El mercado laboral compensó el menor ingreso real en los deciles más bajos

Heterogeneidades del salario real entre deciles de ingreso

La inflación nacional en 2021 alcanzó 50,9%, marcando una importante aceleración respecto al año previo y volviendo a los niveles de 2018 y 2019. Sin embargo, este es un indicador agregado: la inflación mostró disparidades tanto en términos de los distintos capítulos que componen el IPC (Restaurantes y Hoteles aumentó 65,4% mientras que Comunicación se incrementó 35,8%) como a nivel regional (en la Región Noreste alcanzó 49,7% pero en GBA se ubicó en 51,4%).

A su vez, también es posible hallar heterogeneidades en términos de la dinámica inflacionaria a lo largo de la pirámide de ingresos. En este sentido, la inflación de los sectores más vulnerables no es la misma que la de la clase media, que a su vez difiere de la población de mayor poder adquisitivo.

Por ejemplo, los sectores de menores recursos se ven más afectados por la dinámica de los precios de alimentos y bebidas que el resto de la sociedad, ya que destinan una mayor porción de su ingreso a satisfacer estos consumos básicos e indispensables. En cambio, las familias de los deciles más altos de la distribución del ingreso gastan más en artículos para el hogar, educación y esparcimiento, entre otros. Partiendo de estas diferencias, y utilizando la Encuesta Nacional de Gastos de los Hogares (ENGHo) que publicó el INDEC para 2017-2018, efectuamos un acercamiento a la inflación de distintos sectores sociales -considerando no solo los niveles de ingresos, sino también las heterogeneidades regionales-

En 2021 observamos que la inflación en los deciles más bajos de la distribución del ingreso fue levemente menos a la de los deciles superiores. En nuestro ejercicio, para los cuatro deciles de ingresos más bajos la inflación se ubicó en torno a 50%, debido a que las subas en muchos servicios -principalmente educación, salud, entretenimiento y turismo-, que representan una menor porción del consumo de estos hogares, fueron superiores a los significativos incrementos en alimentos concentrados en los primeros meses del año. Por su parte, esto implicó -junto al avance de algunos bienes no esenciales- que la inflación alcance 52,5% para el decil 10.

De todos modos, analizar únicamente la dinámica de los precios resulta incompleto a la hora de pensar en la evolución del poder adquisitivo. En este sentido, a través de la Encuesta Permanente de Hogares (EPH) y el Indice de Salarios de INDEC, construimos un indicador salarial en función de la estructura del empleo en cada decil de ingresos. El objetivo es tener en cuenta el hecho que la distribución de las distintas modalidades de empleo (asalariados formales, asalariados informales, cuentapropistas) no es uniforme a lo largo de la pirámide de ingresos, pudiendo generar distintas dinámicas a lo largo de los sectores sociales.

Así, hallamos que en diciembre 2021, el salario asociado a los hogares de mayores ingresos creció alrededor de 10 p.p. interanual por encima de aquellos vinculados a los de menores recursos. Esto se explica principalmente porque la preponderancia de trabajadores informales -cuyos salarios crecieron 40% en el año, 10 p.p. por debajo de la inflación- y cuentapropistas -para los cuales asumimos mejoras superiores a los informales, pero inferiores a los de trabajadores bajo paritarias- va disminuyendo conforme se incrementan los deciles de ingreso. Lo inverso ocurre con la relevancia de los trabajadores formales. El siguiente gráfico refleja también el deterioro del poder adquisitivo de la mayoría de los deciles de ingresos al cierre del año pasado.

Estos números empeoran si consideramos la variación promedio del año. En este caso, la pérdida real trepa a casi 5% en promedio para el estrato bajo – representado por los primeros cuatro deciles- y se ubica en la zona de -3% para los estratos más altos. En cualquier caso, se observa que incluso cuando la inflación perjudicó menos a los primeros, estos fueron quienes igualmente sufrieron el mayor golpe en el ingreso laboral real durante 2021.

El rol de la recuperación del mercado laboral

En la sección anterior vimos que los salarios informales y los ingresos de cuentapropistas -que se concentran en los deciles más bajos de la distribución del ingreso- sufrieron una pérdida real superior a la de los asalariados formales, que tienen mayor preponderancia en los deciles superiores. No obstante, cuando se analiza la dinámica real de los ingresos totales según la escala del ingreso per cápita familiar, se observa que la mayor recuperación real se evidenció en los deciles más bajos.

Esto se explica porque en la masa de ingresos provenientes de la ocupación en los hogares no sólo importan los “precios” (salarios) sino también las “cantidades” (puestos de trabajo). Y en este sentido, la fuerte recuperación de la tasa de ocupación -que estuvo mayormente explicada por los puestos asalariados informales y cuentapropistas perdidos durante la pandemia (casi el 40% de los trabajadores de los primeros cuatro deciles de ingreso trabaja por su cuenta)- es lo que explica este fenómeno. De hecho, en paralelo también se observó que la tasa de dependencia (cantidad de no perceptores por cada 100 perceptores) se redujo casi 10% i.a., contrastando con el fuerte deterioro sufrido por el empleo informal y cuentapropismo durante los meses más restrictivos de la cuarentena en 2020.

En este sentido, también cabe destacar que esta dinámica observada en los ingresos reales por decil se explica prácticamente en su totalidad por la evolución del mercado de trabajo. La performance de los ingresos no laborales (tales como asignaciones de todo tipo, jubilaciones y pensiones, diversos programas de estímulo al estudio o al trabajo), que son más relevantes en los presupuestos de los hogares de los deciles más bajos y fueron muy importantes en 2020,no tuvo una incidencia relevante. De hecho, si bien todavía restan publicarse los datos del último cuarto del año, la evidencia acumulada al tercer trimestre sugiere que crecieron nominalmente por debajo del 20% i.a. (frente a un incremento superior al 70% en el caso de la masa de ingresos laborales), muy lejos de ayudar a una recuperación del poder adquisitivo en cualquier parte de la escala de ingresos.

Perspectivas en el corto plazo

Las tendencias mencionadas se habrán sostenido durante el último trimestre del año pasado, pero resulta importante pensar las posibles trayectorias en el comienzo de 2022. En este sentido, la aceleración en los precios de los alimentos en enero -que posiblemente se extienda a febrero- podrían erosionar la “progresividad” de la inflación observada en los últimos meses, a lo que se le sumaría el impacto del posible incremento de tarifas, cuya segmentación podría incidir con mayor fuerza en la Región GBA.

En cualquier caso, quienes tienen mayores mecanismos para afrontar de mejor forma una eventual aceleración de la inflación son los trabajadores registrados, a través de las negociaciones paritarias. Esto favorecería comparativamente a los deciles de ingresos más altos -7 de cada 10 son empleados formales-, quienes podrán sostener el salario real, amplificando las diferencias del último año, exhibidas en la primera sección.

Entonces, cabe preguntarse si la recuperación de la ocupación -que estimamos que perderá fuerza en 2022- continuará alcanzando para compensar esta dinámica. Aquí, aparecen más sombras que luces, ya estimamos que el margen para absorber empleo es acotado, por lo que prevemos una continuidad en el aumento del cuentapropismo en los próximos meses. Asimismo, los ingresos no laborales también tendrán un techo: las jubilaciones sólo podrían revertir parte del deterioro acumulado si la inflación no se acelera significativamente, y en lo que respecta al resto de las transferencias del gobierno, por el sendero de consolidación fiscal trazado difícilmente pueda existir un impulso real significativo.

Para cerrar, resta mencionar que el arrastre favorable del salario real del año pasado permitirá que este indicador se mantenga positivo para una parte de la sociedad a comienzos de 2022 y que la continuidad de esta trayectoria dependerá del resultado de las paritarias.

Los salarios de la economía, por cuarto año en rojo

¿Cómo cerraron el año los salarios de la economía?

El INDEC informó que los salarios de la economía crecieron 2,6% en diciembre. Esta dinámica se correspondió a un avance de 5,8% del salario no registrado y un 1,9% de los salarios registrados. -dentro de los cuales se destacaron los trabajadores públicos (+2,7%) en contraposición a los privados (+1,4%)-. Solamente el primer grupo de los mencionados logró superar la inflación del mes, que rozó 4%.

De este modo, la comparación interanual arrojó un avance de 53,4% para el total de los salarios, lo que implica un crecimiento de 1,6% en términos reales en el “punta a punta”. Se destacó el incremento de los trabajadores registrados del sector público (58,6% , 3,7% en términos reales) y privado (55,3%, 2,9% descontando el avance de los precios). Sin embargo, los trabajadores informales apenas superaron el 40% en la comparación interanual (una merma de casi 7% del poder adquisitivo).

Pese a esta dinámica positiva para el total de la economía, en el promedio anual, el poder adquisitivo del salario cayó 3,5% (2,7% en el caso de los trabajadores registrados y más de 7% en los informales), anotando el cuarto año en rojo de forma consecutiva. En 2021, esto fue la consecuencia de una fuerte aceleración inflacionaria a comienzos de año que, elevó tarde la pauta salarial y debido a la naturaleza de las paritarias por tramo impactó más durante la segunda mitad del año en los ingresos laborales.

Esto es válido para el caso de los trabajadores registrados, beneficiados por las paritarias. En el caso de los trabajadores informales, la lenta activación de muchos servicios -que usualmente tienen más puestos de trabajo en estas condiciones- a lo largo de buen parte del año complicó las posibilidades de estas personas.

¿Qué esperamos para 2022?

Las expectativas para el presente año son elevadas en tanto hay mucho camino por recuperar. El mandato de “poner plata en el bolsillo de la gente” no habría sido cumplido en lo que respecta a los ingresos laborales: entre 2020 y 2021 el salario real cedió 7%, un golpe poco homogéneo hacia el interior de los trabajadores: 5,8% cayó el poder adquisitivo de los trabajadores registrados y 12% en el caso de los que no lo son.

Para el caso de los trabajadores registrados, la buena noticia es que la mencionada mejora punta tiene un efecto arrastre sobre 2022: los primeros meses del año, al menos, el salario real continuará exhibiendo una mejora en la comparación interanual, aunque la magnitud se irá moderando rápidamente debido a una inflación esperada que superará 15% en el primer cuatrimestre del año.

En este sentido, consideramos que la dinámica del salario real en los próximos meses es un aspecto clave para entender la nominalidad del año. En primer lugar, se debe recordar que muchas de las paritarias de 2021 cerraron aumentos para el inicio de este año, o bien renegociaron incrementos sobre la base del acuerdo previo. Este mecanismo impondrá un piso en diversos acuerdos sobre los cuales se “montará” la paritaria correspondiente a este año, cuya pauta se ubica en la zona del 40% según el gobierno dejando, de piso, incrementos salariales más cercanos al 45-50% que al objetivo oficial.

Estos valores, más cercanos a la expectativa de inflación, pueden ser incluso mayores en tanto la aceleración de la inflación sea más abrupta en los próximos meses. Más aún, dependerá de la percepción de esa aceleración ¿es sostenida e implica subir un escalón más de nominalidad? ¿es únicamente el efecto de marzo y de aumentos tarifarios? En cualquier caso, esto hará que se revise la pauta paritaria oficial y sea todavía mayor en tanto se prevea una pérdida del poder adquisitivo más significativa. En este escenario, la mayor nominalidad vuelve más “rígida” la inflación por encima del 50% anual.

A grandes rasgos, esto es lo que sucedió el año pasado, con la diferencia que entonces había dos ingredientes que jugaban a favor, el atraso cambiario y tarifario. Es evidente que la autoridad monetaria no podrá planchar el dólar en la segunda mitad del año -tal como lo hizo en 2021 durante el semestre electoral-, a la vez que las correcciones tarifarias también incidirán de forma más activa en el nivel de precios este año.

Sin embargo, dado que los salarios comenzarán el año con el pie derecho -dado el mencionado arrastre del cierre de 2021- esperamos una recuperación del salario real del sector formal en la zona de 1,5% en el promedio anual. No alcanzará para ni siquiera recuperar lo perdido el año pasado pero cortará una racha de cuatro años consecutivos en rojo.

El mercado de trabajo también recupera niveles pre-pandemia

Durante el tercer trimestre de este año, la tasa de actividad alcanzó el 46,7% y la tasa de empleo 42,9% de la población total. Al mismo tiempo, la tasa de desempleo fue de 8,2% de la Población Económicamente Activa (PEA), alcanzando a más de 1,1 millones de personas en los 31 aglomerados urbanos donde se releva la Encuesta Permanente de Hogares (EPH).

De esta manera, frente a igual trimestre de 2020, la tasa de empleo aumentó 5,5 p.p. mientras que la tasa de desocupación cayó 3,5 p.p. Esto es un resultado esperable: la lenta y geográficamente heterogénea salida de las restricciones en el tercer trimestre de 2020 arrojó un crecimiento de la actividad económica de casi 12% en la comparación interanual, lo que tuvo su correlato en las principales variables del mercado de trabajo.

En este sentido, el impacto de la recuperación de la economía en el mercado laboral viene por el lado de los informales y el cuentapropismo. Si comparamos con el primer semestre del año, el crecimiento de 3,6% del PBI (desestacionalizado) durante el tercer trimestre generó más de 420 mil puestos de trabajo, de los cuales sólo 1 de 4 estaba enmarcado dentro de los asalariados formales.

Buena parte de esta dinámica está vinculada al fin de restricciones en muchas actividades comerciales, un sector típicamente asociado a una mayor informalidad: casi la mitad de la mejora del empleo se explica por este sector. Sin embargo, también se relaciona con que las modalidades de trabajo más precarias son las que más sufrieron no solamente la pandemia sino la dinámica post-PASO 2019. Si miramos el comportamiento del empleo desde entonces, encontramos lo inverso: 3 de cada 4 de los 470 mil empleos creados son asalariados formales.

Esto sugiere que el ritmo del mercado laboral seguirá siendo marcado por los asalariados informales (+34,5% i.a.), cuyo nivel se encuentra 5% debajo del promedio de 2019 y el cuentapropismo (+13,9% i.a.), que si bien exhibe una mejora de casi 10% en relación a 2019, es una tendencia global impulsada por las nuevas tecnologías y exacerbada, en nuestro país, por la necesidad de apuntalar los ingresos reales familiares.

¿Qué esperamos para los próximos meses?

En el último trimestre del año se mantendrá la tendencia iniciada con la recuperación de la economía. Por un lado, la participación en el mercado continuará subiendo producto de mayores posibilidades y un bajo impacto de Coronavirus en el país. Asimismo, el empleo seguirá mejorando de la mano de un creciente cuentapropismo (en niveles record) y la informalidad. El empleo de calidad, los asalariados del sector privado, tendrá un desempeño más acotado en el último tramo del año.

Por el lado del desempleo, esperamos que las tasas de un dígito se mantengan. Si bien este indicador puede parecer “bajo” dada la situación económica de los últimos años, también muestra el por qué de, a diferencia de décadas atrás, tener un trabajo no es sinónimo de estabilidad o mantenerse fuera de la pobreza: puede ser simplemente una actividad que permite ingresos adicionales en una familia ante el continuo deterioro del poder adquisitivo. Los avances tecnológicos y la reconfiguración de la sociedad corren el eje empleo-desempleo a una discusión asociada a la calidad del trabajo.

Tres factores impulsan la recuperación del empleo formal en los últimos dos años

El empleo asalariado privado en 2020-21, únicamente impulsado por la industria

Según los datos del Sistema Integrado Previsional Argentino (SIPA), durante septiembre el empleo formal exhibió un incremento de 3% i.a., lo que implica que el empleo registrado aumentó en más de 360 mil trabajadores respecto de septiembre de 2020.

De esta forma, el empleo registrado ya recuperó el deterioro ocasionado por la pandemia/cuarentena: el indicador -en términos desestacionalizados- exhibe una mejora de 1% en relación a diciembre de 2019 y volvió a los niveles de empleo formal cercanos a los de 2018.

Una inspección más detallada muestra que esta dinámica es impulsada por los trabajadores por cuenta propia formales – monotributistas, autónomos y monotributistas sociales- que exhiben un crecimiento de 4,2% i.a., y los asalariados del sector público, con un avance de 3,2% i.a. Estas modalidades son las que explican la totalidad la mejora del empleo formal en 2020-21: en relación a diciembre de 2019, aumentaron más de 5% y 3% respectivamente, más que compensando la caída de 1,5% en el empleo asalariado privado y de casas particulares.

De hecho, los asalariados del sector privado todavía están rezagados: si bien en septiembre crecieron 2,4% i.a. (mejora que se corresponde con 140 mil puestos de trabajo más en relación a igual mes del año pasado) aún no recuperaron uno de cada tres puestos destruidos durante los primeros ocho meses de 2020.

Haciendo foco en este grupo -que representa la mitad del empleo formal- encontramos también algunas heterogeneidades. La más significativa es la que refleja las distintas velocidades en la recuperación del empleo en las ramas productoras de bienes respecto a los servicios.

En el primer caso, aumentaron en 5,3% i.a. (100 mil empleos) en septiembre y ya recuperaron todo el terreno perdido durante los primeros ocho meses del 2020. Por el contrario, los asalariados privados en sectores productores de Servicios aumentaron cerca de 1% i.a. (casi 40 mil empleos) y apenas recompusieron uno de cada tres puestos de trabajo perdidos en durante el período enero-agosto del año pasado. Esta discrepancia también tiene su correlato en la actividad económica: al noveno mes del año la producción de Bienes se ubicaba 6,5% por encima del cierre de 2019, mientras que los Servicios mostraban un leve decremento (-0,2%) respecto a dicho período.

Un “zoom” adicional en los sectores productores de Bienes, sugiere que la recuperación en el empleo formal en la industria -que representa más de la mitad de los empleos de estas ramas y 1 de cada 5 puestos de trabajos asalariados formales del sector privado- es el principal factor que explica este fenómeno: sin contabilizar este importante sector, todavía quedan por consolidarse 20 mil puestos de trabajo adicionales -concentrados en la construcción- para volver a los niveles del cierre de 2019. Esto también se observa al analizar la dinámica de la actividad, ya que la Industria opera más de 10% de la previa al cambio de gobierno, triplicando el dinamismo del resto de las ramas productoras de Bienes.

No aparece un cambio de tendencia a lo observado en la última década

Ya mencionamos que los trabajadores por cuenta propia formales -fundamentalmente monotributo-, los trabajadores públicos y el empleo asalariado industrial -especialmente la industria alimenticia, automotriz y en la fabricación de plásticos, maquinaria, electrodomésticos y tecnología- explican la totalidad del crecimiento, pandemia mediante, del empleo formal en los últimos dos años.

No obstante, cuando reagrupamos las categorías para mirar la película con mayor extensión temporal, notamos que la tendencia de los últimos años fue la de un crecimiento del empleo registrado impulsado fundamentalmente por el cuentapropismo formal y los asalariados públicos no se alteró, lo cual es indicativo de que persiste la dificultad para generar empleo asalariado privado registrado.

De hecho, el empleo asalariado privado -que no sólo es el que cuenta con mayores protecciones laborales sino también el que en mayor medida es el que permite financiar el régimen previsional de reparto- continuó perdiendo participación en el total de trabajadores registrados: a fin de 2012 representaba 55% del total, a fin de 2015 un 52%, a fin de 2019 un 49% y a septiembre de este año, 48%.

El empleo asalariado público, por su parte, pasó de representar el 30% del empleo asalariado formal total en 2012 a 36% en la actualidad. La pregunta en este sentido es si la creación de puestos de trabajo directos por parte del Estado es “genuina” -en el sentido que se incrementa la provisión de bienes y servicios por parte del sector público- o si constituye una de las formas más accesibles para buena parte de la sociedad de acceder al empleo registrado.

La evidencia sugiere una constante absorción de trabajadores a lo largo de toda la última década: el 60% del aumento en el empleo registrado total en 2013-2021 es explicado por asalariados públicos (los asalariados privados registrados cayeron en el mismo lapso), dando alguna cuenta de que esta modalidad en parte mitigó los impactos que los ciclos económicos tuvieron en el mercado laboral.

Por otro lado, también cabe señalar que la expansión del cuentapropismo esconde una importante heterogeneidad en tanto está compuesta por un avance del 10% del monotributo social, asociada a trabajadores de las categorías más bajas.

¿Qué esperamos para los próximos meses?

De cara a lo que resta del año y el entrante, prevemos que el dinamismo del cuentapropismo y los asalariados públicos siga su curso, traccionando el empleo formal. Por otro lado, si bien esperamos que la industria opere con más vaivenes, no creemos que esta dinámica afecte su rol de creador de empleo, al menos durante los próximos meses.

No obstante, sobre el resto de las actividades económicas todavía descansan algunos interrogantes. En primer lugar, esperamos que exista una expansión producto del fin de las limitaciones de capacidad/aforo en rubros vinculados a la gastronomía, entretenimiento y turismo durante el cierre del año y que esta dinámica continúe en los meses de verano.

Por otra parte, la velocidad de la recuperación de los puestos de trabajos registrados a los niveles pre-pandemia no sólo dependerá de que tanto se mantiene la tasa de formalidad -en sectores típicamente más informales- en un contexto de lenta disipación de la incertidumbre, sino también de lo que ocurra con el poder adquisitivo. En este sentido, de verificarse las proyecciones del Relevamiento de Expectativas de Mercado (REM) efectuadas por el BCRA para los próximos meses, difícilmente el salario real logre continuar la marcada recuperación iniciada en el segundo semestre de este año en el mediano plazo, pudiendo afectar, de esta manera y en mayor medida, al consumo de los rubros de servicios antes mencionados.

En definitiva, el empleo registrado posiblemente cierre el próximo año en línea con el nivel alcanzando a lo largo de 2018 pero este fenómeno guardará más relación con la “vuelta a la normalidad”, un mayor alcance del empleo público y difusión más extendida del cuentapropismo formal.

Clase media empobrecida

Una persona es pobre si vive en un hogar que no cubre una canasta básica

En Argentina la pobreza se calcula utilizando el método del ingreso. La metodología busca establecer si los hogares cuentan con dinero suficiente para cubrir una canasta de alimentos capaz de satisfacer un umbral mínimo de necesidades energéticas y proteicas. Los hogares que no superan esa línea son considerados indigentes. Asimismo, la línea de pobreza extiende el umbral para incluir no sólo los consumos alimenticios mínimos sino también otros consumos básicos. La suma de ambos conforma la línea de pobreza.

La valorización de esta canasta depende de los integrantes del hogar, pero también de sus características etarias y de su composición de género. Un hombre adulto necesita consumir más calorías que una mujer y ésta más que un niño. Cada hogar necesita cubrir una canasta distinta y por lo tanto, enfrenta una línea de pobreza propia. Para calcular el porcentaje de personas pobres el INDEC contrasta la línea de cada hogar con su respectivo nivel de ingresos y, si estos superan el referido umbral, el hogar no se considera pobre. Si, por el contrario, los ingresos son inferiores a la línea de pobreza de ese hogar, todos sus integrantes sí lo serán.

Los actuales niveles de pobreza pueden no ser el techo

Sabemos que durante el primer semestre del año el 41% de las personas eran pobres, pero en términos de su capacidad de consumo es relevante saber si su ingreso está cerca de la línea de pobreza o lejos. Para analizar cuál es la distancia entre ambas variables calculamos la distribución de personas de acuerdo al diferencial entre ingresos y línea de pobreza del hogar en el que habitan. De esta manera, sabemos que el 2.4% de las personas viven en hogares que apenas tienen un ingreso 5% superior a su línea de pobreza.

Observamos que un aumento de los precios de 10% aumentaría la pobreza en 6%. Por el contrario, un incremento de los ingresos 10 puntos superior al de los precios reduciría la pobreza en 6%. Los riesgos no son simétricos y, dada la cantidad de precios que mantienen hoy un valor artificial producto de imposiciones del gobierno (productos de consumo masivo, bienes transables que siguen la evolución de un tipo de cambio apreciado, servicios privados cuyo precio está controlado por el gobierno, servicios públicos congelados, etc.), es probable que el diferencial entre ingresos y precios sea negativo una vez que estos controles se levanten.

Entender la situación de los hogares argentinos respecto a su cercanía con la línea de pobreza es importante porque habla de su capacidad de consumo, pero nada dice respecto a sus pautas y deseos. Un hogar puede no ser pobre y tener ingresos para consumir bienes no esenciales, pero en qué los gastará depende de su nivel socioeconómico (NSE).

Clase media empobrecida

La mirada que hace foco sobre la línea de pobreza y la que se concentra en los niveles socioeconómicos son complementarias. La primera habla de las capacidades materiales de un hogar, la otra de sus pautas de consumo y su capital humano. En el uso de ambos enfoques al mismo tiempo es que encontramos análisis que nos pueden ayudar en el proceso de toma de decisiones.

El NSE es un proxy del tipo de consumidor y una variable a seguir por parte de las empresas. Un hogar ABC1 es típicamente un hogar con un alto nivel educativo, cuyo principal sostén es un empleado en relación de dependencia en un puesto jerárquico que vive solo o en un hogar en el que hay un segundo individuo con ingresos y, en algunos casos, un menor. En el otro extremo del espectro aparecen los hogares D2E, cuyas características son diametralmente opuestas. Hogares con un solo aportante de ingresos, cuyo principal sostén tiene un bajo nivel educativo y su fuente de ingresos es informal e intermitente. Típicamente los hogares C2, C3 y D1 son considerados clase media alta, típica e inferior respectivamente.

Lo normal es que un hogar D2E sea pobre y uno ABC1 no lo sea, pero en la clase media es donde encontramos un mix interesante. Durante el cuarto trimestre de 2017, previo a la crisis del gobierno anterior, solo el 14% de los hogares de clase media era pobre. Ese número más que se duplicó con las crisis de 2018, la de 2019 y la cuarentena de 2020 y, para el primer trimestre, de 2021 (últimos datos disponibles), el 33% de hogares de clase media fueron pobres.

Conclusión

Hay una nueva tensión entre lo que una buena parte de la clase media quiere y está acostumbrada (enfoque NSE) y lo que puede (enfoque línea de pobreza). Los cambios en precios relativos (ingresos versus línea de pobreza) determinarán la dirección que tome la pobreza de las distintas clases sociales, pero el riesgo de que el 40% de pobreza de la población general, y el 33% de clase media, no sea el techo es alto. Una situación delicada como la expuesta solo es reversible en la medida que se adopten las políticas económicas, sociales, demográficas y sanitarias de largo plazo necesarias para una reducción sostenida – y sostenible – de la pobreza.

La recuperación del segundo semestre y el salario real

El salario real volverá a caer en 2021

Entre 2018 y 2020, el salario real de los trabajadores formales retrocedió casi 17%. Esto fue el resultado, en primer lugar, de paritarias que no anticiparon aceleraciones inflacionarias y corrieron detrás del avance de los precios. En segundo lugar, la irrupción de la pandemia y su consecuente impacto en el mercado laboral también condicionó la recuperación del salario real: la inédita caída de actividad entre abril y agosto del año pasado, junto a un elevado nivel de incertidumbre, implicó que muchos gremios prioricen la preservación de los puestos de trabajo y posterguen las negociaciones paritarias. Pero como los precios no desaceleraron su dinámica de forma tan abrupta, la consecuencia en 2020 fue la profundización la pérdida del poder adquisitivo de los salarios.

De esta forma fue que entramos a 2021. Si bien durante los primeros cuatro meses los precios (+17,6%) crecieron levemente por debajo de los salarios formales (+18,1%), esta ganancia fue claramente insuficiente para revertir el deterioro acumulado en el cierre del año pasado. La dificultad para encauzar la inflación -que promedió 4% en los primeros 5 meses del año, condicionando la nominalidad del Presupuesto- motivó que, llegada la mitad del año, la pauta salarial del 30% propuesta por el oficialismo resulte exigua para recomponer el poder adquisitivo. De hecho, el salario formal real cerró la primera mitad del año con una caída promedio de casi 7% i.a.

Considerando esta situación y con vistas a las elecciones, el gobierno, a través de paritarias de trabajadores públicos, validó aumentos del orden del 40-45%, suscitando también la revisión de las paritarias ya firmadas. Sin embargo, este piso salarial más alto escondía -como es habitual en los últimos años- incrementos escalonados distribuidos a lo largo del segundo semestre del año y comienzos del próximo. Esta dinámica, junto a una lenta desaceleración de la inflación -solo en agosto fue menor al 3%- implicará una magra recuperación, cercana a 1% i.a. del poder adquisitivo en el segundo semestre, pero que no compensará el deterioro acumulado en la primera parte del año.

Como se observa en el gráfico, tanto sectorial como temporalmente el proceso fue bastante heterogéneo durante el año pasado y el actual. Las “esencialidad” de algunos sectores durante 2020, así como las diferentes velocidades de reaperturas de los mismos durante 2021, incidieron en la capacidad de negociación de los sindicatos a lo largo del período.

A modo de ejemplo, la mejora en Comercio comenzó a fines del año pasado y se espera que la de gastronómicos recién se materialice en el último trimestre del año. Por el contrario, rubros como el metalúrigco, mecánicos, madereros o trabajadores rurales tendrán una trayectoria más “suave” a lo largo de los dos años.

Un ejercicio simple que consiste en tomar el promedio simple de la evolución real del poder adquisitivo por convenio agrupado por bienes y servicios -en donde incluimos a la Construcción, que estuvo con restricciones operativas buena parte del 2020-. De este ejercicio se desprende que entre 2018 y 2019 el desempeño del poder adquisitivo de los trabajadores tendió a ser homogéneo, pero esta dinámica que se rompió con la irrupción de la pandemia: la recuperación del salario real de los gremios asociados a los bienes a finales del año pasado y principios del 2021 estuvo en línea con la vuelta a los niveles pre-pandemia de la actividad económica de estos sectores, pero esto no se replicó en los gremios asociados a los Servicios, que parecen mejorar en el cierre de este año, también en el momento que la actividad de estos rubros se recupera más fuertemente gracias a las reaperturas.

Esta tendencia se observa también en los precios: entre inicios de 2020 y junio 2021 los bienes crecieron más de 80% y los servicios privados “apenas” 60% pero, desde el pasado julio, estos últimos se vienen recuperando y esperamos acumulen una suba cercana a 25% en el semestre, 5 p.p. más que los bienes.

Este año el salario real formal cerrará el año con una caída promedio del orden del 3%, encadenando el cuarto rojo consecutivo, pero con una dinámica que habrá sido de menor a mayor. De hecho, en términos interanuales el salario real mostrará un crecimiento de casi 4% sobre fin de año, lo que deja un arrastre positivo para la recuperación en 2022.

En otro orden, vale destacar que la situación de los trabajadores informales. Este segmento del mercado laboral carece de las protecciones legales que velan por los puestos de trabajo, por lo que explicó la mayor parte tanto de la caída -con los cierres- como de la recuperación -con las reaperturas- de la tasa de empleo. De hecho, esperamos que para el cierre del año el nivel de empleo bajo esta modalidad prácticamente recupere los niveles pre-pandemia. Sin embargo, no poder acceder a los diversos ajustes por paritarias redundó en una pérdida del salario real superior al 5% en 2020, deterioro que prevemos se repita durante este año e implique una pérdida del poder adquisitivo que duplique la de los trabajadores formales. Esta fuente de heterogeneidad adicional es la que más impacta sobre la desigualdad y presiona por una mayor asistencia de parte del gobierno.

¿Qué pasará en 2022?

Gracias a la dinámica de la inflación (mayor en el primer semestre que en el segundo) y de los salarios (menor en el segundo semestre que en el primero), el salario real tendrá un efecto arrastre positivo para el año que viene, que además se apuntalará con los ajustes tardíos de la paritaria de este año. Además, las paritarias 2022 -ya sin las restricciones asociadas a la pandemia- tendrán incentivos a fijarse sobre una mayor nominalidad, en función de la dinámica inflacionaria de este año. Estos factores constituyen elementos importantes para sentar las bases para una recomposición del poder adquisitivo en 2022, después de 5 años.

Sin embargo, para que esto ocurra deben suceder, a grandes rasgos, dos cosas. La primera es evitar que la inflación vuelva a acelerarse respecto de los ya elevados niveles actuales, lo cual constituye un desafío no menor, habida cuenta de la presión que habrá sobre inicios del año que viene por el lado cambiario, tarifario y en menor medida consumo masivo (cuando finalice el congelamiento). La segunda, asociada a la primera, es que el gobierno no utilice de forma aislada la política salarial como ancla inflacionaria si la dinámica de precios vuelve a subir un escalón; esto sólo “desinflaría” los salarios más rápido que los precios, resultando en una dinámica similar a la de este año.

La palabra “aislada” en este último punto es importante porque refleja la necesidad cada vez más imperiosa de un programa antiinflacionario que sea transversal a la política económica. La continuidad del financiamiento monetario del déficit fiscal y de la continua acentuación de las restricciones cambiarias -con su impacto en la brecha y las expectativas de devaluación- son elementos que deberán considerarse, para que toda la política antiinflacionaria no recaiga únicamente en el control de los precios relativos -en general, salarios, tipo de cambio y tarifas.

El mercado de trabajo al ritmo de la economía

Dos lecturas al mercado de trabajo

Durante el segundo trimestre de este año, la tasa de actividad alcanzó el 45,9% y la tasa de empleo 41,5% de la población total. En tanto, la tasa de desempleo fue de 9,6% de la Población Económicamente Activa (PEA), alcanzando a casi de 1,3 millones de personas en los 31 aglomerados urbanos donde se releva la Encuesta Permanente de Hogares (EPH).

De esta manera, frente a igual trimestre de 2020, cuando comenzaron las restricciones más severas ante la irrupción de la pandemia, la tasa de empleo aumentó 8,1 p.p. mientras que la tasa de desocupación cayó más de 2 p.p.

La caída en la tasa de empleo en el segundo trimestre de 2020 estuvo explicada prácticamente en su totalidad por la dinámica del empleo asalariado no registrado y los cuentapropistas. Esto se explica por una menor posibilidad de realizar teletrabajo, mayor dependencia de la circulación para trabajar o bien por contar con menores protecciones legales (por ejemplo, ausencia de la prohibición de despidos). Asimismo, estos segmentos fueron los que traccionaron la mencionada recuperación -en la comparación interanual- de la tasa de empleo con el relajamiento de las restricciones.

Cabe recordar también que en ese momento la brusca caída en la tasa de empleo no se tradujo en un salto equivalente en la tasa de desempleo ya que por las mismas restricciones a la circulación y por las medidas de fortalecimiento de ingresos de los hogares no todos aquellos que no pudieron trabajar buscaron empleo activamente. En el mismo sentido, por la recuperación de los niveles de ocupación, la tasa de desempleo retornó a los niveles previos. De esta forma, las principales tasas del mercado laboral muestran valores similares a los que tenían antes del impacto de la pandemia.

Por otro lado, en la comparación respecto al primer trimestre del año encontramos un estancamiento en el nivel de empleo (observando la tasa y también la cantidad de personas). Esto va en línea con lo que sucedió con la actividad económica, que cayó en términos desestacionalizados frente a los primeros tres meses del año.

Al igual que sucedió en 2020, los asalariados informales y los cuentapropistas fueron los más afectados (cayeron más de 2% en forma conjunta), pero, como también se observó un alza en la cantidad de asalariados formales (más de 2%) en la comparación respecto al primer trimestre, la tasa de empleo se mantuvo estable. Asimismo, siempre en comparación con los primeros tres meses del año, encontramos cambios en la composición al interior de los ocupados: incremento de la población subocupada y ocupada demandante de empleo, dinámica que se asoció a una reducción de los ocupados plenos.

Por otra parte, en el segundo trimestre se redujo la tasa de desempleo respecto a los primeros tres meses del año -cuando se ubicó en 10,2%-. Dado que la cantidad de ocupados prácticamente no varió, la caída en la desocupación se tradujo en una merma en la tasa de actividad, que en la comparación intertrimestral cayó 0,4 p.p. Si bien las restricciones que se implementaron por la segunda ola de Covid-19 podrían haber inducido este efecto, habrá que esperar los próximos meses para ver cómo reacciona el mercado de trabajo con la continuidad de la recuperación de la economía.

¿Qué esperamos para los próximos meses?

La salida de la pandemia encuentra un débil mercado laboral. La recuperación del empleo se asoció a modalidades de mayor precariedad, algo vinculado a la necesidad de incorporar ingresos que apuntalen o complementen el poder adquisitivo de las familias. Esto cobra relevancia si tenemos en cuenta que durante el segundo trimestre la inflación fue bastante mayor a lo esperado, especialmente en lo que refiere a alimentos.

Por otro lado, los datos del segundo trimestre también reflejan que, la merma de la desocupación podría deberse a la retirada del mercado de trabajo de un grupo de personas. Esperamos que vuelvan en tanto la actividad repunte en lo que resta del año y amplifiquen el crecimiento del empleo.

El ingreso disponible es algo más que el salario real

El salario real caerá por cuarto año consecutivo

Al cierre del año pasado, la reapertura de actividades restringidas por la pandemia y la suba de los tipos de cambio paralelos marcaron una aceleración de la inflación que puso a los precios por delante en la carrera nominal. Desde entonces, estos les ganaron a los salarios, como venimos viendo desde hace algunos años: la inflación fue de 43,5% entre septiembre del año pasado y el último junio, período en el que los sueldos avanzaron menos de 40%.

Tomando nota de esta dinámica y con el semestre electoral por delante, hace algunos meses el gobierno convalidó una mayor nominalidad, propiciando incrementos salariales superiores a 40% a gremios de empleados estatales, bastante por encima de la pauta oficial original del 29%. Además, también alentó nuevos acuerdos paritarios de aquellos sindicatos que habían quedado “atados” a este número. Como estos aumentos suelen ser escalonados, buena parte de la mejora se hará notar en el bolsillo a lo largo de la segunda mitad del año cuando, producto del ancla cambiaria y tarifaria, se combinará con la desaceleración de la inflación -que pasará de un promedio mensual de 3,8% en la primera mitad del año menos de 3% en la segunda parte -. Esto implica que el salario formal real exhibirá una paulatina recuperación durante el segundo semestre del año, aunque no en una medida suficiente como para evitar que caiga en torno a 3% en el promedio anual, una cifra similar a la observada durante el 2020. Así, el salario real acumulará su cuarto año consecutivo en rojo y cerrará el año casi 6,5% por debajo del promedio de 2019, mostrando un nivel casi 20% inferior al de 2017.

¿Esta medida es suficiente para analizar la dinámica del consumo?

El salario formal real es un termómetro de la actividad económica y una referencia de fácil cálculo para analizar la posible evolución del consumo. No obstante, solo contempla la dinámica a la que está expuesta una de cada tres personas que posee ingresos y apenas la mitad de la masa total de ellos. Por este motivo, un análisis del poder de compra que solo considere esta variable es incompleto: también hay que mirar la dinámica de las jubilaciones, asignaciones y del nivel de empleo de las diversas modalidades.

Por otro lado, el IPC es el deflactor más utilizado para medir el salario real. Sin embargo, la inflación a la que se enfrenta cada hogar lejos está de ser homogénea. Por caso, una pareja de jubilados, que gastan más en salud, tiene una inflación diferente a la de un soltero joven que alquila, que destina una mayor proporción de su gasto a servicios -vivienda y esparcimiento-. Si miramos la inflación a la que se enfrentan una familia de clase alta -que gasta más en servicios y bienes no esenciales- y un hogar de bajos ingresos -que consume una mayor proporción de alimentos y servicios básicos- también queda claro que los cambios en precios relativos, como aumentos de tarifas o saltos del tipo de cambio, afectan su poder adquisitivo de manera diferente. Al mismo tiempo, parte del consumo de los hogares es ineludible -o inelástico- como alquileres, expensas, educación, salud o servicios públicos. Por lo tanto, cambios en precios relativos que afecten a estos productos podrían reducir la capacidad de compra del resto de bienes y servicios.

Esta última dimensión sirve para, junto a la estructura de ingresos y gastos de los hogares, construir el Ingreso Disponible Ecolatina (IDE). Este indicador refleja la masa de recursos que puede ser destinada al consumo de bienes y servicios que no comprenden los mencionados gastos ineludibles.

Como se puede ver en el gráfico, este indicador fue golpeado en mayor medida que el salario real con la crisis iniciada en 2018, ya que la aceleración de la inflación afectó significativamente al poder adquisitivo de las jubilaciones y de los ingresos de trabajadores informales y cuentapropistas. Al inicio de la pandemia, el IDE alcanzó un piso cuando la pérdida de empleo afectó especialmente a estos sectores, algo que aparece mucho más “suavizado” en el caso del salario formal real, que únicamente padeció la postergación de unos meses de las paritarias.

De este modo, el IDE cayó más de 8% durante 2020, mostrando una evolución más en línea con el consumo privado, que se desplomó casi 14% (mientras el poder adquisitivo del salario formal se deterioraba ‘apenas’ 3,3%). Para 2021, esperamos que, a diferencia del salario real, el IDE se recupere en el promedio anual (alrededor de 2%), mostrando nuevamente una dinámica más parecida a la del consumo privado, que crecería alrededor de 7%. El hecho que el IDE capte la recuperación del empleo y los ajustes -y bonos- de jubilaciones y asignaciones ayudan a que este indicador exhiba una mejora, a diferencia de lo que sucedería con el salario real.

Más allá del Ingreso Disponible

Para completar este análisis, falta un factor relevante que traccionará el consumo en 2021 por fuera de la mejora del ingreso disponible: los impulsos electorales no vinculados a la masa de ingresos. Medidas como Ahora 12 -y la no menor incorporación de su versión extendida, en 24 o hasta 30 cuotas fijas- y otros créditos blandos buscan apuntalar la recuperación de la demanda en la previa de los comicios. Si bien estos programas no son captados por la metodología del IDE, este nos permite identificar que los sectores medios -típicamente asociados a los hogares C2 y C3- son los principales objetivos de estas políticas, ya que representan más de la mitad del mercado de los bienes susceptibles de ser adquiridos a través del programa Ahora 12 -electrodomésticos, tecnología, indumentaria, bicicletas, muebles-.

Por otro lado, si bien los montos que canaliza Ahora 12 son muy variables, tienen un claro patrón: en épocas en que el costo real del financiamiento es negativo, hay rápidas escaladas del tipo de cambio o una marcada incertidumbre sobre la inflación futura, el consumo se vuelca a durables en detrimento del mercado de consumo masivo. De este modo, este tipo de medidas será efectiva para la demanda de durables, aunque no necesariamente impulsará en la misma proporción al consumo en general, ya que podría alentar la mencionada sustitución.

¿Qué podemos esperar después de las elecciones?

La negociación con el FMI en los primeros meses del año entrante pondrá sobre la mesa la necesidad de corregir, al menos parcialmente, el atraso tarifario. Además, incluso si el acuerdo no precisa acciones específicas respecto del mercado cambiario, creemos probable que el BCRA acortaría la distancia que existe hoy entre el ritmo de depreciación del tipo de cambio y la inflación -tal como lo hizo a comienzos de año- para evitar tensiones sobre la brecha cambiaria.

Estos ingredientes, sumados a una inercia inflacionaria que será apenas inferior al 3% en lo que resta del año, harán que la inflación de 2021 finalice en torno al 47%. En este sentido, sostener una tasa real negativa en los programas de financiamiento ofrecidos -lógica a la cual podríamos incorporar el programa PreViaje, destinado a impulsar el gasto en turismo-, continuará incentivando el consumo de bienes y servicios que no pertenezcan al segmento del consumo masivo. No obstante, la expansión de la informalidad y el cuentapropismo, modalidades asociadas a niveles de ingresos más bajos, podrían impulsar la parte del consumo masivo vinculado a las segundas y terceras marcas en el corto plazo.

En cualquier caso, prevemos que la recuperación del consumo privado se ubique cerca de 2% durante 2022 en tanto las restricciones sanitarias continúen relajándose. Este valor se ubicará levemente por encima del salario real (+1,8% como promedio anual) y algo debajo del IDE (+3%). La magnitud de esta expansión dependerá de la decisión de llevar adelante las correcciones de los desequilibrios macroeconómicos o la profundización del esquema actual a costa de mayores riesgos futuros.

Los salarios todavía no pueden pasar al frente en la carrera nominal

Será dificil de evitar una nueva caída del salario real durante 2021

Los salarios de la economía crecieron 2,3% durante junio, acumulando un incremento de 22,8% en el primer semestre. Al descontar el avance de los precios (+25,3%), encontramos que el poder adquisitivo retrocedió casi 2% durante la primera mitad del año.

Esta tendencia es algo heterogénea. Beneficiados por los reajustes a comienzos de año y una pauta paritaria más cercana a 40-45% que la planteada originalmente, los salarios registrados cayeron apenas 0,2% (compuesto por un aumento de 0,1% en el caso de los del sector privado y una caída de 0,8% para los públicos), contra un deterioro de casi 10% del salario informal.

Sin embargo, la comparación interanual de los salarios implica un deterioro de 6,3% i.a. en el promedio semestral y alcanza 6,7% en el caso de los trabajadores registrados, que tuvieron virtualmente suspendidas sus paritarias durante buena parte del año pasado. Pese a que esperamos que el efecto de mayores acuerdos salariales se profundice en el segundo semestre y que la inflación se desacelere hasta las elecciones, esta caída será difícil de revertir: el poder adquisitivo mostrará su cuarto retroceso al hilo en el promedio anual, marcando una pérdida cercana a 3% i.a. en 2021 y de más de 20% desde 2018.

No obstante, considerando que nuestras proyecciones para el salario registrado indican una mejora de casi 4% en la comparación punta a punta a fin de año, esta racha se podrá romper el año entrante siempre que no exista una sorpresa inflacionaria producto de una abrupta devaluación del tipo de cambio oficial o una profundización de la brecha cambiaria.

Una mirada de largo plazo

Como mencionamos, la tendencia del poder adquisitivo en los últimos años es preocupante. En el caso de los trabajadores registrados, este año el salario real se ubicará casi 20% por debajo del nivel de 2017, será aproximadamente 22,5% inferior al de 2015 y será un cuarto menor al de 2012, una década atrás.

Esta dinámica está en línea con lo que fueron los últimos diez años de estancamiento, donde sucesivas “olas” inflacionarias deterioraron el poder adquisitivo, alentando la dolarización e incrementando la incertidumbre sobre el devenir de la economía. Desde este punto de vista, se podrá argumentar que la salida de la pandemia y una ideal vuelta a un sendero de crecimiento marcará la gradual recuperación del poder adquisitivo.

Sin embargo, el camino puede no ser tan amable en el corto plazo. La profundización del atraso tarifario y cambiario -o un incremento en la brecha producto de mayores restricciones- son factores que presionarán la inflación en los años venideros, atentando contra la recuperación sostenida del salario real.

En este escenario, la recuperación de la actividad en la post-pandemia no parece ser una condición suficiente para que el poder adquisitivo de los trabajadores formales “pegue la vuelta” y, al menos en el corto plazo, distintos programas -de financiamiento, asistencia a familias- serán necesarios para sostener la recuperación del consumo privado.

PyMEdemia: Argentina, con menos empresas que hace diez años

En la primera mitad del año, tanto el consumo como la inversión mostraron algunas señales de reactivación. El primero, alentado por la recuperación de parte de los puestos de trabajo perdidos en 2020, y la segunda por la obra pública y el impulso privado a la construcción. A pesar de estas mejoras, la cantidad de empresas, una variable clave para pensar no sólo en el crecimiento actual, sino también en el futuro, no está logrando seguirle el paso.

Durante el año pasado, más de 20.000 empresas cerraron sus puertas, según los números de AFIP. De esta forma, la plaza total se redujo 4,2% y volvió a los niveles de 2008. En los últimos años, se observaron tres etapas bien diferenciadas en esta variable: entre 2003 y 2011, la cantidad de empresas del sector privado formal saltó 60%, ayudada principalmente por una economía pujante. Entre 2012 y 2018, el estancamiento del PBI tuvo en su correlato en la cantidad de firmas, que permaneció invariante. Finalmente, entre 2018 y 2019 cerraron cerca de 18.000 empresas netas (-3,9%).

La radiografía de las razones sociales es, como podría esperarse, tan amplia como dispar. Excluyendo del análisis a las firmas unipersonales (asociadas al cuentapropismo), más de la mitad del total emplea a menos de 25 trabajadores formales. Sin embargo, estas empresas explican menos de 1 de cada 3 empleos. A la vez, estas firmas pagan salarios un 35% más bajos que la media, que se encuentra “inflada” por las empresas grandes que remuneran mejor.

En el otro extremo, casi 1 de 4 trabajadores lo hace en firmas de más de 500 personas, quienes cobran un salario 50% por encima del promedio. Así, estas disparidades también se reflejan en la masa salarial: en el último marzo, las pequeñas empresas concentraron menos de un quinto de ésta, mientras que las grandes explicaron casi el 40%.

Por otro lado, sobresale que 3 de cada 4 empresas argentinas se desempeñan en servicios. Aunque a nivel agregado no hay diferencias significativas en el tamaño en relación con el otro sector de la economía, las productoras de bienes, sí hay algunas disparidades al analizar rubro por rubro. Por caso, las empresas dedicadas a la explotación de minas y canteras, al suministro de electricidad y gas y a la enseñanza tienen en promedio más de 75 trabajadores, mientras que, en el otro extremo, las empresas agropecuarias, comerciales y de servicios profesionales y personales cuentan con menos de 10 empleados formales por razón social.

Volviendo a la evolución del número de firmas, observamos que, en marzo, casi un año después del piso del nivel de actividad, las empresas netas no volvieron a crecer de manera significativa; por el contrario, su número sigue estancado en torno a 520.000. De esta forma, el saldo de la pandemia está siendo la pérdida de aproximadamente 20 mil unidades productivas (-4%), junto con la destrucción de 100 mil puestos formales de trabajo (-1,6%). El segmento más afectado son las proveedoras de servicios: el 95% de las firmas que cerraron pertenecían a este rubro, representando una caída de 5%. Más de la mitad de los cierres se concentró en empresas de comercio (-4,1%), transporte (-8,1%) y gastronomía y hotelería (-13,8%), casualmente, los rubros más golpeados por las restricciones. Por su parte, las empresas productoras de bienes se redujeron “solo” en 0,8%, mostrando una pérdida neta de 700 firmas.

Al igual que en el análisis sectorial, también hubo desempeños dispares en el impacto de la pandemia al comparar según tamaño de empresa. Mientras que las firmas de hasta 25 empleados formales se redujeron en un 4,2% -lo que implicó una caída de casi 4% del empleo en este segmento-, las razones sociales de más de 500 empleados apenas cayeron 0,4% i.a., marcando un avance de 0,7% en la nómina de trabajadores. Como se ve en el gráfico, parece haber una relación directa entre la performance durante los últimos meses y el tamaño de las firmas, evidenciando que las PyMEs fueron las que peor parte se llevaron.

Sea por sector o tamaño, la dinámica de las empresas es una buena caracterización del estado general del mercado laboral y sus desafíos en la pos-pandemia. Más de un año después del comienzo de la crisis sanitaria, la cantidad de empleadores del sector privado no muestra señales de recuperación, dejando en el camino a muchas de las firmas más vulnerables. Esto también sucede en el mercado de trabajo: si bien la dinámica del empleo formal privado parece no ser tan alarmante, el empleo informal -típicamente de mayor inestabilidad y menores ingresos- todavía se encuentra por debajo de los niveles del último trimestre de 2019, según la Encuesta Permanente de Hogares.

El empleo privado de calidad no se recuperará sensiblemente si no hay una creación neta de empresas relevante que lo permita antes. En la actualidad, la cantidad de firmas está en los niveles del primer año del primer gobierno de Cristina Fernández de Kirchner, y, si bien la cantidad de trabajadores creció un 6% desde entonces, la población habría saltado alrededor de 15% en el período, no alcanzando para absorber a todos los nuevos ingresantes al mercado laboral -las cifras de desempleo de entonces son poco fiables, de modo que no son comparables con las de hoy en día-. Sin un crecimiento sostenido de la cantidad de empresas, pequeñas, medianas y grandes, dedicadas a bienes y a servicios, es muy difícil proyectar una recuperación sostenida del empleo y la economía en nuestro país.

Ahora bien, y antes de cerrar, vale destacar que el stock de empresas es un buen indicador, no solo de la dinámica actual, sino, también, del futuro -y de qué esperamos los argentinos-. En una economía pujante con opciones de inversión, se abrirían empresas, en tanto el sector privado se mostraría dispuesto a asumir riesgos y emprender nuevos proyectos, confiando en su rentabilidad. Lamentablemente, la situación es la opuesta y el rebote de la pandemia pareciera ser eso: un rebote, que no se transformará en despegue.