El salario real volverá a caer en 2019

¿Cuánto cayó el salario real en 2018?

Durante el año pasado, cuando la inflación se aceleró y rozó 50%, el crecimiento salarial promedio fue de 29,7%. En consecuencia, el salario real cayó 6,3% en 2018. Esta contracción fue homogénea a todas las modalidades de contratación: el salario real del sector no registrado cayó en promedio 6,5%, levemente por encima del retroceso medio del salario real de los registrados (-6,2% i.a.). Dentro de este grupo, el salario real de los trabajadores del sector privado sufrió una merma algo más acotada que la del sector público (5,8% vs 7% i.a.)

¿A qué se debe este retroceso?

 

Esta dinámica responde a dos factores. En primer lugar hay que destacar que incluso con el brote inflacionario de comienzo de año (debido a aumentos de tarifas e inestabilidad cambiaria), las negociaciones paritarias se cerraron originalmente en torno al 15%, en línea con la voluntad del Ejecutivo. El segundo es que al momento de otorgarse nuevos aumentos en función de una mayor suba de precios, tuvo lugar el salto cambiario del cierre de agosto, que se tradujo en una aceleración de la inflación que sepultó el poder adquisitivo de los trabajadores. Las recomposiciones que llegaron en los últimos meses no fueron suficientes para torcer el rumbo en un contexto de inflación elevada. De hecho, en el último trimestre el salario del sector registrado –quienes lograron una mejora salarial vía paritarias- creció 8,5% contra un alza de 11,5% del nivel de precios.

En cambio, los datos sugieren que la crisis que se desató en los últimos tres meses del año no impidió que los salarios del sector no registrado crezca más de 12%, por encima de la inflación. A priori, esto resulta contraintuitivo debido a que el sector informal es el que más sufre la caída en la actividad económica, por lo que es altamente probable que el ingreso de los trabajadores del sector no sea el que más se incrementa. En efecto, la explicación de esta dinámica se encuentra en la forma que se construye del índice de salarios para los trabajadores no registrados, que ante la dificultad de seguir en el tiempo un mismo puesto de trabajo en el sector informal (ninguna empresa reportará un puesto de trabajo no registrado), posee una metodología que toma información de la Encuesta Permanente de Hogares (EPH). Como esta se realiza trimestralmente, el índice de salarios del sector no registrado tiene un rezago en el tiempo, que en particular, en el último trimestre del año, capta los aumentos salariales de mediados de año, momento en que la economía aún no había entrado en recesión. Por este motivo, si bien no tenemos otro tipo de información, es impreciso afirmar que los ingresos laborales de los trabajadores informales superaron a los de los formales en el último trimestre del año.

¿Qué esperamos para 2019?

 

Como cualquier variable de nuestra economía, el salario real fluctuará en función del clima político, que a su vez influirá sobre el mercado cambiario . Bajo nuestro escenario más probable, que supone una victoria de Cambiemos o la imposición de un candidato market friendly, la inflación no se disparará (prevemos que crezca en torno a 35%) pero bajará a un ritmo menor del que supone el oficialismo (alrededor de 25%). No obstante, si las paritarias se fijan nuevamente en torno a la cifra planteada desde el gobierno, los aumentos salariales nominales podrían acumular subas cercanas al 35% en 2019 gracias a la activación de las cláusulas de renegociación a inicios de año.

El avance del salario real llegaría a terreno positivo justo en la previa electoral. Sin embargo, la mejora del cierre del año no será suficiente para compensar el poder adquisitivo perdido y como resultado, caerá alrededor de 4% promedio durante 2019.

Lo que la crisis se llevó

El empleo asalariado privado volvió a niveles de enero de 2015

Según el Sistema Integrado Previsional Argentino (SIPA), en noviembre el empleo formal cayó 1,4% i.a. y acumula un crecimiento de 0,8% i.a. Pese a esto último, la tendencia es negativa desde el inicio de las turbulencias cambiarias: se perdieron más de 200.000 puestos de trabajo formales entre abril y noviembre de 2018, conforme a la serie desestacionalizada. En relación al empleo asalariado privado registrado, típicamente asociado a empleo de calidad, cayó 1,9% i.a. en noviembre (+0,3% i.a. en el acumulado), retornando de esta forma a niveles de enero de 2015.
A modo de comparación, la profundidad de la actual recesión en relación a la caída de la actividad en 2016, también se trasladó al empleo registrado. En términos desestacionalizados, en 2018 el trabajo formal se contrajo 1,6% entre abril y noviembre, cuando había cedido apenas 0,2% entre octubre de 2015 y junio de 2016 tras el cambio de gobierno y la posterior salida del cepo cambiario.
La diferencia corresponde a que durante 2016, la caída del empleo asalariado privado registrado (-1,4%) fue parcialmente compensada por la expansión de los asalariados públicos (+0,9%) y del cuentapropismo (+1,4%). En cambio, entre abril y noviembre de 2018, no hubo ningún tipo de modalidad de empleo formal que haya crecido para compensar la caída de 2,1% del empleo de calidad (asalariados privados): los asalariados públicos se redujeron 0,3%, mientras que los cuentapropistas se contrajeron en 2,8%.

¿Ya pasó lo peor dentro del mercado laboral?

La caída de la actividad en 2018 rondó el 2,5% i.a. y el mercado laboral no estuvo ajeno a esa dinámica. De hecho, la primera medida en una crisis suele ser el freno en las contrataciones, lo que se verificó con la Encuesta de Indicadores Laborales (EIL): durante la segunda mitad del año, la tasa de entrada (trabajadores que ingresan a un puesto de trabajo) se ubicó en los mínimos desde 2002.
Sin embargo, bajo un nuevo escenario económico, las empresas tardan en ajustar sus factores de producción. Por lo tanto, es probable que el nivel de empleo todavía no haya tocado su piso. En este sentido, en diciembre pasado, a la caída en las contrataciones se sumó que la tasa de salida (relaciones laborales que cesan) experimentó un fuerte crecimiento, lo que sugiere que todavía la destrucción de puestos de trabajo se puede acelerar durante los meses de verano (descartando que una mayor tasa de salida se corresponda con que los trabajadores dejan un empleo para encontrar otro mejor). De manera adicional, la recuperación de la actividad será lenta y los sectores que traccionarán la economía este año (agropecuario, energético e industrias con potencial exportador), no son aquellos que utilizan la mano de obra como factor intensivo, por lo que no podemos esperar un significativo arrastre de los mismos en términos de empleo.

Por último, en un intento de reducir costos laborales, es probable que las empresas opten por pasar a la informalidad a una proporción de sus empleados para mantener (o iniciar) la relación laboral. Si bien esto se reflejaría en una contracción del trabajo registrado, el empleo informal podría no exhibir una caída de magnitud tras la recesión. No obstante, una mayor informalidad laboral sería un importante paso atrás en nuestro mercado de trabajo.

Pese a la recesión, no hay destrucción de empleo

¿Qué pasó en el mercado laboral en el 3°Trimestre de 2018?

En base a la Encuesta Permanente de Hogares (EPH), el INDEC informó que la tasa de desempleo afectó al 9% de la Población Económicamente Activa (PEA) en el 3° Trimestre de 2018 (+0,7 p.p. respecto al mismo período de 2017). Esto implica un aumento de 10,4% i.a. en la cantidad de desempleados.

Por su parte, la participación en el mercado laboral durante el 3° Trimestre de 2018 alcanzó 46,7% de la población de referencia (31 aglomerados urbanos), lo que implica un incremento de 1,9% i.a. de la cantidad de personas que ingresaron al mercado de trabajo, por encima del crecimiento poblacional (aproximadamente 1% anual). Además, la tasa de empleo fue 42,5% de la población de referencia, lo que significa un aumento de 1,1% en la cantidad de ocupados.

Sin embargo, vale destacar que esto se debió a la expansión del cuentapropismo (+2,5% i.a.), ya que la cantidad de asalariados creció sólo 0,6% i.a en el 3° Trimestre de 2018. Dentro de los trabajadores en relación de dependencia, el crecimiento de los empleados formales fue de 1,3% i.a., lo que significa que se frenó la expansión del empleo informal, que creció sólo 0,3% i.a., cuando lo había hecho en torno al 5% i.a. a lo largo del primer semestre.

¿Qué implica esto?

En primer lugar, si consideramos la participación en el mercado de trabajo, se observa una desaceleración en el incremento de individuos que participan en el mismo, ya que la tasa de actividad se expandía en torno al 3,5% i.a. desde el 4° trimestre de 2017. Esto puede deberse a que en ausencia de oportunidades de empleo producto de la caída de la actividad económica, las personas se encuentran desalentadas y dejan de participar del mercado de trabajo.

Por otro lado, en contraposición con la evolución de los asalariados formales que mostró la EPH (+1,3% i.a.), el Sistema Integrado Previsional Argentino (SIPA) reflejó que la cantidad de asalariados registrados (sumando sector público y privado) se mantuvo estable (+0% i.a.) en el 3° Trimestre de 2018. Esta diferencia con el dato de la EPH se debe a que este último surge de una encuesta que no abarca la totalidad del país, mientras que SIPA sí lo hace. En consecuencia, si tomamos como cierto el estancamiento del empleo asalariado registrado (dato de SIPA), la contracara del crecimiento de los ocupados (en torno al 1%), efectivamente es una expansión del cuentapropismo y del empleo informal.

De todos modos, por el momento no se observa que la caída en el nivel de actividad haya tenido un correlato en el empleo. Por caso, durante el 2° Trimestre de 2018 la actividad cayó 4,2% i.a. y el empleo creció 2% (+1,5% i.a. según SIPA). Asimismo, la contracción fue de 3,5% en el 3° Trimestre del año y el empleo avanzó 1,1% i.a. (+0% según SIPA). Es decir, pese a la recesión, no hay destrucción de empleo. Sin embargo, el ajuste en el mercado laboral impactó en el salario real, que retrocedió 2,7% i.a. en el 2° Trimestre del año y 9,6% i.a. en el 3° Trimestre del año.

¿Qué prevemos para lo que resta del año y el 2019?

Pese a que el piso de la actividad se daría en el último trimestre del año, estimamos que los problemas en el mercado de trabajo persistirán en los primeros meses del año que viene dado que el mismo opera con cierto retrasos. Por cuestiones estacionales, el desempleo difícilmente trepe a dos dígitos, pero el aumento en la desocupación podría ser significativo. En consecuencia, la tasa de desempleo para el último trimestre del año sería de 9,5% (+2,3 p.p. que en igual período de 2018).

Adicionalmente, no esperamos un repunte del mercado de trabajo en 2019: las contrataciones están en mínimos históricos y la aparente poca flexibilidad del empleo ante la recesión puede implicar que una eventual recuperación no se traduzca en un boom de empleo, especialmente debido al estancamiento de la inversión. En este sentido, vale destacar que la mayor sensibilidad del empleo informal ante los vaivenes económicos serán los que expliquen los cambios en el nivel de empleo durante lo que resta del año y el próximo.

El bono será un paliativo de fin de año

¿Cuál es el alcance del bono de $5000 a fin de año?

El pago del bono de $5000 no remunerativos a pagar en noviembre y enero alcanzará a casi la mitad del universo de trabajadores registrados (alrededor de 6 millones de personas). Los asalariados que perciban algún tipo de bonificación ascenderán a los 9 millones en tanto cada jurisdicción (nación, provincias) garantice el pago a los empleados públicos (de hecho, el Estado Nacional ya garantizó el pago) en una magnitud acorde a sus posibilidades fiscales.

¿Qué implica el pago del bono?

Esta medida tiene una significativa implicancia política, especialmente porque junto al bono se instauró una instancia administrativa previa a algún despido que estará vigente hasta marzo de 2019. De esta manera, el gobierno apunta a descomprimir la conflictividad laboral en un contexto recesivo que incrementa la probabilidad de despidos y aspira a contener eventuales medidas de fuerzas planeadas por la CGT hacia fin de año, en un escenario de fuerte deterioro del poder adquisitivo.

En este sentido, el bono es un paliativo para la pérdida de salario real de los últimos meses del año y sirve como un puente entre la delicada situación que precedió a los sucesivos saltos cambiarios y la negociación de las paritarias 2019, reduciendo el riesgo de una reapertura generalizada. Si consideramos que el salario promedio de un asalariado privado rondará los $33 mil en noviembre, el pago de la primera cuota del bono de $2500 implica un aumento cercano al 8% en una vez; un número similar al que se observaría en las renegociaciones paritarias que se activarían en el verano (por la inclusión de la cláusula correspondiente en los acuerdos de 2018).

Dado que los salarios son heterogéneos entre sectores, el impacto del plus será distinto entre ellos, siendo que la mejora en los ingresos sea percibida en mayor medida en aquellos de menores salarios. Según nuestros cálculos, luego del bono la contracción del salario real pasaría de casi 5% i.a. a la zona del 4% i.a. en 2018.

La contracara de este bono es que representa un costo adicional para las empresas en un contexto de caída de la rentabilidad. Este costo no sería compensado por un avance en la demanda ya que el bono impactaría en algunos rubros (supermercados, servicios, turismo, restaurantes, regalos). Además, al ser un pago de una sola vez, es posible que su traslado a precios sea acotado.

¿Cuál será su impacto sobre el consumo?

Como el bono será percibido solo sobre los trabajadores asalariados formales, impactará en los ingresos del sector que no sólo tiene una mayor capacidad de ahorro sino que sufrió una menor contracción en su poder adquisitivo en el año. Por lo tanto, si bien estimamos que el mismo se volcará en un porcentaje importante al consumo, especialmente teniendo en cuenta la cercanía de las fiestas y del período estival, su efecto no será determinante. Por el contrario, actuará como un tenue paliativo frente a la caída del consumo privado que proyectamos para este año (-0.6% i.a.).

Por último, su efecto sobre el consumo masivo será neutro, ya que por tratarse de trabajadores que más que cubren la canasta básica, el plus se destinará a gastos “no indispensables” y no redundará necesariamente, en una mayor compra de alimentos y bienes de primera necesidad (tal como sí lo hizo el extra de $2700 pesos para las Asignaciones Universales por Hijo).

Las jubilaciones también perderán la carrera contra la inflación

¿Cuál será el ajuste de las jubilaciones y las prestaciones sociales en 2018?

En 2018, las jubilaciones y las prestaciones sociales -de las cuales resalta la Asignación Universal por Hijo (AUH)- arrojarán una dinámica heterogénea. Por un lado, las jubilaciones registrarán un aumento nominal promedio de casi 26% en el año, lo que implicará un deterioro de casi 4% en términos reales según nuestras proyecciones de inflación. Esto significa que precisarían una suma fija superior a $7000 a fin de año para evitar que su ingresos reales se deterioren.

Por el contrario, la AUH cerrará el año con una mejora nominal promedio superior al 40% y cercana al 4% descontando la inflación estimada. Esto responde a que, producto de la suba del dólar y la consecuente aceleración inflacionaria –con un impacto sensible en alimentos y bebidas-, en septiembre se anunció la entrega de un monto fijo de $2700 (pagado entre ese mes y diciembre) como paliativo ante el aumento futuro de precios. Si el mismo no hubiera existido, la caída habría sido similar a la de las jubilaciones debido a que ambas se ajustan en función de la misma fórmula de actualización.

¿Qué implicará este deterioro?

La pérdida del poder adquisitivo de jubilados y beneficiarios de planes sociales es problemática porque una porción significativa de sus perceptores se encuentra en una situación de vulnerabilidad económica. Por caso, con los datos a septiembre, un jubilado que cobraba la mínima se ubicaba apenas por encima de la línea de pobreza, mientras que los beneficiarios de AUH apenas cubren algo más de lo necesario para que un niño no sea considerado pobre.

Visto en términos macroeconómicos, este grupo posee una elevada propensión marginal a consumir. Es decir, gastan casi la totalidad de sus ingresos ya que “viven al día” y poseen una acotada capacidad de ahorro. En consecuencia, y considerando que ambos grupos representan un quinto de la masa salarial total, la contracción de sus ingresos tiene un efecto significativo sobre la demanda agregada y en particular sobre el consumo masivo.

¿Qué pasará en 2019?

Como el coeficiente sobre el cual se calculan las jubilaciones, pensiones y demás prestaciones sociales ajusta trimestralmente en base a la evolución de precios y salarios de seis meses antes, las mejoras tardarán en hacerse sentir. Por caso, la aceleración inflacionaria de septiembre (provocada por el salto cambiario de fines de agosto) comenzará a impulsar en estos ingresos en marzo del año que viene e impactará plenamente en los mismos recién en la segunda mitad del año.

Por lo tanto, mientras que en el primer semestre del año electoral las jubilaciones retrocederían casi 7% i.a. en términos reales (si no hay bonos compensatorios), en la segunda mitad del año avanzarían 4% i.a. deflactada. El resultado sería una contracción cercana al 1,5% i.a. durante el año electoral para los ingresos reales de estas personas. Como el poder de compra de las mismas irá creciendo en el transcurso del año, estimamos que el impacto positivo en el consumo recién tenga lugar en el segundo semestre de 2019.

Pese a la primavera, se enfría el mercado de trabajo

¿Cuál fue el desempeño del mercado laboral en lo que va del año?

Durante el primer trimestre de 2018, el mercado de trabajo mostró un buen desempeño: el salario real creció 1% interanual (i.a.) y el empleo se expandió más de 3,5% i.a. Sin embargo, producto de los sucesivos saltos del dólar que aceleraron la inflación dicha dinámica se frenó. Si bien la creación de empleo continuó en terreno positivo (+2% i.a.) durante el segundo trimestre del año, el salario real registró una caída de 2,6% i.a.
Pese a que la creación neta de puestos de trabajo fue positiva en el segundo trimestre, la pérdida de poder adquisitivo de los ingresos laborales llevó a un mayor participación en el mercado laboral. De hecho, la Población Económicamente Activa (PEA) –personas que trabajan o buscan hacerlo- creció 3,2% i.a. superando el dinamismo del empleo, lo que se tradujo en un incremento de la desocupación que saltó de 8,7% en el segundo trimestre del año pasado a 9,6% en igual período de 2018.
Pasado el primer semestre, la recesión se extendió a los principales sectores productivos afectando al mercado de trabajo. Por caso, en julio de 2018 el empleo registrado se redujo 0,5% desestacionalizado respecto a junio, a la vez que el salario real retrocedió 0,4% respecto al mes anterior (en términos interanuales el primero mostró una mínima expansión de 0,3% y el segundo cayó 7,5%).

¿La recesión ha llegado al mercado de trabajo?

La caída del nivel de actividad está impactando negativamente en el nivel de empleo. Esto se refleja en la Encuesta de Indicadores Laborales de agosto, que no sólo continúa mostrando una magra tasa de entrada (comportamiento típico del mercado laboral en periodos recesivos) que se encuentra desde junio en niveles mínimos, sino que también arrojó un incremento de la tasa de salida (relaciones laborales que cesan). Además, reflejó un incremento en el porcentaje de empresas que aplicaron suspensiones a su plantilla debido a una caída de la producción/demanda.
Como las suspensiones y la reducción de turnos u horas extras, también reducen el dinero en el bolsillo de los trabajadores, es lógico pensar que los trabajadores comiencen a buscar otro empleo. Esto elevará la tasa de subocupación (personas que están empleadas pero buscan trabajar más tiempo), especialmente en los sectores más postergados que precisan con urgencia obtener más ingresos para recomponer la caída del poder adquisitivo. De esta forma, si el estancamiento en la tasa de entrada al mercado laboral continúa por varios meses (lo que es posible ante la ausencia de perspectivas de crecimiento en el corto plazo), la demanda de empleo (subocupados y desocupados) crecerá, y considerando que la destrucción de empleo se profundizará en lo que resta del año, el poder de negociación de los trabajadores (aumentan los desocupados y el temor a perder el empleo) se verá afectado y con ello, la capacidad de revertir el deterioro del salario real.
En este sentido, estimamos que la caída del salario real formal superaría en promedio el 6% i.a. en 2018. El retroceso sería liderado por los empleados registrados del sector público (-8% i.a. en promedio anual), seguido por los trabajadores registrados privados (-5% i.a. en la comparación con la media de 2017).
Vale destacar, que la crisis golpeará más fuertemente al sector no registrado. Estos trabajadores cuentan con menor poder de negociación (no están sindicalizados) a la hora de tratar de recomponer su salario, y la inexistencia de un marco regulatorio –por caso, no hay indemnización-, eleva las posibilidades de que pierdan su empleo.

¿Cuáles son las consecuencias sociales y económicas de este escenario?

La caída del poder adquisitivo alentará el ingreso de nuevos trabajadores al mercado laboral. Dado que esperamos destrucción neta de puestos de trabajo no habrá forma de absorber a los nuevos ingresados, aumentando fuerte el desempleo. La tasa de desocupación volvería a los dos dígitos en el segundo semestre (alcanzaría 10,7% y 10,5% en el tercer y cuarto trimestre de 2018, lo que implica un alza de 2,4 p.p. y 3,3 p.p. respecto a igual período de 2017). La única dinámica que podría atenuar este desenlace es el “efecto desaliento”: personas que, ante las bajas probabilidades de encontrar trabajo, deciden retirarse del mercado.
Como resultado, no solo se registrará un deterioro de los indicadores laborales, sino también de las variables sociales. Por caso, la pobreza aumentará tanto frente al primer semestre de 2018 (27,3%) como al segundo semestre de 2017 (25,7%), rozando la la zona del 30%. El deterioro del mercado de trabajo también afectará el consumo interno, cuyo principal motor son los salarios reales, el empleo y el acceso al crédito (el reciente apretón monetario está aumentando el costo del financiamiento). En este escenario, estimamos que la caída del consumo privado rondaría el 6% i.a. en el tercer y cuarto trimestre de 2018, arrojando una contracción de 2% i.a. en el promedio del año.

Las mejoras sociales del 1° semestre se revertirán en la segunda mitad del año

¿Empeoraron los indicadores sociales en la primera mitad de 2018?

No, debido a que se observó una menor desigualdad en el ingreso a la vez que se registró una reducción de la pobreza, de acuerdo a la Encuesta Permanente de Hogares (EPH) que elabora el INDEC.

Respecto al primer caso, uno de los indicadores más significativos es el Coeficiente de Gini  (un valor menor implica menor desigualdad) del ingreso per cápita familiar de las personas, que fue 0,431 en el 1° Semestre de 2018, por debajo del dato del 1° Semestre de 2017 (0,4325). Por su parte, el 10% más rico de la población percibió un ingreso promedio 18 veces mayor al ingreso promedio del 10% más pobre en la primera mitad de 2018. Esta brecha había sido igual a 20 a lo largo de los primeros seis meses del año pasado.

Por otro lado,  la incidencia de la pobreza se redujo en el 1° Semestre de 2018 (27,3% de las personas) en relación al 1° Semestre de 2017 (28,6% de las personas). Al extrapolar esta proporción al total de la población, se observa que casi 500.000 personas lograron salir de la pobreza en ese período.

¿Qué explica esta menor desigualdad y pobreza?

Esta dinámica respondió a que los miembros de las familias más vulnerables consiguieron más trabajo y mejores ingresos entre el 1° Semestre de 2018 e igual período de 2017.

La masa de ingresos de cualquier familia puede incrementarse por dos vías: un aumento de los ingresos de los miembros que componen la familia o una mayor cantidad de miembros de la familia percibiendo ingresos (principalmente, trabajando). En esta línea, si observamos la evolución de los ingresos individuales, se observa que los mismos crecieron 29,0% i.a. en la primera mitad del año, aunque como se observa en el siguiente gráfico, el incremento fue diferente según decil de ingreso: la mitad de la población más pobre percibió un aumento promedio de 26,5% i.a. (por debajo de una inflación de 27% i.a.) en tanto que la mitad más rica un alza promedio de 29,6% i.a..

Por el contrario, al observar el ingreso per cápita de las familias, se encuentra que los mismos exhibieron un crecimiento mayor en los deciles más bajos de ingreso (35,5% i.a. para la mitad más pobre vs 32,1% i.a. para el resto). La necesidad de recomponer los ingresos ante la caída del poder adquisitivo de las familias de menores recursos parece haber motivado la entrada al mercado laboral de nuevos miembros de las mismas que elevaron los ingresos  contribuyendo a reducir la desigualdad y la pobreza durante la primera mitad de 2018.

¿Es sostenible la mejora en los indicadores sociales?

El hecho de que la cantidad de trabajadores informales que pertenecen a la mitad más pobre de la población haya crecido 6,9% i.a. en el primer semestre de 2018 (la cantidad de trabajadores en negro de la otra mitad creció solo 2,9% i.a.), y que la suba de los salarios de este sector haya alcanzado 27,1% i.a. (por encima del agregado de la economía, 24,8% i.a.) en dicho período no se repetirán en lo que resta del año impide que esta dinámica continúe en la segunda parte del año.

Esto se debe a dos factores. Por un lado, los empleos informales son los que primeros sufren el impacto de la caída de la actividad. Además, en este contexto recesivo, el margen de negociación salarial de estos trabajadores se reduce, por lo que estimamos que no se repetirá una fuerte absorción de trabajadores en el sector informal (de hecho, posiblemente se observe una destrucción de empleo no registrado) percibiendo salarios por encima de la inflación. En consecuencia, las familias de menores ingresos no podrán  recomponer la caída de los ingresos reales en el segundo semestre del año que tendrá lugar como consecuencia de la aceleración inflacionaria.

En definitiva, durante la segunda mitad de 2018 se observará un incremento de la pobreza que vendrá de la mano de un aumento de la desigualdad, revirtiendo el resultado de los primeros seis meses.

Aumentó el desempleo pero no por caída de la ocupación (por ahora)

¿Qué pasó en el mercado laboral en el comienzo del año?

En el segundo trimestre de 2018, la tasa de desempleo fue de 9,6% de la Población Económicamente Activa (PEA), afectando a 150 mil personas. Pese a que la ocupación trepó 2,2% (casi 250 mil trabajadores), la cantidad de desocupados subió casi 14% i.a., porque la creación de puestos de trabajo no compensó la mayor cantidad de personas buscando activamente empleo (la PEA creció 3,2% i.a.).

Considerando la dinámica agregada del primer semestre, en dicho período ingresaron 680 mil personas al mercado de trabajo (+3,4% i.a.). Cabe destacar que no todos los que ingresaron al mercado laboral corrieron igual suerte: aproximadamente dos de cada tres consiguieron un empleo (más de 440 mil personas) mientras que el otro tercio pasó a engrosar la fila de los desocupados (más de 200 mil personas). De esta forma, la tasa de desempleo promedió 9,3% en la primera mitad del año, trepando 0,3 p.p. en relación al primer semestre de 2017.

¿Qué consecuencias tiene para la economía?

Más allá de que el aumento de la participación en el mercado de trabajo por encima de la población refleja una mayor necesidad de apuntalar los ingresos de los hogares, una cuestión negativa adicional es que si utilizamos los datos del Sistema Integrado Previsional Argentino (SIPA) para ver la cantidad de empleos formales en todo el país, la mitad de los trabajadores que consiguieron un empleo en el primer semestre de 2018 lo hicieron en un puesto de trabajo registrado, siendo que la otra mitad quedó relegada a un empleo informal (220 mil personas en ambos casos).

Como el trabajo es la principal fuente de ingresos en la mayoría de los hogares, no es una buena noticia el aumento del empleo informal, que ya se viene observando desde el cierre del año pasado. Esto hace que una mayor proporción de familias dependa de una fuente de trabajo inestable e ingresos volátiles, no cubiertos por paritarias. El deterioro de la actividad y la aceleración de la inflación está impactando especialmente en estos hogares (que no solo son los más vulnerables, sino también los de mayor propensión a consumir, es decir que gastan la mayor parte de su salario).

¿Cuáles son las perspectivas de cara al segundo semestre?

Todos estos datos apenas captan el efecto de la corrida cambiaria mayo-junio, por lo que estimamos que tras el salto del dólar de agosto, esta situación viene empeorará en la segunda mitad del año. La cantidad de desempleados subirá, debido a que se perderán puestos netos de trabajo (especialmente en el sector industrial y en las PyMEs) y la busqueda de ingresos adicionales se intensificará por la profundización de la pérdida del salario real.

El salario real registrado caerá casi 6% en 2018

¿Quién ganó la carrera entre precios y salarios en el primer semestre?

Durante la primera mitad del año, el salario real de la economía se redujo en promedio 1% i.a. Esta dinámica se explica por la pérdida de 1% i.a. de empleados privados registrados y de 2,4% i.a. en los trabajadores del sector público. A contramano, los trabajadores no registrados –quienes mostraron la peor performance en los primeros seis meses del año- obtuvieron una mejora en términos reales de 1% i.a. en el primer semestre, producto del fuerte avance registrado en el último trimestre de 2017 (+5,7% i.a. en términos reales).

El salto de 35% del tipo de cambio en agosto va a acelerar la inflación en lo que resta del año, reforzando el reclamo de reapertura de paritarias de los trabajadores para evitar que sus ingresos queden muy rezagados frente a alza de precios. Sin embargo, la profundización de la recesión moderará la demanda de ajuste salarial de los trabajadores privados (registrados e informales) producto de un creciente temor al desempleo. Por su parte, el endurecimiento de la meta fiscal (que llegaría al equilibrio primario en 2019) y la transferencia varios gastos a provincias y municipios acotan significativamente el margen de negociación de los empleados públicos.

¿Qué pasará con el salario real en la segunda mitad del año?

Sin reapertura generalizada de paritarias, el salario real podría perder caer en promedio más de 12% i.a. en el segundo semestre. Dado que dicha contracción del poder adquisitivo sería muy nociva para el consumo interno, acrecentaría la conflictividad social y minaría la imagen pública del gobierno, el Ejecutivo tiene incentivos para apoyar la reapertura de las paritarias.

De todas formas, los aumentos llegarían recién en el cuarto trimestre luego de que la suba de precios acumule cerca de 13% en el período julio-septiembre, por lo que la contracción del salario real sería igualmente significativa. Pese a los ingresos adicionales conseguidos (sumas fijas, aumentos o adelantamiento de subas), el salario real de los trabajadores formales caería en promedio 10% i.a. durante la segunda mitad de 2018. De esta forma, este año el salario real registrado cedería en promedio 6% respecto de 2017. Tal como se desprende del análisis, la contracción estará liderada por los empleados públicos (-8% i.a.), mientras que la pérdida de poder adquisitivo de los trabajadores privados registrados rondaría el 4,5% i.a. Los ingresos laborales de los trabajadores informales, sector más sensible a los vaivenes económicos, sufrirán en mayor medida la recesión ya que la misma destruirá puestos de trabajo limitando sensiblemente su poder de negociación.

¿Qué esperamos para 2019?

Lamentablemente, es difícil que se logre revertir esta dinámica el próximo año. La ambiciosa meta de equilibrio fiscal recientemente anunciada para 2019 presionará la inflación vía recortes de subsidios económicos y contendrá los aumentos salariales de los trabajadores públicos. Asimismo, no prevemos mayor dinamismo de la demanda interna, lo que le pondrá un techo a la capacidad de recomposición salarial del sector privado. Por lo tanto, pese a que podrían esperarse algunos incrementos reales en el segundo semestre de 2019 (la inflación iría cediendo si no se vuelve a disparar el dólar), el año promediaría una leve merma. Si estas proyecciones se cumplen, el salario real formal se ubicaría 9% por debajo de las elecciones de 2015.

En mayo se destruyeron casi 17.000 empleos formales

¿Qué pasó?

Si bien en el primer cuatrimestre del año el mercado laboral registrado ya había frenado su expansión mensual, el mismo registró un crecimiento interanual de casi 1,9% por el arrastre positivo de 2017. Ya en mayo el mercado de trabajo comenzó a sentir los efectos del cambio macroeconómico: cayo 0,1% en términos desestacionalizados. Esto implica una destrucción de casi 17 mil empleos formales en el mes, la mayor cantidad observada desde enero de 2016.

Asimismo, la variación interanual creció pero a un menor ritmo (+1,2% i.a., apenas por encima del crecimiento poblacional), sumando alrededor de 150 mil trabajadores formales en relación a mayo del año pasado
Vale destacar que solamente un tercio de dichos empleos corresponde a un puesto asalariado en el sector privado, la categoría más asociada a un empleo de calidad.

¿Qué significa?

Este dato muestra que se destruyeron casi 31 mil puestos de trabajo formal en los primeros cinco meses del 2018. Más aún, a excepción de los 3 mil asalariados de casas particulares que se sumaron en los primeros cinco meses del año a la formalidad, la contracción fue generalizada ya que se perdieron: 23 mil empleos cuentapropistas, más de 6 mil asalariados privados y más de 4 mil asalariados públicos.

Como se mencionó, la dinámica del empleo ya se había frenado durante el primer cuatrimestre y junto con el salto cambiario se observó el primer dato generalizado de destrucción de puestros de trabajo registrados. La elevada incertidumbre de los últimos meses, sumado al acuerdo con el FMI, dificulta la creación de empleo de calidad en la economía. En este sentido, cabe destacar lo que sucedió con la construcción, que afectada por el freno en la obra pública y tras casi dos años de crecimiento continuo, mostró una importante caída en mayo (-0,4% en términos desestacionalizado). Ante la necesidad de cumplir las metas fiscales reduciendo el gasto en obra pública y el freno del mercado inmobiliario tras la devaluación, difícilmente el sector vuelva a crear empleo en el corto plazo.

¿Qué esperamos para los próximos meses?

A pesar de la contracción el nivel de empleo formal, no estimamos que el efecto de la depreciación del Peso en el mercado de trabajo registrado sea tan abrupto como en el nivel de actividad. En este sentido, la Encuesta de Indicadores Laborales (elaborada por el Ministerio de Trabajo a empresas de más de 10 trabajadores y de 12 aglomerados urbanos) muestra que en junio de 2018 la tasa de salida (despidos de trabajadores) fue la menor desde 2003, lo que implica que la cantidad de despidos es baja y/o que nadie logra cambiar de trabajo. Asimismo, la tasa de entrada (contrataciones) también se ubica en mínimos históricos, lo que refleja que las firmas no están activamente incorporando trabajadores. En definitiva, la tasa de entrada y de salida en niveles mínimos indica cautela o incertidumbre por parte de las empresas a la hora de tomar decisiones sobre la planta personal.