La polarización podría trasladarse al Congreso

Una configuración altamente polarizada de la escena electoral ciertamente está provocando algunos cambios en las proyecciones que hacíamos meses atrás respecto de cómo podría quedar confeccionada la composición del congreso.
En un escenario optimista para Cambiemos, en base a nuestras proyecciones electorales, el oficialismo podría estar aumentando su presencia en diputados a 120 bancas. La situación en el Senado es similar: Cambiemos renueva pocas bancas, lo que le permitiría crecer hasta 30 de obtener el mejor resultado proyectado, lo que no le alcanzaría para lograr el quórum de 37 bancas. En ambos casos, tanto en Diputados como en Senado, en un escenario de reelección de Macri, el oficialismo no estaría logrando el control de las cámaras pero quedaría con menos necesidades que antes para lograr los votos que le permitan sancionar las leyes que necesite.

 

En el caso del Peronismo, una cosa es la heterogénea composición actual y otra la futura. Si bien la conformación de un frente electoral unificado puede adelantarnos más unidad, la representación peronista renueva mucho (71 de 121 bancas) por lo que la unidad los hace recolectar menos. De todas maneras, en caso que Alberto Fernández triunfe, posiblemente veamos un proceso de unificación del peronismo en el Congreso. En este sentido, proyectamos que se conforme un bloque de 114 diputados, al que posiblemente logren sumar mini-bloques como el de los Diputados de Santiago del Estero (6), Catamarca (2), San Luis (2) o Santa Fe (1) para acercarse a la mayoría de 129. En el Senado pasa algo parecido: hay un peronismo fragmentado que posiblemente se reunifique en caso de ganar Fernández. Los Senadores que responden a los Gobernadores y los que responden a CFK son 32 y juntos podrían retener 31 bancas, pero el peronismo gobernando podría juntar 38 Senadores.

 

Incipientes brotes

¿Cómo le fue a la industria y la construcción en mayo?

El Indice de Producción Industrial Manufacturero (IPI manufacturero) cayó 6,9% i.a. en mayo y acumula un retroceso de 9,8% i.a. en lo que va del año. Sin embargo, creció 0,6% en la medición desestacionalizada, encadenando el segundo avance consecutivo, y volviendo a los niveles de inicio del año.
De todas formas vale destacar, que a excepción de la industria metálica que saltó 3,3% i.a. (gracias a la siderurgia) y la Refinación de Petróleo que subió casi 3% i.a., todos los rubros industriales muestran contracciones. Sin embargo, hay una variabilidad significativa entre las ramas bajo recesión: por ejemplo la producción de Alimentos y Bebidas sólo cedió 1% en relación al mismo mes del año pasado, mientras que la industria textil, del tabaco, automotriz, transporte, equipos electrónicos y muebles todavía registran caídas del orden del 20% i.a.
Por su parte, el Indicador Sintético de la Actividad de la Construcción (ISAC) retrocedió 3,4% i.a. durante el cuarto mes del año (-8,9% i.a. en el acumulado) y también mostró una mejora en términos desestacionalizados (+2,3%) cortando el retroceso de casi 4% que acumulaba en los dos meses previos.

¿Qué dinámica se viene dando en 2019 para estos sectores?

 

En el primer bimestre la industria y la construcción mostraban una reactivación. La misma se vio interrumpida en marzo por el regreso de la volatilidad cambiaria, que aceleró la inflación y ocasionó una abrupta suba de la tasa de interés que alcanzó el 70% al cierre del mes. Durante abril, la economía comenzó a sentir el impulso de una cosecha agrícola récord y de una mayor estabilidad cambiaria lograda tras el anuncio del BCRA de que podría intervenir en la Zona de No Intervención.
El mantenimiento de estas condiciones en mayo ayudó a que ambos sectores exhiban las mejoras mencionadas. Si bien la situación sigue siendo delicada (caídas interanuales de casi 10% dan cuenta de ello), el gobierno parece haber encontrado la forma de evitar la profundización del deterioro de los últimos meses, algo que no es menor considerando la situación de la economía. En este sentido, cabe mencionar la implementación de diversas políticas pro-consumo a partir de abril (créditos ANSES y Procrear, Ahora 12), y que al continuar en los próximos meses, pueden dinamizar algunos sectores industriales, especialmente los ligados al consumo masivo y al equipamiento del hogar.

¿Se mantendrá esta tendencia en lo que resta del año?

Considerando que los próximos meses serán los contemporáneos a las elecciones presidenciales, el gobierno posee todos los incentivos para seguir sosteniendo las condiciones que permitieron la mejora de los primeros cinco meses del año (más de 6% para la industria y por encima de 12% para la construcción en términos desestacionalizados). Como el gobierno deberá extremar el pragmatismo (especialmente en lo que concierne a mantener la estabilidad del tipo de cambio) para aumentar sus chances de reelección, ambos sectores continuarían con su reactivación. Esto se dará en tanto no crezca la perspectiva de una victoria de la oposición y la mayor demanda de dólares amenace el poder de fuego del BCRA en el mercado cambiario.
De todos modos, teniendo en cuenta que el salario real crecerá lentamente y la política de tasas reales positivas se mantendrá durante todo 2019, no presenciaremos una expansión muy significativa de la Industria ya que solamente aquellas con mayor potencial exportador y de sustitución de importaciones, podrán alcanzar un repunte de consideración.
Por el lado de la Construcción, la principal esperanza proviene de la iniciativa privada, dado que no se espera un aumento de la obra pública en el ámbito nacional debido a que es fundamental el recorte del gasto de capital para lograr el objetivo fiscal del año. No obstante, sí podría ser un paliativo las pequeñas obras públicas de gobiernos subnacionales en el marco del año electoral. De manera adicional, el reciente anuncio del plan Mejor Hogar Materiales, que contempla descuentos de hasta 50% en la compra de materiales para 35.000 familias de bajos ingresos, contribuirá a la reactivación del sector. Sin embargo, no esperamos que el despegue sea significativo, dado que las altas tasas de interés y la incertidumbre política no juegan a favor de la inversión. Por lo tanto, pese a la estabilidad cambiaria, este sector difícilmente traccionará la economía como en otros años electorales.

 

Gracias al campo, que me ha dado tanto

¿Qué pasó con la actividad en abril?

El Estimador Mensual de la Actividad Económica (EMAE) cedió 1,3% i.a. abril y en promedio acumula una contracción de 4,6% i.a. en 2019. No obstante, la economía mostró un avance de 0,8% la medición desestacionalizada, magnitud que es insuficiente para compensar totalmente el deterioro sufrido en marzo (-1,4%). De esta forma, la actividad todavía se encuentra por debajo del nivel que alcanzó durante el primer bimestre del año.
En lo que respecta a los sectores, el retroceso fue liderado por Intermediación Financiera (-13,0% i.a.) y Comercio (-11,6% i.a.), los cuales explican gran parte de la contracción de la provisión de Servicios (-4,7% i.a.). Por su parte, si bien la Industria (-8,5% i.a.) y la Construcción (-4,5% i.a.) también estuvieron en rojo, la producción de Bienes trepó 6,0% i.a. como consecuencia de la expansión superior al 40% i.a. del sector agropecuario. Más allá de ello, como se observa en el siguiente gráfico, dos tercios de los grandes sectores continúa en terreno negativo en la comparación interanual.

¿A qué se debió el repunte de abril?

Por un lado, la mejora exhibida en abril tuvo como principal determinante la performance del sector agropecuario como consecuencia de una cosecha agrícola récord, la cual resultaría en un crecimiento cercano al 30% anual de la producción de los principales cuatro cultivos del país (maíz, soja, trigo y girasol). De todos modos, como a inicios de abril del año pasado la sequía había comenzado a hacerse sentir, la baja base de comparación también colaboró para que la actividad refleje un recorte significativo de la caída. En este sentido, sin contemplar al sector agropecuario, la actividad muestra un retroceso de 5,2% i.a. en abril.
Por otro lado, tras la inestabilidad y la reaparición de los temores cambiarios durante marzo, una menor incertidumbre en el cuarto mes del año desde el frente externo también ayudó. En este sentido, la desacaleración de la inflación (pasó de 4,7% en marzo a 3,4% en abril) en conjunto con el inicio de la temporada alta de paritarias, permitió en el margen una mejora de los ingresos reales. Se debe mencionar que, las expectativas de que la calma cambiaria sea más duradera que en otros momentos del gobierno de Cambiemos se reforzó a fines de abril, luego del anuncio del BCRA de que podría intervenir en la Zona de No Intervención –por lo que practicamente no habría impactado durante este mes-.
Adicionalmente, durante abril comenzaron a tener vigencia algunas de las medidas pro-consumo que el gobierno lanzó con el objetivo de reactivar la economía. En primer lugar, se efectivizó el adelanto de todos los aumentos del año de la AUH a marzo, un incremento de 46% en un sector con una elevada propensión al consumo. En segundo lugar, la ANSES abrió la posibilidad de otorgar créditos a jubilados y perceptores de la mencionada asignación, con tasas que van desde el 40 y al 50% (aproximadamente la mitad de la que se ofrece en bancos). Estas medidas, especialmente debido a su impacto en el consumo masivo, podrían haber empezado a actuar durante el cuarto mes del año.

¿Qué esperamos para los próximos meses?

Durante lo que resta del segundo trimestre, las expectativas sobre la cosecha agrícola auguran un significativo repunte del sector. Sin embargo, por el momento no es claro que esta dinámica se traduzca en un incremento de la actividad en la comparación interanual, ya que pese a que el cambio en el esquema de intervención en el mercado cambiario redujo las expectativas de devaluación y con ello, la de inflación para los próximos meses, la lenta recuperación del salario real no permitirá que un mayor consumo de bienes y servicios traccione lo suficiente para contribuir a un despegue sostenido de la economía de cara al resto del año.
En este punto, juega un rol central el paquete de medidas en favor del consumo. Si la recuperación del poder adquisitivo es paulatina, las políticas mencionadas –así como la mejora en las condiciones de Ahora 12, relanzamiento de los créditos Procrear- en conjunto con el pago del medio aguinaldo en junio y los ajustes por movilidad para los jubilados, serán un buen puntapié para dinamizar algunos sectores en un contexto de un significativo consumo reprimido.
De todos modos, tal como advertimos el mes pasado, persisten dos factores negativos. La política de tasas altas e incertidumbre política que afectan las decisiones de inversión y de gasto de los agentes. Por lo tanto, el shock positivo del campo se diluirá y la actividad tendrá dificultades para continuar la eventual recuperación en la segunda mitad del año.

 

 

Pese a la recesión, no hubo destrucción de empleo

Con el pie izquierdo

El PBI comenzó el 2019 con una caída del 5,8% i.a., y registró un breve retroceso en la medición desestacionalizada (-0,2%) respecto al último trimestre de 2018. De esta forma, a pesar de que el nivel de actividad es 6,7% menor al máximo alcanzado durante la era Macri (cuarto trimestre de 2017), la recesión parece haber encontrado su piso.
El principal componente del PBI que ayudó a ponerle freno a la recesión fue la demanda externa gracias a la mejora de la competitividad cambiaria y a la buena cosecha agrícola. El volumen de exportaciones creció 1,7% i.a. y fue levemente mayor que en la última parte de 2018 (+0,3%). Por su parte, la demanda interna volvió a desplomarse, marcando una contracción del 12% i.a. y acumulando al primer trimestre de 2019 un retroceso de 1,6%, desestacionalizado. En este sentido, también contribuyó al freno de la recesión el desplome de las importaciones (-25% i.a.).
Dentro de la demanda interna, se destaca la estrepitosa caída del consumo privado, que alcanzó los dos dígitos (-10,5% i.a.) y dejó al consumo de los hogares en niveles de 2010. En la misma línea, la inversión cayó más de 24% i.a., pasando a representar sólo el 16,9% del PBI, nivel que no registraba desde el 2009.
Por último, el consumo público exhibió señales positivas. El mismo registro una leve caída del 0,2% en la comparación interanual y una significativa mejora en la comparación trimestral (+2%, desestacionalizado). Dicha mejora da cuenta del mayor gasto de los gobiernos subnacionales en el marco de un año electoral, los cuales necesitan compensar – al menos parcialmente- los efectos negativos del contexto macroeconómico y el menor gasto público de la Administración Nacional producto del endurecimiento de la meta fiscal.

¿Cómo impactó la dinámica de la actividad en el mercado de trabajo?

Luego de la cuarta contracción trimestral consecutiva del PBI, resulta de interés indagar acerca de las consecuencias de esta performance sobre el mercado laboral. En este sentido, se debe destacar que pese a la fuerte recesión, no se observa destrucción de empleo.
Según la Encuesta Permanente de Hogares (EPH), durante el primer trimestre de 2019 se observó un incremento de 1,7% i.a. en la cantidad de ocupados. Como esta dinámica se dio junto a una mayor expansión (+2,7% i.a.) de la Población Económicamente Activa (PEA), el resultado fue un aumento en el desempleo, que afectó al 10,1% de la PEA durante los primeros tres meses del año. De esta forma, trepó 1 p.p. respecto al primer trimestre del año pasado (9,1% de la PEA).
Esto demuestra que continúa vigente el efecto “trabajador adicional”: como consecuencia de la caída del poder adquisitivo de los hogares, hay más miembros buscando empleo para poder mantener el mismo ingreso real que antes. En este sentido, sobresale que las personas ocupadas (o subocupadas) que activamente están procurando un empleo creció casi 20% i.a.
Por otro lado, esto implica dos cuestiones adicionales. En primer lugar, refuerza la idea de que el ajuste en el mercado laboral se dio por el lado de los salarios: no hubo destrucción de empleo pero el poder adquisitivo de los ingresos laborales retrocedió más de 11% i.a. en el primer trimestre del año. En segundo lugar, sugiere una mayor precarización del trabajo.
En relación a este último punto, si se extrapolan los datos de la EPH (que abarca 31 aglomerados urbanos) al total de la población y se los compara con la información sobre el empleo registrado del Sistema Integrado Previsional Argentino (SIPA) se observa que la mayor cantidad de puestos de trabajos se explica por una expansión del empleo informal (casi 6% i.a.) que más que compensó el deterioro del segmento formal (-2% i.a.).

¿Qué prevemos lo que resta del año?

Luego de haber tocado piso en el primer trimestre de 2019, esperamos que la economía comience a recuperarse. En primer lugar, esto será la consecuencia de una cosecha récord en el segundo trimestre, que impulsará el sector agropecuario y las actividades conexas. Por otro lado, la estabilidad cambiaria iniciada hace unas semanas brinda una mayor previsibilidad –al menos en el corto plazo- y colabora con una desaceleración de la inflación que ayuda a mejorar –moderadamente- los ingresos reales en el mes a mes en un contexto de incrementos salariales tras las negociaciones paritarias.
Adicionalmente, los distintos estímulos no salariales al consumo (créditos ANSES, Ahora 12) se sumarán al adelanto en el aumento de la AUH, al pago del medio aguinaldo y a los incrementos por movilidad a los jubilados en los próximos meses, impulsando el ingreso disponible para consumo en pos de lograr un mayor dinamismo en la economía durante los próximos meses.
De este modo, la mejora en el mercado laboral se dará por un leve incremento del salario real en el transcurso del año y, en el mejor de los casos, por una recuperación del empleo formal. Sin embargo, prevemos que esta última demore más tiempo, ya que requiere una consolidación de la recuperación económica. Mientras tanto, el crecimiento del empleo informal emerge como una alternativa para incrementar los ingresos laborales, pese a las peores condiciones que lo caracterizan.
Esta dinámica tiene como condición necesaria de que el dólar se mantenga estable. En caso que esto no suceda, cualquier atisbo de recuperación será abortado y con ello, es muy probable que continúe el deterioro en los distintos indicadores del mercado de trabajo.

Leve recuperación de la Industria en abril

¿Cuál fue el desempeño de la industria y la construcción en abril?

El Indice de Producción Industrial Manufacturero (IPI manufacturero) cayó 8,8% i.a. en abril y acumula en el primer cuatrimestre del año una retracción del 10,6% i.a. No obstante, en este último mes exhibió una suba de 2,3% en la serie desestacionalizada luego de la fuerte contracción de marzo (-4,6% mensual). Si bien la gran mayoría de las ramas industriales continúan en rojo (de hecho, casi la mitad de las mismas produce por lo menos 10% menos en la comparación interanual), algunos sectores –especialmente productores de alimentos- comienzan a mostrar una leve mejora.

Por su parte, el Indicador Sintético de la Actividad de la Construcción (ISAC) retrocedió 7,5% i.a. durante el cuarto mes del año (-10,3% i.a. en el acumulado), aunque en este caso sí se observó un deterioro en términos desestacionalizados (-0,3%). Pese a que encadena el segundo mes consecutivo de contracción, el impulso que experimentó la actividad en el primer bimestre permite un avance cercano al 10% sin estacionalidad en lo que va del año.

¿Qué explica la dinámica del inicio del año?

La recuperación –en términos desestacionalizados- de la industria y la construcción durante el primer bimestre del año estuvo vinculada a una menor incertidumbre económica y la sensación de que lo peor ya había pasado. Este espejismo se basó en la estabilidad del tipo de cambio que reinó entonces, que permitió que la inflación se desacelerara (3,3% promedio mensual) y la tasa de interés de referencia perforara el 45% anual. Sin embargo, en marzo, ya disipado el verano cambiario y financiero, la economía volvió a resentirse: se aceleró la inflación (llegó a 4,7%), se contrajo el consumo (según Kantar Worldpanel se desplomó 11% i.a.) y la destrucción de empleo volvió a ser similar a la de los peores meses del año pasado (se perdieron más de 30.000 puestos de trabajo en un mes). Este rápido ajuste, ante una creciente volatilidad y una estrepitosa suba de la tasa de interés (70% hacia el fin de mes), no fue ajeno a la Industria y la Construcción, que cedieron 4,6% y 3,4%, respectivamente en el mes.

Durante abril, la economía comenzó a sentir el impulso de una cosecha agrícola récord pero fundamentalmente se vio motorizada por una reducción de la incertidumbre gracias a una mayor estabilidad del dólar, que se alcanzó tras el anuncio del BCRA de que podría intervenir en la Zona de No Intervención. Sin embargo, pese a excepción de algunos sectores vinculados a la exportación y a la producción de alimentos, esto no fue suficiente para que extienda rápidamente al resto del sector fabril. Particularmente, las ramas manufactureras de bienes durables o las proveedoras de estas (maquinarias, equipo de transporte, siderurgia, etc.), todavía se encuentran sumergidas en una profunda recesión ante la caída de la demanda interna tras el derrumbe de los salarios en dólares y el elevado costo de financiamiento.

¿Qué esperamos para los próximos meses?

La dinámica que tanto la Industria como la Construcción exhiba en los próximos meses dependerá en si se logra mantener o no la calma cambiaria. De todos modos, si incluso se asume que el BCRA es exitoso al momento de intervenir en el mercado cambiario (todavía no lo hizo) cuando en la previa electoral la creciente dolarización se materialice, las perspectivas no son muy alentadoras. Dado que el salario real crecerá –en términos interanuales- recién en los últimos meses del año y la política de tasas reales positivas se mantendrá durante todo 2019, el único driver que podría impulsar la Industria, aquellas con mayor potencial exportador y de sustitución de importaciones, luce insuficiente.

En este sentido, las expectativas de los empresarios siguen siendo negativas. El informe refleja que casi la mitad cree que no aumentarán sus ventas en el mercado local en el cierre del semestre, a la vez que más de la mitad considera que no variará la utilización de su capacidad instalada (todavía en niveles mínimos). Por su parte, si bien el 65% cree que no variará su dotación de personal, menos del 10% prevé que se trabajen más horas. Por lo tanto, el incremento de estos sectores corresponderá más bien a una cuestión de rebote estadístico (la base de comparación serán los peores meses de 2018) y no a una mejora sustantiva en el nivel de producción.

Por el lado de la Construcción, no se espera un aumento de la obra pública debido a que es fundamental el recorte del gasto de capital para lograr el objetivo fiscal del año. A su vez, las altas tasas de interés desincentivan los proyectos privados y la incertidumbre política pospone las decisiones de inversión. En este sentido, de mantenerse la estabilidad cambiaria, el sector podría recuperarse marginalmente en los próximos meses, pero distará de ser la estrella de los años electorales, más bien es probable que sea uno de los más castigados en 2019.

 

Argentina 2019, la séptima recesión más profunda del mundo

La recuperación es más lenta de lo esperado

Cuando comenzó el año advertimos que la recuperación no sería rápida. Si bien el motor de la recesión de 2018 fue similar al de 2016 (significativo salto cambiario), la mejora en la actividad no tendría en la apreciación cambiaria el pilar que sí encontró en 2017. Los datos del primer trimestre dan cuenta de esta relación. Durante enero y febrero la actividad mostró en términos desestacionalizados un crecimiento no despreciable, al mismo tiempo que el tipo de cambio se mantuvo cerca del piso de la zona de no intervención, pero el movimiento cambiario de marzo (11% entre puntas) aceleró la inflación, redujo el salario real e incrementó la tasa de política monetaria secando los brotes verdes del primer bimestre. Al mismo tiempo, Brasil, del cual se esperaba un crecimiento cercano al 2% en el año, mostró una leve contracción en el primer trimestre, complicando aún más la recuperación local. De esta manera, para marzo el nivel de actividad era inferior al de diciembre.
El dato de marzo (cuyo análisis se encuentra aquí) sorprendió negativamente al punto tal de obligarnos a ajustar nuestra proyección de crecimiento para el año. El ajuste de 0,3 puntos porcentuales implicó pasar de una contracción de 1,4% en el promedio del año a una de 1,7%. El dato es aún más desalentador si se calcula en términos per cápita, en este caso la caída sería de 2.7%, dejándonos prácticamente en el mismo nivel de vida que el de una década atrás.

Parte de un grupo selecto

La contracción de 2.7% en nuestro PBI per cápita nos convierte en el séptimo país con peor performance económica en el mundo de acuerdo a las proyecciones del FMI, solo superados por Venezuela, Guinea, Irán, Nicaragua, Sudán y Turquía. La pertenencia de Argentina a este grupo no solo es solo coyuntural, sino que es parte de un comportamiento histórico.

Como argentinos estamos acostumbrados a vivir en una economía extremadamente volátil. Esa volatilidad no solo es elevada sino que ha sido también un rasgo característico de nuestra economía a lo largo de las últimas décadas. Desde 1950 el 35% de los años fueron recesivos, pero este promedio no da cuenta de casos puntuales. Un argentino de 30 años pasó 40% de su vida en recesión y uno de 20 años pasó casi la mitad de su vida en esa condición. Estos números solo pueden ser comparados con los del Congo, Iraq, Siria o Zambia, países que difícilmente pueden ser llamados economías de mercado. En este sentido, no es descabellado decir que Argentina es la economía más volátil del mundo.

¿Qué podemos esperar para los próximos años?

De cara al próximo ciclo presidencial la performance económica dependerá de la capacidad del gobierno electo de disipar las dudas respecto al repago de la deuda pública. El actual esquema de pagos con el FMI establece que Argentina debería pagar USD 52 mil millones entre 2021 y 2023 y se descuenta que el país no podrá recurrir al mercado para tomar deuda en esa magnitud. Esto implicaría la necesidad de repensar el cronograma de pagos con el organismo. En la medida que el interlocutor sea un gobierno dispuesto a hacer concesiones (cambio en el sistema previsional y en el mercado de trabajo, por ejemplo) y capaz de negociar leyes con buena parte del Congreso (se necesitan dos tercios para avanzar con cambios profundos) es de esperar que el FMI acepte un cambio en la estructura de pagos, dilatándola en el tiempo. Si esto sucede la relación con el organismo dejaría de estar amparada en el acuerdo “Stand by” para pasar a una modalidad de largo plazo conocida como “Programa de Facilidades Extendidas”. Lamentablemente, incluso si eso sucede el crecimiento de largo plazo se vería comprometido por el significativo incremento de las distintas variables nominales (precios, salarios, tipo de cambio) la cual bajaría, en el mejor de los casos, de forma gradual.
Si bien el panorama es complejo, en la medida que se logren solucionar estos focos de conflicto Argentina se encontraría con un escenario macroeconómico mejor que el observado en la última década: equilibrio fiscal primario, precios relativos alineados y un acotado déficit externo.

 

 

 

La caída del salario real formal, ¿siempre que llovió paró?

La recuperación como utopía: cuando me acerco ella se aleja

Tras alcanzar un máximo histórico en el último trimestre de 2017, el PBI acumuló cuatro trimestres de caída (desestacionalizada) en 2018 y se contrajo 6,5% entre puntas. A comienzos de este año, impulsado por la calma cambiaria y el recorte de la tasa de interés, el rebote parecía haber llegado. Sin embargo, la ilusión duró poco: en marzo el dólar subió más de 10% y la tasa de interés retornó al 70%, impactando negativamente sobre una frágil economía. Como resultado, la actividad cayó 1,3% desestacionalizado en marzo respecto de febrero y el deterioro se profundizó –levemente- durante el primer trimestre de 2019 (-0,2% desestacionalizado).
Por lo tanto, la pregunta de comienzos de año sigue vigente: ¿cuándo llegará la recuperación? Por suerte, estimamos que será en el segundo trimestre de 2019. Para explicar este optimismo, partimos del sector agropecuario, que gracias a una buena cosecha gruesa se expandirá cerca de 20% anual este año –luego de la sequía de 2018- y atenuará la caída de la economía en general.
Además, el nuevo régimen cambiario del Banco Central tuvo un comienzo exitoso y por el momento luce bien encaminado. Desde que a fines de abril la autoridad monetaria anunció que podría vender divisas aún dentro de la Zona de No Intervención (es decir, por debajo de 51,45 ARS/USD), las presiones cambiarias cedieron significativamente. Dado que estabilizar al dólar es condición necesaria que la economía argentina deje de caer, su efecto inmediato fue positivo.
Ahora bien, considerando que el consumo representa más de tres cuartos del PBI, y que la ambiciosa meta de equilibrio fiscal primario limita las compras públicas, es fundamental que el poder adquisitivo mejore. De lo contrario, la mejora de la economía será solo una cuestión estadística que se diluirá rápidamente.

Recién en 2020 comenzaría a revertirse la caída del salario real formal

Por el desfasaje entre las expectativas de inflación al comienzo del año pasado (que sirvió de guía para las negociaciones colectivas, en torno al 20%) y el número final, a lo largo de 2018 el salario real formal arrojó una caída cercana a 12% entre puntas. Al comienzo del 2019 la situación no mejoró: si bien se activaron diversas cláusulas gatillo y de recomposición, los salarios registrados siguieron creciendo por debajo de la inflación en el primer cuatrimestre del año. Como resultado, la pérdida interanual de poder adquisitivo continuó en niveles similares a los del cierre de 2018.
Sin embargo, este rojo podría atenuarse en los próximos meses. Si la nueva estrategia del Banco Central para contener al dólar continúa siendo exitosa, y las negociaciones paritarias no acortan su plazo –no se generalizan los acuerdos trimestrales-, la inflación cedería sensiblemente en los próximos meses. Conforme a nuestras estimaciones, la suba de precios pasaría de un promedio de casi 4% mensual en el primer cuatrimestre de 2019 a la zona de 2,5% en el período mayo-diciembre.
En este marco, el deterioro del salario real formal se apaciguaría. Si bien en el promedio anual la caída sería similar a la del año pasado (en torno a 7% i.a.), su dinámica sería opuesta: durante el 2018 la retracción se agudizó con el correr de los meses, lo contrario de lo que pasaría en 2019. En el primer semestre de 2018 la caída del poder adquisitivo fue de 1,5% i.a. y promedió una baja de 11% i.a. en la segunda parte del año, mientras que este año pasaría de -10,5% i.a. a -3% i.a., respectivamente. En consecuencia, si bien los salarios reales formales continuarían contrayéndose en la comparación interanual, se sentarían las bases para que la tendencia negativa comenzara a revertirse en 2020.

Una frágil mejora que pende de demasiados hilos

Más allá de este optimismo incipiente, la situación no está exenta de riesgos. La calma cambiaria que se logró en las últimas semanas, aunque luce más sólida que en las anteriores oportunidades, sigue siendo frágil. Esta debilidad estriba tanto en factores de oferta (limitaciones del Banco Central) como de demanda (stress del sector privado).
Por el lado de la autoridad monetaria, ésta no explicitó con qué monto intervendría por debajo de 51,45 ARS/USD –posiblemente, por lo acotado de sus posibilidades-. Asimismo, el techo de USD 250 millones por encima de este valor es poroso para los días de mayor tensión. Por último, si debe desprenderse de una cantidad significativa de divisas, podrían ponerse en duda los futuros pagos de deuda en moneda extranjera, lo que acrecentaría significativamente las presiones en el frente cambiario.
Respecto a la compra de dólares, la incertidumbre política podría desatar temores que excedan a lo que las variables macroeconómicas “demandan”. Concretamente, este tipo de cambio alcanza –en estos niveles de actividad- para garantizar un resultado externo sostenible; sin embargo, la falta de precisiones sobre qué curso adoptará nuestro país en 2020 podrían llevar a un exceso de refugio en la divisa o a un nuevo desarme generalizado de posiciones en moneda local, que redundarían en una nueva depreciación del peso.
En conclusión, podemos afirmar que aún en un escenario optimista, el salario real no se recuperará este año. Por lo tanto, la mejora del consumo, y en consecuencia del PBI, deberá esperar, por lo menos, hasta 2020.

Economía a Marzo

¿Qué pasó con la actividad en marzo?

El Estimador Mensual de la Actividad Económica (EMAE) cayó 6,8% i.a. marzo. No obstante, lo más relevante es que la actividad también cedió en la medición desestacionalizada, marcando una contracción de 1,3% respecto a febrero. De esta manera, borró el crecimiento acumulado en los últimos tres meses y ubicó al nivel de actividad en el mínimo desde mayo de 2012. En consecuencia, la economía se contrajo 5,7% i.a. durante el primer trimestre del año e incluso retrocedió en términos desestacionalizados (-0,2%) en relación a los últimos tres meses de 2018.

En lo que respecta a los sectores, el primer trimestre del año mostró una marcada contracción en el Comercio (-12,8% i.a.), la Intermediación Financiera (-11,5% i.a.) y la Industria (-10,6% i.a.). Los dos primeros contribuyeron a un mayor deterioro en la provisión de Servicios (-6,4% i.a.), a la vez que el sector industrial traccionó la caída en la producción de Bienes (-5,1% i.a.). Estos últimos, contaron con el aumento de 8,8% i.a. del sector Agropecuario, el único sector de relevancia que exhibió un crecimiento. De hecho el PBI sin Agro cayó 6,5% i.a. a lo largo de los primeros tres meses del año.

¿A qué responde esta dinámica?

El verano cambiario y financiero por el que transitó la economía durante el primer bimestre del año permitió que la actividad se pusiera lentamente en movimiento gracias a una menor incertidumbre que desaceleró la caída del consumo. A ello se sumó el incremento de las exportaciones y avance de la cosecha agrícola. Sin embargo, con la entrada del otoño los brotes verdes se secaron: en marzo, volvió la volatilidad cambiaria, la inflación se aceleró (alcanzó 4,7% en el mes) y la tasa de interés de referencia trepó a casi 70% a fin de mes, colocando nuevamente a la economía en un sendero recesivo. Por caso, según datos de Kantar Worldpanel el consumo se desplomó 11% i.a. en el tercer mes del año (la mayor caída mensual desde 2002).

Uno de los factores que explica el deterioro del consumo es la lenta desaceleración de la caída del salario real. Tras la corrida cambiaria y la aceleración de la inflación, el poder adquisitivo de los salarios cayó 12,3% i.a. promedio entre septiembre y diciembre del año pasado, y luego retrocedió casi 11% i.a. durante enero y marzo. Más aún, si consideramos que en los primeros meses del año hubo un encarecimiento relativo de los Servicios Públicos y educativos, erogaciones prácticamente ineludibles, y que persistió un elevado costo del financiamiento que incentivó a pagar deudas (el saldo de la tarjeta de crédito, por ejemplo), el deterioro del ingreso disponible para consumo es incluso mucho mayor.

¿Qué esperamos para los próximos meses?

Para el segundo trimestre, esperamos que la actividad muestre una mejora a partir de la materialización de una cosecha récord: la producción de maíz alcanzaría las 56 millones de toneladas, lo que se traduce en un incremento de casi 29% respecto la campaña anterior, y la soja, con 55,9 millones de toneladas, aumentaría su producción un 48%. Si a ello se suma una buena campaña en el trigo (+5%) y el girasol (+8%), la producción de los principales cuatro cultivos (concentran casi el 93% de la producción agrícola del país) crecería alrededor del 31%. Suponiendo además que los sectores ganaderos y lácteos logran una mayor estabilidad a raíz de mayores exportaciones que compensen la caída del consumo interno, el sector agropecuario podría hacer que en el segundo trimestre el PBI marqué incluso un crecimiento marginal en la comparación interanual.

Sin embargo, pese a que el cambio en el esquema de intervención en el mercado cambiario redujo las expectativas de devaluación y con ello, la de inflación para los próximos meses, la lenta recuperación del salario real no permitirá que un mayor consumo de bienes y servicios traccione lo suficiente para contribuir a un despegue sostenido de la economía.

Por otro lado, hay dos factores negativos que permanecen intactos: política de tasas altas e incertidumbre política. Ambos atravesarán el plano económico durante todo el año, afectando las decisiones de inversión y de gasto de los agentes. Por lo tanto, el shock positivo del campo se diluirá y la actividad tendrá dificultades para continuar la eventual recuperación en la segunda mitad del año.

Los riesgos de una mayor nominalidad

¿Controlar el dólar implicará menos inflación?

El BCRA comunicó, al inicio de la semana pasada, el virtual abandono de la zona de no intervención (ZNI) del mercado cambiario, lo que implica la posibilidad de intervenir en él aun cuando la cotización de la divisa se encuentre por debajo de 51,45 ARS/USD (el techo de la ZNI establecido para el resto del año). Esta medida tiende a fortalecer el poder de fuego de la autoridad monetaria en caso de una elevada demanda de divisas, lo cual luce altamente probable dada la actual incertidumbre electoral. Sin embargo, incluso en el escenario en el que las presiones cambiarias logren ser domadas por el BCRA, no esperamos que se observe durante los próximos meses una significativa desaceleración de la inflación. Si bien controlar el mercado cambiario reduce la probabilidad de una nueva aceleración en el avance de los precios, no es condición suficiente para que la inflación se encuentre en un nivel significativamente más bajo.
Esto se debe a que por el momento no se percibe la existencia de un plan integral que logre coordinar expectativas. Por caso, en las últimas semanas comenzó a tomar fuerza el visto bueno del gobierno en relación al ajuste trimestral de las paritarias, siendo incluso el costo laboral un driver más importante que el dólar a la hora de analizar el proceso inflacionario y al que no se le suele dar tanta importancia.

¿Cuál es el factor de propagación?

El acortamiento de la vigencia de las paritarias constituye un intento de proteger los ingresos reales de los trabajadores en un contexto de inflación elevada e incierta y frenar la caída del consumo de cara a las elecciones. Sin embargo, la mayor nominalidad que provoca esta dinámica, así como la incorporación de cierto grado de indexación (en lugar de las cláusulas de renegociación generalizadas en las paritarias pasadas) puede ser nociva en lo que refiere al proceso inflacionario.
Pongamos el ejemplo de los trabajadores de la construcción. En los últimos días, UOCRA acordó subas trimestrales hasta marzo del 2020 que se caracterizan por tener un ajuste automático al cierre del tercer mes en caso de que el aumento sea finalmente menor a la inflación del período. Vale destacar que el monto del aumento sólo se fijó para el primer tramo, en tanto que los próximos serán establecidos en función de la dinámica que tome la inflación de acá en adelante. Si bien la cantidad de empleados formales del sector –quienes se benefician con este acuerdo- es acotada, todo parece indicar que otros gremios importantes –comercio, metalúrgicos- cerrarán sus negociaciones en esta tónica, generalizándose entonces esta modalidad, e imponiendo, cada tres meses, el costo adicional que implica sentarse a negociar, aumentando el riesgo de una mayor conflictividad.
De esto se desprende que el aumento en los costos salariales será una constante durante el año. En la medida que los márgenes de las empresas no se achiquen, el aumento en la estructura de costos de las mismas será trasladado a los precios de sus productos. Por lo tanto, en un contexto como el actual, en el cual la inercia que posee la inflación es elevada, la incorporación de un esquema de paritarias que propague rápidamente la misma puede contrarrestar –parcial o totalmente- el efecto positivo de la política cambiaria.

¿Cuáles son los riesgos?

Una mayor nominalidad es el riesgo al que se expone el gobierno al respaldar este tipo de acuerdos, lo que parece ser la última carta para afrontar las elecciones. Sin embargo, supeditar los acuerdos salariales a la inflación pasada, en un intento de fijar el salario real bajo condiciones macroeconómicas muy inestables, puede ser peligroso al menos por dos motivos.
En principio, el siguiente gráfico refleja que las recomposiciones nominales no muestran una relación clara con las mejoras reales (de hecho esperamos aumentos nominales elevados y caída de salario real durante prácticamente todo el año). Por este motivo, en los meses que faltan para las elecciones, los incrementos salariales pueden no ser suficientes para apuntalar el consumo –vía un mayor salario real- y en consecuencia, los mayores costos a los que las empresas se enfrentan difícilmente sean saldados con más ventas.

Este escenario de alta nominalidad se da junto a una política monetaria más restrictiva, lo que implicaría una mayor tasa de interés y agrega más dificultades a la delicada situación en la que muchas empresas se encuentran. En este escenario, el tiro podría salir por la culata ya que se habría intercambiado, en la previa electoral, el riesgo de una caída el salario real por el riesgo de perder el empleo.
Por otro lado, esta suerte de indexación deja activo un mecanismo de transmisión que, si bien puede desacelerar rápidamente la inflación ante shocks positivos (apreciación cambiaria), también puede acelerarla producto de presiones en el frente externo o de incapacidad de coordinar expectativas. En este escenario de marcada inestabilidad, esto puede llevar a una espiral precios-salarios en pocos meses. Después de todo, no hay nada como un plan de estabilización fallido para acelerar la inflación.

 

La mano del campo

¿Cómo le fue a la economía en el primer trimestre del año?

El Estimador Mensual de la Actividad Económica (EMAE) marcó en febrero una caída de 4,8% i.a., pero en la medición desestacionalizada exhibió un incremento del 0,2% respecto a enero, acumulando tres meses consecutivos de crecimiento en la actividad. De esta forma, el verano cambiario y financiero por el que transitó la economía durante el primer bimestre del año permitió que la actividad se pusiera lentamente en movimiento ante el recorte de la caída del consumo, el aumento de las exportaciones y el avance de una buena cosecha agrícola.
En esta línea, en febrero el sector agropecuario volvió a marcar un crecimiento en la comparación interanual (+5,9%), junto con los sectores de educación (+1,2% i.a.) y salud (+0,5% i.a.). Por su parte, el resto de los sectores continuaron mostrando caídas, aunque mucho de ellos recortaron la baja respecto a la experimentada en enero. Particularmente, la construcción, la industria y el comercio, que concentran 40% del PBI, desaceleraron su caída respecto al primer mes del año (-2,4% i.a., -8,2% i.a. y -12,3% i.a.).
Sin embargo, con la entrada del otoño los brotes verdes se secaron. En marzo, volvió la volatilidad cambiaria, la inflación se aceleró (+4,7%) y la tasa de interés de referencia trepó al 68% a fin de mes, colocando nuevamente a la economía en un sendero recesivo. Por caso, según datos de Kantar Worldpanel el consumo se hundió 11% i.a. en el tercer mes del año y marcó la mayor caída mensual desde el 2002. Asimismo, tanto la producción automotriz, como el pateamiento de vehículos 0km, profundizaron su caída y marcaron el peor marzo desde 2005 (-41% i.a y -55% i.a., respectivamente). Por su parte, la producción de acero crudo se desplomó más de 30% i.a. y la de carne vacuna registró una contracción mayor al 12% i.a., ésta última acelerando aún más la velocidad de precios de la economía. En este marco, según nuestras estimaciones la economía concluyó el primer trimestre del año con una caída del 5,2% i.a. y con una leve mejora respecto al último tramo de 2018 (+0,5% en términos desestacionalizados).

¿Qué esperamos para el trimestre en curso?

 

Para el segundo trimestre, esperamos que la actividad muestre una significativa mejora a partir de la materialización de una cosecha récord. Según las estimaciones de la Secretaría de Agroindustria, la producción de maíz alcanzaría las 55 millones de toneladas, lo que se traduce en un incremento de casi 27% respecto la campaña anterior, y la soja, con 55,9 millones de toneladas, aumentaría su producción un 48%. Si a ello se suma, una buena campaña para el trigo (+5%) y el girasol (+2%), la producción de los principales cuatro cultivos crecería alrededor del 30% (entre los cuatro concentran casi el 93% de la producción agrícola del país.).
De esta forma, suponiendo que el sector ganadero y lácteo experimenta un 2019 bajo cierta estabilidad tras un incremento de la rentabilidad y la compensación de un menor consumo interno con mayores exportaciones, el sector agropecuario exhibiría una fuerte expansión, que incluso haría que el PBI en el segundo trimestre del año crezca levemente en la comparación interanual. En este sentido, a excepción de las actividades vinculadas al campo, el resto de sectores de la economía se mantendrán mayoritariamente en rojo dado que el contexto macroeconómico continuará siendo adverso. Pese a las medidas que buscan reactivar el consumo y el cambio en el esquema de intervención en el mercado cambiario, que ayudaría a reducir la volatilidad; la caída del salario real, el elevado costo de financiamiento y la incertidumbre electoral, seguirán condicionando la reactivación del resto de las actividades en el segundo cuarto del año.