El Banco Central del Ecuador proyecta que en 2018 la economía ecuatoriana crecerá 1,1% y en 2019 lo hará al 1,4%. Más allá de que, incluso si se cumplen las proyecciones oficiales, estaríamos hablando de una tasa que no permitiría incrementar el PIB per cápita, hay varios factores que nos llevan a pensar que el próximo año la economía ecuatoriana registrará un crecimiento cercano a cero, o incluso si las condiciones externas se deterioran, podría llegar a contraerse.
El primer factor es el ajuste fiscal que el Gobierno ha anunciado que llevará a cabo. La nueva Proforma Presupuestaria, que toma en cuenta algunas de las observaciones hechas por la Asamblea, contempla una reducción de más de $200 millones en el gasto de sueldos y salarios y la posibilidad de volver a revisar los subsidios a los combustibles. A esto se suma un posible ajuste en bienes y servicios de consumo y también en el gasto de inversión. En una economía que durante los años de bonanza petrolera desarrolló una enorme dependencia hacia los recursos fiscales, el ajuste en el gasto público provocará necesariamente un impacto negativo en el nivel de actividad y en los indicadores laborales.
El segundo factor es la necesidad de que los bancos reduzcan el ritmo de entrega de créditos al sector privado. En 2017 y 2018 la tasa de crecimiento de la cartera de créditos superó por mucho a la de los depósitos (en septiembre de 2017 esa diferencia superó los 16 puntos porcentuales). Esto fue posible porque en 2016, con una demanda de crédito muy contraída, los bancos acumularon mucha liquidez. No obstante, en la actualidad el indicador de liquidez (fondos disponibles / depósitos de corto plazo) ya está en los niveles que el sistema bancario considera prudentes y los depósitos han seguido moderando su ritmo de crecimiento (en la actualidad ronda el 3% anual, muy por debajo del 11% de la cartera de créditos). En ese contexto es esperable que en 2019 los bancos pongan el freno a la entrega de nuevos préstamos, lo que afectaría al consumo y la inversión.
Finalmente, uno de los principales desafíos que enfrenta la economía ecuatoriana es su poca competitividad externa. De hecho, a partir de 2014, junto con el desplome del precio del crudo, Ecuador se vio afectado por la apreciación del dólar frente a las monedas de sus principales socios comerciales, lo que derivó en una fuerte apreciación del tipo de cambio real (en este también influyeron políticas internas que encarecieron los costos de producción, provocando que Ecuador incluso perdiera competitividad con
países que también utilizan el dólar, como Estados Unidos o Panamá). Para 2019 se anticipa que la Reserva Federal (FED) continúe subiendo sus tasas de referencia, lo que atraería más capitales a Estados Unidos y, a su vez, provocaría una nueva apreciación del dólar, afectando a la competitividad del Ecuador. En ese contexto es difícil esperar un repunte de las exportaciones (que han venido creciendo a tasas anuales de apenas 1%), que sería la vía para aumentar la producción ante una demanda interna decreciente. La apreciación del tipo de cambio real, además, genera presiones sobre la balanza de pagos que se han visto reflejadas en una caída sostenida de las reservas internacionales. Ante ese escenario, y con un contexto externo que ha complicado el financiamiento para las economías emergentes, si el Ecuador no se acerca al FMI para obtener un crédito de esa institución, la situación de las reservas puede llevar al Gobierno a tomar medidas para restringir la salida de dólares de la economía, afectando más a la actividad.