Política

La crisis reclama mayor centralidad en la conducción

La caída en la imagen de Alberto Fernández sigue sin encontrar su piso. Una crisis sanitaria que no se detiene y cuyo final sigue lejos de estar despejado, con una dinámica de contagios y muertes por covid-19 que no para de crecer, y con una crisis económica que empieza a mostrar que hay otros problemas por resolver más allá de los propios que plantea la pandemia. La pregunta que se vuelve cada vez más evidente es si, más allá de los errores en las decisiones, no hay aspectos más estructurales del proceso político están contribuyendo a la crisis económica.

Dicho de otro modo, se puede estar cometiendo errores de política económica porque está tomando malas decisiones o porque determinadas circunstancias están llevando a cometer errores de política económica. Es allí donde se plantea si esas circunstancias no están relacionadas a las condiciones estructurales del proceso político y del tipo de liderazgo que ellas generan.

 

Es sabido que, en tiempos de turbulencia, la cadena de mando necesita ser eficiente en el proceso de toma de decisiones (tomar decisiones rápido), y debe minimizar la pérdida de tiempo y esfuerzos en la búsqueda de mejores consensos entre los que participan, de algún modo, de la decisión. Esa mayor centralización del proceso de toma de decisión pareciera estar siendo necesaria en un contexto de alta incertidumbre y de expectativas desalineadas de los agentes económicos.

¿Hay aspectos estructurales del actual proceso político que condicionan la posibilidad de que emerja ese tipo de liderazgo? Parece que sí. Al revisar el proceso de conformación de la actual coalición de gobierno, el esfuerzo para que el frente sea de todos pone a Alberto Fernández con la necesidad de respetar a todas las partes, condicionando la posibilidad que haya una conducción más centralizada (y coherente) del proceso de toma de decisiones.

Más aún, las características personales de Alberto Fernández lo han llevado a ser un dirigente dedicado a la búsqueda de consensos. Esto puede no ayudar en estas circunstancias, donde no hay ni tiempo, ni margen para ceder a la hora de lograr apoyos para ganar confianza y certidumbre en relación con el rumbo que se define para las políticas del Gobierno.

Si se observa lo sucedido a lo largo de estos 10 meses de gestión, Alberto Fernández está más decidido a arbitrar entre los diferentes intereses y las diferentes posiciones de la heterogénea coalición de gobierno, que en imponer su propia visión del rumbo del Gobierno. Esto se vuelve relevante porque la Coalición está integrada por un espacio más ascendente como el kirchnerismo, y por otros espacios menos ascendentes como el que representan los Gobernadores y los dirigentes que integraron el peronismo no kirchrnerista. Como consecuencia de esa metodología para liderar, se tiene como resultado un marcado sesgo kirchnerista en la orientación de las decisiones de Gobierno.

De este modo, con un árbitro que administra las diferencias más que conducirlas, el resultado de las decisiones de política pública estará muy condicionado por la necesidad de lograr los equilibrios internos necesarios para que la decisión sea aceptada por todos. Esto le otorga al sector más poderoso de la coalición de gobierno, una incidencia notoria en la orientación de las decisiones.



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