El acuerdo con el FMI expuso una fisura profunda dentro del oficialismo
Desde el comienzo de este ciclo se sabía que el principal escollo que enfrentaba la coalición gobernante era renegociar la deuda con el FMI para reprogramar los vencimientos imposibles de afrontar por la Argentina. La pandemia y las elecciones funcionaron como excusas para postergar el acuerdo. Pero con la pandemia en retiro y con las elecciones atrás, el Gobierno se zambulló en la negociación y la tensión político-interna dentro del oficialismo afloró de la mano de las dificultades que fue encontrando el Gobierno para lograr los objetivos que se había planteado para la discusión: más plazos, menos intereses, un esfuerzo fiscal menos exigente, etc.
Con reservas escasas y negociando en condiciones de extrema debilidad, el principio de acuerdo que finalmente se alcanzó estuvo lejos del que se buscaba, y eso detonó las diferencias internas dentro del oficialismo por la estrategia y los resultados de la negociación. De hecho, así lo planteó Máximo Kirchner en su renuncia a la presidencia del bloque días después de que se anunciara el acuerdo, marcando un nivel de fisura dentro del oficialismo hasta aquí nunca visto, ya que no se acompaña la principal decisión que ha tomado Alberto Fernández en su ciclo.
Para analizar la reacción de Máximo Kirchner, se podría apelar a la distinción que Max Webber hacía de las éticas que guían la conducta de los políticos, y entender que Máximo está actuando bajo la ética de la convicción y el presidente bajo la ética de la responsabilidad. Pero ese análisis no sería justo con la dimensión política del asunto que muestra que entre Alberto Fernández y el kirchnerismo se ha venido cavando una zanja profunda de diferencias que pudieran haber llegado a un nivel irreversible. Se vuelve difícil pensar que esta alianza pueda continuar, en los mismos términos que la conocimos.
En realidad, la decisión de Alberto Fernández (acordar con el FMI) y la decisión de Máximo Kirchner (renunciar a la presidencia del bloque) conviene analizarlas bajo la ética de la conveniencia. Los dos parecieran responder a su propio sistema de incentivo, y lógicamente a su percepción relativa de los hechos y sus condicionantes. Bajo esa perspectiva, lo sucedido tiene lógica.
La diferencia sobre la cuestión de fondo (el acuerdo alcanzado con el FMI), no solo expone una fisura profunda dentro del oficialismo, sino que marca un antes y un después para la dinámica interna dentro del Frente de Todos. El presidente ha decidido avanzar por fuera del tutelaje kirchnerista sobre su gestión, y ello le planteará desafíos enfornes a la hora de implementar el programa que finalmente se acuerde, porque un sector interno del oficialismo estará presto a cuestionar o criticar las consecuencias negativas del programa y ello agiganta el riesgo político.
Por otro lado, la novedad de tener un presidente que decide tomar con más determinación el volante del automóvil (el que decido soy yo, dijo sobre el acuerdo), algo que pudiera ser positivo frente a las dificultades que esta coalición ha mostrado a la hora de tomar decisiones; se produce en el mismo momento en que, por la fisura oficialista, se debilitan las condiciones de gobernabilidad. El liderazgo presidencial emerge cuando la coalición se debilita por sus diferencias internas.