Como un “déjà vu”, el presidente Macri volvió a realizar una declaración desafortunada en materia inflacionaria. El miércoles 13 de febrero, afirmó en una entrevista radial que la inflación estaba bajando. Un día después el INDEC dio a conocer el IPC Nacional de Enero 2019 que mostraba una leve aceleración de la inflación (tanto del Nivel General como del componente Núcleo).
Más preocupante que el fallido, es que la inflación de febrero muestra una nueva aceleración: podría superar 3,5% producto del alza de tarifas y un nuevo salto del precio de la carne vacuna. Este complejo comienzo del año en materia inflacionaria ratifica nuestras proyecciones de inflación en torno al 35%, rectifica las estimaciones del mercado (el último REM del BCRA arrojó una inflación apenas por debajo del 30% para este año) y da por tierra la previsión oficial de suba de precios del 23% plasmada en el Presupuesto 2019.
Las autoridades económicas de Cambiemos han cometido varios errores en el frente inflacionario. Inicialmente, pensaron que los precios de los bienes y servicios de la economía habían ajustado al valor del dólar blue. La aceleración inflacionaria post liberación del cepo cambiario demostró que los precios seguían mayormente atados a la cotización del tipo de cambio oficial.
Luego, minimizaron el impacto del alza de las tarifas de servicios públicos, argumentando que por la restricción presupuestaria, las familias iban a consumir menos de otros bienes y servicios, generando presiones deflacionarias en otros precios. La realidad mostró que el impacto inflacionario de la suba de tarifas (especialmente en materia energética) se amplifica porque al impacto directo en el IPC se le suma el efecto indirecto del alza de costos de producción de las empresas.
Sin embargo, el principal error del gobierno fue subestimar el componente inercial del proceso inflacionario. Por caso, implementó un esquema de metas de inflación ambicioso (con la determinación de la tasa de interés como principal herramienta) que sólo había sido exitoso en economías con inflación moderada (un dígito alto, cercano al 10% anual).
Lamentablemente, hace más de diez años que convivimos con una suba de precios alta y persistente (en torno al 30% anual). Y, la suba de precios a una velocidad crucero de 2% mensual, sólo se pudo perforar en períodos (pre-electorales) en que el dólar y las tarifas se congelaron (lo que significó un fuerte atraso en términos reales).
La magnitud del shock cambiario del año pasado, llevó la inflación a un peligroso 50% anual. En estos niveles, la duración de los contratos nominales se recortaron (la mayoría de las paritarias de 2018 se reabrieron a fines del año pasado), hecho que cristaliza la inercia y tiende a acelerar la suba mensual de los precios.
El anuncio de un fuerte ajuste de las tarifas para comienzos de este año y la dificultad de volver a atrasar el tipo de cambio (sólo el FMI está dispuesto a financiar a la argentina en moneda dura y el piso de la zona de intervención tiende a ajustar en línea con la inflación esperada), llevaron a prever a que la inflación rozaría 35% en 2019 (como escribimos junto a Federico Moll aquí).
Llovido sobre mojado
Lamentablemente, este año la suba de precios podría superar el 35% mencionado producto de la aparición de un shock acelerador de la inflación: los precios de la hacienda vacuna treparon casi 40% en lo que va del verano alcanzando la suba del dólar (ver el “catch up” en el gráfico).
Expertos del sector ganadero, afirmaban a principios del 2018 que la sequía también había encarecido significativamente la alimentación del ganado (perdida de pasturas y fuertes subas del precio de la alfalfa y del maíz). Producto de un stock vacuno acotado (fuerte descapitalización tras el cierre de las exportaciones en 2006) y un ciclo ganadero más corto, hubo oferta abundante en 2018 y escasez de animales en los primeros meses del año. Pese a que el precio en Liniers ya equiparó la suba del tipo de cambio acumulada desde abril de 2018 y la demanda interna está deprimida, aún podría quedarle recorrido alcista pues el costo de la alimentación trepó más que el dólar en dicho período y hay demanda por el lado de las exportaciones.
A nivel minorista, el IPC acusaría el impacto en mayor medida en febrero. De hecho, según el IPC GBA Ecolatina, la carne vacuna trepó 3% en enero y más de 10% en la primera quincena de febrero (vs 1er quincena de enero). Además, todavía no se observó un alza en productos sustitutos como el pollo y el cerdo, ni en rubros relacionados como Comidas para llevar. Por ende, esperamos que el alza de la carne vacuna impulse la inflación en Alimentos (y en el Nivel general) este mes y el próximo.
En síntesis, producto del shock de tarifas y de la carne vacuna, esperamos una inflación rozando 10% en el primer trimestre del año. Esto equivale a un ritmo del 3% mensual, por encima de la velocidad crucero de la suba de precios y del ajuste de las bandas cambiarias para los primeros tres meses de año (2% mensual). Esto dilata la recomposición del poder adquisitivo de las familias y condiciona la reactivación.
Por último, vale destacar que el segundo acuerdo alcanzado con el FMI a fines de 2018 logró estabilizar el mercado cambiario, evitando una espiral ascendente dólar-precios. Sin embargo, implementar un plan económico consistente que tenga en cuenta la elevada inercia del proceso inflacionario, será un desafío a abordar en el próximo mandato presidencial.
-Esta nota fue publicada en Ámbito Financiero el 26 de febrero de 2019-