Dos caminos para una economía

¿Qué pasó con la actividad en enero?

Si bien el INDEC informó que durante enero el Estimador Mensual de Actividad Económica (EMAE) mostró un retroceso de 5,7% en términos interanuales, la medición desestacionalizada arrojó un nuevo avance: la economía creció 0,6% respecto a diciembre de 2018. De esta forma, la actividad económica encadenó dos meses de crecimiento consecutivo (en el último mes del año pasado creció 1% respecto a noviembre).

Volviendo a la comparación con enero pasado, los sectores que lideraron la caída fueron Comercio (-12,6% i.a.), Industria (-10,1% i.a.) y Construcción (-7,8% i.a.) los cuales recortaron la contracción exhibida en los últimos dos meses del año pasado. Por su parte, Intermediación Financiera cedió 7,6% i.a., acelerando el retroceso del cierre del año pasado. Por el contrario, las únicas actividades que mostraron avances fueron las primarias de Pesca y Agro, las cuales crecieron 8,9% y 10,2% i.a., respectivamente. En este último caso, impulsado por la buena cosecha que está atravesando el campo, que de materializarse alcanzaría niveles récord. Por su parte, el sector de Hoteles y Restaurantes logró mantener su nivel de actividad en un contexto recesivo (-0,1% i.a.) gracias al significativo incremento de turistas extranjeros. Vale recordar que en el primer mes de 2019 se registró el mayor arribo de extranjeros desde el 2002 para un enero.

 

¿A qué respondió esta dinámica?

Estos datos sugieren que la actividad económica habría tocado piso en noviembre pasado y exhibe, muy lentamente, signos de reactivación. Sin embargo, parte de esta performance puede deberse a la estabilidad cambiaria que reinó durante el primer mes del año, que en ausencia de incrementos de precios Regulados y de perspectivas de mejoras salariales, acortó la contracción del consumo. A su vez, esto coincide con la marginal mejora que mostraron algunos indicadores de la construcción, luego de marcar un profunda caída en el último mes de 2018 (-12,7% i.a.).

Por otro lado, si bien las exportaciones cayeron casi 5% i.a. en enero, la sensación de una mayor estabilidad macroeconómica (la tasa de interés de referencia se reducía paulatinamente desde octubre y la inflación se redujo al 2,6% en enero), sumado a la mayor competitividad cambiaria alcanzada durante 2018, es probable que haya incentivado la movilización de recursos en industrias ya vinculadas a los mercados internacionales en pos de aumentar sus envíos al exterior los próximos meses. De manera adicional, las buenas perspectivas para el campo impulsan la actividad de los sectores proveedores.

¿Qué se espera para los próximos meses?

A pesar de la mejora de la actividad en la comparación desestacionalizada, la economía todavía arrastra los problemas del año pasado. Por un lado, considerando que el gasto del gobierno se mantendrá paralizado y que la industria presenta una elevada capacidad ociosa, la inversión no será un motor de reactivación. Asimismo, la incertidumbre que genera el proceso electoral, pospondrá aún más las decisiones de esta índole.

En consecuencia, la capacidad de recuperación de la actividad estará ligada al consumo privado. En este sentido, las paritarias y la mejora del salario real jugarán un rol importante, aunque no serán definitorias. La clave será el impacto de la incertidumbre electoral en la trayectoria del dólar, y en consecuencia, el éxito que tenga el gobierno en controlar el tipo de cambio durante los próximos meses.

Si Argentina transita el 2019 bajo cierta calma cambiaria y la inflación comienza a desacelerarse, el salario real comenzará a mostrar mejoras en la segunda parte del año y el consumo privado responderá favorablemente a esta dinámica. Si por el contrario, las presiones sobre el tipo de cambio son tales que se acrecienta la inestabilidad cambiaria y el dólar exhibe un fuerte salto–en combinación con aumentos salariales significativos- la inflación se  acelerará impidiendo que la misma continúe un sendero decreciente. Esto sepultaría las chances de reelección del gobierno, por lo que la incertidumbre sobre quién será el nuevo presidente configurará un escenario económico aún más crítico en el segundo semestre. Por lo tanto, si las presiones sobre el dólar no pueden ser domadas, el consumo privado no repuntará y el piso que aparentemente tocó la actividad en noviembre pasado habrá sido un espejismo.

Actividad 2019: bailando al compás electoral

El año pasado la economía se contrajo 2,5% respecto a 2017, lo que significó una caída en términos per cápita del 3,5%. Además de no lograr hilvanar dos años consecutivos de crecimiento, el deterioro de la actividad económica fue rápido y significativo: en el último trimestre de 2018 el PBI se derrumbó 6,2% i.a.

Para 2019, las perspectivas no son favorables. En la primera mitad del año, el aumento de tarifas y el fuerte componente inercial del actual proceso inflacionario no permitirá una recuperación significativa del poder adquisitivo. En este marco, es esperable que el consumo privado continúe en terreno negativo a lo largo del primer semestre. Al mismo tiempo, la inversión se reducirá significativamente, debido al elevado costo de financiamiento, a la caída de los ingresos en dólares –impulsores de adquisición de bienes durables como inmuebles y maquinarias-, al desplome del consumo interno y a la elevada capacidad ociosa del aparato productivo.

Sin embargo, una buena cosecha agrícola y el dinamismo de las exportaciones permitirán que la economía experimente una reactivación, en términos desestacionalizados, significativa en el segundo trimestre del año.

A partir de entonces, lo que suceda en materia cambiaria definirá el escenario macroeconómico del segundo semestre. Las presiones sobre el tipo de cambio se irán acrecentando con la típica dolarización pre-electoral, por lo que domar o no dichas presiones será clave para que el nivel de actividad consolide un sendero de recuperación o vuelva al terreno negativo.

En el primer escenario, asumimos que el gobierno logra controlar la creciente demanda de dólares (supuesto fuerte dada la elevada incertidumbre electoral) manteniendo el tipo de cambio cerca del piso de la Zona de No Intervención (ZNI). Como consecuencia, la inflación podría retornar a la zona de 2% mensual en la previa electoral (gracias a la calma cambiaria y la ausencia de subas de tarifas de servicios públicos), propiciando mejoras del salario real.

En este marco, la apreciación del tipo de cambio real permitirá una reactivación del consumo privado, dinamizando las actividades comerciales e industriales dependientes del mercado interno. Asimismo, la caída de la inversión comenzaría a desacelerarse en el tercer trimestre y lograría crecer en la comparación interanual en el último tramo del año, gracias a las mejores expectativas del mercado.

No obstante, detrás del éxito del plan oficial subyace el sesgo contractivo de la política monetaria. En este sentido, la elevada tasa de interés –que prevemos permanezca todo el año- acotará la recuperación de la economía por su nocivo impacto sobre el aparato productivo. Por ende, pese a una gradual mejoría el PBI caería en promedio 1% este año.

En el segundo escenario, la dolarización se vuelve intensa y la oferta de dólares del Tesoro (venta de US$ 60 millones diarios, según se acordó con el FMI) no alcanza para impedir que el tipo de cambio experimente un salto significativo en un periodo corto de tiempo, alcanzando el techo de la ZNI. Esta dinámica acelerará nuevamente la inflación en la previa electoral y deteriorará aún más el salario real posponiendo la recuperación del consumo privado. En consecuencia, las chances de re-elección se reducen y la incertidumbre acerca del próximo gobierno harán que el deterioro de la demanda interna continúe en la segunda parte del año, provocando una caída más pronunciada del nivel de actividad.

Se rompe la “bendición” de los años impares

El PBI cayó 6,2% i.a. en el cuarto trimestre de 2018, cerrando el año con una contracción de 2,5%. En términos per cápita, la caída respecto a 2017 alcanza el 3,5% y medido en dólares el PBI retrocedió 16%. De esta forma, en los tres años de Gobierno de cambiemos el nivel de producción nacional sufrió una caída del 2% y en términos per cápita el deterioro alcanzó el 5%.

En el acumulado de 2018, la contracción de la actividad se debió a una menor demanda interna (-3,2%), dado que el volumen de exportaciones, pese a la sequía, no sufrió modificaciones respecto a 2017. En esta línea, ambos componentes de la demanda interna experimentaron una retracción: la inversión cayó 5,1% y el consumo lo hizo un 2,5%. Cabe destacar que el desplome que marcaron dichos componentes en el último trimestre de 2018, -25% i.a. y 8,8% i.a. respectivamente, significó la caída más profunda desde la crisis de 2009 para ambos.

En este sentido, la producción local no cayó en la misma cuantía que la demanda interna, debido a la mejora en las exportaciones netas. El abaratamiento relativo de los bienes y servicios nacionales tras una devaluación de 100% en el año, ocasionó una caída de las importaciones del 5% y particularmente un derrumbe en el último tramo de 2018 (-26,1% i.a.).

Claramente el 2018 será un año que quedará para el olvido. A comienzos de año una fuerte sequía generó una pérdida de producción de granos y oleaginosas en torno al 18%, afectando la evolución del sector primario, pero también la de todas las actividades conexas al mismo (industria alimenticia, química, transporte, etc.). En este sentido, sin tener en cuenta al sector agropecuario, la caída del PBI sería del 1,5%, es decir, que como mínimo un punto porcentual de la contracción corresponde al efecto de la sequía en la producción primaria.

No obstante, la cuestión climática no fue el único acontecimiento adverso por el que atravesó la economía argentina durante 2018. Una profunda crisis cambiaria, terminó por minar todas las posibilidades de recuperación de la economía luego de atravesar la sequía. En esta línea, la producción de bienes cayó 5,7% en el año, liderada por el sector agropecuario (-15%), pero seguida por la industria que alcanzó una contracción de 4,8%. Por su parte, la producción de servicios marcó una retracción menor (-0,7%), dado que la primera parte de 2018 mostró una muy buena performance ante el boom de crédito hipotecarios, el significativo consumo de bienes durables y el buen desempeño de los salarios reales en aquel entonces.

El 2018 dejó secuelas que se harán sentir en 2019. El año concluyó con un derrumbe de la actividad del -6,2%, lo cual en términos desestacionalizados significó una contracción del 1,2% respecto al tercer trimestre. Esto representó una aceleración de la caída respecto al trimestre anterior, cuando la actividad se contrajo -0,5%. Esta dinámica dejó un arrastre estadístico negativo de 2,4% para 2019.

De esta forma, las perspectivas para 2019 no son alentadoras. El arrastre negativo que deja el 2018 y las condiciones macroeconómicas predominantes durante este año (ajuste fiscal y monetario) no permitirán una recuperación significativa de la actividad. La incertidumbre electoral condicionará la evolución de la economía, teniendo implicancias significativas sobre el tipo de cambio y, a partir de ello, sobre la inflación y la recomposición del poder adquisitivo de los salarios.  En un escenario conservador, la producción local crecería cerca de 3% punta a punta en términos desestacionalizados, pero en el promedio caería como mínimo un 1%. De esta forma, la argentina experimentaría dos años consecutivos de recesión, rompiendo con la “bendición de los años impares”.

La peor recesión desde 2009

¿Cuál fue la dinámica de la economía en 2018?

A comienzos de 2018 el consenso de mercado elaborado por el BCRA proyectaba un crecimiento cercano al 3%. Se esperaba un año tranquilo en el frente cambiario a lo que se sumaba un arrastre positivo significativo heredado por el elevado crecimiento del segundo semestre de 2017. Lamentablemente, ya en los primeros meses la inestabilidad cambiaria y un nuevo brote inflacionario amenazaron la continuidad del crecimiento. Los primeros síntomas de debilitamiento se vieron en la construcción (sector sensible a los movimientos cambiarios) y el comercio (el salario real reaccionó rápido al nuevo contexto). Luego, en el segundo trimestre llegó la sequía (el sector agropecuario cayó más de 30% i.a.) y crecientes presiones sobre el dólar que generaron una depreciación del Peso cercana al 30% en el período. A ello se sumaron aumentos tarifarios que terminaron por acelerar la inflación aún mas (acumuló 16% en el primer semestre, ya por encima de la meta establecida por el gobierno para la totalidad del año). Esto implicó un nuevo golpe al poder adquisitivo (en pesos y dólares) y retrajo el ya alicaído consumo de las familias.

Sin embargo, lo peor estaba por venir. Hacia fines de agosto la inestabilidad cambiaria volvió a escena y el dólar pegó un salto de casi 33% en pocos días. Esta dinámica y la incertidumbre sobre el rumbo económico impactaron significativamente en la actividad económica y, a través de una creciente e inesperada inflación, sobre el poder adquisitivo de la población. Además, derivó en un segundo acuerdo con el FMI que implicó una aceleración en el recorte del gasto público y la adopción de un esquema de agregados monetarios para lograr la estabilización en el frente externo.

El costo de este esquema, que rápidamente llevó la tasa de interés a niveles muy elevados, fue un enfriamiento de la actividad que implicó una caída de 6,3% i.a. en el último trimestre del año. A la producción de bienes, que venía debilitada por la sequía, el freno en la construcción y la suba de los costos en la industria (-5,3% i.a. en el primer semestre y –5,9% i.a. en el segundo semestre) se le sumó el deterioro en los servicios (pasó de crecer 2% i.a. en el primer semestre a retroceder 3,8% i.a. en el segundo semestre). Esta dinámica obedeció en buena medida a la caída en el comercio (superior al 15% i.a. en el último trimestre del año), producto de la estrepitosa caída del salario real: más de 12% i.a. en el cuarto trimestre, la más profunda desde la crisis del 2002.

En este marco, la actividad sufrió la recesión más profunda desde 2009 al caer 2,6%, contracción que dejará un arrastre estadístico negativo de casi 3% para este año. Comparando con el pico de actividad de la era Macri (primer trimestre de 2018) la economía se desplomó 7% en términos desestacionalizados para volver a niveles de 2010.

¿Qué esperamos para 2019?

 

Considerando el negativo arrastre del año pasado y la incertidumbre política ante las elecciones presidenciales, la recuperación de la economía será lenta. En este sentido, durante la primera mitad del año, la actividad dependerá de una mejor cosecha agrícola –se espera que aporte algo más de un punto de crecimiento- y de una parte de los sectores transables, que tras la mejora de la competitividad cambiaria y las expectativas de crecimiento de la economía brasileña (en torno al 2% i.a. en 2019), exhibirán un repunte significativo. Sin embargo, como la mejora de la competitividad cambiaria se da en paralelo con un incremento del costo de financiamiento y una significativa incertidumbre política, el sector industrial tardará en reaccionar al nuevo set de precios relativos y únicamente aquellos sectores que ya están insertos en mercados externos podrán beneficiarse rápidamente.

Por su parte, los dos componentes de la demanda interna, consumo e inversión, se mantendrán debilitados. El primero sufrirá los aumentos tarifarios y la inestabilidad cambiaria que le pondrán un techo a la recuperación del salario real, el cual recién comenzará a mostrar mejoras, al igual que el consumo privado, en la previa electoral. Pero esta recomposición no será suficiente para compensar el deterioro previo y el año cerrará con una caída del salario real promedio del orden de 3,5%. Adicionalmente, la necesidad de cumplir con el objetivo de equilibrio fiscal no permite pensar en novedades positivas por el lado del consumo público.

En este sentido, la inversión también sufrirá debido a que, a diferencia de otros años electorales, el aporte del sector público en materia de infraestructura será limitado. Este recorte no será compensado por una mayor inversión del sector privado en tanto las tasas de interés reales positivas se mantengan y la incertidumbre política no se reduzca.

En suma, durante 2019 la actividad volvería a caer cerca de 1%, encadenando dos años recesivos por primera vez desde el bienio 2001-2002.

Media máquina

¿Qué pasó con la capacidad instalada de la industria en 2018?

El INDEC informó que la Utilización de la Capacidad Instalada (UCI) en la industria se ubicó en el 56,6% en diciembre pasado, más de 7 p.p. por debajo del nivel registrado en igual mes de 2017 (64%). Por lo tanto, la industria funcionó a media máquina durante el último mes del año y registro una abrupta caída en su nivel de actividad (-14,7% i.a., según el nuevo Índice de Producción Industrial Manufacturero). En este sentido, los datos de diciembre dan cuenta que el deterioro de la industria se aceleró en el último mes del año (la actividad cayó 5% respecto a noviembre) y que el piso de la recesión para el sector todavía no se materializó.

Si bien la menor utilización de la capacidad instalada se dio en todos los sectores, se destaca la industria automotriz (25,6%) y la textil (32,2%). En el primer caso, la contracción fue consecuencia de la disminución de la cantidad de unidades fabricadas por las terminales automotrices (-38,5% i.a.) debido a la caída en la demanda interna (las ventas a concesionarios de unidades nacionales se desplomaron 23,6% i.a.) y a la realización de paradas técnicas en algunas plantas productivas. Por su parte, la industria textil redujo la elaboración de hilados de algodón y de tejidos, en un contexto de fuerte caída del poder adquisitivo de las familias (en el último mes del año el salario real retrocedió 11% i.a.) .

¿Qué significa?

Sin dudas, este indicador refleja cómo las empresas adaptan el uso de su capacidad productiva frente a cambios en las decisiones de producción. Frente a un contexto de caída del consumo de la familias por pérdida del poder adquisitivo y menor demanda de productos industriales desde otros sectores de la economía, el alza de costos acaecida por la aceleración de la inflación y el aumento de la presión impositiva, reducen la rentabilidad y obligan a las firmas a reducir sus niveles de producción y ajustar el uso de recursos. En esta línea, el incremento de los servicios públicos y los aumentos salariales que tuvieron lugar a fin de año (incluyendo un bono), dejó una estructura de costos más apretada y de difícil solvencia.

Por otra parte, el menor uso de la capacidad instalada también se vincula con la dinámica del empleo. Si las empresas reducen la utilización de sus instalaciones, comienza la eliminación de horas extras, turnos, aumentan las suspensiones y eventualmente los despidos. De acuerdo a la información de SIPA, esta dinámica se inició al comienzo del último trimestre, por lo que podría haberse acentuado hacia el cierre del año, cuando la tasa de salida volvió a aumentar junto a una caída en la tasa de entrada.

¿Qué esperamos para los próximos meses?

Como la economía comenzará a dar señales de recuperación recién en el segundo trimestre, no esperamos un repunte significativo de la utilización de la capacidad instalada en la industria durante el verano, más allá de las cuestiones estacionales que puedan tener lugar. En este sentido, la dinámica podría incluso agudizarse en caso que los nuevos aumentos (electricidad, gas, salarios) eleven aún más los costos.

Si bien se podría pensar que las industrias ya ajustaron considerando los incrementos que se vienen, la situación se complejizaría si sobrestimaron la capacidad de recuperación de la actividad, ya que el ingreso disponible para consumo no crecerá en los primeros meses del año (los aumentos de Regulados se “comerán” las mejoras salariales) y las tasas de interés se mantendrán elevadas (pese a la persistente baja de las últimas semanas) en pos de contener la demanda de dólares.

Industria y Construcción: un fin de año para el olvido

¿Qué pasó con la Industria y la Construcción en 2018?

El Indice de Producción Industrial Manufacturero (IPI manufacturero) cayó 14,7% i.a. en diciembre y 1,7% desestacionalizado respecto al mes previo, lo que indica que el derrumbe se profundizó en el último mes del año, registrando una contracción de 5% i.a. en 2018. Vale destacar que el IPI manufacturero reemplaza al Estimador Mensual Industrial (EMI) y que el INDEC publicó información desde 2016 que permite analizar la evolución de la industria desde ese momento.

El deterioro alcanzó a la mayoría de las ramas industriales. El año pasado registraron las mayores caídas las ramas Equipo de Transporte –excluye automotor- (-24,1%), Maquinaria y Equipo (-18,4%), Muebles y Colchones (-12,6%), Textiles (-10,7%) y Caucho y Plástico (-10,1%). Por el contrario, las únicas que se expandieron levemente fueron Industrias Metálicas (+3%), Vehículos y autopartes (+2,8%) y Productos Minerales no Metálicos (+0,2%).

Por su parte, el Indicador sintético de la actividad de la construcción (ISAC) retrocedió 20,5% i.a. en el último mes del año, acumulando cuatro meses de caída consecutiva. Sin embargo, gracias a un comienzo del año positivo, la construcción promedió en 2018 un leve crecimiento (+0,8%).

¿Cuál fue el peor momento del año?

Las turbulencias cambiarias y la sequía que tuvo lugar durante el primer semestre del año habían comenzado a afectar negativamente a la industria a tal punto que el acumulado ya se había vuelto negativo en agosto de 2018. Sin embargo, el abrupto salto cambiario al cierre de ese mes, junto a la aceleración de la inflación, el deterioro del salario real y la consecuente incertidumbre económica sepultaron cualquier intento de recuperación en los últimos cuatro meses del año.

Conjugado un nuevo escenario económico, con una demanda interna en retroceso por la abrupta caída del poder adquisitivo en pesos y dólares y un elevado costo de financiamiento producto del apretón monetario para lograr la estabilización cambiaria, las empresas comenzaron a ajustar su producción. Especialmente una vez disipada la parálisis provocada por la incertidumbre económica reinante durante septiembre y octubre. Como resultado, la industria cayó más de 10% -en términos desestacionalizados- en el último cuatrimestre del año.

Por su parte, a la menor inversión que se desprende del contexto mencionado anteriormente, se sumó la austeridad necesaria para cumplir con la reducción del déficit fiscal acordado con el FMI, lo que se tradujo en un retroceso de la obra pública. En consecuencia, la construcción, que fue uno de los motores de la actividad en 2017, se contrajo casi 15% en términos desestacionalizados en los últimos cuatro meses del año.

¿Qué esperamos para 2019?

Los datos reflejan que tanto la industria como la construcción todavía no han alcanzado un piso, el cual estimamos llegue durante el primer trimestre de este año. En lo que respecta a la actividad fabril, las perspectivas no son muy alentadoras, ya que estimamos que el salario real no crecerá hasta la mitad del año y que la política de tasas reales positivas se mantendrá durante este año. Por lo tanto, continuarán activos dos de los factores que suscitaron la aceleración de la caída. El único driver que podría impulsar al sector es la mejora cambiaria (las industrias con mayor potencial exportador y de sustitución de importaciones crecerán este año) pero luce insuficiente.

La construcción, por su parte, tardó más en acusar el impacto de la crisis. Esto en parte se debe a la expansión que tuvieron los créditos hipotecarios indexados en el primeros meses de 2018, lo que impidió que el sector se contraiga más durante la segunda parte del año. No obstante, los efectos negativos del nuevo contexto económico sobre la actividad se harán sentir durante casi todo el 2019. Con la inversión privada paralizada y el retroceso de la obra pública en el marco de un camino hacia el equilibrio fiscal, auguran un año en rojo para la construcción. De hecho, este sector será uno de los más castigados en 2019, a diferencia de lo ocurrido en los últimos años electorales, cuando se configuró en motor de la economía.

La actividad en terapia intensiva

¿Cuánto cayó la actividad económica en noviembre?

Durante noviembre pasado, el Estimador Mensual de Actividad Económica (EMAE) retrocedió 7,5% i.a. y cayó 2,3% en términos desestacionalizados respecto de octubre, lo que se tradujo esta última en la caída más profunda de la actividad económica desde diciembre de 2008. En consecuencia, acumula en once meses una contracción de 2,2% i.a. La menor actividad en noviembre fue liderada por Comercio (-17% i.a.), Industria (-12,6% i.a.) y Construcción (-11,4% i.a.) que conjuntamente explicaron dos tercios de la caída. Por su parte, la producción de bienes se desplomó 7,3% i.a., mientras que la de servicios se derrumbó 6% i.a.

¿Qué factores están detrás de esta dinámica?

Luego del impacto negativo de la sequía sufrido durante el segundo trimestre de 2018, la contracción económica se profundizó como consecuencia de la crisis cambiaria y la correspondiente aceleración de la inflación en el segundo semestre de 2018. Estos dos factores minaron el poder adquisitivo en dólares y en pesos, siendo la retracción del consumo el principal resultado. Por un lado, esto se observa en la dinámica del Comercio, que acumuló una caída superior a 4% i.a. en noviembre en un contexto de ventas deprimidas y aumentos de costos –suba de tarifas y ajustes salariales-. Por otro lado, tras la incertidumbre reinante en septiembre y octubre, las empresas retomaron la toma de decisiones y comenzaron a ajustar su producción dadas las nuevas perspectivas económicas.

Para el último mes del año, esperamos una nuevo retroceso en términos interanuales que dejará al 2018 con una caída cercana a 2,5% i.a. Si bien hasta octubre pasado la recesión económica no se traducía en una ola de despidos (sí en una reducción en las contrataciones, las cuales se encontraban en mínimos históricos), esperamos que las estadísticas del último bimestre del año muestren una intensificación en los ceses de relaciones laborales. No obstante, más allá de ello, el principal ajuste lo sufrieron los salarios reales, que en el último trimestre estimamos que cayeron en promedio cerca de 12% i.a. En este sentido, la evolución del poder adquisitivo de los salarios será el factor que impedirá una rápida recuperación de la actividad, por sus efectos sobre el consumo.

¿Cuáles son las perspectivas para el 2019?

A pesar de que se espera que en la primera parte del año los salarios le ganen a la inflación, el consumo privado (alrededor del 70% de la demanda interna) no repuntará hasta entrado el segundo semestre, dado que no existirá un aumento sustantivo del ingreso disponible para consumo. Esto se debe a que el principal factor detrás de la inflación será la suba en los Regulados, que incluye tanto las tarifas de los Servicios Públicos como otros gastos difícilmente eludibles, como educación formal, prepagas y combustibles. De este modo, ante la imposibilidad de reemplazar el uso de los Servicios Públicos, este cambio en los precios relativos no implicará una sustitución en el consumo de los mismos, y se tenderá a reducir el gasto en otros bienes y servicios para afrontar un mayor costo de los regulados.

En consecuencia, para la actividad, los únicos drivers vigentes durante la primera mitad del año serán la cosecha gruesa y las exportaciones que puedan materializarse gracias al crecimiento de la economía brasileña y a la mayor competitividad precio de industrias locales ya insertas en mercados internacionales. Esto permitiría que la economía experimente una reactivación hacia el segundo trimestre del año, mejora que se vería interrumpida por la incertidumbre generada por el proceso electoral. Como resultado la economía mostrará una contracción promedio cercana a 1% i.a en 2019, cortando con la racha de crecimiento propia de los años electorales experimentada desde 2011.

Bienvenidos a la Argentina

¿Qué pasó con el saldo de turistas en noviembre?

Según el INDEC, en noviembre de 2018, 276.600 argentinos viajaron al exterior, lo que representa una caída del 20% frente a igual mes del 2017. Por su parte, el total de turistas que visitaron nuestro país ascendió a 274.600, marcando un avance de 12,3% i.a. Como resultado, el déficit turístico fue prácticamente nulo a la par que registró su sexta caída consecutiva (desde mayo, cuando comenzó la crisis cambiaria).
Cabe destacar que si se contemplara solamente al Ámbito Metropolitano de Buenos Aires (por vía aérea, que es como se confecciona la estadística), los visitantes al país superaron en más de 20 mil personas a los salientes. De este modo, se registró el primer superávit turístico en 45 meses –desde enero 2015, cuando todavía estaba vigente el dólar blue que permitía canjear a los turistas sus divisas al tipo de cambio paralelo, ampliamente superior al oficial-.

¿Qué significa?

La permanente reducción del déficit de turismo internacional iniciado a mediados se debe a la constante suba del dólar en 2018, más la recesión que esto mismo provocó. Por un lado, esto hizo que los ingresos en dólares de los argentinos cayeran abruptamente, encareciendo los eventuales gastos fuera del país (incluyendo los pasajes aéreos). En el sentido opuesto, abarató los precios en moneda dura de nuestro país, alentando los ingresos desde el exterior.
Una cuestión adicional en favor de un mayor turismo –interno como externo- dentro de Argentina es la mayor disponibilidad de vuelos, particularmente los denominados low cost, hacia destinos del interior del país, que ahora poseen una mayor conectividad tanto con Buenos Aires como con otros puntos turísticos y, además, obligó a abaratar los pasajes de cabotaje de las aerolíneas tradicionales. Por lo tanto, el turismo interno no sólo se fortaleció por razones cambiarias, sino también por una mayor competencia.

¿Qué esperamos para los próximos meses?

Para los próximos meses, las expectativas son optimistas. Por un lado, pese a la apreciación de los últimos meses, el dólar permanece lejos del verano pasado, de modo que las alternativas turísticas internas mejorarán respecto al año pasado. Por otra parte, la recuperación de Brasil –principal afluente- más el fortalecimiento del Real también ayudarán al saldo, ya que incrementarán las entradas de turistas, a la vez que desalentará parte de los viajes a dicho destino.
No obstante, dado que una gran cantidad de argentinos compraron divisas en los meses previos a la corrida -en particular aquellos que viajan al exterior por vía aérea pertenecen a la clase media-alta, con capacidad de ahorro-, el efecto de la caída de la actividad y de la depreciación del peso será acotado frente a otras industrias y la recuperación se atenuará.

PBI 2019: recuperación entre puntas, pero caída en el promedio

Culmina un año para el olvido

La performance del 2018 en materia económica fue claramente negativa: la actividad cayó más de 2% i.a., la inflación acumuló casi 50%, el dólar más que duplicó su precio y la tasa de interés de referencia cerró apenas por debajo de 60% (30 p.p. por encima de donde había comenzado el año). Sin embargo, lo peor fue el descalce entre las expectativas y la realidad: a fines de 2017 se esperaba un año de crecimiento con reducción de las variables nominales, y ocurrió todo lo contrario.

 ¿Qué podemos esperar para 2019?

Lamentablemente, en economía no es posible hacer “borrón y cuenta nueva”. Por lo que el magro desempeño económico afectará el año que comienza. Analizando en términos de demanda, el sector privado permanecerá anémico. Si bien el poder adquisitivo irá recomponiéndose mes a mes, producto del arrastre negativo que dejó 2018, continuará en terreno negativo en el promedio del año. Además, el costo de financiamiento superará a la inflación de modo que el consumo de bienes durables y la inversión productiva no despegarán.

Por su parte, el sector público será un ancla para la economía: consecuencia de la ambiciosa meta fiscal pautada con el FMI, el Estado Nacional continuará recortando sus gastos. Además, producto del cierre de los mercados financieros, los programas de participación público privada (PPP) tampoco podrán llevarse a cabo.

A contramano, las exportaciones sí mostrarán un buen desempeño. Los envíos al resto del mundo treparán por un Brasil en recuperación –el consenso de mercado proyecta un crecimiento de 3% para 2019-; un tipo de cambio más competitivo; y un mercado interno deprimido. Sin embargo, producto de su acotado peso en la economía agregada (alrededor de un quinto), no lograrán revertir la caída de las demás variables y el PBI promediará un retroceso de por lo menos 1% i.a.

Más allá de que el PBI caerá en promedio durante 2019, la economía crecerá entre puntas: el PBI del último trimestre del año será mayor al del primero. Dicho de otra forma, la economía irá mejorando mes a mes (sobre todo en la primera mitad del año), pero no alcanzará el nivel promedio de 2018. Cabe destacar que para que esta reactivación se materialice, será determinante el desempeño del dólar. Si la incipiente estabilidad cambiaria se sostiene a lo largo del primer semestre, la inflación seguirá un curso descendente y el poder adquisitivo se recuperará, apuntalando al consumo interno. Por el contrario, si las tensiones cambiarias vuelven a manifestarse, la inflación se acelerará, los ingresos reales (salarios, pero además jubilaciones y pensiones) no mejorarán y la recuperación económica quedará trunca. Ahora bien, ¿por qué nos acercaremos a uno u otro escenario?

Equilibrios múltiples en el año electoral

Para 2019 proyectamos dos escenarios. Uno “positivo”, en donde la estabilidad cambiaria lograda en el último trimestre de 2018 persiste, de modo que las perspectivas del oficialismo en las elecciones mejoran, lo que disipa aún más las tensiones respecto a la evolución inmediata del dólar y permite que la recuperación económica se consolide.

Pero este círculo virtuoso puede quebrarse por factores exógenos –un escenario adverso para “los mercados” en términos electorales, posibles turbulencias financieras globales y/o shocks negativos imprevistos- consolidando un escenario de inestabilidad cambiaria. En él, las perspectivas electorales del oficialismo empeoran, lo que provoca tensiones en el frente cambiario producto de una mayor dolarización de activos y potencia las dudas sobre la sostenibilidad de la deuda pública. Este deterioro de las variables económicas reduce aún más las posibilidades de estirar este ciclo político, aumentando en consecuencia las presiones cambiarias. Por último, vale remarcar que este círculo vicioso será muy difícil de quebrar, al menos, hasta que asuma el nuevo presidente electo a finales de 2019.

 

Tras un septiembre negro, la actividad se estabilizó en octubre

¿Qué pasó con la actividad en Octubre?

Luego de transitar un septiembre cargado de incertidumbre que hundió la actividad (cayó 2% respecto a agosto en términos desestacionalizados y 6% respecto al mismo mes de 2017), la economía logró estabilizarse en octubre. El Estimador Mensual de la Actividad Económica (EMAE) registró en octubre de 2018 una mejora del 0,9% respecto a septiembre, aunque se ubicó un 4% por debajo de los niveles alcanzados en octubre de 2017. En los primeros 10 meses del año la actividad acumula una caída del 1,7% i.a.

¿Qué explica esta dinámica?

El plan de estabilización llevado a cabo por el gobierno – ajuste fiscal, ajuste monetario e implementación de bandas cambiarias de no intervención – logró frenar la corrida cambiaria y reducir la incertidumbre, por lo que en octubre, en comparación con un septiembre negro para la economía, la actividad mostró mejores resultados.
No obstante, en términos interanuales la actividad continúa su retroceso, liderado por la caída del sector Comercio (-11% i.a.) y de la industria (-5% i.a.). Asimismo, la construcción marcó una contracción del 4,7%, la mayor desde diciembre de 2017. En este sentido, pasada la tormenta de la corrida cambiaria, el nuevo contexto macroeconómico dejó salarios en pesos y en dólares muy deteriorados y el costo de financiamiento muy elevado, lo que desplomó tanto el consumo como la inversión. De manera adicional, las exportaciones no responden rápidamente a un tipo de cambio real más competitivo, debido a las restricciones que genera el elevado costo de financiamiento al momento de hacer frente a una potencial demanda desde el exterior.

¿Cuáles son las perspectivas para 2019?

Actualmente la actividad transita por su peor momento y de cara al 2019 se espera que la economía muestre mejoras impulsadas principalmente por una buena cosecha agrícola, un tipo de cambio real más competitivo y el crecimiento de Brasil. En esta línea, las exportaciones serán el principal driver de expansión, pero no alcanzará para contrarrestar una demanda interna que continuará bajo terreno negativo. En este sentido, el poder adquisitivo de los salarios no mostrará mejoras en términos interanuales hasta recién la segunda parte de 2019, manteniendo debilitado el consumo en la mayor parte del año. Asimismo, aunque la tasa de interés se reducirá en línea con la desaceleración de la inflación, el costo de financiamiento permanecerá elevado, lo que desalentará la inversión. A esto último se suma, que la incertidumbre proveniente del proceso electoral será otros de los factores que pospondrán las decisiones de inversión, deteriorando aún más la demanda interna.
En conclusión, esperamos que la actividad económica se mantenga anémica durante 2019, con una mejora en torno al 3% entre fines de 2018 y fines de 2019, pero que en el promedio del año mostrará una caída del 1,4% anual.