Elecciones, acuerdo con el FMI y límites de la realidad: la necesidad de afianzar el rumbo en 2023

La asunción de Sergio Massa -a la par de la integración de las distintas carteras que hoy conduce- marcó un punto de inflexión para la política económica del Gobierno. Dotando de mayor respaldo político a la conducción de la economía, permitió un mayor grado de cohesión en la toma de decisiones para imprimirle coordinación, efectividad y agilidad a la gestión de la política económica. Este giro pragmático logró ponerle fin a la lógica previa de cortocircuitos que mantenían elevada la incertidumbre y obturaban el rumbo económico, permitiendo desactivar una crisis cambiaria desordenada que lucía inminente y aportando a un mayor alivio en los frentes fiscal-financiero y cambiario.

El set de política económica plasmado en el acuerdo con el FMI fue ratificado como la hoja de ruta a seguir, no necesariamente por convicción, sino por los limitantes que impone la realidad. En este sentido, los riesgos de un empeoramiento agudo del escenario nominal volvieron a “ordenar” las diferencias al interior de la coalición de gobierno: el ministro consiguió desplegar sin demasiadas objeciones medidas que pocos meses atrás lucían impracticables por sus costos políticos. Entre ellas, fuertes subas de las tasas de interés; aceleración en la suba de tarifas de servicios públicos; una marcada reducción real del gasto público y la presentación de un Presupuesto 2023 de ajuste fiscal centrado en subsidios y prestaciones sociales.

Estas medidas fueron complementadas por un alineamiento de las variables nominales (inflación, tasa de interés y ritmo de depreciación); continuas intervenciones del BCRA en el mercado de deuda en pesos que contribuyeron a favorables canjes del Tesoro; y el cumplimiento de la meta de reducción de la asistencia monetaria directa por parte del BCRA. Finalmente, las dos ediciones del “dólar soja”, la intensificación de las restricciones a las importaciones, los esquemas de tipos de cambio múltiples e ingresos “extra” (BID y China) permitieron robustecer el stock de reservas, cumplir con las metas y evitar el escenario más temido: un salto abrupto del tipo de cambio oficial.

Ahora bien, las bases sobre las cuales se sostiene esta mayor parsimonia siguen siendo vulnerables. En este sentido, y frente a los riesgos que se avizoran para este año, el éxito inicial del “plan Massa” constituyó una condición necesaria pero no suficiente para evitar una corrección desordenada y transitar un 2023 de elecciones sin crisis, dejando varias incógnitas por resolver.

Sobre esta base, ¿qué esquema de política económica cabe prever para 2023? ¿qué riesgos se avizoran? ¿podrán cumplirse las metas acordadas con el FMI? ¿cómo responderían la actividad y los ingresos? ¿qué esperar de las tensiones al interior del Gobierno?

 

El Frente de Todos ante el frente de los Dólares y el frente de los Pesos

De cara a los próximos meses, se destacan 3 factores que podrían poner en jaque esta “estabilidad” lograda y el sostenimiento del crawling peg (evitar un salto abrupto del tipo de cambio): (1) la escasez en la oferta de dólares (“frente de los Dólares”); (2) la sostenibilidad de la deuda en pesos (“frente de los Pesos”) y (3) la necesidad de evitar un nuevo salto en la inflación.

1) El sostenimiento del crawling peg estará tensionado por un frente cambiario que presentará mayores dificultades en 2023, especialmente durante el verano: i) en contraste con los últimos dos años, los precios internacionales no compensarán los menores volúmenes de cosecha agrícola a raíz de la sequía, dejando como resultado un menor ingreso de divisas por este canal y un puente más largo hasta la próxima cosecha gruesa; ii) el adelantamiento de ventas que produjo el “dólar soja 2.0” deja menos producto a vender en el 1T, además de generar incentivos para retener a la espera de una nueva edición; iii) el nivel de brecha cambiaria y de tipo de cambio real no será consistente con un superávit de cuenta corriente sostenido en el tiempo; iv) el financiamiento neto del FMI será negativo, a diferencia de 2018-2022; v) la economía mundial moderará su crecimiento, con precios de la energía y los fletes que se mantendrían elevados; vi) ¿cuánto podrán seguir postergándose los pagos pendientes de importaciones? En este escenario, la puesta en marcha del Gasoducto NK emerge esencial para reducir los pagos por importaciones energéticas previo a la temporada invernal.

2) El Tesoro debe lograr un rollover de alrededor de 1,3 veces lo que vence en 2023 a fin de financiar el rojo fiscal. Vale recordar que, con un mercado externo virtualmente cerrado, la imposición de un límite a la asistencia monetaria a la par de una consolidación fiscal gradual conduce a que las necesidades de financiamiento sigan descansando excesivamente en el mercado de deuda en pesos. Esto lo deja vulnerable ante episodios de incertidumbre como los vistos en junio/julio y, en menor medida, en octubre/noviembre. Si bien el reciente canje permitió descomprimir buena parte de los compromisos del 1T, los elevados vencimientos del 2T y 3T ($1,8 bn/mes), junto a la reticencia del mercado a adquirir títulos posteriores a las elecciones y las restricciones político-sociales para instrumentar un ajuste fiscal más agresivo emergen como los principales desafíos para el Gobierno en este frente: una caída de la tasa de rollover implicaría una fuerte emisión del BCRA (por rescates) que podría presionar la inflación y el mercado cambiario (“frente de los Dólares”).

Asimismo, al igual que en el caso de la sequía el Gobierno se enfrentará a un factor de difícil control: más allá de lo que el oficialismo diga o haga, en medio de la transición electoral será igual o más relevante las señales que vaya arrojando la oposición sobre el tratamiento que le daría a los títulos de deuda en pesos.

3) Asociado a estos dos frentes se encuentra la necesidad de evitar nuevos shocks sobre la nominalidad. Si la inflación se acelerara nuevamente el actual set de política económica se encontraría ante una nueva ronda de presión: si la respuesta del Gobierno fuera imprimirle una mayor velocidad al ritmo de devaluación, retroalimentaría la dinámica de precios,  y el escenario ganaría inestabilidad; pero, por otra parte, convalidar un mayor atraso cambiario dificultaría aún más la capacidad de defender la paridad oficial y pondría en jaque la necesidad de acumular reservas (el “frente de los Dólares”).

En definitiva, la conjunción de estos factores configura una trayectoria expuesta a una elevada vulnerabilidad a lo largo del año, dificultando el objetivo de transitar el 2023 electoral sin nuevos episodios de turbulencias: la economía seguirá recorriendo un angosto desfiladero en el que cualquier leve desvío en estos múltiples planos aceleraría la probabilidad de ir hacia un escenario disruptivo.

En consecuencia, ¿qué política económica seguiría el Gobierno?

La visualización de estas fuertes restricciones -más aún de las que escapan a la injerencia directa del Gobierno- y la búsqueda por evitar un salto cambiario es lo que seguirá forzando y encolumnando a la política económica detrás de la necesidad de profundizar el rumbo enmarcado dentro del acuerdo con el FMI, aún en medio del año electoral: las decisiones de política económica continuarán rigiéndose dentro de un corset que no podrá romperse si se quieren minimizar las chances de transitar hacia un escenario disruptivo.

Por un lado, los límites que impone el programa financiero (entendiendo que desvíos por sesgo expansivo pueden lesionar las colocaciones de deuda) guiarán el ajuste del déficit fiscal al rango de la meta del acuerdo. Sin margen para incrementar los ingresos de forma significativa (de hecho, se ven parcialmente lesionados) el eje radicará en continuar con la reducción real del gasto público. En esta línea, la elevada inflación promedio (que permite reducir el gasto indexado), el ajuste tarifario y el reemplazo de gas importado por gas local acotan la cuenta de subsidios y constituyen las principales líneas de contención de las erogaciones.

En segundo término, a fin de contribuir a anclar las expectativas de inflación, mantener a raya la brecha cambiaria y contribuir a sostener la demanda de pesos y la captación de financiamiento, el BCRA y Finanzas seguirían manteniendo las tasas de interés reales en terreno positivo, a la vez que seguiría reduciendo la asistencia monetaria directa al Tesoro.

Por otra parte, sin corrección mediante se seguiría convalidando un ritmo de devaluación más en línea con la inflación para evitar una mayor apreciación cambiaria. En este sentido, la política cambiaria estará tensionada entre el objetivo oficial de sostener el crawling peg y el retraso que muestra el tipo de cambio oficial en un marco de menor influjo de divisas comerciales, lo que obligará a renovar constantemente esfuerzos por obtener recursos por el lado de la cuenta financiera y/o acotar el exceso de demanda de divisas (restricciones a las importaciones, desdoblamientos sectoriales ad-hoc). Como resultado, prevemos que haya tensión en el cumplimiento de la meta de acumulación de reservas.

¿Cómo se comportaría la inflación, los ingresos y la actividad económica?

En materia de inflación, sobre el piso elevado que dejó el 4T de 2022 (5,4% mensual) se sumará el posible impacto de la sequía sobre los precios de alimentos, un potencial “despertar” del precio de la carne vacuna, la dinámica salarial, los ajustes pendientes en las tarifas de servicios públicos y las restricciones sobre las importaciones, factores que seguirán presionando sobre el nivel de precios. Sin embargo, la moderación del crawling peg, en conjunto con el amplio set de acuerdos de precios cerrados recientemente y sin shocks como los ocurridos el año pasado (guerra en Ucrania, renuncia de Martín Guzmán) que permitan mantener contenida la brecha, la inercia y las expectativas de inflación lograrían moderarse en el margen. Como resultado, esperamos una lenta tendencia a la moderación de la nominalidad en los próximos meses.

En este marco, entendemos que de no mediar shocks (exógenos o endógenos) una recesión podría evitarse, pero no la tendencia hacia la moderación del crecimiento. Partiendo de un menor arrastre que en 2022 la actividad económica se verá afectada por una nueva caída en la producción agrícola, restricciones a las importaciones que no se relajarían significativamente en 2023 y un sesgo contractivo en el plano fiscal-monetario, resultando en una expansión del PIB de algunas décimas por encima del crecimiento poblacional. Asimismo, se prevé un acotado crecimiento de los ingresos reales, lo cual, en conjunto con una elevada propensión marginal a consumir (sesgo pro-consumo) coadyuvaría a que el consumo se expanda por encima del nivel general del PIB.

Haciendo zoom en los ingresos, vemos que la tensión entre anclar las expectativas y dinamizar el consumo redundaría en acuerdos paritarios similares a la inflación: los salarios formales comienzan el 2023 con un efecto arrastre positivo y una dinámica de aumentos que parcialmente incorpora el proceso de 2022, lo cual, en un marco en el cual la inflación no se acelera, redunda en un incremento promedio en el poder de compra. Ahora bien, la movilidad jubilatoria (que junto con los ingresos formales explica el 60% del ingreso de los hogares) inicia el año con una fuerte caída real (producto del rezago que implicó la aceleración inflacionaria del segundo semestre) y difícilmente muestre un aumento promedio, aunque expondría una dinámica de menor a mayor. Finalmente, los salarios informales mostrarían una trayectoria inferior a la de los salarios formales y la movilidad.

La tensión entre dos agendas: la política-política y la política económica

¿Cómo se digerirán estas políticas al interior de la coalición gobernante en el marco de una situación social compleja, una economía enfriándose y una inflación sin perspectivas de desacelerar significativamente? Este año continuará la tensión dentro de la coalición gobernante entre dos agendas con distintas prioridades: la de la política económica (liderada por Massa) y la de la “política-política”.

La primera de ellas visualiza la fragilidad del equilibrio descripto previamente, los múltiples obstáculos por delante y los limitantes que impone la realidad (la “sábana corta”), donde la actividad y la inflación no lucen como frentes tan prioritarios como el resto: un “boom” de consumo atentaría contra el resultado de las cuentas externas, mientras que una inflación elevada seguiría contribuyendo al objetivo de consolidación fiscal y de licuación del elevado stock de pasivos remunerados del BCRA.

En cambio, la segunda, consciente de la necesidad de recuperar caudal de votos mira 2023 en clave electoral y pugnará para darle más aire a la actividad económica, imprimirle un sesgo más expansivo a la política fiscal-monetaria y recuperar ingresos reales vía una rápida reducción de la inflación.

Conclusiones y perspectivas

La administración de la coyuntura que lleva adelante el Gobierno seguirá enfrentándose a un equilibrio macroeconómico inestable en 2023. Si bien el desafío más próximo será el de “pasar el verano”, las estaciones subsiguientes tendrán sus propias dificultades, más influenciadas por la dinámica de la transición político-electoral.

En este marco, aun contando con un set de políticas que procuren fijar un rumbo en la dirección correcta, la falta de confianza, los riesgos exógenos por delante (sequía, señales de la oposición) y los acotados márgenes de acción mantendrán elevados los riesgos de un empeoramiento del escenario nominal.

Aún con las tensiones que puedan intensificarse entre la agenda de la política y la del equipo económico, frente a los grandes desafíos (y riesgos) que se avecinan esperamos que el Gobierno siga buscando el cumplimiento del acuerdo con el FMI. En este sentido, la figura de Massa se erige con mayor fortaleza política que sus antecesores para coordinar esfuerzos y voluntades en pos de progresar con los ajustes en marcha.

No obstante, a medida que la campaña electoral vaya tomando forma, la manera en que vayan evolucionando estas tensiones, en paralelo con el grado de cooperación de la oposición en medio de la transición y, en alguna medida, un poco de “suerte” con la que deberá contar el Gobierno de cara a los múltiples riesgos señalados, serán factores que jugarán un rol decisivo en la trayectoria de la economía a lo largo de 2023.

Camino a 2023: un escenario internacional con múltiples focos de tensión

Nubarrones en el horizonte: se recrudece el frente externo

En informes recientes hemos dado cuenta de los principales desafíos a los que estará expuesto el frente externo de la economía en el largo camino a 2023, en medio de la incertidumbre propia del proceso electoral.

Los principales focos de riesgo se encuentran asociados al 1) impacto que la sequía tendría sobre la cosecha 2022-23, que reduciría el valor de la producción en relación a la campaña previa tras dos ciclos de mejoras de la mano de shocks de precios internacionales, junto con el riesgo de que las expectativas de devaluación -o de eliminación de retenciones- post-elecciones presidenciales puedan incentivar una demora en la comercialización de la misma; y 2) la necesidad de poner en marcha el Gasoducto Néstor Kirchner previo a la próxima temporada invernal a los efectos de ahorrar un monto considerable de dólares en el pago por importaciones energéticas.

A estos se le sumará un tercer factor: 3) un contexto internacional que ha venido agravándose y cuyas perspectivas lejos están de mostrar mejoras.

¿Cuáles son los principales factores detrás de este deterioro? ¿Existen riesgos de un empeoramiento mayor al esperado? Y más importante aún, ¿cuáles son los principales canales de contagio para la economía argentina?

Tres focos de tensión en la economía global

La actividad económica global ha venido desacelerándose, aumentando los riesgos de una recesión, mientras que las presiones inflacionarias se han intensificado. A lo largo de los últimos meses siguieron operando -con diversa intensidad- los tres principales focos de tensión que le dan forma a los enormes desafíos que enfrenta la economía global en la actualidad y que continúan generando incertidumbre a futuro:

1) El conflicto bélico en Ucrania, con su impacto en la actividad económica, el cual es principalmente transmitido por la abrupta reducción del suministro de gas de Rusia a Europa, los mayores precios de las materias primas (principalmente alimentos y energía) y la disrupción en los circuitos de comercio. Si bien la reactivación parcial de la oferta (ayudada por la iniciativa de Granos del Mar Negro) y el riesgo recesivo han llevado los precios de las materias primas agrícolas y los metales a sus niveles previos al conflicto, estos se mantienen en niveles históricos elevados.

2) Las restricciones a la movilidad en China para lidiar con la pandemia y el debilitamiento de su sector inmobiliario (1/5 de su PIB), con su efecto sobre el crecimiento del Gigante Asiático, el comercio internacional y las cadenas globales de suministro; y

3) Con un peso cada vez mayor, el ciclo monetario contractivo de la mayoría de los bancos centrales (BC) de países avanzados en respuesta a la elevada, persistente y diseminada inflación, con una FED aplicando la suba de tasas de interés más veloz desde los 80s, buscando inducir un menor nivel de actividad económica y generando condiciones financieras globales más adversas para los países emergentes y un marcado fortalecimiento del dólar a nivel mundial hacia los mayores niveles desde inicio de los 2000s.

Estos tres elementos se han montado sobre una dinámica previa que ya venía generando presiones inflacionarias crecientes a la salida del momento más agudo de la pandemia. Sobre ella venían influyendo las políticas fiscales y monetarias expansivas que favorecieron una demanda pujante en medio de los cuellos de botella en las cadenas globales de suministro. Sobre este último punto cabe señalar que, si bien las limitaciones de las cadenas de valor han venido disminuyendo, aún permanecen por encima de sus niveles “normales”, mientras que su continuidad dependerá en buena medida de la evolución del COVID-19 en China.

Nuevas proyecciones: mayor desaceleración económica y más persistente inflación

En este marco, el FMI publicó en su World Economic Outlook (WEO) de Octubre la actualización de sus perspectivas económicas para el año en curso y los venideros, dando cuenta de un nuevo deterioro en las perspectivas económicas: la inflación será más alta, la política monetaria más estricta y el crecimiento más débil de lo previsto en el informe de Julio. De hecho, el organismo no dudó en ser tajante al decir que “lo peor está por venir”, y que para muchos el año 2023 se sentirá como una recesión.

En concreto, el Fondo proyecta un crecimiento del 3,2% para la economía mundial en 2022 (sin cambios respecto a la última estimación) y una desaceleración al 2,7% en 2023 (-0,2 p.p. respecto a lo proyectado en Julio pasado y -0,9 p.p. vs. lo calculado en Abril). Cabe destacar que el pronóstico para 2023 es el más débil desde el crecimiento del 2,5% observado durante la desaceleración mundial de 2001, exceptuando las crisis financieras mundiales y de COVID-19. Asimismo, el pronóstico está muy por debajo de la media histórica: el crecimiento económico global promedió 3,6% durante 2000–21 (y lo mismo durante 1970–2021).

Si bien el FMI se encargó de aclarar que no prevé una contracción del PIB mundial, prevé que los países que explican más de un tercio del PIB global muestren contracciones de sus economías por dos trimestres consecutivos (una “recesión técnica”) en algún momento de 2022 o 2023.

La mayor desaceleración en 2023 tendrá lugar en Europa. La Zona del Euro crecería sólo 0,5% el año que viene (-0,7 p.p. en relación a lo esperado en Julio), donde incluso se prevé que su locomotora, Alemania, exhiba una contracción del -0,3% (corrigiendo la estimación previa de un crecimiento de 0,8%), acompañada por una caída del -0,2% en Italia. Esta dinámica responderá principalmente a la continuidad de la grave crisis energética desatada por la guerra en Ucrania, en virtud de la cual Rusia redujo sus exportaciones de gas por gasoducto al Viejo Continente en cerca de un 80% i.a. en septiembre, llevando a una realineación geopolítica de los suministros energéticos.

Pese a la desaceleración económica, las presiones inflacionarias vienen siendo más generalizadas y persistentes de lo previsto. En medio de registros de inflación que en economías avanzadas alcanzan los mayores niveles en cuatro décadas, el FMI elevó al 8,8% la inflación mundial esperada para este año (vs 8,3% en Julio y 7,4% en Abril), lo que marcará el segundo año consecutivo de aceleración y el mayor ritmo en 25 años. Para 2023 se espera una desaceleración al 6,5% (en Abril se esperaba un 4,8%), que no obstante significaría una inflación muy superior al promedio del lapso 2000-21 (3,9%).

Riesgos de mayor inflación y menor crecimiento a lo previsto siguen dominando

Se destacan 6 principales factores de incertidumbre que podrían conducir a un empeoramiento del escenario previsto. 1) La capacidad de los BC para calibrar las alzas de tasas a fin de no quedarse atrás (desanclando las expectativas), pero tampoco para elevarlas más de lo necesario (propiciando una recesión más aguda), en medio de mercados de trabajo (como el de EE.UU.) que se mantienen firmes e indicadores de actividad mixtos; 2) un mayor fortalecimiento del dólar producto de la divergencia en las decisiones de política monetaria entre países desarrollados; 3) presiones inflacionarias persistiendo más tiempo, derivando en respuestas monetarias más duras; 4) estrés en el mercado de deuda de emergentes frente a un sobreendeudamiento generalizado tras la pandemia; 5) interrupción del suministro de gas de Rusia a Europa; y  6) un empeoramiento de los problemas inmobiliarios de China.

Principales vías de contagio para Argentina

El deterioro del escenario global implicaría riesgos de potenciales contagio sobre la economía argentina a través de 4 principales vías:

  • Menor crecimiento mundial. Una menor expansión económica de los principales destinos de nuestras exportaciones podría inducir una caída en la demanda de exportaciones. En este sentido, el crecimiento esperado para nuestros principales socios comerciales en 2023 fue ajustado al 2,4% frente al 3,5% que se estimaba en Abril, al tiempo que la expansión de los miembros del Mercosur (excl. Argentina) sería de sólo el 1,2% (vs 1,5% en Abril). Esta dinámica pondrá en jaque el supuesto de un mayor dinamismo de las exportaciones contenida tanto en el Presupuesto como en la segunda revisión del FMI como uno de los pilares en la necesidad de seguir acumulando reservas el año que viene. Por otra parte, la pérdida de dinamismo de la economía global podría influir negativamente sobre el precio de las commodities.
  • Fortalecimiento del dólar. Históricamente un dólar más fuerte ha estado asociado a un debilitamiento en la cotización de las commodities. Si bien esa relación se ha debilitado este año producto de la restricción de oferta que significó la guerra en Ucrania -y la persistencia de ciertos cuellos de botella- constituye un riesgo latente, pudiendo ejercer una presión a la baja sobre el precio de las materias primas. En este sentido, el FMI espera que el precio de las commodities no-energéticas se reduzca parcialmente en 2023 (-6,2%) luego de haber crecido 7,3% en 2022. Un segundo efecto está asociado a presiones a la depreciación de las monedas emergentes, lo cual complejizaría la necesidad de Argentina de no seguir apreciando el tipo de cambio real, empujando al BCRA a acelerar el ritmo del crawling peg, con la contribución al proceso inflacionario que esto podría acarrear.
  • Suba de tasas y salida de capitales. Si bien el mayor costo de endeudamiento y un mayor “flight-to-quality” a nivel mundial no nos afectaría directamente producto de nuestro aislamiento financiero (un riesgo país en torno a los 2.800 puntos nos mantiene fuera de los mercados voluntarios de crédito), sí podría impactarnos indirectamente a través de su incidencia sobre nuestros socios comerciales (ej. Brasil), que tienden a estar más integrados al mundo en esta materia. En este sentido, no sólo han subido los rendimientos de los activos de países avanzados y se ha apreciado fuertemente el dólar, sino que también aumentó el diferencial de riesgo de los emergentes.
  • Costos de energía y fletes aún elevados. Las preocupaciones sobre el suministro en Europa han estado impulsando los precios del gas natural, llevando a los países europeos a aumentar la dependencia de los suministros globales de gas natural licuado y a discutir un precio tope para el gas ruso. Se espera que los precios se mantengan altos hasta finales de 2023: el Natural gas index del FMI de octubre muestra que si bien a finales del año que viene los precios se reducirían 14% respecto a finales de 2022 (en Julio se esperaba -32%), seguirían estando 210% por encima de los ya elevados precios de 2021 (en Julio se esperaba que se mantuvieran 50% por encima). Esta perspectiva torna casi indispensable la puesta en marcha del gasoducto NK prevista para junio 2023.

Conclusiones

De cara a 2023 el balance de riesgos apunta a una economía mundial desacelerándose en un contexto de condiciones financieras más adversas. Las perspectivas descansan fundamentalmente en la calibración exitosa de la política monetaria en su batalla contra una inflación elevada, difundida y más “pegajosa” a lo esperado y sus potenciales efectos sobre la actividad económica y la estabilidad financiera global.

¿Será posible controlar de manera “suave” (soft landing) a la inflación? Por lo pronto, esta incertidumbre supone la posibilidad de que continúe la volatilidad en los mercados frente a una mayor aversión al riesgo de los inversores.

Asimismo, seguirá pesando el curso de la guerra en Ucrania y la posibilidad de más interrupciones del lado de la oferta relacionadas con la pandemia, principalmente en China.

En suma, el deterioro esperado para el desempeño de la economía mundial tornará más desafiante y compleja la hoja de ruta del Gobierno y la estabilidad del mercado cambiario de cara a 2023, en un año en el que la meta de acumulación de reservas será aún más desafiante que la de este año y donde la construcción del gasoducto NK resultará fundamental para evitar una mayor sangría de divisas vía pagos de importaciones de energía, conduciendo a pensar que las restricciones a las importaciones seguirán operativas durante este periodo.

Nuevo régimen de importación: principales cambios

Comunicación “A” 7622 BCRA: principales modificaciones

La Comunicación “A” 7622 del BCRA modifica las condiciones de acceso al MULC a partir del 17/10/2022, en línea con lo establecido en el nuevo régimen de importación que reemplaza al SIMI, el Sistema de Importaciones de la República Argentina (SIRA): fin de pagos anticipados, sí al pago con dólares propios y a la balanza comercial propia.

Modificaciones más relevantes

– Se eliminan los cupos para acceder en forma inmediata al MULC.

– Todas las operaciones de importación serán con pago diferido.

– El plazo de pago lo establecerán, caso por caso, la Secretaría de Comercio y el BCRA en la declaración SIRA.

– Excepciones al pago diferido:

* Pagos a través de una cuenta local en moneda extranjera de importador (pago con dólares propios).

   * Bienes exceptuados durante el régimen anterior: bienes de capital; ciertos productos médicos y farmacéuticos; aceites y gases de petróleo; hulla bituminosa para centrales de generación eléctrica; ciertos bienes para la construcción de obras de infraestructura contratadas por el sector público.

* Importaciones financiadas con líneas de crédito del exterior, bajo ciertos requisitos.

  * Cancelación de deudas comerciales por la importación de bienes con entidades financieras del exterior, bajo ciertos requisitos.

* Empresas que cuenten con una “Certificación de aumento de las exportaciones de bienes” por el monto de la importación.

Observaciones

– Se reduce el peso del BCRA en la determinación de los plazos de pago de importaciones, en favor de la Secretaría de Comercio (y también de Aduana, dentro del régimen SIRA).

– La normativa no explicita los criterios que se utilizarán para establecer las fechas de pago (¿por tipo de producto?, ¿por tamaño de empresa?, ¿por perfil del importador?).

– No se explicitan los plazos máximos de pago que se podrán asignar. Con la normativa anterior, salvo excepciones, la mayor parte de las importaciones “extra-cupo” debían financiarse a 180 días; con la actual no se sabe.

– Se habilita la posibilidad de compensar importaciones con incremento de exportaciones para reducir los plazos de pago: “balanza comercial propia” (algo similar a lo ocurrido durante la vigencia de las DJAI).

Extraoficial

Con relación a los plazos de pago y a los criterios para su definición, funcionarios de la Secretaría de Comercio han manifestado en reuniones con cámaras empresarias que, una vez analizadas las proyecciones de importación 2023 que presenten las empresas y en función de su tamaño, los plazos “mínimos” para acceder al MULC desde el registro aduanero, podrán ser los siguientes:

– Micro y pequeñas: 60 días

– Medianas Tramo I: 90 días

– Medianas Tramos II: 120 días

– Grandes: 180 días

Por asesoramiento en asuntos de Comercio Exterior, por favor escribir a info@ecolatina.com o comunicarse al +54 911 2668 4444. 

Giro pragmático, ¿giro suficiente?

El Gobierno anunció cambios en el gabinete, con eje en las áreas económicas. Puntualmente, se materializó el desembarco del presidente de la Cámara de Diputados Sergio Massa al frente del Ministerio de Economía; que, además de mantener Hacienda, Finanzas y Energía, absorberá las funciones de Agricultura y Desarrollo Productivo.

El principal objetivo es dotar de volumen político la conducción de la economía para contrarrestar la crisis financiera en curso, ya que asume en responsabilidad directa uno de los tres socios de la coalición gobernante. Sobre esa base, la integración de carteras implica un mayor grado de cohesión en la toma de decisiones para imprimir efectividad a la gestión de la política económica.

Estos cambios parecen entonces oficiar como un giro pragmático del Gobierno, que busca diferenciarse de la lógica previa de cortocircuitos que direccionaban el rumbo económico en sentido de colisión. En otras palabras, esta sería la respuesta a los conflictos de origen político que agudizaron la incertidumbre, dificultaron la gestión, motivaron la renuncia de Martín Guzmán y finalmente explican gran parte de la gravedad del escenario económico actual.

Aún no hay definiciones sobre medidas y acciones concretas, pero seguimos reafirmando que el set de política económica plasmado en el acuerdo con el FMI continuará siendo la hoja de ruta hacia adelante, no necesariamente por convicción, sino por los limitantes que impone la realidad:

  1. No existe margen para ampliar el déficit fiscal dada la falta de fuentes de financiamiento (incluida la emisión monetaria);
  2. Incluso cuando no se amplíe el nivel de desbalance fiscal es necesario que el roll-over de la deuda en pesos continúe siendo positivo, por lo que no puede abandonarse la política de tasas de interés positivas en términos reales;
  3. Con los actuales niveles de dinámica inflacionaria, brecha y escasez de reservas no existe margen para aplicar un ancla cambiaria;
  4. Para desactivar expectativas de una devaluación forzada es necesario recomponer el poder de fuego del BCRA (acumular reservas); y,
  5. Abandonar el acuerdo supondría entrar en atrasos con el organismo, elevando el riesgo de una crisis desordenada.

Con esta hoja de ruta, los principales desafíos que tendrá la nueva conducción económica deben necesariamente distinguirse entre los urgentes y los de mediano plazo.

En relación con los primeros, que estarían presentes hasta el primer trimestre de 2023, el foco estará necesariamente puesto en desactivar las expectativas de una inminente corrección desordenada del tipo de cambio, para lo cual el abordaje de las tensiones cambiarias seguramente tendrá una elevada prioridad en la agenda. En esta fase seguramente se ponderen las acciones relativas a la recomposición de las reservas (buscando incrementar la oferta de divisas en el mercado) y al reencauzamiento de la trayectoria de consolidación fiscal (por las limitadas fuentes de financiamiento del déficit).

En este sentido, el contexto de mayores tasas de interés, austeridad fiscal y limitaciones a las importaciones ratifica nuestra visión de un segundo semestre de mayor inflación y menor actividad que el primero. La disponibilidad de stocks agrícolas sin liquidar y la posible mayor cohesión en torno de las decisiones serán los principales activos de la nueva gestión en esta etapa, pero la magnitud de los desafíos continúa siendo igual de significativa que hasta la semana pasada.

Respecto a la agenda de prioridades de mediano plazo (con la liquidación de la nueva cosecha y el inicio de la campaña electoral del año próximo), necesariamente dependerá del éxito logrado en la primera etapa y de garantizar las condiciones para que dicha estabilidad no se vea jaqueada.

En definitiva, la nueva conducción económica contará con ventajas respecto de las anteriores por los menores obstáculos internos y mayor agilidad en la gestión. Pero tendrá por delante los desafíos de desactivar las expectativas de una crisis en lo inmediato, abordar los desequilibrios latentes (escasez de reservas, elevada inflación, déficit fiscal, brecha cambiaria) y estabilizar la situación más allá del corto plazo, a lo que se sumará la administración de un delicado equilibrio económico-político-social.

En función de las medidas que se vayan anunciando, podremos no sólo evaluar si alcanzan para mitigar los riesgos inmediatos, sino también para dimensionar si las mismas son suficientes para alterar las complejas perspectivas que se configuraron previo al actual giro pragmático del Gobierno.

La construcción pierde dinamismo: ¿se apaga uno de los motores de la recuperación?

¿Cómo le fue a la construcción en abril?

En abril, el Indicador Sintético de la Actividad de la Construcción (ISAC) mostró un pronunciado salto respecto a abril 2020 (+321%), mes en el que el sector había permanecido virtualmente paralizado durante las primeras semanas del ASPO. De esta forma, acumuló una suba superior al 70% i.a. en los primeros cuatro meses del año.

Sin embargo, la comparación el olvidable 2020 es anecdótica: en términos desestacionalizados la venta de insumos para la construcción cayó 2,2%, disminuyendo por tercer mes consecutivo y borrando el terreno ganado entre diciembre y enero. En abril, 8 de los 13 insumos de la construcción relevados por INDEC cayeron en su comparación con marzo, destacándose Hierro redondo y aceros para la construcción, donde influyeron las dificultades productivas que experimentó la industria siderúrgica en el mes (contagios, falta de insumos, menor provisión de gas). Con todo, el sector sigue manteniéndose en niveles casi 20% superiores a la pre-pandemia.

La evolución reciente de la actividad del sector confirma la fatiga que exhibe la construcción respecto al acelerado ritmo de crecimiento que exhibió en la segunda mitad de 2020 y que se extendió hasta enero pasado inclusive. Sobre esta dinámica han operado distintos factores, a los que se ha sumado más recientemente el recrudecimiento de la crisis sanitaria. Las restricciones sobre la actividad en la Ciudad de Buenos Aires en la primera quincena de mayo (grandes obras privadas), junto al cese temporario de actividades a finales del mes pasado en gran parte del país, volvieron a generar preocupación en uno de los sectores más afectados en 2020 por las limitaciones impuestas al inicio de la pandemia/cuarentena en el país.

En este marco, ¿es posible que el sector pueda mantenerse como uno de los motores del crecimiento en 2021? Veamos.

¿Menor influencia de los drivers de la actividad?

Algunos de los principales factores que han venido impulsando la actividad han perdido vigor en los meses recientes. En primer término aparece la disminución en la brecha cambiaria restándole cierto atractivo a las estrategias de acopio o compras anticipadas por parte de desarrolladores y familias. En un contexto en que el poder de compra del salario en términos de insumos constructivos se contrae cerca del 10% i.a. y el crédito hipotecario es virtualmente inexistente, la brecha emerge como un combustible poderoso para la recuperación. Mientras que hacia finales de 2020 la brecha promediaba 100% (120% en octubre), la diferencia se achicó al 60/65% desde febrero. Frente a un precio de los insumos que siguió trepando a un ritmo elevado, el costo de la construcción medido en USD blue subió 60% entre octubre y abril. Aún así, se mantiene 50% por debajo de los máximos de 2017.

Por otra parte, en la medida en la que se incrementó la vida fuera del hogar, los patrones de consumo han ido gradualmente asemejándose a los de la pre-pandemia. Reflejo de lo señalado es que los despachos de cemento en formato bolsa, que hacia finales de 2020 crecían 35% frente a 2019 (pre-pandemia), actualmente lo hacen a un menor ritmo (15%).

No obstante esto, la desaceleración en la demanda para pequeñas refacciones, ampliaciones o reparaciones ha venido siendo parcialmente compensada por el ascenso de la obra privada de mayor magnitud y la obra pública. Por un lado, el relajamiento de las restricciones sanitarias habilita una paulatina mejora en el desarrollo de obras privadas y en el número de empresas operando, que creció 8% entre diciembre pasado y abril, aunque aún se mantiene 10% por debajo de un año atrás y en niveles de 15 años atrás. Por otro lado, los despachos de cemento a granel siguen sosteniendo una recuperación, aunque sin llegar aún a los niveles de los mismos meses de 2019 (-7% en abril).

En este contexto, la recuperación del empleo viene demorada respecto a la demanda de insumos. Si bien los puestos de trabajo se han recompuesto casi un 10% en lo que va del año, los niveles todavía se encuentran bien por debajo de la pandemia. Más allá de que cerca del 60% del empleo en el sector es informal, durante la cuarentena se perdieron cerca de 65.000 puestos registrados en la construcción, de los cuales a marzo aún resta recuperar un 20%. Es decir, que aún faltan 15.000 puestos sólo para recuperar la caída de 2020.

Por último, la reactivación de la obra pública va consolidando su dinamismo tras el desplome sufrido entre 2018 y 2020. Aún siendo 25% inferiores a los niveles de 2019, los despachos de asfalto subieron por cuarto mes al hilo en abril, mientras que frente a reducidas bases de comparación los gastos de capital del Gobierno Nacional treparon 60% i.a. en términos reales en el primer cuatrimestre. Consolidando las buenas expectativas, se destaca que en el primer cuatrimestre fueron licitadas obras en todo el país por ARS 240.000 millones, el mayor registro en términos reales para el trimestre desde 2017, según el relevamiento de Construar.

¿Qué esperamos para los próximos meses?

Si bien los exiguos niveles de actividad de 2020 (principalmente en el segundo trimestre) seguirán permitiendo observar incrementos interanuales significativos, los primeros indicadores de mayo sugieren que la construcción habría acusado el impacto del endurecimiento de las renovadas restricciones sanitarias.

El Índice Construya de mayo mostró una leve retracción mensual (-0,4%) en la serie ajustada por estacionalidad, aunque marcando un nivel 6% superior al de mayo 2019 (sin pandemia). Por otro lado, tras dos meses en suba, los despachos de cemento cayeron -1,6% mensual sin estacionalidad. En ambos casos, se observa que el nivel de actividad se ha venido acomodando levemente por debajo de los niveles de los últimos meses de 2020.

En este sentido, el principal riesgo que enfrenta la actividad en el corto plazo proviene de la posibilidad de que se impongan nuevas restricciones sobre la actividad como las observadas recientemente, principalmente en las jurisdicciones más afectadas por la circulación del virus. No obstante, dada la relevancia estratégica del sector en términos de recuperación del empleo (en particular, del informal) y dinamización de diversos encadenamientos, así como su emplazamiento a lo largo de todo el país y su casi nulo consumo de divisas, la construcción luce como una de las actividades más privilegiadas en el escenario actual.

A favor, observamos que la continuidad del cepo junto a una brecha cambiaria que podría trepar algo más en cercanías de las elecciones y tasas de interés reales negativas alinean los incentivos en pos de volcar ahorros al “ladrillo”, que se combinará con el afianzamiento dela obra pública en el año electoral. Finalmente, el marcado incremento en el precio de las commodities constituye un factor que podría conducir a actores del sector agropecuario a invertir en la construcción en busca de refugio de valor.

En este contexto, la confianza de las empresas sigue conservando un sesgo positivo (más marcado en las que realizan obra pública). En la misma línea, la superficie involucrada en los permisos para obras privadas marcó en marzo un alza del 63,2% i.a., siendo incluso 43% superior al registro del mismo mes de 2019.

En síntesis, prevemos que la actividad se mantenga durante el año por encima de los niveles pre-pandemia, pudiendo retomar el crecimiento en la medida en que se fortalezca el proceso de vacunación. Tras haber caído 19,5% en 2020, esperamos que la actividad pueda cerrar 2021 con un crecimiento en la zona del 25%.

Ciudad de Buenos Aires y Provincia, ¿a qué economía afecta más el COVID?

En 2020, la actividad económica cayó casi 10%. En 2021, se recuperaría alrededor de 6%, recobrando más de la mitad del terreno perdido. Ahora bien, estos números agregados poco nos aportan sobre la dinámica regional: en tanto las distintas ramas sectoriales se reparten heterogéneamente a lo largo y ancho de nuestro país, el impacto sobre la economía fue diferente entre provincias.

En este marco, es importante analizar la evolución de la actividad en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires y la Provincia de Buenos Aires, actuales epicentros de la segunda ola (casi 65% de los contagios de Coronavirus en abril) y por lo tanto de las restricciones, además de marcar sus contrapuntos. De esta forma, podremos comprender mejor qué podría pasar en estos territorios en los próximos meses, claves para la recuperación económica y de la pandemia, pero también para el resultado electoral.

Las regiones con mayor especialización agropecuaria o industrial, o aquellas con mayor peso del empleo público, tendieron a estar menos afectadas. Por el contrario, las provincias especializadas en actividades no esenciales o en servicios como el turismo, la gastronomía y los servicios personales y culturales sufrieron más la crisis y su PBG (Producto Bruto Geográfico, equivalente provincial del PBI nacional) cayó por encima del 10%. Analizar la estructura productiva de CABA y PBA nos permitirá entender mejor qué pasó hacia adentro de esta región fundamental.

Los Servicios se destacan mucho más en CABA que en PBA y el resto del país

La principal diferencia entre ambos territorios radica en el peso de los servicios sobre su estructura económica. Esta distinción es sumamente relevante, puesto que este rubro está mucho más expuesto que los bienes a las nuevas restricciones: la gastronomía, la recreación, los servicios personales y culturales y el turismo, son actividades que seguirán operando en niveles muy por debajo de la pre-pandemia durante todo el 2021. En el primer bimestre de 2021 (últimos datos de INDEC), este grupo se encontraba 8% por debajo de los niveles pre-pandemia.

En este sentido, mientras que en CABA los servicios representan cerca del 80% del PBG, en PBA indicen en un 55% (similar a Santa Fe y Córdoba) y en el país algo más del 60%. Dentro de este grupo se destaca Hoteles y restaurantes y Servicios sociales y personales (teatros, museos, espectáculos deportivos, gimnasios), rubros que explican conjuntamente 8% del PBG de CABA y menos de la mitad en PBA (3,7%). Otra forma de visualizar esta relevancia es mediante la composición del mercado laboral: el empleo formal en estos sectores explica el 13,4% en CABA y el 10% en PBA. En el primer bimestre, estos rubros se ubicaron 40% y 20% por debajo de los niveles pre-pandemia. Cabe destacar que, históricamente, la Ciudad registra el 60% de las pernoctaciones en hoteles del país y 1 de cada 4 empleos formales del sector, dando cuenta de su importancia como polo turístico. Asimismo, allí se sitúan más de 1 de cada 3 puestos registrados en el rubro Restaurantes. A estos sectores podríamos sumar los Servicios sociales y de salud, los cuales exponen un mayor peso en CABA (6,7%) que en PBA (3,6%). Habiendo caído en línea con el PBI en 2020, aún se encontraban 1% por debajo de los niveles pre-pandemia en el primer bimestre.

Como punto a “favor” de la Ciudad cabe señalar que buena parte de los servicios profesionales, empresariales y financieros son teletrabajables. Estos se encuentran contenidos dentro de Servicios inmobiliarios, empresariales y de alquiler e Intermediación financiera, ramas que estuvieron 1,5% y 6% por encima de la pre-pandemia en enero-febrero y que poseen una relevancia mucho mayor en CABA (30,7%) que en PBA (14,4%). En este sentido, un informe del año pasado de CIPPEC resalta que CABA exhibe el índice más alto de potencial de teletrabajo, donde casi la mitad de los ocupados pueden trabajar de manera remota. En contraposición, producto principalmente de la mayor influencia de la industria y el comercio, dicho potencial en los partidos del GBA se reduce a la mitad.

Otro punto a favor de CABA es que tiene mayor proporción de empleo público en todos sus niveles, el cual goza de una mayor estabilidad relativa, golpeando menos al consumo. Esto se manifestó en la mayor fortaleza frente a los embates de la pandemia: los asalariados públicos a nivel nacional crecieron 0,8% en 2020 (+27.000 puestos), mientras que el empleo privado registrado se derrumbó 4% (o -245.000 puestos). Los datos de la EPH al tercer trimestre de 2020 muestran que la proporción del empleo público en relación con el total de los asalariados es del 21,2% en CABA y 17,6% en los partidos del GBA. Además, el peso del sector de Administración Pública y defensa en el VAB de CABA (5,6%) supera al de PBA (3,9%) y al de Santa Fe (3%) y Córdoba (3,3%). En consecuencia, también por este lado, la crisis habría pegado menos en CABA que en el resto de país en general y que en PBA en particular.

Los sectores que lideran la recuperación, con mayor influencia en PBA

En sentido contrario, las actividades con una recuperación más vigorosa muestran un mayor protagonismo en la economía de PBA, particularmente en el GBA. Tal es el caso de la Industria manufacturera, con una participación del 26,7% en el PBG de PBA (similar a Santa Fe) y la mitad en CABA (13,2%, equivalente a la de Córdoba). Impulsada por el “veranito” que atraviesa la demanda de bienes durables e insumos para la construcción, junto con la actividad de diversos encadenamientos fabriles, en el primer bimestre estuvo 4% por encima de los niveles pre-pandemia. Con los anuncios realizados hasta ahora, las nuevas restricciones no afectarían tanto el funcionamiento del sector, de modo que la recuperación podría prolongarse, beneficiando más al GBA. No obstante, el incremento en los contagios de COVID-19 hacia el interior de varias plantas, e inconvenientes en el abastecimiento de insumos, podrían ralentizar la recuperación industrial de 2021.

En segundo lugar, sobresale el Comercio, uno de los tres sectores de servicios que superó los niveles pre-pandemia en el inicio del año (+3,7%), con una incidencia algo mayor en PBA (15,2%) que en CABA (14,2%). Al considerar los empleos formales, esta diferencia se agranda: 19% en PBA y 14% en CABA. Distintos indicadores del rubro (venta de autos nuevos y usados, motos, inmuebles, combustibles) dejan entrever que la dinámica comercial en 2020 se vio más afectada en CABA que en PBA. Ya en 2020, el consumo masivo, por caso, se recuperó mucho más en PBA (7,9%) que en CABA (2,8%), según Kantar Worldpanel. Las renovadas restricciones a la circulación, los mayores temores al contagio y las limitaciones sobre los horarios comerciales colaborarán en ralentizar la recuperación, afectando a negocios con menor desarrollo del e-commerce.

La Construcción, por su parte, muestra una relevancia bastante similar entre CABA (5,2%) y PBA (4,1%). Habiendo sido uno de los sectores con mayor caída acumulada en 2020, viene erigiéndose como uno de los principales motores de la recuperación, superando en el primer bimestre los niveles pre-pandemia (+5%). Los despachos de cemento, insumo representativo del sector, se desplomaron el doble en CABA (-43%) que en PBA (-20%) durante el año pasado. Si bien las ventas en la Ciudad vienen recomponiéndose a un mayor ritmo, en el primer trimestre PBA mantiene mejores niveles en relación con el mismo periodo de 2019 sin pandemia (-30% y -10%, respectivamente). Asimismo, la reciente suspensión de las obras de más de 2.500 m2 en CABA no tuvo su correlato en la Provincia, por lo cual la construcción en la Ciudad se vería más perjudicada durante las próximas semanas.

Finalmente, PBA se ve beneficiada por su mayor especialización en el Agro (fundamentalmente fuera de GBA), actividad esencial cuya evolución depende de factores idiosincráticos tanto de oferta como de demanda, menos vinculados a la pandemia. Si bien se proyecta una merma de la cosecha de los principales cultivos en torno al 10% producto de los efectos de “La Niña”, gracias al rally alcista en el precio de las commodities agrícolas estimamos que la valorización de la cosecha de los principales cultivos trepará cerca de USD 10.000 millones, mejorando la rentabilidad de los productores menos afectados por la sequía.

En suma, pese a mostrar ciertas fortalezas relativas (mayor empleo público y potencial de teletrabajo), la economía de CABA parece haberse mostrado más vulnerable que la de PBA (y que la economía del país en su conjunto) ante el impacto de las restricciones productivas y a la circulación en el marco de la pandemia. Las cinco ramas de actividad que expusieron las mayores contracciones en 2020 poseen un peso del 30,4% en el Valor Agregado Bruto de CABA (37% del empleo), al tiempo que registran una incidencia del 22% en PBA (30,5% del empleo) y del 22,7% en el país (32% del empleo). Una forma de visualizar este impacto es a través de la proporción de empleadores que tuvieron parte de sus salarios abonados por medio del programa de Asistencia al Trabajo y la Producción (ATP). Si bien tanto CABA como PBA se encontraron por encima del promedio a nivel país (55%), en la Ciudad la incidencia fue mayor (65%) que en PBA (57%), según estimaciones del CEP XXI. Asimismo, la destrucción de empleo privado formal en 2020 fue mayor en CABA (-5,3%) que en PBA (-3%).

Por todo lo dicho, se pone de relieve que el patrón productivo que adoptan las jurisdicciones es muy relevante en las discusiones políticas sobre los criterios para imponer o mantener las restricciones sobre los distintos sectores económicos en el área más densamente poblada del país. En el año electoral, así como a nivel nacional la segunda ola ampliará aún más la brecha existente entre los distintos sectores de la economía, profundizando la heterogeneidad de la crisis, es probable que la economía de CABA siga viéndose algo más afectado que la de PBA y, no menor, que el promedio nacional.

La construcción se amesetó en niveles elevados durante el primer trimestre

¿Cómo le fue a la construcción en marzo?

El Indicador Sintético de la Actividad de la Construcción (ISAC) mostró un marcado crecimiento del 97,6% en marzo frente al mismo mes de 2020, el cual había estado afectado por el fuerte parate de la actividad en el mes. De esta forma, el sector registró el quinto avance interanual consecutivo tras 26 meses en baja, acumulando en el primer trimestre un alza del 42,4% i.a..

No obstante, dejando de lado la comparación con el olvidable 2020, en términos desestacionalizados la venta de insumos se contrajo por segundo mes consecutivo, esta vez un 0,5% frente febrero, dando cuenta de cierta fatiga respecto al acelerado ritmo de crecimiento que exhibió la dinámica comercial en la segunda mitad de 2020. Con todo, el sector sigue manteniéndose en niveles 22% por encima de los niveles pre-pandemia.

La dinámica sectorial convive actualmente con el recrudecimiento de la crisis sanitaria ante el acelerado aumento en los casos de COVID-19, lo cual llevó a nuevas restricciones (parciales) sobre la actividad en la Ciudad de Buenos Aires, encendiendo temores en uno de los sectores más afectados en 2020 por las limitaciones impuestas al inicio de la pandemia/cuarentena en el país.

En este marco, ¿podrán sostenerse los actuales niveles de actividad en los meses que siguen?

Cambios en los drivers de la actividad

Si bien el sector habría retomado su trayectoria de crecimiento en abril, cabe señalar que algunos de los principales factores que han venido impulsando la actividad han perdido vigor.

En primer término, la disminución en la brecha cambiaria le resta atractivo a las estrategias de acopio o compras anticipadas por parte de desarrolladores y familias. En el último trimestre de 2020, el sólido dinamismo en la demanda de insumos estuvo impulsado por una brecha promediando el 100% (120% en octubre), variable que permitía compensar los deprimidos niveles del poder adquisitivo del salario y el limitado acceso al crédito hipotecario. Ahora bien, la brecha se redujo al 65% en febrero y en marzo y abril bajó a la zona del 55-60%. Si bien desde finales de abril se observa un repunte a la vez de un encarecimiento en el costo la construcción, que medido en USD blue subió 60% desde octubre. Sin embargo, vale decir que aún se mantiene 55% por debajo de los máximos de 2017.

Por otra parte, en la medida en la que se incrementa la vida fuera del hogar, los patrones de consumo han ido gradualmente asemejándose a los de la pre-pandemia. Reflejo de lo señalado es que los despachos de cemento en formato bolsa, que hacia finales de 2020 crecían 35% frente a 2019 (pre-pandemia), actualmente lo hacen a un menor ritmo (15%).

No obstante esto, la desaceleración en la demanda para pequeñas refacciones, ampliaciones o reparaciones está siendo compensada por el ascenso de la obra privada de mayor magnitud y la obra pública. Por un lado, el relajamiento de las restricciones sanitarias habilita una paulatina mejora en el desarrollo de obras privadas y en el número de empresas operando, que creció 6,2% en los últimos tres meses, aunque en marzo todavía se mantenía 12% por debajo de un año atrás y en mínimos históricos. Por otro lado, los despachos de cemento a granel exhibieron en marzo su quinto incremento interanual consecutivo (+109,5% i.a.) y mostraron el mejor nivel desde septiembre 2019. Además, los despachos de hierro y aceros para la construcción (+205%) superaron ampliamente los niveles de marzo 2019 (+18,4%).

Por último, la reactivación de la obra pública va consolidando su dinamismo tras el desplome sufrido entre 2018 y 2020. Frente a reducidas bases de comparación, los despachos de asfalto saltaron 137,8% i.a. en marzo (cuarto mes en crecimiento), mientras que los gastos de capital del Gobierno Nacional treparon 62,2% i.a. en términos reales, sumando cinco meses en expansión. Consolidando las buenas expectativas, se destaca que en el primer trimestre fueron licitadas obras en todo el país por ARS 160.000 millones, el mayor registro en términos reales para el trimestre desde 2017, según el relevamiento de Construar.

¿Qué esperamos para los próximos meses?

Los primeros indicadores de abril sugieren que la construcción habría retomado el sendero de expansión. Frente a una base de comparación muy reducida por el pleno impacto de la pandemia en abril 2020, el Índice Construya expuso un alza del 103,7% i.a. (+6,4% mensual), superando ampliamente el terreno cedido en abril 2020 (había caído -75% i.a.) y marcando el segundo mejor abril de la serie histórica iniciada en 2002. Asimismo, los despachos de cemento saltaron 134,6% i.a. (+2,5% mensual) elevándose incluso 5% por encima del mismo mes de 2019.

En este contexto, la confianza de las empresas sigue conservando un sesgo positivo (más marcado en las que realizan obra pública), algo que se puede observar, por ejemplo, el reciente anuncio de inversión por USD 120 millones de la cementera Holcim. Asimismo, la superficie involucrada en los permisos para obras privadas marcó en febrero un alza del 19,4% i.a., retomando los niveles pre-pandemia.

Por todo lo dicho, los drivers que han venido apuntalando la actividad se mantendrán vigentes en 2021, aunque moderando su influencia. Por un lado, la continuidad del cepo junto a una brecha cambiaria que podría trepar algo más en cercanías de las elecciones y tasas de interés reales negativas sostienen el incentivo a volcar ahorros al “ladrillo”. A su vez, en el año electoral se afianzará el crecimiento de la obra pública.

El principal riesgo que enfrenta la actividad en el corto plazo proviene de la posibilidad de una reedición de las restricciones sobre la actividad en el marco de la abrupta segunda ola de COVID-19, algo que ya se concretó en la suspensión de las obras de más de 2.500 m2 en CABA. No obstante, dada la relevancia estratégica del sector en términos de recuperación del empleo (en particular, del informal) y dinamización de diversos encadenamientos productivos, no prevemos en lo inmediato limitantes importantes para la actividad a nivel global.

Construcción: un impasse en el sendero de crecimiento

¿Cómo le fue a la construcción en febrero?

El Indicador Sintético de la Actividad de la Construcción (ISAC) mostró un marcado crecimiento del 22,7% i.a. en febrero, registrando el cuarto avance interanual consecutivo luego de atravesar dos años en recesión. Así, en el primer bimestre acumuló un alza del 23% i.a..

No obstante, en términos desestacionalizados la actividad se contrajo 3,9% frente a enero, retornando a los niveles de diciembre. De esta forma, el sector mostró un impasse en el proceso de crecimiento que venía sosteniendo desde agosto pasado, aunque se mantuvo todavía 23% por encima de los niveles pre-pandemia.

Si bien en marzo el sector habría retomado su trayectoria de crecimiento, cabe señalar que algunos de los drivers de la actividad han perdido vigor. Asimismo, la dinámica sectorial convive actualmente con el recrudecimiento de la crisis sanitaria ante el acelerado aumento en los casos de COVID-19, encendiendo temores en uno de los sectores más afectados en 2020 por las restricciones impuestas al inicio de la pandemia/cuarentena en el país.

En este marco, ¿pueden sostenerse los actuales niveles de actividad en los próximos meses? ¿De qué dependerá? Veamos.

¿Cómo evolucionan los drivers de la actividad?

En primer lugar, la marcada disminución en la brecha cambiaria le resta atractivo a la inversión en el sector. En el último tramo de 2020, el sólido dinamismo en la demanda de insumos de los hogares y acopio de los desarrolladores estuvo impulsado por una brecha promediando el 100% en el cuarto trimestre (120% en octubre). Este factor permitía compensar los deprimidos niveles del poder adquisitivo del salario y el limitado acceso al crédito hipotecario.  Ahora bien, la brecha se redujo al 65% en febrero y en marzo volvió a recortarse a la zona del 55% en un contexto en el que el costo de la construcción siguió incrementándose a ritmo acelerado. Como corolario, el costo constructivo medido en USD blue subió 45% desde octubre.

Asimismo, en la medida en la que se incrementa la vida fuera del hogar, los patrones de consumo han ido gradualmente asemejándose a los de la pre-pandemia. Reflejo de lo señalado es que que los despachos de cemento en formato bolsa, que crecían alrededor del 40% hacia finales de 2020, actualmente trepan cerca del 20%.

Pese a esto, la desaceleración en la demanda para pequeñas refacciones, ampliaciones o reparaciones está siendo compensada por un creciente auge de la obra privada de mayor magnitud y la obra pública. Por un lado, el relajamiento de las restricciones sanitarias habilita una paulatina mejora en el desarrollo de obras privadas y en el número de empresas operando, que creció 5,1% en los últimos tres meses pero en febrero se mantenía 14% por debajo de un año atrás. Por otro lado, los despachos de cemento a granel exhibieron en febrero su cuarto incremento interanual consecutivo (+17% i.a.) luego de atravesar 15 meses en baja, a la vez que los despachos de hierro y aceros para la construcción (+56,4%) siguieron enseñando niveles históricos elevados.

Esta tendencia también permite apuntalar el empleo en el sector. Tras cerrar 2020 con una caída del 22% i.a., en enero los puestos de trabajo registrados continuaron con una tendencia de recuperación, pese a quedar todavía 9% por debajo de enero de 2020.

Por último, la reactivación de la obra pública va consolidando su dinamismo tras el desplome sufrido entre 2018 y 2020. Frente a reducidas bases de comparación, los despachos de asfalto saltaron 67,1% i.a. en febrero (quinto mes en crecimiento), mientras que los gastos de capital del Gobierno Nacional treparon 77,8% i.a. en términos reales, sumando cuatro meses en expansión. Alimentando buenas perspectivas, se destaca que en el primer trimestre fueron licitadas obras en todo el país por ARS 160.000 millones, el mayor registro en términos reales para el trimestre desde 2017, según el relevamiento de Construar.

¿Qué esperamos para los próximos meses?

Los primeros indicadores de marzo dan cuenta de que la construcción habría vuelto al sendero de expansión. El Índice Construya expuso un alza del 103,7% i.a. en el mes, recuperando ampliamente el terreno perdido en marzo 2020 (había caído -40% i.a.) y marcando un récord histórico para este mes. Asimismo, los despachos de cemento saltaron 93,5% i.a., siendo el tercer mejor marzo desde al menos 1998.

Sumado a esto, tiende a fortalecerse el sesgo positivo de la confianza de las empresas -especialmente en las que realizan obra pública-, mientras que la superficie involucrada en los permisos para obras privadas evidenció en enero un alza del 23,2% i.a., retomando así los niveles pre-pandemia.

En este contexto, los drivers que vienen apuntalando la actividad se mantendrán vigentes en 2021, aunque moderando su influencia. Por un lado, la continuidad del cepo junto a una brecha cambiaria en niveles altos mantendrá el incentivo a volcar ahorros al “ladrillo”, a la vez que menores restricciones a la actividad seguirán favoreciendo la reanudación de las obras de mayor magnitud. A su vez, en el año electoral se afianzará el crecimiento de la obra pública.

El principal riesgo que enfrenta la actividad en el corto plazo proviene de la posibilidad de una reedición de las restricciones sobre la actividad en el marco de la abrupta segunda ola de COVID-19. Producto de los aprendizajes de operar en pandemia, los nuevos protocolos aplicados y la relevancia del sector en términos de recuperación del empleo (en particular, del informal) y la actividad, no prevemos en lo inmediato limitantes importantes para la actividad.

Actividad: buen comienzo de 2021, pero con nubarrones en el horizonte

¿Cómo evolucionó la economía en enero?

En el primer mes del año el Estimador Mensual de Actividad Económica (EMAE) se contrajo 2% i.a., pero creció 1,9% respecto a diciembre en términos desestacionalizados, el avance mensual de mayor magnitud de los últimos cuatro meses -y en un contexto de pocas nuevas relajaciones de las restricciones sanitarias, lo que es todavía más alentador-. De esta forma, la economía suma nueve meses de gradual y sostenida recuperación luego del derrumbe inédito sufrido en abril del año pasado. No obstante, con el registro del primer mes del año la actividad se ubicó todavía 1,3% por debajo del nivel pre-pandemia (enero-febrero 2020).

¿Cómo arrancaron el año los distintos sectores?

Al interior del EMAE siguieron verificándose velocidades de recuperación dispares a nivel sectorial, en un contexto en que volvió a mejorar en la difusión del crecimiento (cada vez crecen más sectores) y sigue siendo evidente el rezago en la perfomance de los servicios en relación con los bienes. En este marco, en el primer mes de 2021, la mayor parte de las ramas de actividad enseñaron un mejor desempeño respecto a lo observado en diciembre.

En enero, 8 de los 15 sectores que componen el indicador retornaron a niveles pre-pandemia. Entre los bienes (+3,5% i.a.), capítulo que ya suma dos meses con subas interanuales, Construcción (+10,2%) e Industria manufacturera (+4,6%) son los rubros con el mejor desempeño. El primero de ellos, siendo traccionado por el “veranito” que experimenta la demanda de bienes durables e insumos para la construcción, mientras que, en la construcción, la desaceleración en la demanda para pequeñas refacciones está siendo compensada por la reanudación de obras de mayor magnitud y una creciente obra pública.

 

En sentido contrario, Petróleo, gas y minería se contrajo 7,2% i.a. y sigue casi 8 p.p. por debajo del nivel pre-pandemia. Si bien el precio del petróleo ha regresado a la zona de los USD 60 por barril y se verifica un mayor ánimo inversor, las restricciones a la circulación no permiten una mejora significativa.

Por último, los Servicios promediaron un retroceso de 9% i.a. en enero 2021, volviendo a desacelerar su tasa de caída. Entre las ramas que alcanzaron (y superaron) los niveles previos a la pandemia resaltan Intermediación financiera (+7,2% i.a.), y Comercio (+2,6%). En tanto, los sectores que aún están lejos de reconquistar el terreno perdido fueron los que continuaron con mayores restricciones para operar, como Hoteles y restaurantes (-39,1%) y Otras actividades de servicios (-19,2%).

¿Qué esperamos para 2021?

El arrastre estadístico de 8 p.p. que deja enero para lo que resta de 2021 augura una recuperación significativa para este año. Sin embargo, habiendo despejado en el corto plazo el riesgo cambiario asociado a un abrupto salto cambiario, el número final estará determinado principalmente por cómo evolucionará el frente sanitario. En ese sentido, los riesgos de un recrudecimiento de la crisis sanitaria han aumentado, a la luz de la aceleración de los contagios tanto en Argentina como en países vecinos, de la circulación de nuevas variantes del COVID-19 y de las demoras en el arribo de vacunas mientras nos adentramos en el otoño.

Si bien el advenimiento de la segunda ola es casi un hecho, creemos que el aprendizaje de producir bajo pandemia, la mejora en la capacidad instalada del sistema sanitario y el escaso margen social-económico-político para aplicar una cuarentena dura permitirían que la implementación de nuevas restricciones sea menos estricta que en 2020. De esta forma, proyectamos que se aplicarán más restricciones a la circulación, aunque se intentará evitar restringir las actividades productivas.

En este marco, seguirá existiendo un rebote de carácter heterogéneo a nivel sectorial: los no esenciales -como Hoteles y restaurantes y Otras actividades de servicios comunitarias y parte del Transporte, entre otros- continuarán con una lenta recuperación, mientras que algunos sectores (principalmente productores de bienes) tendrán algo más de aire para mantenerse en niveles superiores a la pre-pandemia.

Por otra parte, las particularidades políticas impactarán también sobre el proceso de recuperación. En el año electoral, el gobierno apuntará a dinamizar al consumo mediante planes oficiales (Ahora 12, Precios Máximos) y a atrasar la evolución del tipo de cambio oficial como principal herramienta para contener la inflación y recomponer el poder adquisitivo en la previa a las elecciones. Asimismo, en un contexto de Reservas netas exiguas, un endurecimiento de los controles a las importaciones y a la compra de dólares para la producción podría frenar la recuperación de algunas actividades.

En síntesis, teniendo en cuenta que habría un impacto de la pandemia sobre la economía, aunque menor al 2020, y que el mercado cambiario se mantendría relativamente calmo durante los próximos meses, el nivel de actividad se recuperaría solo parcialmente en 2021. Este crecimiento estará más ligado al arrastre estadístico significativo -del 5%- que dejó el año anterior, que a una recuperación económica de magnitud y tangible.

La construcción vive el mejor presente en más de dos años

¿Cómo arrancó la construcción en 2021?

El Indicador Sintético de la Actividad de la Construcción (ISAC) mostró un marcado crecimiento del 23,3% i.a. en enero, registrando el tercer avance interanual consecutivo luego de dos años en terreno negativo. Por su parte, en términos desestacionalizados la actividad creció 4,4% frente a diciembre, mejorando por quinto mes al hilo y llegando al mayor nivel desde septiembre de 2018.

De esta forma, el sector sostiene la reactivación que comenzó a tomar fuerza en los últimos meses de 2020, la cual le ha permitido colocarse casi 30% por encima de los niveles pre-pandemia y perfilarse como uno de los protagonistas de este 2021. ¿Qué factores explican la magnitud de esta recuperación? ¿Cuán sostenible es? Veamos.

Drivers de la auspiciosa perfomance del sector

Una brecha cambiaria persistiendo en niveles altos (promediando 80% en enero) y un costo de construcción en dólares que se mantiene en mínimos históricos (-55% respecto a los máximos de 2017, medido al dólar blue), ineludiblemente aportan atractivo inversor en el sector. Esto se materializa a través de refacciones o ampliaciones en el hogar como opción de ahorro por parte de las familias, incluso en un contexto donde el precio de los materiales subió cerca de 10 p.p. por encima de los salarios en los últimos 12 meses.

Pese a este efecto provocado por el “cuello de botella” que reúne la mencionada demanda de los hogares, el regreso a la actividad de obras que habían estado frenadas durante varios meses y el acopio de materiales por parte de desarrolladores ante el temor a una devaluación; los despachos de cemento en bolsa crecieron 18,2% i.a. en enero, sumando ocho meses en terreno positivo.

Adicionalmente, el relajamiento de las restricciones sanitarias habilita una paulatina mejora en el desarrollo de obras privadas y en el número de empresas activas, que creció 7,5% en los últimos tres meses pero en enero todavía se mantenía 15% por debajo de un año atrás. Por otro lado, los despachos de cemento a granel exhibieron en enero su tercer incremento interanual consecutivo (+21% i.a.) luego de atravesar 15 meses en baja, a la vez que los despachos de hormigón elaborado (+29% i.a.) y los envíos de hierro y aceros para la construcción (+30,2%) aceleraron su crecimiento en el primer mes del año.

Esta tendencia también permite apuntalar el empleo en el sector. Si bien se conoció que 2020 cerró con una caída del 22% i.a., hacia diciembre los puestos de trabajo registrados continuaron con una tendencia de recuperación.

Finalmente, la reactivación de la obra pública va consolidando su dinamismo, tras varios meses de virtual inactividad. Según el relevamiento de Construar, en el primer bimestre fueron licitadas obras en todo el país por casi ARS 100.000 millones, superando ampliamente los ARS 15.000 registrados en el mismo lapso de 2020, aún antes de la pandemia. Además, frente a reducidas bases de comparación, los despachos de asfalto saltaron 35,7% i.a. en enero (cuarto mes en crecimiento), mientras que los gastos de capital del Gobierno Nacional se duplicaron en el primer mes del año (+112% i.a. en términos reales), sumando tres meses en expansión.

¿Qué esperamos para este año?

La recuperación en “V” que experimentó la demanda de insumos del sector durante los últimos meses dejó un más que relevante arrastre estadístico en torno al 30% de cara a este año. Asimismo, los primeros indicadores de febrero dan cuenta de la auspiciosa dinámica que mantiene la actividad.

El Índice Construya expuso un alza del 25,2% i.a. en el mes, marcando el mejor febrero en siete años, mientras que los despachos de cemento crecieron 18% i.a.. Sumado a esto, tiende a fortalecerse el sesgo positivo de la confianza de las empresas, mientras que la superficie involucrada en los permisos para obras privadas retoma de a poco niveles pre-pandemia.

Los drivers que vienen apuntalando la actividad se mantendrán vigentes en 2021, erigiendo a la construcción como uno de los pilares de la recuperación post-pandemia. Por un lado, la continuidad del cepo junto a una brecha cambiaria en niveles altos mantendrá el incentivo a volcar ahorros al “ladrillo”, a la vez que menores restricciones a la actividad seguirán favoreciendo la reanudación de las obras de mayor magnitud. En este sentido, se debe destacar la aprobación del régimen de incentivos -fiscales y blanqueo de capitales- para promover las inversiones en la construcción que estima alcanzar una exteriorización de capitales cercana a los USD 5.000 millones.

A su vez, en el año electoral se afianzará el crecimiento de la obra pública, con gastos de capital del Gobierno Nacional que esperamos se expandan en torno al 50% i.a. en términos reales este año.

Los potenciales riesgos que enfrenta la actividad provienen de un resurgir de los casos COVID-19 que obligue a restringir la actividad o un salto cambiario, eventos que no prevemos sucedan en el corto plazo. Asimismo, pese a lo mencionado anteriormente, el poder adquisitivo del salario seguirá deprimido y el acceso al crédito hipotecario limitado, factores que se sumarán a la demora en las aprobaciones de proyectos de obra en el marco de la pandemia/cuarentena y a posibles problemas de abastecimiento de insumos como impedimentos para un mayor despegue de la actividad.