¿Cómo se encuentra la situación económica internacional?
En la última semana, el Reino Unido fue el primer país en aprobar la vacuna contra el Covid-19 (Pfizer-BioNTech), dando el puntapié inicial a las campañas masivas de vacunación a lo largo y ancho del mundo. De esta forma, comienza a vislumbrarse cierto optimismo al final de un año signado por la pandemia/cuarentena y su efecto demoledor sobre la economía global. La vacuna no es una solución instantánea, pero es el comienzo de un proceso que acelerará la generación de anticuerpos por parte de la población (a la vía del contagio se le suma la vacuna). Así como la irrupción del Coronavirs generó consecuencias económicas negativas a nivel local e internacional, cabe preguntarse cuál será el nuevo escenario externo que enfrentará nuestro país frente a la paulatina disipación de la pandemia a lo largo de 2021.
Las últimas noticias del panorama global fueron positivas. En primer lugar, el presidente electo de Estados Unidos, Joe Biden, anunció la designación de Janet Yellen como secretaria del Tesoro Americano. Esta economista (ex-presidenta de la FED) promueve una política fiscal estadounidense expansiva, además de ser una partidaria de la política monetaria laxa. La expectativa de que la tasa de interés de referencia internacional se mantenga cercana a cero, la promesa de un paquete fiscal significativo en la principal economía mundial en 2021 y una tendencia hacia menores restricciones a la movilidad/producción, refuerzan las expectativas de recuperación de la economía global. Si en octubre el FMI proyectaba un repunte de más de 5% de la actividad mundial, hoy hay motivos para ser incluso más optimistas: en 2021 se recobraría todo el terreno perdido producto de la pandemia (recuperación en forma de “V”).
El crecimiento global incrementaría la demanda por nuestras exportaciones (se proyecta que las exportaciones de los países emergentes trepen 9,5% en 2021), traccionando la producción doméstica y el ingreso de dólares, que tanto escasean por estas pampas. En particular, la recuperación de Brasil -nuestro principal socio comercial- favorecería la venta al exterior de productos industriales, generando eslabonamientos domésticos y reactivando la generación de empleo. Las expectativas del mercado respecto de la actividad brasileña vienen mejorando: la caída esperada para 2020 -que llegó al 6,6%- se ubica actualmente en 4,5%, y se proyecta para el año que viene un rebote de 3,5% (recuperando buena parte del terreno cedido). Además, China acelerará su tasa de expansión en 2021 tras el magro desempeño por la pandemia.
Además, las condiciones de liquidez globales -causadas, también, por la baja tasa de la FED- volvieron atractivos a los mercados emergentes. La reversión del fly to quality (que en nuestro país comenzó en 2018, pero que en marzo afectó a todos) está abaratando el financiamiento a gobiernos y empresas de países en desarrollo. En este sentido, el diferencial de tasas (riesgo país) pagado por emergentes ya se encuentra en niveles cercanos a los previos a la pandemia (se ubica alrededor de los 340 puntos básicos a nivel global y en torno a los 380 para la región).
Por último, el fuerte incremento del precio internacional de la soja (que ya se ubica en la zona de USD 430 la tonelada), debido en parte a los problemas climáticos que afectan la campaña agrícola de Estados Unidos, más que compensa la probable pérdida de producción causada por la seca que afecta nuestro país. Siempre y cuando la cosecha efectivamente se exporte y no se retenga a la espera de mejores condiciones (léase un tipo de cambio oficial más elevado, menor brecha o reducción de retenciones), habría una mayor liquidación de agro-dólares, insumo clave para reducir las presiones cambiarias de cara a un año electoral.
En síntesis, a diferencia de buena parte del 2020, las condiciones internacionales serían benévolas el año entrante para Argentina: el viento externo soplará de cola y no de frente.
¿Podrá Argentina aprovechar el viento de cola externo?
Aunque el contexto internacional sea favorable, poder aprovechar su impulso dependerá de cuestiones internas. En primer lugar, en línea con la mayoría de países, Argentina llevó a cabo políticas fiscales expansivas para revertir la crisis desatada por la pandemia. Sin embargo, dado que el Covid-19 llegó en plena renegociación de la deuda pública, el incremento del bache fiscal tuvo que cubrirse mayormente con emisión monetaria. Este desequilibrio fiscal/monetario disparó las expectativas de devaluación impulsando la caída de reservas y la ampliación de la brecha. Estos factores, junto con los controles de cambio impuestos para administrar las fluctuaciones del dólar, desalientan la entrada de capitales.
En simultáneo, a pesar de haber canjeado exitosamente los títulos públicos en moneda dura, el Gobierno no logra reabrir el acceso al financiamiento externo a tasas razonables y forzó a los privados a reestructurar deudas financieras para cuidar las reservas. Resta aún reperfilar el préstamo otorgado por el FMI, pero difícilmente se logre en el corto plazo bajar suficientemente el riesgo país como para aprovechar la elevada liquidez mundial.
A las dificultades del sector privado y público para conseguir financiamiento externo podemos sumarle un problema comercial. Como se observó en los últimos meses, la elevada brecha/expectativa de devaluación invita a posponer exportaciones y adelantar importaciones.
Por último, no hay que descartar el efecto de la histéresis: la pandemia nos impactó luego de dos años de fuerte recesión, por lo que las capacidades de nuestra economía se podrían haber reducido respecto a las existentes en 2017. La desaparición de empresas y puestos de trabajo, con la consecuente pérdida de conocimientos y capacidad instalada, hará que el rebote sea menor que en países en los que la crisis duró apenas algunos trimestres.
Todos estos elementos, relacionados entre sí, complican el panorama para el año próximo. Para peor, si el Tesoro atacara su problema financiero “apurándose” a reducir los gastos antes de consolidar la recuperación de la actividad, podría ralentizar la salida de la crisis.
Cuánto podremos aprovechar el viento de cola externo es difícil de responder. Despejar las expectativas de devaluación pareciera ser clave para reducir el costo del financiamiento y lograr el pleno funcionamiento del aparato productivo y del comercio exterior. Un respaldo político contundente a la nueva política económica, el cierre de un acuerdo (EFF) con el FMI y una pronta llegada de las vacunas a nuestro país, ayudarían a aprovechar -aunque sea parcialmente- el viento de cola externo. A la suerte hay que saber acompañarla.