Con financiamiento neto del mercado privado, Economía espera al Fondo

En las primeras tres licitaciones del año, el Tesoro colocó cuatro nuevas series de Letras, además de un bono de renta variable (BADLAR + 5,25%) al 2023. También, reabrió la emisión de distintos instrumentos (SM311, S31M1, X13S1, T2X2 y TX23). Estas licitaciones se programaron a la medida de los vencimientos de capital e interés de Letras y Bonos en pesos de los primeros 45 días del año (S29E1, SE291, AA22, TC21, TB21, AF21 y Bocones, entre otros). Sin embargo, por el éxito de las colocaciones, el financiamiento obtenido superó en el primer mes y medio del año al total de los pagos por un margen superior al 20%. Así, Ministerio de Economía habría captado un volumen que le permite pagar parcialmente el déficit primario con financiamiento privado, quitándole presión al BCRA.

En lo que hace a los vencimientos de deuda en dólares, el monto a pagar en instrumentos de mercado es muy pequeño en 2021. Sin embargo, los pagos a Organismos Internacionales son mucho más importantes. Por este motivo, Argentina se encuentra formalmente negociando con el FMI un nuevo acuerdo, que reemplazaría al realizado en 2018. Este pospondría la devolución del Stand-By previo y, potencialmente, añadiría fondos frescos. Según trascendidos, el Gobierno espera cerrar el acuerdo antes de mayo, cuando enfrentará un vencimiento con el Club de París por más de USD 2.000 M (que insumiría más del 40% de las reservas netas). Mientras tanto, se realizó el primer pago de intereses al Fondo del año, por algo más de USD 300 M (7% de las reservas netas).

Hacia fines de este mes se realizará el pago de Letras a descuento y ajustables por CER (S26F1 y X26F1) por más de ARS 200.000 M. Para enfrentar esos compromisos, habrá una nueva licitación de instrumentos del Tesoro el miércoles 24.

El intercambio bilateral con Brasil arrancó 2021 con el pie derecho

En enero de 2021, la balanza comercial bilateral con Brasil fue levemente superavitaria en USD 22 millones. Si bien el saldo comercial se redujo en la comparación interanual (-68% i.a., ya que en enero de 2020 este excedente había alcanzado USD 68 millones), este balance es el primero en quedar en terreno positivo luego de ocho meses en rojo. La caída del superávit comercial obedeció al crecimiento de las importaciones (+28,2% i.a.), en tanto las exportaciones  avanzaron 18,4% i.a. en relación con el primer del año pasado.

Para mejor, el flujo de comercio con la economía brasileña se incrementó en 23% i.a. Con este dato, se puso fin a una tendencia muy dañina para nuestras cuentas externas: el comercio bilateral total acumulaba más de dos años en rojo. Como resultado, se redujeron las opciones de complementariedad para la producción industrial de ambos países, aprovechando la suma de ambos mercados. Este panorama desolador era consecuencia de la pérdida de participación argentina en el mercado brasileño (nuestras exportaciones al país vecino están en caída desde el 2011) junto con la grave crisis de la economía local (que encadenó más de dos años consecutivos de caída de las importaciones de este origen).

A esta tendencia negativa, en 2020 se sumó la pandemia. La irrupción de la crisis global por el Coronavirus afectó a la actividad, la demanda y el comercio internacional en todas las latitudes. En particular, la economía brasileña habría retrocedido más de 4% el año pasado y sus compras del exterior se redujeron 10%. Sin embargo, hubo un agravante para nuestro país: producto de la elevada brecha cambiaria, que alentó a posponer y/o subfacturar ventas al exterior, y por la composición sectorial de exportaciones a Brasil (en donde se encuentran sectores particularmente afectados, como el automotor), nuestras ventas a este destino cayeron 26% durante el año pasado. Como resultado, la participación de las exportaciones argentinas en las importaciones brasileñas cayó a mínimos históricos, cerrando el año por debajo del 5%. Por este motivo, la tibia recuperación de inicios del 2021 enciende algunas señales de esperanza y optimismo de cara al futuro.

En lo que hace a las importaciones, el quiebre fue previo. Luego del fuerte deterioro observado en los primeros ocho meses del 2020 (-25% i.a., tanto por el arrastre de la crisis, como por la caída de la demanda y las restricciones a la producción), desde septiembre se observa un crecimiento de las compras brasileñas. Esta suba puede leerse como una buena noticia, ya que está vinculada con la recuperación de la industria que demanda cada vez más insumos, pero a la vez como el fruto de las expectativas de devaluación, que incentivan a adelantar importaciones. Con un poco de ambos componentes, el crecimiento ya se ubicaba en el 15% i.a. en el último cuatrimestre del año, haciendo que la caída anual fuera de “apenas” 13% y que sorprenda menos el alza en enero.

El buen inicio del 2021 abriría las puertas para un año “menos peor” que 2020: aunque la pandemia continuará, las restricciones serán menores y ambas economías rebotarán. A pesar de esto, reducir la brecha cambiaria y normalizar el comercio exterior continúan siendo desafíos: sin esto, ninguna recuperación será sostenible. Esperamos que el año cierre con un pequeño superávit comercial con Brasil, que evidencie un crecimiento de las exportaciones mayor al de las importaciones. Sin embargo, todavía quedará camino pendiente en la recuperación de nuestras exportaciones y el saldo positivo quedará lejos del de 2019.

Intercambio entre Argentina y Brasil: cada vez menos socios 

En diciembre de 2020, la balanza comercial bilateral con Brasil fue levemente deficitaria en USD 20 millones, revirtiendo el superávit de casi USD 200 millones alcanzado en igual mes del 2019. Este deterioro obedeció una caída de las exportaciones (-15% i.a., ubicándose en USD 770 millones), en tanto las importaciones crecieron 11% en la comparación interanual, rozando USD 790 millones.
De esta forma, el saldo acumulado anual arrojó un déficit de USD 700 millones, esfumando el superávit de USD 760 millones logrado en 2019. La desaparición del resultado positivo obedeció íntegramente al desplome de las exportaciones (-26,1% i.a.), muy golpeadas por la crisis de la economía -y especialmente la industria- brasileña, ya que las importaciones retrocedieron 13% i.a. en el último año. Más allá de esta caída, vale resaltar la aceleración de los últimos meses (+15% i.a. entre septiembre y diciembre), explicada no solo por un menor impacto del Coronavirus en la producción local, sino también por la elevada brecha y expectativas de devaluación que alentaron el adelantamiento de importaciones.
Aunque una parte no menor del mal desempeño exportador se explicó por la pandemia, también hubo factores propios de la economía argentina. En este sentido, sobresale que el resto de las compras de la economía brasileña cayeron “sólo” 9,4% i.a. en 2020, mostrando que el desempeño de nuestro país estuvo por debajo del promedio. Como resultado, la participación argentina en las importaciones brasileñas pasó de 6% en 2019 a menos de 5% el año pasado, el menor valor desde el 2000.
Corresponde notar algunos puntos para explicar esta dinámica. En primer lugar, producto de la pandemia y la división entre ramas de actividad esenciales y no-esenciales, la industria automotriz del gigante sudamericano tuvo un año particularmente malo: las compras al exterior de autos livianos se desplomaron casi 50%, las de autopartes 40% y las de vehículos pesados 35%. Dado que este segmento es uno de los de mayores flujos de comercio bilateral, explica parte importante de la caída.
Además, el abaratamiento del Real brasileño pudo haber traído algunos problemas para nuestro país en materia de competitividad. Aunque no habría sido deseable devaluar de manera más acelerada para seguir a la primera moneda del Mercosur, por el impacto que habría tenido sobre los precios y los salarios, el comportamiento de ambas monedas pudo haber generado sustituciones de producción argentina por brasileña.
Dicho esto, vale resaltar que las causas del desplome de las ventas argentinas a Brasil no fueron solo externas. La cuarentena que se impuso en nuestro país complicó a la oferta durante varios meses, especialmente durante el segundo y tercer trimestre. Asimismo, flexibilizadas las restricciones operativas, las expectativas de devaluación y una brecha en torno al 100% invitaron a posponer las ventas al exterior y alentaron su subfacturación. De esta manera, factores locales y externos se combinaron, golpeando fuertemente nuestras ventas al gigante sudamericano -y al resto del mundo también-.
Por el lado importador, en 2020 se observaron tres períodos claramente marcados. Un primer trimestre pre-pandémico, en donde las compras externas arrastraron el deterioro del cierre de 2019, cayendo poco menos de 7% i.a; una segunda etapa, que va de abril a agosto, muy marcada por la pandemia y las restricciones operativo-sanitarias, que provocaron un desplome inédito del 35% i.a; y, por último, un incremento del 15% i.a. en el acumulado entre septiembre y diciembre, resultado de la recuperación de la industria, pero, también, de las expectativas de devaluación y el stockeo de producción que generan. Como resultado, se observó una caída de 13% en el acumulado interanual, que “esconde” estos períodos.

De cara al 2021, las perspectivas son más alentadoras. Por un lado, porque la pandemia debería ceder y las restricciones operativas ser menores, de modo que las exportaciones crecerán, al menos, por el efecto base de comparación. Además, porque la posposición de ventas y el adelantamiento de compras no pueden durar para siempre. Por el contrario, en algún momento se deben normalizar y, en ese entonces, ayudan al saldo comercial: el déficit “artificial” del último cuatrimestre del 2020 debería transformarse en un superávit, también transitorio, al comienzo de este año. Por último, porque las perspectivas de recuperación de la economía brasileña deberían traccionar parte de las compras a nuestro país. En este marco, proyectamos que 2021 cerrará con una balanza comercial bilateral al menos equilibrada, cerrando una fuente de sangría de dólares, curiosamente, el bien más escaso y necesario de la economía argentina.

Otro trimestre con saldo externo positivo obligado

En el tercer trimestre, la cuenta corriente del balance de pagos mostró un superávit de USD 1.200 millones. Con este dato, dicho saldo -que suma los flujos comerciales de bienes y servicios y las rentas percibidas por inversiones en el exterior- revirtió el déficit de más de USD 1.000 millones observado en el tercer cuarto del 2019 y acumula un año con resultado favorable.

La última vez que nuestra cuenta corriente fue superavitaria a lo largo de cuatro trimestres consecutivos fue en el año 2012. En esa ocasión, se registraron exportaciones por encima de los USD 80.000 millones, debido a unos términos de intercambio muy favorables (por caso, el precio de la tonelada de soja promedió el año por encima de USD 500). Esta vez, por el contrario, la mejoría no provino de un salto exportador, sino del cierre de las fuentes de financiamiento. Este proceso comenzó en el segundo cuarto del 2018, cuando el flujo de capitales hacia nuestro país se interrumpió, llevándonos al FMI. Un año después, ya sin financiamiento privado ni institucional, el saldo de la cuenta corriente cambió de signo, eliminando los requerimientos de financiamiento por la vía comercial. Sin embargo, nuestro balance exterior no terminó equilibrado: la salida de capitales (venta masiva de activos argentinos) causó que el Banco Central perdiera sistemáticamente reservas para morigerar el desplome de nuestra moneda.

Así llegamos al 2020, en que la pandemia resintió el comercio mundial, y nuestras ventas a otros países descendieron 12% (hasta septiembre). En ese contexto, una crisis doméstica más aguda que en el resto del mundo y un control creciente de los productos que ingresan a nuestro país hicieron que las importaciones cayeran 21% en los primeros nueve meses del año. Por esto, el saldo del comercio de bienes permaneció positivo. Además, las restricciones a la movilidad internacional acotaron aún más el déficit de la cuenta de servicios (donde se ubica el turismo internacional), que venía contrayéndose desde el segundo trimestre de 2018. Por último, por efecto de la crisis, la remisión de utilidades y dividendos se vio muy acotada este año, reduciendo en más de 60% el flujo neto hacia el exterior de rentas asociadas a inversiones directas (aquellas que devengan empresas extranjeras o tenencias significativas de acciones por parte de no residentes) y, por efecto de la negociación de la deuda pública, los intereses generados por inversiones financieras también se vieron afectados (el pago estuvo suspendido durante buena parte del año, y aún continúa en ese estado para los bonos subsoberanos de las Provincias que siguen en negociaciones). Estos motivos hicieron que nuestra cuenta corriente permaneciera positiva, acumulando más de USD 4.300 millones.

Pero este saldo no se correspondió con una mayor disponibilidad de dólares para que nuestro país pudiera desendeudarse o acumular reservas. Contrario a esto, la salida de capitales no cesó y más que duplicó al superávit de cuenta corriente a lo largo del año. De esta forma, el BCRA continuó perdiendo Reservas a un ritmo preocupante. En particular, en el tercer trimestre se filtraron casi USD 2.700 millones por la cuenta inversión de cartera. Otro tanto salió por la cuenta otras inversiones, donde se ubica la compra de dólares de particulares.

De cara a fin de año, considerando los datos del intercambio comercial de octubre y noviembre, la elevada brecha cambiaria redujo considerablemente el saldo del comercio de bienes. Por esto, esperamos que la cuenta corriente sea mucho menos favorable en el cuarto trimestre. A este factor, en 2021 se sumará la recuperación de la demanda interna y del turismo emisivo, que podrían erosionar aún más este resultado.

Con un superávit corriente más acotado, Argentina deberá cerrar la sangría financiera del sector privado para -al menos- dejar de perder divisas. Si bien los pagos de deuda pública en moneda externa no serán abultados, las reservas sí serán escasas. Mientras más se calme este frente, menos ajuste deberá exigírsele a la cuenta corriente, en un contexto en que el Banco Central se está quedando sin balas de plata.

Más brecha, menos superávit: ¿costumbres argentinas?

En noviembre de 2020, el superávit comercial de bienes fue menor a USD 300 millones, mostrando una caída de casi 90% i.a. en relación con el saldo positivo logrado en igual mes del año pasado (USD 2.500 millones). De esta forma, la balanza comercial se redujo por tercer mes consecutivo en la comparación interanual, encendiendo algunas señales de alarma. De hecho, el superávit de noviembre fue el menor desde septiembre de 2018, es decir, desde que la balanza comercial volvió a terreno positivo.

Esta dinámica obedeció tanto a un desplome de las exportaciones (-25,6% i.a., perforando USD 4.400 millones) como a un salto de las importaciones, que crecieron 20,7% i.a. en el mes y superaron los USD 4.100 millones. Lamentablemente, esta evolución no se explica únicamente por una recuperación de la actividad doméstica (en forma de “V” para la producción de bienes), sino también por el temor a una devaluación, que alienta el anticipo de compras.

En igual sentido, el desplome de las ventas no obedece a una mayor recesión en el resto del mundo (de hecho, se está recuperando a buen ritmo), sino a que las expectativas de un salto cambiario (elevada brecha) invitan a posponer los envíos al exterior. A la vez, el importante crecimiento de noviembre del año pasado (+10% i.a. contra un +1,2% i.a. de diciembre 2019, por caso) marca que en ese entonces se habían adelantado exportaciones, en búsqueda de evitar la mayor carga impositiva que traería el cambio de gobierno que se materializó en suba de retenciones a las exportaciones (principalmente del complejo sojero).

Teniendo presente esta dinámica, sorprende menos el desplome de 56,6% i.a. en las cantidades exportadas de productos primarios y de 38,6% i.a. en los volúmenes de manufacturas de origen industrial, afectadas también por la pérdida de competitividad cambiaria frente a Brasil. Sí se destacó el crecimiento de 5,2% i.a. en las cantidades exportadas de manufacturas de origen agropecuario, que obedecen a que la economía del sudeste asiático, su principal destino, ya se encuentra casi totalmente operativa.

Por su parte, las importaciones mostraron una dinámica más homogénea: crecimiento en casi todos los usos económicos. El avance estuvo liderado por los vehículos livianos, que escalaron más de 60% i.a. el mes pasado, motivados por las expectativas de devaluación, ya que representan una forma indirecta de comprar dólares al restringido cambio oficial. En tanto, el ingreso de bienes de capital y de bienes intermedios avanzó 39,0% i.a. y 30,2% i.a. en noviembre, marcando que no solo la brecha alienta las compras externas, sino también la incipiente recuperación de la producción de bienes. Por último, el ingreso de piezas y accesorios para bienes de capital y de bienes de consumo escaló 13,5% i.a. en el mes, mostrando que el stockeo de importaciones fue generalizado.

Mientras que en los primeros ocho meses del año el saldo comercial había avanzado más de 40% i.a., en el trimestre septiembre-noviembre se verificó una caída del 75% i.a. Tal como explicamos al principio, esta reducción obedece a una recuperación de la producción de bienes, pero también a la elevada brecha y escasas de reservas netas que alientan las expectativas de un salto cambiario.

De cara a diciembre, esta tendencia no se habría revertido. Aunque es probable que el superávit comercial se recupere en el último mes del año, en parte ayudado por el comienzo de la salida de la cosecha fina, y en parte porque la posposición de exportaciones y el adelantamiento de importaciones no puede durar para siempre. En este sentido, el creciente control a las importaciones podría mejorar el resultado comercial en el corto plazo, pero provocar algunas tensiones cada vez mayores en el frente inflacionario y en la actividad.

En este marco, proyectamos que 2020 cerrará con un superávit comercial menor a los USD 14.000 millones, mostrando un saldo positivo importante, pero bastante menor a los USD 16.000 millones del año pasado. Lamentablemente, una brecha tan alta genera incentivos perversos.

Una crisis segmentada

El virus agravó la recesión

La pandemia desatada por el Covid-19 afectó el normal desarrollo de muchas actividades de consumo y productivas. Para peor, la cuarentena aplicada para ralentizar el ritmo de contagios terminó de trastocar todos los aspectos de nuestra vida económica y social. Así, la imposibilidad de realizar actividades turísticas, recreativas y comerciales se combinó con las restricciones a la circulación, alterando nuestros hábitos y perjudicando nuestras posibilidades laborales. Este patrón se repitió a lo largo y ancho del mundo, sin embargo, fue particularmente marcado en Argentina: según los datos de la Universidad de Oxford, el ASPO aplicado en nuestro país fue de los más estrictos a nivel global. Ahora que el ritmo de contagios y las restricciones se redujeron, vamos obteniendo datos que nos permiten entender lo sucedido.

La pandemia llegó luego de dos años de caída del producto. De esta forma, nuestra economía, que ya se hallaba endeble, se contraerá un 11% adicional este año y, a pesar de las prohibiciones a los despidos, el desempleo crecerá en torno a 2,6 p.p., pasando de 9,8% a 12,4% de la población económicamente activa. En este contexto, la mitad de los hogares vio reducirse sus ingresos a lo largo de la pandemia y cuatro de cada diez sufrieron problemas laborales (despidos, suspensiones o recortes salariales). Esto llevó a que el 34% de las familias redujera su consumo de alimentos. A pesar de la gravedad de estos números, no son suficientes para tener una perspectiva adecuada de los distintos impactos que sufrió este año cada sector social, con posibilidades disímiles de reacción frente al Covid-19. Veamos.

 

No todas las cuarentenas fueron iguales

El impacto de la cuarentena no fue homogéneo para todos los segmentos de la población. Las restricciones perjudicaron especialmente a aquellos empleados de rubros cuyo trabajo no se puede realizar a distancia y a los trabajadores informales y cuentapropistas, cuyos ingresos dependen de la cantidad de días que trabajen en el mes. Por estos motivos, muchos analistas hipotetizaron que la cuarentena afectó de forma particularmente profunda a los hogares de menor poder adquisitivo.

A partir de una reciente encuesta elaborada por INDEC, podemos conocer estos impactos diferenciales con mayor detalle. De acuerdo con estos datos, en aquellos hogares en los que el jefe de familia tiene un nivel educativo alto (terciario, universitario o superior), tres cuartas partes de los ocupados trabajó en la semana del relevamiento, haciéndolo mayormente desde sus casas. La situación fue significativamente más compleja para aquellos hogares cuyo jefe de hogar tiene un nivel educativo bajo (no logró concluir el secundario), ya que en estos casos menos de la mitad pudo realizar su trabajo, y sólo 1 de cada 10 pudo hacerlo desde su vivienda. Además, entre aquellos con mayor instrucción, el 76% mantuvo el mismo empleo a lo largo de la pandemia, mientras que, de los que no terminaron el secundario, menos del 50% pudo conservar su trabajo. La reducción de ingresos y del consumo de alimentos también fue significativamente mayor en los hogares con un nivel educativo más bajo.

Un análisis similar puede hacerse según la ubicación geográfica. Entre las viviendas relevadas en la CABA, el 60% de los jefes/jefas de hogar ocupados trabajó en la semana de la encuesta, mientras que en el conurbano un porcentaje menor pudo hacerlo. La mitad de los porteños que trabajó lo hizo a distancia, en tanto en el GBA sólo el 23% hizo home-office. Dentro de la Ciudad, dos tercios de los ocupados pudo mantener el mismo empleo, mientras que esta cifra desciende a 56% en el conurbano. Por último, el consumo alimenticio también mostró un mayor deterioro en los hogares que se ubican en los partidos del GBA.

Estas distinciones nos permiten aproximar el nivel de ingresos de cada familia: los trabajos correspondientes a la educación superior, en promedio, son mejor remunerados que aquellos vinculados con menores estudios; y, de acuerdo con nuestros datos georreferenciados, los ingresos son más altos al interior de la Ciudad en comparación con los partidos que la rodean. Por estos motivos, podemos inferir que el impacto de la crisis fue mayor en los hogares de menores recursos, ya que allí es donde hubo mayores problemas laborales, pérdidas de ingresos, exposición al virus y reducción del consumo de alimentos.

 

A pesar de la amplia ayuda estatal, la pandemia resultó regresiva

En un contexto tan complejo, el Estado se vio obligado a ampliar la red de seguridad social preexistente. Del mismo relevamiento surge que más del 70% de los hogares recibió alguna prestación social (incluyendo jubilaciones, pensiones, asignaciones y nuevas prestaciones). En particular, el 48% fue beneficiario de algún programa diseñado específicamente para paliar los efectos de la pandemia (IFE, ATP y bonos). Estas prestaciones no sólo fueron difundidas, sino que estuvieron concentradas en los segmentos más afectados. Estas ayudas se cobraron en mayor proporción en el conurbano que en CABA, su percepción fue mayor a menores niveles de instrucción y se recibieron en mayor medida en hogares con niños o adultos mayores. De esta forma, contribuyeron a evitar un descomunal aumento de la pobreza (según simulaciones realizadas por el Poder Ejecutivo, la primera ronda de IFE habría evitado la caída por debajo del umbral de pobreza de entre 5% y 6% de la población).

A pesar de estos esfuerzos, la crisis fue más dura en los sectores más vulnerables. Para limitar el fuerte golpe que recibieron, y así evitar un deterioro aún más marcado de los indicadores sociales, no bastará con asistencia estatal en el 2021. Por el contrario, será necesaria una reactivación del mercado laboral en el año entrante. De acuerdo a nuestras proyecciones, la generación de empleo repuntaría próximamente, aunque probablemente no alcance para absorber a toda la población que volverá a buscar trabajo.

A la espera del inicio de la campaña de vacunación, sólo podemos conjeturar sobre el impacto económico que tendrá el Covid-19 el año próximo. Sin embargo, podemos afirmar con certeza que, de la misma forma que la mayoría de las crisis, la continuidad de la pandemia tendría un sesgo regresivo.

El viento de cola ayuda, pero no resuelve los problemas internos

¿Cómo se encuentra la situación económica internacional?

En la última semana, el Reino Unido fue el primer país en aprobar la vacuna contra el Covid-19 (Pfizer-BioNTech), dando el puntapié inicial a las campañas masivas de vacunación a lo largo y ancho del mundo. De esta forma, comienza a vislumbrarse cierto optimismo al final de un año signado por la pandemia/cuarentena y su efecto demoledor sobre la economía global. La vacuna no es una solución instantánea, pero es el comienzo de un proceso que acelerará la generación de anticuerpos por parte de la población (a la vía del contagio se le suma la vacuna). Así como la irrupción del Coronavirs generó consecuencias económicas negativas a nivel local e internacional, cabe preguntarse cuál será el nuevo escenario externo que enfrentará nuestro país frente a la paulatina disipación de la pandemia a lo largo de 2021.

Las últimas noticias del panorama global fueron positivas. En primer lugar, el presidente electo de Estados Unidos, Joe Biden, anunció la designación de Janet Yellen como secretaria del Tesoro Americano. Esta economista (ex-presidenta de la FED) promueve una política fiscal estadounidense expansiva, además de ser una partidaria de la política monetaria laxa. La expectativa de que la tasa de interés de referencia internacional se mantenga cercana a cero, la promesa de un paquete fiscal significativo en la principal economía mundial en 2021 y una tendencia hacia menores restricciones a la movilidad/producción, refuerzan las expectativas de recuperación de la economía global. Si en octubre el FMI proyectaba un repunte de más de 5% de la actividad mundial, hoy hay motivos para ser incluso más optimistas: en 2021 se recobraría todo el terreno perdido producto de la pandemia (recuperación en forma de “V”).

El crecimiento global incrementaría la demanda por nuestras exportaciones (se proyecta que las exportaciones de los países emergentes trepen 9,5% en 2021), traccionando la producción doméstica y el ingreso de dólares, que tanto escasean por estas pampas. En particular, la recuperación de Brasil -nuestro principal socio comercial- favorecería la venta al exterior de productos industriales, generando eslabonamientos domésticos y reactivando la generación de empleo. Las expectativas del mercado respecto de la actividad brasileña vienen mejorando: la caída esperada para 2020 -que llegó al 6,6%- se ubica actualmente en 4,5%, y se proyecta para el año que viene un rebote de 3,5% (recuperando buena parte del terreno cedido). Además, China acelerará su tasa de expansión en 2021 tras el magro desempeño por la pandemia.

Además, las condiciones de liquidez globales -causadas, también, por la baja tasa de la FED- volvieron atractivos a los mercados emergentes. La reversión del fly to quality (que en nuestro país comenzó en 2018, pero que en marzo afectó a todos) está abaratando el financiamiento a gobiernos y empresas de países en desarrollo. En este sentido, el diferencial de tasas (riesgo país) pagado por emergentes ya se encuentra en niveles cercanos a los previos a la pandemia (se ubica alrededor de los 340 puntos básicos a nivel global y en torno a los 380 para la región).

Por último, el fuerte incremento del precio internacional de la soja (que ya se ubica en la zona de USD 430 la tonelada), debido en parte a los problemas climáticos que afectan la campaña agrícola de Estados Unidos, más que compensa la probable pérdida de producción causada por la seca que afecta nuestro país. Siempre y cuando la cosecha efectivamente se exporte y no se retenga a la espera de mejores condiciones (léase un tipo de cambio oficial más elevado, menor brecha o reducción de retenciones), habría una mayor liquidación de agro-dólares, insumo clave para reducir las presiones cambiarias de cara a un año electoral.

En síntesis, a diferencia de buena parte del 2020, las condiciones internacionales serían benévolas el año entrante para Argentina: el viento externo soplará de cola y no de frente.

¿Podrá Argentina aprovechar el viento de cola externo?

Aunque el contexto internacional sea favorable, poder aprovechar su impulso dependerá de cuestiones internas. En primer lugar, en línea con la mayoría de países, Argentina llevó a cabo políticas fiscales expansivas para revertir la crisis desatada por la pandemia. Sin embargo, dado que el Covid-19 llegó en plena renegociación de la deuda pública, el incremento del bache fiscal tuvo que cubrirse mayormente con emisión monetaria. Este desequilibrio fiscal/monetario disparó las expectativas de devaluación impulsando la caída de reservas y la ampliación de la brecha. Estos factores, junto con los controles de cambio impuestos para administrar las fluctuaciones del dólar, desalientan la entrada de capitales.

En simultáneo, a pesar de haber canjeado exitosamente los títulos públicos en moneda dura, el Gobierno no logra reabrir el acceso al financiamiento externo a tasas razonables y forzó a los privados a reestructurar deudas financieras para cuidar las reservas. Resta aún reperfilar el préstamo otorgado por el FMI, pero difícilmente se logre en el corto plazo bajar suficientemente el riesgo país como para aprovechar la elevada liquidez mundial.

A las dificultades del sector privado y público para conseguir financiamiento externo podemos sumarle un problema comercial. Como se observó en los últimos meses, la elevada brecha/expectativa de devaluación invita a posponer exportaciones y adelantar importaciones.

Por último, no hay que descartar el efecto de la histéresis: la pandemia nos impactó luego de dos años de fuerte recesión, por lo que las capacidades de nuestra economía se podrían haber reducido respecto a las existentes en 2017. La desaparición de empresas y puestos de trabajo, con la consecuente pérdida de conocimientos y capacidad instalada, hará que el rebote sea menor que en países en los que la crisis duró apenas algunos trimestres.

Todos estos elementos, relacionados entre sí, complican el panorama para el año próximo. Para peor, si el Tesoro atacara su problema financiero “apurándose” a reducir los gastos antes de consolidar la recuperación de la actividad, podría ralentizar la salida de la crisis.

Cuánto podremos aprovechar el viento de cola externo es difícil de responder. Despejar las expectativas de devaluación pareciera ser clave para reducir el costo del financiamiento y lograr el pleno funcionamiento del aparato productivo y del comercio exterior. Un respaldo político contundente a la nueva política económica, el cierre de un acuerdo (EFF) con el FMI y una pronta llegada de las vacunas a nuestro país, ayudarían a aprovechar -aunque sea parcialmente- el viento de cola externo. A la suerte hay que saber acompañarla.

Mucha brecha, poco superávit: ¿la tristeza es solo argentina?

En noviembre de 2020, la balanza comercial bilateral con Brasil arrojó un déficit de USD 275 millones, más que revirtiendo el superávit de USD 160 millones alcanzado en igual mes del año pasado. Esta dinámica obedeció a un retroceso de las exportaciones (-22,6% i.a., rozando USD 665 millones), acompañado de un avance de las importaciones (+34,7% i.a., orillando USD 940 millones).  

Contrariamente a lo que podría pensarse, este desempeño no se explicó por un crecimiento de la economía argentina o un deterioro de la brasileña, sino por la evolución del mercado cambiario paralelo de nuestro país. Aunque la brecha retrocedió levemente durante el mes pasado, permaneció en niveles muy altos, alentando las expectativas de devaluación vis a vis la compra de bienes importados como una manera indirecta de acceder a dólares oficiales.  

En respuesta, se pospusieron algunas ventas externas, a la par que se adelantaron algunas compras y stockeo, en pos de aprovechar los efectos de una devaluación. En este marco, noviembre fue el tercer mes seguido en el que las importaciones crecieron en la comparación interanual, aun cuando la mayoría de las actividades industriales continúan operando por debajo de 2019.  

En sentido opuesto, se agravó la caída de las exportaciones en relación con septiembre y octubre (-14% i.a en el acumulado del bimestre), a pesar de que la economía brasileña siguió recuperándose luego del pico de Coronavirus. Más aún, al comparar con el resto de las importaciones de la primera economía del Mercosur, sobresale que éstas cayeron solo 1,3% i.a. en noviembre, reflejando que el desplome a dos dígitos fue más la excepción argentina que la regla general. 

El principal problema de esta dinámica coyuntural es que puede auto convalidarse: las expectativas de devaluación disminuyen la oferta neta de divisas en el mercado oficial, alimentando las presiones cambiarias y las posibilidades de una depreciación del peso, reforzando así el movimiento inicial. Por lo tanto, aun cuando el nivel de tipo de cambio real no provoque “razones” para devaluar, la brecha cambiaria y la pérdida de Reservas están creándolas.  

Noviembre profundizó la dinámica de septiembre y octubre, encendiendo señales de alarma. En este sentido, resalta que entre enero y agosto el resultado comercial bilateral acumuló un déficit de USD 275 millones (contra un superávit de USD 160 millones en igual período del año pasado), que saltó a USD -400 millones en los últimos tres meses (versus un saldo positivo de USD +400 millones entre septiembre y noviembre del 2019). Se verifica entonces cómo la disparada de la brecha complicó el resultado con nuestro principal socio comercial, reforzando los problemas iniciales de oferta de divisas en el mercado oficial. 

Con estos números, proyectamos un déficit cercano a USD 800 millones en el acumulado anual. Aun cuando este resultado revierta el superávit de USD 750 millones alcanzado en 2019, las principales preocupaciones estarán puestas hacia adelante. De cara al 2021, el deterioro acelerado del resultado comercial podría sumar problemas cambiarios en el verano que está llegando. Los adelantamientos y las posposiciones no pueden durar indefinidamente, pero sí pueden alcanzar para torcer la mano del Banco Central en el corto plazo. En consecuencia, si estos movimientos puntuales no ceden, las tensiones cambiarias tampoco lo harán; y con este nivel de Reservas netas no hay mucho más tiempo para aguantar. 

Perú | La economía tuvo su peor desempeño desde 2009

Economía

La economía peruana habría crecido apenas 2.2% en 2019, el peor dato de crecimiento desde 2009 (Gran Recesión), cuando la economía peruana creció apenas 1%. Para el primer trimestre del año crecería 2.7%. En ese periodo, la demanda interna sería el principal factor explicativo, sobre todo por el buen desempeño del consumo y la inversión públicos, que mostrarían un importante avance debido a la baja base de comparación del año pasado, cuando las autoridades subnacionales (alcaldes y gobernadores regionales) comenzaron sus gestiones. Por el lado sectorial, y en línea con el comportamiento de la inversión pública, el sector construcción mostraría un importante crecimiento con una tasa de 5.2%.

Política

Entre los riesgos identificados para 2020 dominan los factores políticos y de conflictividad social. En el primer grupo tenemos que considerar que este año tendremos dos campañas electorales: la primera, con la que elegiremos al Congreso de la República que completará el periodo de gobierno hacia 2021; y la segunda, la general hacia 2021 pero que debe comenzar a calentarse hacia finales de este año.  Sobre la conflictividad social, si bien no esperamos eventos similares a los del año pasado en intensidad y duración (como los conflictos mineros de Las Bambas y Tía María), no se puede descartar que haya un mayor número aprovechando una potencial debilidad del gobierno o la necesidad de este de mantener su nivel de popularidad. Un grupo podría responder a la necesidad de algunos candidatos de posicionarse políticamente en sus respectivas regiones, como hemos visto en circunstancias similares en campañas electorales anteriores.

Venezuela | En 2020, todas las personas deberán llevar su contabilidad en bolívares y en petros

Economía

Con el inicio de 2020 empieza la “contabilidad dual” establecida por Sunacrip. La misma consiste en que todas las personas jurídicas y naturales deben llevar su contabilidad en bolívares y en petros. Para el mes de diciembre, Daticorp publicó los resultados de sus encuestas de dolarización, los cuales establecen que el 23% de los venezolanos utiliza el dólar como moneda recurrente para sus transacciones de compra y venta; el 72% continúa utilizando el bolívar para la mayoría de sus compras y el 5% utiliza otras monedas. De acuerdo a lo establecido en la Gaceta Oficial N°6.497, se restablecieron los aranceles de 4.792 artículos que anteriormente podían ingresar al país libres de impuestos de importación; esto representa el 59,3% de la cantidad de productos que estaban exonerados del pago de impuestos. La mayoría de los artículos que prevalecen exentos del impuesto son componentes de fibra óptica, productos químicos y maquinaria, tratamiento del VIH y el cáncer, autopartes y alimentos.

Política

A principios de enero se escogió a la nueva junta directiva de la Asamblea Nacional (AN). No obstante, esto conllevó diversas polémicas. La principal fue que funcionarios de la Guardia Nacional Bolivariana, las Fuerzas de Acciones Especiales y la Policía Nacional Bolivariana acordonaron los accesos al Palacio Legislativo, impidiendo el acceso de la prensa y de parlamentarios, principalmente Juan Guaidó. Debido a que la mayoría de los diputados opositores no lograron ingresar al Palacio Legislativo, se convocó a una sesión en una sede alternativa. El resultado de esta sesión fue la reelección, con 100 votos, de Juan Guaidó como presidente de la AN. En la sesión llevada a cabo dentro del Parlamento, se realizó la juramentación fraudulenta de Luis Parra como presidente de la AN; quien fue expulsado del partido Primero Justicia. Mike Pompeo, secretario de Estado de los Estados Unidos, aseguró que la Casa Blanca y otros 57 países siguen considerando a Juan Guaidó como líder legítimo de la AN.