En 2020, la actividad cayó 10%, mostrando su peor retroceso desde 2002. Como era de prever, este deterioro impactó en casi todos los frentes de la economía: la demanda, los salarios y el empleo, entre otros, sufrieron la crisis del año pasado. En este sentido, sobresale que durante 2020 se perdieron 220.000 (-1,8%) puestos de trabajo formales, acumulando una destrucción de 446.000 (-3,6%) puestos de trabajo registrados desde diciembre de 2017.
Si bien la crisis que se agravó por la pandemia es tan profunda como generalizada, no todos los sectores sufrieron de la misma manera. Por caso, a lo largo del año pasado, los rubros esenciales cayeron menos que los no esenciales. En la misma línea, la producción de bienes se redujo menos que la producción de servicios.
Esta dinámica heterogénea también se verificó en el mercado de trabajo formal: los asalariados privados, los empleos de mayor calidad, fueron los que más sufrieron la crisis (-202.000 puestos, -3,4%), mientras que los monotributistas y autónomos cayeron “solo” 1,4% (-40.000 puestos). En sentido contrario, el empleo púbico creció 0,6% en sus tres niveles de gobierno -nacional, provincial y municipal-, sumando poco más de 19.000 trabajadores y resaltando el carácter contracíclico del gasto público.
Estas diferencias fueron más allá de la modalidad de contratación: también se verificaron entre las distintas ramas de actividad. Por caso, los segmentos asociados a la producción de bienes -a excepción de construcción, que por la pandemia tuvo una dinámica más parecida a servicios- destruyeron “sólo” el 1% de sus plantillas durante el 2020, mientras que la contracción alcanzó el 5% en el resto de las ramas de actividad.
Ahora bien, ¿por qué el empleo registrado cayó menos que la producción? Por un lado, la posibilidad de suspender trabajadores en los rubros paralizados contribuyó a conservar algunos puestos de trabajo, en tanto que las dificultades para despedir personal formal que provocaron la doble indemnización y la prohibición de despidos también ayudaron a contener la sangría. En la misma dirección, el programa de Asistencia a la Producción y el Trabajo -ATP-, donde el Estado Nacional pagó parte del sueldo de algunas firmas golpeadas por las restricciones a la circulación, contribuyó a cuidar los puestos de trabajo registrados. Como resultado, la actividad sintió más el impacto del Coronavirus que el empleo.
Siguiendo estas explicaciones asociadas a la coyuntura, podría pensarse que el mercado de trabajo formal recuperaría el terreno cedido en cuanto reaccione la demanda. Sin embargo, esto no se daría, y no solo porque la destrucción de puestos de trabajo registrados fue un tercio de la del nivel de actividad: el cierre de más de 20.000 empresas (-4%) durante el año pasado ralentizará la creación de puestos de trabajo en la pos-pandemia. A riesgo de sonar repetitivos, vale destacar que la destrucción del stock de capital tampoco fue homogénea entre ramas de actividad: mientras que “solo” cerraron el 1,5% de las empresas que operan en rubros esenciales, este número superó el 5% en las ramas no esenciales.
El retroceso del nivel de actividad fue mucho mayor que el del empleo formal: el PBI cayó casi el triple que los puestos de trabajo registrados, estableciendo un piso para la reactivación la demanda. Sin embargo, este análisis es incompleto: 4 de cada 10 trabajadores se mueven en el circuito informal, de modo que es fundamental incorporar este segmento al análisis para obtener conclusiones más precisas.
El tenue “optimismo” del mercado formal se diluye al sumar el mercado no registrado. Según la Encuesta Permanente de Hogares del tercer trimestre del año pasado -sin datos todavía para el cierre del año-, se perdieron casi un tercio de los puestos de trabajo no registrados entre septiembre de 2019 e igual mes del 2020, afectando a 1,25 millones de personas.
Las dificultades de regular este segmento del mercado de trabajo, y de lanzar planes de estímulos para las firmas afectadas, intensificaron el impacto del Coronavirus en la parte informal de la economía, que sufrió una destrucción de puestos de trabajo largamente superior a la caída del nivel de actividad. De esta manera, aunque es probable que la recuperación de empleos no registrados sea más acelerada que la del PBI, la pérdida total de ingresos para un tercio de los trabajadores no registrados ralentizará la recuperación del nivel de actividad.
Vale destacar que los no asalariados también tuvieron dificultades. Como se observa en la siguiente matriz de transición del empleo, la probabilidad de que un cuentapropista del primer trimestre se encuentre inactivo en el tercer cuarto del año fue de 25%, más de 10 p.p. respecto del promedio 2018-19, períodos donde ya se verificaba una alta volatilidad económica. Algo similar ocurrió con el resto de las categorías, poniendo de manifiesto una mayor dificultad a la “reconversión” en otra ocupación en un contexto como el actual.
En 2021, el empleo crecería alrededor de 8%, recuperando parcialmente la caída de 9,5% del 2020. La velocidad y la magnitud de la reactivación dependerán de la profundidad del rebrote de Coronavirus y su impacto sobre la producción: cuanto menor sea este, más acelerada será la mejora del nivel de actividad, impulsando la restauración de una parte de los puestos de trabajo perdidos durante los peores meses -económicos- de la pandemia. En respuesta, proyectamos que el consumo privado avanzará durante este año electoral, aunque más impulsado por la recuperación de los puestos de trabajo que por una mejorar del salario real: para ver un avance significativo del poder adquisitivo habrá que esperar, al menos, hasta 2022.