hecho, en términos interanuales el salario real mostrará un crecimiento de casi 4% sobre fin de año, lo que deja un arrastre positivo para la recuperación en 2022.
En otro orden, vale destacar que la situación de los trabajadores informales. Este segmento del mercado laboral carece de las protecciones legales que velan por los puestos de trabajo, por lo que explicó la mayor parte tanto de la caída -con los cierres- como de la recuperación -con las reaperturas- de la tasa de empleo. De hecho, esperamos que para el cierre del año el nivel de empleo bajo esta modalidad prácticamente recupere los niveles pre-pandemia. Sin embargo, no poder acceder a los diversos ajustes por paritarias redundó en una pérdida del salario real superior al 5% en 2020, deterioro que prevemos se repita durante este año e implique una pérdida del poder adquisitivo que duplique la de los trabajadores formales. Esta fuente de heterogeneidad adicional es la que más impacta sobre la desigualdad y presiona por una mayor asistencia de parte del gobierno.
¿Qué pasará en 2022?
Gracias a la dinámica de la inflación (mayor en el primer semestre que en el segundo) y de los salarios (menor en el segundo semestre que en el primero), el salario real tendrá un efecto arrastre positivo para el año que viene, que además se apuntalará con los ajustes tardíos de la paritaria de este año. Además, las paritarias 2022 -ya sin las restricciones asociadas a la pandemia- tendrán incentivos a fijarse sobre una mayor nominalidad, en función de la dinámica inflacionaria de este año. Estos factores constituyen elementos importantes para sentar las bases para una recomposición del poder adquisitivo en 2022, después de 5 años.
Sin embargo, para que esto ocurra deben suceder, a grandes rasgos, dos cosas. La primera es evitar que la inflación vuelva a acelerarse respecto de los ya elevados niveles actuales, lo cual constituye un desafío no menor, habida cuenta de la presión que habrá sobre inicios del año que viene por el lado cambiario, tarifario y en menor medida consumo masivo (cuando finalice el congelamiento). La segunda, asociada a la primera, es que el gobierno no utilice de forma aislada la política salarial como ancla inflacionaria si la dinámica de precios vuelve a subir un escalón; esto sólo “desinflaría” los salarios más rápido que los precios, resultando en una dinámica similar a la de este año.
La palabra “aislada” en este último punto es importante porque refleja la necesidad cada vez más imperiosa de un programa antiinflacionario que sea transversal a la política económica. La continuidad del financiamiento monetario del déficit fiscal y de la continua acentuación de las restricciones cambiarias -con su impacto en la brecha y las expectativas de devaluación- son elementos que deberán considerarse, para que toda la política antiinflacionaria no recaiga únicamente en el control de los precios relativos -en general, salarios, tipo de cambio y tarifas.