¿Qué pasó con la actividad en marzo?
El Estimador Mensual de la Actividad Económica (EMAE) cayó 6,8% i.a. marzo. No obstante, lo más relevante es que la actividad también cedió en la medición desestacionalizada, marcando una contracción de 1,3% respecto a febrero. De esta manera, borró el crecimiento acumulado en los últimos tres meses y ubicó al nivel de actividad en el mínimo desde mayo de 2012. En consecuencia, la economía se contrajo 5,7% i.a. durante el primer trimestre del año e incluso retrocedió en términos desestacionalizados (-0,2%) en relación a los últimos tres meses de 2018.
En lo que respecta a los sectores, el primer trimestre del año mostró una marcada contracción en el Comercio (-12,8% i.a.), la Intermediación Financiera (-11,5% i.a.) y la Industria (-10,6% i.a.). Los dos primeros contribuyeron a un mayor deterioro en la provisión de Servicios (-6,4% i.a.), a la vez que el sector industrial traccionó la caída en la producción de Bienes (-5,1% i.a.). Estos últimos, contaron con el aumento de 8,8% i.a. del sector Agropecuario, el único sector de relevancia que exhibió un crecimiento. De hecho el PBI sin Agro cayó 6,5% i.a. a lo largo de los primeros tres meses del año.
¿A qué responde esta dinámica?
El verano cambiario y financiero por el que transitó la economía durante el primer bimestre del año permitió que la actividad se pusiera lentamente en movimiento gracias a una menor incertidumbre que desaceleró la caída del consumo. A ello se sumó el incremento de las exportaciones y avance de la cosecha agrícola. Sin embargo, con la entrada del otoño los brotes verdes se secaron: en marzo, volvió la volatilidad cambiaria, la inflación se aceleró (alcanzó 4,7% en el mes) y la tasa de interés de referencia trepó a casi 70% a fin de mes, colocando nuevamente a la economía en un sendero recesivo. Por caso, según datos de Kantar Worldpanel el consumo se desplomó 11% i.a. en el tercer mes del año (la mayor caída mensual desde 2002).
Uno de los factores que explica el deterioro del consumo es la lenta desaceleración de la caída del salario real. Tras la corrida cambiaria y la aceleración de la inflación, el poder adquisitivo de los salarios cayó 12,3% i.a. promedio entre septiembre y diciembre del año pasado, y luego retrocedió casi 11% i.a. durante enero y marzo. Más aún, si consideramos que en los primeros meses del año hubo un encarecimiento relativo de los Servicios Públicos y educativos, erogaciones prácticamente ineludibles, y que persistió un elevado costo del financiamiento que incentivó a pagar deudas (el saldo de la tarjeta de crédito, por ejemplo), el deterioro del ingreso disponible para consumo es incluso mucho mayor.
¿Qué esperamos para los próximos meses?
Para el segundo trimestre, esperamos que la actividad muestre una mejora a partir de la materialización de una cosecha récord: la producción de maíz alcanzaría las 56 millones de toneladas, lo que se traduce en un incremento de casi 29% respecto la campaña anterior, y la soja, con 55,9 millones de toneladas, aumentaría su producción un 48%. Si a ello se suma una buena campaña en el trigo (+5%) y el girasol (+8%), la producción de los principales cuatro cultivos (concentran casi el 93% de la producción agrícola del país) crecería alrededor del 31%. Suponiendo además que los sectores ganaderos y lácteos logran una mayor estabilidad a raíz de mayores exportaciones que compensen la caída del consumo interno, el sector agropecuario podría hacer que en el segundo trimestre el PBI marqué incluso un crecimiento marginal en la comparación interanual.
Sin embargo, pese a que el cambio en el esquema de intervención en el mercado cambiario redujo las expectativas de devaluación y con ello, la de inflación para los próximos meses, la lenta recuperación del salario real no permitirá que un mayor consumo de bienes y servicios traccione lo suficiente para contribuir a un despegue sostenido de la economía.
Por otro lado, hay dos factores negativos que permanecen intactos: política de tasas altas e incertidumbre política. Ambos atravesarán el plano económico durante todo el año, afectando las decisiones de inversión y de gasto de los agentes. Por lo tanto, el shock positivo del campo se diluirá y la actividad tendrá dificultades para continuar la eventual recuperación en la segunda mitad del año.