Ingresos y consumo, una relación no lineal

¿Qué es el Indicador de Ingreso Disponible Ecolatina?

El nivel de ingreso de los consumidores es, junto con el precio, el principal factor explicativo de las ventas de productos de consumo masivo. Como proxy de este ingreso se suele utilizar el salario real del sector registrado, tanto público como privado. Sin embargo, el seguimiento de esta variable para analizar la salud del poder adquisitivo de las familias es incompleto. Usando información de distintas fuentes logramos agrupar todos los tipos de ingresos (laborales y no laborales) en un único indicador, al mismo tiempo que sumamos la evolución del empleo de forma tal de llegar a una masa de ingresos total. Luego, le restamos el gasto en consumo de bienes y servicios que consideramos que difícilmente los hogares puedan dejar de consumir como alquileres, expensas, educación, salud o servicios públicos. El ingreso que queda se compara con la evolución del resto de los precios de la economía (dentro de los cuales los bienes de consumo masivo tienen un rol importante) generando de esta manera el Indicador de Ingreso Disponible Ecolatina (IDE).

 

¿Para qué podemos usarlo?

El tipo de aporte que el IDE puede hacer como herramienta de análisis dependerá del producto en el que centremos nuestra atención. Para aquellos productos no esenciales es probable que la proyección del IDE logre ser un buen proxy de las ventas futuras. Por el contrario, en aquellos bienes esenciales su uso estará centrado en la capacidad de predecir tendencias y en el conocimiento del tipo de relación que tienen las ventas de nuestro producto y los cambios en el poder de compra de los hogares.

Típicamente, los bienes no esenciales serán los que mejor sigan la evolución del ingreso de la población. En momentos en los que el ingreso cae, lo primero que los hogares dejarán de consumir será aquello no esencial, pero cuando su presupuesto se amplíe serán estos productos los primeros en retornar a la canasta de consumo. En el gráfico podemos ver la evolución interanual de las ventas de desodorante de ambientes (bien no esencial) comparadas con la evolución del IDE. Nótese que las magnitudes de la expansión de 2017 son similares y lo mismo pasa con la contracción de 2018 y 2019 (dejamos fuera del análisis a 2020 por el cambio en los patrones de consumo que significó la cuarentena) y es por esto que, en el gráfico de dispersión donde cada punto es un mes, se observa que las variaciones son similares en magnitud (muchos puntos cerca de la línea de 45 grados). Es decir, cuando el ingreso crece las ventas de desodorantes de ambientes lo hacen en la misma magnitud.

 

 

En la otra punta del espectro aparecen los bienes esenciales como los alimentos secos. En el gráfico se observa que cuando el ingreso crece también lo hace la demanda de estos productos, pero en una magnitud mucho más acotada. Como comentamos, al enfrentarse a una reducción de ingresos los hogares dejarán de consumir bienes no esenciales pero difícilmente dejarán de consumir aquellos alimentos o bienes de cuidado personal que necesitan para cubrir necesidades básicas. Por el contrario, al aumentar su presupuesto no consumirán más de estos bienes, sino que ampliarán su universo de consumo o consumirán más de aquello que es accesorio.

Tanto para productos esenciales como no esenciales el análisis del ingreso resulta clave. En primer lugar es necesario conocer el nivel de elasticidad que nuestro producto tiene ante cambios en los ingresos. ¿Tenemos una elasticidad alta? ¿Somos lo primero en consumir cuando el ingreso aumenta y lo primero en ser abandonado cuando este cae? ¿O acaso tenemos una elasticidad baja y las crisis nos afectan poco, pero los auges también? Responder estas preguntas es solo un primer paso, ya que cuando lo sepamos podremos analizar qué pasará con nuestras ventas a la luz de la evolución del ingreso de los hogares, al mismo tiempo que tendremos información de base para preparar una estrategia de precios que nos permita ganar mercado en un contexto de alta incertidumbre.

El Coronavirus profundizará la recesión local

Si bien China está volviendo lentamente a la normalidad, la situación en Occidente escala peligrosamente y comienza a afectar el normal desenvolvimiento social, político y económico. Estados Unidos y otros países cerraron parcialmente sus fronteras cancelando vuelos, al mismo tiempo que la mayoría de las conferencias y eventos masivos han sido suspendidos. La agenda política viró y está centrada casi exclusivamente en el control de la pandemia. A nivel económico se observa un fuerte deterioro en el frente financiero, en el comercio internacional y una parálisis del consumo y la producción en aquellos países donde parte relevante de su población está en cuarentena.

En Argentina, si bien rezagados respecto a algunos países europeos, la cantidad de casos crece rápidamente y las autoridades toman medidas para tratar de reducir el contagio. Ayer el presidente Alberto Fernández decretó la suspensión por 30 días de todos los vuelos provenientes de zonas peligrosas, el aislamiento obligatorio de personas que hayan estado expuestas o presenten síntomas de la enfermedad, la posibilidad de cancelar eventos masivos y disponer de otras medidas para evitar aglomeraciones.

Creemos que el impacto sobre la actividad económica será significativo. Por un lado, la dinámica del comercio exterior se está resintiendo. Si bien Argentina es uno de los países con menor apertura comercial del mundo, parte relevante de su producción tiene como destino China, Estados Unidos y Europa (explican cerca del 30% de nuestras exportaciones) y el shock de demanda que están teniendo estos países definitivamente afectará el volumen de nuestras ventas. Al mismo tiempo, el precio de los commodities cayó en las últimas semanas y no queda claro si se recuperará en el corto plazo. Además, el flujo de turismo receptivo se verá afectado por el temor a la pandemia y el cierre parcial de fronteras. Estos efectos apuntan en la misma dirección, el ingreso de divisas comerciales se resentirá en un contexto de escasez de Reservas Internacionales. Las importaciones también se verán afectadas (menor actividad interna y menores precios internacionales), pero el efecto no compensaría la merma en exportaciones.

El menor saldo de divisas pondría en una disyuntiva al equipo económico. O impone restricciones cuantitativas a las importaciones con el fin de preservar el superávit comercial para hacer frente a sus compromisos financieros, o acepta perderlo parcialmente y no resentir tanto el nivel de actividad. Es probable que se elija un mix, lo cual afectará tanto la negociación de la deuda como a la actividad económica local.

La negociación de la deuda, que no venía desarrollándose por los carriles esperados, puede complicarse un poco más ya que si el saldo de dólares esperado para las próximas semanas se reduce el tiempo comenzará a jugar en contra del país. Esta situación, en la cual el reloj no corre a la misma velocidad para los acreedores que para Argentina (los fondos no priorizarán la negociación con argentina en este contexto), implica menor poder de negociación.

En un contexto de tanta incertidumbre y aversión al riesgo, la caída del precio de los bonos (contracara del aumento en el Riesgo País) no necesariamente mejora la situación argentina. Si bien convierte una quita agresiva en algo más aceptable, también es cierto que aumenta la probabilidad de que fondos buitres compren parte relevante de los activos para bloquear la reestructuración con el fin de litigar para intentar cobrar el 100% de sus acreencias.

Por último, pero no menos relevante, es factible que la cancelación de eventos multitudinarios, un porcentaje creciente de empleados realizando tareas desde su casa y una posible suspensión de parte del año lectivo en colegios y universidades, afecte el nivel de actividad en sectores sensibles. Por caso, en junio y julio de 2009, tanto los hoteles como los restaurantes sufrieron una merma en su actividad que superó el 8% mensual en términos desestacionalizados. Si bien el efecto es difícil de aislar, parte relevante de esta contracción respondió al avance de la gripe A.

En este marco nos vemos obligados a recortar nuestra proyección de PBI para 2020, pasando de una contracción de 1,3% a una de 2% con riesgo a la baja si las restricciones de circulación/cuarentena se profundizan. Asimismo, creemos que la caída en los precios internacionales y las depreciaciones de nuestros principales socios comerciales ayudarán a reducir la inflación local siempre que no se produzca un nuevo salto del dólar oficial (lo cual ocurriría en un escenario de default). Pese a que el desplome en el precio del petróleo paraliza la actividad local en el sector, ayudará a contener los aumentos en tarifas y combustibles. En este marco nuestra proyección de inflación para el año pasa de 37,5% a 35%.

En la medida que nuevos eventos se desarrollen y estos afecten nuestro esquema de proyecciones volveremos a comunicarnos. Como todos los meses, a comienzos de abril se enviará el Tablero de Proyecciones de Corto Plazo (2020-2021) y la próxima semana se pondrá a disposición el Tablero de Proyecciones de Largo Plazo (2020-2025). Quedamos a disposición por cualquier duda relacionada.

Jubilados: ¿aumento o ajuste?

¿Cuánto aumentarán las jubilaciones?

El último viernes el gobierno de Alberto Fernández decretó un aumento en las jubilaciones que tendrá efecto desde el próximo marzo. Para algunos, el aumento fue un ajuste sobre un sector vulnerable al que se le había prometido mucho durante la campaña. Para otros fue, no solo justo desde un punto de vista distributivo, sino parte de una nueva estrategia que, integralmente, no puede considerarse un ajuste. ¿Cuánto de cierto hay en estas posiciones aparentemente antagónicas?

La definición fue que cada beneficio aumente solo 2.3% y al valor resultante se le agregue una suma fija de $1.500. De esta manera, un jubilado con la mínima vería aumentar su prestación en 13%, mientras que aquellos que cobran más de $16.200 perderían con el cambio. En promedio, el aumento llegaría a 9,2%, algo por debajo del 11.6% que hubieran aumentado de haber mantenido la formula de movilidad previa. Al mismo tiempo, la distribución cambia, achicándose la diferencia entre la prestación mínima y la media (pasó de ser 55% superior a 50%).

Con estos números sobre la mesa se entienden algo mejor las distintas posturas. Aquellos más preocupados por la distribución ponderaron el uso más progresivo de los fondos, mientras que otros entienden que, dado que el promedio es menor a lo que hubiera sido con la antigua formula de movilidad, hay innegablemente un ajuste.

¿Cómo varió el ingreso real de los jubilados?

Sabemos como evolucionaron los ingresos de los jubilados, pero poco sabemos qué pasó en estos últimos meses con la inflación que sufren. Dado que las pautas de consumo de los adultos mayores son significativamente distintas a las del promedio (mayor gasto en medicamentos y alimentos y menos en entretenimiento y educación, por ejemplo) y que los precios lejos estuvieron de aumentar homogéneamente en estos meses, sabemos que el ingreso real varió de forma distinta a la del resto de la población, pero ¿cuánto?

Tomando los datos del IPC Ecolatina y los de la Encuesta de Gastos de los Hogares elaborada por INDEC podemos calcular el aumento de precios de la canasta de los adultos mayores. Se observa que en un jubilado que cobra la mínima recuperó parcialmente lo perdido en 2019, pero su poder de compra continúa 13% por debajo del observado a fines de 2017, mientras que uno que cobra el promedio se mantiene 15% por debajo y uno que cobra 4 veces la mínima 18%.

¿Fue un ajuste fiscal?

Nuevamente las posturas se contradicen. Dado que el aumento promedio otorgado fue inferior al que hubiera surgido de aplicar la formula previa, hay un ahorro fiscal cercano a los $3.500 millones por mes ($3.400 si contamos el resto de las prestaciones sociales, como AUH, las cuales sí aumentaron 13%), el cual se ampliaría si a partir de junio se aplica una fórmula de movilidad similar a la anterior. De hecho, entre marzo y diciembre el ahorro llegaría a $40.000 millones, 0,1% del PBI. Ahora bien, ese ahorro no compensa el gasto extra que implicaron los bonos otorgados en diciembre de 2019 y enero de este año.

En ese marco, ambas posturas son razonables. Sí hubo un ajuste que dejará un arrastre para los próximos meses y posiblemente años, pero también es cierto que el gobierno no gastará menos de lo que hubiera gastado de haber mantenido la fórmula anterior.

En suma, se logró darle más progresividad al gasto previsional, a costa de atentar contra la institucionalidad (seguramente comenzarán a abrirse juicios durante los próximos meses) y sin lograr un ahorro fiscal significativo, al menos hasta el próximo año.

El impacto en precios de la eliminación del IVA

¿Por qué se tomó la medida?

Luego de la derrota electoral sufrida el 11 de agosto el gobierno decidió instrumentar un paquete de medidas. Reducción de impuestos laborales para empleados en relación de dependencia y monotributistas, aumento de transferencias sociales, ayuda para familias con créditos UVA y reducción de IVA a productos de la canasta básica fueron pilares importantes de este paquete de ayuda. Nadie entendió que este set de medidas fuera suficiente para compensar la caída de ingresos reales que comenzó luego de las elecciones primarias y continuará durante los próximos meses, pero algunos fueron un poco más allá.
Preocupados por el efecto fiscal sobre la Nación y especialmente las provincias y convencidos de que la quita del IVA no tendría efectos sobre los precios a los que se venderían los productos, distintos voceros y sectores sociales hicieron foco en la ineficacia de este tipo de medidas y la posibilidad de que los precios afectados por la quita del IVA no bajaran. La idea de que el relevante esfuerzo fiscal asociado no hiciera otra cosa que darle aire a los comercios sin mejorar la situación del electorado fue vista como una señal de alerta. Tres semanas después de que la medida se instrumentara estamos en condiciones de analizar el efecto que efectivamente tuvo sobre el nivel de precios.

¿Tuvo efecto?

Desde hace más de una década Ecolatina realiza un IPC propio. A partir de los precios que lo componen podemos analizar el comportamiento de un amplio set de productos. Tomemos los bienes de consumo masivo (alimentos y bebidas, artículos para el hogar y artículos de cuidado personal) vendidos en cadenas de supermercados. El promedio simple de variaciones para este set de productos entre la primera quincena de julio y mismo periodo de agosto fue 1,3%, claramente por debajo del periodo pasado (se observaba un lento proceso de desinflación). Recordemos que la primera parte de agosto mostraba una inflación cercana al 2% en un contexto de calma cambiaria. El resultado de las elecciones cambió este panorama. Durante la segunda quincena de agosto estos precios crecieron 5,2% en promedio, pero ¿qué pasó con los precios alcanzados con la quita del IVA?
En el siguiente gráfico podemos ver la variación de precios de distintos grupos de productos. En verde están marcados aquellos a los que el gobierno les quitó el IVA. Se puede ver también la variación que esos grupos mostraron durante la primer quincena. Se observa que de los diez grupos que mostraron deflación durante la segunda quincena del mes nueve responden a aquellos beneficiados por la quita del IVA. Al mismo tiempo, prácticamente todos los grupos que desaceleraron su variación respecto a la primer quincena fueron grupos alcanzados por la medida, mientras que el resto se aceleró. Dentro de aquellos afectados solo harina de trigo y yogur muestran aumentos significativos. En el primer caso, el salto cambiario arrastró al precio del trigo (bien dolarizado) y por lo tanto de la harina, es por esto que el aumento, si bien significativo, es menor al que se hubiera registrado si la medida no se hubiera llevado adelante.

Si tomamos el promedio de variaciones entre aquellos grupos afectados por la medida el efecto es todavía más claro. Mientras que los primeros registraron una deflación promedio de casi un punto porcentual, los segundos sufrieron un crecimiento superior al 7%.

Si bien el impacto de la medida fue positivo en las distintas cadenas de supermercados relevadas, no fue así para el canal tradicional (autoservicios y almacenes). En estos comercios no se observó una reducción en ninguno de los grupos relevados, lo cual implica que estos comercios aprovecharon el crédito fiscal para recomponer márgenes en un contexto de ventas muy deprimidas.
Tengamos en cuenta que la medida se tomó en una quincena en la que el tipo de cambio aumentó más de 20%, por lo que la reducción de precios nominales implicó una importante reducción del precio relativo de estos productos. En este marco, podemos considerar que la medida fue exitosa en su objetivo de compensar parcialmente la degradación de ingresos reales que sufrió buena parte de la población. Dado que la misma se aplicó sobre bienes de primera necesidad que hacen a buena parte de la estructura de consumo de las familias más vulnerables, es necesario plantear la posibilidad de continuar con la misma en la medida que el espacio fiscal así lo permita.

El péndulo de la tasa de interés

Construir moneda sin ahogar la producción, una deuda histórica

El que menos crece, el que más inflación tiene, el que más recesiones vivió, el de mayor pass through, el de mayor deuda en dólares como porcentaje de deuda total, etc. Argentina es, en términos económicos, un “outlier”, un valor extremo, una excepción. No sería correcto intentar explicar todas estas “maldiciones” en base a un único argumento, pero detrás de buena parte de estas particularidades se esconde, entre muchas otras cosas, el hecho de que el argentino no confía en su moneda. Razones no le faltan.
Imaginemos un argentino de 65 años que ahorró toda su vida en algún instrumento en pesos. A los 35 años la hiperinflación le quito valor casi por completo a sus primeros ahorros y lo que quedó fue parte del canje compulsivo que significó el plan BONEX. Diez años después, lo ahorrado durante la convertibilidad quedó dentro de los limites del corralito y el salto cambiario y posterior aceleración inflacionaria le quitó poder de compra a ese inmovilizado ahorro. Una vez superado ese episodio y durante los últimos quince años las tasas de interés que recibió por lo que quedaba de sus ahorros fue sistemática y significativamente menor a la inflación. Es decir, haber ahorrado en pesos fue una pésima decisión financiera, lo cual explica el poco apego del argentino promedio a su propia moneda.
Si los argentinos demandaran su moneda como una herramienta de ahorro pensarían en pesos, valuarían sus bienes en pesos y dejarían de tomar decisiones basados en la evolución del tipo de cambio. De esta manera desacoplarían la evolución de la inflación y la depreciación de la moneda, como sucede en la mayoría de los países de la región. Al mismo tiempo, demandar la moneda local generaría un mercado de crédito mucho más amplio que el que actualmente tenemos, posibilitando que las empresas se endeuden para financiar inversiones y, más importante en el actual contexto, el gobierno logre endeudarse en pesos a mediano plazo y no deba hacerlo en moneda extranjera. Estas son solo dos externalidades positivas de una lista mucho más larga.
Es razonable que el peso no sea una moneda confiable para los argentinos. ¿Cuáles son los incentivos de los agentes económicos locales para demandar su propia moneda? Los bienes están nominados en pesos, pero la “demanda transaccional” no es suficiente para darle valor a una moneda. Se necesita que esta pueda mantener su valor en el tiempo o por lo menos que la retribución por prestarla (la tasa de interés) sea mayor a su desvalorización (la inflación), es decir, que la tasa de interés real sea positiva. En el caso de Argentina, lo normal es que esto no suceda.
En el siguiente gráfico se puede apreciar la tasa de interés real (entendida como la tasa real de un plazo fijo a 30 días anualizada) en Argentina y en Chile. El comportamiento es evidente. En Chile durante el 70% de los últimos 30 años la tasa fue positiva y no hubo periodos largos con tasas sistemáticamente negativas ni meses puntuales con niveles demasiado bajos. Como se observa en el gráfico, desde mediados de la década de 1990 y hasta comienzos de los 2000 la tasa es casi continuamente positiva.

La historia de Argentina fue distinta. Solo logramos sostener tasas positivas durante la convertibilidad, al mismo tiempo que incubábamos problemas mucho graves. Una vez superada la crisis de 2001 las tasas se volvieron claramente negativas llegando a mostrar mínimos de -40% real. Aquel que puso un plazo fijo por $100 a comienzos de ese año y lo renovó mes a mes perdió 74% del valor real de su inversión, si lo hubiera hecho en Chile disfrutaría de una ganancia de 13%. La diferencia es sustancial.
¿Cómo se explica que el actual gobierno, que se manifestó en muchas ocasiones como un defensor de las tasas de interés positivas, no haya podido revertir la situación?
La clave está en la diferencia entre la tasa real observada (ex post) y la que se esperaba en el momento de armar el plazo fijo (ex ante). Imaginen que a un individuo se le ofrece una tasa que mensualmente paga 2% de interés nominal, es razonable pensar que aceptará la oferta si cree que la inflación estará debajo de ese valor, pero si la inflación que él esperaba (ex ante) resulta menor que la inflación observada (ex post) la tasa será negativa. Dado que durante los últimos años la inflación sistemáticamente sorprendió por lo alto, la tasa observada terminó siendo negativa.
Este pasaje desde la ilusión al desencanto no es gratuito. Los agentes, habiendo sido decepcionados durante los últimos años, exigen tasas más altas para asegurarse que esta vez será diferente y que le ganarán a la inflación, más aún en un contexto de incertidumbre electoral como el actual.

Se necesitan tasas positivas, pero no tan altas

La tasa de interés real de julio (usando la inflación que arroja el IPC Ecolatina, 2,4%) fue cercana al 11% anualizada y creciendo en relación al 9% de junio al 5% de mayo o al -3% de abril. En la medida que la inflación vaya desacelerando es probable que la tasa real continúe creciendo. Recién bajaría de forma significativa luego de las elecciones y solo en la medida que el mercado crea en el equipo económico.

El próximo gobierno deberá buscar un equilibrio que pocas veces se encontró en los últimos 30 años. Argentina necesita confiar en su moneda y para eso deberá generar incentivos. Luego de décadas de desconfianza estos incentivos deberán ser significativos y es por esto que la tasa real debería ser claramente positiva, pero al mismo tiempo, no debería ahogar al entramado productivo en un contexto que posiblemente sea complejo. Es decir, no debería caer en la tasa real de 6,1% promedio de la convertibilidad, ni en el -7,2% del periodo 2003-2019. Encontrar este equilibrio es tan necesario como complejo, especialmente para un país más acostumbrado a virar de un extremo a extremo que a la sintonía fina.