Política

El reforzado bicoalicionismo obliga a todos a convivir con las diferencias

El escrutinio definitivo de las elecciones generales del 14 de noviembre le puso forma final a un resultado electoral adverso para el oficialismo, una cosecha que si la comparamos con los votos que convirtieron a Fernández en presidente en octubre del 2019, representa casi un 40% menos (casi 5.000.000 millones de votos menos). Es cierto que en una elección legislativa, partidos aliados como el Frente Renovador de Misiones (Oscar Ahuad) o Chubut Somos Todos (Mariano Arcioni), fueron por su cuenta, pero aún con ellos, el oficialismo no hubiese llegado a juntar el 35%.

Pero más allá de las implicancias para el oficialismo o para la oposición, el resultado confirma el formato bicoalicional en el que está organizada la escena política, ya que las dos principales coaliciones reunieron más del 75% de los votos. Ello define las competitividades de cara a 2023, pero también le pone marcos a la dinámica política hacia la elección presidencial, ya que al consolidarse el formato bimodal, se vuelve complejo que se genere un tercer modo. Como si la inercia bipartidista operara con fuerza para impedir una mayor fragmentación de la oferta electoral.

Ello sucede porque las dos principales coaliciones están ancladas en una base de apoyos muy sólida y refractarias entre sí, que les imprime mucha estabilidad. Esos dos núcleos duros de apoyos (el kirchnerismo y el antikirchnerismo), que reúnen entre un 25%-30% de los apoyos, resultan ser mayoritarios en cada una de la coalición, lo que impide que ambos espacios, que se repelen, modifiquen su naturaleza. Es decir, ejercen una especie de fuerza gravitacional que impide que pequeñas escisiones se alejen de la coalición y le da estabilidad a la competencia.

La estabilidad del formato la dan dos factores: 1) la autodefensa de los núcleos duros, es decir, como lo primero que buscan es imponerse al otro, los núcleos duros tienen la flexibilidad para regular su intransigencia (Cristina cediendo el primer lugar a Alberto Fernández o Macri acomodándose a un liderazgo colectivo luego de su derrota en 2019); 2) la imposibilidad de conformar un tercer modo competitivo, es decir, fuera de los núcleos duros hay electorado para conformar terceras alternativas, pero ese electorado es heterogéneo y no es un electorado políticamente activado (militante) lo que lo hace susceptible de ser centrifugado por la polarización entre los dos núcleos duros. Ambos factores operan para hacer de la grieta (la polarización entre los dos núcleos duros de votantes antagónicos), un mecanismo estabilizador del formato de competencia y organizacional de la dinámica política.

No hay nada fuera de la grieta, no hay a donde ir mientras los dos núcleos duros sigan coexistiendo. Ello favorece la conformación de coaliciones heterogéneas que muestran disiden cias internas pero que se muestran relativamente estables en su dinámica. Por ello, afirmamos que a pesar de que es motivo de discusión, por su rol en la imposibilidad de alcanzar acuerdos y políticas de estado que estabilicen el rumbo, la grieta cumple un rol estabilizador de la competencia política y de la organización del debate público. Quizá por ello el sistema político toleró mejor la crisis de lo que toleró la crisis de 2001 el sistema bipartidista de entonces.



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