Primer año de Alberto Fernández: pandemia, crisis y perspectivas 2021

Esta semana se cumplió el primer año de gestión de Alberto Fernández. La pandemia puso patas arriba a la economía global y local, trastocando todos los objetivos que tenía el nuevo gobierno. Recordar las primeras medidas y realizar un diagnóstico de la situación actual nos permitirá anticipar cómo podría ser un 2021, esperemos, un poco menos marcado por la pandemia.

Al momento de asumir, el equipo económico se proponía recomponer el salario real, que acumulaba una caída de 20% en 2018 y 2019, para de esta manera reactivar una economía que había retrocedido 4,5% en dos años. A la vez, tenía la difícil misión de bajar una inflación que había promediado 50% anual en el bienio anterior. Como si todo esto fuera poco, se enfrentaba con importantes restricciones fiscales: aunque la salud de las cuentas públicas había mejorado durante la gestión Cambiemos, las exigencias de la reestructuración de la deuda y el nulo acceso al crédito frenaban las posibilidades de que el sector público encabezara la recuperación.

A comienzos del mandato, el gobierno aumentó las retenciones a las exportaciones agropecuarias, endureció las alícuotas de bienes personales y cambió la fórmula de movilidad jubilatoria aprobada a fines de 2017 por aumentos discrecionales para la seguridad social -subas en línea con la inflación para los haberes mínimos jubilatorios y por debajo para quienes cobren más de 30.000 pesos-. De esta forma, el resultado fiscal se aprestaba a encarar un 2020 equilibrado.

Este margen le permitió al Poder Ejecutivo congelar las tarifas de servicios públicos durante el primer semestre de 2020, en vistas de relajar presiones inflacionarias. Además, se otorgaron aumentos salariales de 3.000 pesos en enero y 4.000 en febrero (a cuenta de paritarias) por decreto, en virtud de apuntalar el poder adquisitivo de los trabajadores de menores recursos, ya que este tipo de ajustes se diluyen a medida que se escala en la pirámide de ingresos. Como resultado, el salario real creció 5,5% en el primer trimestre del año, mostrando algunas señales de recuperación.

Sin embargo, cualquier atisbo de mejora desapareció en marzo. La llegada de la pandemia forzó a restringir la producción y dejó a mucha gente sin ingresos. En respuesta, el gobierno expandió su gasto en medio de una caída inédita de la recaudación. El aumento del déficit fiscal fue moneda corriente a lo largo del mundo; sin embargo, fuimos la excepción a la hora de financiarlo: casi íntegramente con emisión, dado que los mercados de crédito seguían cerrados.

El Banco Central comenzó a asistir al Tesoro, y arreciaron presiones cambiarias. A partir de abril, la emisión se disparó, dando lugar a un exceso de liquidez -no absorbido en un primer momento-, que presionó tanto al dólar oficial como a las cotizaciones paralelas. En respuesta, la brecha escalaba semana tras semana.

En un primer momento, el equipo económico caracterizó a estas presiones como transitorias, asociadas a la incertidumbre que generaba la pandemia a nivel global y una reestructuración de la deuda abierta. Por lo tanto, el Banco Central vendió Reservas para de esta forma contrarrestar el exceso de demanda de divisas sin devaluar.

En simultáneo, la economía se derrumbaba, cayendo a tasas de dos dígitos interanuales y se destruían alrededor de un quinto de los puestos de trabajo. Aunque una parte no menor de esta dinámica obedeció a las restricciones operativas, los problemas de demanda no tardaron en aparecer. Por lo tanto, la incertidumbre local no obedecía solo a la renegociación de la deuda, sino también a que la crisis económica y social se agudizaba.

De esta forma, llegábamos a mitad de año con fuertes desafíos. Por un lado, una crisis sanitaria que no cedía. Por otro, una crisis económica y social que se agravaba con la pandemia. Por último, un desequilibrio fiscal inédito financiado con emisión en medio de una reestructuración de la deuda con acreedores privados.

A fines de agosto, el Ministerio de Economía reestructuró su deuda con los acreedores privados, logrando un buen acuerdo en materia de plazos de pago y reducción de intereses. Sin embargo, la negociación no alcanzó para desalentar la dolarización ni reabrir el financiamiento externo. Por el contrario, en un contexto donde las Reservas netas retrocedían a diario, las presiones se agravaron.

En este marco, la autoridad monetaria endureció el cepo a mediados de septiembre, en pos de frenar la demanda de divisas. Lamentablemente, las medidas de “garrote” no tuvieron los resultados buscados, sino que, por el contrario, agravaron los problemas iniciales: la brecha se disparó, dando lugar a más percepciones de atraso y alimentando en el camino las expectativas de devaluación.

En respuesta, el Palacio de Hacienda cambió su estrategia desde octubre, apelando más a la zanahoria que al garrote. En lugar de endurecer los controles, comenzaron a apuntalarse los incentivos: se relajaron -levemente- las retenciones, se mostraron algunas señales de mayor austeridad fiscal y se ofrecieron algunos instrumentos atractivos de ahorro en pesos (bonos dollar linked, CER o tasa de política monetaria).

En sus primeros días, estas medidas no surtieron grandes efectos, y el dólar paralelo continuó su escalada, y se acercó peligrosamente a los 200 pesos. Más preocupante todavía, las Reservas netas siguieron en caída libre. Sin embargo, hacia fines de octubre algo cambió: la ANSES y el BCRA empezaron a intervenir en los mercados paralelos, vendiendo bonos contra pesos -operación inversa del contado con liquidación-, y contrarrestaron parte de las tensiones.

No obstante, las Reservas siguieron en rojo durante noviembre. Aunque la caída se atenuó, no se revirtió el derrotero. Por lo tanto, aunque las tensiones en los mercados paralelos se relajaron, las posibilidades de una devaluación continúan latentes: mientras que el poder de fuego del Banco Central no se recupere, las chances de un salto cambiario permanecerán.

De esta manera entramos a 2021 con una economía un poco menos golpeada, e incluso algunas perspectivas de recuperación por el lado real, pero con un stock de Reservas netas por debajo de los USD 4.000 millones que provoca mucha incertidumbre. Asumiendo una rápida y efectiva campaña de vacunación, la suerte del año próximo dependerá de la batalla cambiaria: si la corrida no frena y hay una devaluación, las tibias señales de mejora desaparecerán una vez más; en cambio, si la estrategia del Banco Central termina siendo exitosa y se evita el salto del dólar oficial, es probable que la recuperación se fortalezca mes a mes. Paso a paso, ¿llegaremos a destino?

Brecha y crecimiento de las importaciones: malas noticias para el frente cambiario

En octubre, la balanza comercial bilateral con Brasil arrojó un déficit de USD 20 millones, más que revirtiendo el superávit de USD 250 millones alcanzado en igual mes del año pasado. Esta dinámica obedeció mayormente al avance de las importaciones (+12,5% i.a., alcanzando USD 820 millones), en tanto las exportaciones al país vecino retrocedieron 18,4% i.a. el mes pasado. De esta forma, se acumuló el sexto rojo consecutivo, revirtiendo la dinámica positiva de 2019 y principios de 2020.

Anteriormente, la caída de las exportaciones a Brasil se explicaba por dos factores: la crisis brasileña y la depreciación del Real, que trepó más de 40% en los primeros diez meses del año, alcanzando 5,7 BRL/USD, en una economía casi sin inflación.

Sin embargo, el mes pasado se sumó una causa tan “propia” como novedosa: una brecha mayor al 100% entre el dólar oficial y paralelo, que alentó las expectativas de devaluación y pospuso exportaciones, a la par que impulsó la subfacturación de éstas, en la búsqueda por liquidar la menor cantidad de divisas posibles en el mercado oficial.

Más allá de esta dinámica adversa que agravó el rojo, vale destacar que el resto de las compras de Brasil cayeron todavía más (-27,8% i.a.), de modo que la participación argentina en la canasta importadora de la primera economía del Mercosur creció 0,7 p.p., pasando de 5,7% en octubre de 2019 a 6,4% el décimo mes de 2020.

Por su parte, las importaciones argentinas crecieron 12,5% i.a., mostrando un avance digno de una economía fuerte y en recuperación. Lamentablemente, nada más alejado de la realidad: el salto se explica íntegramente por temores devaluatorios o endurecimiento del cepo que genera una brecha cambiaria tan elevada en un contexto de Reservas netas en mínimos. Estas expectativas incentivan el adelantamiento de las compras, con el objetivo de atenuar los efectos negativos de un dólar más caro.

Este comportamiento, que maximiza el interés individual, pero que claramente va en contra del interés general, es un incentivo erróneo que urge corregir. Si la brecha no cede, el Banco Central deberá sacrificar cada vez más Reservas para controlar al tipo de cambio oficial. En este contexto de nulo ingreso de capitales desde el exterior, las posibilidades de apuntalar el poder de fuego de la autoridad monetaria en el corto plazo son muy bajas, de modo que las expectativas de devaluación se refuerzan vis a vis los comportamientos nocivos. Aunque la brecha se redujo sensiblemente en la última semana y el comienzo de la actual, todavía falta mucho terreno por recorrer.

Con estos números, la balanza comercial bilateral acumuló un déficit de USD 400 millones entre enero y octubre de 2020. De esta manera, se revirtió completamente el superávit de USD 400 millones alcanzado en igual período del año pasado y se encienden algunas señales de alerta, especialmente pensando en la cuestión cambiaria. Aunque es cierto que la depreciación del Real brasileño explica parte de este resultado, el crecimiento de las importaciones de septiembre y octubre producto de la elevada brecha y expectativas de devaluación, agravó la situación.

En este marco, será imposible repetir el superávit del año pasado (USD +760 millones) pero se puede aspirar a cerrar 2020 con un intercambio equilibrado, ya que noviembre y diciembre suelen ser meses superavitarios por la salida de la cosecha fina. La brecha complica todo. Su reciente baja prende alguna luz de esperanza; esperemos que no se apague tan rápido como llegó.

No hay razones para devaluar. Tampoco Reservas.

En la última semana, el contado con liquidación retrocedió 18%, después de tres semanas de furia en donde se había disparado 25%. En igual dirección, el dólar blue cedió 13%, después de haber saltado más de 30% en los primeros veinte días de octubre. De esta forma, ambas cotizaciones acumularon un alza de 4% y 20% en el último mes y de más de 100% en lo que va del año, mostrando importantes señales de tensión.

Aunque los dólares paralelos no tienen un impacto significativo en la inflación, más allá de algunos bienes puntuales que puedan importarse con dólares propios, sí aumentan la percepción de que el tipo de cambio oficial está barato, invitando a comprar divisas a quien puede hacerlo. A la vez, fomentan la subfacturación de exportaciones y la sobrefacturación de importaciones, reduciendo la oferta neta de divisas en el mercado oficial. En la misma línea, impulsan la compra de “dólar ahorro”, en la búsqueda por arbitrar con los mercados paralelos y obtener rendimientos atractivos.

Resultado de todas estas dinámicas, a mayor brecha, más difícil es frenar la sangría de Reservas y contener las presiones cambiarias. A la vez, más brecha es más volatilidad e incertidumbre sobre el futuro de la economía y menos consumo e inversión. Por lo tanto, será casi imposible reactivar la economía con una brecha de tres dígitos, y será casi imposible bajar esta brecha sin pagar algún costo. Veamos entonces cuáles son las opciones y qué salidas quedan.

Motivada por la falta de confianza, en los últimos meses la demanda de dólares le ganó ampliamente a la oferta en el mercado oficial. En respuesta, el Banco Central sacrificó más de USD 1.600 millones de Reservas para contener a la divisa en septiembre -de los cuales USD 600 millones fueron en la segunda mitad, luego del endurecimiento de cepo- y más de USD 900 millones en octubre. Como resultado, las Reservas de libre disponibilidad perforaron USD 5.400 millones en la última semana, alcanzando un mínimo desde comienzos de 2016.

Para peor, descontando los USD 4.000 millones de oro y los USD 2.400 millones de DEG´s encajados en el FMI, las preocupaciones se vuelven todavía más urgentes, obligando a la autoridad monetaria a usar otras fuentes.

Por lo tanto, y en primer lugar, no es descabellado pensar en una devaluación del tipo de cambio oficial en los próximos meses. Es cierto que un salto del dólar oficial aceleraría la inflación y profundizaría todos los problemas que arrastra nuestra alicaída economía, a la par que demoraría la incipiente recuperación de la actividad luego del deterioro histórico que provocó la pandemia y la cuarentena. Sin embargo, no es menos cierto que las Reservas de libre disponibilidad están en mínimos desde 2016 y que, si no aparece una fuente adicional de dólares para “quemar” en el mercado o la demanda de divisas no se relaja rápidamente -dos cosas que parecen poco probables-, un salto del tipo de cambio será inevitable.

El problema es que la devaluación no solo agravaría los problemas preexistentes, sino que, además, no garantiza frenar la corrida. En un contexto de Reservas tan bajas, el punto de equilibrio entre la oferta y la demanda de dólares es incierto, aun cuando el ajuste por precios sea significativo y no haya razones “reales” para seguir devaluando. Por lo tanto, una corrección del dólar oficial sin un plan que genere confianza es más parte del problema que de la solución. No obstante, si nada cambia es un desenlace que se terminará imponiendo, casi de manera inexorable.

Otra opción sería un nuevo endurecimiento del cepo, en la búsqueda por achicar todavía más la demanda de dólares en el mercado oficial. Los resultados registrados desde el último refuerzo del control de cambios fueron bastante negativos: la brecha saltó y la sangría de Reservas se atenuó en el margen. A la vez, seguir fortaleciendo las restricciones trabaría todavía más el normal funcionamiento de la actividad productiva, minando el consumo y la inversión. Por último, y no menor, si no hubiera cambios de fondo, es probable que la misma situación se repita dentro de un par de meses.

En consecuencia, una devaluación agravaría los problemas, pero extremar el cepo también: un círculo vicioso, del cual parece imposible salir por arriba a esta altura. Alcanzado este punto, vale remarcar algunos cambios recientes.

Por un lado, las licitaciones en pesos del Tesoro en donde se ofrecieron instrumentos dollar linked y ajustados por inflación -CER-, más la devolución de adelantos transitorios por casi ARS 100.000 millones, reducen parte de la liquidez de la plaza. Sin embargo, considerando que la autoridad monetaria le giró más de ARS 1.600.000 millones al Palacio de Hacienda en lo que va de año, este cambio no alcanza.

La exitosa subasta de instrumentos atados a la cotización del dólar oficial busca hacer del defecto virtud. Las colocaciones de títulos dollar linked casi duplicaron a la de los que ajustan por inflación, señalando que el mercado no espera un desdoblamiento cambiario -que abarque alguna operación comercial- ni que una parte significativa de las importaciones de bienes se realicen con dólares propios, es decir, que el tipo de cambio paralelo determine costos de reposición. En cualquiera de estos casos, la inflación se aceleraría, pero el tipo de cambio oficial no aumentaría. En cambio, el buen resultado marca que una parte importante del mercado aguarda un movimiento del dólar oficial.

Por otro lado, los recientes y sucesivos aumentos de la tasa de pases pasivos del Banco Central intentan apuntalar las colocaciones en pesos de las entidades financieras y que una parte de esta mejora se traslade al rendimiento de los plazos fijos, algo que todavía no se observó. Aunque esta decisión llega tarde y en dosis muy acotadas, al menos va en la dirección correcta. Dicho esto, nunca es recomendable hacer ajustes poco relevantes, pero muy frecuentes, porque se genera una expectativa de suba en el mercado y se posponen muchas operaciones; por lo tanto, suele ser más recomendable endurecer la política monetaria de una sola vez en el momento de mayor impacto.

El mercado cambiario se encuentra al filo de la navaja: si la demanda de divisas no cede en el corto plazo, un salto del dólar podría ser tan costoso como inevitable. Luego de la reestructuración de la deuda, el gobierno sacrificó demasiadas Reservas en un contexto de elevada liquidez, apostando a una mejora de la confianza casi “mágica”, que lamentablemente no llegó. En octubre, licitaciones del Tesoro y aumento de la tasa de interés de pases mediante, se adoptaron algunas medidas que buscaban achicar el exceso de oferta de pesos actual. Sin embargo, estos cambios llegaron tarde y en magnitudes acotadas. El tiempo corre y el poder de fuego del Banco Central sigue agotándose. No hay razones para devaluar; tampoco Reservas para contener una corrida.

Una brecha tan grande que ya llega al comercio exterior

Una brecha tan grande que ya llega al comercio exterior
En septiembre de 2020, el superávit comercial alcanzó USD 580 millones, reduciéndose más de 66% en relación con igual mes de 2019 (USD +1.750 millones). De esta forma, representó el menor saldo positivo desde febrero del año pasado. Esta dinámica obedeció a un fuerte deterioro de las exportaciones (-18% i.a.), que alcanzaron USD 4.700 millones, y a un crecimiento de las importaciones (+3% i.a.), el primero en más de dos años, que rondaron USD 4.120 millones.

Las ventas externas aceleraron su ritmo de caída: pasaron de un retroceso de 12% i.a. entre enero y agosto de 2020 a -18% i.a. el mes pasado. Esta dinámica no estuvo asociada a un deterioro de los precios, que cayeron “solo” 2% i.a., sino a un desplome de las cantidades (-16% i.a.). La contracción estuvo liderada por los productos primarios (-30% i.a.), seguida por las manufacturas de origen industrial (-20% i.a.). Por su parte, las manufacturas de origen agropecuario retrocedieron “solo” 5% i.a., impulsadas por precios que avanzaron 1% i.a.

Usualmente, solemos atribuir la dinámica de las exportaciones a lo que pasa con nuestros socios comerciales, principalmente Brasil y China. Sin embargo, esta vez la causa estuvo “adentro”: una brecha cercana la 100% -en ese entonces- alentó las expectativas de devaluación y pospuso una parte importante de las exportaciones. En este punto, vale remarcar que menos exportaciones son menos dólares que ingresan al mercado oficial y más presiones cambiarias. Por lo tanto, esta expectativa se refuerza sola.

Por su parte, las importaciones crecieron 3,1% i.a., marcando su primer avance interanual desde agosto de 2018. Lejos de una recuperación sostenida o de un crecimiento generalizado, esta dinámica también obedece a la brecha. Los temores a una devaluación o un endurecimiento del cepo -en parte confirmados con lo que pasó a mediados de septiembre- motivaron el adelantamiento de compras y el stockeo de bienes. En este marco, las compras externas rebotaron motivadas más por el miedo que por las expectativas de recuperación.

Desagregando a nivel de usos económicos, se verifica un crecimiento importante en vehículos livianos (+11,5% i.a.) y bienes de consumo (+11% i.a.). En ambos casos, al incluir muchos bienes no-indispensables, los temores a un endurecimiento del cepo que obligara a importar con dólares propios, conseguidos en los mercados paralelos, forzó a las empresas a adelantar compras. Por su parte, los bienes intermedios treparon 12,5% i.a., en este caso más impulsados por los temores devaluatorios que por un endurecimiento del cepo, ya que todas las partidas comprendidas dentro de este uso son insumos productivos. En un sentido similar, los bienes de capital avanzaron 9,5% i.a.

Tal como sucede con la posposición de las exportaciones, el adelanto de importaciones aumenta las presiones cambiarias, forzando al Banco Central a vender Reservas -en un contexto de Reservas netas en mínimos- y agrava los problemas. Por lo tanto, ambos comportamientos terminan auto convalidándose y reafirmando las probabilidades de un salto cambiario.

Por su parte, en el acumulado anual se repite la tendencia de los últimos meses: un superávit comercial que se agranda, pasando de USD 9.500 millones entre enero y septiembre de 2019, a poco menos de USD 11.600 millones en 2020, producto de importaciones que caen más rápido que las exportaciones (-21,0% i.a. y -12,5% i.a.). Aunque lo sucedido en septiembre -y posiblemente también en la primera mitad de octubre- erosiona el saldo comercial, todavía el acumulado no se refleja mucho en el acumulado. No obstante, podría impactar si no se corrigieran las expectativas de devaluación en el corto plazo.

Con estos números, proyectamos un superávit mayor a USD 17.000 millones en el acumulado anual. El mismo se explicaría íntegramente por la caída de las importaciones (-18% i.a., según nuestras estimaciones), en tanto las exportaciones también retrocederían en la comparación con 2019 (-12% .a.). De cara al cierre del año, la brecha cumplirá un papel fundamental en la posposición de las ventas y el adelanto de las compras, o, si se calmara, en una normalización de estas variables. Dado que esta dinámica tiene un comportamiento decisivo dentro del mercado cambiario oficial, es probable que se auto convalide.

Vuelve el turismo, vuelve su déficit: cuando el viajar no es un placer

En Argentina faltan dólares. A pesar de que hay superávit comercial récord y un estricto control de cambios, el Banco Central vendió más de USD 3.000 millones en el mercado oficial para evitar una devaluación entre julio y septiembre. De esta forma, las Reservas netas perforaron los USD 7.000 millones y las líquidas rompieron peligrosamente los USD 1.000 millones. La dinámica entonces se tornó insostenible y la autoridad monetaria reforzó el cepo a mediados del mes pasado, aún al costo de aumentar la brecha y la incertidumbre general.

Los nuevos controles impactan de manera directa sobre el normal funcionamiento de la actividad económica, especialmente aquellos vinculados con la venta de divisas para la cancelación de deudas financieras de las grandes empresas. Sin embargo, la escasez de dólares podría agravarse en el futuro en lugar de relajarse.

En primer lugar, porque la reactivación de la actividad demandará más dólares para importar, recortando parte del superávit comercial récord de este año. En segunda instancia, porque la vuelta del turismo internacional aumentará el déficit. Aun cuando haya más extranjeros visitando nuestro país que argentinos en el exterior, la brecha cambiaria generará algunos problemas por esta vía.

El “dólar tarjeta” está más barato que el “dólar billete”. Incluso sumando el impuesto PAIS y la reciente percepción de ganancias que se aplica al tipo de cambio oficial, el mismo continúa por debajo del dólar blue, contado con liquidación o MEP. En consecuencia, los turistas argentinos realizaran la mayor cantidad posible de gastos en el exterior con tarjeta de crédito, aun cuando esta forme parte de cupo de USD 200 mensuales. Como resultado, quienes viajen al exterior generarán algunas presiones sobre las Reservas, directamente motivados por el esquema de incentivos vigente.

En sentido contrario, quienes vengan al país preferirán traer dólares billete y venderlos en los mercados paralelos -especialmente blue, donde se paga alrededor de ARS 145 por cada dólar- en lugar de hacerlo en las casas de cambio oficiales o pagar con tarjeta de crédito, donde cada dólar vale ARS 75. Por lo tanto, la vuelta del turismo agravará la salida de divisas y no fomentará el ingreso formal: los turistas dejarán divisas en el país, pero esencialmente lo harán en el mercado informal, sin fortalecer las Reservas en el camino.

Cuantificar el impacto cambiario del servicio turístico en el período 2012-2015, cuando estaba vigente el cepo anterior y por ende la brecha cambiaria era significativa, nos permitirá proyectar cómo se podría materializar este problema el año entrante. Dicho esto, vale recordar que para ese entonces la diferencia entre el dólar oficial y paralelo era la mitad. La brecha promedió 45% durante el segundo gobierno de Cristina Fernández de Kirchner, mientras que actualmente orilla el 90%. Por lo tanto, el incentivo a vender dólares billete en el mercado informal es, obviamente, mayor.

Entre 2012 y 2015, el déficit cambiario por turismo acumuló USD 27.200 millones, es decir, un promedio anual de USD 6.800 millones. De esta manera, se esfumó el leve superávit “viajero” de USD 350 millones acumulado entre 2008 y 2011. Si bien el atraso cambiario y el crecimiento del salario en dólares explican parte de esta reversión, así como el desarrollo tecnológico y el abaratamiento de los vuelos, al comparar el balance de pagos de INDEC -donde se contabilizan los gastos de no residentes- con el balance cambiario del BCRA -donde se contabilizan los dólares que estos venden en el mercado oficial-, la diferencia no es menor.

Entre 2008 y 2011, el superávit del turismo internacional registrado por el INDEC fue menor que el del BCRA: muchos argentinos pagaron gastos en el exterior con divisas que ya tenían ahorradas, en lugar de dólares comprados directamente para la ocasión. En cambio, entre 2012 y 2015 el balance de pagos de INDEC arrojó un déficit turístico de USD 12.100 millones que más que se duplicó al mirar los números del mercado cambiario: alcanzó 27.200 M según estadísticas del BCRA. En este caso, las mayores diferencias se encuentran en los años electorales (USD 5.500 millones en 2013 y USD 5.000 millones en 2015, contra USD 1.900 millones en 2012 y USD 3.300 millones en 2014), casualmente, los de mayor atraso cambiario y recuperación del poder adquisitivo en moneda dura.

Tras un 2020 pandémico, en que el cierre de fronteras redujo el turismo internacional y, por ende, la sangría de divisas por esta vía a un mínimo (poco más de USD -1.000 millones), se espera que la paulatina normalización de la esta actividad reanime el déficit. Auque proyectamos una importante recuperación del sector en 2021, tanto el turismo receptivo como emisivo se ubicaría por lo menos 15% por debajo del 2019. Según nuestras estimaciones, el balance de pagos de la cuenta turismo arrojaría un déficit cercano a USD 3.500 M el año próximo. Sin embargo, producto de la elevada brecha cambiaria, el rojo de esta misma cuenta en el mercado cambiario superaría más que duplicaría al del balance de pagos, ubicándose cerca de USD -7.000 millones, motivado por un ingreso de “dólares formales viajeros” en mínimos (cerca de los USD 1.000 millones).

Si bien el rojo registrado por el BCRA sería inferior al promedio 2016-2019 (USD -8.200 millones anuales, influido por el récord de USD -10.700 millones en 2017), no por eso sería menos preocupante: en la actualidad la oferta de dólares y las Reservas netas son muy magras, de modo que cada divisa que “sale” cuesta mucho recuperarla.

En consecuencia, y a modo de resumen, si las presiones actuales no cesan, la reactivación del turismo internacional en un contexto de elevada brecha cambiaria sumará otro problema más al dólar oficial. Ahora bien, considerando la cantidad de presiones que hay en la actualidad, podríamos preguntarnos ¿qué le hace una mancha más al tigre? En la búsqueda por una respuesta al refrán, podríamos arriesgar ¿lo convierte en pantera?

Más superávit, pero menos exportaciones: frente comercial con más sombras que luces

En agosto, la balanza comercial volvió a ser superavitaria para nuestro país, arrojando un saldo positivo mayor a USD 1.440 millones. De esta forma, se registró un crecimiento de 23% i.a. en relación con el superávit de igual mes de 2019 (USD 1.170 millones). Sin embargo, las buenas noticias terminan acá: la mejora del saldo obedeció íntegramente al desplome de las importaciones (-20,4% i.a., sumando USD 4.940 millones), en tanto las exportaciones se redujeron la mitad (-11,4% i.a., llegando a USD 3.500 millones).

Al desagregar las ventas externas por grandes rubros, se verifica el comportamiento heterogéneo de los últimos meses. Por caso, los envíos de productos primarios treparon 10,2% i.a. en valores, impulsados por la recuperación de las cantidades (+8,8% i.a.). En sentido contrario, las manufacturas de origen agropecuario retrocedieron 12,3% i.a. y las de origen industrial 26,0% i.a. En ambos casos, el rojo se explicó por el deterioro de los volúmenes físicos (-11,6% i.a. y 21,8% i.a., respectivamente).

Aunque siempre las caídas son malas noticias, pensando en las potencialidades de agregado de valor, esta dinámica es preocupante. No obstante, al considerar la crisis brasileña, que viene atenuándose en los últimos meses, y las posibilidades de diversas industrias de operar con protocolos sanitarios –algo que se viene generalizando hace algunos meses- se enciende una luz de esperanza sobre el futuro de esta serie.

Por el lado importador, la caída fue más generalizada: absolutamente todos los usos económicos presentaron caídas y, a excepción de bienes intermedios (-5,1% i.a.), caídas de dos dígitos. En este sentido, resalta el desplome de las piezas y accesorios para bienes de capital (-37,8% i.a.) y de bienes de capital (-23% i.a.), en ambos casos explicado por un mayor retroceso de las cantidades en relación con los precios. En otro orden, el deterioro de los vehículos livianos (-24,5% i.a.) obedece a la falta de certidumbre cambiaria -no se quieren vender bienes dolarizados- en un contexto de depresión del consumo. En último lugar, destacan el retroceso de bienes de consumo (-10% i.a.), atenuado por el aumento en las importaciones de alimentos y bebidas para consumo en el hogar (+50% i.a.).

En otro orden, resalta el crecimiento de 7% en la comparación desestacionalizada de las importaciones. Si bien esta dinámica no refleja con precisión el movimiento de la actividad en general, máxime en un período de inestabilidad cambiaria y rumores sobre un posible endurecimiento del cepo -concretado a mediados de septiembre, aunque no para las operaciones comerciales-, parecería anticipar que la economía continuó recuperándose en agosto.

Con estos números, se observa un saldo de USD 11.000 millones en el acumulado a los primeros ocho meses del año. De esta forma, se verifica un avance de 16% en relación con el superávit de USD 9.500 millones obtenido en igual período del año pasado. Al igual que en el dato mensual, este avance responde a una caída de las importaciones (23,9% i.a.) que más que duplica a la de las exportaciones (-11,8% i.a.). En consecuencia, aunque el resultado neto mejoró, no podemos decir lo mismo del flujo comercial: el mismo retrocedió 17,2% i.a., perforando USD 63.500 millones y ubicándose en el menor valor desde 2009.

De cara al futuro, proyectamos que tanto la caída de las exportaciones como de las importaciones continúe atenuándose. Si bien ninguna de estas variables pasará a terreno positivo en los próximos meses, los desplomes de dos dígitos podrían ir quedando atrás de manera paulatina. En este marco, estimamos que el superávit comercial rozaría USD 18.000 millones en 2020, marcando un incremento cercano al 15% en relación con los USD 16.000 millones de 2019. No obstante, como la mejora obedecería al desplome importador (-20% i.a.), en tanto las exportaciones caerían cerca de la mitad (-11% i.a.), el flujo comercial retrocedería cerca de 15% i.a., una vez más, alcanzando un mínimo desde 2009. Por este motivo, pese al resultado positivo, el frente externo dejará muchas sombras en este 2020.

Emisión a máxima velocidad: ¿todavía se puede evitar la crisis?

La pandemia y la cuarentena trastocaron todos los objetivos de política económica de este año. Por caso, el resultado fiscal primario, que el gobierno pretendía mantener en niveles similares a los de 2019 (-0,4% del PBI), se disparó a no menos de 7% del PBI. El aumento del gasto en un contexto de desplome de la recaudación, en ambos casos por la depresión de la actividad, explican el desequilibrio de las cuentas públicas.

Si bien la mayoría de los países del mundo respondió a la crisis con políticas expansivas, casi ninguno arrastraba nuestra volatilidad e incertidumbre. En consecuencia, mientras que muchos países aprovecharon la hiper liquidez global para colocar deuda a tasas bajas, la Argentina debió cubrir el bache fiscal casi íntegramente con emisión.

En respuesta, la base monetaria aumentó 25% (ARS 470.000 millones) desde que empezó la cuarentena, el stock de LELIQs y pases 76% (ARS 1.110.000 millones) y los depósitos privados en moneda local casi 40% (ARS 1.250.000 millones). Asimismo, el Tesoro Nacional pudo realizar colocaciones netas en pesos por más de ARS 70.000 millones entre marzo y agosto.

Por su parte, el dólar contado con liquidación escaló 44% y el blue 55% desde mediados de marzo, rondando los 130 ARS/USD en ambos casos. En tanto, el tipo de cambio oficial creció “solo” 15,5% (pero 1,3 p.p. por encima de la inflación), orillando los 73,5 ARS/USD. Como resultado, las brechas saltaron 35 p.p. y 45 p.p., respectivamente, rozando el 80% al cierre de esta semana. Más importante aún, el Banco Central (BCRA) debió vender más de USD 1.500 millones de Reservas para contrarrestar las presiones en un mercado extremadamente controlado.

La emisión de ARS 1.200.000 millones por parte del BCRA para financiar al Tesoro Nacional durante la cuarentena explica esta dinámica aparentemente contrapuesta, donde crecen simultáneamente la liquidez, el ahorro en pesos y las presiones cambiarias. En consecuencia, la imposibilidad de cubrir el bache fiscal vía endeudamiento está generando tensión y desequilibrios en múltiples frentes.

Pasados más de cinco meses de cuarentena y sin una salida concreta en vista, ¿cómo seguirá esta tendencia? ¿logrará el gobierno hacerle frente a tiempo y disipar las presiones o, inevitablemente, este shock de emisión agravará la crisis? Veamos.

Entre fines de marzo y durante casi todo abril, el Banco Central optó por expandir la liquidez, no renovando el stock de LELIQs -en ese entonces casi no había pases- y dejando al exceso de pesos “en la calle”. El objetivo de ampliar el financiamiento a las empresas a tasas subsidiadas y atenuar el efecto de la crisis no fue exitoso y la mayor liquidez se trasladó a los mercados cambiarios, impulsando la brecha, en lugar de ayudar al sector productivo.

Al darse cuenta de los riesgos que esta dinámica incubaba, la autoridad monetaria revirtió su accionar a partir de la segunda mitad de abril e incrementó sensiblemente el stock de LELIQs y pases, llevándolo en la actualidad al 10% del PBI. Asimismo, restringió los mercados cambiarios paralelos formales e impidió a muchas empresas que operan en rubros “no esenciales” comprar dólares oficiales para importar. En respuesta, se aceleró la inflación en esos sectores -equipamiento y mantenimiento del hogar y esparcimiento, por caso-, pero la brecha no bajó.

Aunque la liquidez se redujo y sus efectos negativos se atenuaron, los problemas en el mercado de cambios oficial continuaron. Por ejemplo, la compra de dólares para ahorro viene rompiendo récords desde junio (tanto en cantidad de compradores como en monto). En este sentido, para evitar un salto cambiario que acelere la inflación y agrave el impacto regresivo y recesivo de la pandemia, el BCRA vendió más de USD 1.200 millones de Reservas entre julio y la primera mitad de agosto. Como resultado, las Reservas netas están actualmente por debajo de USD 10.000 millones, un nivel crítico que podría dar lugar a nuevos ajustes en el mercado cambiario.

Dado que el apetito dolarizador no baja, siquiera con el anuncio del arreglo de la deuda, y las Reservas netas continúan en rojo, la situación actual no parece sostenible. El gobierno apuesta a pasar la reestructuración de la deuda y que, presentado el Presupuesto 2021, la desconfianza se revierta abriendo paso a una mayor demanda de pesos. Sin embargo, este desenlace parece más una proyección de deseo que de realidad. Por lo tanto, algo deberá cambiar.
La primera pregunta que surge es por qué el BCRA no mejora el rendimiento de las opciones para ahorrar en pesos. Al momento, la suba del dólar oficial (2,6% mensual) supera a la tasa de interés de plazos fijos (2,4% mensualizado), de modo que la compra de los USD 200 es una alternativa rentable, incluso sin arbitrar con los mercados paralelos. Además, si bien las opciones en pesos rinden por encima de la inflación de cuarentena, no deja de ser una diferencia chica que, evidentemente, no alcanza a compensar los importantes riesgos que presenta nuestra economía.

La contracara de una mayor tasa de interés sería un incremento en el stock de LELIQs, deteriorando el patrimonio del Banco Central. Aunque este avance sería negativo, sus potenciales perjuicios son limitados, especialmente a raíz de que su desarme es bastante menos probable que el de las LEBACs: los bancos comerciales no pueden dolarizar sus activos, de modo que no tienen mucho “a dónde ir”.

Una segunda alternativa, que incluye un costo político, sería endurecer todavía más el cepo, eliminando la posibilidad de compra USD 200 mensuales. Esta opción ayudaría a relajar algunas tensiones en el corto plazo, y no impactaría en la inflación en tanto no afecte la operatoria comercial. Sin embargo, buena parte de la demanda de dólares se redireccionaría a los mercados paralelos, alimentando la brecha vis a vis los incentivos para eludir la liquidación formal de divisas. En consecuencia, golpearía a la economía por esta vía.

La última alternativa sería convalidar un salto cambiario, corrigiendo el desequilibrio del mercado cambiario por precios. Esta opción tendría un claro impacto negativo en materia de inflación y actividad en el corto plazo, de modo que no lo vemos como una salida probable. No obstante, dado que la suba de precios se acelerará con la salida de la cuarentena, y que cada vez parece más difícil llegar hasta octubre de 2021 -elecciones legislativas- sin una corrección del tipo de cambio o una relajación de la brecha, prevemos que la tasa de depreciación del peso se aceleraría hacia fin de año, aunque sin disparadas.

En resumen, el mayor déficit fiscal que provocó la pandemia generó un exceso de liquidez que ya desató algunas presiones cambiarias. Además, la brecha, así como las Reservas netas, se ubican niveles preocupantes. En consecuencia, según cuánto se logre disipar la incertidumbre y con ella el apetito dolarizador, el endurecimiento del cepo o un salto del tipo de cambio oficial serán más o menos probables y necesarios.

Calmar la demanda de divisas, aumentar el apetito pesificador -ya sea disipando la incertidumbre o mejorando el rendimiento de las opciones en moneda local-, se es la opción más atractiva, ya que es la única que permitiría salir del laberinto por arriba. Lamentablemente, en el corto plazo, es tan difícil de lograr como atractivos sus resultados.

Deuda: el acuerdo es solo el comienzo

La Argentina alcanzó un acuerdo con tres grupos de acreedores de deuda pública ley extranjera, que juntos tienen más de la mitad de dichos bonos soberanos. De esta forma, se empezó a cerrar la primera y la más complicada de las etapas de la reestructuración de la deuda del Tesoro Nacional.

Si bien todavía faltan algunos detalles legales, que deberían salvarse hacia fines de este mes (el plazo formal para adherir a la esta oferta vence el 24 de agosto, los resultados se publicarán el 28 y los nuevos bonos se emitirán el 4 de septiembre), lo cierto es que quedó zanjada la parte económica de esta negociación. Ahora, el objetivo del gobierno será alcanzar los umbrales necesarios para que se gatillen las cláusulas de acción colectiva (CACs) -el 66% de los tenedores de los bonos indenture 2016, ya casi seguro completado, y el 85% de los indenture 2005, un poco más complejo de lograr pero encaminado- a fin de extender al total de los tenedores la nueva propuesta y evitarse cualquier tipo de problema legal en las cortes extranjeras, principalmente Nueva York y Londres. Este escenario, bastante lejano hace algunos meses, hoy es el más probable.

Pasando a los números, podemos decir que, tras cuatro meses de negociación oficial y cuatro propuestas, la quinta asoma como la vencida. Esta implica un debt relief de USD 34.000 millones a pagar en un plazo más relajado: mientras que en el perfil original correspondía reponer USD 30.000 entre 2020 y 2024, en la actualidad se deberá abonar menos de USD 5.000 millones. En tanto, los pagos comprendidos entre 2025 y 2028 pasaron de USD 33.000 millones a USD 24.00 millones.

Esta diferencia es consecuencia de una exigua quita de capital (cercana al 2%) y un considerable ajuste en los intereses (en torno a 60%). Asimismo, el cupón promedio de nuestra deuda soberana pasó de 6,3% a 3,1%. Esto le permitirá al gobierno reducir los servicios de deuda y a los acreedores no registrar grandes pérdidas en sus balances ya que se devolverá casi todo el capital invertido.

Pero esta quita de capital casi nula no permitirá reducir el stock de deuda pública, que seguirá rondando el 90% del PBI. En consecuencia, si bien este acuerdo es importante, todavía falta mucho. En este sentido, podemos afirmar que el proceso recién empieza, tanto en el plano financiero como en el económico. En el primer punto, resta reestructurar la deuda pública ley local en moneda dura (USD 42.000 millones, casi 12% del PBI) y los compromisos con los organismos financieros internacionales (poco más de USD 73.000 millones, 20% del PBI). Aunque en ambos casos los procesos parecen encaminados -se mandó al Congreso una Ley para reestructurar la deuda pública legislación local en iguales términos que la extranjera y con el FMI hay buen entendimiento para extender plazos del pago de USD 44.000 millones-, resta definir varios puntos centrales.

A nivel macroeconómico, lo cierto es que no esperamos grandes cambios en el corto plazo. De hecho, no haremos modificaciones sustanciales en nuestro Escenario Más Probable, que descontaba este acuerdo. Concretamente, proyectamos que la economía caerá alrededor de 12% este año si la cuarentena no se extiende más allá de agosto en el AMBA y que la inflación acumulará cerca de 40% en 2020, por debajo de los últimos dos años, pero todavía en niveles nocivos para el normal funcionamiento de nuestra economía.

No obstante, podría haber algunas novedades en el plano cambiario. Posiblemente, las cotizaciones paralelas bajen en el corto plazo, producto de la menor incertidumbre y con ella la brecha. Esta menor diferencia podría descomprimir un poco el mercado de cambios oficial, en extrema tensión aún en un contexto de fuerte cepo. En este caso, el Banco Central podría relajar algunas restricciones -especialmente aquellas vinculadas a la compra de dólares para la importación de bienes-, habilitando nuevos demandantes en el mercado oficial. Por este motivo, el tipo de cambio seguiría deslizándose por arriba de la inflación en el corto plazo. Si bien la divisa podría cerrar el año por debajo de 90 ARS/USD -lo que implicaría una depreciación cercana al 50% en el año-, lo cierto es que no están dadas las condiciones para anclar al tipo de cambio oficial en el futuro inmediato.

Esta dinámica, y un final exitoso en la lucha contra el Coronavirus, permitiría ganar algo de previsibilidad y encarar el 2021 con menos pesimismo. En un escenario de riesgos e incertidumbre a la baja, variables nominales más estabilizadas y un año electoral que motivará al sector público a impulsar el consumo privado en un contexto de bases de comparación inéditamente bajas, nos ayudarán a transitar la pospandemia en un contexto delicado, pero mejor que el actual.

No obstante, todavía falta mucho camino por recorrer: reestructurar la deuda pública ley extranjera era una condición necesaria para dejar de caer. Sin embargo, y lamentablemente, no llega a ser suficiente. Esto recién empieza.

El empleo en cuarentena: menos puestos de trabajo, más desocupación

La economía argentina acumuló una caída de 4,5% del PIB entre 2018 y 2019, pero fue una contracción que tuvo un impacto relativamente acotado en el empleo registrado: pese a que se destruyeron 4,5% de los puestos de trabajo asalariado privado formal (-280 mil), el avance de los trabajadores monotributistas (+3,4%, +26 mil puestos) morigeró la pérdida de empleo formal (-2%, -240 mil puestos). No obstante, si sumamos a los trabajadores informales, la ecuación arroja un incremento en el empleo -aunque de menor calidad- durante dicho período.

La caída del salario real atenuó el ajuste vía cantidad de puestos de trabajo, pero también provocó el ingreso al mercado laboral de personas que buscaban compensar la pérdida de poder adquisitivo de las familias como un todo. La demanda de trabajo no pudo absorber a todos ellos, y el resultado fue que pese al incremento del empleo, también aumentó el desempleo, que pasó de 7,2% en el cierre de 2017 a casi 9% en el último trimestre de 2019.

Lamentablemente, todos los problemas de nuestra frágil economía se agravaron producto de la pandemia, y el mercado laboral no fue la excepción. La destrucción de puestos de trabajo (registrados, cuentapropistas e informales) aceleró el incremento del desempleo y se profundizó la caída del poder adquisitivo de los trabajadores durante la primera parte de este año.

Según datos del Ministerio de Trabajo, entre diciembre de 2019 y abril de 2020 se destruyeron el 2,5% del total de los empleos formales (-310 mil), superando la caída acumulada en 2018-2019. En este caso, el deterioro no estuvo liderado por los trabajadores asalariados privados registrados (-3,2%, -194 mil puestos), sino por autónomos (-5,2%) y monotributistas (-4%). Esta lógica responde al distinto nivel de exposición en que se encuentra cada modalidad de ocupación: los despidos del sector privado están prohibidos por decreto, algo que no abarca a los trabajadores independientes.

En un contexto de prohibición de despidos, y donde muchos acuerdos paritarios contemplan reducciones de salarios nominales (suspensiones a cambio de estabilidad laboral), cabe preguntarse si el cierre de empresas fue importante para explicar parte de la destrucción de los puestos de trabajos privados. En este sentido, AFIP informó que durante el primer cuatrimestre del 2020 se “apagaron” casi 18.000 empresas, la mayoría con menos de 10 empleados, afectando a casi 40.000 trabajadores, un quinto de los casi 200.000 empleos asalariados privados formales perdidos.

Pese a la ayuda estatal (ATP), la crisis del mercado laboral se habría agravado en los últimos meses, incluso en ausencia de un cierre masivo de establecimientos productivos. Los sectores no esenciales, la construcción y restaurantes y hoteles serán los más perjudicados en un contexto que también afecta a la industria y el comercio (rubros muy relevantes en términos de empleo formal). En suma, estimamos que la cuarentena ocasionaría una pérdida de 400 mil asalariados privados registrados.

Considerando que la informalidad alcanza a aproximadamente 40% de los asalariados (tres millones de personas en el ámbito urbano según la última Encuesta Permanente de Hogares del INDEC), cualquier análisis que excluya a este sector estará incompleto. Dado que una parte importante de los mismos no se desempeña en sectores “esenciales” (construcción, restaurantes, servicios personales, empleados domésticos, servicios de entretenimiento y deportivos) y no están protegidos por las regulaciones laborales, estimamos que cerca de 1,5 millones de trabajadores no registrados habrían tenido dificultades serias para trabajar durante la cuarentena.

Si además observamos las complicaciones que tuvieron los trabajadores cuentapropistas (1 millón más), podemos afirmar que casi 3 millones de personas activas en el mercado laboral tuvieron problemas para mantener su empleo y/o nivel de ingresos durante la etapa más restrictiva de la cuarentena.

Pese a que esta dinámica fue inducida por el confinamiento para evitar una crisis sanitaria, sus efectos no dejan de ser menos reales. Como el resto de las variables económicas, el mercado laboral sufrirá un duro golpe por la pandemia, dejando una asignatura pendiente a resolver el día después.

Por último, para estimar la tasa de desempleo, hay que tener en cuenta distintas consideraciones. En primer lugar, que nuevos demandantes presionarán sobre el mercado de trabajo ante la necesidad de recomponer el poder adquisitivo de los hogares, factor que podría acentuarse si se le suma el temor a la pérdida del empleo del jefe/a de hogar. En la dirección opuesta, las restricciones a la movilidad y las bajas expectativas de encontrar un empleo podrían expulsar a la inactividad a muchas personas (efecto desaliento). Asimismo, es de esperarse que tras el confinamiento los trabajadores informales o cuentapropistas vayan reinsertándose gradualmente a sus actividades, ya que estas modalidades son, sin dudas, las que mayor terreno tienen por recuperar en el corto plazo.

En este marco, proyectamos que la tasa de desempleo habría superado el 15% durante el segundo trimestre, y cerraría el año en la zona del 13,5%, habiendo escalado más de 4 p.p. durante 2020. Pese a que dicha cifra se ubicará por debajo del pico de 20% de 2002, no deja de ser preocupante.

En síntesis, la destrucción de puestos de trabajo del sector asalariado privado registrado es sólo la punta del iceberg. Los principales afectados por el deterioro del mercado laboral son los trabajadores informales y cuentapropistas, a quienes, en muchos casos, la merma en los ingresos podría ocasionarles caer por debajo de la línea de pobreza.

La recuperación post pandemia demandará menos restricciones cambiarias

La pandemia agravó casi todos los problemas que arrastraba la alicaída economía argentina. En respuesta, el Poder Ejecutivo implementó una batería de políticas expansivas para atenuar el impacto económico de la cuarentena. Dado que la recaudación se desplomó por la menor actividad, y que nuestro país tiene cerrado el acceso al crédito desde 2018, el mayor déficit se financió con emisión, dando lugar a una mayor oferta de pesos.

Sin embargo, la demanda de dinero se resintió, producto del recorte en la tasa de interés de depósitos (por caso, la Badlar perforó el 20% a comienzos de la cuarentena) y el aumento de la incertidumbre que provocó la pandemia. Resultado de la mayor demanda de dólares, el contado con liquidación saltó de 90 ARS/USD a mediados de marzo a más de 120 ARS/USD dos meses más tarde (+35%). Dado que el tipo de cambio oficial se deslizó lentamente en el período, la brecha cambiaria orilló 80% a mediados de mayo, casi duplicándose respecto de la situación previa al confinamiento.

Esta dinámica alentó las expectativas de devaluación, más ancladas en los valores de los dólares paralelos y la incertidumbre que domina nuestra economía que en los niveles del tipo de cambio real o fundamentals macroeconómicos. Por este motivo, comenzaron a adelantarse los pagos de importaciones y a retrasarse los cobros de exportaciones, generando presiones cambiarias. Para evitar una depreciación del peso en el mercado oficial, el Banco Central vendió más de USD 1.600 millones entre mediados de abril y fines de mayo, provocando una caída de las Reservas netas que perforaron los USD 10.000 millones a fines del mes pasado, un umbral crítico.

A fines de mayo, el BCRA decidió suspender el acceso al Mercado Único y Libre de Cambios (MULC) de aquellas empresas que “tuvieran activos líquidos” en moneda extranjera por más de USD 100.000 o hubieran reducido sus deudas comerciales con el exterior respecto del cierre del año pasado. Si bien la medida se flexibilizó levemente en los últimos días, realizando algunas excepciones sectoriales -agropecuario e insumos medicinales- o a PyMEs, muchas empresas seguirán sin poder acceder al dólar oficial para realizar operaciones comerciales.

Según estas novedades sean percibidas como transitorias o permanentes, tendrán distintos efectos en el nivel de actividad e inflación. En el primer caso, el impacto sería un desplome de las importaciones en el corto plazo: dado el stock acumulado con que cuentan muchas empresas, sumado a que en las próximas semanas la actividad continuará en rojo por la cuarentena, es posible que las firmas pospongan sus operaciones comerciales -aún al riesgo de no vender en el período- hasta tanto se normalice la situación.

En cambio, si los agentes perciben que la nueva normativa es permanente, probablemente trasladen a precios la suba en el costo de importación (reposición de bienes/insumos), acelerando la inflación en las próximas semanas. Dado que no hay una percepción generalizada en el sector privado de una u otra alternativa, lo más probable es que se combinen ambos efectos. De esta forma, tendríamos una caída aún mayor de las importaciones y una aceleración de la inflación, que volvería a superar el 2% mensual en junio tras dos meses consecutivos avanzando 1,5%.

Lamentablemente, el impacto negativo de la medida no termina acá. Por caso, la misma tiene un fuerte sesgo anti exportador, a la par que generará una competencia desigual entre empresas del mismo rubro. El primer punto obedece a que muchas firmas deberán importar al dólar paralelo para luego exportar al tipo de cambio oficial. Como no es posible trasladar esta suba de los costos a los precios internacionales, habrá una pérdida de competitividad para muchos sectores transables, especialmente los industriales pues, por ahora, la autoridad monetaria sólo aclaró que no habrá restricciones para importar al oficial insumos agropecuarios (aunque esta lista podría alargarse).

Asimismo, muchas firmas que quedaron “atrapadas” en la Comunicación A7030 y venden en el mercado local perderán rentabilidad o ventas, si trasladan esta suba al precio final, frente a sus competidores que no posean activos líquidos en moneda extranjera, ni hayan reducido sus deudas comerciales con el resto del mundo en la primera parte de este año.

Más allá de todos estos efectos negativos, el BCRA logró recomponer las Reservas netas en las primeras dos semanas de junio, que volvieron a superar los USD 10.000 millones. De esta forma, se atenuaron las presiones cambiarias y las expectativas de devaluación, pero pagando un elevado costo económico. Más importante aún, si estas restricciones cambiarias persisten, acotarían las posibilidades de recuperación post-pandemia.

En consecuencia, se abren dos caminos para el frente cambiario. En el primero de ellos, el BCRA mantiene inalterado el acceso al mercado cambiario oficial (MULC). En este caso, el avance del dólar oficial y la pérdida de Reservas seguirían acotados, pero la inflación se aceleraría producto de la mayor relevancia del tipo de cambio paralelo en las operaciones comerciales y, en consecuencia, en la formación de precios. En este escenario, proyectamos que la divisa cerraría el año en la zona de 85 ARS/USD, acumulando una depreciación apenas superior al 40% en 2020.

Ahora bien, siguiendo las declaraciones del presidente del BCRA y también las del Ministro de Economía, estas restricciones para acceder al MULC serían transitorias y podrían relajarse ante un contexto menos adverso (por caso, reestructurada la deuda y superada la cuarentena). En este escenario, si bien el cepo continuaría, lo haría con una menor incidencia sobre las operaciones comerciales, atenuando la relevancia del dólar paralelo en la formación de precios. No obstante, esta flexibilización reabriría las puertas del MULC a varias empresas, aumentando las presiones en el mercado oficial. Como resultado, la depreciación del peso rozaría el 60% en 2020 y la divisa cerraría el año en torno a 95 ARS/USD, pero con menores restricciones de cara a la recuperación post-pandemia.

En resumen, las tensiones en el mercado cambiario de abril y mayo llevaron al BCRA a endurecer el cepo, llevándolo a niveles que dificultan el normal desarrollo del aparato productivo. Pasada la renegociación de la deuda y la cuarentena, sabremos si el shock de emisión habrá forzado un ajuste del tipo de cambio por precios o por cantidades. Lo que es seguro es que, por una vía u otra, tendrá un impacto en la inflación.