Bajar la inflación y generar empleo, las principales demandas

Un dólar calmo y un buen resultado electoral -en función de lo esperado- para el Gobierno en las elecciones generales producen cierta estabilidad en la valoración del desempeño de un Gobierno que empieza a transitar las últimas semanas antes de entregar el poder. Si bien la imagen negativa se mantiene por encima del 50%, en noviembre la imagen positiva logra superar el 30% acercándose a los valores previos a la crisis de abril-mayo 2018.

En esta línea, tampoco se visualizan grandes cambios en materia de preocupaciones, al registrarse una leve baja de la preocupación por la inflación y un acotado incremento de la preocupación por el desempleo. En conjunto, las preocupaciones económicas superan el 70% de las menciones, lo que refleja la prevalencia de los temas económicos en la agenda pública.

De todos modos, el dato es la creciente preocupación por el empleo. En noviembre, la preocupación por la pérdida de empleo supera por primera vez en todo el ciclo la barrera del 30%. Al mismo tiempo, la preocupación por la corrupción toca nuevamente el mínimo de todo el ciclo Macri. Toda una señal del impacto del proceso económico sobre el clima de opinión.

En efecto, las principales demandas para el gobierno entrante son bajar la inflación y generar empleo. Los esfuerzos de la gestión deberán estar enfocados en estos resultados para evitar una pérdida precipitada de popularidad y que la expectativa se transforme rápidamente en frustración. Algo similar le sucedió a Mauricio Macri, al perder un tercio de su popularidad en el comienzo de su gestión con los aumentos de tarifas y la consecuente inflación. El paralelismo con el comienzo de la gestión Macri es muy útil ya que en las demandas ciudadanas, especialmente en materia económica, se mantienen, con un claro predominio de la demanda por bajar la inflación.

Una elección más pareja equilibró el escenario político

Hay casos en los que las expectativas condicionan la realidad más que la propia realidad, y el reciente resultado electoral puede ser un ejemplo de ello. Ante la expectativa de que las elecciones podían presentar un triunfo amplio de Alberto Fernández, el resultado más estrecho de lo esperado parece haber sido asumido más como una victoria por quien perdió, que por quien finalmente se alzó con el triunfo electoral.

Esto no es solo una sensación, sino que efectivamente el resultado más parejo de lo esperado produjo una distribución del poder mucho más equitativa de la que hubiera surgido con una diferencia similar a la de la PASO. Este escenario equilibrado obligará al ganador a ofrecer resultados (satisfacer la demanda de sus votantes), y le presentará al perdedor la posibilidad de ser opositor no tanto tiempo.

En definitiva, si bien la realidad puede haber cambiado mucho en materia económica en estos últimos cuatro años, la caracterización del escenario político se mantuvo al márgen de esta dinámica. Una forma interesante de observar esto es comparando el posicionamiento del electorado argentino en octubre de 2015 (la anterior elección general a presidente), con la que nos acaba de dejar el reciente comicio.

En este sentido, se observa una suerte de estabilidad en el escenario político: el único cambio significativo se produjo con la reducción del porcentaje de gente que estaba posicionada en el centro del escenario (entre las opciones kirchnerista-peronista y macrista-antikirchnerista), es decir los votantes de Massa de 2015, que se produce en beneficio de los extremos: Fernández suma 11% más que Scioli y Macri suma 6% más que su propia performance en 2015. Esta configuración deja claramente un formato bipartidista de competencia política, con dos grandes espacios que concentran más del 88% de los apoyos y que definitivamente serán los que efectivamente animen la disputa política en los próximos 4 años.

En este punto, cabe preguntarse: ¿será duradera en el tiempo esta configuración? Hay dos motivos que así lo sugieren.

1) El resultado electoral, y en particular el de Roberto Lavagna, debería ser aleccionador respecto de las escasas posibilidades que ofrece esta configuración política que se ha adquirido en los últimos años, a los que buscan transitar el camino del medio. Ello debería funcionar como un desincentivo para la defección de alguno de los actores de esos dos grandes espacios.

2) La relación equilibrada que presenta el actual formato debería funcionar como un desincentivo a la defección, porque para todos los actores que integran estos dos grandes espacios, la opción de ruptura representa una suerte de carta de defunción de su propio espacio. El que se tiente con abrirse, sabrá que no solo mata al espacio que deja, sino que también queda sin chances el que busca formar. En algún punto, todos están forzados a convivir juntos o morir separados.

Sin embargo, como siempre estará para todos a disposición la opción de la ruptura para castigar maltratos, a pesar de que ello signifique la intrascendencia política. El riesgo de despechados políticos siempre existirá y esa será un desafío para la conducción de los espacios (deberá siempre primar la paciencia), y una amenaza que podría afectar la salud de ambos espacios, que tratarán de evitarlo.

En conclusión, el resultado electoral ha dejado un escenario más equilibrado de lo esperado y ello le asigna mayor relevancia a la amenaza de una pérdida de popularidad precipitada que pudiera afectar al futuro Gobierno por la crisis económica. Esa amenaza lo obliga a dar respuesta a las demandas ciudadanas relativamente rápido, porque así como un 15% del electorado decidió cambiar su posicionamiento y favoreció el triunfo 48%-40%, otro pequeño cambio en sentido inverso bien pudiera provocar un nuevo cambio en sentido contrario y obturar la consolidación de este nuevo ciclo. Este es el riesgo al que se enfrentará Fernández, ya que una victoria más ajustada exigirá resultados rápido para que el círculo vicioso de magros resultados que afecten la unidad del oficialismo y los debilite de cara al 2021 no sea vuelva difícil de revertir.

Los acuerdos paritarios cortos resultaron más efectivos

Luego de que 2018 la inmensa mayoría de los grandes gremios perdió ampliamente contra la inflación, este año algunos de ellos optaron por negociar acuerdos cortos, sean trimestrales, cuatrimestrales o semestrales.

A 60 días de terminar el año, queda claro que la decisión de monitorear los acuerdos con mayor frecuencia fue una herramienta muy útil para los gremios.  Los abanderados de la iniciativa y mejores parados frente a la inflación son SMATA -que aún debe negociar su cuarto trimestre-, Bancarios, UOCRA y Camioneros –que deberá renegociar a fin de año el tramo de enero a junio-.  Asimismo, en lo que respecta a los acuerdos largos, Alimentación y Sanidad fueron los que exhibieron las mayores subas. Por su parte, si bien UTA, UOM, UPCN, Luz y Fuerza y la Unión Ferroviaria son los más atrasados, muchos tienen cláusulas de revisión que les permitirá, acercarse a la inflación en este 2019.

En este sentido, repasemos algunos convenios recientemente acordados.

 

En este contexto crítico para los trabajadores, es relevante realizar un diagnóstico del movimiento sindical, y en este sentido, se observa que el objetivo de la unidad empieza a tropezar con los primeros obstáculos.

La unidad de todo el arco sindical no será tan fácil de lograr en el marco de los apoyos al futuro Gobierno de Alberto Fernández. A contraposición de lo ocurrido durante el gobierno de Mauricio Macri, cuando era fácil ponerse de acuerdo cuando todos estaban siendo perjudicados, ahora será difícil lograr cuando no todos sean beneficiados del mismo modo, o peor aún, cuando siquiera todos son beneficiados. Este será el desafío para Alberto Fernández una vez que pase la euforia por el retorno del peronismo al poder.

Por lo pronto, es posible pensar que el sindicalismo de extracción peronista efectivamente pueda encontrar los canales que conduzcan a la unidad, pero se ve muy difícil que esa unidad pueda trascender los límites de la Central más importante del país e incluya a los sectores sindicales disidentes de la CTA. Sobre todo, por las primeras reacciones que hubo por parte de la CGT.

De hecho, como prueba de la predisposición a la unidad que reina entre el arco sindical cegetista, en el acto de asunción de Juan Manzur hubo presencia de todos los sectores sindicales, pero hubo una ausencia destacada: la del Camionero Hugo Moyano.

Esta ausencia generó suspicacias, ya que luego del rencuentro el 24 de septiembre pasado en la sede de UPCN, donde los dos principales sectores sindicales tuvieron su cumbre en pos de la unidad, la actitud de Moyano ha dejado traslucir alguna tensión que no fue disipada entre ambos bandos.
En este sentido, Moyano tiene varios motivos para recelar de la unidad que pide Alberto Fernández. En primer lugar, cree que los dirigentes de la CGT quieren relegar a Pablo Moyano de la posibilidad de ocupar un lugar en la conducción de dicha central. En segundo lugar, Moyano todavía sigue herido por la falta de reconocimiento que tuvo su actitud combativa frente a Macri en las listas de candidatos de la reciente elección. Por último, cree que la CGT no está dispuesta a avanzar en la incorporación de los trabajadores de la economía popular a la CGT (movimientos sociales) y la reunificación de la CGT y la CTA.

En la medida que esto último no suceda, Moyano tendrá motivos y razones para liderar un sector alternativo a la CGT que tenga una relación paralela con el Gobierno de Alberto Fernández para conseguir beneficios por su cuenta. Sobre todo, porque este sector se referencia claramente en la figura de Cristina Kirchner, y ello podría ser un factor político determinante para mantenerse al margen del nuevo liderazgo de Alberto Fernández.

El Congreso espera definiciones

La última fase del proceso electoral terminó definitivamente de apagar el funcionamiento del Congreso. La política en general se encuentra avocada a la resolución de la disputa electoral y a la espera de que el resultado redistribuya el poder entre los actores y se pueda volver a constituir una autoridad política en condiciones de retomar el proceso de toma de decisiones.

El vacío de poder que produjo el resultado de las PASO (con un presidente en ejercicio debilitado y un virtual presidente electo sin poder formal), dejó sin capacidad de toma de decisión a la política, en un momento donde la economía anda a la deriva. Para volver a tener condiciones políticas que ejerzan el gobierno de la situación, deberá cerrarse el proceso electoral y reconstruirse la autoridad decisional. Frente a las urgencias económicas, el desafío será reconstruir esa autoridad durante la transición que habrá necesariamente entre el 28 de octubre y el 10 de diciembre. De no producirse la coordinación necesaria, el poder de decisión solo se reconstituirá el 10 de diciembre próximo.

De esta manera, el Congreso estará a la expectativa de las definiciones políticas y podría entrar en acción en tanto se puedan coordinar acciones durante la transición o después del 10 de diciembre cuando se inicie el nuevo ciclo político.

Los temas que alimentarán la agenda parlamentaria seran de índole económica que podrían ser discutidos en momentos separados o todos juntos dependiendo de la velocidad con la que se restituya el proceso de toma de decisión. Entre ellos se encuentra la ley de Presupuesto 2020, reformas impositivas y laborales, reestructuración de deuda y modificaciones a la carta orgánica del BCRA.

Independientemente de los plazos y de la cantidad de temas, otro aspecto destacado será la modalidad de tratamiento de las iniciativas que formen parte de la agenda parlamentaria post elecciones. Es probable que por la urgencia y por la utilidad política de diluir algunos temas urticantes, se busque la modalidad de “Paquete de Iniciativas Económicas”, que consiste en un  tratamiento conjunto para que temas menos polémicos (Presupuesto 2020), se superpongan a otros más polémicos (Impuestos u otras reformas que puedan tener costos políticos).

Es claro que la modalidad del tratamiento legislativo dependerá de la urgencia que imponga la necesidad de tener definiciones. De todos modos, gozando de mayorías necesarias para sancionar leyes, también es posible que veamos un tratamiento conjunto de todos los temas para facilitar el trayecto de la discusión en el Congreso. Nada que en la Argentina no se haya visto.

¿Cuáles son las expectativas sobre un potencial gobierno de A. Fernández?

En caso de confirmarse el resultado de las PASO el próximo 27 de octubre, estaremos frente a un nuevo cambio de ciclo político, en un contexto donde el actual atraviesa una situación de desprestigio como consecuencia de los malos resultados económicos mostrados por la gestión Macri.

En lo que respecta al actual Presidente, solo un 28,3% considera que su gestión mejoró en algo la realidad del país, mientras que un solo un 11,3% considera que mejoró mucho la realidad del país y un 17,0% que la mejoró poco. Por el lado negativo, un 61,8% considera que Mauricio Macri empeoró la realidad del país, siendo que un 10,5% cree que la empeoró un poco y un 51,3% que cree que la empeoró mucho. Esto arroja un diferencial negativo de 33,5 p.p.

De producirse un eventual triunfo de Alberto Fernández, la expectativa que la gente tiene sobre esa eventual gestión es positiva. Un 50,5% de los encuestados creen que afectará positivamente sobre la realidad del país (un 26,1% dice que la mejorará mucho y un 24,4% que la mejorará poco), mientras que un 32 ,6% cree que la afectará negativamente (un 8% cree que la empeorará poco y un 24,6% cree que la empeorará mucho).

En perspectiva, la valoración que se hace a la distancia en el tiempo de la gestión de Cristina Kirchner arroja un diferencial levemente positivo. Un 45,9% considera que mejoró poco o mucho la realidad del país, mientras que un 40,5% considera que su gestión empeoró poco o mucho la realidad del país, dejando un diferencial positivo de 5,4 p.p.

Por otra parte, más de la mitad de los que consideran que Cristina Kirchner tendrá una alta injerencia en un eventual Gobierno de Alberto Fernández, consideran que Cristina Kirchner empeoró mucho la realidad del país. Es decir, aquellos que tienden a considerar que Cristina Kirchner tendrá elevada injerencia son los que peor imagen tienen de ella. Asimismo, el 32,5% (del 45,9%) que consideran que Cristina Kirchner mejoró poco o mucho la realidad del país, tienden a pensar que tendrá nula influencia en un eventual Gobierno de Alberto Fernández.

En definitiva, y posiblemente influenciada por el clima de opinión imperante por estos días, la opinión pública afronta con moderado optimismo la posibilidad de que Alberto Fernández asuma la presidencia el próximo 10 de diciembre.

 

Un gabinete amplio en lo general pero propio en lo escencial

Un aspecto de la transición es la aparición (siempre en trascendidos) de nombres para integrar un eventual Gabinete de Alberto Fernández. Si bien es cierto que nunca está cerrado el asunto hasta que se hagan los anuncios oficiales correspondientes, tenemos el caso de algunos nombres cuyo papel en la campaña nos da algún grado de certeza respecto del rol que ocuparán en un eventual Gobierno de Fernández.

En ese sentido, la evidencia y los trascendidos coinciden que es altamente probable que Santiago Cafiero, quien hoy oficia de Jefe de Campaña de Alberto Fernández, sea el eventual Jefe de Gabinete; que Eduardo “Wado” de Pedro sea el Ministro de Interior, que Felipe Solá sea el Canciller y que Daniel Arroyo sea el Ministro de Desarrollo Social.

La designación de Wado de Pedro como Ministro del Interior no es un detalle menor pensando que ese cargo es el nexo entre el Presidente y los Gobernadores. Si Fernández pretende consolidar su autonomía recostándose en los Gobernadores, es curioso que el vìnculo entre ellos dentro del equipo de Gobierno vaya a ser justo la persona de mayor confianza de CFK que Fernández tenga en su gabinete.

La designación de Felipe Solá como canciller también es un dato interesante para anticipar la orientación de la política exterior. Es cierto que Fernández viene advirtiendo que la prioridad de su política exterior será el fomento del comercio exterior, pero también es cierto que el perfil de Felipe Solá permite interpretar que hay una intención de Fernández de tener a alguien que morigere la sospecha que prevalece en el exterior respecto del rol y la injerencia de Cristina Kirchner en su Gobierno.

En materia económica, si bien el propio Fernández dijo públicamente que “todavía tenía algunas dudas”, sí confirmó que está pensando en alguien que viene trabajando en sus equipos y allí aparece la posibilidad de que sea Matías Kulfas, quizá uno de los dos economistas de mayor confianza del candidato (la otra es Cecilia Todesca).

En todo caso, lo que va asomando es un perfil de gabinete en el que se resaltan algunas particularidades: 1) estará conformado por figuras representativas de los diferentes espacios que integran el Frente; 2) prevalecen los dirigentes jóvenes o sin antecedentes ministeriales (no aparecen nombres de ex ministros ni de dirigentes consagrados -salvo la excepción de Felipe Solá-); y 3) en áreas que Fernández considera sensibles (como lo son Economía, Jefatura de Gabinete -incluida la relación con los Medios- y Justicia), el eventual Presidente se inclinaría por gente de confianza.

El bono a privados frenó presiones para renegociar acuerdos

Al igual que sucediera en 2018, el Gobierno firmó un decreto para establecer una asignación no remunerativa para todos los trabajadores en relación de dependencia del sector privado de $ 5.000.

Las negociaciones no fueron fáciles ya que ambas partes tuvieron que ceder en varios aspectos. Aunque el bono será de carácter obligatorio, la UIA anunció que quienes no puedan pagarlo, no lo haran (como sucedió con el bono de 2018) y logró cierta flexibilidad para contemplar la posibilidad de pagar el bono en cuotas. El sector sindical aceptó que los bonos se adecúen caso por caso, y que se puedan incorporar a las negociaciones paritarias futuras. Lo que sí evitó es que se puedan absorber en cuotas paritarias ya acordadas, algo que sí sucedió en 2018.

El bono de $5000 deberá ser abonado en octubre, aunque podrá ser abonado “en los plazos, cuotas y condiciones que establezcan las partes”. El pago del bono no podrá compensar cuotas pendientes de la paritarias preacordadas, pero sí podrá ser usado como parte de pago en una paritaria futura o para absorver aumentos que los empleadores hubiesen otorgado, unilateralmente o por acuerdo de manera extraordinaria a partir del 12 de agosto de 2019. Si bien el bono será obligatorio y no remunerativo, por lo que quedará excento de cargas sociales, sí sumará para el cálculo del impuesto a las ganancias.

Por otro lado, los acuerdos paritarios firmados por los grandes gremios lograron soportar la escalada inflacionaria de agosto gracias a las cuotas percibidas en julio -y agosto inclusive-. Sin embargo, si la inflación permance alta en septiembre, volverá la presión de los gremios para renegociar los acuerdos si pretenden continuar acompañando el proceso inflacionario.
Los choferes de la UTA y los mercantiles de Comercio ya se encuentran negociando una recomposición salarial para el último tramo del año, mientras que SMATA y la UOCRA deberán hacer lo mismo ya que tienen acuerdos cortos. El resto de los gremios cuenta con un acuerdo cerrado pero, teniendo en cuenta estimaciones inflacionarias, deberán negociar una recomposición para no quedar relegados.

 

El presupuesto se aprobaría después del 10 de diciembre

La Ley de Administración Financiera establece en su artículo 26 que el Poder Ejecutivo debe presentar el proyecto de ley de Presupuesto General a la Cámara de Diputados, antes del 15 de septiembre del año anterior para el que regirá, culminando la denominada etapa de formulación presupuestaria.  Por este motivo, el actual Gobierno envió el texto correspondiente al Presupuesto 2020.

Sin embargo,  el hecho de que el actual Gobierno difícilmente siga gobernando a partir del 10 de diciembre hace que el texto definitivo muy probablemente se apruebe una vez que haya un nuevo Gobierno electo, o en todo caso, haya un Gobierno que asuma funciones y que haya tenido la posibilidad de planificar presupuestariamente el 2020.

 

De hecho, en los últimos 15 años, los Presupuestos aprobados en años electorales suelen ser aprobados más tarde (72 días después de ser presentados en promedio) que los aprobados en años NO electorales (62 días después). Lo curioso es que 5 de los últimos 15 años fueron recesivos, sin embargo, solo el Presupuesto 2019, aprobado el año pasado, contempló en la proyección de gastos una caída del PBI.

Por el lado opositor, no se recibió con mucho compromiso el texto del proyecto de Presupuesto elevado por el oficialismo, por tener demasiadas inconsistencias en su armado, según señalaron dirigentes de diferentes bloques. La relación entre la desaceleración de la inflación y el resultado fiscal, o la dinámica de las exportaciones con el tipo de cambio proyectado son ecuaciones que no resultaron demasiado creíbles para los opositores.

Esto hace pensar que el texto sufrirá importantes cambios antes de ser aprobado, que deberán provenir de quien luego del 27 de octubre -si es que la elección se resuelve allí-, sea el que tenga que asumir la responsabilidad de gobernar durante todo el año próximo.

La imagen de gobierno se resiente luego de la derrota electoral

En una suerte de efecto bandwagon (carro del vencedor) invertido, la imagen de Gobierno sufre una abrupta caída en septiembre, luego del resultado de la elección primaria. La imagen negativa aumenta y se acerca de su máximo histórico mientras que la imagen positiva se ubica en los niveles más bajos de todo el ciclo.

En este sentido, se observa que se responsabiliza más a Macri por el deterioro económico post-PASO.
Si bien la incertidumbre que se generó tras el resultado electoral se origina por las dudas que plantea el candidato ganador (sobre todo por la presencia de Cristina Kirchner en esa fórmula ganadora), para la percepción de la gente el responsable de lo que se observa en el escenario económico es el propio Presidente: el 59% de los consultados considera que la situación económica se deterioró post elecciones por la política económica de Macri, mientras que solo el 28,8% considera que el daño económico post PASO responde a las propuestas económicas de Fernández. En definitiva, la incertidumbre la genera Fernández, la responsabilidad es de la política de Macri.
En este sentido, la volatilidad cambiaria originada tras los comicios revive la preocupación por la inflación. La misma aumentó marcadamente luego de la corrida cambiaria vivida la semana posterior a las PASO, llegando a 45,1%, el registro más alto de todo el ciclo, incluso superando el pico registrado en abril pasado (44,6%). Al mismo tiempo que crece la preocupación por la inflación, no cede la otra preocupación económica que es la preocupación por el desempleo que se mantiene en torno al 26%.

De esta manera, las preocupaciones económicas (inflación y desempleo) se ubican en los niveles más altos de todo el ciclo: la suma de ambas variables acumula el 71,1% del las respuestas. Por su parte, la preocupación de la ciudadanía por los problemas en materia de corrupción e inseguridad caen fuertemente: apenas un 4,2% afirma que su máxima preocupación es la inseguridad (nivel más bajo del ciclo), mientras que un 15,9% señala a la corrupción.
Paralelamente, siguen mejorando las expectativas sobre el futuro del país luego de las elecciones. Si bien el optimismo sobre el futuro del país se mantuvo estable (40%), el pesimismo perforó el piso del 20%. ubicándose en el 17%. Al mismo tiempo, crecen los que miran el futuro con incertidumbre (23,8%).

 

 

 

Los candidatos buscan un punto de equilibrio en el nuevo escenario

El resultado electoral de las Primarias produjo una suerte de desacople entre el proceso político y el institucional. La elección produjo un hecho político (dejó un claro ganador y prácticamente futuro Presiente en Alberto Fernández), pero no produjo un correlato institucional de ese hecho (Fernández es simplemente un candidato y deberá cumplir con la formalidad de ganar la elección), lo que le impide aún ser un Presidente electo e iniciar una transición con el Gobierno en ejercicio. Del lado del oficialismo, la derrota del Presidente Macri lo ha debilitado políticamente y le ha vaciado la capacidad de administrar expectativas a futuro, ya que la mayoría descuenta que no estará sentado en el sillón presidencial a partir del 10 de diciembre.

Esta situación anómala sucede en un contexto económico que venía siendo delicado desde abril-mayo del año pasado, producto de una crisis de confianza en los mercados sobre la sustentabilidad del programa económico, que el resultado electoral no hizo más que agravar. Esto es el producto de: 1) la pérdida de legitimidad popular de ese mismo programa económico, y 2) el desconocimiento del programa económico del virtual presidente electo (o al menos de su programa financiero ya que en campaña reconoció que renegociará el Programa Stand By con el FMI).

En definitiva, quien tiene la posibilidad real de administrar las expectativas económicas en un contexto de incertidumbre (el virtual candidato electo), no puede efectivamente orientar esas expectativas por dos motivos centrales: 1) no tiene incentivos para anticipar ninguna decisión que pudiera perjudicarlo electoralmente; y 2) si aún quisiera asumir la responsabilidad de tomar definiciones –pagando costos políticos-electorales- respecto de qué hará una vez asumido como Presidente, tampoco lo podría hacer por desconocer objetivamente cuáles van a ser las condiciones económicas en que iniciará su gestión (reservas, tipo de cambio, inflación, etc.).

Pero Fernández sí tiene incentivos para esperar que el Gobierno asuma la responsabilidad de gobernar esta coyuntura de crisis y tome medidas que él considere necesarias (como por ejemplo la implementación de controles de cambio), y que al mismo tiempo sean perjudiciales para los objetivos electorales del Gobierno.

El candidato opositor buscó desde un comienzo que el candidato rival y Presidente en ejercicio, tome todas las medidas impopulares (reperfilamiento de deuda de corto plazo y medidas de control de cambio) pero necesarias para controlar la situación económica, y que él no quisiera tomar una vez que asuma el poder el 10 de diciembre.

¿Y por qué Alberto Fernández buscaría cooperar con Macri en algún punto? ¿No aplica el incentivo que cuanto peor, mejor para obtener el mejor resultado electoral posible en octubre? Efectivamente el incentivo electoral lo llevaría a Alberto Fernández a minimizar la cooperación en estas circunstancias, siendo que hoy tiene él más posibilidades de calmar a los mercados que propio Presidente en ejercicio. Pero hay dos factores que lo condicionan en esa estrategia de “cuanto peor, mejor”. A saber:

1) La herencia que recibirá Fernández (reservas e inflación). En la medida que Fernández no colabore con la Gobernabilidad económica del último tramo del Gobierno de Macri, posiblemente esté afectan-do el punto de partida de su propio Gobierno. Si el Gobierno se ve forzado a liquidar las reservas del BCRA para evitar que el dólar se dispare y que eso lo afecte electoralmente, ello condicionará el punto de partida de Fernández a partir del 10 de diciembre. Y si el dólar se dispara, posiblemente dejara aún más inflación con mayores dificultades para bajarla durante el mandato del nuevo presidente. De modo que si Fernández no colabora en nada, podría estar perjudicándose a él mismo.

2) La evaluación de la opinión pública sobre la crisis. Si la opinión pública percibe que el Gobierno no puede controlar la situación económica y que Fernández no colabora o incluso perjudica aún más la situación con declaraciones que generan más incertidumbre, posiblemente habrá un punto de inflexión donde el enojo de la gente podría volcarse también contra su figura.

En este delicado equilibrio transitará Alberto Fernández la campaña. Tratando de favorecer su estrategia electoral pero también tratando de no generar más perjuicios de lo que ya la situación ocasionó en la economía condicionando el comienzo de su eventual mandato.

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