La deuda pública alcanzó el 102% del PBI en el primer trimestre del año

Los pasivos del Estado Nacional fueron, al término del primer trimestre del año, más de USD 335.000 millones. Este monto alcanzó el 102% del PBI, lo que implica que la deuda equivale a algo más que toda la producción de bienes y servicios que genera anualmente nuestro país. Alternativamente, representan 6 años de exportaciones. El ratio de deuda como porcentaje del PBI creció 13 p.p. en relación con el primer trimestre del 2020, a pesar de la reestructuración realizada en ese lapso. ¿Por qué fue así?

En primer lugar, debemos hablar del denominador: la actividad económica (promedio de los 4 trimestres anteriores) cayó 8% en ese período. De esta forma, una deuda de la misma magnitud habría crecido en relación con una producción declinante. Para peor, el tipo de cambio creció 3 puntos por encima de los precios internos en este lapso, agravando la caída del PBI en dólares. Considerando que más de tres cuartas partes de los pasivos son en moneda extranjera, y que la producción se mide en pesos, una suba del dólar por encima de la inflación eleva el peso de la deuda sobre los ingresos domésticos. Esta inflación, aunque elevada, tampoco cumplió el rol de licuar las obligaciones del fisco, ya que apenas el 11% de la deuda está denominada en moneda local sin ajuste por inflación.

Pero, además, el monto en dólares de lo que debemos aumentó un 4% en el mismo lapso (pasando de USD 324.000 millones en marzo de 2020 a los USD 335.000 millones actuales). Esta combinación de factores hizo que el peso de la deuda trepara por encima de la producción anual.

El aumento de los pasivos se debió en partes iguales al aumento de la deuda de corto y la de largo plazo. Dentro de los pasivos de largo aliento, se destacan los títulos públicos, que aumentaron USD 16.000 millones, impulsados por el segmento de deuda denominada en moneda extranjera y también por aquella denominada en CER -en pesos con ajuste por inflación-. La primera de éstas tuvo un alza con el canje de instrumentos realizado en septiembre (es menester recordar que el objetivo de este no fue reducir los pasivos, sino extender los vencimientos). De esta forma, en dicho mes, los títulos denominados en moneda extranjera crecieron USD 4.500 millones. Por el lado de los títulos atados a la inflación, el incremento se dio mayormente en los BONCER, y tuvo que ver con el avance de su valuación y con nuevas colocaciones realizadas previo a la reestructuración. Por otro lado, las Letras en dólares (LETEs) se redujeron en USD 8.600 millones, pero los préstamos crecieron en casi USD 2.400 millones, mayormente por la suba del DEG que encarece nuestra deuda con el FMI. En lo que hace a los pasivos de corto plazo, la suba de títulos y letras en pesos impulsaron estas acreencias (treparon USD 3.000 millones cada uno).

Aunque la deuda con el sector privado es abundante, nuestro escenario más probable es que Argentina no incurra en un default de sus títulos en el corto plazo. Esto se debe a que, por la mencionada reestructuración, los pagos por bonos en moneda extranjera son acotados en el horizonte inmediato. Estos recién se incrementan en 2025, cuando se ubican cerca de los USD 10.000 millones anuales. Hasta entonces, cada año son menores a los USD 5.000 millones, la mitad de las Reservas netas actuales. Por el contrario, el tipo de deuda que sí será exigente de cumplir en el futuro cercano es aquella con el FMI: de no alcanzarse un nuevo acuerdo, nuestro país deberá pagarle a este organismo más de USD 38.000 millones entre 2022 y 2023, lo cuál no es posible (implicaría más de 4 veces y media nuestras reservas netas actuales).

Así, el gran desafío de la deuda consiste en la negociación con este único acreedor. Si esta se destrabara, podríamos esperar un alivio en la necesidad de financiamiento por el próximo lustro. Por el contrario, si un acuerdo no se alcanza antes de marzo del año próximo, podría ocurrir una muy importante sangría de divisas, drenando las reservas del BCRA y provocando tensiones muy relevantes en el frente cambiario. Por este motivo, el acuerdo es la salida más probable.

Más salario, más actividad y más inflación: el nuevo equilibrio del Gobierno

Hace varios años que la economía argentina enfrenta dos grandes problemas: una actividad que no crece y una inflación que no baja. Más allá de cuáles sean las causas, por qué pasa esto y cómo podría mejorarse, estas son las formas de manifestación.

A principios de año, el Gobierno parecía enfocarse en el segundo de los desafíos. Confiado en que la demanda se recuperaría luego de un año de pandemia y esperanzado por el buen cierre del 2020, el Poder Ejecutivo priorizó desacelerar la suba de precios por sobre impulsar la recuperación de las variables reales. En este esquema se entienden el cierre de paritarias en sintonía con el 29% objetivo de inflación anual del Presupuesto y la moderación fiscal de la primera parte del año.

Sin embargo, las cosas no salieron tal como lo previsto. La inflación fue mucho mayor a la esperada, en tanto el rebote de la actividad fue revirtiéndose conforme pasaban los meses. Preocupado por esta situación, el equipo económico cambió su orden de prelación: para el segundo semestre, buscará impulsar la demanda, aun cuando esto implique convalidar una mayor inflación. Si bien este cambio podía intuirse, el giro quedó claro con el reciente impulso a la reapertura de paritarias. Con este anuncio, se explicitó el nuevo equilibrio apuntado desde el Gobierno: mayores salarios en busca de un mayor consumo, pero al costo de una mayor inflación.

Entre 2018 y 2020, el poder adquisitivo de los trabajadores registrados cayó más de 20%. En la primera mitad de 2021, esta variable habría caído otro 1,5%, acumulando 22% de retroceso en los últimos 36 meses. Considerando que 3 de cada 4 pesos que nuestro PBI se explican por el consumo, la relación entre el salario real y el nivel de actividad es fundamental. Por lo tanto, su recuperación es condición necesaria para que las ventas mejoren en la segunda parte del año, y de ahí la temprana reapertura de las negociaciones colectivas.

Además del salario, el nivel de empleo es la otra variable determinante para explicar la dinámica del consumo. En 2020, pandemia y cuarentena mediante, se destruyeron 1 de cada 10 puestos de trabajo en nuestro país. Aunque en 2021 no se recuperaría todo lo perdido, sí habría un rebote importante de este indicador, concentrado en la segunda mitad del año. Por lo tanto, la economía también tendría un impulso por esta vía.

A la vez, la actividad tendría otros tres motores adicionales. En primer lugar, el gasto público aumentaría en los próximos meses, alentado por el buen resultado del primer semestre y por las elecciones que se acercan. Por su parte, el proceso de vacunación contra el Coronavirus pareciera avanzar cada vez más rápido, permitiendo relajar las restricciones a la oferta y fortalecer la demanda. Por último, la economía brasileña está mejorando sistemáticamente sus proyecciones de crecimiento, traccionando así sus importaciones, o sea, nuestras exportaciones. Resultado de estos factores, la producción tendría una buena segunda mitad del año, y la realidad se acomodaría un poco más a lo que quiere el oficialismo.

Ahora bien, no todo será color de rosas. Si bien el dólar oficial seguiría avanzando muy lentamente en los próximos meses -al menos, hasta noviembre- y las tarifas de servicios públicos harían lo propio, la reapertura de paritarias tendrá un efecto sobre el nivel general de precios. Según el último Relevamiento de Expectativas de Mercado del Banco Central, la inflación pasaría de un promedio de 4% mensual entre enero y junio a otro de 2,8% entre julio y diciembre. En términos anualizados, esto implicaría pasar de una inflación del 60% a otra del 40%. Por lo tanto, aunque la suba de precios bajaría en el corto plazo, seguiría en niveles muy elevados, tan incompatibles con el normal funcionamiento de la economía como lejos de los objetivos oficiales.

Considerando el mal arranque del año en materia de precios, el Gobierno está intentando hacer del defecto virtud y aprovechar el envión inflacionario para reabrir paritarias y lograr que el poder adquisitivo tenga su mejor semestre desde 2017 -comparado contra el pasado reciente, no en valores absolutos donde seguirá por debajo incluso de 2019-. De esta manera, el consumo podría recuperarse y la economía real también tendría su mejor momento de los últimos años. Las elecciones traen buena suerte.

No obstante, porque es difícil cerrar una nota sobre economía argentina de manera optimista, vale decir que esta recuperación se volvería insostenible por su propio peso. Con más inflación, el atraso cambiario y tarifario, que entre otras cosas serán fundamentales para explicar la recuperación de salario real, se volverán más difíciles de sostener. En este marco, habría que corregirlos, como máximo, a comienzo del 2022 -casualmente, cuando llegará el acuerdo con el FMI-. Por lo tanto, si no hay mal que dure cien años, tampoco hay alegría que dure seis meses. Al menos por ahora.

 

La presente nota fue publicada en el diario ElDiarioAR el 11/07/2021.

Argentina: del granero del mundo a la falta de rumbo

Nuestro país sufre recurrentemente de crisis cambiarias motivadas por la escasez de divisas. Este problema se debe, en parte, a la indefinición de nuestras políticas sobre el tipo de estructura productiva que necesitamos. En qué actividades debemos especializarnos es un interrogante estrechamente vinculado con cómo fomentar exportaciones que nutran nuestra balanza de pagos y alivien la restricción externa.

Nuestro país transitó el camino a la globalización como proveedor de materias primas agrícolas. A medida que la población se incrementaba y la demanda internacional de commodities sufría vaivenes, apareció también un incipiente tejido industrial, principalmente para proveer y emplear a los argentinos. Luego, el “granero del mundo” fue dejando espacio, desde fines de los años cuarenta, a la exportación de productos de la ganadería (carnes, lanas y cueros). Actualmente, las ventas argentinas al exterior se componen principalmente de soja, trigo, maíz y sus derivados (aceite, harina, pellets y biocombustibles), aunque también exportamos productos de la industria automotriz (pick-ups y utilitarios), algo de petróleo y, en menor medida, carne y minerales.

El estancamiento y declive de las ventas al exterior lleva más de una década, e impide crecer de manera sostenida sin sufrir la escasez de divisas (los dólares son necesarios para comprar insumos y bienes finales del exterior en dicho proceso). Entre otros factores, este hecho indiscutible puede asociarse a los bruscos cambios de las políticas macro y microeconómicas tomadas por distintos gobiernos. Así, cuál debe ser nuestra inserción internacional es una discusión que sigue abierta, y que volvió a ponerse sobre la mesa con las recientes prohibiciones a algunas actividades, potenciales proveedoras de divisas. Entonces, qué podemos vender al resto del mundo?

Una primera pregunta al respecto es si podemos prescindir de la manufactura y vivir de los recursos naturales. Sin embargo, una indagación más exhaustiva nos dice que esto no es posible: a pesar de contar con diversos climas, una importante superficie fértil para el cultivo, reservas de agua, petróleo y minerales, Argentina se ubica en el puesto 47 de riqueza natural per cápita sobre un total de 141 países, según las estimaciones del Banco Mundial. La distancia con quienes que encabezan dicho ranking es abismal: Qatar tienen 40 veces más capital natural por habitante que nosotros, y hay otros diez países que nos cuadruplican. Esto nos brinda una idea de la magnitud de la brecha en disponibilidad de recursos. Incluso, poseemos 71% menos riqueza natural que Chile y 56% menos que Brasil, países comparables de la región. Si en lugar del stock observamos las rentas por habitante que los países obtienen de sus recursos naturales (el flujo anual de dólares generado por los mismos), nos encontramos en el puesto número 46 de 182. Nuevamente “de mitad de tabla para arriba”, pero lejos del podio.

Al observar los primeros 20 países de cada uno de estos rankings, encontramos que son, casi en su totalidad, potencias petroleras (Kuwait, Qatar, Emiratos Árabes y Arabia Saudita, por nombrar sólo algunos). Las excepciones a esta norma exportan mineral de hierro (Australia), oro (Surinam y Guyana), cobre (Chile) y carbón (Mongolia). Adicionalmente, muchos de estos países complementan la ventaja que les da la tenencia de un recurso clave con la producción de otros, como la industria automotriz que Canadá combina con sus yacimientos petrolíferos o la producción de pescado (disparadora de la polémica en nuestro país) en Noruega y Chile, quienes exportan principalmente petróleo y cobre. Las posibilidades para Argentina de insertarse en este selecto grupo están, como vimos, limitadas.

Entonces, ¿qué alternativas tenemos?

Países comparables al nuestro (no insulares de ingreso medio-alto y sin tanta disponibilidad de recursos naturales) en muchos casos exportan petróleo en grandes cantidades (Colombia, Ecuador, Brasil y Bulgaria), a pesar de no contar con un stock tan importante de este recurso. Si bien hoy nuestra balanza comercial de gas y petróleo es neutra, las inversiones en Vaca Muerta permiten pensar que podríamos crecer en este rubro, pero no lo suficiente como para descansar en él como único proveedor de dólares para el funcionamiento de la economía. Otros de estos países explotan la disponibilidad de algún mineral. Dejando de lado el caso de Chile, también Perú, Armenia y Bulgaria disponen de cobre; Colombia exporta carbón y oro; y Bolivia y Sudáfrica también realizan envíos de este último. Otros basan sus ventas en la industria automotriz (como México, Turquía y Rumania, entre otros), farmacéutica (Bulgaria) u otras (de calzado en Albania).

Particularmente, en nuestra región, algunos países vecinos aprovechan actividades que Argentina deja de lado: Uruguay y Paraguay son grandes exportadores de carnes, cuyas ventas hoy están limitadas parcialmente en nuestro país. Al mismo tiempo, Ecuador y Chile son grandes exportadores de pescado, la producción que dio lugar a la discusión actual, cuando algunos días atrás la Legislatura de Tierra del Fuego prohibió la cría de salmones en aguas provinciales, motivada principalmente por los costos ambientales de dicha producción. La controversia surgió por la resignación de los beneficios económicos (producción, exportaciones y empleo) que habría traído dicha actividad. Para entender la magnitud potencial de la misma, resalta que el país trasandino recibe más dólares anuales por la exportación de salmón que nosotros por todo el complejo bovino (carnes, cueros y lácteos). Por lo tanto, podríamos afirmar que, sin descuidar las regulaciones necesarias en materia ecológica, un país que sufre de recurrentes crisis cambiarias difícilmente pueda darse el lujo de despreciar actividades que proveen tantos dólares.

Hoy en día, la producción de alimentos y bebidas es uno de los rubros que más exportaciones brinda (principalmente, por la vía de los cultivos), pero tiene aún potencial para seguir creciendo. Algunas propuestas en este sentido serían promover la producción de pescado -de forma ecológicamente sustentable-, la carne bovina y porcina (hay un plan para casi duplicar la producción de cerdos en la próxima década) y los vinos y frutas, entre otros. De este modo, no solo engrosaríamos el flujo de divisas, sino que también reduciríamos la volatilidad en estos ingresos asociada a los precios internacionales de los commodities. Adicionalmente, otras industrias (como la automotriz o la química) pueden potencialmente competir con sus productos en el exterior, principalmente aprovechando la protección que el Mercosur brinda en nuestra región, pero también expandiéndose a otros países. Actualmente, se envían vehículos a otros destinos como México, Australia y Europa. La exploración de nuevos mercados para nuestros bienes manufacturados llevó recientemente a impulsar la producción de cannabis medicinal, cáñamo industrial y baterías de litio, con la intención de exportar estos productos.

Por fuera de la venta al exterior de bienes, nuestro país tiene un importante potencial en la producción y exportación de servicios. Destacan entre estos aquellos basados en el conocimiento: servicios empresariales, producción audiovisual, diseño gráfico y software son producciones posibles para nuestro país, ya que cuenta con alta calificación profesional y salarios bajos, y pueden venderse fácilmente al exterior. Además, el turismo receptivo es una actividad que puede proveer tanto divisas como empleo. Aunque la pandemia viene retrasando su reactivación (en el primer trimestre del 2021, los ingresos de dólares por transporte y viajes fueron 83% menores a los del mismo lapso de 2019), los atractivos turísticos de Argentina hacen que éste sea un rubro para desarrollar.

En conclusión, la dotación de recursos que nos dio la naturaleza no es suficiente para desarrollarnos únicamente en base a ellos y así ‘salvar’ el frente externo. Por esto, la estrategia de crecimiento no puede prescindir de los bienes primarios, pero tampoco depender de ellos. Si hay consenso en que se deben incrementar las exportaciones, es necesario que éstas se diversifiquen y abarquen a otras actividades productivas. Delinear cuáles y realizar políticas sostenidas y sostenibles para ellas es el desafío pendiente. Nunca es tarde para empezar.

Un segundo semestre cargado de presiones cambiarias: ¿cómo operar en consecuencia?

Históricamente, el segundo semestre suele presentar mayores tensiones cambiarias, principalmente por motivos estacionales (el fin de la cosecha gruesa y con ello la oferta de divisas por parte de la agroindustria) pero, también, por motivos específicos de años electorales (dolarización de carteras ante la incertidumbre político-económica habitual de los comicios) y relajamiento de las metas fiscales y monetarias. Y el segundo semestre del 2021 no será la excepción en esta materia.

¿Qué colchones y qué cuentas pendientes nos dejó el primer semestre?

Por un lado, el principal punto a destacar a favor de la frágil estrategia electoral es un factor exógeno: el agro liquidó USD 16,7 MM acumulado a junio (la mayor cifra para igual período desde que se tienen estadísticas del 2003). Regulaciones e intervenciones mediante, semejante cosecha (propiciada por términos de intercambio sumamente favorables gracias al rally de los commodities) le permitió al BCRA recomponer Reservas Netas (+60% YTD), acumulando 8 de cada 10 dólares que compró entre marzo y mayo.

No obstante, el viento de cola externo se chocó con una aceleración inflacionaria brutal del primer semestre (rondaría el 25% y superó el 60% anualizado en los primeros 4 meses) que modificó la estrategia cambiaria. Mientras que a comienzos de año el Banco Central mantenía un crawling peg que se codeaba con la inflación del mes, en los últimos dos meses el tipo de cambio mayorista corrió muy por detrás de la inflación (+2,3% vs una inflación que superaría cómodamente el 6%) y camina lentamente a un 12,5% anualizado (promedio de las últimas 20 ruedas).

A su vez, el ritmo de compras del Banco Central en el mercado de cambios se redujo drásticamente en las últimas ruedas, con una posición prácticamente neutra en 5 de las últimas 10. Mientras que en junio compró más de USD 600M (contra USD 5.000M entre marzo y mayo), el dato más preocupante es que tan solo 3 de cada 20 de estos dólares fueron a parar a las Reservas Netas. No obstante, dado que el anclaje del tipo de cambio en conjunto con el atraso tarifario serán los únicos soportes para una inflación descontrolada en el primer semestre, el Banco Central mantendrá la estrategia cambiaria actual, por lo menos, hasta las elecciones (de poder hacerlo). En este contexto, la probabilidad de un salto discreto del tipo de cambio oficial es baja en los próximos meses: a contracara, aumenta la probabilidad de devaluación futura.

¿Cómo operar en consecuencia?

Tres puntos importantes para mencionar.

En primer lugar, y el más importante de todos, se da en el plano cambiario-financiero. Excepto por las pocas presiones cambiarias que logren materializarse en el mercado oficial (atento a las fuertes restricciones de acceso al MULC para productos, y el prácticamente nulo acceso al MULC para servicios y otros conceptos), el resto se canalizarán (crecientemente, como ya lo anticipamos) a los dólares financieros/paralelo. Un avant-premiere de las tensiones financieras fue junio, con una disparada del dólar blue y con tensiones en el “contado con liqui” que fueron transitoriamente disipadas vía pedidos de la CNV a determinadas ALyCs para trasladarlas al SENEBI (operatoria bilateral, no transparente, no garantizada, y que no figura en la estadística de volumen operado). Debemos tener en cuenta que el CCL (AL30) se encuentra un 3,5% por encima de su nivel promedio de octubre 2020 y el MEP un 8,1%. ¿El blue? Se ubica un 5% por debajo nominal de su valor promedio de octubre. Considerando que la inflación habría avanzado un 35% entre dicho mes y junio, si traemos a precios actuales los promedios de octubre de estos tipos de cambio, deberíamos ver un MEP, CCL y Blue en torno a los $200, $215 y $230 respectivamente. Los valores actuales de los dólares financieros son una clara oportunidad de compra para quienes tengan la oportunidad de dolarizar. Sobre todo, considerando los esquemas de pagos de servicios de manera local en pesos, como forma de descomprimir las deudas por servicios y royalties al exterior, y bajar la caja en pesos, así como el pago de dividendos de manera local a los accionistas.

En segundo lugar, la estrategia cambiaria oficial seguramente logre una reducción artificial de la inflación en los próximos meses respecto a los muy elevados niveles de comienzos de año. No vemos atractivo en el tramo corto de la curva CER y, menos aún, en el T2V1 (bono dólar linked con vencimiento en noviembre). Para posiciones con vencimiento pre-electoral vemos atractivos los instrumentos de tasa fija que seguramente logren batir a la inflación y sean un buen activo para la tesorería de corto (aunque probablemente no a la evolución del CCL: para ello se puede pensar en una cuasi cobertura con Cedears, a comentar luego). En tercer lugar, con relación a la cobertura cambiaria con bonos, el T2V2 (con vencimiento en noviembre 2022) es el instrumento ideal para tomar en el mediano plazo, aunque el TV22 (con vencimiento en abril 2022) podría captar variaciones del tipo de cambio que se den luego de las elecciones o en la antesala del acuerdo con el FMI (que todo parecería indicar que se pospondría a marzo 2022).

Por último, reflejo de las mayores tensiones cambiarias del mes y que se avecinarán en las próximas semanas, la brecha cambiaria promedio (75%) se encuentra en los niveles más altos desde comienzos de enero 2021, cuando a diferencia el BCRA depreciaba por aquel entonces el tipo de cambio oficial a un ritmo anualizado del 60% mientras que ahora lo hace a uno menor al 13% (y con mayores intervenciones/regulaciones mediante). El dato a destacar de la semana fue la fuerte compresión del spread entre el MEP y el CCL (cerraron al viernes a igual paridad e igual brecha) lo cual nos invita a dolarizar vía dólar cable sin una prima adicional en la operatoria de bonos en dólares por realizar dólar cable respecto al MEP.

* El presente artículo es un extracto del Informe Financiero Semanal, exclusivo para suscriptores del Módulo Financiero de Ecolatina.

Disclaimer: El presente artículo es elaborado específicamente para su beneficio y no trae aparejado ningún tipo de derecho de autor más que el perteneciente a Latinconsult S.A. (Ecolatina), registrada en Buenos Aires, Argentina. Ni el documento, ni cualquiera de sus contenidos, pueden ser distribuidos, reproducidos o utilizados de cualquier manera sin el previo consentimiento por escrito por parte de Ecolatina. La información presente en el documento refleja condiciones preexistentes del mercado y el análisis de Ecolatina al día de la fecha de publicación del documento. Tanto la información como los análisis se encuentran sujetos a cambios. El documento tiene un fin exclusivamente informativo y no debe ser considerado como una indicación ni recomendación de hacer ni de no hacer, así como tampoco como una promesa de resultados presentes ni futuros. La información y las opiniones presentes en el documento fueron compiladas o extraídas de fuentes aparentemente confiables sin ningún tipo de verificación independiente. La información y las opiniones que se encuentran en el documento son indicativas y para fines meramente informativos. Ni Ecolatina, ni sus socios, ni sus empleados son responsables por cualquier tipo de error, omisión, ni por los resultados obtenidos a partir del uso que usted realice de la información. El documento no es una oferta, invitación ni recomendación de transacción. El documento no debe ser la base ni la garantía en conexión con ningún tipo de contrato ni compromiso. Antes de tomar cualquier tipo de decisión basada en la información contenida en el presente documento, usted debe consultar con un profesional de Ecolatina.

 

Anestesia, túnel y salida, las tres etapas de 2021

Los datos carentes de contextualización pueden desorientar el pensamiento. La big data fascina y, al mismo tiempo, encandila. ¿Por qué si la economía de la Argentina tuvo un extraordinario e histórico crecimiento del 28% en abril no hay ningún tipo de algarabía en la calle? ¿Cómo se explica que en simultáneo el Índice de Confianza de los Consumidores haya estado desde hace 3 meses con valores de 34/35 puntos en la zona de mínimos históricos (2018/2019, 2014, 2001/2002)? Eso indica claramente retracción y temor a gastar. ¿La sociedad no está viendo lo que ocurre o, por el contrario, lo que sucede no llega a modificar sus percepciones? Para la subjetividad propia de la condición humana, realidad es igual a percepción.

La pregunta que hoy gana agenda es: ¿vamos bien o vamos mal? Y su correlato político: ¿de qué modo impactaría una potencial mejora del consumo, si la hubiera, en el proceso electoral?

Leer e interpretar los números de 2021 es intrincado, engorroso y hasta engañoso. Comparan contra 2020, un año en el que la pandemia más la cuarentena desarticularon por completo la vida y, por ende, “patearon el tablero” del consumo. Todas las conductas se alteraron. La economía cotidiana “enloqueció” como nunca lo había hecho antes. Ni siquiera en 2002.

No se puede entender este año sin comprender profundamente el anterior. Son indisociables. Acorde con la conceptualización de Sil Almada, la directora de Almatrends, nuestro Lab de tendencias, conforman un “unitiempo”. Es decir, un período único que se enmarca en la lógica del “hábitat viral”. En el marco de ese ecosistema se rompió la dimensión temporal. Ahora hay que analizar el devenir dentro de ese gran “todo”, donde el que pone el ritmo es el virus. En consecuencia, la dinámica de los acontecimientos es mutante, una característica saliente del ente que la rige.

Cuando el 14 de junio el gobierno inglés decidió postergar por un mes la etapa final del desconfinamiento –discotecas, recitales, grandes eventos y el fin del teletrabajo– prevista para el 21 de junio y postergada para el 19 de julio, quien fuera entonces el ministro de Salud, Matt Hancock, dijo en conferencia de prensa: “Es que eso estaba escrito en lápiz”. Cosa que nadie sabía, por supuesto. La primera lectura sería que “el lápiz”, como siempre, lo tiene el Estado. La segunda, más preocupante, pero quizá más realista, que ahora ni siquiera eso. El lápiz lo tiene el virus. En este caso, la variante delta. Potencialmente, cualquier otra. Virus es una palabra que proviene del latín, cuyo significado original lo dice todo: “veneno”.

Si el dueño del tiempo ahora es el virus, podemos organizar el año en tres grandes etapas a fin de intentar responder las preguntas que nos inquietan.

La primera etapa fue “la anestesia”. En el marco del “unitiempo”, el calendario tradicional ya no corre, por lo que definimos su extensión desde septiembre de 2020 hasta la Semana Santa de 2021. Fue en ese interregno cuando pudimos “hacernos trampa al solitario” y sanamente olvidarnos un poco de la pandemia. El clima ayudó mucho. Nos tentó para salir de “la caverna digital”. Primero temerosos y luego un poco más audaces, fuimos abriendo la puerta del “hogar búnker”. El verano tuvo un sabor “agridulce”. Mejor que el amargo invierno, lejos de las temporadas que añoramos. El riesgo estaba ahí y lo sabíamos. Decidimos convivir con él para poder vivir. Al menos de a ratos. El efecto anestesia funcionó. Haber llegado hasta ahí después de “la paliza emocional” no era poco.

Restaurantes, bares, cervecerías, gimnasios, shoppings, comercios a la calle, peluquerías, profesionales independientes, trabajadores de oficios varios, líneas aéreas y hoteles, entre tantos otros, tuvieron un respiro. Nadie podía devolverles lo perdido, pero al menos los dejaban “volver a la cancha” y “dar la pelea”.

La ilusión acordada de modo implícito por el inconsciente colectivo se diluyó el lunes 5 de abril. Desde entonces comenzó la segunda etapa. Volvieron las restricciones. Entramos al temido “túnel”. Ahí estamos hoy, caminando como podemos entre el hastío, la decepción y el pesimismo. Con idas y venidas, con cierres y aperturas. En cierto punto desconcertados, mareados, incapaces de planificar algo, sin poder imaginar el futuro. ¿Hasta qué hora se puede lo que se puede y está abierto lo que está abierto?

Las restricciones son sustantivamente menos que las del año pasado. Es obvio que los parámetros epidemiológicos se modificaron de modo abrupto. El aprendizaje del poder, la demanda social y el año electoral confluyeron y provocaron ese giro brusco.

El mundo nos muestra que un día saldremos del túnel. Basta prender la TV y ver los partidos de la Eurocopa con público o la cancha llena de Wimbledon para verificar la presunción de que el deporte de élite sin público es poco más que un videojuego y, en simultáneo, renovar la ilusión.

La tercera etapa existe. Es “la salida”. Esto ya de por sí es un dato que nutre la esperanza. ¿Cuándo llegaremos a ella? Difícil precisarlo hoy. Es de prever que, como está ocurriendo en Europa y en los Estados Unidos, eso dependa de la articulación de dos factores primordiales: el primero es el clima –variable no controlable, pero previsible– y el segundo, la vacunación –variable controlable, pero expuesta a múltiples complejidades y no tan previsible–.

Siendo así, debería suceder en algún momento entre la primavera y el verano. Lo que estamos aprendiendo en tiempo real es que eso no significa “contagios cero”, sino un virus bajo cierto control, lo que, por cierto, es diferente. El riesgo de avances y retrocesos existe. Insisto: la dinámica es mutante porque depende de un agente que muta. Al menos hasta que no esté el grueso de la población global vacunada con dos dosis y, acorde con las últimas investigaciones científicas, quizá tres.

¿Por qué el crecimiento del 28% de la economía en abril no provocó euforia? Porque compara con una caída del 26% en el mismo mes del año pasado. Y además porque la economía no crece desde enero. Conclusión: ese dato tan alentador, en la mirada y en los sentimientos de la gente, no cambió demasiado.

¿Vamos bien o vamos mal? Esa será la disputa semántica mientras transitamos el túnel y nos vamos acercando tanto a la salida como al proceso electoral. Por tomar solo un caso, la venta de autos creció en el primer semestre de 2020 un 37%. Lo que en otras circunstancias sería todo un suceso, en las actuales es apenas una mueca que simula alegría. Las concesionarias lograrían vender en todo el año unos 400.000 vehículos. Eso es más que los 343.000 del año pasado, pero menos que los 460.000 de 2019 y mucho menos que los 955.000 de 2013 o los 900.000 de 2017. Mejor no es lo mismo que bien.

En su libro Sistemas de identidad, el diseñador argentino Carlos Carpintero afirma: “No se puede hablar de comunicación sin hablar de lucha por el sentido. La comunicación tiene por norma, antes que el entendimiento y la reunión, la tensión y la paradoja. Comunicación humana es el nombre de una acción realizada por distintos protagonistas, donde no hay soberanos del sentido. Porque justamente el sentido es lo que estos actores se disputan”.

Mientras avanzan en la oscuridad, las personas estarán expuestas a una torre de Babel de la que brotará una cacofonía de discursos y discusiones, donde los datos serán leídos del derecho y del revés. Todos batallarán por el sentido procurando convencer a los ciudadanos. El modo en que lograrán modificar sus percepciones y, por ende, su “realidad” lo sabremos solo “el día de la verdad”.

Es inútil pretender extrapolar de manera lineal el pasado. Tal vez algunos patrones se repitan. Tal vez no. Esto no se parece a nada.

La presente nota fue publicada en el diario La Nación el 05/07/2021.

Dólar oficial y devaluación: estabilidad en el segundo semestre, ¿y después?

Podríamos pensar en un nuevo esquema de dólar que se abarata y que es sostenible. Sin embargo, y como siempre en la Argentina, esto no está tan claro.

En la primera mitad del año, el dólar oficial subió 14%, poco más de la mitad de una inflación que habría acumulado cerca de 25%. Por su parte, el contado con liquidación avanzó 18%, también muy por debajo de los precios. De esta forma, se observa que el peso se fortaleció en el arranque de 2021.

Esta dinámica estuvo acompañada por la compra de u$s 6.400 millones por parte del Banco Central en el mercado, que se tradujo en un salto del 60% de las Reservas netas. Como resultado, esta variable clave cerró junio en la zona de u$s 8.000 millones. Sumando que parte de la pérdida de competitividad que traen las apreciaciones cambiarias se relajó por el fortalecimiento de las monedas emergentes y la inflación de Estados Unidos, podríamos pensar que este nuevo esquema de dólar que se abarata es sostenible.

Sin embargo, y como siempre en la Argentina, esto no está tan claro. Analizar los argumentos de uno y otro lado nos permitirá proyectar qué podría pasar en el mercado cambiario en el segundo semestre, electoral, y también en el mediano plazo.

En primer lugar, vale decir que el tipo de cambio real no muestra grandes señales de atraso. Por el contrario, después de las devaluaciones de 2018 y 2019, y de un 2020 donde el dólar siguió a la inflación, no hay mayores problemas por este lado. A modo de ejemplo, el dólar está un 50% más caro que a la salida de la Convertibilidad y un 10% por encima del promedio histórico. Si bien en los últimos años aumentaron los impuestos en nuestro país y se agrandó nuestra brecha de productividad con el resto del mundo, encareciendo a nuestra producción en términos relativos, no hay razones que fuercen una corrección por este punto en el futuro inmediato.

No obstante, no es solo una cuestión de precios. Por caso, las Reservas netas se ubican 60% por debajo del promedio 2011-2019, marcando la debilidad de este stock fundamental. A la vez, vale decir que la mejora del poder de fuego del primer semestre estuvo muy vinculada a la salida de la cosecha gruesa en un contexto de precios récord de commodities, algo que no se repetirá en esta segunda parte del año por razones estacionales, y al endurecimiento del control de cambios para las importaciones de bienes, algo que tiene impacto en la inflación y el abastecimiento y que podría relajarse cerca de las elecciones -o, mejor dicho, que podría complicarse si se lograse la recuperación del nivel de actividad que tanto espera el gobierno, dado que esta demandará mayores importaciones-.

En otro orden, la prudencia fiscal del primer semestre podría romperse en los próximos meses. Entre enero y junio, la asistencia del Banco Central al Tesoro estuvo en niveles muy similares a los de 2018, a la par que estuvo por debajo de 2016 y 2017. Sin embargo, pareciera que en la segunda mitad del año esta dinámica se revertiría: votos mediante, el Palacio de Hacienda se prepara para un segundo semestre “más gastador”, a la par que los vencimientos de deuda en pesos del Tesoro tendrán un julio-agosto muy exigente. En consecuencia, la liquidez podría volver a aumentar en el corto plazo, pudiéndose ir al dólar si no encontrase un destino atractivo en pesos.

Más allá de estos argumentos, que podrían traer dolores de cabeza en las próximas semanas, el dólar oficial seguiría calmo en los próximos meses. Por un lado, porque el Banco Central elegiría vender las Reservas que acumuló en la primera mitad del año antes que devaluar en la previa electoral. Por el otro, porque la autoridad monetaria endurecería el cepo antes de ajustar al tipo de cambio por precios, tal como marcó la experiencia de 2020.

Sin embargo, en el mediano plazo esta “calma” se hundiría por su propio peso. Una pérdida de Reservas acelerada durante la segunda parte del año, más vencimientos de deuda que se disparan en 2022, impedirían estirar este esquema de dólar que se atrasa más allá del cierre de 2021. La reestructuración con el FMI llegaría en el primer trimestre del año que viene y podría traer algunos lineamientos para la política económica de mediano plazo, ¿la reestructuración con el FMI también podría traer una devaluación?.

 

La presente nota fue publicada en el diario El Cronista el 05/07/2021.

Monitor Quincenal de Crisis

Acceda a nuestro Monitor Quincenal de Crisis para conocer las proyecciones por escenarios para 2021 del PBI, Consumo Privado, Inflación, Tipo de Cambio Oficial y Brecha Cambiaria.

A su vez, debido a la relevancia de la evolución de la situación sanitaria para el funcionamiento económico, encontrará un tablero de seguimiento de la vacunación contra el COVID-19 , donde se analiza dicha evolución a nivel nacional e internacional.

Haga clic en “VER INFORME” para acceder al reporte que publicamos quincenalmente. El mismo también lo podrá encontrar en Actividad-Informes Corporate. 

Salarios formales y segundo semestre: recuperando desde el (segundo) subsuelo

Durante 2018 y 2019, la inestabilidad cambiaria provocó varias aceleraciones inesperadas de la inflación, que golpearon sucesivamente al poder adquisitivo de los ingresos. Para revertir esta tendencia, el Frente de Todos empezó su gestión dando incrementos de suma fija a los asalariados formales. A la vez, mejoró el ingreso de perceptores de asignaciones y jubilaciones mínimas, intentando cumplir sus promesas de campaña. Si a estas medidas le sumamos la tarjeta Alimentar -una transferencia en especie, alimentos, para familias de bajos recursos-, resalta el carácter progresivo de estas medidas de arranque de 2020.

Sin embargo, la llegada de la pandemia y la cuarentena desbarataron cualquier intento de impulso al consumo por esta vía. Las restricciones de oferta rápidamente se convirtieron en un ataque a la demanda, en tanto el freno a la circulación provocó un fuerte deterioro en el empleo y los ingresos de los trabajadores.

Esta dinámica afectó de manera directa a la mitad de los trabajadores (incluyendo todas las modalidades de contratación). No obstante, este impacto no fue homogéneo: por la prohibición de despidos, garantía parcial del salario vía ATP y otras medidas, quienes pertenecían al sector formal tuvieron una protección mayor que los trabajadores no registrados. Esta asimetría se profundizó con la apertura de paritarias que apuntaló, otra vez, el poder adquisitivo de los empleados registrados. De hecho, el salario registrado creció casi 29% entre abril y octubre del año pasado, ubicándose “apenas” 2 p.p. por debajo de la inflación del período.

Por el contrario, los trabajadores informales y cuentapropistas se vieron más perjudicados. En conjunto, en estas modalidades se ubican más de 8 de cada 10 trabajadores de los últimos tres deciles de ingresos laborales. Si bien hubo asistencia para estos sectores -IFE, bonos para beneficiarios de asignaciones, entre otros-, en la mayoría de los casos estuvo lejos de compensar la pérdida previa de ingresos. A la vez, al estar al margen de las regulaciones laborales, la destrucción de puestos de trabajo fue mayor, dado que no había “prohibiciones de despidos” o doble indemnización que los protegiera en el corto plazo. Para peor, la continuidad de algunas restricciones y un nivel de actividad que no logra alcanzar los valores pre-COVID impiden todavía que el empleo de estos sectores vuelva a los niveles de cierre de 2019.

De este análisis se desprende que el sesgo progresivo de la política de ingresos de comienzos de gestión se fue desvaneciendo con el correr del tiempo -y la pandemia-. Esta dinámica se vio agravada por la evolución reciente de las paritarias. Ante el imposible cumplimiento de la meta de inflación anual (29%), el gobierno comenzó a validar negociaciones del orden del 40%, tanto en el sector público –los trabajadores del Congreso y PAMI como casos testigo- como privado, con Camioneros como primer ejemplo. En la misma línea, más explícita que implícitamente se invita a una reapertura de las negociaciones que ya quedaron desfasadas, y la actualización de la paritaria de los trabajadores bancarios marcó el camino en este sentido. En este escenario, una vez más, los salarios formales les sacarán ventaja a informales.

Esta mejora efectiva de paritarias a los pocos meses de los cierres originales, en lugar de cláusulas gatillo o de renegociación por aceleraciones inflacionarias, refleja que el principal objetivo del Poder Ejecutivo, en este plano, es mejorar la dinámica del consumo antes de las elecciones. Ahora bien, en esta oportunidad, en lugar de alentar los ingresos de los sectores más desprotegidos -algo que pasa, por ejemplo, con los aumentos de sumas fijas- se favorecerá al tope de la pirámide salarial.

En términos de demanda, esta configuración de las recomposiciones alentará la recuperación de la demanda de bienes no básicos y servicios, los consumos de los deciles mejor ubicados. En números, los tres deciles más altos destinan casi un 75% de sus ingresos a compras “no indispensables”. En cambio, al bajar en la pirámide y analizar al 30% más pobre, se verifica que este porcentaje está cerca del 40%. En consecuencia, es probable que las ventas de estos rubros, las más golpeadas durante el año pasado, empiecen a recuperarse en la segunda mitad del año -vacunas y caída de contagios y restricciones mediante-.

Alcanzado este punto, vale destacar que parte importante del rebote y su magnitud dependerán del éxito de la política antiinflacionaria: más allá de qué números se renegocien en paritarias, un traslado a precios moderado será fundamental para que las ventas efectivamente puedan mejorar. La decisión del Poder Ejecutivo de alentar estas reaperturas marca su intención de convalidar un nuevo equilibrio de mayor inflación y mayor salario, que impliquen un mayor consumo, para el período electoral. Aunque el vuelo de este año será menor a los de la década pasada, se intentaría ir a una dinámica similar a la de 2013 y 2015: resignación del objetivo de precios en pos de impulsar la demanda.

Con este escenario, proyectamos que el salario real de los trabajadores registrados crecería 3,5% en la segunda mitad del año, comparado con la primera parte de 2021. De esta forma, más que se revertiría la caída del primer semestre logrando que los salarios les ganen a los precios por primera vez desde 2017. No obstante, la recuperación de los próximos meses no alcanzaría para cambiar el resultado del promedio anual, un número más relevante que la comparación punta a punta, donde se verificaría una caída de 2,5% i.a. De cara a 2022, las claves serán las condicionalidades del acuerdo con el FMI y la corrección cambiaria pos-electoral: 2021 se encamina a ser el cuarto año seguido de caída del salario real, ¿2022 traerá la buena?

 

Liquidaciones del agro en el 2021: un gran respiro para el Banco Central

¿Qué tan buena fue la liquidación del agro en lo que va del 2021? 

El 2021 muy posiblemente sea un año récord en materia de liquidaciones de divisas por parte de la agroindustria. Así lo indican las estadísticas publicadas por la Cámara de la Industria Aceitera de la República Argentina (CIARA) y el Centro de Exportadores de Cereales (CEC), entidades que nuclean casi una de cada dos exportaciones argentinas.
Particularmente, las empresas del sector liquidaron USD 3.358 millones en junio, el segundo monto más alto para dicho mes en los últimos 19 años y, lógicamente, muy superior al promedio histórico para el sexto mes del año (USD 2.200 millones). Similarmente, la liquidación acumulada en el primer semestre (USD 16.600 millones) es la más alta de los primeros semestres de los últimos 18 años. Así, la liquidación del año aumentó un 79% respecto de la acumulada en el primer semestre del 2020 -no solo golpeada por la pandemia, sino por el “excepcional” cierre de 2019, donde se anticipaba la suba de retenciones- y es un 60% superior al promedio histórico de dicho período.

A grosso modo, ¿cuáles fueron las causas de semejante liquidación?

Si bien las comparaciones entre períodos en lo que respecta a las liquidaciones del sector pueden ser erróneas o inexactas (ya que éstas últimas son muy sensibles a variaciones en los precios internacionales, regulaciones al comercio, condiciones naturales y climáticas, tributarias, etc.), no por ello debe pasarse por alto que, en materia de divisas, el agro arroja una performance sideralmente mejor de lo esperada meses atrás.

El rally de los precios de nuestros principales productos de exportación (impulsado en gran medida por un dólar debilitado, la recuperación de la demanda asiática y fenómenos climáticos adversos que afectan las cantidades cosechadas en los países productores, entre ellos, Argentina) fue el determinante central de los resultados vistos a lo largo del 2021.

¿Se tradujo la liquidación del agro en una mejora de las Reservas Netas del Central?

Definitivamente sí. Ahora bien, no solo la oferta de divisas mayor de lo esperado permitió una recomposición de las Reservas Netas del Banco Central: el proceso también se apoyó en restricciones a la demanda de dólares y el reciente acuerdo con el Club de París (que despejó vencimientos por más de un cuarto de las Reservas Netas actuales hasta marzo del año que viene). Estos tres grandes factores le permitieron a la autoridad monetaria aprovechar la excepcional liquidación del sector agroexportador y recomponer Reservas Netas, que habían finalizado el año por debajo de los USD 5.000 millones y se arrimaban a los mínimos históricos.

En los primeros seis meses del año el Banco Central compró más de USD 6.300 millones, aunque recompuso Reservas Netas por poco más de la mitad de este valor (producto de intervenciones en los mercados financieros para contener al MEP/CCL, cancelación de préstamos y operaciones con el Tesoro, entre otros). De este modo, el verdadero poder de fuego de la autoridad monetaria aumentó poco más de un 60% en el año, aunque se encuentra todavía por debajo de los niveles que exhibía a inicios del 2020 y un 55% por debajo del promedio de la última década.

A su vez, avecinan los meses de menor oferta estacional de divisas, a los cuales se sumarán las tensiones cambiarias usuales de períodos electorales. Sin embargo, creemos que la autoridad monetaria tendrá margen de maniobra suficiente para sostener el tipo de cambio hasta, por lo menos, las elecciones: ya sea vía venta de dólares en el mercado oficial, compra-venta de bonos para contener la suba de los dólares financieros, regulaciones directas a la demanda de divisas (MULC, importadores, ahorristas) e indirectas (como por ejemplo un posible aumento del parking para la operatoria CCL).

En el primer semestre la recaudación creció 16% en términos reales

En junio, la recaudación tributaria fue de más de ARS 920.000 millones, un 69% más que en el mismo mes del año pasado. Así, la recolección de impuestos subió 12% i.a. en términos reales. Considerando que los datos del año pasado se vieron muy afectados por los efectos de la pandemia y las restricciones a la circulación, una comparación más adecuada nos dice que la recaudación se ubica 5% por debajo del mismo mes del 2019, descontando el avance de los precios. Con estos datos, el primer semestre acumuló un avance promedio de 68% i.a. (16% i.a. deflactado). De esta manera, alcanzó el mismo nivel en términos reales que en el mismo lapso del 2019 (+0,4%).

Nuevamente, se destacaron los crecimientos de los tributos al comercio exterior, tanto por la recuperación del comercio externo como por la suba del tipo de cambio nominal. En particular, las retenciones a las exportaciones saltaron 139% i.a., también favorecidas por el aumento de los términos del intercambio. Por su parte, los aranceles a la importación subieron 115% i.a. En segundo lugar, los impuestos vinculados a la actividad mostraron un muy buen desempeño, producto de la recuperación económica. Los gravámenes a los combustibles recaudaron 121% más que en junio de 2020, el IVA creció 85% i.a. y el impuesto a los créditos y débitos avanzó 74% i.a. Por su parte, el impuesto a los bienes personales trepó 68% i.a. y el tributo a las ganancias aumentó 47% i.a. Por último, los aportes y contribuciones a la Seguridad Social subieron 53% i.a., ubicándose por encima de la inflación por tercer mes al hilo, luego de tres años de caídas. Sin embargo, siguen siendo 13% inferiores a los recursos obtenidos por esta vía en junio de 2019.

Junio fue el décimo mes consecutivo de crecimiento en términos reales de la recaudación. Aunque todavía no se recuperó la totalidad de la caída generada por la pandemia, este es un dato muy positivo para las cuentas fiscales. Mejor aun si se considera que, además de los recursos tributarios, el Tesoro contará este año con los ingresos obtenidos por el aporte extraordinario de las grandes fortunas y la emisión de DEGs del FMI. Estos recursos representarán alrededor de 0,6% y 1,0% del Producto, respectivamente. Mientras tanto, la recaudación del primer semestre superó el 11% del PBI, cerca de 1 p.p. más que en el mismo lapso del 2020.

De esta manera, y ayudado también por un menor paquete de ayuda por Covid, esperamos que el déficit fiscal caiga significativamente a lo largo del 2021. Luego de alcanzar un récord de 6,4% del Producto el año pasado, el desbalance primario se ubicaría por debajo del 4% del PBI. Esto reduciría las necesidades financieras de Hacienda, permitiendo también minimizar la emisión monetaria.