Consumo en cuarentena: del stockeo por prevención al stockeo por expectativas de devaluación

Primera etapa: dentro del hogar todo, fuera del hogar (casi) nada

La pandemia y la cuarentena golpearon fuertemente a un consumo privado que ya arrastraba dos años seguidos en rojo. Sin embargo, su efecto no fue homogéneo entre los distintos sectores ni a lo largo del tiempo: por el contrario, la crisis afectó de manera heterogénea a los distintos rubros. Analizar esta dinámica es fundamental para entender qué pasará en el corto y mediano plazo.

En un primer momento, los sectores no esenciales fueron los más afectados: actividades cerradas sorpresivamente -por definición, la pandemia fue inesperada-, con ventas que se cayeron a casi cero entre fines de marzo y comienzos de abril. Sin embargo, y en sentido opuesto, el aislamiento impactó positivamente sobre el consumo masivo.

Por caso, durante el tercer mes del año, las ventas de este rubro treparon 15% i.a. según los datos de Kantar Wordpanel. En un sentido similar, la facturación de los supermercados creció 10% i.a. en términos reales conforme a los números del INDEC. Considerando que ambas series estaban en rojo desde comienzos de 2018, podemos afirmar que la cuarentena las impactó positivamente.

Esta dinámica favorable obedeció a dos grandes factores: el miedo a lo que podía venir y la reducción de las opciones de gasto. Por un lado, los temores lógicos a los que indujo la cuarentena en un primer momento forzaron a muchas familias a stockearse, adelantando consumos de mayo-junio a marzo y abril. En este sentido, las compras de alimentos, medicamentos y elementos de limpieza, higiene y desinfección de los hogares mostraron un buen cierre del primer trimestre e inicio del segundo, más explicado por el miedo al futuro que por una mejora sostenible de la demanda.

En segunda instancia, aparecen las restricciones al consumo. Según la Encuesta Nacional de Gastos de los Hogares de INDEC, cerca del 40% de éste se realizaba fuera del espacio doméstico, explicado en rubros no esenciales en su mayoría. Por lo tanto, la cuarentena aumentó el “ingreso disponible para consumo masivo” y el gasto destinado a consumos en el hogar que explicaba poco más de la mitad de las erogaciones se elevó a tres cuartos en el inicio de la pandemia, siguiendo las estimaciones del Centro de Estudios para la Producción (CEP XXI).

En el terreno opuesto, al inicio de la pandemia las ventas de bienes durables se desplomaron. Los patentamientos de autos y motos se derrumbaron 70% i.a. y 60% i.a. en el bimestre marzo-abril, aun cuando las bases de comparación eran particularmente bajas. En la misma línea, las ventas de electrodomésticos retrocedieron 35% i.a. mostrando que las familias pospusieron este tipo de gastos ante la incertidumbre. Por último, se desmoronó la compra de inmuebles, que cayó 90% i.a. en marzo-abril. Aunque el “tiempo en casa” aumentó, las mudanzas quedaron casi descartadas por las restricciones y los grandes gastos que implican.

Segunda etapa: consumo atrasado y sectores que se emparejan

Esta dinámica cambió en los meses siguientes. La aparición de los rubros “exceptuados” además de los esenciales y la adaptación a la venta on line de muchas empresas acercó las divergencias. Asimismo, una búsqueda por adelantar compras que persiste, pero se atenúa, más pedidos atrasados que efectivamente se llevan a cabo en las plantas que reinician su producción, también contribuyeron a emparejar la performance de las ventas.

Pasado el boom inicial del consumo masivo que trajo la pandemia, sus indicadores empezaron a mostrar algunas señales de retroceso. Por caso, según el índice de Nielsen Express, el consumo en supermercados cayó tanto en agosto como en septiembre (-3,3% i.a. y -2,5% i.a.), a la par que el rubro medicamentos hizo lo propio en el octavo mes del año (-3,7% i.a.).

En sentido contrario, la disparada de la brecha comenzó a generar la percepción de que el dólar oficial estaba barato, aun cuando los fundamentals macroeconómicos no hubieran cambiado sustancialmente. De la misma forma, la escasez de opciones de ahorro en un escenario de exceso de liquidez, los temores devaluatorios y las posibilidades de “comprar dólares oficiales” mediante el acceso a bienes importados impulsaron el consumo de productos durables.

En este caso, se verificó un mejor desempeño de aquellos rubros vinculados a consumos dentro del hogar -electrodomésticos, equipos electrónicos, etc.- que a los que sirven para uso exterior, como autos o motos. La incertidumbre mencionada en la etapa anterior cedió paso ante las necesidades o utilidades, evidentemente.

En el mismo orden, repuntó la compra de muebles, colchones, insumos vinculados al mantenimiento y reparación de la vivienda, como pinturas, cemento o ladrillos huecos. Según las cifras del INDEC, en agosto la producción de pinturas trepó 24,2% i.a, y la de muebles y colchones 13,6% i.a.; el consumo aparente de ladrillos subió 17,2% i.a. y los despachos de cemento en bolsa (asociados a pequeñas refacciones o a la autoconstrucción) avanzaron 8,2% i.a., mostrando un rebote generalizado del sector.

Más allá de estas “buenas nuevas”, al analizar el acumulado anual de todos estos rubros continúan verificándose importantes caídas. En consecuencia, la mejora se explica más por factores asociados al consumo reprimido y a compras atrasadas de la primera parte del año que a una mejora genuina y sostenible.

Tercera etapa: ¿volver al futuro?

La pandemia dejará secuelas permanentes en nuestra economía. Aun cuando la vacuna contra el Coronavirus llegue en el corto plazo y las restricciones a la movilidad se terminen rápidamente, el nivel de actividad no volverá al cierre de 2019, al menos, hasta 2023. En igual sentido, la tasa de desocupación seguirá en avance -en el segundo trimestre, último dato, el crecimiento de solo 2 p.p. en un año estuvo muy influido por las complicaciones para buscar en empleo de manera activa-. Por último, el ingreso de las familias se irá recuperando lenta y parcialmente. En consecuencia, el consumo en general seguirá acusando recibo de la crisis en los próximos meses.

Ahora bien, el escenario planteado más arriba pareciera ser de máxima, y no solo porque la vacuna podría no llegar y las restricciones continuar. Por ejemplo, la situación del mercado cambiario enciende señales de alerta: si se llegara a disparar el dólar oficial, habría un salto inflacionario que agravaría la caída de ingresos de las familias, impactando negativamente sobre el consumo en el corto plazo. En este escenario, la percepción de dólar barato que alentó la compra de bienes durables en los últimos meses se terminaría, volviendo a ubicar al rubro en terreno negativo. En la misma línea, el consumo masivo sufriría la caída del poder adquisitivo.

En síntesis, la situación de los próximos meses se presenta muy delicada. A pesar de que los problemas sanitarios se atenúen, la tensión del mercado cambiario podría frenar el rebote del consumo en general. Caso contrario, si se superaran las presiones, habría una luz de esperanza.

A más restricciones cambiarias, menos relevante el mercado oficial

La economía argentina está golpeada por diversos frentes. Un derrumbe de la actividad producto de la cuarentena para contener los contagios del Coronavirus, un déficit fiscal creciente para morigerar el impacto negativo en el entramado productivo y social del confinamiento financiado con emisión y una renegociación de la deuda pública que parece encauzada, pero mientras tanto el Tesoro está en default.

Como si todos estos inconvenientes no alcanzaran, por la creciente incertidumbre y el acotado retorno del ahorro en pesos, la brecha cambiaria se disparó en el último mes y medio alimentando las expectativas de devaluación del peso. Para peor, la depreciación del Real brasileño, que acumula más de 35% en lo que va del año, redujo sensiblemente nuestra competitividad precio y dejó al tipo de cambio real multilateral por debajo de su promedio histórico.

Pese a las restricciones a la compra de divisas y el superávit comercial, la creciente incertidumbre desató un nuevo proceso de caída de Reservas. Para evitar que estas presiones depreciaran el Peso, el Banco Central vendió en el mercado cambiario oficial casi USD 1.600 millones en el último mes y medio. Como resultado, las Reservas netas perforaron los USD 10.000 millones a mediados de mayo, volviendo al alarmante nivel que forzó a la gestión anterior a endurecer el cepo tras las elecciones presidenciales.

El Banco Central (BCRA) y la Comisión Nacional de Valores (CNV) profundizaron los controles cambiarios ante la creciente presión. Primero, la CNV obligó a los Fondos Comunes de Inversión a tener un 75% de su cartera en pesos. Luego, la autoridad monetaria impidió el acceso al mercado de cambios oficial a las firmas que hubieran vendido títulos valores en dólares en los últimos 30 días -es decir, realizado contado con liquidación- e introdujo un parking de 5 días a dichas operaciones. Por último, en la jornada del 28 de mayo, estiró de 30 a 90 días dicho plazo y prohibió la compra de divisas en el Mercado Único y Libre de Cambios (MULC) para importación de bienes a las firmas que tengan “activos líquidos” en moneda extranjera o hayan reducido deudas con el exterior en relación con el 1 de enero de 2020.

Si bien todas estas disposiciones son relevantes, creemos que la última es la más significativa, de modo que vale la pena detenerse en ella. En primer lugar, cabe destacar que la misma tendrá un efecto sobre la inflación. Dado que el costo de reposición es una variable clave para determinar el precio de un producto, y que a partir de ahora muchas empresas tendrán que importar usando dólares ahorrados que valen más que los comprados en el MULC, es probable que sus productos suban de precio. En síntesis, las cotizaciones paralelas tendrán un impacto más significativo en la inflación.

Por otra parte, llevará a muchas firmas a desistir de algunas operaciones comerciales. En un país tan incierto y volátil como la Argentina, tener que desprenderse de divisas propias para importar conlleva un riesgo muy alto. Quienes no estén seguros de poder vender y obtener una ganancia de aquello que importen, posiblemente dejen de hacerlo. En este sentido, muchos bienes que son rentables a un precio de importación de 68 ARS/USD no lo son a otro de 110 ARS/USD.

En consecuencia, podemos afirmar que esta última medida actuará como una suerte de “devaluación encubierta” sobre aquellas firmas que queden afuera del MULC. Pese al impacto negativo sobre el golpeado entramado productivo, el endurecimiento del cepo reducirá la demanda de divisas, permitiéndole al BCRA volver a comprar dólares (como sucedió el último viernes) y dándole al gobierno tiempo para lograr un acuerdo con los acreedores Ley extranjera (el presidente del BCRA mencionó que los controles se flexibilizarían si hay canje) y para lanzar un programa para potenciar la recuperación post-cuarentena.

La recuperación dependerá del nuevo funcionamiento económico

Si en las próximas semanas se cierra un canje exitoso con los acreedores ley extranjera que destrabe la reestructuración de la deuda pública y se atraviesa el pico de contagios de COVID-19 en el AMBA estaremos empezando a transitar un período de recuperación.

La magnitud del rebote va a depender de los lineamientos de política económica. Entre ellos destacan: i) cuál será el sesgo de la política fiscal tras el período excepcional de la cuarentena; ii) qué política de esterilización implementará el BCRA para acomodar la liquidez tras la creciente emisión para financiar al Tesoro; iii) cuál será la competitividad del tipo de cambio real (¿se corregirá el atraso con Brasil?); iv) qué nivel de restricciones existirán en el MULC (¿no conviene desdoblamiento de jure?); v) ¿persistirán los precios máximos y el congelamiento de Regulados?; y vi) qué grado de intervención estatal sobre el sector privado dejará la “nueva normalidad”.

Este último punto es crucial, ya que en las últimas semanas se observó una creciente injerencia estatal que desincentiva la inversión y los negocios en nuestro país. El avance de medidas similares a las implementadas durante 2012-2015 preocupa, dado que estas iniciaron el período de “estanflación” que padecemos hace casi una década. En el mejor de los casos, se puede argumentar que el cepo cambiario, las restricciones a las importaciones (DJAI) y los controles de precios de entonces sirvieron para preservar las condiciones socioeconómicas del 2011. Sin embargo, aplicar estas políticas defensivas no tiene sentido en la actualidad: no hay nada que rescatar de este momento.

De hecho, el 2020 debería ser el piso a partir del cual la economía argentina arranque un ciclo de expansión sostenible. Pese a algunas similitudes con el 2002, es improbable que se repita una recuperación a tasas chinas con baja inflación (pues el contexto internacional actual es complejo) en el corto plazo, pero es imperativo aprovechar la reducción de la carga de la deuda pública en moneda dura para crecer.

Para no dejar pasar otra oportunidad, el Gobierno tiene que implementar una política macroeconómica equilibrada (clave para reducir la incertidumbre) y generar condiciones propicias para que el sector productivo invierta. Ojalá esta vez sea diferente.