El primer mes del año trajo novedades alentadoras en el plano financiero: motivado por un escenario internacional más calmo y un panorama local que se estabiliza, el riesgo país argentino bajó 140 puntos básicos en el mes, cerrando enero en la zona de 675 puntos y retornando así a los niveles de octubre pasado. Esto ayudó a consolidar la calma en el mercado cambiario, variable clave para profundizar el descenso de la inflación (continuó bajando pero no perforó el 2% mensual).
Lamentablemente, la tendencia descendente de la suba de precios no se extendería más allá del verano. En primer lugar, porque en febrero impactarán los ajustes en las tarifas de Servicios Públicos (electricidad, gas y transporte) que presionarán sobre la inflación y revertirán el proceso descendente que había encarado la misma desde el cuarto trimestre de 2018.
La búsqueda por alcanzar la ambiciosa meta de equilibrio fiscal primario pautada con el FMI agudiza los recortes de subsidios, por lo que las tarifas se vienen actualizando muy por encima del Nivel General de precios. Así, el gasto en servicios públicos gana peso dentro del presupuesto de los hogares provocando que las subas salariales negociadas en paritarias no se trasladen de manera masiva al consumo. Como resultado, pese a ser un año electoral, la demanda interna no repuntará.
La evolución anémica de esta variable debilitará el apoyo al gobierno de Cambiemos –y, lo que es más importante, sus chances de reelección-, desatando turbulencias en el frente cambiario. Si bien el Tesoro Nacional ya anunció que desde abril volcará al mercado los USD 10.000 M que le girará el FMI por haber alcanzado el objetivo fiscal del año pasado y que en ese entonces también comenzará la salida de la cosecha gruesa, la falta de certezas acerca del resultado Presidencial y sus eventuales escenarios divergentes generarán una mayor dolarización de carteras -y también de ahorros minoristas-, que depreciarán al Peso.
Resultado del segundo acuerdo con el FMI, el Banco Central no puede intervenir en el mercado cambiario de manera directa mientras que la divisa permanezca dentro de la Zona de No Intervención (ZNI). Dado que las bandas son excesivamente amplias (30% de brecha), y que se actualizan de forma simétrica, cuanto más cerca del piso ingrese la divisa al “período electoral”, mayores serán las expectativas de depreciación y, en consecuencia, las presiones en este frente. Por lo tanto, que el dólar continúe pegado a la banda baja y que las intervenciones de la autoridad monetaria no logren “despertarlo” no es una buena noticia: no solo se sigue perdiendo parte de la competitividad precio ganada el año pasado sino que, además, aumentan las presiones potenciales.
En este marco, proyectamos que la divisa se acercará a la banda superior de la ZNI hacia mediados de año y que efectivamente la testeará tras el cierre de listas de candidaturas presidenciales a fines de junio (siempre que se mantenga el calendario electoral previsto). No obstante, pese a que entonces las presiones cambiarias serán significativas, el dólar no sobrepasaría el techo de la ZNI de manera permanente, fundamentalmente por dos motivos. Por un lado, porque la autoridad monetaria dio señales de que está siendo lo suficientemente averso a una nueva depreciación, de modo que no dudará en sostener tasas de interés elevadas. Por el otro, porque al poder de fuego del BCRA en el extremo superior de la banda (venta de USD 150 M diarios, casi 1% de la base monetaria) se le suman a partir de abril los mencionados dólares del Tesoro. Si bien ambas herramientas ayudarían a contener un avance de la divisa, lo harían a costa de profundizar el deterioro de la actividad. En este sentido, el gobierno reveló sus prioridades para 2019: estabilizar las variables nominales (dólar e inflación), incluso a costa potenciar el efecto negativo sobre la demanda interna.
Hasta ahí las certezas, pues la incertidumbre del proceso electoral reducirá la visibilidad del escenario económico. Al igual que en el cuento de Borges, estaremos frente a un “jardín de senderos que se bifurcan”. O el gobierno electo continúa con lo acordado con el FMI sosteniendo el plan de estabilización, o el próximo presidente electo buscará modificar (en mayor o menor medida) lo firmado por su predecesor. En el corto plazo, es probable que el dólar vuelva a la ZNI en el primer caso; mientras que se despegaría definitivamente del extremo superior de la ZNI en el segundo, abriendo paso a un 2020 con mayor nominalidad. La pregunta del millón es qué alternativa puede llevar a buen puerto la economía argentina en el mediano plazo.