Cae el desempleo y aumenta la participación en el mercado de trabajo: luces y sombras

Durante el segundo trimestre del año, la tasa de desempleo fue de 6,9% de la Población Económicamente Activa (PEA). Este dato no solamente implica un mínimo de los últimos años, sino que tiene lugar junto a una intensa participación en el mercado de trabajo: la PEA subió 5,3% i.a. y alcanzó 47,9% de la población de referencia (31 aglomerados urbanos, cerca de dos tercios del total del país), valor que representa el máximo desde que retomó la publicación del indicador.

El hecho que más personas formen parte del mercado de trabajo y que la tasa de desempleo haya sido baja tiene como resultado necesario un incremento del nivel de empleo, que subió 8,4% i.a.. Sin embargo, un zoom sobre esta variable refleja que los asalariados formales permanecieron estables en la comparación interanual (-0,1% i.a.) y que la expansión se debió fundamentalmente a los asalariados informales (+31,4% i.a.), mientras que los cuentapropistas también crecieron, pero en menor medida (+4,5% i.a.).

La primera lectura sugiere que la expansión del empleo tuvo lugar al mismo tiempo que se incorporaron a la PEA trabajadores que se insertaron mayormente en la informalidad. Parte de este efecto responde a que a lo largo del segundo trimestre del año pasado todavía quedaban vigentes algunas restricciones -fundamentalmente en servicios, más intensivos en trabajo informal- que podría sesgar el análisis producto de una baja base de comparación. Esta idea es sostenida al observar la expansión de más de 15% i.a. del empleo no calificado.

También resulta relevante notar que la mayor masa de trabajadores informales son los que más rezagados vienen en materia salarial. Esto podría haber devenido en que, para apuntalar los ingresos familiares, nuevos miembros de estos hogares se hayan integrado al mercado de trabajo a través de actividades por cuentapropia o en un contexto informal, alimentando este fenómeno.

Ampliando el horizonte

Para poner en perspectiva esta tendencia y evitar el “ruido” generado por la pandemia, realizaremos una comparación respecto al segundo trimestre de 2018, momento en el que el gobierno de Cambiemos comenzó a tener dificultades en el frente cambiario y que podemos identificar como el punto inicial de la crisis de balanza de pagos en la que está inmerso el país desde entonces.

Esencialmente, las preguntas a responder son las siguientes: ¿cuánto creció la participación de la población en el mercado de trabajo? ¿respondió el empleo a esta dinámica? Si es así, ¿por qué?

En primer lugar, la PEA avanzó 7,4% en estos cuatro años, evidenciando un crecimiento 4% superior al que hubiera correspondido al crecimiento poblacional. Esta mayor cantidad de gente fue absorbida por los puestos de trabajo: el empleo creció casi 10% en el período, más de 7% por encima del avance vegetativo de la población.

Sin embargo, el zoom en estos últimos nos muestra lo mismo que observamos para este año: el empleo formal apenas creció 1% si tenemos en cuenta el incremento de la población, por lo que la expansión estuvo asociada a los trabajadores informales y cuentapropistas, que crecieron casi 18% y 9% respectivamente por encima del crecimiento vegetativo.

Esta tendencia no nos debe sorprender. Pero no por la dinámica de la actividad económica, que se encuentra -ajustado por el crecimiento poblacional- levemente por debajo del nivel alcanzado en el segundo trimestre de 2018. El hecho que explica el masivo ingreso al mercado de trabajo tiene que ver con el constante y sostenido deterioro de los ingresos reales, que según la métrica utilizada se encuentran 15-20% por debajo.

El mercado laboral no se enfrenta a un problema de cantidades: en general, quien lo desea mayormente encuentra ocupación. El inconveniente es que muchos de ellos se ven con la necesidad de trabajar para sostener los ingresos de las familias, premisa bajo la cual dejan de lado la calidad de la ocupación. Esta decisión los vuelve doblemente vulnerables en tanto el contexto inflacionario continúa deteriorando el poder adquisitivo.

Es en este escenario que la mayor nominalidad de la economía profundizará en lo que queda del año -y el próximo- este fenómeno. Más aún, aquellos hogares que ya no puedan sostener sus ingresos con todos sus miembros trabajando tenderán al pluriempleo -en el último año las personas que declararon estar sobre ocupadas aumentaron casi 11%- y/o a depender más de la asistencia del Gobierno, que luce sin mucho margen en su objetivo en el marco del acuerdo con el FMI y la necesidad de controlar las expectativas.

Empleo público y cuentapropismo, los líderes de la recuperación del empleo formal

¿Qué aspectos del mercado laboral se destacan en la recuperación de la economía?

La recuperación de la actividad económica en la salida de la pandemia también tuvo su correlato en la dinámica del empleo. Sin embargo, así como dentro de la primera las heterogeneidades al interior están todavía asociadas a la rama sectorial, en el caso del trabajo las distintas modalidades dieron más matices al panorama del mercado laboral.

En este sentido, se debe destacar lo ocurrido con el sector registrado. Según el Sistema Integrado Previsional Argentino (SIPA) los puestos de trabajo formales vienen creciendo al 4,6% i.a. durante los primeros cinco meses del 2022 -último dato a mayo-, habiendo superado el nivel alcanzado en 2019, incluso levemente en términos poblacionales (+0,4%). Respecto a esto último, cabe recordar que anualmente la oferta de trabajo (individuos que salen al mercado en búsqueda de ingresos) tiende a expandirse en cerca de un 1%.

En cualquier caso, las heterogeneidades comienzan al desagregar a este conjunto. Esta tendencia es impulsada por dos modalidades: asalariados públicos y cuentapropistas -monotributistas, autónomos y monotributistas sociales-. En el caso de los primeros, el crecimiento interanual es de casi 3%, pero se destaca por no haber exhibido números en rojo durante la pandemia. Tal es así que el crecimiento respecto a 2019 es de 2,3% por encima del crecimiento poblacional.

Si bien los cuentapropistas sí sintieron el impacto de la pandemia, la recuperación -apuntalada también por la regularización de la asistencia social vía monotributo- muestra un avance de casi 10,2% considerando también el aumento de la población desde 2019.

Sin embargo, el empleo de calidad continúa golpeado

De todo esto se desprende que, incluso pese a los buenos números del empleo asalariado formal del sector privado durante los últimos meses (promedia una suba de 3,8% i.a. en 2022), esta modalidad -típicamente asociada con el empleo deseable, de calidad y mayor productividad- es la que más ha sufrido en los últimos años. En este sentido, si contemplamos también el avance poblacional, el deterioro es de casi 4% respecto a 2019 en los primeros cinco meses del año. Vale destacar que las medidas tendientes a proteger el empleo durante los meses de restricciones más severas han ayudado a que este desplome no sea mayor, aunque pagando un costo en términos de ingresos laborales: el salario real del sector privado cayó 1,5% en promedio en 2020.

Bienes vs Servicios

Dentro de esta modalidad también se puede observar parte del camino de la post-pandemia. Hasta el relajamiento de la gran mayoría de las restricciones a mediados del año pasado, el empleo en Bienes (4,7% i.a) había crecido más que aquel asociado a los Servicios (recién en mayo arrojó una variación interanual positiva). Sin embargo, mientras que en términos de actividad se revirtió esta tendencia, esto no ocurrió en términos del empleo: hacia mayo los Bienes experimentaron una suba de 4,7% i.a., contra la expansión de 3,3% i.a. de los segundos. Esta dinámica responde a la Construcción -un sector que estuvo fuertemente afectado por las restricciones a la movilidad-, que incrementó 16% i.a. su nómina de trabajadores formales. No obstante, si comparamos la dinámica respecto a 2019, el deterioro per-cápita del empleo formal es más pronunciado en los sectores productores de Bienes (-4,5% vs -3,4%).

Dado el peso específico de la Industria y del Comercio en nuestra economía y el rol que jugaron en la recuperación de la actividad durante 2021, vale la pena echar un vistazo hacia dentro de los mismos. El empleo industrial crece este año a un ritmo de 3,1% i.a., por debajo del comercio, que lo hace al 3,7% i.a. Sin embargo, la mejor performance relativa durante todo 2021 de estos sectores los ubica mejor que el promedio a la hora de realizar la comparación con la pre-pandemia: están 1,4% y 2,6% por debajo si tenemos en cuenta el crecimiento de la población. De este modo, no solamente la economía en general fue traccionada por el entramado industrial y los diversos incentivos al consumo -que también estimulan al comercio-, sino que también tuvo un impacto positivo en el empleo formal.

Este análisis del mundo laboral formal refleja ciertos matices que los números agregados esconden: desde 2020, el empleo público y el cuentapropismo han sido los baluartes del crecimiento del empleo. Si bien el empleo asalariado del sector privado muestra cierto vigor en los últimos meses, una mirada de mediano plazo lo muestra todavía muy por debajo de sus capacidades. Sin embargo, esto no debería sorprender: la economía se encuentra 0,2% por debajo del nivel per-cápita de 2019 y la incertidumbre actual, desencadenada en la esfera financiera, pero trasladándose a la economía real afectando las decisiones de consumo e inversión, impone un techo al crecimiento del empleo de calidad.

 

¿Y qué sucede con el empleo informal?

Indudablemente, los trabajadores no formales han sufrido el mayor golpe de la pandemia. Esencialmente, las rigideces del mercado laboral favorecen a los trabajadores registrados y hace pagar el costo del ajuste a quienes están fuera del circuito formal y, en general, tienen menos recursos económicos.

Si bien aún no se disponen de datos para el total del país, la Encuesta Permanente de Hogares (EPH) -que cubre aproximadamente dos tercios de la población con foco en la población urbana- resulta una referencia ineludible. Una inspección de los últimos datos arroja lo previsto: este sector fue el más afectado en términos de ingresos, pero al mismo tiempo lideraron la recuperación en términos de empleo. En este sentido, por la necesidad de no quedar inactivos ante la fuerte aceleración inflacionaria, se reincorporan al mercado laboral bajo esta modalidad. Con los últimos datos disponibles, se puede observar que con relación al primer trimestre de 2019 subieron 3,2% teniendo en cuenta el crecimiento poblacional, y 6,4% en términos absolutos.

Conclusiones finales

Si bien todavía solamente tenemos datos para los primeros tres meses de 2022, la tendencia no parece haberse modificado en la actualidad. De verificarse esta hipótesis, observaríamos que en los últimos tres años el empleo asalariado en el sector privado -tanto formal como informal- migró al cuentapropismo y al sector público.

Sin embargo, la absorción de estas modalidades podría no haber sido suficiente y estar incubando un efecto desaliento. Una pista de esta dinámica es que la Población Económicamente Activa (compuesta por la población que se encuentra buscando un empleo o posee uno) creció solo 0,5% entre 2021 y 2019, por debajo del crecimiento poblacional, una tendencia que se mantuvo en el primer trimestre de este año. La debilidad del sector privado para crear empleo puede estar detrás de este comportamiento, teniendo en cuenta que en el mundo formal queda escaso margen para que el empleo público y cuentapropista se mantenga en aumento.

Los de adentro y los de afuera: ¿una asimetría creciente?

Un primer semestre no tan rojo para el salario real formal

A comienzos de año la economía sufrió turbulencias nominales: la inflación pasó de promediar 4,3% en el primer bimestre a 6,4% en el segundo producto de varios factores. El principal fue la suba del precio internacional de commodities, que se dio justo cuando el país estaba sintiendo el efecto de la sequía, que redujo la oferta de frutas, verduras y carnes y hasta generó incendios, que también redundó en complicaciones en tramos de la cadena aviar (pollos y huevos aumentaron 35% y 65% respectivamente en el primer cuatrimestre del año); y también en simultáneo con los incrementos estacionales de Indumentaria (acumuló 22% entre marzo y abril) y Educación (28% entre el tercer y cuarto mes del año).

Esto no solamente aceleró la inflación, sino que desancló las expectativas de la inflación futura, siendo las negociaciones paritarias el termómetro más claro de esto. En este sentido, con rapidez el Gobierno abandonó su voluntad por ordenarlas en torno al 40-50%, y ante la falta de referencia adquirió una gran dispersión, pudiéndose encontrar aumentos que, anualizados, alcanzaron el 70%. De la mano de los grandes gremios, en mayo y junio esta dinámica se terminó ordenando en torno al 60%.

A diferencia de otros años, las paritarias se caracterizaron por dos rasgos: incrementos más elevados en los primeros meses de vigencia -para paliar la pronta aceleración de la inflación- y acortamiento de contratos -como resultado de una expectativa de inflación para 2022 cada vez más incierta-. Esto resultó en subas que -en términos generales- evitaron una vuelta a “rojos” del salario real a lo largo del primer semestre.

Dualidad en el mercado laboral: los de afuera y los de adentro

La dinámica de las paritarias provocó que la sorpresa inflacionaria -y su muy lenta desaceleración tras el pico de marzo- haya sido no tan nociva para los trabajadores formales. Este es uno de los factores clave -no el único- que explican el sostenimiento del consumo privado a lo largo del primer semestre, que estimamos trepando cerca del 8,7% i.a., más de 2 p.p. por encima del PIB. El costo fue el estímulo a uno de los mecanismos de propagación de la inflación más relevante, sosteniendo la inercia por encima de la del año previo: muy pronto ya se vislumbraba una inflación que no iba a descender de los niveles del año previo.

Sin embargo, se debe destacar que esta tendencia fundamentalmente favoreció a los puestos de trabajo formales. En la parte inferior del gráfico a continuación se observa la dinámica para asignaciones, jubilaciones y salarios informales. En los dos primeros, la menor intensidad de los colores refleja que la recuperación del poder adquisitivo fue mucho menos intensa, dado que los aumentos de la fórmula de movilidad -que dependen de los salarios y parte de la recaudación nominal pasada- reaccionan con un rezago a la inflación. En el caso de los últimos, se observa en cambio un deterioro constante del ingreso real, producto de la ausencia de un mecanismo que lo sostenga ante el avance de los precios.

En particular, esto puede también encontrar un correlato en la mayor debilidad de los indicadores de consumo masivo durante la primera mitad del año en contraste con la mayor demanda de bienes durables: según Scentia, el volumen de ventas de Alimentación sube 1,6% i.a. en el primer semestre (y se contrae desde mayo), frente a ventas de electrodomésticos que suben casi 24% i.a. en el periodo Enero-Mayo, según GfK.

¿Qué esperamos para la segunda mitad del año?

Las nuevas restricciones a las importaciones al cierre de junio y la renuncia de Guzmán -con la incertidumbre política desatada la semana posterior- impactaron de lleno en la inflación de julio, que se encamina a ser la mayor del año. Esta dinámica, junto con un mayor crawling peg para reducir la apreciación del peso en un contexto de falta de dólares, elevará la inercia en los próximos meses y la inflación esperada para el 2022, que ya era de 76% según la mediana del Relevamiento de Expectativas de Mercado (REM) hacia el cierre de junio. Con la misma lógica de hace unos meses, durante el tercer trimestre comenzaremos a ver una reapertura de paritarias que trate de aminorar la erosión del salario -registrado- real.

Asumir una mayor nominalidad -y la perspectiva que esta se acelere- tiene como contrapartida que se continuará incentivando el consumo de estos sectores, incluso en un contexto de fuertes y crecientes restricciones cambiarias. Los apuntados serán los bienes “que tienen dólares dentro”, incluso en un contexto de suba de tasas en los programas de financiamiento o de un elevado precio relativo -como el caso de indumentaria- y los servicios, especialmente vinculados al esparcimiento, todavía con terreno por ganar tras la pandemia.

Si bien los problemas para acceder y/o reponer insumos o bienes finales importados podrían generar problemas de oferta en no pocos sectores durante los próximos meses, retroalimentando la inflación, la apuesta del oficialismo será mantener al menos una parte de la economía en movimiento en un segundo semestre.

De hecho, los jubilados y perceptores de asignaciones y programas sociales no tendrán perspectivas tan alentadoras. Los ajustes por movilidad correrán de atrás a la inflación y cerrarán el año registrando una pérdida real, aun con la existencia de bonos como compensación. Definitivamente será mala la performance de los trabajadores informales, quienes ya entran con fuerte deterioro del poder adquisitivo a la segunda mitad del año y quedarán expuestos no sólo a la mayor inflación sino a la merma del nivel de actividad.

¿Tiene límites esta estrategia?

Más allá de lo expuesto anteriormente, profundizar esta tendencia deja entrever aún más cierta dualidad dentro de la economía, que tiene como epicentro al mercado de trabajo.

En este sentido, por más que el poder adquisitivo promedio de los trabajadores formales se encamine a cerrar por quinto año consecutivo en rojo -esta vez entre 0,5 y 1% i.a.- según estimaciones preliminares (asumiendo una inflación del orden del 7% en julio que logra perforar el 5% mensual en el último trimestre del año y aumentos salariales por encima de 5% en promedio)- la trayectoria de los ingresos reales de los trabajadores formales se continúa separando de la del resto de los actores de la sociedad y presenta un significativo y creciente conflicto en un contexto de disputas dentro de la coalición gobernante.

La validación de una mayor nominalidad vía la reapertura de paritarias con el objeto de sostener el poder adquisitivo del mundo “formal” y cierto nivel de consumo en la economía, erosiona las condiciones de aquellos que están fuera. Esto no sólo se agrava en tanto la nominalidad es mayor -porque el poder adquisitivo se pierde más rápido- sino que está condicionado por el escaso margen para realizar políticas de ingresos que beneficien a este último grupo.

Detrás de esto radica la necesidad de encaminar la meta fiscal acordada con el FMI y es el motivo por el cual esta dualidad que surge del mercado laboral tiene un impacto en la conflictividad hacia dentro del oficialismo, afectando la toma de decisiones y elevando la incertidumbre, factores que en definitiva terminan haciendo eclosión en la demanda de dólares y el nivel de precios, retroalimentando el proceso.

Tres caminos posibles

La primera alternativa es una combinación entre reaperturas masivas y elevadas de paritarias con un sesgo decididamente expansivo de la política fiscal, lo que -además de tensionar fuertemente la relación con el FMI- conllevaría con el riesgo de escalar la nominalidad al rango de los tres dígitos, exacerbar fuertemente las presiones cambiarias y conducir -vía un salto cambiario discreto- a una recesión. En función de los anuncios recientes y de cara a un año electoral, este escenario pesimista parecería poder evitarse.

La segunda constituye un giro en relación con la dinámica reciente. Con el objetivo de reducir la nominalidad en un contexto de ausencia de anclas, el Gobierno no valida paritarias en línea con la inflación esperada ni otorga transferencias a los que están fuera de la formalidad. Este escenario reduce sus probabilidades en tanto nos acerquemos a las elecciones presidenciales, ya que implica pagar un costo significativo en materia de actividad y en términos políticos en el corto plazo.

La tercera alternativa, en línea con nuestro escenario base, es mantener la lógica del primer semestre, con paritarias que busquen seguir la inflación y ralentizar la merma del consumo privado. Sin embargo, esto necesariamente implica profundizar la dualidad descripta, por lo que vendrá asociado de una continuidad del resquebrajamiento del oficialismo que impedirá tomar decisiones de giro significativas teniendo que -para terminar el mandato- profundizar distorsiones (precios relativos, regulaciones cambiarias, etc.) al costo de un menor resultado en términos de actividad y una leve desaceleración de la inflación, gracias a la ausencia de un nuevo shock en los precios internacionales.

 

La recuperación de los niveles de actividad y empleo aún no alcanza a las condiciones socioeconómicas

Las estadísticas del mercado laboral y de la actividad económica indican que actualmente estaríamos tendiendo a volver a los niveles de 2017, año previo a la tormenta (o mejor dicho, las tormentas), que significaron las crisis cambiarias y la pandemia del COVID-19 en 2018-2020. Al tercer trimestre de 2021, tanto la tasa de actividad laboral entre los mayores de 18 años como la de empleo ya se ubicaban por encima de los valores vistos cuatro años atrás, al mismo tiempo que el desempleo exhibió el mismo 8,2% registrado en 2017. El PBI, por su parte, en el tercer trimestre de 2021 fue sólo 4,7% inferior al de igual período de 2017, cuando llegó a estar más de 23% por debajo en el peor período de la pandemia.

Sin embargo, las condiciones socioeconómicas actuales no han hecho eco de dicha recuperación, algo que se observa primera y principalmente en el marcado aumento en la pobreza. Mientras que al tercer trimestre de 2017 un cuarto de los argentinos se encontraba sumido en ella, en 2021 dicha cifra se acercaba al 40%. Es decir, cuatro de cada diez habitantes cuyos ingresos familiares no logran cubrir una canasta básica de consumo.

Desafortunadamente, este incremento de la pobreza ha sido un fenómeno generalizado. Por un lado, se evidenció un aumento a lo largo de todas las regiones de nuestro país. Por otro lado, el aumento de la pobreza se observó a través de todas las categorías de trabajadores y sus familias: los cuentapropistas (profesionales y no profesionales), desocupados e inactivos, y asalariados formales e informales vieron su situación empeorada. De hecho, en 2021 contar con un empleo asalariado y registrado ya no garantiza escaparle a la misma, dado que casi el 15% de esta clase de trabajadores está sumido en ella, el doble que en 2017 (7%).

Más aún, esta suba de la pobreza no trajo consigo una disminución de la brecha (es decir, la diferencia promedio entre los ingresos del hogar y el costo de la canasta básica total o CBT), sino que esta se mantuvo virtualmente estable en torno al 37%. Esto implica que el hogar pobre promedio debería ver sus ingresos incrementados en más de un 60% para dejar de ser catalogado como tal. En resumidas palabras, la pobreza no solo aumentó, sino que también se sostiene en elevados niveles de gravedad.

Incluso aquellos hogares que aún logran escaparle a la pobreza también evidenciaron un deterioro. Lo esperable sería que, ante un aumento de la incidencia, los hogares que logran mantenerse fuera de ella se ubiquen, en promedio, con un margen mayor ya que son los que disponían de un punto de partida más ventajoso (dicho de otra forma, los primeros en “caer” son los hogares cuyos ingresos se encuentran más cercanos a la CBT). Sin embargo, ha sucedido lo contrario: las familias que logran mantenerse por encima de la línea no solo son menos, sino que el margen también es menor. Mientras que en 2017 tenían ingresos que en promedio eran 230% mayores a la CBT, actualmente esa diferencia se redujo al 180%. Esto indica que todos los niveles socioeconómicos se encuentran en una posición desfavorable en la comparación frente a cuatro años atrás.

No obstante, cabe señalar que no todo el deterioro acontecido es atribuible a la pandemia. De hecho, en el tercer trimestre de 2019 la pobreza ya alcanzaba el 33%, con una brecha media que rozaba incluso el 40%. Un año y medio de crisis de balanza de pagos, depreciación del tipo de cambio, aceleración inflacionaria, contracción de la actividad y fuerte pérdida de poder adquisitivo ya habían producido para ese entonces una marcada erosión sobre los hogares.

Cabe preguntarse entonces cómo es posible que en 2021, con un PBI que ya estaba volviendo a los niveles absolutos de 2017 (en el tercer trimestre de 2021 fue sólo 4,7% menor), el deterioro socioeconómico haya alcanzado semejante escala respecto del punto de partida. Y la respuesta a este interrogante tiene varias aristas.

En primer lugar, más allá de los niveles absolutos, el PBI per cápita en 2021 mostró un deterioro superior al 8% respecto del valor alcanzado en 2017. Es decir, Argentina en su totalidad está tendiendo a volver a generar el mismo valor absoluto de PBI, pero una parte de esa mejora se explica por el crecimiento poblacional, por lo que en términos de producto por habitante la brecha es mayor y todavía queda camino por recorrer.

Por otro lado, aún cuando en cantidad de ocupados y nivel absoluto de actividad se vuelva al punto de partida, los ingresos de los hogares aún acumulan un deterioro marcado, siendo este uno de los principales factores que explican el empeoramiento de la situación socioeconómica.

Esto puede verse claramente con el cambio que se observó en la retribución de los factores: la remuneración al trabajo asalariado participó con 43% del valor agregado bruto en el tercer trimestre de 2021, cuando esta fracción alcanzó el 50% en igual período de 2017. Este deterioro es significativo considerando que los ingresos provenientes del mercado de trabajo son tres cuartas partes del presupuesto de los hogares y que 7 de cada 10 trabajos son en relación de dependencia (formales e informales).

Además, esta pérdida de participación se evidencia aun cuando la cantidad de puestos asalariados totales entre esos dos lapsos es similar, por lo que el gran factor explicativo fue la dinámica de los ingresos reales. Si los salarios estuvieron lejos de empatar a la inflación, aún más lejos estuvieron de alinearse con la CBT, que aumentó 8 puntos porcentuales más que el IPC entre los terceros trimestres de 2017 y 2021 (con una diferencia que se extiende a 28 puntos porcentuales si hacemos la comparación con la canasta básica alimentaria).

En resumen, los sucesivos shocks de 2018-2020 golpearon la dinámica de la economía argentina, deprimiendo los niveles de actividad e impulsando la inflación, generando un impacto sobre el mercado laboral tanto por el lado de los precios (pérdida de salario real) como de cantidades (caída en la cantidad de ocupados), y redundando en un deterioro de las condiciones socioeconómicas que fue transversal en todas las dimensiones analizadas.

La rápida recuperación evidenciada en 2021, que se plasma tanto en el nivel absoluto de PBI como en la cantidad de ocupados, aún resulta insuficiente para revertir dicha erosión debido a que los ingresos aún se encuentran muy deprimidos respecto del punto de partida. La buena noticia es que hacia adelante se prevé que las tasas de crecimiento del PBI continuarían este año y en 2023, lo que permite continuar afianzando el proceso de recuperación iniciado tras el trienio de crisis. Sin embargo, la persistencia de la inflación elevada constituye el principal riesgo en materia del factor primordial que hoy explica el deterioro de las condiciones socioeconómicas, que es el deprimido nivel de los ingresos reales de los hogares.

El empleo formal y la recuperación post-pandemia

El empleo formal también recuperó lo perdido en 2020

El empleo registrado creció 2% i.a. en promedio durante el año pasado a nivel nacional, según informó el Sistema Integrado Previsional Argentino (SIPA). De este modo, recuperó el terreno perdido por la pandemia y se ubica 1% por debajo del promedio de 2018.

Impulsados por los monotributistas, el cuentapropismo fue la modalidad que exhibió un mayor avance a lo largo del año pasado (+3,6% en el promedio anual). Estos fueron seguidos por los asalariados públicos (+2,4% i.a.) y finalmente por los asalariados privados, que crecieron por debajo 1% i.a. en 2021. De este modo, mientras que los dos primeros grupos reflejan un incremento superior al 3% respecto al promedio de 2019, este último muestra una caída de 3,1% en relación al año previo a la pandemia.

Si bien esta dinámica del mercado de trabajo viene reflejándose desde la crisis cambiaria en 2018, y se profundizó durante la pandemia, esta tendencia, en la que el empleo público y el cuentapropismo son los principales motores en la creación de puestos de trabajo registrados, tiene larga data. Por caso, si comparamos con el pico de actividad económica en 2017, observamos que la caída en los asalariados privados supera 5%, en tanto el incremento alcanza 4,5% para el caso de las otras dos modalidades mencionadas. Yendo mas atrás en el tiempo, los asalariados privados cerraron 2021 un 2,6% por debajo del promedio de 2012, período en el cual tanto los trabajadores públicos como los cuentapropistas crecieron más de 25%.

Un recorrido por los sectores

Volviendo a la actualidad, también hay que mencionar que existieron distintas dinámicas a lo largo del 2021. La primera es que frente a un estancamiento del empleo en los servicios -siempre ciñéndonos a los trabajadores formales-, el nivel de empleo en los sectores productores de bienes creció más de 3% en promedio. No obstante, estos son todavía los más afectados si comparamos con el nivel medio de 2019, ya que exhiben una caída de 3,6%, contra el retroceso de 2,8% de empleo en los servicios.

La performance de los sectores asociados a los bienes se explica fundamentalmente por la recuperación de la construcción (+8,9%) y de la industria (+2,5%); mientras que dentro del estancamiento de los servicios se destacó el avance de las actividades informáticas (+8,5%) y servicios a empresas (+3,7%).

A nivel geográfico también se observaron heterogeneidades. Mientras solo Mendoza y la Ciudad de Buenos Aires exhibieron una -ligera- contracción, el empleo asalariado privado creció de forma significativa en varias provincias, pero que conjuntamente explican apenas alrededor del 5% del total del país: catamarca (5,6% en promedio), Tierra del Fuego (4,9%), San Juan (+3,8%), San Luis y Misiones (+2,7% en estos últimos dos casos) fueron las más destacadas en 2021.

¿Qué esperamos para este año?

Prevemos que la dinámica del empleo formal mantendrá su tendencia durante el 2022. Los cuentapropistas continuarán ganando terreno. Por el lado de los empleados públicos, cabe señalar que el acuerdo con el FMI contempla una estabilidad del gasto en términos del producto para la Nación (lo cual podría ralentizar su dinámica). Pero también cabe señalar que la mayor parte del mismo corresponde a las Provincias.

Por su parte, en lo que respecta al empleo asalariado privado, la tendencia del año pasado podría revertirse: el mayor terreno por recuperar de los servicios en la post-pandemia hará que estos sean los que traccionen los puestos de trabajo en el promedio anual. Asimismo, las dificultades que se avizoran en la industria en los primeros meses del año y que posiblemente se prolonguen debido al conflicto entre Rusia y Ucrania pudiendo escalar ante una eventual merma del crecimiento global -o incluso peor, en el caso de una recesión en las principales economías del mundo- aminorarán la marcha del sector, que no podrá ser compensado con el agro o petróleo y gas, dado que la eventual mejora de estos sectores por los precios internacionales no tendrán correlato significativo en el nivel de empleo.

El mercado laboral compensó el menor ingreso real en los deciles más bajos

Heterogeneidades del salario real entre deciles de ingreso

La inflación nacional en 2021 alcanzó 50,9%, marcando una importante aceleración respecto al año previo y volviendo a los niveles de 2018 y 2019. Sin embargo, este es un indicador agregado: la inflación mostró disparidades tanto en términos de los distintos capítulos que componen el IPC (Restaurantes y Hoteles aumentó 65,4% mientras que Comunicación se incrementó 35,8%) como a nivel regional (en la Región Noreste alcanzó 49,7% pero en GBA se ubicó en 51,4%).

A su vez, también es posible hallar heterogeneidades en términos de la dinámica inflacionaria a lo largo de la pirámide de ingresos. En este sentido, la inflación de los sectores más vulnerables no es la misma que la de la clase media, que a su vez difiere de la población de mayor poder adquisitivo.

Por ejemplo, los sectores de menores recursos se ven más afectados por la dinámica de los precios de alimentos y bebidas que el resto de la sociedad, ya que destinan una mayor porción de su ingreso a satisfacer estos consumos básicos e indispensables. En cambio, las familias de los deciles más altos de la distribución del ingreso gastan más en artículos para el hogar, educación y esparcimiento, entre otros. Partiendo de estas diferencias, y utilizando la Encuesta Nacional de Gastos de los Hogares (ENGHo) que publicó el INDEC para 2017-2018, efectuamos un acercamiento a la inflación de distintos sectores sociales -considerando no solo los niveles de ingresos, sino también las heterogeneidades regionales-

En 2021 observamos que la inflación en los deciles más bajos de la distribución del ingreso fue levemente menos a la de los deciles superiores. En nuestro ejercicio, para los cuatro deciles de ingresos más bajos la inflación se ubicó en torno a 50%, debido a que las subas en muchos servicios -principalmente educación, salud, entretenimiento y turismo-, que representan una menor porción del consumo de estos hogares, fueron superiores a los significativos incrementos en alimentos concentrados en los primeros meses del año. Por su parte, esto implicó -junto al avance de algunos bienes no esenciales- que la inflación alcance 52,5% para el decil 10.

De todos modos, analizar únicamente la dinámica de los precios resulta incompleto a la hora de pensar en la evolución del poder adquisitivo. En este sentido, a través de la Encuesta Permanente de Hogares (EPH) y el Indice de Salarios de INDEC, construimos un indicador salarial en función de la estructura del empleo en cada decil de ingresos. El objetivo es tener en cuenta el hecho que la distribución de las distintas modalidades de empleo (asalariados formales, asalariados informales, cuentapropistas) no es uniforme a lo largo de la pirámide de ingresos, pudiendo generar distintas dinámicas a lo largo de los sectores sociales.

Así, hallamos que en diciembre 2021, el salario asociado a los hogares de mayores ingresos creció alrededor de 10 p.p. interanual por encima de aquellos vinculados a los de menores recursos. Esto se explica principalmente porque la preponderancia de trabajadores informales -cuyos salarios crecieron 40% en el año, 10 p.p. por debajo de la inflación- y cuentapropistas -para los cuales asumimos mejoras superiores a los informales, pero inferiores a los de trabajadores bajo paritarias- va disminuyendo conforme se incrementan los deciles de ingreso. Lo inverso ocurre con la relevancia de los trabajadores formales. El siguiente gráfico refleja también el deterioro del poder adquisitivo de la mayoría de los deciles de ingresos al cierre del año pasado.

Estos números empeoran si consideramos la variación promedio del año. En este caso, la pérdida real trepa a casi 5% en promedio para el estrato bajo – representado por los primeros cuatro deciles- y se ubica en la zona de -3% para los estratos más altos. En cualquier caso, se observa que incluso cuando la inflación perjudicó menos a los primeros, estos fueron quienes igualmente sufrieron el mayor golpe en el ingreso laboral real durante 2021.

El rol de la recuperación del mercado laboral

En la sección anterior vimos que los salarios informales y los ingresos de cuentapropistas -que se concentran en los deciles más bajos de la distribución del ingreso- sufrieron una pérdida real superior a la de los asalariados formales, que tienen mayor preponderancia en los deciles superiores. No obstante, cuando se analiza la dinámica real de los ingresos totales según la escala del ingreso per cápita familiar, se observa que la mayor recuperación real se evidenció en los deciles más bajos.

Esto se explica porque en la masa de ingresos provenientes de la ocupación en los hogares no sólo importan los “precios” (salarios) sino también las “cantidades” (puestos de trabajo). Y en este sentido, la fuerte recuperación de la tasa de ocupación -que estuvo mayormente explicada por los puestos asalariados informales y cuentapropistas perdidos durante la pandemia (casi el 40% de los trabajadores de los primeros cuatro deciles de ingreso trabaja por su cuenta)- es lo que explica este fenómeno. De hecho, en paralelo también se observó que la tasa de dependencia (cantidad de no perceptores por cada 100 perceptores) se redujo casi 10% i.a., contrastando con el fuerte deterioro sufrido por el empleo informal y cuentapropismo durante los meses más restrictivos de la cuarentena en 2020.

En este sentido, también cabe destacar que esta dinámica observada en los ingresos reales por decil se explica prácticamente en su totalidad por la evolución del mercado de trabajo. La performance de los ingresos no laborales (tales como asignaciones de todo tipo, jubilaciones y pensiones, diversos programas de estímulo al estudio o al trabajo), que son más relevantes en los presupuestos de los hogares de los deciles más bajos y fueron muy importantes en 2020,no tuvo una incidencia relevante. De hecho, si bien todavía restan publicarse los datos del último cuarto del año, la evidencia acumulada al tercer trimestre sugiere que crecieron nominalmente por debajo del 20% i.a. (frente a un incremento superior al 70% en el caso de la masa de ingresos laborales), muy lejos de ayudar a una recuperación del poder adquisitivo en cualquier parte de la escala de ingresos.

Perspectivas en el corto plazo

Las tendencias mencionadas se habrán sostenido durante el último trimestre del año pasado, pero resulta importante pensar las posibles trayectorias en el comienzo de 2022. En este sentido, la aceleración en los precios de los alimentos en enero -que posiblemente se extienda a febrero- podrían erosionar la “progresividad” de la inflación observada en los últimos meses, a lo que se le sumaría el impacto del posible incremento de tarifas, cuya segmentación podría incidir con mayor fuerza en la Región GBA.

En cualquier caso, quienes tienen mayores mecanismos para afrontar de mejor forma una eventual aceleración de la inflación son los trabajadores registrados, a través de las negociaciones paritarias. Esto favorecería comparativamente a los deciles de ingresos más altos -7 de cada 10 son empleados formales-, quienes podrán sostener el salario real, amplificando las diferencias del último año, exhibidas en la primera sección.

Entonces, cabe preguntarse si la recuperación de la ocupación -que estimamos que perderá fuerza en 2022- continuará alcanzando para compensar esta dinámica. Aquí, aparecen más sombras que luces, ya estimamos que el margen para absorber empleo es acotado, por lo que prevemos una continuidad en el aumento del cuentapropismo en los próximos meses. Asimismo, los ingresos no laborales también tendrán un techo: las jubilaciones sólo podrían revertir parte del deterioro acumulado si la inflación no se acelera significativamente, y en lo que respecta al resto de las transferencias del gobierno, por el sendero de consolidación fiscal trazado difícilmente pueda existir un impulso real significativo.

Para cerrar, resta mencionar que el arrastre favorable del salario real del año pasado permitirá que este indicador se mantenga positivo para una parte de la sociedad a comienzos de 2022 y que la continuidad de esta trayectoria dependerá del resultado de las paritarias.

Los salarios de la economía, por cuarto año en rojo

¿Cómo cerraron el año los salarios de la economía?

El INDEC informó que los salarios de la economía crecieron 2,6% en diciembre. Esta dinámica se correspondió a un avance de 5,8% del salario no registrado y un 1,9% de los salarios registrados. -dentro de los cuales se destacaron los trabajadores públicos (+2,7%) en contraposición a los privados (+1,4%)-. Solamente el primer grupo de los mencionados logró superar la inflación del mes, que rozó 4%.

De este modo, la comparación interanual arrojó un avance de 53,4% para el total de los salarios, lo que implica un crecimiento de 1,6% en términos reales en el “punta a punta”. Se destacó el incremento de los trabajadores registrados del sector público (58,6% , 3,7% en términos reales) y privado (55,3%, 2,9% descontando el avance de los precios). Sin embargo, los trabajadores informales apenas superaron el 40% en la comparación interanual (una merma de casi 7% del poder adquisitivo).

Pese a esta dinámica positiva para el total de la economía, en el promedio anual, el poder adquisitivo del salario cayó 3,5% (2,7% en el caso de los trabajadores registrados y más de 7% en los informales), anotando el cuarto año en rojo de forma consecutiva. En 2021, esto fue la consecuencia de una fuerte aceleración inflacionaria a comienzos de año que, elevó tarde la pauta salarial y debido a la naturaleza de las paritarias por tramo impactó más durante la segunda mitad del año en los ingresos laborales.

Esto es válido para el caso de los trabajadores registrados, beneficiados por las paritarias. En el caso de los trabajadores informales, la lenta activación de muchos servicios -que usualmente tienen más puestos de trabajo en estas condiciones- a lo largo de buen parte del año complicó las posibilidades de estas personas.

¿Qué esperamos para 2022?

Las expectativas para el presente año son elevadas en tanto hay mucho camino por recuperar. El mandato de “poner plata en el bolsillo de la gente” no habría sido cumplido en lo que respecta a los ingresos laborales: entre 2020 y 2021 el salario real cedió 7%, un golpe poco homogéneo hacia el interior de los trabajadores: 5,8% cayó el poder adquisitivo de los trabajadores registrados y 12% en el caso de los que no lo son.

Para el caso de los trabajadores registrados, la buena noticia es que la mencionada mejora punta tiene un efecto arrastre sobre 2022: los primeros meses del año, al menos, el salario real continuará exhibiendo una mejora en la comparación interanual, aunque la magnitud se irá moderando rápidamente debido a una inflación esperada que superará 15% en el primer cuatrimestre del año.

En este sentido, consideramos que la dinámica del salario real en los próximos meses es un aspecto clave para entender la nominalidad del año. En primer lugar, se debe recordar que muchas de las paritarias de 2021 cerraron aumentos para el inicio de este año, o bien renegociaron incrementos sobre la base del acuerdo previo. Este mecanismo impondrá un piso en diversos acuerdos sobre los cuales se “montará” la paritaria correspondiente a este año, cuya pauta se ubica en la zona del 40% según el gobierno dejando, de piso, incrementos salariales más cercanos al 45-50% que al objetivo oficial.

Estos valores, más cercanos a la expectativa de inflación, pueden ser incluso mayores en tanto la aceleración de la inflación sea más abrupta en los próximos meses. Más aún, dependerá de la percepción de esa aceleración ¿es sostenida e implica subir un escalón más de nominalidad? ¿es únicamente el efecto de marzo y de aumentos tarifarios? En cualquier caso, esto hará que se revise la pauta paritaria oficial y sea todavía mayor en tanto se prevea una pérdida del poder adquisitivo más significativa. En este escenario, la mayor nominalidad vuelve más “rígida” la inflación por encima del 50% anual.

A grandes rasgos, esto es lo que sucedió el año pasado, con la diferencia que entonces había dos ingredientes que jugaban a favor, el atraso cambiario y tarifario. Es evidente que la autoridad monetaria no podrá planchar el dólar en la segunda mitad del año -tal como lo hizo en 2021 durante el semestre electoral-, a la vez que las correcciones tarifarias también incidirán de forma más activa en el nivel de precios este año.

Sin embargo, dado que los salarios comenzarán el año con el pie derecho -dado el mencionado arrastre del cierre de 2021- esperamos una recuperación del salario real del sector formal en la zona de 1,5% en el promedio anual. No alcanzará para ni siquiera recuperar lo perdido el año pasado pero cortará una racha de cuatro años consecutivos en rojo.

El mercado de trabajo también recupera niveles pre-pandemia

Durante el tercer trimestre de este año, la tasa de actividad alcanzó el 46,7% y la tasa de empleo 42,9% de la población total. Al mismo tiempo, la tasa de desempleo fue de 8,2% de la Población Económicamente Activa (PEA), alcanzando a más de 1,1 millones de personas en los 31 aglomerados urbanos donde se releva la Encuesta Permanente de Hogares (EPH).

De esta manera, frente a igual trimestre de 2020, la tasa de empleo aumentó 5,5 p.p. mientras que la tasa de desocupación cayó 3,5 p.p. Esto es un resultado esperable: la lenta y geográficamente heterogénea salida de las restricciones en el tercer trimestre de 2020 arrojó un crecimiento de la actividad económica de casi 12% en la comparación interanual, lo que tuvo su correlato en las principales variables del mercado de trabajo.

En este sentido, el impacto de la recuperación de la economía en el mercado laboral viene por el lado de los informales y el cuentapropismo. Si comparamos con el primer semestre del año, el crecimiento de 3,6% del PBI (desestacionalizado) durante el tercer trimestre generó más de 420 mil puestos de trabajo, de los cuales sólo 1 de 4 estaba enmarcado dentro de los asalariados formales.

Buena parte de esta dinámica está vinculada al fin de restricciones en muchas actividades comerciales, un sector típicamente asociado a una mayor informalidad: casi la mitad de la mejora del empleo se explica por este sector. Sin embargo, también se relaciona con que las modalidades de trabajo más precarias son las que más sufrieron no solamente la pandemia sino la dinámica post-PASO 2019. Si miramos el comportamiento del empleo desde entonces, encontramos lo inverso: 3 de cada 4 de los 470 mil empleos creados son asalariados formales.

Esto sugiere que el ritmo del mercado laboral seguirá siendo marcado por los asalariados informales (+34,5% i.a.), cuyo nivel se encuentra 5% debajo del promedio de 2019 y el cuentapropismo (+13,9% i.a.), que si bien exhibe una mejora de casi 10% en relación a 2019, es una tendencia global impulsada por las nuevas tecnologías y exacerbada, en nuestro país, por la necesidad de apuntalar los ingresos reales familiares.

¿Qué esperamos para los próximos meses?

En el último trimestre del año se mantendrá la tendencia iniciada con la recuperación de la economía. Por un lado, la participación en el mercado continuará subiendo producto de mayores posibilidades y un bajo impacto de Coronavirus en el país. Asimismo, el empleo seguirá mejorando de la mano de un creciente cuentapropismo (en niveles record) y la informalidad. El empleo de calidad, los asalariados del sector privado, tendrá un desempeño más acotado en el último tramo del año.

Por el lado del desempleo, esperamos que las tasas de un dígito se mantengan. Si bien este indicador puede parecer “bajo” dada la situación económica de los últimos años, también muestra el por qué de, a diferencia de décadas atrás, tener un trabajo no es sinónimo de estabilidad o mantenerse fuera de la pobreza: puede ser simplemente una actividad que permite ingresos adicionales en una familia ante el continuo deterioro del poder adquisitivo. Los avances tecnológicos y la reconfiguración de la sociedad corren el eje empleo-desempleo a una discusión asociada a la calidad del trabajo.

Tres factores impulsan la recuperación del empleo formal en los últimos dos años

El empleo asalariado privado en 2020-21, únicamente impulsado por la industria

Según los datos del Sistema Integrado Previsional Argentino (SIPA), durante septiembre el empleo formal exhibió un incremento de 3% i.a., lo que implica que el empleo registrado aumentó en más de 360 mil trabajadores respecto de septiembre de 2020.

De esta forma, el empleo registrado ya recuperó el deterioro ocasionado por la pandemia/cuarentena: el indicador -en términos desestacionalizados- exhibe una mejora de 1% en relación a diciembre de 2019 y volvió a los niveles de empleo formal cercanos a los de 2018.

Una inspección más detallada muestra que esta dinámica es impulsada por los trabajadores por cuenta propia formales – monotributistas, autónomos y monotributistas sociales- que exhiben un crecimiento de 4,2% i.a., y los asalariados del sector público, con un avance de 3,2% i.a. Estas modalidades son las que explican la totalidad la mejora del empleo formal en 2020-21: en relación a diciembre de 2019, aumentaron más de 5% y 3% respectivamente, más que compensando la caída de 1,5% en el empleo asalariado privado y de casas particulares.

De hecho, los asalariados del sector privado todavía están rezagados: si bien en septiembre crecieron 2,4% i.a. (mejora que se corresponde con 140 mil puestos de trabajo más en relación a igual mes del año pasado) aún no recuperaron uno de cada tres puestos destruidos durante los primeros ocho meses de 2020.

Haciendo foco en este grupo -que representa la mitad del empleo formal- encontramos también algunas heterogeneidades. La más significativa es la que refleja las distintas velocidades en la recuperación del empleo en las ramas productoras de bienes respecto a los servicios.

En el primer caso, aumentaron en 5,3% i.a. (100 mil empleos) en septiembre y ya recuperaron todo el terreno perdido durante los primeros ocho meses del 2020. Por el contrario, los asalariados privados en sectores productores de Servicios aumentaron cerca de 1% i.a. (casi 40 mil empleos) y apenas recompusieron uno de cada tres puestos de trabajo perdidos en durante el período enero-agosto del año pasado. Esta discrepancia también tiene su correlato en la actividad económica: al noveno mes del año la producción de Bienes se ubicaba 6,5% por encima del cierre de 2019, mientras que los Servicios mostraban un leve decremento (-0,2%) respecto a dicho período.

Un “zoom” adicional en los sectores productores de Bienes, sugiere que la recuperación en el empleo formal en la industria -que representa más de la mitad de los empleos de estas ramas y 1 de cada 5 puestos de trabajos asalariados formales del sector privado- es el principal factor que explica este fenómeno: sin contabilizar este importante sector, todavía quedan por consolidarse 20 mil puestos de trabajo adicionales -concentrados en la construcción- para volver a los niveles del cierre de 2019. Esto también se observa al analizar la dinámica de la actividad, ya que la Industria opera más de 10% de la previa al cambio de gobierno, triplicando el dinamismo del resto de las ramas productoras de Bienes.

No aparece un cambio de tendencia a lo observado en la última década

Ya mencionamos que los trabajadores por cuenta propia formales -fundamentalmente monotributo-, los trabajadores públicos y el empleo asalariado industrial -especialmente la industria alimenticia, automotriz y en la fabricación de plásticos, maquinaria, electrodomésticos y tecnología- explican la totalidad del crecimiento, pandemia mediante, del empleo formal en los últimos dos años.

No obstante, cuando reagrupamos las categorías para mirar la película con mayor extensión temporal, notamos que la tendencia de los últimos años fue la de un crecimiento del empleo registrado impulsado fundamentalmente por el cuentapropismo formal y los asalariados públicos no se alteró, lo cual es indicativo de que persiste la dificultad para generar empleo asalariado privado registrado.

De hecho, el empleo asalariado privado -que no sólo es el que cuenta con mayores protecciones laborales sino también el que en mayor medida es el que permite financiar el régimen previsional de reparto- continuó perdiendo participación en el total de trabajadores registrados: a fin de 2012 representaba 55% del total, a fin de 2015 un 52%, a fin de 2019 un 49% y a septiembre de este año, 48%.

El empleo asalariado público, por su parte, pasó de representar el 30% del empleo asalariado formal total en 2012 a 36% en la actualidad. La pregunta en este sentido es si la creación de puestos de trabajo directos por parte del Estado es “genuina” -en el sentido que se incrementa la provisión de bienes y servicios por parte del sector público- o si constituye una de las formas más accesibles para buena parte de la sociedad de acceder al empleo registrado.

La evidencia sugiere una constante absorción de trabajadores a lo largo de toda la última década: el 60% del aumento en el empleo registrado total en 2013-2021 es explicado por asalariados públicos (los asalariados privados registrados cayeron en el mismo lapso), dando alguna cuenta de que esta modalidad en parte mitigó los impactos que los ciclos económicos tuvieron en el mercado laboral.

Por otro lado, también cabe señalar que la expansión del cuentapropismo esconde una importante heterogeneidad en tanto está compuesta por un avance del 10% del monotributo social, asociada a trabajadores de las categorías más bajas.

¿Qué esperamos para los próximos meses?

De cara a lo que resta del año y el entrante, prevemos que el dinamismo del cuentapropismo y los asalariados públicos siga su curso, traccionando el empleo formal. Por otro lado, si bien esperamos que la industria opere con más vaivenes, no creemos que esta dinámica afecte su rol de creador de empleo, al menos durante los próximos meses.

No obstante, sobre el resto de las actividades económicas todavía descansan algunos interrogantes. En primer lugar, esperamos que exista una expansión producto del fin de las limitaciones de capacidad/aforo en rubros vinculados a la gastronomía, entretenimiento y turismo durante el cierre del año y que esta dinámica continúe en los meses de verano.

Por otra parte, la velocidad de la recuperación de los puestos de trabajos registrados a los niveles pre-pandemia no sólo dependerá de que tanto se mantiene la tasa de formalidad -en sectores típicamente más informales- en un contexto de lenta disipación de la incertidumbre, sino también de lo que ocurra con el poder adquisitivo. En este sentido, de verificarse las proyecciones del Relevamiento de Expectativas de Mercado (REM) efectuadas por el BCRA para los próximos meses, difícilmente el salario real logre continuar la marcada recuperación iniciada en el segundo semestre de este año en el mediano plazo, pudiendo afectar, de esta manera y en mayor medida, al consumo de los rubros de servicios antes mencionados.

En definitiva, el empleo registrado posiblemente cierre el próximo año en línea con el nivel alcanzando a lo largo de 2018 pero este fenómeno guardará más relación con la “vuelta a la normalidad”, un mayor alcance del empleo público y difusión más extendida del cuentapropismo formal.

Clase media empobrecida

Una persona es pobre si vive en un hogar que no cubre una canasta básica

En Argentina la pobreza se calcula utilizando el método del ingreso. La metodología busca establecer si los hogares cuentan con dinero suficiente para cubrir una canasta de alimentos capaz de satisfacer un umbral mínimo de necesidades energéticas y proteicas. Los hogares que no superan esa línea son considerados indigentes. Asimismo, la línea de pobreza extiende el umbral para incluir no sólo los consumos alimenticios mínimos sino también otros consumos básicos. La suma de ambos conforma la línea de pobreza.

La valorización de esta canasta depende de los integrantes del hogar, pero también de sus características etarias y de su composición de género. Un hombre adulto necesita consumir más calorías que una mujer y ésta más que un niño. Cada hogar necesita cubrir una canasta distinta y por lo tanto, enfrenta una línea de pobreza propia. Para calcular el porcentaje de personas pobres el INDEC contrasta la línea de cada hogar con su respectivo nivel de ingresos y, si estos superan el referido umbral, el hogar no se considera pobre. Si, por el contrario, los ingresos son inferiores a la línea de pobreza de ese hogar, todos sus integrantes sí lo serán.

Los actuales niveles de pobreza pueden no ser el techo

Sabemos que durante el primer semestre del año el 41% de las personas eran pobres, pero en términos de su capacidad de consumo es relevante saber si su ingreso está cerca de la línea de pobreza o lejos. Para analizar cuál es la distancia entre ambas variables calculamos la distribución de personas de acuerdo al diferencial entre ingresos y línea de pobreza del hogar en el que habitan. De esta manera, sabemos que el 2.4% de las personas viven en hogares que apenas tienen un ingreso 5% superior a su línea de pobreza.

Observamos que un aumento de los precios de 10% aumentaría la pobreza en 6%. Por el contrario, un incremento de los ingresos 10 puntos superior al de los precios reduciría la pobreza en 6%. Los riesgos no son simétricos y, dada la cantidad de precios que mantienen hoy un valor artificial producto de imposiciones del gobierno (productos de consumo masivo, bienes transables que siguen la evolución de un tipo de cambio apreciado, servicios privados cuyo precio está controlado por el gobierno, servicios públicos congelados, etc.), es probable que el diferencial entre ingresos y precios sea negativo una vez que estos controles se levanten.

Entender la situación de los hogares argentinos respecto a su cercanía con la línea de pobreza es importante porque habla de su capacidad de consumo, pero nada dice respecto a sus pautas y deseos. Un hogar puede no ser pobre y tener ingresos para consumir bienes no esenciales, pero en qué los gastará depende de su nivel socioeconómico (NSE).

Clase media empobrecida

La mirada que hace foco sobre la línea de pobreza y la que se concentra en los niveles socioeconómicos son complementarias. La primera habla de las capacidades materiales de un hogar, la otra de sus pautas de consumo y su capital humano. En el uso de ambos enfoques al mismo tiempo es que encontramos análisis que nos pueden ayudar en el proceso de toma de decisiones.

El NSE es un proxy del tipo de consumidor y una variable a seguir por parte de las empresas. Un hogar ABC1 es típicamente un hogar con un alto nivel educativo, cuyo principal sostén es un empleado en relación de dependencia en un puesto jerárquico que vive solo o en un hogar en el que hay un segundo individuo con ingresos y, en algunos casos, un menor. En el otro extremo del espectro aparecen los hogares D2E, cuyas características son diametralmente opuestas. Hogares con un solo aportante de ingresos, cuyo principal sostén tiene un bajo nivel educativo y su fuente de ingresos es informal e intermitente. Típicamente los hogares C2, C3 y D1 son considerados clase media alta, típica e inferior respectivamente.

Lo normal es que un hogar D2E sea pobre y uno ABC1 no lo sea, pero en la clase media es donde encontramos un mix interesante. Durante el cuarto trimestre de 2017, previo a la crisis del gobierno anterior, solo el 14% de los hogares de clase media era pobre. Ese número más que se duplicó con las crisis de 2018, la de 2019 y la cuarentena de 2020 y, para el primer trimestre, de 2021 (últimos datos disponibles), el 33% de hogares de clase media fueron pobres.

Conclusión

Hay una nueva tensión entre lo que una buena parte de la clase media quiere y está acostumbrada (enfoque NSE) y lo que puede (enfoque línea de pobreza). Los cambios en precios relativos (ingresos versus línea de pobreza) determinarán la dirección que tome la pobreza de las distintas clases sociales, pero el riesgo de que el 40% de pobreza de la población general, y el 33% de clase media, no sea el techo es alto. Una situación delicada como la expuesta solo es reversible en la medida que se adopten las políticas económicas, sociales, demográficas y sanitarias de largo plazo necesarias para una reducción sostenida – y sostenible – de la pobreza.