En el primer semestre del año, la economía boliviana continuó en la senda del crecimiento modesto, pero con serias debilidades estructurales. Después de la desaceleración observada entre 2013 (6,8% de crecimiento) y 2017 (4,2% de expansión), la producción está creciendo a un ritmo moderado, consistente con un entorno menos favorable.
Estimamos que la actividad económica habría crecido en el primer trimestre por encima de 4% respecto a similar periodo del año anterior. Esto sería resultado de a) el fin de la caída del sector hidrocarburos, que se observó de forma clara en 2016 y 2017, con un descenso acumulado de 10%; b) la desaceleración de la caída de minería; y, c) la convergencia de los diversos sectores a un crecimiento en torno a 4% o el nuevo normal.
Sin embargo, el desbalance fiscal continúa. Aunque en el primer trimestre se observó un equilibrio temporal en las cuentas fiscales, que es mejor que el déficit de 0,5% del PIB en similar periodo, el ajuste observado es todavía modesto para los déficit por encima del 7% que se han observado en los últimos tres años.
Esta debilidad estructural se ha reflejado en un saldo externo negativo de 6,3% en el año pasado. Por tanto, la mitigación de los déficit gemelos deberá ser liderada por un ajuste estratégico en las cuentas públicas, principalmente en la inversión pública, la cual deberá ser priorizada.
Es posible que este año las cuentas externas tengan un alivio por el aumento de los precios internacionales de materias primas. Por este motivo, las exportaciones crecieron 24% entre enero y mayo del año respecto a similar periodo, mientras que las importaciones crecieron 4% en línea con la evolución de la economía interna. De esta forma, el balance comercial disminuyó de $us720 millones a $140 millones, disminuyendo en cierta forma la presión sobre la caída de los activos externos.
De hecho, las reservas internacionales netas se redujeron $us740 millones en el primer semestre (7% de caída), que es similar a la caída reportada en 2017, neta del incremento por la emisión del bono soberano de $us1.000 millones. Por su parte, el endeudamiento externo de mediano y largo plazo subió marginalmente 2% hasta mayo del presente año, hasta llegar a $us9.600 millones. De esa forma, las reservas internacionales estuvieron en torno a 25% del PIB y la deuda externa de mediano y largo plazo en un porcentaje similar. Su nivel no es preocupante; si su tendencia.
Este desbalance entre ingresos y gastos a nivel macroeconómico explica la sobrevaluación de la moneda nacional. El tipo de cambio real se apreció 5% en la primera mitad del año, llevando una pérdida acumulada de 25% desde 2012, año en el cual los balances externo y fiscal comenzaron a deteriorarse.
En el ámbito financiero, los depósitos crecieron 3%, mientras los créditos lo hicieron a 6%, dinámica que va en línea con una legislación financiera restrictiva, que detallamos en la edición anterior, para un contexto económico totalmente diferente.
En resumen, se observan signos de moderado dinamismo en un entorno de serias debilidades estructurales que disminuyen la eficiencia y no son proclives a mayor productividad, las cuales deberán ser solucionadas para sostener el crecimiento y evitar riesgos macroeconómicos.