El empleo cayó tanto como el PBI en 2020

¿Qué pasó con el empleo en el último trimestre de 2020?

Durante el último trimestre del 2020 la tasa de desempleo alcanzó 11% de la Población Económicamente Activa (PEA), 2,1 p.p. más que en igual período de 2019. Los límites a la movilidad impuestos para controlar la pandemia hicieron que el impacto real en el mercado de trabajo se viera con mayor nitidez en el nivel de empleo, que cayó 5,8% i.a., que en la tasa de desocupación. De este modo, encontramos que en 2020 más de 700 mil personas perdieron sus puestos de trabajo en los 31 aglomerados urbanos, la población de referencia de la Encuesta Permanente de Hogares, que aproximadamente representa dos tercios de la población total.

De este modo, el nivel de empleo cedió 9,2% i.a en el promedio anual. A su vez, la desocupación promedió 11,5% en 2020. Sin embargo, no solo no tener trabajo hace a una persona desocupada: también debe estar buscando activamente conseguir uno. El hecho que muchas personas que dejaron sus puestos de trabajo durante el año pasado no hayan cumplido el segundo requisito hace que el salto de la desocupación respecto del 2019 (9,8%) no sea tan relevante considerando el contexto crítico que atravesamos -la mayor caída de la actividad desde 2002-. De esto da cuenta la caída de 7,5% i.a. de la PEA., que indica que cerca de un millón de personas se encontraron con dificultades para reinsertarse en el mercado laboral producto de las restricciones. Por este motivo, si sumamos estos nuevos inactivos a la masa de desempleados, obtenemos que la tasa de desocupación habría rozado, en promedio, 19% de la PEA en 2020, un número similar al de la crisis de 2001-02, cuando promedió 18,5% de la PEA. La diferencia es que entonces no existía una extendida política social y de transferencias monetarias que permitieran aliviar el impacto del deterioro del mercado de trabajo en la demanda agregada. Esto fue importante para evitar que la pobreza alcance los valores de aquel momento.

Teniendo en cuenta justamente el deterioro de 10% de la economía durante 2020, la elasticidad empleo-producto fue de casi 1 punto: prácticamente por cada punto perdido de actividad, el nivel de empleo se deterioró en igual cuantía. Esto es una importante diferencia respecto a los recesivos 2018-2019, cuando el empleo total había crecido impulsado por el cuentapropismo y la informalidad, en tanto el empleo registrado ya estaba en rojo.

No obstante, durante 2020 el impacto fue muy desaparejo entre las distintas modalidades de empleo: los asalariados registrados, a quienes el gobierno alcanzó con medidas precautorias, cayeron 3,5% en todo el año, mientras que el peso del ajuste lo tuvieron los informales y cuentapropistas, que en promedio retrocedieron 21,5% i.a. y 7,5%, respectivamente. A modo de adelanto de lo que podríamos ver en los próximos trimestres, estos últimos dos grupos recortaron fuertemente su retroceso -de hecho, el cuentapropismo creció 1% i.a. en el último trimestre- mientras que los asalariados registrados todavía no habían comenzado su recuperación.

Consistentemente, el 12,5% de los trabajadores con nivel educativo bajo (solo con estudios primarios) perdieron el empleo el año pasado, algo que también afectó a los más jóvenes (-11,5% i.a.) y a los no calificados (-14,3% i.a.). De este modo, a la vez que los esfuerzos se concentraron en contener el empleo registrado formal, los sectores más vulnerables son los que una vez más sufrieron el mayor impacto de la crisis.

¿Cómo y cuándo se recuperará el empleo?

Consideramos que la forma en que se recupere la actividad será importante para ver el efecto de la mejora del empleo. De consolidarse la tendencia de los últimos meses -lo cual parece muy probable dada la inminente llegada de la segunda ola-, los bienes continuarán siendo el motor de la recuperación, mientras que muchos servicios continuarán con dificultades para retornar a niveles pre-pandemia durante 2021. En estos rubros, además de ser más intensivos en términos de empleo, encontramos un mayor cuentapropismo e informalidad por lo que todavía no es obvio que en 2021 se logre reincorporar a la PEA a todos los que pasaron a la inactividad durante el año pasado.
Por otro lado, la expansión del empleo formal privado también enfrentará restricciones ajenas a la rama de actividad. Las presiones para obtener una mejora del salario real luego de tres años de caída podría trastocar las prioridades del gobierno y sindicatos en el año electoral poniendo un límite al crecimiento de estos puestos de trabajo.

En resumen, consideramos que el empleo crecerá en todas sus modalidades en 2021 debido a la baja base de comparación que dejó 2020 y a las menores restricciones que se impondrán, incluso con una segunda ola de Coronavirus. Sin embargo, por los motivos mencionados, la recuperación será parcial, levemente por encima del rebote de la actividad y, al cierre del, año los puestos de trabajo serían 2,5% menores a los de 2019.

Las canastas básicas se desaceleraron en febrero, ¿hasta cuándo durará?

¿Qué pasó con las canastas básicas en febrero?

La Canasta Básica Alimentaria (CBA), que mide el ingreso necesario para que una familia compre una canasta de alimentos y se ubique por encima de la línea de indigencia, creció 3,6% en febrero, desacelerándose 1,0 p.p. respecto al mes anterior y ubicándose 46,4% por encima de febrero de 2020. Por su parte, la Canasta Básica Total (CBT), compuesta por bienes y servicios donde los hogares que ganan menos son considerados pobres, trepó 2,7% y se desaceleró 1,4 p.p. respecto al mes anterior (+42,2% i.a.).

De esta manera, las canastas se desaceleraron y mostraron la menor variación desde septiembre 2020. A su vez, la variación mensual de la CBA se ubicó en línea con la inflación y la de la CBT se ubicó por debajo, algo que no sucedía desde agosto del año pasado. Esta “buena” noticia se dio a pesar de que la inflación en el Gran Buenos Aires no desaceleró respecto de los meses anteriores (+3,6% en febrero para GBA, +0,3 p.p. por encima de enero) y que las presiones sobre los precios de los alimentos no hayan cedido (+4,0% creció en febrero el capítulo de alimentos y bebidas no alcohólicas en el Gran Buenos Aires).

Por lo tanto, uno de los motivos que pudo haber influido en la desaceleración de las canastas fue la menor evolución del precio de la carne vacuna, en tanto éste tiene un importante peso calórico en el armado de la canasta alimentaria. En este sentido, el precio de la carne, que había aumentado 10,2% promedio entre diciembre-enero, avanzó “solo” 2,7% en febrero pasado en el GBA. A contramano, el desempeño de Panes (+3,9%), Frutas (+7,9%) y Verduras (+9,6%) no permitieron una desaceleración aún mayor.

Con estos números, una familia tipo compuesta por cuatro integrantes necesitó $24575 para comprar una canasta básica de alimentos y $57996,2 para comprar una canasta básica de bienes y servicios. En línea a lo sucedido durante los meses anteriores, los ingresos no acompañaron la evolución de las canastas. En febrero el ingreso de una familia tipo compuesto por un haber mínimo y dos AUH se ubicó en $26469, lo cual alcanzó para cubrir la totalidad de la canasta alimentaria, pero menos de la mitad de la canasta básica total (45,6%).

¿Qué esperamos?

En marzo, será difícil que las canastas vuelvan a desacelerase sensiblemente. Según nuestros relevamientos, en la primera quincena de este mes los precios de los alimentos y bebidas continuaron evolucionando por encima de la inflación (cerca del 4%), dinamizados por una nueva aceleración del precio de la carne y algunos precios de consumo masivo (panes, por ejemplo), lo cual le pondrá un piso firme a la evolución de las canastas.

De todas maneras, a partir del segundo trimestre podría visualizarse una nueva desaceleración. La estrategia oficial de disminuir la depreciación del tipo de cambio oficial en la previa electoral a un ritmo menor al de la inflación pasada (considerando el efecto que tiene sobre los precios de los bienes transables) sumado a políticas destinadas a endurecer los controles de precios sobre determinados productos esenciales podría lograr el objetivo de disminuir la evolución de la inflación -y con ello de las canastas- en lo inmediato.

A pesar del objetivo de intentar disminuir la inflación para mejorar el poder adquisitivo, las perspectivas sobre los ingresos reales son conservadoras. Si bien el relajamiento de la cuarentena y la recuperación de la actividad están permitiendo una recomposición del empleo -principalmente informal y cuentapropista-, los ingresos tardarán algo más en recomponerse y, luego de tres años de caída en términos reales, difícilmente cierren el promedio del año en terreno positivo. A su vez, las actualizaciones trimestrales del pago de AUH podrían permitir que no pierdan en términos reales en 2021, pero difícilmente exhiban una mejora significativa. En este marco, la recuperación de los ingresos será algo más lenta que la del empleo, lo cual le pondrá un freno a la baja de la pobreza principalmente en la primera parte del año.

Las dos velocidades del mercado de trabajo en 2020

En 2020, la actividad cayó 10%, mostrando su peor retroceso desde 2002. Como era de prever, este deterioro impactó en casi todos los frentes de la economía: la demanda, los salarios y el empleo, entre otros, sufrieron la crisis del año pasado. En este sentido, sobresale que durante 2020 se perdieron 220.000 (-1,8%) puestos de trabajo formales, acumulando una destrucción de 446.000 (-3,6%) puestos de trabajo registrados desde diciembre de 2017.

Si bien la crisis que se agravó por la pandemia es tan profunda como generalizada, no todos los sectores sufrieron de la misma manera. Por caso, a lo largo del año pasado, los rubros esenciales cayeron menos que los no esenciales. En la misma línea, la producción de bienes se redujo menos que la producción de servicios.

Esta dinámica heterogénea también se verificó en el mercado de trabajo formal: los asalariados privados, los empleos de mayor calidad, fueron los que más sufrieron la crisis (-202.000 puestos, -3,4%), mientras que los monotributistas y autónomos cayeron “solo” 1,4% (-40.000 puestos). En sentido contrario, el empleo púbico creció 0,6% en sus tres niveles de gobierno -nacional, provincial y municipal-, sumando poco más de 19.000 trabajadores y resaltando el carácter contracíclico del gasto público.

Estas diferencias fueron más allá de la modalidad de contratación: también se verificaron entre las distintas ramas de actividad. Por caso, los segmentos asociados a la producción de bienes -a excepción de construcción, que por la pandemia tuvo una dinámica más parecida a servicios- destruyeron “sólo” el 1% de sus plantillas durante el 2020, mientras que la contracción alcanzó el 5% en el resto de las ramas de actividad.

Ahora bien, ¿por qué el empleo registrado cayó menos que la producción? Por un lado, la posibilidad de suspender trabajadores en los rubros paralizados contribuyó a conservar algunos puestos de trabajo, en tanto que las dificultades para despedir personal formal que provocaron la doble indemnización y la prohibición de despidos también ayudaron a contener la sangría. En la misma dirección, el programa de Asistencia a la Producción y el Trabajo -ATP-, donde el Estado Nacional pagó parte del sueldo de algunas firmas golpeadas por las restricciones a la circulación, contribuyó a cuidar los puestos de trabajo registrados. Como resultado, la actividad sintió más el impacto del Coronavirus que el empleo.

Siguiendo estas explicaciones asociadas a la coyuntura, podría pensarse que el mercado de trabajo formal recuperaría el terreno cedido en cuanto reaccione la demanda. Sin embargo, esto no se daría, y no solo porque la destrucción de puestos de trabajo registrados fue un tercio de la del nivel de actividad: el cierre de más de 20.000 empresas (-4%) durante el año pasado ralentizará la creación de puestos de trabajo en la pos-pandemia. A riesgo de sonar repetitivos, vale destacar que la destrucción del stock de capital tampoco fue homogénea entre ramas de actividad: mientras que “solo” cerraron el 1,5% de las empresas que operan en rubros esenciales, este número superó el 5% en las ramas no esenciales.

El retroceso del nivel de actividad fue mucho mayor que el del empleo formal: el PBI cayó casi el triple que los puestos de trabajo registrados, estableciendo un piso para la reactivación la demanda. Sin embargo, este análisis es incompleto: 4 de cada 10 trabajadores se mueven en el circuito informal, de modo que es fundamental incorporar este segmento al análisis para obtener conclusiones más precisas.

El tenue “optimismo” del mercado formal se diluye al sumar el mercado no registrado. Según la Encuesta Permanente de Hogares del tercer trimestre del año pasado -sin datos todavía para el cierre del año-, se perdieron casi un tercio de los puestos de trabajo no registrados entre septiembre de 2019 e igual mes del 2020, afectando a 1,25 millones de personas.

Las dificultades de regular este segmento del mercado de trabajo, y de lanzar planes de estímulos para las firmas afectadas, intensificaron el impacto del Coronavirus en la parte informal de la economía, que sufrió una destrucción de puestos de trabajo largamente superior a la caída del nivel de actividad. De esta manera, aunque es probable que la recuperación de empleos no registrados sea más acelerada que la del PBI, la pérdida total de ingresos para un tercio de los trabajadores no registrados ralentizará la recuperación del nivel de actividad.

Vale destacar que los no asalariados también tuvieron dificultades. Como se observa en la siguiente matriz de transición del empleo, la probabilidad de que un cuentapropista del primer trimestre se encuentre inactivo en el tercer cuarto del año fue de 25%, más de 10 p.p. respecto del promedio 2018-19, períodos donde ya se verificaba una alta volatilidad económica. Algo similar ocurrió con el resto de las categorías, poniendo de manifiesto una mayor dificultad a la “reconversión” en otra ocupación en un contexto como el actual.

En 2021, el empleo crecería alrededor de 8%, recuperando parcialmente la caída de 9,5% del 2020. La velocidad y la magnitud de la reactivación dependerán de la profundidad del rebrote de Coronavirus y su impacto sobre la producción: cuanto menor sea este, más acelerada será la mejora del nivel de actividad, impulsando la restauración de una parte de los puestos de trabajo perdidos durante los peores meses -económicos- de la pandemia. En respuesta, proyectamos que el consumo privado avanzará durante este año electoral, aunque más impulsado por la recuperación de los puestos de trabajo que por una mejorar del salario real: para ver un avance significativo del poder adquisitivo habrá que esperar, al menos, hasta 2022.

 

El salario real cayó 3,6% en 2020

¿Cómo cerraron el año los salarios de la economía?

El INDEC informó que los salarios de la economía crecieron a 1,8% en diciembre. Esta dinámica se correspondió a un avance de 1,9% del salario registrado -dentro de los cuales se destacaron los trabajadores públicos (+2,4%) en contraposición a los privados (+1,6%)- y un 1,2% de los salarios no registrado. De este modo, los incrementos de los salarios también fueron superados por los precios en el último trimestre del año, siendo el tercero consecutivo.

En consecuencia, los salarios treparon 33% en el último año. Si contemplamos la inflación nacional, que fue de 36,1%, observamos que el salario real cayó 2,3% entre puntas. Sin embargo, una medida más informativa -“limpia” de dinámicas en determinados momentos del año- suele ser el salario real promedio, que cerró el año con una caída de 3,6%, el tercer rojo consecutivo tras los recesivos 2018 y 2019.

Como era esperable, quienes menos sufrieron el deterioro del poder adquisitivo fueron los trabajadores formales (-3,3% i.a.) respecto a los informales (-5,2% i.a.). De todos modos, vale destacar que los primeros esconden una significativa diferencia entre trabajadores privados y públicos: su poder de compra cayó 1,5% y 6,2% respectivamente. Esto muestra que la contracara de la mayor estabilidad que gozaron los empleados públicos durante la pandemia, fue una mayor erosión de su poder adquisitivo.

¿Qué esperamos para 2021?

Esperamos que el comienzo de año sea de una fuerte fricción nominal. Los sindicatos ya están negociando diversas recomposiciones que serán un piso para las paritarias de 2021. Si bien ya los Bancarios se adhirieron a la voluntad del oficialismo de acuerdos en línea a la inflación que espera el Poder Ejecutivo (29%, según el Presupuesto), si la inflación no baja de 3% mensual durante el primer cuatrimestre del año, será difícil que el resto de los gremios acepten esta propuesta.

En cualquier caso, la recuperación de la actividad y la paulatina desaceleración de la inflación en la previa electoral permitirán que los ingresos laborales exhiban un incremento superior al de los precios este año. Sin embargo, esta ventaja no será muy significativa y, en el promedio del año, cederán en torno al 1% i.a.

El salario real cayó 3% en 2020: ¿recuperación en 2021?

Entre 2018 y 2019, el salario real de los trabajadores formales retrocedió 17,5%. Producto paritarias que no anticiparon aceleraciones inflacionarias, el poder adquisitivo de los empleados registrados sufrió en demasía la crisis de la segunda mitad de la gestión Cambiemos. En respuesta, el Frente de Todos enfocó su campaña de 2019 en apuntalar los ingresos de los asalariados, y los aumentos de suma fija decretados al comienzo de 2020 intentaron cumplir esta promesa.

Como resultado, el salario formal trepó casi 14% durante el primer trimestre del año pasado, prácticamente duplicando a la inflación del período. Sin embargo, la llegada de la pandemia y la cuarentena dieron por tierra con cualquier intento de recuperación del salario real. Entre abril y agosto, en un contexto de caída inédita del nivel de actividad y disparada de la incertidumbre, muchos gremios postergaron sus paritarias, resignando cualquier mejora de poder adquisitivo, pero apostando a mantener los puestos de trabajo.

En respuesta, los salarios nominales de los trabajadores registrados avanzaron 3,3% en estos meses, muy por debajo de una inflación que acumuló más de 8,5% en el período. En consecuencia, el salario real retrocedió casi 6% entre abril y agosto, ubicándose 2,5% por debajo de los niveles de cambio de gobierno. En un contexto de crisis, priorizar el ajuste por precios -ingresos- en lugar de hacerlo por cantidades -puestos de trabajo- ayudó a repartir los costos entre más personas y atenuar los costos sociales del Coronavirus y la cuarentena; no obstante, lejos estuvo de evitar los problemas.

En otro orden, vale destacar que la situación de los trabajadores informales, no mencionados hasta el momento, fue sistemáticamente peor que la del sector registrado: este último tiene protecciones legales que velan por sus puestos de trabajo, en tanto los primeros, al estar “en negro”, perdieron directamente la totalidad de sus ingresos en muchos casos -o quedaron a merced de la “buena voluntad” de sus empleadores-, producto de las restricciones a la movilidad y a poder realizar sus tareas. En la misma línea, la falta de regulaciones sobre esta parte del mercado les impidió acceder, al menos de manera directa, a los ajustes de suma fija de enero y febrero pasados.

En el último cuatrimestre del 2020, la relajación de la cuarentena impulsó la recuperación del nivel de actividad, que habría cerrado el año poco más de 3% por debajo de nivel de fines de 2019 -cuando llegó a estar más de 10% por debajo en el segundo trimestre-. En respuesta, comenzaron a tener lugar muchas paritarias -prevaleciendo los aumentos de suma fija o la incorporación al básico del incremento de principio de año-, intentando recomponer parte de la pérdida de los meses anteriores. En este marco, los salarios nominales de los trabajadores registrados habrían acumulado una suba de 13% entre septiembre y diciembre. Sin embargo, los precios también tuvieron su dinamismo y les ganaron a los ingresos: la inflación totalizó 14,4% en el período y el salario real de los trabajadores se redujo 1,2% en último cuatrimestre de 2020, acumulando una caída de 2,3% en el año.

Como resultado, el poder adquisitivo encadenó en 2020 su tercer año seguido en rojo, perdiendo casi 20% desde comienzos de 2018. Por su parte, en el promedio anual -más relevante para el análisis económico- el deterioro del salario real registrado fue de 3,2% en 2020. Más allá de qué porcentaje se analice, se observa una clara tendencia general: los trabajadores perdieron poder de compra sistemática y constantemente en los últimos tres años, en un primer momento por la disparada del dólar y en una segunda instancia por la profundización de la crisis económica que generó la pandemia.

Ahora bien, como se observa en el gráfico, el proceso de caída fue muy heterogéneo durante el año pasado, tanto sectorial como temporalmente. Las diferentes velocidades de la inflación, la generalización de acuerdos de sumas fijas y algunos incrementos puntuales hacia los últimos meses del año diagramaron un panorama particular según qué gremio o período analicemos. ¿Qué pasará entonces en 2021? ¿será finalmente el año de los salarios?

La política de ingresos será uno de los principales desafíos del gobierno durante este año electoral. La votación marcará el pulso, de modo que será importante mostrar una mejora en el poder de compra durante los próximos meses para el oficialismo. Sin embargo, tan importante como esto será alcanzar una coordinación con los trabajadores, en pos de que la dinámica inflacionaria no se despegue de otros objetivos macroeconómicos.

En este marco, el gobierno buscaría que los acuerdos se alineasen cerca de la suba de precios aprobada en el Presupuesto 2021 a fines de septiembre pasado (29%). De esta forma, se evitaría presionar sobre otras variables nominales y los riesgos de una aceleración inflacionaria se reducirían. No obstante, más allá de las intenciones oficiales, según el Relevamiento de Expectativas de Mercado del Banco Central, la inflación rondaría 50% este año. Por lo tanto, tiene sentido preguntarnos a qué pauta se acomodarán los gremios, especialmente cuando hay una distancia tan importante entre ambas “proyecciones” y los resultados de los últimos años no fueron positivos.

La primera respuesta que aparece es que la heterogeneidad continuará siendo la norma de la economía. Por lo tanto, las posibilidades de recomponer las pérdidas de poder adquisitivo estarán atadas a los niveles de actividad a los que opere cada sector en gran medida. Aquellas ramas que siguen paralizadas y precisan que el Estado se haga cargo de parte de sus salarios -algunos servicios- podrán tener ajustes en línea con la pauta oficial, mientras que los que ya están operando con normalidad -incluso hay algunas ramas de actividad trabajando por encima de los niveles de 2019- podrían aspirar a aumentos más significativos, revirtiendo parte de la caída de los últimos años.

Con estos números, proyectamos que el salario real de los trabajadores registrados volvería a caer en el promedio anual de 2021, retrocediendo alrededor de 1% en relación con la media de 2020, a pesar de mostrar una elevada varianza entre sectores. Sin embargo, asumiendo que el Coronavirus y las restricciones operativas se van relajando con el correr de los meses, y que el gobierno finalmente pospone los ajustes tarifarios, habría una recuperación del poder adquisitivo entre puntas, mayor al 3% en el caso de los empleados formales. Este avance, aunque no lograría compensar la pérdida del año pasado, y mucho menos la acumulada desde 2018, podría ayudar a apuntalar el alicaído humor social.

De igual manera a los últimos años, la clave estará en el frente cambiario: con un dólar oficial controlado, y un acceso relativamente fluido al mercado para la gran mayoría de las importaciones, la inflación también estará contenida y las posibilidades de que el poder adquisitivo mejore serán relevantes. En cambio, con tensiones cambiarias similares a las de la segunda mitad del 2020, las chances de recomposición se reducirán sensiblemente. El hilo es delgado, ¿logrará no romperse este año?

La canasta básica alimentaria creció casi 10 p.p. más que la inflación

¿Cómo terminaron las canastas el año?

En diciembre de 2020, la Canasta Básica Alimentaria (CBA) -que mide el ingreso necesario para que una familia compre una canasta de alimentos y se ubique por encima de la línea de indigencia—creció 5,1% en comparación a noviembre. Por su parte, la Canasta Básica Total (CBT) trepó 4,7% respecto al mes anterior, compuesta por bienes y servicios donde los hogares que ganan por debajo de esta línea de ingresos son considerados pobres.

De esta manera, la CBA alcanzó 45,5% i.a. y la CBT subió 39,1% i.a. en diciembre, casi 10 p.p. y 3 p.p. respectivamente por encima de la inflación (+36,1% i.a.) y también por encima de la evolución del tipo de cambio oficial (+38,3% i.a.). Uno de los motivos, en un contexto de tarifas de servicios públicos congeladas y controles de precios sobre los bienes de consumo masivo, es la dinámica que adoptaron los alimentos frescos. La carne trepó 56,9% i.a., las frutas subieron 64,4% i.a. y las verduras 58,0% i.a., poniéndole un techo alto a la evolución de las canastas.

A su vez, mirando a lo largo del año, entre los meses de abril y agosto -cuando la economía se encontraba prácticamente paralizada por la cuarentena-, tanto la CBA como la CBT promediaron una suba de solo 1,6%. Las tarifas congeladas y el impacto del programa Precios Máximos explicaron gran parte de esta evolución.

Por lo tanto, al analizar por qué las canastas cerraron por encima de la inflación, se encuentra que la aceleración se agudizo en los últimos cuatro meses del año. La CBA acumuló una suba de 20,7% en el último cuatrimestre, mientras que la CBT 19,2%. En este sentido, impactó la autorización de subas de Precios Máximos en octubre y la aceleración del precio de la carne en los últimos dos meses del año, impactando directamente en la inflación de alimentos.

Con estos números, una familia tipo (compuesta por cuatro integrantes) necesitó $22681 para comprar la canasta básica alimentaria y $54207,5 para adquirir la canasta básica de bienes y servicios.

Lamentablemente, los ingresos no evolucionaron de la misma forma. El Salario Mínimo Vital y Móvil se ubicó en $20587,5 en diciembre (+22% en 2020), lo cual implicó una pérdida de 9,9% en términos reales, mientras que la AUH se ubicó en $3717 (y creció en línea con la inflación). En este sentido, el ingreso de una familia compuesto por un salario mínimo y dos AUH se ubicó en $26469, lo cual alcanzó para satisfacer la CBA pero apenas la mitad de la CBT.

¿Qué esperamos?

Difícilmente la evolución de las canastas se desacelere considerablemente en el corto plazo. El precio de la carne y las frutas continuaron presionando sobre los precios de alimentos en enero, lo cual les pondrá un piso importante a las canastas este mes. A su vez, el alcance del programa de precios máximos se redujo y aquellos bienes que permanecen seguramente tendrán algún ajuste en los próximos meses producto del atraso respecto a gran parte de los precios de la economía.

Por su parte, las perspectivas de los ingresos son conservadoras. En un contexto en el cual no hay margen fiscal, ya fue anunciado que no habrá nuevos pagos de IFE en el año electoral. Por su parte, existirían actualizaciones trimestrales del pago de AUH -actualizadas por la recaudación de ANSES y los salarios-, lo cual podría permitir que no pierdan en términos reales, pero no necesariamente una significativa mejora si la inflación es creciente.

Además, hay que tener en cuenta que, si bien el relajamiento de la cuarentena está permitiendo una recomposición paulatina de los empleos informales y cuentapropistas, el poder adquisitivo tardará algo más en recomponerse, lo que dificultará la baja de la pobreza y la indigencia durante la primera parte del año.

Menores restricciones dinamizaron el mercado de trabajo

El desempleo trepó a 11,7% en el tercer trimestre

En el tercer trimestre de 2020, la tasa de desempleo alcanzó 11,7% de la Población Económicamente Activa (PEA) según la Encuesta Permanente de Hogares (EPH) elaborada por el INDEC. El salto de 2 p.p. respecto a igual período del año pasado es engañoso: no contempla la caída de la participación en el mercado laboral.

En este sentido, si bien las restricciones sobre el mercado de trabajo durante julio y septiembre eran menores que las del segundo trimestre, lo cierto es que la PEA observó una caída de 8% i.a., por lo que más de 1 millón de personas dejaron de trabajar o buscar activamente empleo en los 31 aglomerados urbanos en el tercer trimestre. Indudablemente se registró una mayor participación en el mercado laboral en relación al trimestre previo (la PEA había caído casi 19% i.a. dejando fuera del mercado de trabajo a 2,5 millones de personas), pero aún así los resultados son impactantes: si la PEA se hubiera expandido a la tasa de crecimiento poblacional -como lo hace en condiciones normales-, la tasa de desempleo habría trepado a la zona de 20%.

Menos restricciones mejoran el empleo, pero falta mucho

De acuerdo a la EPH, la tasa de empleo se ubicó en 37,4% de la población de referencia durante el tercer trimestre del año, todavía lejos del 42-43% de los trimestres “normales”. Esto demuestra una recuperación en relación al segundo trimestre del año, pero todavía muestra una situación muy compleja. Implica un deterioro del empleo levemente inferior al 11% i.a., en línea con el deterioro de la actividad en el período de referencia, lo que equivale a la pérdida de 1,3 millones puestos de trabajo en los 31 aglomerados urbanos. Esta cifra treparía a los 2 millones si extrapolamos este resultado al total de la población del país. Dicha inferencia es razonable para la población urbana (aprox. 90% del total) pero incorrecta para la población rural (10% restante).

Como era de esperar, el impacto desigual de la cuarentena en el empleo favoreció a aquellos con mayor estabilidad: los asalariados formales cayeron alrededor de 4,5% i.a., mientras que los informales cedieron 28% i.a. Los cuentapropistas, que también habían sufrido un fuerte impacto al momento del inicio de la cuarentena retrocedieron menos de 8% i.a., sugiriendo que muchas de las personas que perdieron su empleo se volcaron a alguna actividad independiente para mantenerse. También podría indicar el ingreso al mercado de trabajo de otros miembros de la familia con el objeto de apuntalar los ingresos de la misma.

Esta es una tendencia a seguir de cerca en los próximos meses, especialmente si las dificultades para controlar la pandemia permanecen. Las restricciones sanitarias impedirán trabajar en comercios, oficinas, etc. pero las familias precisarán de ingresos para subsistir, por lo que las “changas” y actividades independientes estarán a la orden del día.

¿Qué esperamos para los próximos meses?

El relajamiento de jure y de facto de la cuarentena dio lugar a una merma en la contracción del empleo, y esperamos que esta tendencia continúe en la última parte del año. Sin embargo, queda mucho camino por recorrer: dificilmente lo perdido se recupere hasta entrado el año que viene y todavía quedan dudas acerca de la calidad de esta recomposición.

Por un lado, las crecientes rigidices -prohibición para despedir- con una demanda incierta y deprimida no parece ser la mejor estrategia para generar empleo de calidad. Esto implicaría la continuidad de una tendencia que ya venía antes de la pandemia: mayor informalidad y cuentapropismo. De esto se desprende la siguiente pregunta: ¿Qué pasará con los salarios? Habrá cada vez más trabajadores cuyo poder adquisitivo no gozará de la -al menos parcial- protección que brindan las paritarias, lo que podría complicar la recuperación post-pandemia si esta coincide con una aceleración de la inflación. Asimismo, podría hacer menos efectiva una política salarial por parte del gobierno, haciendo más necesarias medidas focalizadas en estos grupos desprotegidos con un mayor costo fiscal en un país que no sobran los recursos.

En definitiva, todo dependerá del control o no de la pandemia, pero lo visto durante el tercer trimestre -luego de solo tres meses de cuarentena- muestra que la situación social está al límite: la gente va a salir a buscar su ingreso, por lo que las eventuales nuevas restricciones deberán contemplar esta situación.

Una crisis segmentada

El virus agravó la recesión

La pandemia desatada por el Covid-19 afectó el normal desarrollo de muchas actividades de consumo y productivas. Para peor, la cuarentena aplicada para ralentizar el ritmo de contagios terminó de trastocar todos los aspectos de nuestra vida económica y social. Así, la imposibilidad de realizar actividades turísticas, recreativas y comerciales se combinó con las restricciones a la circulación, alterando nuestros hábitos y perjudicando nuestras posibilidades laborales. Este patrón se repitió a lo largo y ancho del mundo, sin embargo, fue particularmente marcado en Argentina: según los datos de la Universidad de Oxford, el ASPO aplicado en nuestro país fue de los más estrictos a nivel global. Ahora que el ritmo de contagios y las restricciones se redujeron, vamos obteniendo datos que nos permiten entender lo sucedido.

La pandemia llegó luego de dos años de caída del producto. De esta forma, nuestra economía, que ya se hallaba endeble, se contraerá un 11% adicional este año y, a pesar de las prohibiciones a los despidos, el desempleo crecerá en torno a 2,6 p.p., pasando de 9,8% a 12,4% de la población económicamente activa. En este contexto, la mitad de los hogares vio reducirse sus ingresos a lo largo de la pandemia y cuatro de cada diez sufrieron problemas laborales (despidos, suspensiones o recortes salariales). Esto llevó a que el 34% de las familias redujera su consumo de alimentos. A pesar de la gravedad de estos números, no son suficientes para tener una perspectiva adecuada de los distintos impactos que sufrió este año cada sector social, con posibilidades disímiles de reacción frente al Covid-19. Veamos.

 

No todas las cuarentenas fueron iguales

El impacto de la cuarentena no fue homogéneo para todos los segmentos de la población. Las restricciones perjudicaron especialmente a aquellos empleados de rubros cuyo trabajo no se puede realizar a distancia y a los trabajadores informales y cuentapropistas, cuyos ingresos dependen de la cantidad de días que trabajen en el mes. Por estos motivos, muchos analistas hipotetizaron que la cuarentena afectó de forma particularmente profunda a los hogares de menor poder adquisitivo.

A partir de una reciente encuesta elaborada por INDEC, podemos conocer estos impactos diferenciales con mayor detalle. De acuerdo con estos datos, en aquellos hogares en los que el jefe de familia tiene un nivel educativo alto (terciario, universitario o superior), tres cuartas partes de los ocupados trabajó en la semana del relevamiento, haciéndolo mayormente desde sus casas. La situación fue significativamente más compleja para aquellos hogares cuyo jefe de hogar tiene un nivel educativo bajo (no logró concluir el secundario), ya que en estos casos menos de la mitad pudo realizar su trabajo, y sólo 1 de cada 10 pudo hacerlo desde su vivienda. Además, entre aquellos con mayor instrucción, el 76% mantuvo el mismo empleo a lo largo de la pandemia, mientras que, de los que no terminaron el secundario, menos del 50% pudo conservar su trabajo. La reducción de ingresos y del consumo de alimentos también fue significativamente mayor en los hogares con un nivel educativo más bajo.

Un análisis similar puede hacerse según la ubicación geográfica. Entre las viviendas relevadas en la CABA, el 60% de los jefes/jefas de hogar ocupados trabajó en la semana de la encuesta, mientras que en el conurbano un porcentaje menor pudo hacerlo. La mitad de los porteños que trabajó lo hizo a distancia, en tanto en el GBA sólo el 23% hizo home-office. Dentro de la Ciudad, dos tercios de los ocupados pudo mantener el mismo empleo, mientras que esta cifra desciende a 56% en el conurbano. Por último, el consumo alimenticio también mostró un mayor deterioro en los hogares que se ubican en los partidos del GBA.

Estas distinciones nos permiten aproximar el nivel de ingresos de cada familia: los trabajos correspondientes a la educación superior, en promedio, son mejor remunerados que aquellos vinculados con menores estudios; y, de acuerdo con nuestros datos georreferenciados, los ingresos son más altos al interior de la Ciudad en comparación con los partidos que la rodean. Por estos motivos, podemos inferir que el impacto de la crisis fue mayor en los hogares de menores recursos, ya que allí es donde hubo mayores problemas laborales, pérdidas de ingresos, exposición al virus y reducción del consumo de alimentos.

 

A pesar de la amplia ayuda estatal, la pandemia resultó regresiva

En un contexto tan complejo, el Estado se vio obligado a ampliar la red de seguridad social preexistente. Del mismo relevamiento surge que más del 70% de los hogares recibió alguna prestación social (incluyendo jubilaciones, pensiones, asignaciones y nuevas prestaciones). En particular, el 48% fue beneficiario de algún programa diseñado específicamente para paliar los efectos de la pandemia (IFE, ATP y bonos). Estas prestaciones no sólo fueron difundidas, sino que estuvieron concentradas en los segmentos más afectados. Estas ayudas se cobraron en mayor proporción en el conurbano que en CABA, su percepción fue mayor a menores niveles de instrucción y se recibieron en mayor medida en hogares con niños o adultos mayores. De esta forma, contribuyeron a evitar un descomunal aumento de la pobreza (según simulaciones realizadas por el Poder Ejecutivo, la primera ronda de IFE habría evitado la caída por debajo del umbral de pobreza de entre 5% y 6% de la población).

A pesar de estos esfuerzos, la crisis fue más dura en los sectores más vulnerables. Para limitar el fuerte golpe que recibieron, y así evitar un deterioro aún más marcado de los indicadores sociales, no bastará con asistencia estatal en el 2021. Por el contrario, será necesaria una reactivación del mercado laboral en el año entrante. De acuerdo a nuestras proyecciones, la generación de empleo repuntaría próximamente, aunque probablemente no alcance para absorber a toda la población que volverá a buscar trabajo.

A la espera del inicio de la campaña de vacunación, sólo podemos conjeturar sobre el impacto económico que tendrá el Covid-19 el año próximo. Sin embargo, podemos afirmar con certeza que, de la misma forma que la mayoría de las crisis, la continuidad de la pandemia tendría un sesgo regresivo.

Las canastas básicas con la mayor evolución del año en octubre

La Canasta Básica Alimentaria (CBA), que mide el ingreso necesario para que un individuo se ubique por encima de la línea de indigencia, creció 6,6% en octubre -acelerándose 3,2 p.p. respecto al mes anterior- y acumuló 32,9% en los primeros diez meses del año (+45,8% i.a.). Por su parte, la Canasta Básica Total (CBT), mide el ingreso que debe tener un individuo para no ser pobre y aumentó 5,7% respecto a septiembre (+1,9 p.p.), acumulando una suba de 28,1% y de 40,0% i.a.

Cabe destacar que no se observaba una evolución tan alta de las canastas desde octubre de 2018 (+7,5% ambas canastas) y septiembre de ese mismo año (+8,5% la CBA y +8,1% la CBT), meses en los cuales la evolución correspondió en mayor medida al salto cambiario que tuvo lugar principalmente en septiembre (+28,1% la cotización oficial) y los meses anteriores.

Además, resalta que ambas canastas crecieron por encima de la inflación en el mes (+3,6% el IPC GBA). En este sentido, la autorización de subas de Precios Máximos y las fuertes subas en carnes, frutas y verduras generaron que los precios de alimentos exhiban la variación más alta del año (+4,8%), lo cual impactó de lleno en las canastas. Además, los incrementos en combustibles y alquileres aceleraron la evolución de la CBT.

De esta manera, analizando el acumulado del año, la Canasta Básica Alimentaria se ubicó cómodamente por encima de la variación de la inflación y el tipo de cambio oficial. Cabe destacar que, si bien el programa de Precios Máximos ayudó a que la CBA crezca por debajo del 1% en determinados meses de cuarentena, en parte las correcciones del programa llevaron a que en los últimos meses la Canasta Básica Alimentaria se acelere y recupere el terreno perdido. Si bien la CBT muestra una dinámica menor en el acumulado, hay que destacar que esto se da un contexto de congelamiento de tarifas de Servicios Públicos.

Por otro lado, cabe comparar el precio de las canastas con los ingresos de los deciles más bajos. En este sentido, en octubre una familia tipo -compuesta por cuatro integrantes- necesitó $20709 para comprar una canasta básica de alimentos y $49911,6 para adquirir una canasta básica de bienes y servicios.

A contramano, el ingreso de una familia compuesto por un Salario Mínimo Vital y Móvil y 2 AUH se ubicó en $25980 en octubre -considerando la suba de un 12,0% del SMVyM en ese mes-, y alcanzó para cubrir un 52,1% de la CBT. A su vez, la AUH no alcanzó para que el ingreso de un niño se ubique por encima de la línea de indigencia y pobreza (cubrió un 75,5% de la CBA y un 31,3% de la CBT). De todas maneras, si a esto le sumamos el cobro de la tarjeta alimentar -para niños de 6 años inclusive, teniendo en cuenta que se cobra una por familia-, la cobertura de la CBA para un niño que es hijo único aumenta a un 160,7%.

¿Qué esperamos?

Las canastas difícilmente muestren una menor dinámica en los próximos meses. En primer lugar, cabe destacar que comenzaron a desarmar el programa de precios máximos (lo cual impactará en los precios de alimentos), a la par que las presiones latentes en el frente cambiario complicarán una desaceleración. A su vez, de existir correcciones de las tarifas de Servicios Públicos en el año entrante, la CBT contará con un driver adicional.

Por su parte, las perspectivas de los ingresos de los hogares son conservadoras. Si bien se acordó un incremento de suma fija para el Salario Mínimo Vital y Móvil -restan incrementos en diciembre y marzo-, no alcanzará para que recomponga el terreno perdido (y terminará el 2020 en rojo). A su vez, ya fue anunciado que no habrá un cuarto cobro del IFE.

En este sentido, hay que tener en cuenta que, como consecuencia de la pandemia, los hogares más afectados fueron en general los deciles más bajos, donde hay más trabajadores informales y cuentapropistas. De aquí se explica el incremento de la pobreza e indigencia en el primer semestre del año.

De ahora en más, cabe destacar que el relajamiento de la cuarentena está generando que estos empleos sean los primeros en recomponerse, permitiendo que parte de los hogares vuelvan a contar con sus ingresos laborales.  Sin embargo, el poder adquisitivo de los mismos demorará más tiempo en recuperarse dificultando un restablecimiento de las condiciones de vida de los sectores más vulnerables.

Las canastas crecieron por encima de la inflación en septiembre

La Canasta Básica Alimentaria (CBA), que mide el ingreso necesario para que un individuo se ubique por encima de la línea de indigencia, creció 3,4% en septiembre y acumuló 24,7% en los primeros nueve meses del año, alcanzando un 39,6% i.a. Por su parte, la Canasta Básica Total (CBT), mide el ingreso que debe tener un individuo para no ser pobre y creció 3,8% respecto a agosto, acumulando una suba del 21,2% hasta septiembre (+35,7% i.a.).

Analizando los primeros nueve meses del año, la CBT se ubicó en línea con la evolución de la inflación (el IPC GBA acumuló +21,2%), mientras que la CBA se mantuvo sistemáticamente por encima, acumulando hasta septiembre una cifra apenas por debajo de la depreciación del Peso (+25,9%). Cabe destacar que esta dinámica se dio a pesar de la implementación de Precios Máximos a partir de abril -que explicó por qué la CBA cayó 0,1% en mayo y creció solo 0,9% en junio-. Por su parte, la menor evolución de la CBT respecto a la CBA se dio en un contexto de congelamiento de tarifas de Servicios Públicos y combustibles.

Por otro lado, para evaluar el poder de compra de las canastas, sirve compararlas con los ingresos de los deciles más bajos. En este sentido, en septiembre una familia necesitó $19430 para comprar una canasta básica de alimentos (CBA) y $47215 para comprar una canasta básica de bienes y servicios (CBT). A contramano, el ingreso de una familia compuesto por un Salario Mínimo Vital y Móvil y dos AUH se ubicó en $25209, que alcanzó para cubrir únicamente un 53% de la CBT, dinámica que estuvo en línea con lo que sucedió en los meses anteriores.

Más aún, la pandemia impactó principalmente en las familias de menores recursos, que se encuentran en su mayoría dentro del mercado laboral informal. De modo ilustrativo, cabe analizar que sucedió con una familia que dejó de ganar la totalidad de sus ingresos por la imposibilidad de trabajar y percibió dos AUH y un IFE (teniendo en cuenta que este programa se cobró cada dos meses y el último pago fue implementado entre agosto y septiembre). En este sentido, haciendo el supuesto de que la familia cobró el IFE en septiembre, la cifra alcanzó $17080 y pudo cubrir únicamente un 36,2% de la CBT, a la par que tampoco alcanzó para cubrir la línea de indigencia (87,9% de la CBA).

¿Qué esperamos?

La evolución de las canastas dependerá en mayor medida de que suceda con la evolución del tipo de cambio oficial. Considerando que la brecha cambiaria ya supera notablemente el 100% y hay un nivel de reservas alarmante, en la medida que no se revierta esta dinámica existiría una depreciación en el mercado oficial, que aceleraría notablemente a las canastas en los próximos meses. Además, hay que tener en cuenta que nuevas autorizaciones de aumentos de Precios Máximos traccionarían al alza tanto a la CBA como a la CBT.

Por el lado de los ingresos, el gobierno autorizó un incremento del 28% para el salario Mínimo Vital y Móvil -dividido entre los meses de octubre, diciembre y marzo-, que de todas formas será insuficiente para evitar una caída real en 2020. Por su parte, analizando al mercado informal y cuentapropista, el levantamiento de la cuarentena permitirá que cada vez más familias puedan volver al mercado laboral y comiencen a recomponer sus ingresos. De todas maneras, una incógnita que aparece es a qué velocidad se dará la recuperación, a la par que habrá que seguir de cerca que sucederá con nuevos pagos del IFE.