Luego del anuncio del compañero de fórmula de Mauricio Macri, Miguel Angel Pichetto, el mercado registró una mejora notable. Por caso, el dólar bajó más de 3% en tres jornadas y el riesgo país retrocedió más de 100 puntos básicos. Dada la acotada cantidad de votos que aportaría el senador peronista, estimamos que la “euforia” del mercado respondió más al efecto indirecto: la mayor gobernabilidad (es decir, mayor probabilidad de aprobar reformas en el congreso) que sumaría el antiguo jefe de bloque de la bancada justicialista. Dado que las encuestas no serían inmediatamente favorables al oficialismo, la flamante recuperación podría atenuarse en los próximos días. En consecuencia, pese a las mejoras recientes y a haber sorteado con éxito el primer desafío del calendario electoral (cierre de alianzas) nada garantiza que la batalla política, y sus importantes repercusiones en el frente cambiario, se hayan cerrado.
En un escenario polarizado, Fernández busca ganar en primera vuelta y Cambiemos alcanzar un balotaje
1) Una polarización temprana redefine las perspectivas electorales. Los acuerdos celebrados entre los actores (los frentes electorales presentados) han provocado una mayor concentración de los votos en dos opciones, redefiniendo el escenario electoral que, dependiendo del resultado en las PASO, podría no resolverse en una segunda vuelta.
2) De una polarización centrífuga a una polarización centrípeta. Frente a las limitaciones de los polos (Macri y CFK) de polarizar el escenario de manera centrífuga para arrastrar lo que haya en el medio hacia los extremos, éstos decidieron moverse hacia el centro para ampliar sus espacios y moderar su oferta buscando seducir al votante moderado.
3) Una mayor polarización activa la posibilidad de un triunfo en primera vuelta. Al pasar a una dinámica más bipartidista (dos ofertas fuertes), la competencia acerca a los espacios más competitivos a juntar en torno al 40% de los votos, poniéndolos muy cerca del umbral del 45% de los votos para ganar la elección en primera vuelta.
4) La PASO se ha vuelto una elección clave para la evolución de la dinámica electoral. En definitiva, la expectativa que haya antes de las PASO definirán la lectura del resultado de las Primarias y podrán condicionar el tránsito de la dinámica electoral hacia la Elección General, y así, la forma en la que la elección se resuelva: si será en si será en primera o en segunda vuelta.
5) En un escenario más polarizado, los resultados posibles se reducen a dos. Con la desarticulación del espacio de centro, y una mayor polarización del escenario electoral, los escenarios posibles se reducen a dos únicas opciones: la reelección de Macri o el triunfo de la fórmula Fernández-Kirchner.
Dólar calmo y tasa en baja: ¿hasta cuándo?
El tipo de cambio comenzó junio en calma y estiró a cinco las semanas de estabilidad (desde que se anunció el final de la zona de no intervención, ahora llamada de referencia), registrando una suba mínima de 0,5%. Esta dinámica permitió que el Banco Central relajara, también levemente, la tasa de interés de referencia llevándola apenas por debajo de 70%. Ahora bien, considerando la elevada inflación (en la zona del 3% mensual) que posee la economía argentina, un riesgo país que supera los 900 puntos básicos y una incertidumbre electoral que crecerá en las próximas semanas, es posible que el tipo de cambio retome su avance en el corto plazo. En consecuencia, aunque con el nuevo esquema cambiario la autoridad monetaria tranquilizó al mercado y “pospuso” algunas presiones, no está claro que la victoria sea permanente: las certezas y los vaivenes políticos despertarían tensiones. De con cuántas Reservas pueda intervenir el banco central y cuántas tensiones se hayan pospuesto dependerá la extensión de este triunfo parcial.
De polarización centrífuga a centrípeta: a la captura del centro
Estando a pocos días de la finalización del plazo legal para la oficialización de las candidaturas (22/6), cuando se definirá finalmente la configuración que va a tener la oferta electoral, el escenario político registró un cambio radical en la dinámica centrífuga que venía teniendo la polarización Macri-CFK en las últimas semanas. Es posible que esta novedad cumpla un rol determinante para anticiparnos qué sucederá durante el proceso electoral. De repente, luego de buscarse mutuamente para antagonizar, acusando a los que estaban en el medio de ser parte de “lo otro”, ambos extremos cambiaron de postura y comenzaron a seducir a los del medio para desarticular la posibilidad de que surja un centro competitivo, que amenazara a cualquiera de los dos extremos, y también ampliar su competitividad frente al polo contrario.
El comienzo de este cambio fue cuando el Gobierno convocó a la oposición a firmar una serie de consensos básicos (los famosos diez puntos) para despejar incertidumbres respecto de eventuales cambios bruscos en la orientación de las políticas públicas. Más allá de las formas, en el fondo el Gobierno nunca buscó llegar a acuerdos con el polo contrario (el kirchnerismo), pero sí apuntó a generar consensos con los actores del peronismo no kirchnerista, es decir, aquellos que están posicionados en el centro del espectro político. De hecho, el Presidente Macri logró juntarse (y sacarse una foto) con tres de los principales referentes del peronismo no kirchnerista en la búsqueda por voluntad en el desarrollo de puntos de acuerdo: Miguel Ángel Pichetto, Juan Manuel Urtubey y Juan Schiaretti.
Este proceso centrípeto (alejarse de un extremo) de dejar de criticar al “centro” y de tratar de conquistarlo, también tuvo de parte del polo opuesto –el kirchnerismo-, movimientos que lo alimentaron. Por caso, la decisión de la ex Presidenta de relegar el lugar protagónico de la fórmula presidencial en favor de Alberto Fernández, fue una decisión política y no electoral, que tuvo como objetivo facilitar un proceso de ampliación del espacio político en construcción y lograr la incorporación de otros actores del peronismo (Gobernadores del PJ y Sergio Massa). A partir de este gesto de apertura, la ex presidenta aspira a que estos actores puedan justificar de mejor manera encolumnarse detrás de una oferta unificada del peronismo, en virtud de que ese espacio de unidad dejara de tener una conducción (la de CFK) cuestionada por los sectores moderados.
La consecuencia de estos movimientos en los extremos fue la desarticulación del proceso de formación de un centro político que, de volverse competitivo –lo hemos venido advirtiendo-, podría ser tan peligroso tanto para uno como para el otro de los extremos. En consecuencia, la gran novedad de los últimos días fue la pérdida de musculatura que sufrió el armado de una oferta electoral desde el centro del espectro político.
¿Hacia un formato más bipartidista de competencia electoral?
En este nuevo escenario de polarización centrípeta, los desafíos para uno y otro polo del espectro son diferentes. Sobre todo porque la decisión de la ex Presidenta de ceder protagonismo pero quedándose dentro de la fórmula, podría tener el efecto de consolidar lo que ya se tenía (35% de intención de voto según Synopsis Mayo) y favorecer un crecimiento que podría acercar a ese binomio al 40%: primera condición para ganar en octubre (sacar 40% y 10 p.p. de diferencia al segundo lugar).
Pero la PASO es una elección que no asigna cargos ni define ganadores, sino que le proporciona a los electores toda la información necesaria para poder asignarle a su voto un sentido estratégico (voto útil). Si el oficialismo quedara lejos de la fórmula Fernández-CFK, pero al mismo tiempo le saca una buena diferencia al tercero, los votantes de esas fuerzas que siguen teniendo un sentimiento de rechazo hacia un eventual regreso de Cristina Kirchner al poder, podrían redirigir su voto al oficialismo para evitar un triunfo en primera vuelta, acortando la diferencia de las Primarias.
En definitiva, este cambio en la dinámica del escenario (de una dinámica centrifuga a una centrípeta) bien podría estar consolidando un formato de competencia más bipartidista, donde se consoliden aún más los dos espacios más competitivos, pudiendo generar esto un escenario electoral de “tres balotajes”: uno en agosto, otro en octubre y el definitivo en noviembre.
En mayo comenzó la recuperación electoral: ¿típica pero corta?
Desde 2011 nuestro país sufrió la “maldición de los años pares”: en los años electorales, desde el Poder Ejecutivo se profundizaban los desequilibrios económicos para que la economía creciera y la inflación bajara en el corto plazo. Como esta dinámica era insostenible, en los años pares se ponían en marcha los ajustes necesarios. Como resultado, el PBI caía y la inflación se aceleraba.
Producto de la vuelta del FMI y que el año pasado dejó un elevado arrastre negativo difícil de revertir, 2019 no será un típico año electoral. En este sentido, durante el primer cuatrimestre la inflación superó 15%, el dólar escaló más de 16% y la actividad siguió en rojo. Sin embargo, hacia fines de abril algo cambió, y mayo adquirió características más propias de los años impares.
El anuncio de que el Banco Central podría vender divisas antes de que el tipo de cambio llegara al techo de la zona de no intervención (ZNI), ahora llamada de referencia, y el refuerzo de las intervenciones diarias por encima de esta banda (51,45 ARS/USD), que pasaron de USD 150 M a por lo menos USD 250 M, atenuaron las presiones que amenazaban con desatar una corrida cambiaria.
En consecuencia, pese a que mayo arrojó un escenario turbulento a nivel internacional por las mayores tensiones entre Estados Unidos y China (a modo de ejemplo, el Nominal Broad Dollar Index, que sintetiza la paridad de todas las monedas con el dólar, trepó casi 1% en el mes) y con vaivenes políticos en el plano local (el anuncio de la fórmula Fernández-Fernández como principal exponente) la divisa se mantuvo nominalmente estable durante el mes, orbitando alrededor de 45 ARS/USD.
En la misma línea, la inflación se acercó al 3% mensual (que si bien es un número alto, está lejos del casi 4% mensual promedio de enero-abril) y la actividad habría comenzado a reactivarse tibiamente, impulsada por la salida de la cosecha gruesa y un salario real que habría encontrado un piso. Por lo tanto, pareciera que en mayo el gobierno retomó la iniciativa y el optimismo ganó terreno.
Sin embargo, el Riesgo País argentino, una buena forma de intuir las perspectivas de mediano plazo de los mercados financieros para con nuestro país, no cedió de manera significativa. Por el contrario, cerró cerca de los 950 puntos básicos, más que duplicando al promedio de los países emergentes y más de 150 p.b. por encima del cierre de 2018.
Hay varios factores que explican por qué el optimismo no logró traspasar la coyuntura. En primer lugar, la posibilidad de que el Banco Central venda Reservas para contener al dólar está lejos de representar un triunfo seguro. Además de que la autoridad monetaria no explicitó con cuánto ni cuándo intervendrá en el mercado cambiario, si las Reservas caen sensiblemente –resultado de intervenciones sucesivas o de gran cuantía- se pondrá en duda el normal cumplimiento de las obligaciones en moneda dura. Como resultado, las presiones se dispararían en lugar de atenuarse.
En segunda instancia porque la recuperación de la actividad y la desaceleración de la inflación serán sensiblemente menores a la de otros años electorales. Un dólar que continuaría en avance (aunque a un ritmo menor), un salario real que seguirá cayendo en la comparación interanual y un Sector Público que debe cumplir una ambiciosa meta de ajuste fiscal primario y varios ajustes de precios relativos rezagados (inercia inflacionaria) explicarán que, pese a la mejora del segundo trimestre, el PBI caerá más de 1,5% este año y la suba de precios acumulará cerca de 40%.
Por último, porque la tasa de interés real seguirá en niveles incompatibles con el normal funcionamiento de la economía. Pese a que la pax cambiaria se alcanzó luego del fin de la ZNI (de hecho, la tasa de interés nominal rondó el 70% durante mayo; es decir, que prácticamente no subió), el rendimiento de las colocaciones en pesos es central para desalentar eventuales dolarizaciones de cartera. Además, porque el Banco Central se comprometió con el FMI a un crecimiento nulo de la base monetaria hasta fin de año, lo que lo obliga a elevadas esterilizaciones vía LELIQs.
En resumen, este año impar debió esperar a mayo para observar una mejora de la economía típica de los años electorales (motivada por un Banco Central “interventor”), que además de tardía, sería más corta. Cuando se acerquen las elecciones y las presiones cambiarias recrudezcan, le torcerían la mano a la autoridad monetaria y la cuestión a dilucidar no sería cuándo subirá el dólar sino cuánto. Disfrutemos entonces mientras podamos nuestra típica pero breve “recuperación electoral”.
Dólar calmo y riesgo país en alza: con espacio para uno solo
El tipo de cambio cerró un mayo calmo, manteniéndose nominalmente inalterado en torno a 45 ARS/USD desde que el Banco Central anunció que podría vender Reservas dentro de la zona de no intervención y que redobló la intervención por encima de la misma, llevándola de USD 150 millones a, por lo menos, USD 250 millones diarios. De esta forma, el primer mes del nuevo esquema fue exitoso. Sin embargo, la victoria no es rotunda: impulsado por cuestiones internacionales (amenaza de imposición de aranceles a productos mexicanos por parte de estados unidos) y factores políticos locales (mayor probabilidad de unificación del peronismo) el riesgo país se ubica muy cerca de los 1.000 puntos y se muestra muy reticente a bajar. Tal como nos viene mostrando la historia reciente argentina, no hay espacio para que convivan (más allá de unas pocas semanas) un dólar calmo y un riesgo país en alza: usualmente, esta segunda variable termina traccionando a la divisa. Por lo tanto, aunque en mayo se ganó la batalla, falta mucho para afirmar que la guerra terminó.
Lo que no mata, fortalece: el dólar acumuló su cuarta semana en calma
Desde que el Banco Central anunció que podría intervenir en el mercado cambiario aún por dentro de la zona de no intervención, ahora llamada de referencia, las tensiones en este frente se apaciguaron sensiblemente. En este marco, pese a que podría haber sido una semana tensa (anuncio de la fórmula Fernández-Fernández en un contexto de incertidumbre política, empeoramiento de las expectativas de crecimiento brasileñas), el dólar de referencia continuó calmó y se mantuvo en la zona de 45 ARS/USD. Más allá de estas buenas nuevas, cabe destacar que la confianza no es plena. Por caso, el riesgo país se mantuvo por encima de los 900 puntos, el doble que el promedio de los países emergentes. En igual sentido, esta semana tuvo lugar la primera colocación de letras en dólares para después del cambio de gobierno: la tasa de interés resultante fue 6,2%, más de 2 puntos porcentuales por encima del rendimiento de las letras a pagar en julio. Por lo tanto, la calma de corto plazo no logra ir más allá, donde continúan reinando las dudas.
Frente externo: el lugar donde el salto cambiario y la recesión ayudan
¿Qué pasó con la balanza comercial de bienes en abril?
En abril de 2019, el saldo comercial de bienes fue positivo en USD 1.100 millones, más que revirtiendo el déficit de casi USD 900 millones arrojado en igual mes del año pasado. De manera similar a los meses precedentes, la mejora respondió casi íntegramente al desplome de las importaciones (-31,5% i.a.), ya que las exportaciones crecieron levemente (+1,7% i.a.). En este punto, cabe resaltar que abril fue el octavo mes consecutivo con un resultado comercial positivo, algo que no sucedía desde 2014.
Por su parte, en el primer cuatrimestre del año, el saldo comercial acumuló un superávit de USD 3.150 millones, marcando un notable avance respecto del déficit de casi USD 3.300 millones registrado en igual período del 2018. No obstante, la recuperación se explica por el deterioro de las importaciones (-29% i.a.), dado que las exportaciones también retroceden en la comparación interanual (-1% i.a.).
El frente externo y su vinculación con el contexto internacional
Analizar la evolución del comercio exterior nos permite entrever cómo está repercutiendo la guerra comercial en nuestro país, más allá del frente financiero. Producto de los avances y amenazas de Estados Unidos por sobre China, y la posterior imposición de aranceles a los productos norteamericanos por parte del gigante asiático, sus proyecciones de crecimiento de corto plazo se están derrumbando. Como respuesta, se deteriora su demanda y, con ella, el precio de los productos agropecuarios (es decir, aquellos que nuestro país exporta).
Además, la Argentina es un “país grande” –su oferta mueve el precio internacional- en la producción de algunos productos agropecuarios, principalmente los oleaginosos. Por lo tanto, la cosecha récord también impacta negativamente en los términos de intercambio.
Por su parte, la cerrazón norteamericana genera una menor demanda de productos industriales, que desata un exceso de producción que puja a la baja el precio estos bienes. Sin embargo, esta decisión también retira del mercado a parte importante de la oferta, de modo que el deterioro en los precios de los productos importados es acotado.
En este marco, se comprende que, pese a que las cantidades exportadas treparon 4% i.a. en el primer cuatrimestre (impulsadas, justamente, por los productos primarios y las manufacturas de origen agropecuario), la baja de 5% i.a. en los precios revirtió esta mejora. Por su parte, los volúmenes importados se desplomaron un 28% i.a., de modo que la contracción de 2% i.a. en sus precios si bien agravó la caída de las importaciones, tuvo un efecto menor. En un patrón típico de las recesiones, los retrocesos los lideran los bienes finales: vehículos cae casi 60% i.a. y bienes de consumo 33% i.a.
Por último, vale destacar que si se mantuvieran los precios de 2018, el superávit rondaría USD 3.800 millones, es decir que sería un 22% mayor.
2019 arrojará el mayor superávit comercial desde 2012
Producto de la crisis cambiaria del año pasado, el Poder Ejecutivo podrá mostrar una mejora significativa en el frente externo: el encarecimiento relativo de los bienes externos –avance de la competitividad cambiaria- y el deterioro de la demanda local, que golpea a las importaciones y alienta a las exportaciones (menores ventas internas que obligan a la búsqueda de nuevos mercados), se traduce en una recuperación del superávit comercial que se había perdido en 2017 y 2018.
En este marco, proyectamos que el saldo comercial rondará USD 10.000 millones este año, alcanzando un pico desde 2012. Este avance se explicará tanto por una recuperación de las exportaciones, impulsadas por una cosecha gruesa récord, como por un deterioro de las importaciones, resultado de la recesión y la depreciación del peso. De esta forma, las necesidades de divisas estarán más que cubiertas por esta vía, aportando dólares comerciales en momentos de necesidades financieras.
El camino de Ida de la tasa de interés alta
Plata quemada
A comienzos de octubre de 2018, el Banco Central acordó con el FMI una meta de emisión monetaria casi nula hasta mediados de este año. Resultado de este objetivo, la tasa de interés se disparó a más de 70%: era necesario que los bancos comerciales y de inversión demandaran LELIQs en pos de captar la liquidez excedente que el normal funcionamiento de una economía con inflación va generando. Más allá de este importante número nominal, cabe destacar que la tasa de interés real era tibiamente positiva (+1,3% mensual en el último trimestre del año pasado), producto de la elevada inflación de entonces (promedio de 4%).
Pese a que el objetivo monetario era sobrecumplido de manera sistemática, el Banco Central optó por recortar paulatinamente a la tasa de interés (en un contexto donde la suba de precios cedía lentamente), para no resignar la estabilidad del frente cambiario: más tasa de interés implica más rendimiento de las colocaciones en pesos. Sin embargo, más tasa de interés también implica mayor costo de financiamiento y mayores incumplimientos en la cadena de pagos. Por lo tanto, para que el aparato productivo funcionara adecuadamente, era necesaria una relajación de la política monetaria.
En este escenario atravesamos enero y febrero: una tasa de interés que bajaba de a poco y un dólar estable. Sin embargo, a mediados de ese mes algo cambió: el deterioro en las expectativas de crecimiento global y en las de reactivación doméstica renovaron las presiones en el frente cambiario. En pos de disuadirlas, el Banco Central llevó otra vez la tasa de interés a la zona del 60%; lamentablemente, este esfuerzo no fue efectivo, y la tasa siguió su curso ascendente –al igual que el dólar-, para superar el 70% a mediados de abril, lugar en donde se sitúa actualmente.
A contramano, la divisa sí frenó su trayectoria ascendente. No obstante, esta mejora no obedeció a una nueva suba de la tasa de interés. Por el contrario, desde que a fines de abril el Banco Central anunció que podría intervenir dentro de la zona de no intervención (ZNI) cambiaria –ahora llamada de referencia- y que elevaba de USD 150 millones diarios a USD 250 millones diarios su venta de Reservas por encima de la misma (51,45 ARS/USD), las expectativas de depreciación se apaciguaron sensiblemente.
En este contexto, tiene sentido preguntarnos qué pasará con la tasa de interés: ¿relegada a herramienta de segundo orden para estabilizar al tipo de cambio, bajará ante este dólar calmo?
Respiración artificial
Comencemos por el final: la respuesta es no, o al menos de manera significativa. Vayamos al principio ahora y pasemos a explicar las razones. La primera justificación es porque las intervenciones cambiarias dentro de la zona de referencia deberán ser acotadas. Aunque las Reservas brutas actualmente rondan los USD 67.000 millones, las Reservas netas (es decir, aquellas que genuinamente pertenecen al Banco Central) no llegan a USD 20.000 millones. En consecuencia, si la autoridad monetaria vendiera constantemente divisas para “planchar” al dólar, se generarían nuevos temores sobre un eventual default de la deuda en moneda dura, incrementando las presiones que se querían disipar. Por lo tanto, aunque la tasa de interés alta no es la principal herramienta para disuadir la demanda de divisas, tampoco es irrelevante.
En otro orden, para evitar un descalce de plazos de las entidades financieras: la tasa de interés de referencia opera sobre los bancos (solo ellos pueden acceder a las LELIQs) y posee un horizonte de siete días. Producto de las regulaciones vigentes, casi ninguno de estos puede incrementar su posición en dólares. A contramano, el sector privado no financiero sí puede demandar divisas. En este marco, su alternativa suelen ser los plazos fijos –para el inversor minorista-, usualmente a treinta días. Por lo tanto, la autoridad monetaria no debería recortar sensiblemente la tasa de interés de referencia para evitar que los bancos comerciales queden con activos a siete días y pasivos a un mes.
Por último, porque en la medida en que contribuya a la estabilidad cambiaria, una tasa de interés en estos niveles no es “tan” contractiva. La precondición para pensar en cualquier reactivación económica sostenida –y que no sea solo un rebote estadístico por una buena cosecha- es que se extienda el horizonte de previsibilidad del tipo de cambio. Si el dólar retoma su volatilidad, la recesión se extenderá: la inflación frenará su curso descendente y el poder adquisitivo permanecerá deprimido. En consecuencia, las tensiones que genera esta tasa de interés en la cadena de pagos cumplen un papel secundario frente a la calma cambiaria.
En resumen, la tasa de interés en este contexto es necesaria; no tanto por sus consecuencias e implicancias directas, sino por sus efectos indirectos. El problema entonces pasa a ser cuándo podrá bajarse.
¿Prisión perpetua?
En este marco de elevada volatilidad, es tanto más fácil subir la tasa de interés que bajarla. Al momento, las probabilidades de un recorte sensible en lo que resta de 2019 son acotadas. El Banco Central deberá tener una precisión quirúrgica para conciliar los tres mandatos de su Carta Orgánica: promover la estabilidad monetaria, la estabilidad financiera y el empleo y el desarrollo económico con equidad social, y muy posiblemente no logre hacerlo.
Teniendo en cuenta el análisis anterior, la autoridad monetaria estaría privilegiando la estabilidad monetaria como precondición para alcanzar sus otros dos objetivos. Si bien esta elección es lógica dado el frágil contexto económico actual, no deja de ser una apuesta a muy corto plazo, insostenible en un contexto económico “normal”.
En consecuencia, a medida que la inflación baje, estaremos frente a un rendimiento cada vez más positivo en términos reales de las LELIQs, y no a una tasa de interés significativamente más baja. Por el contario, y a modo de cierre, estimamos que para ver una tasa de interés de referencia inferior al 55% habrá que esperar a la próxima gestión presidencial, aún en un contexto de dólar relativamente calmo y suba de precios controlada.
La calma, ¿que antecede al huracán?
Esta semana se renovaron las tensiones en el frente internacional, motivadas por la imposición de aranceles por parte de China a los productos de Estados Unidos. Que en este contexto el peso se haya mantenido estable es una buena a noticia (a modo de ejemplo, el real trepó más de 3% y superó los 4 BRL/USD). Sin embargo, pese a que se ganó una batalla, no es posible afirmar que la tregua esta sellada. Por el contrario, el acotado canje del sector privado (un tercio de los tenedores) de letras del tesoro en moneda dura por unas nuevas nominadas en pesos y a pagar dólar-linked más una tasa de interés, señala que las expectativas cambiarias para el período pre-electoral continúan siendo reservadas. Cabe destacar que estos pasivos vencerán el viernes anterior a la presentación de listas (21/6) pero se pagarán al tipo de cambio de una semana antes, por lo que se puede inferir que la segunda mitad de junio será agitada en materia cambiaria: la incertidumbre política y la disponibilidad de pesos de ahorro líquidos registrarán picos en esos días.