¿Cuál fue la dinámica de la economía en 2018?
A comienzos de 2018 el consenso de mercado elaborado por el BCRA proyectaba un crecimiento cercano al 3%. Se esperaba un año tranquilo en el frente cambiario a lo que se sumaba un arrastre positivo significativo heredado por el elevado crecimiento del segundo semestre de 2017. Lamentablemente, ya en los primeros meses la inestabilidad cambiaria y un nuevo brote inflacionario amenazaron la continuidad del crecimiento. Los primeros síntomas de debilitamiento se vieron en la construcción (sector sensible a los movimientos cambiarios) y el comercio (el salario real reaccionó rápido al nuevo contexto). Luego, en el segundo trimestre llegó la sequía (el sector agropecuario cayó más de 30% i.a.) y crecientes presiones sobre el dólar que generaron una depreciación del Peso cercana al 30% en el período. A ello se sumaron aumentos tarifarios que terminaron por acelerar la inflación aún mas (acumuló 16% en el primer semestre, ya por encima de la meta establecida por el gobierno para la totalidad del año). Esto implicó un nuevo golpe al poder adquisitivo (en pesos y dólares) y retrajo el ya alicaído consumo de las familias.
Sin embargo, lo peor estaba por venir. Hacia fines de agosto la inestabilidad cambiaria volvió a escena y el dólar pegó un salto de casi 33% en pocos días. Esta dinámica y la incertidumbre sobre el rumbo económico impactaron significativamente en la actividad económica y, a través de una creciente e inesperada inflación, sobre el poder adquisitivo de la población. Además, derivó en un segundo acuerdo con el FMI que implicó una aceleración en el recorte del gasto público y la adopción de un esquema de agregados monetarios para lograr la estabilización en el frente externo.
El costo de este esquema, que rápidamente llevó la tasa de interés a niveles muy elevados, fue un enfriamiento de la actividad que implicó una caída de 6,3% i.a. en el último trimestre del año. A la producción de bienes, que venía debilitada por la sequía, el freno en la construcción y la suba de los costos en la industria (-5,3% i.a. en el primer semestre y –5,9% i.a. en el segundo semestre) se le sumó el deterioro en los servicios (pasó de crecer 2% i.a. en el primer semestre a retroceder 3,8% i.a. en el segundo semestre). Esta dinámica obedeció en buena medida a la caída en el comercio (superior al 15% i.a. en el último trimestre del año), producto de la estrepitosa caída del salario real: más de 12% i.a. en el cuarto trimestre, la más profunda desde la crisis del 2002.
En este marco, la actividad sufrió la recesión más profunda desde 2009 al caer 2,6%, contracción que dejará un arrastre estadístico negativo de casi 3% para este año. Comparando con el pico de actividad de la era Macri (primer trimestre de 2018) la economía se desplomó 7% en términos desestacionalizados para volver a niveles de 2010.
¿Qué esperamos para 2019?
Considerando el negativo arrastre del año pasado y la incertidumbre política ante las elecciones presidenciales, la recuperación de la economía será lenta. En este sentido, durante la primera mitad del año, la actividad dependerá de una mejor cosecha agrícola –se espera que aporte algo más de un punto de crecimiento- y de una parte de los sectores transables, que tras la mejora de la competitividad cambiaria y las expectativas de crecimiento de la economía brasileña (en torno al 2% i.a. en 2019), exhibirán un repunte significativo. Sin embargo, como la mejora de la competitividad cambiaria se da en paralelo con un incremento del costo de financiamiento y una significativa incertidumbre política, el sector industrial tardará en reaccionar al nuevo set de precios relativos y únicamente aquellos sectores que ya están insertos en mercados externos podrán beneficiarse rápidamente.
Por su parte, los dos componentes de la demanda interna, consumo e inversión, se mantendrán debilitados. El primero sufrirá los aumentos tarifarios y la inestabilidad cambiaria que le pondrán un techo a la recuperación del salario real, el cual recién comenzará a mostrar mejoras, al igual que el consumo privado, en la previa electoral. Pero esta recomposición no será suficiente para compensar el deterioro previo y el año cerrará con una caída del salario real promedio del orden de 3,5%. Adicionalmente, la necesidad de cumplir con el objetivo de equilibrio fiscal no permite pensar en novedades positivas por el lado del consumo público.
En este sentido, la inversión también sufrirá debido a que, a diferencia de otros años electorales, el aporte del sector público en materia de infraestructura será limitado. Este recorte no será compensado por una mayor inversión del sector privado en tanto las tasas de interés reales positivas se mantengan y la incertidumbre política no se reduzca.
En suma, durante 2019 la actividad volvería a caer cerca de 1%, encadenando dos años recesivos por primera vez desde el bienio 2001-2002.