La economía brasileña se engripó: ¿cómo nos impactará su recesión?

Las cifras del avance del COVID-19 en Brasil son alarmantes: se registraron casi 90.000 infectados y más de 6.000 muertos, superando en ambos casos los registros oficiales de China. Los datos indican que la pandemia está golpeando fuerte a nuestro principal socio comercial.

A contramano del camino adoptado por la mayoría de los países del mundo para evitar la propagación del virus y aplanar la curva, Jair Bolsonaro se volcó desde un inicio a un abordaje más permisivo de la crisis sanitaria, para no afectar a la economía: “es una gripecita”, fue su frase más famosa sobre el tema. Sin embargo, fueron los propios gobernadores quienes adoptaron cuarentenas en sus estados. Por caso, en San Pablo -principal estado industrial del gigante sudamericano y con una población similar a la de nuestro país- se impuso la cuarentena el 24 de marzo, cuatro días después de que se decretara en toda la Argentina. De esta dinámica contrapuesta se resalta un cortocircuito político, pero ¿qué pasa en materia económica?

Anclándose en la dicotomía de “salud” o “economía”, el presidente brasileño alienta a los ciudadanos de ese país a “salir constantemente” para mantener a la economía funcionando “normalmente” y así morigerar el impacto negativo que provoca la cuarentena en varios estados. Sin embargo, el deterioro del nivel de actividad ya se está percibiendo.

A modo de ejemplo, el consenso económico de ese país indica que este año su PBI se contraerá 3,3%, perspectivas que se deterioraron significativamente en las últimas semanas, ya que un mes atrás auguraban una suba del 1,1%. Pero tanto CEPAL como el FMI prevén una caída del PBI brasileño superior al 5%. De cumplirse estas últimas estimaciones, la economía volvería a niveles similares a los de 2010, ubicándose 8% por debajo del pico de actividad registrado en 2014.

En este punto, vale destacar que hace varios años que la economía brasileña enfrenta dificultades para crecer. A la recesión de 2015 y 2016 (-6,7% en términos acumulados), le siguieron tres años de una recuperación muy magra (la mejora promedio 1% anual entre 2017-2019). Por lo tanto, la economía brasileña también llega a la crisis del Coronavirus golpeada.

La caída significativa del nivel de actividad esperada para 2020 impactarán de manera directa en nuestro país: Brasil es el principal comprador de las exportaciones argentinas, y una crisis en el gigante sudamericano afectará nuestra producción industrial. En este sentido, cabe analizar qué sectores se verán más golpeados por la recesión del gigante del Mercosur.

En primer lugar, hay que mencionar que las importaciones totales de Brasil cayeron 1,8% el año pasado, mientras que las provenientes de Argentina se desplomaron 8%, tendencia que se repitió en el primer trimestre de 2020 (+4,3% i.a. vs. -9,2% i.a., respectivamente). Por ende, venimos perdiendo participación en dicho mercado incluso antes de la llegada del Coronavirus.

Las exportaciones argentinas totales a Brasil rozaron USD 10.400 millones en 2019, representando el 16% de las ventas externas de nuestro país. Un 65% de los envíos fueron Manufacturas de Origen Industrial (MOI), por lo que de uno de cada tres dólares de MOI exportados fueron rumbo a Brasil. Estos productos son los que suelen gozar de un mayor grado de diferenciación y valor agregado, de modo que su inserción en nuevos mercados suele ser más lenta y complicada (no hay preferencias arancelarias).

Hacia dentro de las exportaciones industriales, la rama de mayor peso es la automotriz. En 2019, sus envíos totalizaron USD 4.430 millones, lo que quiere decir que casi el 70% de las exportaciones de este complejo tuvieron como destino a Brasil, país al que entran sin aranceles por el Mercosur y que los bienes extra-zona tributan un aforo del 35%.

Además, más de la mitad de las ventas externas de complejos como Textiles y confecciones, Caucho y manufacturas, Materias plásticas y Productos de molinería se dirigen a Brasil. En consecuencia, la menor demanda de este país golpeará a industrias como la automotriz, textiles y confecciones, y caucho y manufacturas -neumáticos-. En otros términos, el golpe será transversal a buena parte del entramado fabril argentino.

Ampliando un poco el horizonte temporal del análisis, se observa el fuerte retroceso que vienen experimentando las exportaciones argentinas a Brasil, derivado esencialmente de la recesión del país vecino. Así, el mejor año para las exportaciones fue el 2013, cuando alcanzaron los USD 17.400 millones, de los cuales USD 13.300 millones correspondieron a MOI dentro de las cuales destacaron los USD 8.700 millones exportados por el complejo automotor (que habían llegado a un récord de producción ese año). Lamentablemente, el desplome frente al pico es contundente: los envíos totales retrocedieron 40% (USD 7.000 millones), mientras que tanto MOI como vehículos se contrajeron un 50% en el acumulado.

Como si el golpe a la economía real fuera poco, nuestras exportaciones a Brasil también se verán resentidas por la fuerte depreciación del Real. Desde que comenzó el año, esta moneda perdió casi un 30% de su valor, cerrando abril apenas por debajo de 5,6 BRL/USD (había comenzado 2020 en 4 BRL/USD). Por su parte, los precios minoristas crecieron menos de 1% en el primer trimestre, e incluso podrían haber retrocedido en abril. Producto del tibio avance del peso argentino y de la mayor inflación relativa de nuestro país, el tipo de cambio real bilateral con Brasil retrocedió casi 30% en el primer cuatrimestre del 2020. Si bien hay expectativas de una apreciación del Real (el tipo de cambio cerraría el año en torno a 4,8 BRL/USD según el consenso de mercado), lo cierto es que la pérdida de competitividad no se revertiría en el corto plazo. En consecuencia, a la menor demanda de cantidades, habrá que sumarle el deterioro de la competitividad precio.

En resumen, Brasil no solo no será un aliciente para atenuar la crisis de este año, sino que además impondrá nuevos e importantes problemas, sobre todo en nuestro golpeado sector manufacturero. En momentos de derrumbe de la demanda interna sería fundamental poder incrementar nuestras exportaciones contracíclicas, este año ocurrirá lo contrario.

¿Hasta cuándo podremos seguir reperfilando el problema de la deuda?

A comienzos de año, la reestructuración de deuda del gobierno nacional venía complicada: idas y vueltas entre propuestas, canjes que no lograban altos grados de adhesiones y hasta un reperfilamiento del bono dual (AF20), principalmente en manos de acreedores externos. Lamentablemente, la pandemia del COVID-19 desató una crisis financiera/económica global, que complicó aún más el escenario, tornando prácticamente imposible un acuerdo en el corto plazo.

En este marco, a comienzos de abril, el Poder Ejecutivo reperfiló los servicios (capital e intereses) de la deuda denominada en dólares y emitida bajo legislación local. En esta tercera oportunidad, la postergación llegó hasta el 31 de diciembre de 2020, con la posibilidad de pagar antes, si así lo determinara el Ministerio de Economía.

De esta forma, se pospusieron vencimientos por casi USD 14.500 millones, de los cuales USD 8.800 millones se encuentran en manos del sector privado (menos del 2% de la deuda total). El monto no solo es superior al primer reperfilamiento, realizado en agosto de 2019 por Hernán Lacunza (USD 12.000 millones) y al de Martín Guzmán de cierre del año pasado (USD 9.000 millones), sino que también su alcance es mayor, ya que no sólo contempla Letras del Tesoro en dólares (LETEs) por USD 4.000 millones, sino también bonos. En este sentido, se “patearon” los vencimientos de capital del Bonar24 (USD 1.400 millones a pagar a comienzos de mayo) y el Bonar20 (USD 2.500 millones que vencían a comienzos de octubre), y de intereses de los bonos Bonar23, Bonar25, Bonar37, Par y Discount, estos últimos dos emitidos en la reestructuración de 2005.

Ante este escenario, surgen algunas preguntas. ¿Por qué solo se reperfilaron estos pasivos y no el total de los vencimientos de este año, es decir, también aquellos emitidos bajo ley extranjera y los nominados en pesos? ¿Qué pasará con la negociación por casi USD 69.000 millones de títulos ley extranjera? Veamos.

En primer lugar, resalta que el gobierno dispuso este reperfilamiento acotado para poder seguir negociando: en lugar de anunciar una cesación total de pagos, el esquema del Poder Ejecutivo parece ser postergar -por enésima vez- a cierta porción de los acreedores (ley local) para negociar las partes “más conflictivas” de la deuda (ley extranjera).

Los bonos legislados en jurisdicciones foráneas no se pueden reperfilar parcialmente sin caer en default. Por un lado, porque las cortes extranjeras, esencialmente la de Nueva York, suelen ser más estrictas que la Argentina. Por el otro, porque las cláusulas propias de estos títulos, cross default y acceleration, lo dificultan. Según la primera, si se incumple el pago de un bono puntual, se incumple en todos los pagos de todos los bonos emitidos por el soberano y nominados en ley extranjera. Por la cláusula de aceleración, los acreedores pueden exigir el pago inmediato de la totalidad de la deuda ante un incumplimiento, lo cual sería imposible de afrontar.

“Despejado el camino” de los pasivos ley local en divisas, los vencimientos restantes de bonos para este año alcanzan USD 3.400 millones. Sin embargo, no son los únicos compromisos: por caso, hay que pagar USD 3.100 a organismos internacionales (FMI, BID y BIRF) y USD 2.100 millones al Club de París. Dado que las Reservas netas ascienden a USD 11.500 millones, y que el resultado de cuenta corriente sería superavitario, se podrían honrar estos USD 8.700 millones.

Sin embargo, los pagos del Tesoro Nacional no son los únicos: corresponde sumar los vencimientos de deuda subnacional (provincias) emitidos bajo ley extranjera. Aunque la deuda provincial no está formalmente vinculada con la del Palacio de Hacienda, sí lo está en los hechos: los acreedores suelen ser los mismos y un incumplimiento provincial dificultaría la negociación del soberano. Estos pasivos acumulan vencimientos por USD 1.650 millones en 2020 -de los cuales el 70% son de la Provincia de Buenos Aires-, de modo que los pagos relevantes de este año ascienden a USD 10.350 millones, el 90% de las Reservas netas del BCRA. En consecuencia, el escenario es complejo y el margen prácticamente nulo.

Ante este panorama, se podrían posponer los vencimientos con los organismos multilaterales de crédito y el Club de París: si bien estos organismos no suelen aceptar este tipo de exenciones, el brote de COVID-19 podría traer “buenas noticias” en este frente. Por el contrario, los vencimientos con acreedores privados parecen prácticamente imposible de relajarse en el corto plazo: de mínima, es necesario acordar con dos tercios de los tenedores para lograrlo, algo que ya parecía muy complicado en febrero y prácticamente imposible en medio de esta crisis. Por lo tanto, el próximo 22 de abril, fecha en la que vencen USD 503 millones correspondientes a Globales 21, 24 y 46, estaremos ante la encrucijada de pagar con Reservas -y darles mejor tratamiento a los títulos ley extranjera que a los ley local- o caer en default.

No obstante, el problema no termina acá: también está la deuda en pesos. En 2020, los vencimientos con privados rondan ARS 800.000 millones, monto equivalente al 30% la base monetaria y a USD 12.000 millones. En este terreno la estrategia será distinta. Por un lado, porque los pasivos están todos emitidos bajo ley local, de modo que el reperfilamiento “por partes” es una alternativa, tal como pasó con el AF20.
Sin embargo, esta decisión podría quebrar la cadena de pagos, muy golpeada incluso antes del brote de COVID-19: gran parte de las acreencias del Estado son con empresas argentinas, que necesitan de ese dinero para pagar sus deudas y seguir funcionando. En consecuencia, esta salida sumaría problemas a una alicaída economía local.

En resumen, la situación de la deuda es compleja y el tiempo apremia. Aunque la negociación no está cerrada, ya entramos en la recta final, y el resultado no parece favorable. Ojalá podamos revertir la situación: si era difícil en febrero, después del brote de COVID-19 y la crisis internacional parece casi imposible.

El COVID-19 también contagió a las cuentas fiscales: hacia un mayor déficit en 2020

El gobierno de Alberto Fernández asumió con el mandato de reactivar la economía en el corto plazo sin poder aumentar, significativamente, el déficit fiscal. Por ese motivo, en diciembre pasado impulsó una tibia y puntual expansión del gasto público, focalizada en los sectores de menores recursos, acompañada de un incremento de la presión impositiva que serviría para financiarla. En la misma línea, cambió la fórmula de movilidad jubilatoria, que implicaba la actualización automática por la inflación pasada del 60% gasto primario, por (menores) ajustes discrecionales en marzo y junio. Como resultado, parecía que 2020 cerraría con un resultado fiscal primario apenas deficitario, de modo que no sería necesario que el Banco Central emitiera sensible para solventar el rojo operativo del Tesoro.

Sin embargo, el shock del COVID-19 lo cambió todo: el plan de austeridad y persecución de un “sendero fiscal consistente” quedó en el olvido. Tal como lo están haciendo casi todos los gobiernos del mundo, el Poder Ejecutivo anunció políticas expansivas en la búsqueda por atenuar el golpe que tendrá la pandemia en la economía local. Además, la profundización de la recesión por la cuarentena reducirá aún más a los ingresos del Estado Nacional, que también sufrirán por las exenciones impositivas realizadas. Como resultado, el rojo fiscal se agrandará por mayores gastos y menores ingresos.

Aunque podemos pensar como lógica la decisión del Ejecutivo de priorizar la lucha contra la pandemia, sin acceso al financiamiento externo, la necesidad de reestructurar la deuda pública es cada vez más imperiosa (para no destinar recursos al pago de amortizaciones); por lo tanto, la mirada de los acreedores sobre las políticas del Palacio de Hacienda sigue siendo clave. Además, como nuestra economía acumula más de diez años con una inflación anual de dos dígitos (la suba de precios promedió 50% en los últimos dos años), el margen para financiar al Tesoro con emisión es acotado. En este sentido, incluso el propio ministro Guzmán alertaba en diciembre que “emitir en este contexto podría ser desestabilizante”. En consecuencia, la posibilidad de incrementar el gasto y relajar impuestos es menor a la de otros países.

Tiene sentido entonces dimensionar la magnitud del déficit fiscal y la emisión que se vendrá, para determinar así los riesgos y beneficios que podría traer este cambio de rumbo forzado.

Al momento, el programa lanzado por el gobierno implicaría poco más de 2% del PBI, es decir, cerca de ARS 600.000 millones. Esta cifra representa un tercio de la base monetaria promedio de marzo y la mitad del circulante. No obstante, sólo el aumento del déficit fiscal -alrededor de 1% del PBI- se financiará con pesos emitidos para la ocasión.

En primer lugar, destaca que alrededor de ARS 300.000 millones (1,1% del PBI) serán créditos blandos que los bancos comerciales deberán ofrecer a empresas privadas, por lo que su efecto sobre la base monetaria será magro. Esta medida busca evitar la ruptura de la cadena de pagos, en momentos en donde la morosidad privada formal de empresas está en niveles récord: pasó de 3,1% en enero de 2019 a 7,8% en el primer mes de este año (último dato disponible). Este estímulo no abultará el déficit y se financiará mayormente con liberación de encajes, de modo que no implicará “dinero nuevo”.

Si bien esta política luce correcta en la “teoría”, será poco efectiva en la práctica.  La economía argentina tiene uno de los sistemas crediticios menos profundos del mundo, por lo que la cantidad de empresas que se beneficiarán de esta disposición será acotada. Además, las firmas que más están sufriendo la crisis son, justamente, aquellas que más lejos están de acceder a un préstamo bancario. En consecuencia, más allá de su bajo impacto fiscal/emisión, lamentablemente, creemos que este paquete de préstamos será poco eficaz para sostener a las firmas.

Pasemos ahora a las políticas que sí impactarán de manera directa en el resultado fiscal primario. En este sentido, las medidas de estímulo anunciadas pueden ser agrupadas en dos categorías. Por un lado, las que intentan relajar costos (orientadas a la oferta) y, por el otro, las que buscan apuntalar los ingresos (orientadas a la demanda). Inicialmente, el shock de la cuarentena es sobre la oferta, dado que los sectores “no esenciales” no pueden operar y los sectores “esenciales” lo hacen de manera muy limitada. Luego del levantamiento de las restricciones, el impacto reposará en la demanda: cuentapropistas que perdieron ingresos por el “parate”, o la destrucción de empleo -sobre todo informal-, más un probable ahorro precautorio que pospondrá consumo en el corto plazo.

De esta forma, se observa que el “nuevo” gasto público superaría 1% del PBI, implicando cerca de ARS 300.000 millones que el Banco Central deberá emitir. Asimismo, este monto representa un 15% de la base monetaria promedio de marzo y un 25% del circulante. Sin embargo, este mayor gasto no será la única fuente de expansión del rojo fiscal primario: la recaudación también se resentirá por la menor actividad y el deterioro de la cadena de pagos, de modo que el déficit primario será mayor a la expansión del gasto por el efecto COVID-19. Por lo tanto, estimamos que el rojo primario rondaría 2,5% del PBI este año -si no hay nuevas medidas ni se extiende la cuarentena-. Como resultado, la autoridad monetaria debería a asistir al Tesoro por más de ARS 700.000 millones, un monto que representa casi el 60% del circulante actual y más del 35% de la base monetaria.

En resumen, podemos afirmar que el COVID-19 contagió al resultado fiscal, y un año que parecía acercarse al equilibrio fiscal primario hace unas semanas posiblemente terminará con el mayor rojo desde que se firmó el acuerdo stand by con el FMI. Como es previsible suponer, esta inyección de liquidez impactará en el mercado cambiario, tanto oficial como paralelo, y él en la inflación. Sin embargo, sin estas políticas expansivas, la cuarentena y su salida paulatina habrían destruido una porción todavía mayor del entramado productivo y social. Una situación compleja de la que solo se puede salir minimizando daños: no maximizando beneficios.

La economía argentina, sin margen para enfrentar la pandemia

El mundo está viviendo una situación inédita, y nuestro país no es la excepción: desde el viernes 20 de marzo, los argentinos debemos permanecer en nuestras casas, salvo actividades esenciales, evitando lo máximo posible la circulación social para contener el avance del Coronavirus. Como es de suponer, esta decisión tendrá un importante efecto negativo sobre las principales variables económicas. Veamos.

Lo primero que sobresale es el golpe a la oferta: por la disposición de la cuarentena, los servicios “no esenciales” no podrán operar en los días que dure la medida de excepción. Pero los problemas no terminan acá. Por caso, las actividades “esenciales” también se deteriorarán durante este período. Por un lado, por los encadenamientos que posee con los sectores “no esenciales”: a modo de ejemplo, la demanda de combustibles cae por el menor transporte general, aun cuando las estaciones de servicio puedan abrir sus puertas. Además, los servicios “esenciales” operan con grandes restricciones aun cuando puedan abrir sus puertas, de modo que el golpe inicial a la oferta es generalizado e importante.

Sin embargo, el shock no terminará con la cuarentena. En primer lugar, varias familias cuyos ingresos provienen de la actividad cuentapropista y/o la economía informal que verán restringidas sus posibilidades de consumo, resultado de la caída de ingresos que les provoca la cuarentena. En igual sentido, muchas personas tendrán miedo a perder el empleo o a enfermarse, lo que las llevará a tener un ahorro precautorio, reduciendo aún más la demanda general en el corto plazo. Por lo tanto, ese famoso círculo virtuoso que es la economía funcionando, en esta oportunidad, al menos del lado privado, se transformará en un círculo vicioso de menos demanda, menos empleo, más temor y otra vez menos demanda, profundizando el ciclo negativo.

Tras la gran depresión, al desplome de la demanda del sector privado se lo combatió con políticas contracíclicas. Más allá del instrumento (política fiscal, monetaria o de ingresos) el sector público interviene expansivamente para cortar el círculo vicioso en que cayó el sector privado.

Efectivamente, esto es lo que está sucediendo a lo largo del mundo. Por ejemplo, pese a no haber entrado todavía en cuarentena total, el gobierno de Estados Unidos anunció un paquete fiscal de USD 2 trillones (USD 2 millones de millones en español, 10% del PBI de ese país), a la par que la Reserva Federal llevó a 0% su tasa de interés y relanzó el quantitative easing, en la búsqueda por estimular el financiamiento a bajo costo y evitar un mayor deterioro de los activos financieros. En sentido similar, el gobierno alemán dispuso una expansión fiscal de 5% del PBI más un paquete de créditos blandos que podría alcanzar 25% de su PBI, según explica el FMI.

Sin embargo, en nuestro país la situación es distinta. Con déficit fiscal -primario y financiero- y un sector público tratando de reestructurar su deuda para evitar el default, la principal fuente de financiamiento de una política expansiva es la emisión. Pero la economía argentina sufre hace más de una década inflación de dos dígitos, y en los últimos dos años la suba de precios alcanzó 50% anual, consecuencia de la fuerte inestabilidad cambiaria que produjo la desconfianza en el peso. Por lo tanto, la pandemia nos encuentra con las “defensas bajas” en este frente.

La frágil situación social y la recesión que atravesamos desde 2018, sumado a una cadena de pagos en creciente tensión y una elevada porción de la economía en el sector informal que quedará casi sin ingresos frente al cese de actividades “no esenciales”, llevaron al gobierno a adoptar acertadamente  políticas expansivas, pese a las fragilidades existentes. En este sentido, Alberto Fernández anunció un plan que costará sólo 2% del PBI, de los cuales 1 p.p. se financiará con emisión y el punto restante, que serán préstamos a tasas bajas para adquirir capital de trabajo, se solventará con liberación de encajes de los bancos comerciales. En consecuencia, la respuesta oficial logrará atenuar la caída de la actividad, mas no revertirla, quedando muy lejos de los planes de los países desarrollados. Como resultado, la pérdida por Covid-19 será mayor en nuestro país que en otras latitudes -suponiendo igual porción de infectados-.

Pasado este punto, corresponde notar que no solo el espacio económico para financiar políticas expansivas con emisión es acotado, sino también el legal. Por la carta orgánica del Banco Central, los adelantos transitorios de la autoridad monetaria al Tesoro Nacional no pueden superar determinados límites. Si bien las utilidades acumuladas en 2019 -ampliadas tras el cambio de valuación de las Letras Intransferibles del Tesoro Nacional en diciembre pasado, cuando dejaron de contabilizarse a valor de mercado, para pasar a hacerlo a valor técnico- alcanzarían para financiar este programa expansivo (todavía no está publicado el dato oficial del BCRA), no quedaría espacio para un esquema más ambicioso.

Antes de cerrar, vale remarcar que el COVID-19 y su impacto negativo en el mercado financiero internacional complicaron una reestructuración de deuda que ya atravesaba dificultades antes del shock de la pandemia. Este sismo global aumenta la aversión al riesgo de los capitales, generando que los mismos “vuelen” hacia la calidad –fly to quality en inglés-, abandonando las opciones más rentables, pero más riesgosas, en favor de las más austeras, pero más confiables de repago. Esto reduce las probabilidades de una reestructuración exitosa de la deuda pública: será más difícil convencer a los acreedores que vuelvan a apostar a la Argentina, o para hacerlo habrá que pagar una tasa mayor.

Por lo tanto, todavía no sabemos hasta dónde, pero sí que la recesión se profundizará significativamente luego de la llegada del COVID-19 y la cuarentena. La magnitud de este deterioro dependerá, esencialmente, de dos hechos: cuánto dure el aislamiento social y qué pase con la negociación de la deuda, si se logra canjear de manera acordada o si se paga en cash porque no hay acuerdo o, directamente, se defaultea.

Por último, pero no por ello menos importante, habrá que ver hasta dónde resiste la golpeada cadena de pagos local: la morosidad del sector privado entró a la cuarentena en niveles récord de la última década y, según cuánto se relajen las condiciones monetarias/crediticias, podrá sortear exitosamente esta dificultad tan importante como inesperada. Ahora bien, relajarlas en exceso podría aliviar la situación de corto plazo, pero sumar presiones inflacionarias. El hilo es demasiado corto, esperemos que no se rompa.

Acreedor no hay camino: se hace camino al andar

El gobierno logró el apoyo de las principales potencias del mundo para encarar el proceso de reestructuración de la deuda pública, hecho clave para encauzar la negociación con el FMI. Sin embargo, tuvo varios traspiés con los acreedores privados.

Los frustrados canjes de la provincia de Buenos Aires (BP21) y del Tesoro Nacional (el bono dual AF20) dejaron en evidencia que el oficialismo carece de información estratégica sobre los tenedores de deuda. Esto es un problema serio: es muy difícil formular una propuesta con quita que tenga chances de ser aceptada sin conocer a la otra parte.

Otra falla importante que quedó expuesta en estos episodios es que las autoridades mejoraron en sucesivas ocasiones las condiciones ofrecidas a los bonistas, dejando el mensaje de que convenía esperar antes que aceptar las primeras propuestas lanzadas. El hecho de que finalmente la provincia de Bs. As. pagó cash el vencimiento del capital del bono ley extranjera y que en caso de necesidad el BCRA iba a asistir en Pesos y Dólares al Tesoro Nacional, debilitó la posición negociadora del país justo antes del inicio de una compleja reestructuración en la que Argentina necesita reducir el peso y extender los plazos de su deuda.

Esto llevó a un cambio de estrategia del Ejecutivo. El viernes de la semana pasada el Presidente declaró: “no vamos a emitir a lo loco para pagar el elevado vencimiento en pesos (bono dual)”. Ese mismo día, el ministerio de Economía lanzó una licitación de Letras en Pesos más atractiva y aclaró que no le iba a pedir los fondos al BCRA para inducir el ingreso a la nueva propuesta.

A pesar que el resultado de la colocación de Letras no habría sido tan decepcionante (según trascendidos habría alcanzado 50% del vencimiento del AF20), los grandes fondos del exterior no ingresaron, por lo que el lunes el Ejecutivo decidió declarar desierta la licitación sin comunicar las ofertas recibidas (algo inusual que demuestra que el gobierno jugó a esconder las cartas), preparando el terreno para posponer el pago del bono dual.

El lenguaje agresivo del comunicado del Ministerio de Economía anunciando el reperfilamiento del bono dual muestra el cambio de estrategia de la Rosada. El endurecimiento se profundizó en el decreto publicado posteriormente: el bono pospuesto a fines de septiembre no va a devengar intereses. Sin embargo, el boletín oficial dejó una llave para negociar una salida: los tenedores del AF20 podrán suscribir a valor técnico futuras emisiones de títulos en Pesos del Tesoro. Dado que los principales tenedores de este bono son extranjeros, el Ejecutivo les puede abrir una puerta para que salgan de este bono en Pesos ley local a cambio de un apoyo a la reestructuración de la deuda en moneda dura bajo jurisdicción extranjera.

Con este golpe de efecto las autoridades le mostraron a los acreedores que el costo de no aceptar las propuestas de canje puede ser elevado, tratando de recuperar el poder de negociación/amenaza perdido. De hecho, el FMI podría fortalecer la posición argentina si la misión técnica enviada a nuestro país concluye la semana que viene que la deuda pública Nacional no es sostenible.

A diferencia de la salida del default de 2001-02, el Fondo apoyaría una quita a los tenedores privados. A cambio, la Argentina debería aceptar una mayor austeridad fiscal que le garantizara a los acreedores privados (y al FMI) el repago de la deuda reestructurada. La declaración de Martín Guzmán en el Congreso sobre que el Sector Público Nacional alcanzaría un superávit primario fiscal recién en 2023 (cuando el año pasado cerró prácticamente en equilibrio) busca darse margen de maniobra en la negociación de las metas fiscales.

El cambio de estrategia podría equilibrar un poco la relación de fuerzas de cara a la reestructuración de la deuda externa, pero a su vez complica el rollover de los vencimientos en Pesos. Pese a que el ministerio de Economía enfatizó que el reperfilamiento sólo afecta al bono dual y que seguirá tratando de recomponer la curva en Pesos del Tesoro, el riesgo de una nueva postergación de pagos trepó significativamente. Por caso, en marzo y abril vencen dos títulos por más de AR$ 350.000 M (12% de la base monetaria) que están mayormente en manos de inversores foráneos.

Elegir un único chivo expiatorio (bono dual) puede terminar siendo muy costoso si finalmente el Tesoro termina apelando a nuevos reperfilamientos cuando haya que pagar dichos vencimientos. Cabe recordar que a fines de agosto 2019, el ministro de Economía Hernán Lacunza reperfiló Letras del Tesoro descomprimiendo en un único anuncio vencimientos de corto plazo en moneda local y externa. En cambio, las autoridades actuales, reperfilaron a fines del año pasado letras en Dólares (USD 9.000 M), ahora el AF20 y veremos si se suman otros instrumentos.

En síntesis, el Ejecutivo tuvo que endurecer su postura para recuperar poder de negociación para tratar de alcanzar una reestructuración “exitosa”. Esto último significa lograr un acuerdo voluntario con acreedores privados en el cual concedan una quita y alargamiento de plazos de la deuda pública Nacional. Pero como el cambio de estrategia respondió a errores del propio gobierno, la posibilidad de lograr un acuerdo en tiempo y forma con privados ya no es viable. Lamentablemente, esto nos lleva a descartar un escenario basado en una negociación exitosa con rápida reducción de la incertidumbre.

El giro expansivo de la política del Banco Central

Hacia un nuevo rol del la política monetaria y cambiaria

El gobierno de Alberto Fernández asumió con el mandato de reactivar la economía en el corto plazo sin margen para aumentar el déficit fiscal. En este marco, las nuevas autoridades del Banco Central flexibilizaron la política monetaria y anclaron al tipo de cambio oficial: una menor tasa de interés y un dólar más calmo ayudarían a estabilizar la economía a la par que relajarían las tensas condiciones financieras en moneda local.

En este sentido, la tasa de interés de referencia bajó de 63% anual en diciembre de 2019 a 48% actualmente o, lo que es lo mismo, de 4,1% mensual a 3,3%, ubicándose levemente por encima de la inflación esperada (3% mensual para febrero según el último Relevamiento de Expectativas de Mercado). Por su parte, el tipo de cambio oficial avanzó solo 1,4% en los últimos dos meses, muy por debajo de la suba de precios, que rozó 7%.

Estas políticas expansivas tuvieron su contracara. Por un lado, la base monetaria creció 7% entre el promedio de noviembre de 2019 y el de enero pasado. Por el otro, el dólar contado con liquidación trepó cerca de 15% en el mismo plazo, rondando 85 ARS/USD actualmente. De esta forma, la brecha con el tipo de cambio oficial saltó 25 p.p. en el período, acercándose al 40%.

Como se observa, el giro hacia políticas más activas no está exento de riegos. Si bien este cambio era previsible, ya que la política monetaria venía siendo demasiado contractiva tras el segundo acuerdo con el FMI, no queda claro todavía si la nueva estrategia será efectiva.

Un nuevo set de oportunidades y riesgos

Un tipo de cambio oficial estable es la precondición para comenzar a revertir la desconfianza y reducir la volatilidad y la incertidumbre, justamente lo que traba cualquier posibilidad de estabilización del nivel de actividad, especialmente en el corto plazo.

Por otra parte, un dólar que se atrasa podría funcionar como “ancla nominal”, ayudando a desacelerar la suba de precios, especialmente de aquellos bienes que se importan al tipo de cambio oficial, apuntalando el salario real vis a vis la demanda interna -si la volatilidad y la incertidumbre se atenúan previamente-. Además, en este escenario de control de cambios los ahorros en pesos no se pueden dolarizar, su salida habitual, de modo que es probable que una parte se oriente al consumo, principalmente de bienes durables

Sin embargo, las mejoras no están aseguradas. Por caso, si el dólar oficial sigue sin moverse y la inflación sin ceder significativamente, la competitividad continuará en franco retroceso. En este sentido, el tipo de cambio real multilateral cayó 4% desde que asumió el nuevo gobierno y 8% desde que se impuso el cepo hard a fines de octubre 2019 y ya está en línea con su promedio histórico, algo preocupante en un contexto de mayor presión impositiva.

Además, en este escenario de grandes pagos de deuda y nulo acceso al financiamiento, preservar la competitividad cambiaria es fundamental: la cantidad de dólares genuinos que genere nuestra economía -exportaciones netas de bienes y servicios- determinará nuestra capacidad de hacer frente a los compromisos asumidos. Más aún, incluso una renegociación exitosa de la deuda podría no alcanzar para sortear un default si la divisa se atrasa de forma tal que golpea sensiblemente a las exportaciones.

Por último, pero no por ello menos importante, si el tipo de cambio oficial se rezaga aumentan las expectativas de devaluación futura, Con un rendimiento de las colocaciones en pesos que va perdiendo atractivo, este mix generará presiones en los mercados cambiarios paralelos. Dado que una brecha elevada incentiva a subfacturar exportaciones y sobrefacturar importaciones, el impacto de esta variable no es despreciable.

Por su parte, el nuevo carácter de la política monetaria también tiene efectos significativos. En primer lugar, la estrategia de una menor tasa de interés podría aliviar financieramente a muchas PyMEs ahogadas durante el último año, complementándose así con la moratoria anunciada por la AFIP. En este sentido, la morosidad ya alcanza al 5,7% del total de préstamos otorgados a las empresas privadas, cuando en junio de 2018 no superaba el 1%. Reducir las posibilidades de una ruptura generalizada de la cadena de pagos -el reciente pedido de reestructuración de pasivos de Guardati Torti refleja su delicada situación- es fundamental para evitar que la crisis se agudice.

En la misma línea, destaca la coordinación entre el Banco Central y el Tesoro Nacional para la refinanciación de la deuda en pesos de este último. El menor atractivo de las opciones en moneda local de la autoridad monetaria, y que éste haya anunciado que socorrería a Hacienda para afrontar sus obligaciones en moneda local si este se lo solicitara, reduce el riesgo de default en moneda local, tornando más confiables estas letras y bonos.

Lamentablemente, al igual que con el tipo de cambio, esta relajación de la política monetaria presenta algunos desafíos. Además de la mayor brecha que provoca el menor rendimiento de las colocaciones en pesos, es posible que la mayor liquidez impulse a los precios en lugar de volcarse al consumo y a la inversión.

En esta coyuntura de elevada incertidumbre y volatilidad, donde las ventas y el salario real siguen en rojo, es probable que la demanda de préstamos no se recupere, más allá de una eventual baja en el costo de financiamiento. En este caso, si la mayor liquidez se traslada a la brecha y la demanda de dinero permanece en niveles anémicos, la inflación no bajará sensiblemente, aún con un congelamiento tarifario y cambiario.

En resumen, las nuevas autoridades del Banco Central relajaron las condiciones monetarias y frenaron al tipo de cambio, en la búsqueda por estabilizar la demanda interna y mejorar la delicada situación de la cadena de pagos. Como toda apuesta, este giro ofensivo conlleva sus riesgos: a veces estos esquemas desprotegen los pilares defensivos.

Balance económico del primer mes de gestión de Alberto Fernández

La economía argentina está en una situación compleja: mucha deuda, demasiada inflación y poca actividad. Pasado algo más de un mes de gobierno de Alberto Fernández, tiene sentido analizar qué sucedió en cada frente y qué avances, o retrocesos, encontramos en cada uno de ellos.

En el primer punto, continuó la mejora del resultado fiscal primario que había iniciado la gestión de Cambiemos, pero se cambió el método: más impuestos y no -mucho- menos gasto. En este marco, se endurecieron las retenciones, se fijó un recargo de 30% a la compra de dólar turista y para atesoramiento y se incrementó la alícuota de bienes personales, entre otras novedades impositivas. No obstante, también siguió el ajuste de las erogaciones, al menos por ahora: el congelamiento de jubilaciones y pensiones -bono de ARS 5.000 mediante- y la suspensión de la fórmula de movilidad, reemplazada por una suba discrecional atenuaría la suba nominal del principal componente del gasto primario. De esta forma, en 2020 el resultado fiscal primario se acercaría al equilibrio, revirtiendo el leve rojo acumulado en 2019 (-0,7% del PBI).

Además del impacto directo en términos macroeconómicos que tiene ajustar el déficit fiscal, en este escenario de elevados pagos de deuda, un sendero de superávits primarios es la principal demanda de los acreedores. En este sentido, y como respuesta de los mercados privados a estas medidas, el riesgo país bajó casi 700 puntos básicos, pasando de 2.500 el 10 de diciembre pasado a la zona de 1.800 puntos actualmente. Si bien a este nivel el financiamiento permanece cerrado, la tendencia arroja cierta esperanza. En consecuencia, podemos afirmar que hubo algunos avances, no tanto en el plano concreto -las negociaciones formales no comenzaron- pero sí respecto de lo que aventuraban los tenedores de deuda y la incertidumbre desatada luego de las elecciones primarias de agosto 2019.

Para desacelerar la inflación, el gobierno congeló las tarifas de servicios públicos a lo largo del primer semestre de este año. En este sentido, vale destacar que el 1% del PBI de gasto que aumentarán los subsidios por este congelamiento será más que compensado por casi 2% del PBI que sumará el endurecimiento impositivo, de ahí el optimismo de los tenedores de deuda. No menor al punto anterior, el Banco Central está manteniendo fijo al tipo de cambio oficial -es decir, el que usa el sector privado como referencia para las operaciones comerciales- en 60 ARS/USD.

Estas medidas moderarían la inflación anclando dos de los principales costos de las empresas. Sin embargo, pese a estas políticas, la suba de precios persistió elevada a lo largo de diciembre y enero, donde la inflación mensual no bajará del 3%, acumulando más de 6,5% en el primer bimestre de gestión de Alberto Fernández. En resumen, al menos durante los primeros meses del nuevo gobierno la inflación seguirá elevada.

Que la nominalidad siga en estos niveles en un contexto de tarifas y dólar anclados no es neutral en términos macroeconómicos: mientras que el resto de los precios suben y estas variables permanecen congeladas, se genera cierto atraso tarifario y cambiario, que provoca un mayor gasto en subsidios y deteriora la competitividad cambiaria.

Dicho esto, corresponde notar que la principal estrategia mencionada en la campaña del Frente de Todos, el acuerdo de precios y salarios, todavía no se puso en marcha, al menos de manera oficial. Por lo tanto, aunque el tiempo no está a favor de esta estrategia, es necesario ser cautos antes de afirmar que las políticas no están siendo efectivas. En este punto, si la negociación de la deuda llega a buen puerto mejorará la credibilidad del Poder Ejecutivo y, con ella, las chances de éxito de implementar este acuerdo.

Si las perspectivas de cara a la negociación de la deuda son tibiamente optimistas y la baja de la inflación moderada, en materia de actividad es donde reposan las principales dudas. En este sentido, podemos afirmar que el gobierno está buscando reactivar la economía con el menor costo fiscal posible, dadas las limitaciones que imprime la negociación de la deuda. En la misma línea, el cambio de sesgo en la política monetaria, que cada vez se torna más expansivo, puede chocar con el proceso de desinflación si la menor tasa de interés local y la mayor liquidez se traducen en mayores presiones cambiarias -en el mercado paralelo por las imposibilidades de acceder al oficial- y no en una reactivación de la inversión y el consumo. Veamos.

Por un lado, el bono a los perceptores de jubilaciones dejó afuera a la parte “más elevada” de la pirámide, a aquellos jubilados que cobran más de ARS 19.000, en la búsqueda por atenuar la expansión del gasto público. Además, se decretó el pago de un aumento salarial para los trabajadores privados formales y un bono para los empleados del sector público nacional que cobran hasta ARS 60.000. Estos aumentos de suma fija, y por lo tanto de carácter progresivo -a menor salario, el porcentaje de incremento es mayor-, buscan fortalecer los ingresos de los sectores de menores recursos, aquellos de menor capacidad de ahorro y, por lo tanto, quienes deben volcar una mayor parte de sus ingresos al consumo.

Por su parte, el Banco Central llevó la tasa de interés de referencia de 63% a comienzos de diciembre a 50% anual (3,5% mensual) a mediados de enero. Esta baja, más acelerada que la de las expectativas de inflación (3,8% mensual para enero según el último REM), colocó a la tasa de interés real en terreno negativo ex ante, algo que no sucedía desde 2016.

El menor rendimiento de las LELIQs relajará el costo de financiamiento para el consumo en cuotas y también de los préstamos a empresas, pero, a la vez, hará lo propio con el rendimiento de las colocaciones en pesos. Por lo tanto, si la mayor liquidez se traslada a la economía real, el plan habrá cumplido su misión; a contramano, si la misma va a la brecha y a los precios, el sesgo expansivo de la política monetaria chocará con la política de desinflación. Al igual que con el acuerdo de precios y salarios, esto dependerá en gran medida de la credibilidad que posea, o no, el Poder Ejecutivo, atada fuertemente a cuán exitosas y rápidas sean las negociaciones de reestructuración de la deuda pública.

En resumen, de los tres mandatos económicos con que asumió Alberto Fernández se está haciendo énfasis en la renegociación de la deuda, que por ahora no comenzó oficialmente. De cómo salga esta discusión dependerá la reputación del gobierno y que las políticas antiinflacionarias y de reactivación de la actividad cumplan sus objetivos. Mirando la trayectoria del riesgo país y la descompresión de los mercados financieros, hay espacio para ser optimistas. Haciendo foco en el margen de error y en los delicados equilibrios sobre los que estamos parados, el mismo se desvanece. Ojalá que prime el primer punto; de lo contrario, la crisis que nos azota desde hace más de dos años se agudizará.

La suerte del principiante, ¿no puede fallar?

El principal desafío que enfrentará Alberto Fernández en materia económica es la renegociación de la deuda. En 2020 vencen alrededor de USD 23.000 millones de servicios de deuda relevante -con acreedores privados y organismos multilaterales de crédito- en moneda extranjera y, en este contexto de mercados de crédito virtualmente cerrados, poder pagar dicho número está prácticamente descartado. Por lo tanto, habrá que discutir con los acreedores una relajación de los vencimientos, lo que condicionará al resto de las variables económicas.

Si la reestructuración es exitosa, se podrá pensar en bajar la inflación, reactivar la economía y atenuar el resto de las tensiones. Por el contrario, si la renegociación fracasa, se acelerará la suba de precios, se agravará la recesión y las principales fricciones que nos acechan se multiplicarán. Por lo tanto, estas discusiones están dominando -implícitamente- las primeras medidas del nuevo gobierno.

En este marco se inscribe el proyecto de Ley de Solidaridad Social y Reactivación Productiva enviado en la última semana al Congreso. Sus ejes más importantes apuntan a mejorar la recaudación tributaria, para de esa manera continuar con el saneamiento de las cuentas públicas. Llegado este punto, vale destacar que esta dinámica refleja una diferencia con la reducción del déficit fiscal primario -sin contabilizar el pago de intereses- que encaró la gestión Cambiemos: entre 2016 y 2019 el ordenamiento de las arcas del Estado respondió principalmente al ajuste del gasto, mientras que, a partir de 2020, todo parecería indicar que se explicará mayormente por un aumento de los impuestos.

¿Por qué es tan central el resultado fiscal primario en la actualidad? Más allá de sus efectos macroeconómicos directos, que son significativos, es la principal variable que miran los acreedores financieros. Por lo tanto, un sendero de convergencia fiscal al superávit primario en un plazo acotado es la precondición para que la negociación de los compromisos asumidos sea posible. De manera opuesta, sin un ajuste fiscal como punto de partida, dicha negociación estaría condenada al fracaso de antemano.

En este sentido, el proyecto aspira a generar recursos extra para el Estado por alrededor de 1,5% del PBI en 2020. Medidas como el aumento de retenciones a las exportaciones y de la alícuota de bienes personales, el impuesto al pago con tarjetas de crédito en el exterior y a la compra de dólares para atesoramiento, así como el endurecimiento de la tasa estadística para las importaciones apuntalarán la recaudación, mejorando la consistencia de las cuentas fiscales. Asimismo, la suspensión de la fórmula de movilidad jubilatoria y su reemplazo por aumentos discrecionales le darán al equipo económico más flexibilidad para ajustar este componente del gasto, que representa más de la mitad de las erogaciones, según qué demande una coyuntura tan volátil como incierta.

En sentido opuesto, la suspensión de los ajustes de las tarifas de servicios públicos durante el primer semestre de 2020 -que acumularán así un año congeladas, ya que Mauricio Macri suspendió las actualizaciones del segundo semestre de 2019- incrementará el gasto en subsidios. Este crecimiento del gasto se cubriría con los mayores impuestos mencionados más arriba, de modo que el resultado fiscal primario podría seguir mejorando el año próximo, aún en este escenario de mayores erogaciones. Además, podría ayudar a cumplimentar otro de los grandes desafíos que tiene el nuevo presidente: desacelerar la inflación.

Esta decisión de congelar las tarifas, entre otras cosas, se explica porque el nuevo gobierno tiene que hacer equilibrio entre dos frentes en tensión. Por un lado, están los acreedores financieros que querrán cobrar lo máximo posible -o lo más rápido- y, para eso, demandarán una recomposición acelerada del resultado fiscal primario. Por el otro, están los sectores más desprotegidos de nuestro país, que exigen una mejora en sus deteriorados ingresos, lo que va en contra del objetivo fiscal. En consecuencia, Alberto Fernández intentará hacer el mayor ajuste fiscal socialmente viable y, a la vez, la máxima relajación de los pagos de deuda tolerada por los inversores. Dado que los servicios públicos son de consumo inelástico -no es posible “dejar de consumir” luz o gas-, una caída de su precio relativo equivale a una mejora en el ingreso disponible de los hogares, lo que en el caso de las familias de menores recursos posiblemente se trasladaría casi en su totalidad al consumo, ya que la capacidad de ahorro de estos agentes es prácticamente nula. De esta forma, se ayudaría a encontrar un piso a la recesión a la par que se relajaría la tensión social.

Si bien este escenario optimista es posible, no está exento de riesgos. De hecho, las negociaciones oficiales con los acreedores -privados y organismos multilaterales de crédito- todavía no comenzaron. Si estos fueran muy inflexibles, o creyeran que el “esfuerzo fiscal” que está haciendo el Palacio de Hacienda debiera ser todavía mayor y las discusiones no se encaminaran durante los primeros meses de 2020, podríamos ingresar a un escenario negativo donde la inflación se acelera y la recesión se agudiza.

En este sentido, con el cronograma de pagos vigente, los compromisos de deuda relevante en moneda extranjera acumulan alrededor de USD 15.000 millones en los primeros cinco meses del año que viene y, si no se pudieran relajar ni reabrir el acceso al financiamiento, habría que pagarlos con el superávit comercial de bienes y servicios más las Reservas de libre disponibilidad, que actualmente suman cerca de USD 13.000 millones.

Dado que los dólares que llegan por las operaciones corrientes le corresponden al sector privado, el Banco Central debería emitir pesos para comprar estas divisas, incrementando la base monetaria en más de 50%. Claramente, una inyección de liquidez de esta magnitud y en tan poco tiempo conllevaría un riesgo muy elevado de acelerar sensiblemente la inflación. Si esta dinámica se materializara, los ingresos reales se deprimirían aún más y la recesión se agudizaría. En consecuencia, es muy probable que una renegociación fallida de la deuda conduzca a un escenario todavía más desalentador en relación con el que nos hallamos actualmente.

En resumen, la negociación de la deuda y su éxito determinará el curso que seguirá la economía el año próximo y, también, en el mediano plazo: los resultados en el resto de los años del mandato de Alberto Fernández serán unos con un sendero de deuda “bonificado”, como dijo Martín Guzmán, y diametralmente opuestos con un sendero de deuda al borde del default constante y una inflación todavía más elevada. Esperemos que los acreedores crean en lo que oyen, y que la suerte del principiante no falle: sino, caeremos, otra vez, en manos del ángel de la soledad.

Esta nota salió publicada en la edición impresa del Diario Perfil, sábado 21/12/2019, y está disponible en https://www.perfil.com/noticias/columnistas/la-suerte-del-principiante-no-puede-fallar.phtml.

De la pesada herencia de Cristina a la pesada herencia de Macri

La economía argentina es altamente inestable, volátil y sus políticas pasan de un extremo al otro, provocando que la incertidumbre sea la norma. Por este motivo, tanto el contexto que recibió Mauricio Macri en diciembre de 2015 como el que heredará Alberto Fernández en los próximos días son complejos. Ahora bien, producto de las políticas de estos últimos cuatro años, y las urgencias que demandaba el punto de partida de la gestión Cambiemos, las complejidades son diferentes. Veamos.

Entre 2007 y 2015, la inflación duplicó a la suba de tarifas y a la del tipo de cambio oficial. Esta dinámica llevó a que el gasto en subsidios rondara 4% del PBI y a los estrictos controles cambiarios, cepo “informal” mediante, que existían cuando Macri asumió el Poder Ejecutivo (la brecha entre el tipo de cambio oficial y el blue promedió más de 40% entre 2012 y 2015, mientras que hoy en día ronda el 10%). Este desajuste de precios relativos afectaba a la producción de bienes y servicios transables y generaba un rojo fiscal primario significativo.

Además, el dólar oficial “barato” provocaba un déficit de cuenta corriente del Balance de Pagos cercano a 3% del PBI, de modo que nuestro país requería sistemáticamente más divisas de las que generaba para el normal funcionamiento del aparato productivo. Claramente, esta situación no era sostenible y demandaba varias correcciones que intentaron aplicarse a principios de la gestión Cambiemos.

Para ello, el gobierno entrante reposó sobre uno de los principales -y escasos- activos que había dejado la gestión de Cristina Fernández de Kirchner: el bajo stock de deuda pública relevante, sobre todo aquella nominada en divisas. Si bien nuestro país estaba en default selectivo producto del conflicto con holdouts, esto fue rápidamente resuelto en abril de 2016, de modo que el acceso al financiamiento se reabrió a pocos meses de la transición.

Superado este problema, comenzó un proceso de ajuste gradual de las cuentas públicas financiado con endeudamiento, mayormente en moneda extranjera. Este proceso subestimó dos dinámicas, que, a la larga, terminaron minando al esquema: nunca se dimensionó el impacto sobre el nivel general de precios del necesario ajuste tarifario y nunca se dimensionó que podría haber una reversión del influjo de capitales -o, lo que terminó sucediendo primero, un sudden stop-.

Los sucesivos aumentos de tarifas recalentaron la inflación, erosionando la competitividad cambiaria y neutralizando rápidamente las mejoras que se habían logrado con la salida del cepo. Además, esta subestimación del impacto inflacionario condujo a la imposición de metas inalcanzables en ese frente, que obligaban a sostener una política monetaria muy dura -tasas de interés altas en pesos- y atraían capitales financieros, en la búsqueda por hacer carry trade, atrasando al tipo de cambio. Ya con un dólar barato, hacia comienzos de 2018 nuestro país se enfrentó a un repentino freno en el ingreso de capitales financieros. Para peor, producto de la desregulación casi total de la cuenta capital que había llevado adelante el Banco Central entre 2016 y 2017, el desarme de las posiciones en pesos se convirtió en la norma, disparando al tipo de cambio en sucesivas oportunidades.

Los distintos saltos del dólar que vienen teniendo lugar desde el año pasado complicaron la capacidad de repago del Tesoro Nacional. Producto de la incertidumbre no solo respecto de la liquidez, sino también acerca de la solvencia de nuestro país, actualmente, los mercados de crédito permanecen cerrados. En consecuencia, el macrismo legará una deuda pública relevante en moneda extranjera elevada y una capacidad de pago acotada. Para peor, una parte importante de estos pasivos vence en el corto plazo -USD 26.000 millones en la primera mitad del 2020, prácticamente duplicando a las Reservas netas actuales-. Por lo tanto, la renegociación de estos vencimientos será una de las primeras acciones que deberá llevar adelante el equipo económico de Alberto Fernández, tan relevante como inmediata.

Esta renegociación limitará los grados de libertad en materia de política económica. Por caso, la situación fiscal primaria -que pasó de un rojo de 4% del PBI en 2015 a la zona de 0,5% en 2019 en un período donde cayó la actividad económica y se relajó la presión tributaria- deberá seguir corrigiéndose, ya que, sin un sendero consistente, cualquier reestructuración de los pasivos tendrá pocas chances de éxito. Por lo tanto, si bien la situación de las cuentas públicas es mejor que la recibida, lo cierto es que las políticas posibles en este frente continúan siendo limitadas: los acreedores obligan a llevar adelante un sendero fiscal austero, limitando el set de políticas viables.

Por otra parte, el déficit externo dejó de ser un problema por la arista comercial: en este contexto de demanda deprimida y dólar caro, que estimula las exportaciones y desalienta las importaciones, el saldo de la cuenta bienes y servicios es superavitario. Ahora bien, también en este contexto de importantes pagos externos y casi nulo financiamiento, la cuenta capital arrojará un déficit significativo. En consecuencia, aunque se alivianaron las necesidades comerciales -principalmente producto de la crisis, no por un cambio de estructura productiva que haya desarrolado un boom exportador-, lo cierto es que los problemas en este frente son urgentes.

Este “pasivo” explica la reimposición de los controles cambiarios. Una vez más, y repitiendo la historia por enésima vez, nuestro país chocó con la restricción externa: la escasez de divisas es uno de los principales frentes que deberá atender Alberto Fernández. En esta oportunidad, el problema apareció por razones financieras, no por motivos comerciales. Dicho esto, vale resaltar que el cepo actual es “formal”, es decir, que posee comunicaciones explícitas que lo respaldan. En consecuencia, aunque también tiene contratiempos, sobre todo en el mediano plazo, estos son menores a los de 2015.

Por último, resta analizar las correcciones de precios relativos. Si bien es cierto que nos acercamos a un esquema más favorable a la producción, y que se corrigió casi todo el atraso cambiario y tarifario, el salario real perdió 20% en los últimos dos años. Por lo tanto, y ante la llegada de un gobierno cercano a los sindicatos, es probable que los trabajadores demanden una recomposición de su poder adquisitivo -la máxima que este contexto recesivo y de aumento del desempleo con precarización de puestos de trabajo permita-. En consecuencia, aunque el set de precios relativos sea más consistente, el mismo seguirá sufriendo correcciones.

En resumen, las dos herencias serán pesadas. Sin embargo, las urgencias no reposarán sobre los mismos puntos: mientras que antes el bajo stock de deuda pública relevante era un activo, ahora será el principal pasivo; por el contrario, mientras que en 2015 el rojo fiscal y el de cuenta corriente eran los principales aspectos para atender, en 2019 serán los encargados de brindar el alivio y de, en el mejor de los casos, llevarnos a una renegociación