De la mano de un progresivo debilitamiento de las democracias de partidos, las transformaciones que vivimos en los procesos democráticos modernos han puesto como protagonistas centrales a una ciudadanía que interviene para expresar su rechazo que para manifestar su adhesión a determinadas decisiones o procesos. La gente tiende a tener más en claro lo que repele que lo que apoya, o se siente movilizada por evitar lo que rechaza que por facilitar o promover lo que desea que suceda.
En un contexto donde las identidades políticas positivas (sentimiento de adhesión a algo) se van debilitando, producto de las frustraciones cuando las democracias no logran satisfacer las cada vez más sofisticadas demandas de una ciudadanía más informada y más exigente, adquieren particular relevancia las identidades políticas negativas. Esto describe un cambio profundo en la naturaleza de la representación política, ya que no se busca representar lo que el pueblo quiere, sino lo que este rechaza.
Si le planteamos al electorado argentino el desafío de agruparse según una identidad positiva (partido político o espacio ideológico al cual adhiere o se siente identificado), el sector mayoritario del electorado elige definirse como independiente (casi 4 de cada 10), reflejando la debilidad que atraviesan las identidades políticas partidarias. Recién la identidad Peronista aparece liderando entre los diferentes espacios políticos con solo el 18,9%, seguido del Kirchnerismo con 15,7%, planteada como identidad diferenciada de la peronista. En el espectro hoy opositor, la debilidad de las identidades partidarias es más elocuente, ya que ningún espacio recoge una adhesión de dos dígitos, siendo el PRO el partido que lidera con un 9,6% de adherentes, seguido por el radicalismo con 5,4%. Los espacios definidos por límites ideológicos (la izquierda o la derecha), no recogen niveles de adhesión relevantes.
Lo opuesto sucede cuando se busca organizar este por identidades negativas: 2 de cada 3 se agrupan en el rechazo de dos grandes espacios (antikirchnerismo, 39,6%, y el antimacrismo, 27,2%), un escenario mas parecido al que arrojó la reciente elección.
El hecho que las identidades negativas reflejen mejor cómo se organiza el escenario político, no solo habla de los cambios en la naturaleza de la representación política, sino que ayuda a entender las estrategias de los propios actores del sistema. Si se logra agrupar una mayoría más amplia convocando a rechazar algo en vez de convocando a apoyar algo, posiblemente lo que domine las estrategias de los actores sea la de identificar lo que la gente rechaza, ya que, como muestra el gráfico, es mucho más redituable para juntar mayorías apelar al sentimiento de rechazo que al de adhesión.
Sin ser una descripción precisa del escenario actual, esta configuración dice mucho de cómo se componen los dos grandes espacios políticos en los que hoy quedó organizado el escenario: el Frente de Todos (peronismo + kirchnerismo + massismo) y Juntos por el Cambio (UCR + PRO + CC).
En definitiva, así como la apelación a un enemigo externo es un instrumento clásico para favorecer la unidad nacional, pareciera que hoy la apelación a enemigos internos funciona mejor para formar mayorías que apelando a los ideales dominantes del propio espacio político. Esta particularidad no solo afecta la forma de entender cómo se organizan los sistemas políticos modernos, sino que influyen en las estrategias que los propios actores adoptan para lograr representar las mayorías más amplias posibles.
En este sentido, si Macri reúne los mayores niveles de rechazo colectivo entre los electores de Alberto Fernández, difícilmente el flamante Presidente abandone la estrategia de antagonizar con Macri para consolidar el apoyo popular a su gestión política. Por el contrario, si la figura de Cristina Kirchner, y lo que representa su espacio político, es la que permite consolidar la mayoría más amplia dentro de los electores opositores al actual Gobierno, difícilmente quienes quieran construir una alternativa política al Frente de Todos se pierdan de aprovechar esa forma tan sencilla de reunir el apoyo para ganar las elecciones.
Los sectores moderados de ambos espacios políticos solo podrían escapar a esta dualidad si emergiera una suerte de sentimiento de rechazo a ese antagonismo. Es decir, si no se consolida de manera consistente un sentimiento de rechazo a la grieta, difícilmente se pueda ver una tercera vía competitiva, como ya lo ha demostrado la historia política reciente. Esta vía pareciera que solo podría surgir si se alcanza una crisis más profunda junto con un sentimiento de “que se vayan todos” estilo 2001, que podría terminar con el clivaje que ha dominado la política argentina en los últimos 15 años: el clivaje kirchnerismo-antikirchnerismo.